La palabra Dieron ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece dieron.
Estadisticas de la palabra dieron
Dieron es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1523 según la RAE.
Dieron tienen una frecuencia media de 61.43 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la dieron en 150 obras del castellano contandose 9337 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Dieron
Cómo se escribe dieron o dierron?

la Ortografía es divertida

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece dieron
La palabra dieron puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 533
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Llovió poco, las cosechas fueron malas durante cuatro años, y Batiste no sabía ya qué hacer ni adónde dirigirse, cuando, en un viaje a Valencia, conoció a los hijos de don Salvador, unos excelentes señores (Dios los bendiga), que le dieron aquella hermosura de campos, libres de arrendamientos por dos años, hasta que recobrasen por completo su estado de otros tiempos. ...
En la línea 1656
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste y su familia no se dieron cuenta de como se inició el suceso inaudito, inesperado; quién fue el primero que se decidió a pasar el puentecillo que unía el camino con los odiados campos. ...
En la línea 2025
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Por cada guindilla que se comía el otro, el marido de Pepeta se zampaba tres, y así dieron fin a la ristra, verdadero rosario de demonios colorados, Este bruto debía de tener coraza en el estómago. ...
En la línea 2272
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Teresa y Roseta dieron un grito de regocijo. ...
En la línea 221
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La desgracia, como cansada del tesón con que los dos compadres sabían eludirla, comenzó a cebarse en ellos. Era en vano que con riesgo de su vida esquivasen durante la noche los pasos difíciles de la sierra. Por tres veces les sorprendieron cerca de la ciudad, en los llanos de Caulina, cuando se creían ya en salvo. Les dieron de golpes al arrebatarles aquellas mochilas que representaban la vida para sus hijos; y hasta les amenazaron con un tiro en vista de su reincidencia. Más que las amenazas les intimidó la pérdida de sus cargas. ¡Adiós los ahorros! Los tres fracasos les dejaban más pobres que antes de comenzar el contrabando, con deudas que les parecían enormes. Ya nadie querría prestarles para continuar el _negocio_. ...
En la línea 239
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La audacia de los primeros Torreroel de la Reconquista y la largueza de los que vivieron después en la corte arruinándose cerca de los reyes, resucitaban en él como la última llamarada de una raza próxima a extinguirse. Podía dar los mismos golpes que dieron sus antecesores al conquistar el pendón en las Navas y se arruinaba con igual indiferencia que aquellos de sus abuelos que se habían embarcado para rehacer su fortuna gobernando las Indias. ...
En la línea 942
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La mujer de _Zarandilla_ y Rafael, ayudados por aquella tropa, arreglaron las habitaciones del amo. Dos quinqués humosos dieron luz a la gran sala de enjalbegadas paredes, adornadas con algunos cromos de santos. Los hombres de confianza de don Luis, doblando el espinazo con cierta pereza, sacaron de espuertas y cajones todas las vituallas traídas en el carruaje. ...
En la línea 1631
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Hombre!, ¡hombre!--exclamó, queriendo indignarse sin conseguirlo, y adoptando una dulzura bonachona.--Piensa lo que dices. Ya sé que mi primo y esas otras dos, son gente mala. ¡Bastantes disgustos me dan! Pero llevan mis apellidos, y tú debes hablar de ellos con mayores miramientos por ser de mi casa. Además, ¿qué sabes tú de lo que les tiene reservada la gracia del Altísimo?... La Magdalena era peor que esas dos desgraciadas, mucho peor, y murió como una santa. Luis es malo, pero mayores escándalos dieron en su juventud algunos santos varones. ...
En la línea 3435
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan y Planchet no se lo hicieron repetir dos veces, soltaron los dos caballos que esperaban a la puerta, saltaron encima, les hun dieron las espuelas en el vientre y partieron a galope tendido. ...
En la línea 4614
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El cura y el jesuita dieron un salto sobre sus sillas. ...
En la línea 7308
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pero una mañana a principios del mes de noviembre, todo quedó explicado por esta carta, datada en Villeroi:«Señor D'Artagnan: Los señores Athos, Porthos y Aramis, tras haber jugado una buena partida en mi casa y haberse divertido mucho, han arma do tal escándalo que el preboste del castillo, hombre muy rígido, los ha acuartelado algunos días; pero yo he cumplido las órde nes que me dieron de enviar doce botellas de mi vino de Anjou, que apreciaron mucho: qu ieren que vos bebáis a su salud con su vino favorito. ...
En la línea 8100
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Loscuatro amigos salieron tras él y dieron una decena de pasos. ...
En la línea 395
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Si ciertas son las ventajas que han de conseguir los favoritos nombrados, como efecto de los prometidos resultados de las comunicaciones que han de abrirse, ¿por que no llevan el mismo concepto en que está el administrador á quien van á despojar, sin embargo de sus méritos y de los adelantos que ha tenido la renta? Apenas se dieron reglas para la administracion de correos de Manila hácia el año de 1762 bajo la dependencia de la principal de Méjico, principiaron á tocarse las graves dificultades que ofrecia su establecimiento en 1767. ...
