La palabra Diciendo ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Amnesia de Amado Nervo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece diciendo.
Estadisticas de la palabra diciendo
Diciendo es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1978 según la RAE.
Diciendo tienen una frecuencia media de 4.89 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la diciendo en 150 obras del castellano contandose 744 apariciones en total.
Algunas Frases de libros en las que aparece diciendo
La palabra diciendo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1445
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Si parece una señorita! Y el labriego, insensible a las melosidades gitanas, encerrado en sí mismo, pensativo e inerte, miraba al suelo, miraba a la bestia, se rascaba el cogote, y acababa diciendo con energía de testarudo: -Bueno; pues no done més (Bueno; pues no doy más). ...
En la línea 1469
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sus infortunios como carretero le habían hecho conocer las bestias, y se reía interiormente de algunos curiosos que, influídos por el mal aspecto del caballo, discutían con el gitano, diciendo que sólo era bueno para enviarlo a la Caldera. ...
En la línea 1265
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --No--siguió diciendo el señorito;--para Salvatierra una camisa de fuerza, y que vaya a propagar sus doctrinas en una casa de locos lo que le quede de vida. ...
En la línea 1451
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y Fermín, con tono zumbón, intentaba consolar a su amigo. Aquella mala racha pasaría. ¡Caprichos de mujeres, que se ponen de morros y fingen enfado para que las quieran más! El día en que menos lo pensase, vería a María de la Luz ir hacia él, diciendo que todo había sido una broma, para poner a prueba su cariño, y que lo quería más que antes. ...
En la línea 1753
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Sí, soy de los vuestros--siguió diciendo el joven.--Soy carpintero, pero me gusta vestir como los señoritos, y en vez de pasar la noche en la taberna, la paso en el teatro. Cada cual tiene sus aficiones... ...
En la línea 140
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... diciendo que hay un regalo ...
En la línea 520
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Tanto mejor para mí, señor, si me habláis, como decís, con franqueza; porque entonces me haréis el honor de estimar este parecido de gustos; mas si habéis teni do alguna desconfianza, muy natural por otra parte, siento que me pierdo diciendo la verdad; pero, tanto peor; así no dejaréis de estimar me, y es lo que quiero más que cualquier otra cosa en el mundo. ...
En la línea 1161
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Sus palabras eran breves y expresivas, diciendo siempre lo que querían decir, nada más: nada de adornos, nada de florituras, nada de arabescos. ...
En la línea 2050
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Entonces ella torció a la derecha, siguió un largo corredor, volvió a bajar un piso, dio algunos pasos más todavía, introdujo una llave en una cerradura, abrió una puerta y empujó al duque en una habitación iluminada sola mente por una lámpara de noche diciendo: «Quedad aquí, milord duque, vendrán». ...
En la línea 2191
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El señor Bonacieux se hallaba en la mayor perplejidad: ¿debía negar todo o decir todo? Negando todo, podría creerse que sabía demasiado para confesar; diciendo todo, daba prueba de buena vo luntad. ...
En la línea 666
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El cochero hizo alto delante del portal de una casona, y se apeó diciendo que por ser aún muy temprano, no se atrevía a continuar, pues si los ladrones residentes en la ciudad estaban sobre aviso, nos robarían, probablemente, y a él le matarían, pero que los moradores de aquella casa iban a salir para Lisboa un cuarto de hora más tarde, y esperándolos podíamos aprovechar su escolta de soldados y ponernos al abrigo de todo peligro. ...
En la línea 691
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El individuo aquel, en el atolondramiento de la borrachera, pareció al pronto dispuesto a despreciar tal pérdida, diciendo: «Se ha matado la mula; esa era la voluntad de Dios. ...
En la línea 718
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Anduvimos así un buen trecho y otra vez se detuvo el miedoso, diciendo que no podía resistir el influjo de las tinieblas; temblábanle las patas al caballo, contagiado, al parecer, del terror de su amo. ...
En la línea 783
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Departimos así un breve rato y luego se levantó, diciendo que ya debía de haber concluído la comida. ...
En la línea 134
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y añadió diciendo: -Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ...
En la línea 135
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia, ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras! Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: -¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!, mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. ...
En la línea 151
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había desayunado. ...
En la línea 180
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo, tan maltrecho que, si segundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. ...
