La palabra Dedos ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece dedos.
Estadisticas de la palabra dedos
Dedos es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1865 según la RAE.
Dedos tienen una frecuencia media de 51.55 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la dedos en 150 obras del castellano contandose 7836 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Dedos
Cómo se escribe dedos o dedoz?

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece dedos
La palabra dedos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1458
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Metió sus dedos entre la amarillenta dentadura, pasó sus manos por las ancas, levantó sus cascos para inspeccionarlos, lo registró cuidadosamente entre las piernas. ...
En la línea 1947
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los viejos se apoyaban en gruesos cayados de Liria, amarillos y con arabescos negros; la gente joven mostraba remangados los brazos nervudos y rojizos, y como contraste movía delgadas varitas de fresno entre sus dedos enormes y callosos. ...
En la línea 1966
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De las vigas, como bambalinas grasientas, colgaban pabellones de longanizas y morcillas o ristras de pequeños pimientos rojos y puntiagudos como dedos de diablo, y rompiendo la monotonía de tal decorado, algún jamón rojo y borlones majestuosos de chorizos. ...
En la línea 703
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sacó por entre los hierros, echando atrás el cuerpo, una mano de suave almohadillado y graciosos hoyuelos. Rafael la cogió para acariciarla con arrobamiento. Después besó las uñas sonrosadas, chupó las yemas de sus dedos finos con una delectación que hizo agitarse a María de la Luz con nerviosas contorsiones detrás de la reja. ...
En la línea 1149
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los _Alcaparrones_ contemplaban el cadáver a distancia, sin besarlo, ni osar el más leve contacto con él, con el respeto supersticioso que la muerte inspira a su raza. Pero la vieja, de pronto se llevó las crispadas manos al rostro, arañándolo, hundiendo los dedos en su pelo aceitoso, de una negrura que desafiaba a los años. Volaron en torno de su cara los flácidos rabos de la cabellera y un aullido estridente hizo temblar a todos. ...
En la línea 4574
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Presentad los dedos, ¿estáis ahora?-Ciertamente -respondió Aramis lleno de delectación -, pero el asunto es sutil. ...
En la línea 4575
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Los dedos! -prosiguió el jesuita -San Pedro bendice con los dedos. ...
En la línea 4575
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Los dedos! -prosiguió el jesuita -San Pedro bendice con los dedos. ...
En la línea 4576
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El papa bendice por ta nto con los dedos también. ...
En la línea 1298
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Las dos mujeres jóvenes no se cansaban de bailar, mientras la vieja hacía a veces restallar sus dedos o medía el compás golpeando en el suelo con el palo. ...
En la línea 1481
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Siento que el gitano ese haya podido pasar; si se le encuentra usted, al menor gesto sospechoso péguele un tiro o atraviésele sin vacilar; es un ladrón muy conocido, _contrabandista_ y asesino; más muertes ha hecho que dedos tiene en las manos. ...
En la línea 2077
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Hubo un momento de silencio, interrumpido por una voz tonante: «_¡El pañuelo!_» Sacaron un pañuelo azul, en el que llevaban algo envuelto; lo desataron, y aparecieron una mano ensangrentada y tres o cuatro dedos seccionados, con los que revolvían el contenido del cuenco. ...
En la línea 3814
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Llevaba al cuello una gruesa cadena de oro, en los dedos anchos anillos, y engastado en uno de ellos, un magnífico rubí. ...
En la línea 1049
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto o malferido, y, acordándose de su licor, sacó su alcuza y púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estómago; mas, antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza tan de lleno que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano. ...
En la línea 1077
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Metió Sancho los dedos, y, estándole tentando, le dijo: -¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte? -Cuatro -respondió don Quijote-, fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas. ...
En la línea 1203
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas, como don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos, y Sancho estaba tan junto y cosido con él que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo escusar de que algunos no llegasen a sus narices; y, apenas hubieron llegado, cuando él fue al socorro, apretándolas entre los dos dedos; y, con tono algo gangoso, dijo: -Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo. ...
