La palabra Cuadra ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
La llamada de la selva de Jack London
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece cuadra.
Estadisticas de la palabra cuadra
Cuadra es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 6909 según la RAE.
Cuadra aparece de media 12.4 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la cuadra en las obras de referencia de la RAE contandose 1885 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Cuadra
Cómo se escribe cuadra o kuadra?
Cómo se escribe cuadra o cuadrra?
Cómo se escribe cuadra o suadra?

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece cuadra
La palabra cuadra puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1408
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Recordaba a sus hijos cuando se introducían en la cuadra para tirar de la cola al Morrut, y cómo el animal sufría con dulce pasividad todos los juegos de los chicos. ...
En la línea 1684
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batistet ponía mal gesto a todas aquellas tías que tantas veces se burlaron de él cuando pasaba ante sus barracas, y acabó por refugiarse en la cuadra, para no perder de vista al pobre caballo y continuar curándolo con arreglo a las instrucciones del veterinario, llamado en la noche anterior. ...
En la línea 1838
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batistet roncaba en la cuadra, cerca del caballo enfermo. ...
En la línea 2413
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Hasta el corral, con su cuadra y sus sombrajos, estaba coronado de llamas imponentes. ...
En la línea 242
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Otra vez, el marqués hacía pregonar que el día de su santo daría una peseta a todo cojo que se presentase en su casa. Circulaba la noticia por todas partes y el patio del caserón llenábase de cojos de la ciudad y del campo; unos apoyados en muletas, otros arrastrándose sobre las manos como larvas humanas. Y al aparecer el marqués en un balcón, rodeado de sus amigotes, abríase la puerta de la cuadra y salía bufando con espumarajos de rabia un novillo, al que habían aguijoneado previamente los criados. Los que realmente eran cojos, corrían hacia los rincones, amontonándose, manoteando con la locura del miedo; y los fingidos soltaban las muletas, y con cómica agilidad se encaramaban por las rejas. El marqués y sus camaradas rieron como chiquillos, y Jerez pasó mucho tiempo comentando la gracia del de San Dionisio y su habitual generosidad, pues una vez vuelto el toro a la cuadra, distribuyó el dinero a manos llenas entre los lisiados, verdaderos y falsos, para que a todos les pasase el susto bebiendo algunas cañas a su salud. ...
En la línea 335
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Anduvo algún tiempo por Madrid con su hermana, pero sus viajes fueron de corta duración. Era una _cañí_, una hija legítima del marqués de San Dionisio. ¡Que no le quitasen a ella sus _juerguecitas_ hasta el amanecer, tocando palmas y taconeando sentada, con las faldas en las rodillas! ¡Que no la privasen del vino de la tierra, que era su sangre y su felicidad! Si rabiaba la familia, que rabiase. Ella quería ser gitana como su padre. Aborrecía a los señoritos; le gustaban los hombres con sombrero pavero, y si llevaban zajones, mejor; pero muy hombres, oliendo a cuadra y a macho sudoroso. Y paseaba su belleza de rubia fina con carnes de porcelana por los colmados y ventorrillos, tratando con una fraternidad exagerada a los cantaoras y rameras que intervenían en las _juergas_, exigiendo que la tuteasen, y riendo con nerviosa alegría de borracha cuando los hombres, embrutecidos por el vino, sacaban las navajas y las hembras se apelotonaban asustadas en un rincón. ...
En la línea 368
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Mientras el viejo llevaba el caballo a la cuadra, Rafael se despojaba de los zajones, y entraba con la alegría de la juventud y del apetito despierto en la cocina de los viejos. ...
En la línea 371
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al sentarse _Zarandilla_ a la mesa, de vuelta de la cuadra, la primera mirada de sus ojos opacos era para la botella de vino, e instintivamente avanzaba sus manos temblonas. Era un lujo que había introducido Rafael en las comidas del cortijo. ¡Bien se reconocía en esto su juventud de mozo rumboso, acostumbrado al trato con los caballeros de Jerez, y sus visitas a Marchamalo, la famosa viña de los Dupont!... Años enteros había pasado el viejo cuando era aperador sin otra alegría que la de deslizarse, a espaldas de su mujer, hasta los ventorrillos de la carretera, o la de ir a Jerez con pretexto de llevar a la familia del amo alguna cesta de huevos o un par de capones, viajes de los que regresaba cantando, con la mirada chispeante, las piernas inseguras y en la cabeza un repuesto de alegría para toda una semana. Si alguna vez había soñado con la fortuna, era sin otra ambición que la de beber como el más rico caballero de la ciudad. ...