En la línea 1405
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 1 «Mal de muchos, consuelo de tontos», dice un refrán castellano; y desde que tengo alguna experiencia he procurado insistir en que se modifique diciendo: «Mal de muchos ...
En la línea 1721
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... davía hoy (1835), se oyen contar en todas partes los fracasos de los cazadores, y sobre todo los de un hombre que se había llevado una estatua de la Virgen María y que después había vuelto al año siguiente por la de San José, diciendo que no convenía que la esposa estuviese separada de su marido. comido en Coquimbo con una señora anciana que se admiraba de haber vivido bastante tiempo para haber llegado a sentarse a la mesa con un inglés; pues recordaba perfectamente que, por dos veces, siendo niña, al solo grito de «¡los ingleses!» todos los habitantes se habían refugiado en las montañas, llevándose los objetos más preciados. ...
En la línea 331
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Mas no por esto dejaba el sabio de sacar a relucir la retórica, en que creía, ostentando atrevidas imágenes, figuras de gran energía, entre las que descollaban las más temerarias personificaciones y las epanadiplosis más cadenciosas: hablaban las murallas como libros y solían decir: tiemblan mis cimientos y mis almenas tiemblan; y tal puerta cochera hubo que hizo llorar con sus discursos patéticos; por lo cual solía terminar el artículo del arqueólogo diciendo: En fin, señores de la comisión de obras, sunt lacrimae rerum!. ...
En la línea 473
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Este fulminó terrible mirada de reprensión conyugal y rectificó diciendo: —Luciría más. ...
En la línea 569
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... º de una de sus Vetustas y ya iba a terminar con el epílogo que copiaremos a la letra, cuando Obdulia le interrumpió diciendo: —¡Dios mío! ¿Habrá aquí ratones? Yo creo sentir. ...
En la línea 624
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A este mismo señor canónigo que embozadamente le había reprendido algunas veces por la pimienta de sus epigramas, solía taparle la boca el Arcipreste diciendo: —Nada, nada, repito lo que mi paisano y queridísimo poeta Marcial dejó escrito para casos tales, es a saber: Lasciva est nobis pagina, vita proba est. ...
En la línea 164
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... — Mas, a pesar de tales destrucciones—siguió diciendo don Baltasar—. existía indudablemente una cantidad mayor de monumentos antiguos que en nuestra época, y su abandono daba a la ciudad cierto aspecto muy pintoresco. Una vegetación de varios siglos se había extendido sobre las ruinas. La superstición medieval las iba poblando de fantasmas y brujas. Si algunos artistas se cuidaban de desenterrarlas y dibujarlas, la plebe romana los creía unas veces magos y otras buscadores de tesoros. ...
En la línea 232
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sonrió con malicia al notar cierta extrañeza en sus oyentes, y siguió diciendo: ...
En la línea 250
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sitiando a Gaeta, dejaba salir de la famélica plaza a las mujeres y los niños. Esto permitía a sus defensores aguardar un avituallamiento que Imposibilitó momentáneamente la toma de la población: mas no por ello se arrepintió el Magnánimo de su generosidad. A unos que conspiraban contra él los perdonó, diciendo: «Yo les obligaré a reconocer que cuido más de su vida que ellos mismos.» ...
En la línea 272
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los primeros días del Pontificado de este español no fueron dichosos. Roma continuaba viviendo en la inseguridad de la guerra civil, con su vecindario dividido en bandos implacables. El 20 de abril se celebraba la coronación del primer Borgia. Por la mañana iba Calixto a la basílica de San Pedro, y un canónigo, para recordarle la fugacidad de las cosas terrenas, quemaba ante sus ojos un poco de estopa, diciendo: ...
En la línea 589
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Esta conferencia, -terminó diciendo el pigmeo- se la pagan espléndidamente, y como el doctor es pobre, no ha creído sensato rechazar la invitación. Parece que en otras ciudades importantes desean oírle también, y le retribuirán con no menos generosidad. Celebro que el ilustre profesor gane con esto más dinero que con sus libros. ¡Es tan bueno y merece tanto que la fortuna le proteja!… Pero Gillespie no sentía en este momento ningún interés por su primitivo traductor. Lo que le preocupaba era enterarse de la verdadera personalidad del hombrecillo que tenía ante el. Como si adivinase sus deseos, apartó el joven los velos que le cubrían el rostro, y Gillespie se llevó inmediatamente a un ojo la lente regalada por Flimnap. ...