En la línea 1206
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Retírate tres o cuatro allá, amigo -dijo don Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices)-, y desde aquí adelante ten más cuenta con tu persona y con lo que debes a la mía; que la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este menosprecio. ...
En la línea 416
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El viscache tiene una costumbre muy singular: lleva a la entrada de su guarida todos los objetos duros que encuentra. Alrededor de cada grupo de agujeros se ven reunidos en un montón irregular, casi tan grande como el contenido de una carretilla, huesos, piedras, tallos de cardo, terrones de barro endurecido, estiércol seco de buey, etc. Me han dicho (y la persona que me ha dado la noticia es digna de crédito) que, si un jinete pierde el reloj durante la noche, está casi seguro de encontrarlo a la mañana 1 El viscache (Lagostomus Trichoductylus) se parece un poco a un conejo grande, pero tiene más gruesos dientes y más larga la cola. Sin embargo, como el agutí sólo tiene tres dedos en las patas de atrás. Desde algunos años se exporta su piel a Inglaterra, a causa de beneficiarse en la peletería. ...
En la línea 513
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... he visto a un caballo muy fogoso que guiaban cogiendo la brida sólo con el pulgar y el índice, haciéndole galopar con toda rapidez en derredor de un patio; luego le hacían girar alrededor de un poste sin disminuir su velocidad y a una distancia tan igual, que durante todo el tiempo el jinete tocaba el poste con uno de sus dedos; por último, dando media vuelta en el aire, el jinete continuaba con la misma rapidez su circuito en opuesta dirección tocando el poste con la otra mano. ...
En la línea 1120
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Comienzan por decir que no son españoles sino desgraciados indios que tienen la imperiosa necesidad de tabaco y de algunos artículos. Caylen, la más meridional de estas islas, cambiaron los marineros un paquete de tabaco que apenas valdría 15 céntimos por dos gallinas, una de las cuales, dice el indio, tiene un pellejo entre los dedos, y resultó ser un magnífico pato ...
En la línea 2224
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En la época de Pernety (1763) debían ser mucho menos tímidos que hoy los pájaros de las islas Falkland; pues afirma este viajero que el opetiorhynchus iba casi a posarse en sus dedos y que un día mató diez con una varita. esa época debían ser allí, por lo tanto, los pájaros tan poco tímidos, como lo son hoy en las islas Galápagos. ...
En la línea 447
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cierta ocasión ella había dejado caer el pañuelo, un pañuelo que olía como aquella carta, y él lo había recogido y al entregárselo se habían tocado los dedos y ella había dicho: —Gracias, Saturno. ...
En la línea 504
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su autoridad, que era absoluta casi, no conseguía sujetar aquel azogue que se le marchaba por las junturas de los dedos. ...
En la línea 780
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y salió de la catedral haciendo cálculos por los dedos, que se le antojaban cábalas, asechanzas, espionaje, intrigas y hasta postigos secretos y escaleras subterráneas. ...
En la línea 912
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su abundante cabellera, de un castaño no muy obscuro, caía en ondas sobre la espalda y llegaba hasta el asiento de la mecedora, por delante le cubría el regazo; entre los dedos cruzados se habían enredado algunos cabellos. ...
En la línea 1376
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Uno se llamaba Diego García de Paredes, y era apodado el Sansón de Extremadura, atribuyéndole la tradición —tantas eran sus fuerzas—el arranque en una iglesia de la pila de agua bendita para que una dama mojase sus dedos en ella con más facilidad, el detener con sola una mano la marcha de una carreta de bueyes, el hacer frente a todas las avanzadas de un ejército, protegiendo de este modo la retirada de los suyos. A otro, también extremeño, Gonzalo Pizarro, lo apodaban el Romano, en Trujillo, su ciudad natal, a causa de sus campañas en Italia. Mucho antes de servir a César Borgia había tenido un bastardo con una campesina de su tierra, abandonándolo. y este chicuelo, llamado Francisco, que guardaba cerdos v no había tenido tiempo para aprender a leer, conquistaba años adelante a orillas del Pacifico un Imperio enorme, llamado del Perú, gobernando como rey los vastísimos territorios de los Incas vencidos. ...