En la línea 3419
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A las cuatro de la mañana, se oyó un gran escándalo en las cua dras; Grimaud había querido despertar a los mozos de cuadra, y los mozos de cuadra le golpeaban. ...
En la línea 3419
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A las cuatro de la mañana, se oyó un gran escándalo en las cua dras; Grimaud había querido despertar a los mozos de cuadra, y los mozos de cuadra le golpeaban. ...
En la línea 3715
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Al instante el huésped le hizo seña de que le siguiese, salió con él por una puerta que daba al patio, lo condujo a la cuadra donde lo esperaba un caballo completamente ensillado, y le preguntó si necesitaba alguna otra cosa. ...
En la línea 3887
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -A la hora indicada estaré dispuesto; sólo que yo creía que el se ñor no tenía más que un caballo en la cuadra de los guardias. ...
En la línea 541
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Entramos a caballo en la cocina, a continuación de la cual estaba la cuadra, como es uso en Portugal. ...
En la línea 569
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Estaban tan sucios y mohosos como el hierro en que traficaban; en la cuadra del piso bajo tenían cuatro miserables borriquillos. ...
En la línea 1019
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Poco tiempo llevaba yo sentado a la lumbre, cuando un individuo, montado en un caballo fino y nervioso, se precipitó por el pasadizo desde la cuadra a la cocina, y empezó a lucir sus habilidades de caballista, obligando al animal a encabritarse y a girar velozmente sobre las patas, con manifiesto peligro de cuantos se hallaban en el aposento. ...
En la línea 1020
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Salió después a la explanada, donde se entretuvo galopando, y al cabo de media hora volvió, dejó el caballo en la cuadra y vino a sentarse junto a mí, hablándome en una jerigonza ininteligible, que a él se le antojaba francés. ...
En la línea 2540
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La X no le cuadra, porque es letra áspera; la Y ya está dicha; la Z, zelador de tu honra. ...
En la línea 5465
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Con todo, dijo que diesen la camisa a Sancho, y, encerrándose con él en una cuadra donde estaba un rico lecho, se desnudó y vistió la camisa; y, viéndose solo con Sancho, le dijo: -Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto como aquélla? ¿Tiempos eran aquéllos para acordarte del rucio, o señores son éstos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños? Por quien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. ...
En la línea 5890
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Así es -respondió la barbada condesa-, pero todavía le cuadra mucho, porque se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño, y con la clavija que trae en la frente, y con la ligereza con que camina; y así, en cuanto al nombre, bien puede competir con el famoso Rocinante. ...
En la línea 7456
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Las pastoras de quien hemos de ser amantes, como entre peras podremos escoger sus nombres; y, pues el de mi señora cuadra así al de pastora como al de princesa, no hay para qué cansarme en buscar otro que mejor le venga; tú, Sancho, pondrás a la tuya el que quisieres. ...
En la línea 3659
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Don Evaristo llegó en coche a eso de las cuatro muy animado, y le mandó que le hiciera un chocolatito para las cinco. Esmerose ella en esto, y cuando el buen señor tomaba con gana su merienda, le dijo entre otras cosas que, si seguía mejor, al día siguiente hablaría con Juan Pablo, planteándole la cuestión resueltamente. «Y también te digo una cosa. No veo la causa de que tu marido te sea tan odioso. Podrá no ser simpático; pero no es mala persona. Podrá no ser un Adonis; pero tampoco es el coco. Mujeres hay casadas con hombres infinitamente peores, y viven con ellos; allá tendrán sus encontronazos; pero se arreglan y viven… Tú no seas tonta, que no sabes la ganga que es tener un hombre y una chapa decorosa en el casillero de la sociedad. Si sacas partido de esto, serás feliz. Casi estoy por decirte que mejor te cuadra un marido como el que tienes, que otro de mejor lámina, porque con un poco de muleta harás de él lo que quieras. Me han dicho que desde la separación está muy taciturno, muy dado a sus estudios, y que no se le conocen trapicheos ni distracciones… Por grandes que sean sus resentimientos, chica, creo que en cuanto le hablen de volver contigo, se le hace la boca agua». ...
En la línea 4149
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Nicolás se calmó luego, tomando el tono que cuadra a un sacerdote y con el cual sabía él muy bien rectificar la descompostura que le producían la ira o el contento. «Nada, yo estoy satisfecho, y aunque creo que me lo merezco por mis estudios y por los servicios que he prestado en el confesonario, no he de tener orgullo; y desde ahora lo digo, me he de llevar bien con mis compañeros de cabildo… esta es la cosa. A mí me gusta la paz y concordia entre príncipes cristianos. Una vida descansada, mi misita por las mañanas con la fresca, mi corito mañana y tarde, mi altar mayor cuando me toque, mi paseíto por las tardes, y vengan penas». ...