En la línea 266
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El español tenía aún voluntad de pagar, dentro de lo que sus medios le permitían; pero muy pronto le dieron a entender que era un ser degradado, un bárbaro; más: un mendigo. ...
En la línea 456
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Cinco o seis hombres a caballo, que marchaban a buen paso, nos dieron rápidamente alcance. ...
En la línea 909
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los dueños de la posada de este lugar me conocían bien, por haber pasado dos noches bajo su techo; y al verme aparecer de nuevo me dieron la bienvenida con mucha amabilidad. ...
En la línea 1268
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Quitáronme las ropas que llevaba y me dieron otras, con las que me vestí como una _corahani_; y luego emprendimos la marcha, que duró muchos días, por desiertos y aldeas; más de una vez me pareció encontrarme entre los del _Errate_, porque sus costumbres eran las mismas; los hombres querían _hokkawar_ con mulos y burros; las mujeres decían _bají_. ...
En la línea 59
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... AMADÍS DE GAULA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA Soneto Tú, que imitaste la llorosa vida que tuve, ausente y desdeñado sobre el gran ribazo de la Peña Pobre, de alegre a penitencia reducida; tú, a quien los ojos dieron la bebida de abundante licor, aunque salobre, y alzándote la plata, estaño y cobre, te dio la tierra en tierra la comida, vive seguro de que eternamente, en tanto, al menos, que en la cuarta esfera, sus caballos aguije el rubio Apolo, tendrás claro renombre de valiente; tu patria será en todas la primera; tu sabio autor, al mundo único y solo. ...
En la línea 380
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase -quizá quitando la causa, cesaría el efeto-, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. ...
En la línea 467
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo; y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido. ...
En la línea 589
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Toda esta larga arenga -que se pudiera muy bien escusar- dijo nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. ...
En la línea 74
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los patrones son muy poco atractivos, a menudo hasta muy groseros; sus casas y personas están casi siempre horriblemente sucias; en sus posadas no se encuentran cuchillos, tenedores ni cucharas; y estoy convencido de que sería difícil hallar en Inglaterra un cottage, por pobre que sea, tan desprovisto de las cosas más necesarias para la vida. En cierto lugar, en Campos-Novos, nos trataron magníficamente: nos dieron de comer arroz y aves de corral, bizcochos, vino y licores, café por la tarde, y en el almuerzo pescado y café. Todo ello, incluso un buen pienso para los caballos, no nos costó más que tres pesetas por cabeza. Sin embargo, cuando uno de nosotros preguntó al ventero si había visto un látigo que se le había extraviado, respondióle groseramente: «¿Cómo quiere usted que yo lo haya visto? ¿Por qué no ha tenido usted cuidado de él? Probablemente se lo habrán comido los perros». ...
En la línea 249
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cazaba con otras dos personas a poca distancia del sitio donde estábamos, cuando de pronto se encontraron frente a una partida de indios que se pusieron a perseguirles, alcanzaron muy pronto a sus dos compañeros y les dieron muerte. Las bolas de los indios llegaron también a rodear las patas de su caballo, pero saltó inmediatamente a tierra, y con ayuda del cuchillo consiguió cortar las correas que le tenían preso; al hacer esto, veíase obligado a dar vueltas en derredor de su cabalgadura para evitar los chuzos de los indios; sin embargo de su agilidad, recibió dos heridas graves. Al cabo logró montar en la silla y evitar a fuerza de energía las largas lanzas de los salvajes que le seguían de cerca y que no cesaron en la persecución sino cuando llegó a la vista del fuerte. Desde entonces, el comandante prohibió a todo el mundo salir de la plaza. ...
En la línea 337
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... También me dieron algunos detalles acerca de un encuentro que hubo en Cholechel unas cuantas semanas antes del que acabo de hablar. Cholechel es un puesto de mucha importancia, por ser sitio de paso para los caballos; por eso se estableció allí durante algún tiempo el cuartel general de una división del ejército. Cuando las tropas llegaron por vez primera a ese lugar, encontraron allí una tribu de indios y mataron a 20 ó 30. Escapose el cacique de un modo que sorprendió a todo el mundo. Los principales indios tienen siempre a mano, para una necesidad apremiante, uno ó dos caballos escogidos. El cacique montó uno de esos caballos de reserva (un viejo caballo blanco), llevándose consigo a su hijo aún de tierna edad. El caballo no tenía silla ni brida. Para evitar las balas, el indio montó como suelen hacerlo sus compatriotas, es decir, con un brazo alrededor del cuello del animal y sólo una pierna encima de él. Suspenso así de un lado, viósele acariciar la cabeza de su caballo y hablarle. Los españoles se encarnizaron en persecución suya; el comandante cambió tres veces de cabalgadura, pero en vano. El viejo indio y su hijo consiguieron escaparse y, por consiguiente, conservar su libertad.. ...