En la línea 817
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tuvo que atender a su traductora, sacándola de su refugio, después de esta broma un poco ruda. Se sentó en el suelo, rompiendo bajo su peso varios árboles. Luego metió una mano en un arroyo próximo, pasando dos dedos sobre la cara de su acompañante. Esta empezó a despertar bajo la caricia húmeda. ...
En la línea 883
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El gigante extendió la mano sobre las torres, y tomando entre dos dedos a Ra-Ra, lo puso delicadamente en la abertura del bolsillo alto de su chaqueta. El joven le guiaría en su excursión, como el cornac que va sentado en la testa del elefante. ...
En la línea 1087
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Avisado por los gritos del profesor, Gillespie bajo su cabeza hasta el nivel de su asiento, sacándole con dos dedos de la espiral cimbreante. Luego, colocándolo en la palma de la otra mano, lo fue subiendo hasta cerca de su rostro. ...
En la línea 1209
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La proposición fue admitida acto seguido por los senadores que gustaban de las soluciones de carácter utilitario. El público la encontró también acertada. Los pigmeos se sentían halagados al pensar que iban a infligir una existencia de crueldades y privaciones a aquel gigante capaz de aplastarlos entre sus dedos. Esto resultaba mas útil y mas divertido que darle muerte. ...
En la línea 84
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le hacía ordinariamente sus confidencias. «Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no sé qué hacer. Dios me protege, que si no… Tú no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. ¡Pero las niñas!… ¡Y con estas modas de ahora y este suponer!… ¿Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas más. ¡Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de cáñamo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este año he suprimido los estofados. Sé que los dependientes refunfuñan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. ¿Creerás que un quintal de carbón se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos días… pif… parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupiñá dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada». En la casa había dos mesas. En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habría rendido a cualquiera mujer, no fatigaba visiblemente a Isabel. A medida que las niñas iban creciendo, disminuía para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebaño, cada vez más perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artículo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tenía más remedio que vestirse y concurrir con su género a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo hacía, ponían las nenas unos morros que no se las podía aguantar. Era también de rúbrica el paseíto los domingos, en corporación, las niñas muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecían lo que no eran, la mamá muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo parecía. ...
En la línea 130
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Por entre los dedos de la chica se escurrían aquellas babas gelatinosas y transparentes. Tuvo tentaciones Juanito de aceptar la oferta; pero no; le repugnaban los huevos crudos. ...
En la línea 131
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No, gracias. Ella entonces se lo acabó de sorber, y arrojó el cascarón, que fue a estrellarse contra la pared del tramo inferior. Estaba limpiándose los dedos con el pañuelo, y Juanito discurriendo por dónde pegaría la hebra, cuando sonó abajo una voz terrible que dijo: ¡Fortunaaá! Entonces la chica se inclinó en el pasamanos y soltó un yia voy con chillido tan penetrante que Juanito creyó se le desgarraba el tímpano. El yia principalmente sonó como la vibración agudísima de una hoja de acero al deslizarse sobre otra. Y al soltar aquel sonido, digno canto de tal ave, la moza se arrojó con tanta presteza por las escaleras abajo, que parecía rodar por ellas. Juanito la vio desaparecer, oía el ruido de su ropa azotando los peldaños de piedra y creyó que se mataba. Todo quedó al fin en silencio, y de nuevo emprendió el joven su ascensión penosa. En la escalera no volvió a encontrar a nadie, ni una mosca siquiera, ni oyó más ruido que el de sus propios pasos. ...
En la línea 143
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Dos, señora, dos—dijo Plácido corroborando con igual número de dedos muy estirados lo que la voz denunciaba—. No les pude ver las estampas. Eran de estas de mantón pardo, delantal azul, buena bota y pañuelo a la cabeza… en fin, un par de reses muy bravas. ...