En la línea 774
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Solo al ver que Gillespie hacía uso del micrófono, siguió diciendo en voz baja: ...
En la línea 1009
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¿Qué va a pasar ahora? -continuó diciendo el asustado profesor. ...
En la línea 1062
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Pido al Senado -terminó diciendo el orador- que le quiten al Hombre-Montaña lo que no le corresponde usar y que se envíe al Consejo Ejecutivo una ley para que mañana mismo lo vista con el recato y la decencia que exige su sexo. ...
En la línea 5
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando el niño estudiaba los últimos años de su carrera, verificose en él uno de esos cambiazos críticos que tan comunes son en la edad juvenil. De travieso y alborotado volviose tan juiciosillo, que al mismo Zalamero daba quince y raya. Entrole la comezón de cumplir religiosamente sus deberes escolásticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos. No sólo iba a clase puntualísimo y cargado de apuntes, sino que se ponía en la grada primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo, cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicación, como diciendo: «yo también me sé eso y algo más». Al concluir la clase, era de los que le cortan el paso al catedrático para consultarle un punto oscuro del texto o que les resuelva una duda. Con estas dudas declaran los tales su furibunda aplicación. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traía muy desasosegado. Por aquellos días no era todavía costumbre que fuesen al Ateneo los sabios de pecho que están mamando la leche del conocimiento. Juanito se reunía con otros cachorros en la casa del chico de Tellería (Gustavito) y allí armaban grandes peloteras. Los temas más sutiles de Filosofía de la Historia y del Derecho, de Metafísica y de otras ciencias especulativas (pues aún no estaban de moda los estudios experimentales, ni el transformismo, ni Darwin, ni Haeckel eran para ellos, lo que para otros el trompo o la cometa. ¡Qué gran progreso en los entretenimientos de la niñez! ¡Cuando uno piensa que aquellos mismos nenes, si hubieran vivido en edades remotas, se habrían pasado el tiempo mamándose el dedo, o haciendo y diciendo toda suerte de boberías… ! ...
En la línea 40
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Llevaba siempre los bolsillos atestados de chucherías, que mostraba para dejar bizcas a sus amigas. Eran tachuelas de cabeza dorada, corchetes, argollitas pavonadas, hebillas, pedazos de papel de lija, vestigios de muestrarios y de cosas rotas o descabaladas. Pero lo que tenía en más estima, y por esto no lo sacaba sino en ciertos días, era su colección de etiquetas, pedacitos de papel verde, recortados de los paquetes inservibles, y que tenían el famoso escudo inglés, con la jarretiera, el leopardo y el unicornio. En todas ellas se leía: Birmingham. «Veis… este señor Bermingán es el que se cartea con mi papá todos los días, en inglés; y son tan amigos, que siempre le está diciendo que vaya allá; y hace poco le mandó, dentro de una caja de clavos, un jamón ahumado que olía como a chamusquina, y un pastelón así, mirad, del tamaño del brasero de doña Calixta, que tenía dentro muchas pasas chiquirrininas, y picaba como la guindilla; pero mu rico, hijas, mu rico». ...
En la línea 41
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La chiquilla de Moreno fundaba su vanidad en llevar papelejos con figuritas y letras de colores, en los cuales se hablaba de píldoras, de barnices o de ingredientes para teñirse el pelo. Los mostraba uno por uno, dejando para el final el gran efecto, que consistía en sacar de súbito el pañuelo y ponerlo en las narices de sus amigas, diciéndoles: goled. Efectivamente, quedábanse las otras medio desvanecidas con el fuerte olor de agua de Colonia o de los siete ladrones, que el pañuelo tenía. Por un momento, la admiración las hacía enmudecer; pero poco a poco íbanse reponiendo, y Eulalia, cuyo orgullo rara vez se daba por vencido, sacaba un tornillo dorado sin cabeza, o un pedazo de talco, con el cual decía que iba a hacer un espejo. Difícil era borrar la grata impresión y el éxito del perfume. La ferretera, algo corrida, tenía que guardar los trebejos, después de oír comentarios verdaderamente injustos. La de la droguería hacía muchos ascos, diciendo: «¡Uy, cómo apesta eso, hija, guarda, guarda esas ordinarieces!». ...