En la línea 4637
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aquí cuadra bien decir que Fortunata y la viuda de Fenelón se habían hecho muy amigas. Esta mostraba a la de Rubín una gran simpatía, y con esta simpatía, la dulce confianza que de ella emanaba, y por fin, con el verdadero derroche de indulgencia que en favor de sus faltas hacía, apoderose poco a poco de todos sus secretos. Por de contado, estas intimidades sólo tenían lugar a espaldas de doña Lupe y muy lejos de doña Casta, pues ni una ni otra habrían consentido que tales temas se trajesen a las honestas y decorosas conversaciones de aquella casa. ...
En la línea 2004
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Abrigada en su traje de viaje adornado de pieles, Estella parecía más delicadamente hermosa que en otra ocasión cualquiera, incluso a mis propios ojos. Sus maneras eran más atractivas que antes, y creí advertir en ello la influencia de la señorita Havisham. Me señaló su equipaje mientras estábamos ambos en el patio de la posada, y cuando se hubieron reunido los bultos recordé, pues lo había olvidado todo a excepción de ella misma, que nada sabía acerca de su destino. - Voy a Richmond - me dijo. - Como nos dice nuestro tratado de geografía, hay dos Richmonds, uno en Surrey y otro en Yorkshire, y el mío es el Richmond de Surrey. La distancia es de diez millas. Tomaré un coche, y usted me acompañará. Aquí está mi bolsa, de cuyo contenido ha de pagar mis gastos. Debe usted tomar la bolsa. Ni usted ni yo podemos hacer más que obedecer las instrucciones recibidas. No nos es posible obrar a nuestro antojo. Y mientras me miraba al darme la bolsa, sentí la esperanza de que en sus palabras hubiese una segunda intención. Ella las pronunció como al descuido, sin darles importancia, pero no con disgusto. -Tomaremos un carruaje, Estella. ¿Quiere usted descansar un poco aquí? - Sí. Reposaré un momento, tomaré una taza de té y, mientras tanto, usted cuidará de mí. Apoyó el brazo en el mío, como si eso fuese obligado; yo llamé a un camarero que se había quedado mirando a la diligencia como quien no ha visto nada parecido en su vida, a fin de que nos llevase a un saloncito particular. Al oírlo, sacó una servilleta como si fuese un instrumento mágico sin el cual no pudiese encontrar su camino escaleras arriba, y nos llevó hacia el agujero negro del establecimiento, en donde había un espejo de disminución - artículo completamente superfluo en vista de las dimensiones de la estancia, - una botellita con salsa para las anchoas y unos zuecos de ignorado propietario. Ante mi disconformidad con aquel lugar, nos llevó a otra sala, en donde había una mesa de comedor para treinta personas y, en la chimenea, una hoja arrancada de un libro de contabilidad bajo un montón de polvo de carbón. Después de mirar aquel fuego apagado y de mover la cabeza, recibió mis órdenes, que se limitaron a encargarle un poco de té para la señorita, y salió de la estancia, en apariencia muy deprimido. Me molestó la atmósfera de aquella estancia, que ofrecía una fuerte combinación de olor de cuadra con el de sopa trasnochada, gracias a lo cual se podía inferir que el departamento de coches no marchaba bien y que su empresario hervía los caballos para servirlos en el restaurante. Sin embargo, poca importancia di a todo eso en vista de que Estella estaba conmigo. Y hasta me dije que con ella me habría sentido feliz aunque tuviera que pasar allí la vida. De todos modos, en aquellos instantes yo no era feliz, y eso me constaba perfectamente. - ¿Y en compañía de quién va usted a vivir en Richmond? - pregunté a Estella. - Voy a vivir - contestó ella - sin reparar en gastos y en compañía de una señora que tiene la posibilidad, o por lo menos así lo asegura, de presentarme en todas partes, de hacerme conocer a muchas personas y de lograr que me vea mucha gente. - Supongo que a usted le gustará mucho esa variedad y la admiración que va a despertar. - Sí, también lo creo. Contestó en tono tan ligero, que yo añadí: - Habla de usted misma como si fuese otra persona. - ¿Y dónde ha averiguado usted mi modo de hablar con otros? ¡Vamos! ¡Vamos!-añadió Estella sonriendo deliciosamente -. No creo que tenga usted la pretensión de darme lecciones; no tengo más remedio que hablar del modo que me es peculiar. ¿Y cómo lo pasa usted con el señor Pocket? - Vivo allí muy agradablemente; por lo menos… - y me detuve al pensar que tal vez perdía una oportunidad. - Por lo menos… - repitió Estella . 