En la línea 643
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En muchos puntos de la isla se halla cubierto el fondo de los valles por millones de fragmentos angulares gruesos de rocas cuarzosas; formando verdaderos lechos de piedras. Todos los viajeros, desde Pertney hasta nuestros días, hablan de estos depósitos de piedras con la mayor sorpresa. Estos cantos no han sido acarreados por las aguas, porque sus ángulos están muy poco redondeados; su volumen varía entre uno y dos pies de diámetro y 10 a 20 veces más. No se encuentran en masas irregulares, sino que se extienden en grandes capas de un mismo nivel, formando como verdaderos ríos. No es posible saber el espesor de estas capas, pero se oye correr entre las piedras el agua de los arroyuelos que pasan a muchos pies de la superficie. La profundidad total de estas capas es probable que sea muy considerable, porque la arena ha debido llenar desde hace mucho tiempo los intersticios de los fragmentos inferiores. La anchura de estas capas de piedras varía entre algunos cientos y un millar de pies (300 metros); pero los depósitos turbosos les roban a diario extensión y forman islas dondequiera que hay fragmentos bastante próximos que ofrezcan un punto de apoyo. En un valle al sur del estrecho de Berkeley, al cual dieron mis compañeros el nombre de gran valle de los peñascos, tuvimos que atravesar una capa de piedras de media milla de ancho, saltando de un bloque a otro. En este punto son tan gruesos los fragmentos, que pude guarecerme bajo uno de ellos durante una lluvia torrencial que nos sorprendió de repente. ...
En la línea 3500
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A todo dieron cumplida respuesta la inteligencia y habilidad de Pedro. ...
En la línea 11005
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El primer disgustillo que tuvo De Pas aquel verano fue esta noticia, que le dieron en el coro, por la mañana. ...
En la línea 12462
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquella cara, aquella palidez repentina le dieron a entender que la noche era suya, que había llegado el momento de arriesgar algo. ...
En la línea 13181
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hijo y Madre dieron un salto; doña Paula quedó en pie, don Fermín sentado en su lecho. ...
En la línea 309
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Capistrano y Carvajal, que se habían presentado a los húngaros con c las manos vacías, sin más auxilio que las palabras ardorosas de su Pontífice, (consiguieron improvisar un ejército, Pareció éste ridículo a los verdaderos hombres de guerra comparado con el de los turcos, que era tenido por toda Europa como Invencible. Hunyades organizó a su costa siete mil húngaros, y Capistrano y Carvajal le dieron como fuerza auxiliar una muchedumbre abigarrada, enardecida por sus predicaciones, compuesta de artesanos, labriegos, frailes, eremitas y estudiantes, armados casi todos con guadañas, venablos y horquillas. Muchos de los nuevos cruzados eran aventureros que iban en busca de botín; pero los más acudían a la pelea con el deseo de morir, ganando el cielo. Varios grupos de lansquenetes alemanes y guerreros polacos dieron cierta consistencia militar a esta masa confusa y mal armada, conducida por el fraile Capistrano. ...
En la línea 309
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Capistrano y Carvajal, que se habían presentado a los húngaros con c las manos vacías, sin más auxilio que las palabras ardorosas de su Pontífice, (consiguieron improvisar un ejército, Pareció éste ridículo a los verdaderos hombres de guerra comparado con el de los turcos, que era tenido por toda Europa como Invencible. Hunyades organizó a su costa siete mil húngaros, y Capistrano y Carvajal le dieron como fuerza auxiliar una muchedumbre abigarrada, enardecida por sus predicaciones, compuesta de artesanos, labriegos, frailes, eremitas y estudiantes, armados casi todos con guadañas, venablos y horquillas. Muchos de los nuevos cruzados eran aventureros que iban en busca de botín; pero los más acudían a la pelea con el deseo de morir, ganando el cielo. Varios grupos de lansquenetes alemanes y guerreros polacos dieron cierta consistencia militar a esta masa confusa y mal armada, conducida por el fraile Capistrano. ...
En la línea 332
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Figueras habló con indignación contra los historiadores que censuraban al Papa que hubiera nombrado cardenal a su sobrino Rodrigo de Borja, y nada decían de Nicolás III, Paulo II, Sixto IV, Inocencio VIII, Julio II y otros, que dieron el capelo a personas más indignas y de triste celebridad. Pedro y Rafael Riario, sobrinos de Papa o tal vez hijos, eran unos cardenales de conducta más escandalosa que los Borgias, y sin la elegancia de éstos, bestialmente groseros en sus pasiones. ...
En la línea 401
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A continuación de aquellos días pasados con don Baltasar hablando horas y horas en español—Idioma que siempre había moldeado su pensamiento—, sintió renacer antiguos fervores que le dieron cierta superioridad sobre las gentes frívolas tratadas a diario. Durante la noche, componía versos mentalmente, como en los entusiásticos y crédulos años de su adolescencia. Figueras era su antigua vida (¡quién lo hubiera sospechado días antes!), y le atormentaba un deseo imperioso de irse tras de él. ...