En la línea 42
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al siguiente día, Barbarita, que no quería dar su brazo a torcer, llevaba unos papelitos muy raros de pasta, todos llenos de garabatos chinescos. Después de darse mucha importancia, haciendo que lo enseñaba y volviéndolo a guardar, con lo cual la curiosidad de las otras llegaba al punto de la desazón nerviosa, de repente ponía el papel en las narices de sus amigas, diciendo en tono triunfal: «¿Y eso?». Quedábanse Castita y Eulalia atontadas con el aroma asiático, vacilando entre la admiración y la envidia; pero al fin no tenían más remedio que humillar su soberbia ante el olorcillo aquel de la niña de Arnaiz, y le pedían por Dios que las dejase catarlo más. Barbarita no gustaba de prodigar su tesoro, y apenas acercaba el papel a las respingadas narices de las otras, lo volvía a retirar con movimiento de cautela y avaricia, temiendo que la fragancia se marchara por los respiraderos de sus amigas, como se escapa el humo por el cañón de una chimenea. El tiro de aquellos olfatorios era tremendo. Por último, las dos amiguitas y otras que se acercaron movidas de la curiosidad, y hasta la propia doña Calixta, que solía descender a la familiaridad con las alumnas ricas, reconocían, por encima de todo sentimiento envidioso, que ninguna niña tenía cosas tan bonitas como la de la tienda de Filipinas. ...
En la línea 129
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tom Canty, solo en el gabinete del príncipe, hizo buen uso de la ocasión. Volviáse de este y del otro lado ante el gran espejo, admirando sus galas;. luego dio unos pasos imitando el porte altivo del príncipe y sin dejar de observar los resultados en el espejo. Sacó después la hermosa espada y se inclinó, besando la hoja y cruzándola sobre el pecho, como había visto hacer a un caballero noble, por vía de saludo al lugarteniente de la Torre, cinco o seis semanas atrás, al poner en sus manos a los grandes lores de Norfolk y de Surrey, en calidad de prisioneros. Jugó Tom con la daga engastada en joyas que pendía de su cadera; examinó el valioso y bello decorado del aposento; probó cada una de las suntuosas sillas, y pensó cuán orgulloso se sentiría si el rebaño de Offal Court pudiera asomarse y verlo en esta grandeza. Preguntóse si creerían el maravilloso suceso que les contaría al volver a casa, o si menearían la cabeza diciendo que su desmedida imaginación había por fin trastornado su razón. ...
En la línea 213
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Entretanto lord St. John estaba diciendo al oído de Tom: ...
En la línea 239
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Sentóse después el fatigado cautivo y se dispuso a quitarse las zapatillas, después de pedir tímidamente permiso con la mirada; mas otro oficioso criada, también ataviado de seda y terciopelo, se arrodilló y le ahorró el trabajo. Dos o tres esfuerzos más hizo el niño por servirse a si mismo; mas, como siempre se le anticiparon vivamente, acabó por ceder con un suspiro de resignación y diciendo entre dientes: 'Maravillame que no se empeñen también en respirar por mi' En chinelas y envuelto en suntuosa bata se tendió por fin a reposar, pero no a dormir, porque su cabeza estaba demasiado llena de pensamientos y la estancia demasiado llena de gente. No podía desechar los primeros, así que permanecieron; no sabía tampoco lo bastante para despedir a los segundos, así que también se quedaron, con gran pesar del príncipe y de ellos. ...
En la línea 276
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El lord canciller entró y se arrodilló ante el lecho del rey, diciendo: ...
En la línea 721
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Levantóse ella cual movida por un resorte, como una hipnótica sugestionada, con la respiración anhelante. Cogióla él, la sentó sobre sus rodillas, la apretó fuertemente a su pecho, y teniendo su mejilla apretada contra la mejilla de la muchacha, que echaba fuego, estalló diciendo: ...
En la línea 752
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¡Bah! Usted ha estado diciendo y haciendo a esta lo que no pudo decir ni hacer a la otra. ...