En la línea 264
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Terminada su comida, se acercó un lord y le presentó un recipiente de oro, ancho y plano, lleno de fragante agua de rosas, para que se limpiarala boca y los dedos; y, a su lado, milord el mastelero hereditario permanecía de pie con una servilleta. Tom contempló el recipiente, perplejo por un momento, luego lo llevó a sus labios y bebió un sorbo gravemente. En seguida se la devolvió al lord y dijo: ...
En la línea 405
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tan pronto Miles Hendon y el príncipe niño se vieron lejos de la turba, se encaminaron hacia el río por callejuelas y veredas angostas. No hallaron obstáculo en su camino hasta que llegaron cerca del Puente de Londres; pero entonces se toparon de nuevo con la muchedumbre, sin haber soltado aún Hendon la muñeca del príncipe, es decir, del rey. Ya había trascendido la terrible noticia, que Eduardo supo a un tiempo por miles de voces: 'El rey ha muerto.' Esta nueva estremeció el corazón del pobre niño abandonado y le hizo temblar de pies a cabeza. Comprendiendo la enormidad de su pérdida, se sintió invadido por amargo dolor, porque el inflexible tirano que tanto terror ocasionaba a los demás había sido siempre dulce con él. Asomaron las lágrimas a sus ojos y le borraron la visión de todos los objetos. Por un instante se sintió la más infeliz, abandonada y desamparada de las criaturas de Dios. Después otro grito estremeció la noche en muchas millas a la redonda: '¡Viva el rey Eduardo VI!', y esto hizo centellear los ojos del niño y le estremeció de orgullo hasta las yemas de los dedos. ...
En la línea 1368
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hemos visto que este conjunto de damas está sembrado de diamantes, y vemos también que constituye un maravilloso espectáculo, pero… , ahora estamos a punto de asombrarnos de verdad. Cerca de las nueve, de pronto se rasgan las nubes y una saeta de luz de sol hiende la tibia atmósfera y recorre lentamente las filas de damas, y cada, fila que toca se enciende con un delumbrante esplendor de fuegos multicolores, y a nosotros nos hormiguean hasta las puntas de los dedos con el estremecimiento eléctrico que nos atraviesa por la sorpresa y la belleza del espectáculo. Ahora un enviado especial de algún lejano rincón del Oriente entra con el cuerpo de embajadores extranjeros; cruza aquella barra de luz de sol, y nosotros retenemos el aliento, tan subyugante es el fulgor que irradia y centellea a su alrededor, pues está cubierto de piedras preciosas de pies a cabeza, y al más ligero movimiento derrama en tomo suyo una radiante danza de luces. ...
En la línea 1417
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –De guasa, príncipe, cambiamos vestidos. Luego nos pusimos delante de un espejo, y éramos tan parecidos que los dos dijimos que parecía que no hubiera habido cambio ninguno; sí, recordáis eso. Luego notasteis que el soldado había herido mi mano; ¡mirad!, hela aquí; ni siquiera puedo aún escribir con ella, tan tiesos están los dedos. En esto, Vuestra Alteza dio un salto, jurando vengaros del soldado, y corristeis hacia la puerta; pasasteis junto a una mesa; eso que llamáis el Sello estaba sobre ella; lo tornasteis y mirasteis entorno afanosamente, como buscando sitio donde esconderlo; vuestra mirada lo encontró… ...
En la línea 512
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y él, al sentir así sacudida su mano, la separó de donde la posaba, pero fue para echar el brazo sobre el cuello y hacer juguetear entre sus dedos uno de los pendientes de su novia. Eugenia le dejaba hacer. ...
En la línea 618
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pero, permítame… –y le cogió entre sus manos la diestra aquella blanca y fría como la nieve, de ahusados dedos, hecha para acariciar las teclas del piano, para arrancarles dulces arpegios. ...
En la línea 795
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Junto a él un hombre susurraba rezos. El hombre se levantó para salir y él le siguió. A la salida de la iglesia el hombre aquel mojó los dedos índice y corazón de su diestra en el aguabenditera y ofreció agua bendita a Augusto, santiguándose luego. Encontráronse en la cancela. ...
En la línea 978
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿De qué disparate? Vamos, di, rica –y le acariciaba el cuello ensortijándose en uno de sus dedos un rizo de la nuca de la muchacha. ...