En la línea 572
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así pudieron los barberos continuar tranquilamente el rasuramiento de Edwin, dejando caer sus proyectiles de espuma densa, que al esparcirse sobre la tierra hacían saltar inquietos y asustados a los corceles de los guardias. Cuando dieron por terminada esta operación, se dedicaron al corte de los cabellos del gigante, trabajo más rudo y peligroso. ...
En la línea 866
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así fue. El día señalado, Gillespie, siguiendo a una máquina terrestre montada por su traductora y varios individuos de su Comite, llegó al citado lugar. La muchedumbre había emprendido ya su marcha hacia el templo, y la presencia del gigante produjo enorme desorden. En vano los jinetes de la cimitarra dieron varias cargas para dejar un espacio libre de gente en torno de Gillespie. A estas horas de la mañana la muchedumbre era de los barrios populares, y mostró un regocijo agresivo y rebelde. Bailaba al son de sus instrumentos, obstruyendo el camino, y se negaba a obedecer a la fuerza pública cuando esta pretendía alejarla del Hombre-Montaña. ...
En la línea 973
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Algunos profesores acostumbrados a no asombrarse de nada y a buscar la razón científica de todos los hechos se dieron cuenta, pasados unos instantes, de que esta oscuridad era debida a un desprendimiento exterior, a dos telones macizos que habían caído sobre ambas ventanas, interponiéndose entre sus ojos y la luz. ...
En la línea 1038
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los periodistas le dieron una noticia que resultó la peor de todas. Gurdilo había anunciado su deseo de pronunciar un discurso en el Senado a propósito del Hombre-Montaña apenas se abriese la sesión. Tal vez el temible orador estaba ya hablando a estas horas. ...
En la línea 26
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En las contratas de vestuario para el Ejército y Milicia Nacional, ni Santa Cruz, ni Arnaiz, ni tampoco Bringas daban la cara. Aparecía como contratista un tal Albert, de origen belga, que había empezado por introducir paños extranjeros con mala fortuna. Este Albert era hombre muy para el caso, activo, despabilado, seguro en sus tratos aunque no estuvieran escritos. Fue el auxiliar eficacísimo de Casarredonda en sus valiosas contratas de lienzos gallegos para la tropa. El pantalón blanco de los soldados de hace cuarenta años ha sido origen de grandísimas riquezas. Los fardos de Coruñas y Viveros dieron a Casarredonda y al tal Albert más dinero que a los Santa Cruz y a los Bringas los capotes y levitas militares de Béjar, aunque en rigor de verdad estos comerciantes no tenían por qué quejarse. Albert murió el 55, dejando una gran fortuna, que heredó su hija casada con el sucesor de Muñoz, el de la inmemorial ferretería de la calle de Tintoreros. ...
En la línea 34
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Creció Bárbara en una atmósfera saturada de olor de sándalo, y las fragancias orientales, juntamente con los vivos colores de la pañolería chinesca, dieron acento poderoso a las impresiones de su niñez. Como se recuerda a las personas más queridas de la familia, así vivieron y viven siempre con dulce memoria en la mente de Barbarita los dos maniquís de tamaño natural vestidos de mandarín que había en la tienda y en los cuales sus ojos aprendieron a ver. La primera cosa que excitó la atención naciente de la niña, cuando estaba en brazos de su niñera, fueron estos dos pasmarotes de semblante lelo y desabrido, y sus magníficos trajes morados. También había por allí una persona a quien la niña miraba mucho, y que la miraba a ella con ojos dulces y cuajados de candoroso chino. Era el retrato de Ayún, de cuerpo entero y tamaño natural, dibujado y pintado con dureza, pero con gran expresión. Mal conocido es en España el nombre de este peregrino artista, aunque sus obras han estado y están a la vista de todo el mundo, y nos son familiares como si fueran obra nuestra. Es el ingenio bordador de los pañuelos de Manila, el inventor del tipo de rameado más vistoso y elegante, el poeta fecundísimo de esos madrigales de crespón compuestos con flores y rimados con pájaros. A este ilustre chino deben las españolas el hermosísimo y característico chal que tanto favorece su belleza, el mantón de Manila, al mismo tiempo señoril y popular, pues lo han llevado en sus hombros la gran señora y la gitana. Envolverse en él es como vestirse con un cuadro. La industria moderna no inventará nada que iguale a la ingenua poesía del mantón, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueño y aquella brillantez de color que iluminaba las muchedumbres en los tiempos en que su uso era general. Esta prenda hermosa se va desterrando, y sólo el pueblo la conserva con admirable instinto. Lo saca de las arcas en las grandes épocas de la vida, en los bautizos y en las bodas, como se da al viento un himno de alegría en el cual hay una estrofa para la patria. El mantón sería una prenda vulgar si tuviera la ciencia del diseño; no lo es por conservar el carácter de las artes primitivas y populares; es como la leyenda, como los cuentos de la infancia, candoroso y rico de color, fácilmente comprensible y refractario a los cambios de la moda. ...