En la línea 967
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Todo esto que estás diciendo, chiquilla, se parece mucho a eso que tu tío llama feminismo. ...
En la línea 1070
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pero si don Eloíno rechazó indignado tal proposición, figúrate lo que diría la patrona: «¿Yo? ¿Casarme yo, a mis años, y por tercera vez, con ese carcamal? ¡Qué asco!» Pero se informó del médico, le aseguraron que no le quedaban a don Eloíno sino muy pocos días de vida, y diciendo: «La verdad es que trece duros al mes me arreglan», acabó aceptándolo. Y entonces se le llamó al párroco, al bueno de don Matías, varón apostólico, como sabes, para que acabase de convencer al desahuciado. «Sí, sí, sí –dijo don Matías–; sí, ¡pobrecito!, ¡pobrecito!» Y le convenció. Llamó luego don Eloíno a Correíta y dicen que le dijo que quería reconciliarse con él –estaban reñidos–, y que fuese testigo de su boda. «Pero ¿se casa usted, don Eloíno?» «Sí, Correíta, sí, ¡me caso con la patrona!, ¡con doña Sinfo!; ¡yo, un Rodríguez de Alburquerque y Álvarez de Castro, figúrate! Yo porque me cuide los pocos días de vida que me queden… no sé si llegarán mis hermanos a tiempo de verme vivo… y ella por los trece duros de viudedad que le dejo.» ...
En la línea 1059
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -En cuanto a los infusorios -continuó diciendo-, en cuanto a esos miles de millones de animálculos, de los que sólo una gota de agua contiene millones y de los que hacen falta unos ochocientos mil para dar un peso de un miligramo, su papel no es menos importante. Absorben las sales marinas, asimilan los elementos sólidos del agua y, verdaderos creadores de continentes calcáreos, fabrican corales y madréporas. Y entonces, la gota de agua, privada de su elemento mineral, se aligera, asciende a la superficie donde absorbe las sales abandonadas por la evaporación, se hace más pesada, redesciende y lleva a los animálculos nuevos elementos para absorber. De ahí, una doble corriente ascendente y descendente, en un movimiento continuo, en el movimiento de la vida. La vida, más intensa que en los continentes, más exuberante, más infinita, triunfante en todas las partes del océano, elemento mortífero para el hombre, se ha dicho, pero elemento vital para miríadas de animales y para mí. ...
En la línea 1556
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La idea de salir del camarote me llevó a preguntarme si me hallaría preso o libre nuevamente. Libre por completo. Abrí la puerta, recorrí los pasillos y subí la escalera central. Las escotillas, cerradas la víspera, estaban abiertas. Llegué a la plataforma, donde ya estaban, esperándome, Ned y Conseil. A mis preguntas respondieron diciendo que no sabían nada. Les había sorprendido hallarse en su camarote, al despertarse de un pesado sueño que no había dejado en ellos recuerdo alguno. ...
En la línea 1965
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Desgraciadamente -continuó diciendo -no puedo conducirle a través de ese canal de Suez, pero podrá usted ver los largos muelles de Port Said, pasado mañana, cuando estemos en el Mediterráneo. -¡En el Mediterráneo! -exclamé. ...
En la línea 2550
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¿Qué es lo que me está usted diciendo, señor profesor? -me replicó el canadiense, en un tono que denotaba su incredulidad. ...
En la línea 239
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero no llegué más allá de la puerta de la casa, porque fui a dar de cabeza con un grupo de soldados armados, uno de los cuales tendía hacia mí unas esposas diciendo: ...
En la línea 300
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El otro seguía diciendo con voz entrecortada: ...
En la línea 391
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo me eché a llorar y empecé a pedirle perdón, arrojándome a su cuello. Joe me abrazó diciendo: ...
En la línea 393
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando hubo pasado esta escena emocionante, Joe continuó diciendo: ...