En la línea 289
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El libro estaba cubierto de caracteres finos y elegantes, pero no pudo comprender palabra alguna, aun cuando se asemejaban a los de la lengua del portugués Yáñez. Cogió con delicadeza la flor y la contempló largo rato. La olió varias veces, procurando no estropearla con sus dedos que nunca tocaron otra cosa que la empuñadura de la cimitarra. Experimentó de nuevo una sensación extraña, un estremecimiento misterioso. Casi con pesar colocó la flor entre las páginas y cerró el libro. ...
En la línea 1004
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En aquel momento, el suelo adquirió un declive muy pronunciado. La luz cobró una tonalidad uniforme. Alcanzamos una profundidad de cien metros que nos sometió a una presión de diez atmósferas. Pero nuestros trajes estaban tan bien concebidos para ello que esa presión no me causó ningún sufrimiento. únicamente sentí una cierta molestia en las articulaciones de los dedos, pero fue pasajera. En cuanto al cansancio que debía producir un paseo de dos horas, embutido en una escafandra a la que no estaba acostumbrado, era prácticamente nulo, pues mis movimientos, ayudados por el agua, se producían con una sorprendente facilidad. ...
En la línea 1383
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Señor Aronnax -respondió el capitán Nemo, cuyos dedos se habían posado nuevamente sobre el teclado del órgano-, aunque todos los indígenas de la Papuasia se reunieran en esta playa, nada tendría que temer de sus ataques al Nautilus. ...
En la línea 1384
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los dedos del capitán corrieron de nuevo por el teclado del instrumento, y observé que sólo golpeaba las teclas negras, lo que daba a sus melodías un color típicamente escocés. Pronto olvidó mi presencia y se sumió en una ensoñación que no traté de disipar. ...
En la línea 1739
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Amigo Ned, para el poeta, la perla es una lágrima del mar; para los orientales, es una gota de rocío solidificada; para las damas, es una joya de forma oblonga, de brillo hialino, de una materia nacarada, que ellas llevan en los dedos, en el cuello o en las orejas; para el químico, es una mezcla de fosfato y de carbonato cálcico con un poco de gelatina, y, por último, para el naturalista, es una simple secreción enfermiza del órgano que produce el nácar en algunos bivalvos. ...
En la línea 344
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Una tía abuela del señor Wopsle daba clases nocturnas en el pueblo; es decir, que era una ridícula anciana, de medios de vida limitados y de mala salud ilimitada, que solía ir a dormir de seis a siete, todas las tardes, en compañía de algunos muchachos que le pagaban dos peniques por semana cada uno, a cambio de tener la agradable oportunidad de verla dormir. Tenía alquilada una casita, y el señor Wopsle disponía de las habitaciones del primer piso, en donde nosotros, los alumnos, le oíamos leer en voz alta con acento solemne y terrible, así como, de vez en cuando, percibíamos los golpes que daba en el techo. Existía la ficción de que el señor Wopsle «examinaba» a los alumnos una vez por trimestre. Lo que realmente hacía en tales ocasiones era arremangarse los puños, peinarse el cabello hacia atrás con los dedos y recitarnos el discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César. Inevitablemente seguía la oda de Collins acerca de las pasiones, y, al oírla, yo veneraba especialmente al señor Wopsle en su personificación de la Venganza, cuando arrojaba al suelo con furia su espada llena de sangre y tomaba la trompeta con la que iba a declarar la guerra, mientras nos dirigía una mirada de desesperación. Pero no fue entonces, sino a lo largo de mi vida futura, cuando me puse en contacto con las pasiones y pude compararlas con Collins y Wopsle, con gran desventaja para ambos caballeros. ...
En la línea 510
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — A veces tengo caprichos de enferma - continuó -. Y ahora tengo el de desear que alguien juegue. ¡Vamos, muchacho! - dijo moviendo impaciente los dedos de su mano derecha -. ¡Juega, juega! ...
En la línea 547
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo empecé a recordarle que estábamos en miércoles, pero me interrumpió con el mismo movimiento de impaciencia de los dedos de su mano derecha. ...