En la línea 76
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La perspicaz mujer vio el porvenir, oyó hablar del gran proyecto de Bravo Murillo, como de una cosa que ella había sentido en su alma. Por fin Madrid, dentro de algunos años, iba a tener raudales de agua distribuidos en las calles y plazas, y adquiriría la costumbre de lavarse, por lo menos, la cara y las manos. Lavadas estas partes, se lavaría después otras. Este Madrid, que entonces era futuro, se le representó con visiones de camisas limpias en todas las clases, de mujeres ya acostumbradas a mudarse todos los días, y de señores que eran la misma pulcritud. De aquí nació la idea de dedicar la casa al género blanco, y arraigada fuertemente la idea, poco a poco se fue haciendo realidad. Ayudado por D. Baldomero y Arnaiz, Gumersindo empezó a traer batistas finísimas de Inglaterra, holandas y escocias, irlandas y madapolanes, nansouk y cretonas de Alsacia, y la casa se fue levantando no sin trabajo de su postración hasta llegar a adquirir una prosperidad relativa. Complemento de este negocio en blanco, fueron la damasquería gruesa, los cutíes para colchones y la mantelería de Courtray que vino a ser especialidad de la casa, como lo decía un rótulo añadido al letrero antiguo de la tienda. Las puntillas y encajería mecánica vinieron más tarde, siendo tan grandes los pedidos de Arnaiz, que una fábrica de Suiza trabajaba sólo para él. Y por fin, las crinolinas dieron al establecimiento buenas ganancias. Isabel Cordero, que había presentido el Canal del Lozoya, presintió también el miriñaque; que los franceses llamaban Malakoff, invención absurda que parecía salida de un cerebro enfermo de tanto pensar en la dirección de los globos. ...
En la línea 971
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... le dieron siete calambres. ...
En la línea 335
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Estas palabras encolerizaron a los cerdos a tal grado que pusieron manos a la obra sin pérdida de tiempo. Entre ambos apalearon vigorosamente al niño, y luego dieron una golpiza a las niñas y a su madre por haber mostrado compasión de la víctima. ...
En la línea 893
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El asunto quedó resuelto; la realeza de Su Majestad fue admitida sin más preguntas ni discusiones, y las dos niñas empezaron al instante a preguntar cómo había ido a parar donde estaba, y cómo estaba tan mal vestido, y adónde se dirigía, y una infinidad de preguntas más. Fue un gran consuelo para el reyecito desahogar sus congojas donde no serían objeto de burlas ni de dudas; y así contó su historia con gran calor, olvidando mientras hasta su hambre, su historia fue escuchada con la más profunda y tierna compasión por las dos niñas. Pero cuando les refirió sus últimas aventuras y aquéllas se dieron cuenta del tiempo que llevaba el rey sin comer, no quisieron saber más, y salieron corriendo del granero para buscarle el desayuno. ...
En la línea 896
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La madre de las niñas recibió bondadosamente al rey, y se mostró llena de compasión, porque su desamparo y su razón, al parecer perturbada, conmovieron su corazón de mujer. Era viuda y pobre, conocía las penas demasiado de cerca para no compadecerse de los infortunados. Pensó que el demente niño se había extraviado alejándose de sus amigos y deudos, y así quiso averiguar de dónde venía, para poder dar pasos encaminados a devolverlo; mas todas sus referencias a las aldeas y lugares vecinas, y todas sus preguntas en el mismo sentido, no dieron resultado, porque en la cara del niño y en sus respuestas bien se notaba, que las cosas a que se refería la buena mujer, no le eran familiares. El rey hablaba con gravedad y sencillez de asuntos de la corte, y mas de una vez ahogaron su habla los sollozos al mencionar al difunto rey, su padre; pero siempre que la conversación cambiaba y versaba sobre materias menos elevadas, el niño perdía interés y permanecía en silencio. ...
En la línea 1117
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En el momento siguiente se apeó Hendon delante de la gran puerta, ayudó a bajar al rey, lo tomó de la mano y corrió al interior. A los pocos pasos dieron en un espacioso aposento; entró el soldado e hizo entrar al rey con más prisa de la que convenía, y corrió hacia un hombre que se hallaba sentado a un escritorio frente a un abundante fuego. ...
En la línea 359
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Durante tres años la muchacha fue testigo de sangrientas batallas donde perecieron miles de piratas y que dieron a Broocke una triste celebridad. ...
En la línea 1177
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Durante gran parte del día dieron vueltas por las playas; pero al ponerse el sol volvieron a internarse en los bosques inmediatos a la quinta de lord James Guillonk. ...