En la línea 802
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑En mi casa no hay escándalos ni pendencias, señor capitán ‑se apresuró a decir tan pronto como le fue posible (hablaba el ruso fácilmente, pero con notorio acento alemán)‑. Ni el menor escándalo ‑ella decía «echkándalo»‑. Lo que ocurrió fue que un caballero llegó embriagado a mi casa… Se lo voy a contar todo, señor capitán. La culpa no fue mía. Mi casa es una casa seria, tan seria como yo, señor capitán. Yo no quería «echkándalos»… Él vino como una cuba y pidió tres botellas ‑la alemana decía «potellas»‑. Después levantó las piernas y empezó a tocar el piano con los pies, cosa que está fuera de lugar en una casa seria como la mía. Y acabó por romper el piano, lo cual no me parece ni medio bien. Así se lo dije, y él cogió la botella y empezó a repartir botellazos a derecha e izquierda. Entonces llamé al portero, y cuando Karl llegó, él se fue hacia Karl y le dio un puñetazo en un ojo. También recibió Enriqueta. En cuanto a mí, me dio cinco bofetadas. En vista de esta forma de conducirse, tan impropia de una casa seria, señor capitán, yo empecé a protestar a gritos, y él abrió la ventana que da al canal y empezó a gruñir como un cerdo. ¿Comprende, señor capitán? ¡Se puso a hacer el cerdo en la ventana! Entonces, Karl empezó a tirarle de los faldones del frac para apartarlo de la ventana y… , se lo confieso, señor capitán… , se le quedó un faldón en las manos. Entonces empezó a gritar diciendo que man muss pagarle quince rublos de indemnización, y yo, señor capitán, le di cinco rublos por seis Rock. Como usted ve, no es un cliente deseable. Le doy mi palabra, señor capitán, de que todo el escándalo lo armó él. Y, además, me amenazó con contar en los periódicos toda la historia de mi vida. ...
En la línea 1154
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Bueno, ¿qué me estabas diciendo de ese pintor? ‑preguntó Zosimof, interrumpiendo con viva impaciencia la palabrería de Nastasia, que suspiró y se detuvo. ...
En la línea 1229
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Después? Pues ocurrió que, apenas vio los pendientes, se olvidó de su trabajo y de Mitri, cogió su gorro y corrió a la taberna de Duchkhine. Éste le dio, como ya sabemos, un rublo, y Nicolás le mintió diciendo que se había encontrado los pendientes en la calle. Luego se fue a divertirse. En lo que concierne al crimen, mantiene sus primeras declaraciones.»‑Yo no sabía nada ‑insiste‑, no supe nada hasta dos días después. ...
En la línea 1365
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Lujine no había esperado esta invitación. Se deslizaba ya entre la silla y la mesa. Esta vez, Rasumikhine se levantó para dejarlo pasar. Lujine no se dignó mirarle y salió sin ni siquiera saludar a Zosimof, que desde hacía unos momentos le estaba diciendo por señas que dejara al enfermo tranquilo. Al verle alejarse con la cabeza baja, era fácil comprender que no olvidaría la terrible ofensa recibida. ...
En la línea 338
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Señor, permítame que le pregunte: ¿Qué ha hecho usted?—comenzó diciendo el general. ...
En la línea 343
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Nada hay de eso. Desde Berlín tenía las orejas atiborradas de ese “Ja wohl!” constantemente repetido de un modo tan antipático. Al encontrarles en la avenida aquel “Ja wohl!” no sé por qué me vino a la memoria y tuvo el don de crisparme los nervios. Además, la baronesa, a quien he encontrado ya tres veces, tiene la costumbre de andar directamente hacia mí como si yo fuera un gusano al que se quiere aplastar con el pie; convenga conmigo en que yo puedo tener también mi amor propio. Me descubrí, diciendo muy cortésmente —le aseguro a usted que cortésmente—: “Madame, j'ai l'honneur d'étre votre esclave”. Cuando el barón se volvió, diciendo “Hein!”, me sentí incitado a gritar inmediatamente: “Ja wohl!”. Lancé dos veces esta exclamación, la primera con mi voz ordinaria y la segunda con toda la fuerza de mis pulmones. Eso es todo. ...
En la línea 343
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Nada hay de eso. Desde Berlín tenía las orejas atiborradas de ese “Ja wohl!” constantemente repetido de un modo tan antipático. Al encontrarles en la avenida aquel “Ja wohl!” no sé por qué me vino a la memoria y tuvo el don de crisparme los nervios. Además, la baronesa, a quien he encontrado ya tres veces, tiene la costumbre de andar directamente hacia mí como si yo fuera un gusano al que se quiere aplastar con el pie; convenga conmigo en que yo puedo tener también mi amor propio. Me descubrí, diciendo muy cortésmente —le aseguro a usted que cortésmente—: “Madame, j'ai l'honneur d'étre votre esclave”. Cuando el barón se volvió, diciendo “Hein!”, me sentí incitado a gritar inmediatamente: “Ja wohl!”. Lancé dos veces esta exclamación, la primera con mi voz ordinaria y la segunda con toda la fuerza de mis pulmones. Eso es todo. ...