En la línea 628
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mira, Joe dije agarrándome a una manga de la camisa que tenía arremangada y empezando a retorcerla entre mis dedos -. ¿Te acuerdas de lo que he dicho acerca de la señorita Havisham? ...
En la línea 80
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Era un hombre que había rebasado los cincuenta, robusto y de talla media. Sus escasos y grises cabellos coronaban un rostro de un amarillo verdoso, hinchado por el alcohol. Entre sus abultados párpados fulguraban dos ojillos encarnizados pero llenos de vivacidad. Lo que más asombraba de aquella fisonomía era la vehemencia que expresaba ‑y acaso también cierta finura y un resplandor de inteligencia‑, pero por su mirada pasaban relámpagos de locura. Llevaba un viejo y desgarrado frac, del que sólo quedaba un botón, que mantenía abrochado, sin duda con el deseo de guardar las formas. Un chaleco de nanquín dejaba ver un plastrón ajado y lleno de manchas. No llevaba barba, esa barba característica del funcionario, pero no se había afeitado hacía tiempo, y una capa de pelo recio y azulado invadía su mentón y sus carrillos. Sus ademanes tenían una gravedad burocrática, pero parecía profundamente agitado. Con los codos apoyados en la grasienta mesa, introducía los dedos en su cabello, lo despeinaba y se oprimía la cabeza con ambas manos, dando visibles muestras de angustia. Al fin miró a Raskolnikof directamente y dijo, en voz alta y firme: ...
En la línea 485
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Terminada esta operación, Raskolnikof introdujo los dedos en una pequeña hendidura que había entre el diván turco y el entarimado y extrajo un menudo objeto que desde hacía tiempo tenía allí escondido. No se trataba de ningún objeto de valor, sino simplemente de un trocito de madera pulida del tamaño de una pitillera. Lo había encontrado casualmente un día, durante uno de sus paseos, en un patio contiguo a un taller. Después le añadió una planchita de hierro, delgada y pulida de tamaño un poco menor, que también, y aquel mismo día, se había encontrado en la calle. Juntó ambas cosas, las ató firmemente con un hilo y las envolvió en un papel blanco, dando al paquetito el aspecto más elegante posible y procurando que las ligaduras no se pudieran deshacer sin dificultad. Así apartaría la atención de la vieja de su persona por unos instantes, y él podría aprovechar la ocasión. La planchita de hierro no tenía más misión que aumentar el peso del envoltorio, de modo que la usurera no pudiera sospechar, aunque sólo fuera por unos momentos, que la supuesta prenda de empeño era un simple trozo de madera. Raskolnikof lo había guardado todo debajo del diván, diciéndose que ya lo retiraría cuando lo necesitara. ...
En la línea 765
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sentía un profundo malestar y temía no poder vencerlo. Trataba de fijar su pensamiento en cuestiones indiferentes, pero no lo conseguía. Sin embargo, el secretario le interesaba vivamente. Se dedicó a estudiar su fisonomía. Era un joven de unos veintidós años, pero su rostro, cetrino y lleno de movilidad, le hacía parecer menos joven. Iba vestido a la última moda. Una raya que era una obra de arte dividía en dos sus cabellos, brillantes de cosmético. Sus dedos, blancos y perfectamente cuidados, estaban cargados de sortijas. En su chaleco pendían varias cadenas de oro. Con gran desenvoltura, cambió unas palabras en francés con un extranjero que se hallaba cerca de él. ...
En la línea 1030
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Pero de dónde sacará las frambuesas? ‑preguntó Nastasia, que mantenía un platillo sobre la palma de su mano, con todos los dedos abiertos, y vertía el té en su boca, gota a gota haciéndolo pasar por un terrón de azúcar que sujetaba con los labios. ...
En la línea 1125
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La avenida estaba oscura, tanto que difícilmente habría podido distinguir los dedos de mis manos. Había quinientos metros hasta el hotel. No he tenido nunca miedo, ni aun en mi niñez. En aquella hora tampoco pensaba en ello. No puedo recordar lo que iba pensando por el camino. Mi cabeza estaba vacía. Experimentaba tan sólo una especie de voluptuosidad intensa —embriaguez del éxito, de la victoria, de la potencia—; no sé cómo explicarme. ...