En la línea 51
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Las calurosas polémicas suscitadas por mi artículo le dieron una gran repercusión. Mis tesis congregaron un buen número de partidarios, lo que se explica por el hecho de que la solución que proponía dejaba libre curso a la imaginación. El espíritu humano es muy proclive a las grandiosas concepciones de seres sobrenaturales. Y el mar es precisamente su mejor vehículo, el único medio en el que pueden producirse y desarrollarse esos gigantes, ante los cuales los mayores de los animales terrestres, elefantes o rinocerontes, no son más que unos enanos. Las masas líquidas transportan las mayores especies conocidas de los mamíferos, y quizá ocultan moluscos de tamaños incomparables y crustáceos terroríficos, como podrían ser langostas de cien metros o cangrejos de doscientas toneladas. ¿Por qué no? Antiguamente, los animales terrestres, contemporáneos de las épocas geológicas, los cuadrúpedos, los cuadrumanos, los reptiles, los pájaros, alcanzaban unas proporciones gigantescas. El Creador los había lanzado a un molde colosal que el tiempo ha ido reduciendo poco a poco. ¿Por qué el mar, en sus ignoradas profundidades, no habría podido conservar esas grandes muestras de la vida de otra edad, puesto que no cambia nunca, al contrario que el núcleo terrestre sometido a un cambio incesante? ¿Por qué no podría conservar el mar en su seno las últimas variedades de aquellas especies titánicas, cuyos años son siglos y los siglos milenios? ...
En la línea 1141
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El 10 de febrero de 1828, Dumont d'Urville se presentó en Tikopia, donde tomó por guía e intérprete a un desertor establecido en esa isla, y de allí se dirigió a Vanikoro, cuyas costas avistó el 12 de febrero. Estuvo bordeando sus arrecifes hasta el 14, y tan sólo el 20 pudo fondear al otro lado de la barrera, en la rada de Vanu. El día 23, varios de sus oficiales dieron la vuelta a la isla y volvieron con algunos restos de escasa importancia. Los indígenas, ateniéndose a una actitud negativa y evasiva, rehusaban conducirles al lugar del naufragio. Esa sospechosa conducta les indujo a creer que los indígenas habían maltratado a los náufragos y que temían que Dumont d'Urville hubiese llegado para vengar a La Pérousse y a sus infortunados compañeros. Sin embargo, unos días más tarde, el 26, estimulados por algunos regalos y comprendiendo que no tenían que temer ninguna represalia, condujeron al lugarteniente de Dumont, Jasquinot, al lugar del naufragio. ...
En la línea 1154
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -El comandante La Pérousse partió el 7 de diciembre de 1785 con sus navíos Boussole y Astrolabe. Fondeó primero en Botany Bay, visitó luego el archipiélago de la Amistad, la Nueva Caledonia, se dirigió hacia Santa Cruz y arribó a Namuka, una de las islas del archipiélago Hapai. Llegó más tarde a los arrecifes desconocidos de Vanikoro. El Boussole, que iba delante, tocó en la costa meridional. El Astrolabe, que acudió en su ayuda, encalló también. El primero quedó destruido casi inmediatamente. El segundo, encallado a sotavento, resistió algunos días. Los indígenas dieron una buena acogida a los náufragos. Éstos se instalaron en la isla y construyeron un barco más pequeño con los restos de los dos grandes. Algunos marineros se quedaron voluntariamente en Vanikoro. Los otros, debilitados y enfermos, partieron con La Pérousse hacia las islas Salomón, para perecer allí en la costa occidental de la isla principal del archipiélago, entre los cabos Decepción y Satisfacción. ...
En la línea 1944
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... y le dieron cognomento ...
En la línea 450
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Por tales razones sentí contento en cuanto dieron las diez y salimos en dirección a la casa de la señorita Havisham, aunque no estaba del todo tranquilo con respecto al cometido que me esperaba bajo el techo de aquella desconocida. Un cuarto de hora después llegamos a casa de la señorita Havisham, toda de ladrillos, muy vieja, de triste aspecto y provista de muchas barras de hierro. Varias ventanas habían sido tapiadas, y las que quedaban estaban cubiertas con rejas oxidadas. En la parte delantera había un patio, también defendido por una enorme puerta, de manera qua después de tirar de la cadena de la campana tuvimos que esperar un rato hasta que alguien llegase a abrir la puerta. Mientras aguardábamos ante ésta, yo traté de mirar por la cerradura, y aun entonces el señor Pumblechook me preguntó: ...
En la línea 480
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Sí - replicó -, pero significa más de lo que dice. Cuando se lo dieron, querían dar a entender que quien poseyera esta casa no necesitaba ya nada más. Estoy persuadida de que en aquellos tiempos sus propietarios debían de contentarse fácilmente. Pero no te entretengas, muchacho. ...
En la línea 793
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... También oí los ratones que hacían ruido por detrás de las planchas de madera de los arrimaderos, como si la misma noticia hubiese despertado su interés. Pero las cucarachas no se dieron cuenta de la agitación y se agrupaban en torno del hogar con movimientos pausados, como si fuesen cortas de vista y de oído débil y no se hallasen en buenas relaciones de amistad unas con otras. ...