En la línea 403
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Se lo ruego —dijo en tono suplicante—, deje usted eso! Se diría que usted está satisfecho de provocar un conflicto. ¡No es una satisfacción lo que usted desea, es un escándalo! Ya le he dicho que todo esto sería divertido y quizás hasta espiritual, pero —terminó diciendo al ver que me levantaba y cogía el sombrero—he venido para entregar estas líneas de parte de cierta persona… Lea, me encargaron que aguardase la respuesta. ...
En la línea 518
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Ese día las cuatro parejas llevaron a cabo concienzudamente todas las locuras campestres posibles en ese entonces. Principiaban las vacaciones, y era un claro y ardiente día de verano. Favorita, que era la única que sabía escribir, envió la noche anterior a Tholomyés una nota diciendo: 'Es muy sano salir de madrugada'. ...
En la línea 661
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Decididamente aquel hombre era un enigma. Pero las buenas almas salieron del paso diciendo: 'Es un aventurero'. ...
En la línea 801
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Fantina ya no tenía cama y le quedaba un pingajo al que llamaba cobertor, un colchón en el suelo y una silla sin asiento. Había perdido el pudor; después perdió la coquetería y últimamente hasta el aseo. A medida que se rompían los talones iba metiendo las medias dentro de los zapatos. Pasaba las noches llorando y pensando; tenía los ojos muy brillantes, y sentía un dolor fijo en la espalda. Tosía mucho; pasaba diecisiete horas diarias cosiendo, pero un contratista del trabajo de las cárceles que obligaba a trabajar más barato a las presas, hizo de pronto bajar los precios, con lo cual se redujo el jomal de las trabajadoras libres a nueve sueldos. Por ese entonces Thenardier le escribió diciendo que la había esperado mucho tiempo con demasiada bondad; que necesitaba cien francos inmediatamente; que si no se los enviaba, echaría a la calle a la pequeña Cosette. ...
En la línea 849
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... De repente, Fantina arregló el desorden de sus vestidos, y se dirigió a la puerta diciendo en voz baja a los soldados: ...
En la línea 63
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... En otros periodos de su extraña vida, la joven ha quedado imposibilitada para andar; pero entonces parecía algo más inteligente, y ponía a las personas y a las cosas nombres extraños, enteramente a su capricho. Se denominaba a sí misma “una cosa”, decía no tener boca y llamaba blanco al color negro y rojo al verde. Un día que el doctor la pidió que anduviese, replicó: “¿Anda?, ¿qué es eso?, ¿qué significa anda?”. Su tercera personalidad era idéntica a la de una niña que empieza leer y escribir; en este estado la agradaban mucho las tormentas, y siendo de ordinario muy pacífica, en ocasiones mordía sus propias ropas, diciendo que un “hombre malo se había apoderado de ella. ...
En la línea 64
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Algún tiempo después, la infeliz quedó sorda y muda, no pudiendo oír ni aun los ruidos más fuertes y hablando por señas con toda facilidad. Pronto se reveló en ella una quinta personalidad. Cierto día empezó a hablar de nuevo, diciendo que solamente tenía tres días de edad; afirmaba también que el fuego era negro, y lo que es más notable, todas las palabras que pronunciaba las decía al revés, esto es, empezando por la última letra, sin equivocarse nunca. Pasado algún tiempo, su inteligencia pareció entrar en un periodo de normalidad, pero hubo que enseñarla a leer y escribir. Negaba haber visto jamás al doctor Wilson, y en ocasiones perdía por completo el uso de sus manos. ...
En la línea 202
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... »Dickens -continúa Wilde- describe esta sensación como muy general. Conocemos -dice- en David Copperfield, por experiencia, el sentimiento que nos invade a veces de que cuanto estamos diciendo o haciendo ha sido dicho y hecho anteriormente, hace largo tiempo; que hemos estado rodeados de las mismas personas y de los mismos objetos, en las mismas circunstancias… que sabemos, en fin, perfectamente lo que se va a decir, como si lo recordáramos de repente. ...