En la línea 314
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Bajémonos: beberá usted en la fonda -respondió Artegui, a quien el imprevisto suceso comenzaba a sacar de su abstracción. Y saltando el primero, ofreció el brazo a Lucía, que se apoyó sin ceremonias, y a impulsos de la sed, echó a correr hacia la cantina, donde algunas botellas empezadas, naranjas a medio exprimir, tarros de horchata y jarabe, frasquitos de azahar, se disputaban un mostrador cubierto de zinc y unos estantes pintados de amarillo. Sirviéronle el agua, y sin dar tiempo a que se disolviese el bolado, la bebió a sorbetones, de prisa; sacudió los mojados dedos, limpiándose después con su pañolito. ...
En la línea 340
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Y ahora -pronunció Artegui, con la brutal curiosidad de unos dedos que abren a viva fuerza un capullo de flor-, sería usted más feliz que nunca! ¡Digo! ¡Casarse nada menos! ...
En la línea 429
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No contestó Lucía cosa alguna; antes le soltó, y desplomándose otra vez en el sillón, ocultó el rostro entre ambas manos. Artegui se llegó a ella, y vio que su seno se alzaba a intervalos desiguales, como si sollozara. Entre sus dedos saltaban gotitas de agua, cual saltan de la esponja al comprimirla. ...
En la línea 667
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y fueron viniendo botellas, aumentándose copas a la ya formidable batería que cada convidado tenía ante sí; anchas y planas, como las de los relieves antiguos, para el espumante Champagne; verdes y angostas, finísimas, para el Rhin; cortas como dedales, sostenidas en breve pie, para el Málaga meridional. Apenas llegó Lucía a catar dos dedos de cada vino; pero los iba probando todos por curiosidad golosa; y, un tanto pesada ya la cabeza, olvidando deliciosamente las peripecias del paseo matinal, se recostaba en la butaca, proyectando el busto, enseñando al sonreír los blancos dientes entre los labios húmedos, con risa de bacante inocente aún, que por vez primera prueba el zumo de las vides. La atmósfera de la cerrada habitación era de estufa: flotaban en ella espirituosos efluvios de bebidas, vaho de suculentos manjares, y el calor uniforme, apacible de la chimenea, y el leve aroma resinoso de los ardidos leños. Lindo asunto para una anacreóntica moderna, aquella mujer que alzaba la copa, aquel vino claro que al caer formaba una cascada ligera y brillante, aquel hombre pensativo, que alternativamente consideraba la mesa en desorden, y la risueña ninfa, de mejillas encendidas y chispeantes ojos. Sentíase Artegui tan dueño de la hora, del instante presente, que, desdeñoso y melancólico, contemplaba a Lucía como el viajero a la flor de la cual aparta su pie. Ni vinos, ni licores, ni blando calor de llama, eran ya bastantes para sacar de su apático sueño al pesimista: circulaba lenta en sus venas la sangre, y en las de Lucía giraba pronta, generosa y juvenil. Hermoso era, sin embargo, para los dos el momento, de concordia suprema, de dulce olvido; la vida pasada se borraba, la presente era como una tranquila eternidad, entre cuatro paredes, en el adormecimiento beato de la silenciosa cámara. Lucía dejó pender ambos brazos sobre los del sillón; sus dedos, aflojándose, soltaron la copa, que rodó al suelo, quebrándose con cristalino retintín en el bronce del guardafuego. Riose la niña de la fractura, y, entreabiertos los ojos y clavados en el techo, se sintió anonadada, invadida por un sopor, un recogimiento profundo de todo su ser. Artegui, en tanto, mudo y sereno, permanecía enhiesto en su butaca, orgulloso como el estoico antiguo: acre placer le penetraba todo, el goce de sentirse bien muerto, y cerciorarse de que en vano la traidora Naturaleza había intentado resucitarle. ...

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