En la línea 1227
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... —Sin duda alguna. Ahora fíjese en lo impreso y vea si expresa con claridad que el acusado dijo que sus consejeros legales le dieron instrucciones concretas para que se reservara su defensa. ...
En la línea 2813
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Me limito a repetir lo que me confió en secreto Marfa Petrovna. Desde luego, el asunto está muy confuso desde el punto de vista jurídico. En aquella época habitaba aquí, e incluso parece que sigue habitando, una extranjera llamada Resslich que hacía pequeños préstamos y se dedicaba a otros trabajos. Entre esa mujer y el señor Svidrigailof existían desde hacía tiempo relaciones tan íntimas como misteriosas. La extranjera tenía en su casa a una parienta lejana, me parece que una sobrina, que tenía quince años, o tal vez catorce, y era sordomuda. Resslich odiaba a esta niña: apenas le daba de comer y la golpeaba bárbaramente. Un día la encontraron ahorcada en el granero. Cumplidas las formalidades acostumbradas, se dictaminó que se trataba de un suicidio. Pero cuando el asunto parecía terminado, la policía notificó que la chiquilla había sido violada por Svidrigailof. Cierto que todo esto estaba bastante confuso y que la acusación procedía de otra extranjera, una alemana cuya inmoralidad era notoria y cuyo testimonio no podía tenerse en cuenta. Al fin, la denuncia fue retirada, gracias a los esfuerzos y al dinero de Marfa Petrovna. Entonces todo quedó reducido a los rumores que circulaban; pero esos rumores eran muy significativos. Sin duda, Avdotia Romanovna, cuando estaba usted en casa de esos señores, oía hablar de aquel criado llamado Filka, que murió a consecuencia de los malos tratos que se le dieron en aquellos tiempos en que existía la esclavitud. ...
En la línea 3690
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Estaba sereno y seguro de si mismo. Todos se dieron cuenta desde el primer momento de que conocía la clave del enigma y de que el asunto se acercaba a su fin. ...
En la línea 4518
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Los empleadillos se encontraron con varios colegas y empezaron a reñir con ellos. Se escogió como árbitro a Svidrigailof. Éste estuvo un cuarto de hora tratando de averiguar el motivo del pleito; pero todos gritaban a la vez y no había medio de entenderse. Lo único que comprendió fue que uno de ellos había cometido un robo y vendido el objeto robado a un judío que había llegado oportuna y casualmente, hecho lo cual se negaba a repartirse con sus compañeros el producto de la operación. Al fin se descubrió que el objeto robado era una cucharilla de plata perteneciente al Vauxhall. Los empleados del establecimiento se dieron cuenta de la desaparición de la cucharilla, y el asunto habría tomado un cariz desagradable si Svidrigailof no hubiera acallado las protestas de los perjudicados. ...
En la línea 328
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —“Ja wo-h-ohl!” —grité, repentinamente, con todas mis fuerzas, prolongando la o, a la manera de los berlineses, que emplean a cada instante ese latiguillo en su conversación y prolongan más o menos la vocal o, para expresar diversos matices. Espantados, el barón y la baronesa dieron rápidamente media vuelta y se dieron casi a la huida. Entre el público algunas personas bromeaban, otros me miraban sin comprender. Por otra parte, mis recuerdos son vagos. ...
En la línea 584
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Los criados que la acompañaban, la masa imponente de su equipaje, paquetes inútiles, maletas, valijas y hasta cofres, dieron pie a aquella suposición. Luego, el sillón, el trono de la abuela, sus preguntas desconcertantes, hechas con perfecta despreocupación y en un tono que no admitía disculpa, en fin, su persona franca, brusca, autoritaria, terminaron de granjearse la consideración general. ...
En la línea 989
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En cuanto a esta última, había tomado, desde por la mañana, medidas decisivas. Había despedido al general, prohibiéndole que se volviese a presentar ante sus ojos. Cuando él corrió a unírsele en el casino y la encontró del brazo del pequeño príncipe, ni ella ni la señora viuda de Cominges dieron muestras de conocerle. El príncipe no saludó. ...
En la línea 212
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Llegó un día en que el afable Billie cayó y no pudo levantarse. Hal, como ya no tenía el revólver, cogió un hacha y allí mismo le asestó un golpe en la cabeza, tras lo cual liberó al cadáver del arnés y lo arrastró a un lado del camino. Buck lo vio todo, lo mismo que sus compañeros, y todos se dieron cuenta de que aquello lo tenían muy cerca. Al día siguiente cayó Koona, y se quedaron en cinco: Joe, demasiado exhausto para tener amargura; Pike, tullido y cojeando, sólo consciente a medias y no lo bastante como para escaquearse; Sol-leks, el tuerto, que todavía se esforzaba lealmente por cumplir su parte y se lamentaba por tener tan pocas fuerzas para tirar del trineo; Teek, que no había viajado tanto como los otros ese invierno y que ahora recibía más golpes que los demás por ser el más nuevo; y Buck, siempre a la cabeza del tiro, pero sin imponer disciplina ni quebrantarla, ciego de debilidad la mitad del tiempo, distinguiendo el camino por los reflejos y por el impreciso tacto de sus patas. ...