En la línea 108
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y diciendo y haciendo, sentose el prohombre a la mesa atestada de periódicos, cartas y libros, y tomando un pliego de timbrado papel, dejó correr la mano garrapateando el blanco folio con su letra precipitada, ininteligible casi, de hombre abrumado de asuntos. Doblolo, deslizándolo dentro de un sobre, y sin cerrarlo lo entregó a su amigo. ...
En la línea 1037
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Trasportaron a Pilar casi en brazos, del departamento a la berlina, y el cochero azotó al destartalado jamelgo. El comisionado se instaló en el pescante, no sin muchos encargos y explicaciones hechos antes al postillón del ómnibus. Cuando después de rodar por anchas y magníficas calles se detuvo el simón frente a la fonda de la Alavesa, saltó Lucía al suelo ligera como una perdiz, diciendo al comisionado: ...
En la línea 1120
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y miró hacia todas partes buscando la puerta. La cual estaba en el fondo, frontera a la que al jardín salía, y Lucía alzó el tupido cortinón y puso la trémula mano en el pestillo, saliendo a un corredor casi del todo tenebroso. Quedose sin respirar, y lo que es peor, sin saber adónde se encaminase, y entonces maldijo mil veces de su terquedad en no haber querido visitar antes la casa. De pronto oyó un ruido, unos tropezones sonoros, un choque de vajilla y loza… El ama Engracia fregoteaba sin duda los platos en la cocina. ¿Cómo lo adivinó tan presto Lucía? El entendimiento se aguza en las horas críticas y extraordinarias. Guiada negativamente por el ruido, Lucía siguió andando en dirección opuesta, hacia el extremo del pasillo, en que reinaba el silencio. El piso alfombrado apagaba su andar, y con ambas manos extendidas palpaba las dos murallas buscando una puerta. Al fin, sintió ceder el muro, y, siempre con las manos delante, penetró en una estancia que le pareció chica, y donde al pasar tropezó en varios objetos, entre ellos unas barras de metal que se le figuraron de una cama. De allí pasó a otra habitación mucho mayor, todavía iluminada por un leve resto de luz diurna, que entraba por alta vidriera. Lucía no dudó ni un instante de su acierto: aquella cámara debía de ser la de Artegui. Había estanterías cargadas de volúmenes, preciosas pieles de animales arrojadas al desdén por la alfombra, un diván, una panoplia de ricas armas, algunas figuras anatómicas, enorme mesa escritorio con papeles en desorden, estatuas de tierra cocida y de bronce, y sobre el diván un retrato de mujer, cuyas facciones no se distinguían. Medio desmayada se dejó caer Lucía en el diván, cruzando ambas manos sobre el seno izquierdo, que levantaban los desordenados latidos del corazón, y diciendo en voz alta también: ...
En la línea 1124
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Atropelláronse en su mente mil pensamientos. De seguro que ya habrían preguntado en la fonda por ella. Puede que estuviese de vuelta el Padre Arrigoitia; y se volverían locos buscándola en el jardín, en su cuarto, en todas partes. No sabía ella misma por qué se acordaba antes del Padre Arrigoitia que de Miranda; pero es lo cierto que su temor principal era darse de manos a boca con el afable jesuita, que le diría sonriendo: «¿De dónde bueno, hija?» Hostigada por tales imaginaciones, se levantó tambaleándose, y diciendo entre dientes: ...
En la línea 97
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Andrés Stuart, a quien tocaba dar, recogió las cartas, diciendo: ...
En la línea 472
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las ocho de la mañana, y a quince millas antes de la estación de Rothal, el tren se detuvo en medio de un extenso claro del bosque, rodeado de 'bungalows' y de cabañas de obreros. El conductor del tren pasó delante de la línea de vagones diciendo: ...
En la línea 542
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El parsi saltó a tierra, ató el elefante a un árbol y penetró en lo más espeso del bosque. Algunos minutos después volvió diciendo: ...
En la línea 679
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Y yendo hacia el elefante le ofreció algunos terrones de azúcar, diciendo: ...

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