En la línea 234
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Un descanso viene muy bien después de haber viajado cinco mil quinientos kilómetros, y hay que admitir que Buck se volvió holgazán mientras las heridas cicatrizaban, recobraba la musculatura y la carne volvía a cubrirle los huesos. La verdad es que todos (Buck, John Thornton, Skeet y Nig) se dieron la gran vida mientras aguardaban el retorno de la balsa que debía llevarlos a Dawson. Skeet era una perrita setter que de entrada quiso hacer migas con Buck y, a cuyos avances, Buck, casi moribundo entonces, no estuvo en condiciones de oponerse. Tenía ese rasgo protector en exceso que distingue a algunos perros; y del mismo modo que una gata limpia a sus gatitos, lamía y limpiaba las heridas de Buck. Todas las mañanas, en cuanto Buck termina ba el desayuno, se entregaba a su tarea, y Buck acabó por esperar sus atenciones tanto como las de Thornton. Nig, igualmente afable, aunque lo demostraba menos, era un enorme perro negro, mitad sabueso, mitad lebrel, con ojos que reían y un inagotable buen talante. ...
En la línea 252
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Fue en Circle City, antes de que acabara el año, donde los hechos dieron razón a los temores de Pete el Negro Burton, un individuo malhumora do y pendenciero, había iniciado una riña con un forastero en un bar, cuando Thornton se interpuso entre ambos. Buck, según su costumbre, estaba echado en un rincón, con la cabeza sobre las patas, atento a cada movimiento de su amo. Burton, sin avisar, le soltó un puñetazo directo. Thornton salió despedido girando sobre sí mismo y sólo se salvó de la caída porque se agarró a la barra del bar. Los que miraban la escena oyeron algo que no fue ladrido ni un gruñido, sino más bien un rugido, y vieron que, desde el suelo, el cuerpo de Buck saltaba por los aires hacia la garganta de Burton. El hombre salvó la vida alzando instintivamente el brazo, pero cayó de espaldas con Buck encima. El perro aflojó la dentellada del brazo para buscar nuevamente la garganta. Esta vez el hombre sólo consiguió bloquear parcialmente el ataque y sufrió un desgarro en el cuello. Entonces la concurrencia se abalanzó sobre Buck, apartándolo; pero mientras un médico controlaba la hemorragia, él permaneció al acecho, gruñendo con furia, intentando atacar y forzado a retroceder ante el despliegue de garrotes. Enseguida se reunió una «asamblea de mineros», que decidió que el perro había sido provocado y lo exculpó. Pero su reputación estaba servida, y desde aquel día su nombre corrió de boca en boca por todos los campamentos de Alaska. ...
En la línea 259
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Hans se apresuró a sujetarlo con la cuerda, como si Buck fuera una embarcación. Con la cuerda así tensada y el ímpetu de la corriente, el tirón hundió a Buck bajo la superficie y bajo la superficie permaneció hasta que su cuerpo golpeó contra la orilla y lo sacaron del agua. Estaba medio ahogado, y Hans y Pete se arrojaron sobre él, haciéndole tragar aire y vomitar el agua. Se puso de pie tambaleándose y se fue al suelo. Hasta ellos llegó la débil voz de Thornton y, aunque no entendieron las palabras, se dieron cuenta de que ya no podía resistir más. Pero la voz de su amo actuó sobre Buck como una descarga eléctrica. Se levantó de un salto y salió corriendo por la orilla delante de los dos hombres, que se dirigían al punto donde antes se había lanzado. Le ataron otra vez la cuerda y de nuevo lo metieron en el agua; él salió nadando, pero esta vez directamente hacia el centro de la corriente. Había calculado mal en la ocasión anterior, pero no lo haría mal una segunda vez. Hans fue soltando cuerda despacio sin permitir que se aflojara, mientras Pete se ocupaba de que no se enredase. Buck esperó a estar alineado con la posición de Thornton; entonces giró y empezó a desplazarse hacia él a la velocidad de un tren expreso. Thornton lo vio venir y, en el momento en que Buck se precipitaba sobre él como un ariete empujado por la fuerza de la corriente, se irguió y se abrazó con ambos brazos al lanudo cuello del perro. Hans amarró la cuerda al tronco de un árbol y, con el tirón, Buck y Thornton se hundieron bajo el agua. Sofocados y jadeantes, a veces uno encima y a veces el otro, arrastrándose sobre el fondo desigual, chocando con pedruscos y ramas, viraron hacia la orilla. ...
En la línea 886
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Brotó entonces del grupo de inglesas ese enérgico silbido que en todos los idiomas significa: «¡Silencio!: cállense ustedes, y oigan, o dejen oír siquiera.» Las españolas se dieron al codo, y prosiguieron impertérritas con sus cuchicheos. ...
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