127 - … de un modo tan agradable como podría vivir en cualquier parte, lejos de usted. - Es usted un tonto - dijo Estella con la mayor compostura -. ¿Cómo puede decir esas niñerías? Según tengo entendido, su amigo, el señor Mateo, es superior al resto de su familia. - Mucho. Además, no tiene ningún enemigo… - No añada usted que él es su propio enemigo - interrumpió Estella, - porque odio a esa clase de hombres. He oído decir que, realmente, es un hombre desinteresado y que está muy por encima de los pequeños celos y del despecho. - Estoy seguro de tener motivos para creerlo así. - Indudablemente, no tiene usted las mismas razones para decir lo mismo del resto de su familia - continuó Estella mirándome con tal expresión que, a la vez, era grave y chancera, - porque asedian a la señorita Havisham con toda clase de noticias y de insinuaciones contra usted. Le observan constantemente y le presentan bajo cuantos aspectos desfavorables les es posible. Escriben cartas acerca de usted, a veces anónimas, y es usted el tormento y la ocupación de sus vidas. Es imposible que pueda comprender el odio que toda esa gente le tiene. -Espero, sin embargo, que no me perjudicarán. En vez de contestar, Estella se echó a reír. Esto me pareció muy raro y me quedé mirándola perplejo. Cuando se calmó su acceso de hilaridad, y no se rió de un modo lánguido, sino verdaderamente divertida, le dije, con cierta desconfianza: - Creo poder estar seguro de que a usted no le parecería tan divertido si realmente me perjudicasen. - No, no. Puede usted estar seguro de eso - contestó Estella. - Tenga la certeza de que me río precisamente por su fracaso. Esos pobres parientes de la señorita Havisham sufren indecibles torturas. Se echó a reír de nuevo, y aun entonces, después de haberme descubierto la causa de su risa, ésta me pareció muy singular, porque, como no podía dudar acerca de que el asunto le hacía gracia, me parecía excesiva su hilaridad por tal causa. Por consiguiente, me dije que habría algo más que yo desconocía. Y como ella advirtiese tal pensamiento en mí, me contestó diciendo: - Ni usted mismo puede darse cuenta de la satisfacción que me causa presenciar el disgusto de esa gente ni lo que me divierten sus ridiculeces. Usted, al revés de mí misma, no fue criado en aquella casa desde su más tierna infancia. Sus intrigas contra usted, aunque contenidas y disfrazadas por la máscara de la simpatía y de la compasión que no sentían, no pudieron aguzar su inteligencia, como me pasó a mí, y tampoco pudo usted, como yo, abrir gradualmente sus ojos infantiles ante la impostura de aquella mujer que calcula sus reservas de paz mental para cuando se despierta por la noche. Aquello ya no parecía divertido para Estella, que traía nuevamente a su memoria tales recuerdos de su infancia. Yo mismo no quisiera haber sido la causa de la mirada que entonces centelleó en sus ojos, ni a cambio de todas las esperanzas que pudiera tener en la vida. - Dos cosas puedo decirle - continuó Estella. - La primera, que, a pesar de asegurar el proverbio que una gota constante es capaz de agujerear una piedra, puede tener la seguridad de que toda esa gente, ni siquiera en cien años, podría perjudicarle en el ánimo de la señorita Havisham ni poco ni mucho. La segunda es que yo debo estar agradecida a usted por ser la causa de sus inútiles esfuerzos y sus infructuosas bajezas, y, en prueba de ello, aquí tiene usted mi mano. Mientras me la daba como por juego, porque su seriedad fue momentánea, yo la tomé y la llevé a mis labios. - Es usted muy ridículo - dijo Estella. - ¿No se dará usted nunca por avisado? ¿O acaso besará mi mano con el mismo ánimo con que un día me dejé besar mi mejilla? - ¿Cuál era ese ánimo? - pregunté. - He de pensar un momento. El de desprecio hacia los aduladores e intrigantes. - Si digo que sí, ¿me dejará que la bese otra vez en la mejilla? - Debería usted haberlo pedido antes de besar la mano. Pero sí. Puede besarme, si quiere. Yo me incliné; su rostro estaba tan tranquilo como el de una estatua. - Ahora - dijo Estella apartándose en el mismo instante en que mis labios tocaban su mejilla -, ahora debe usted cuidar de que me sirvan el té y luego acompañarme a Richmond. Me resultó doloroso ver que volvía a recordar las órdenes recibidas, como si al estar juntos no hiciésemos más que cumplir nuestro deber, como verdaderos muñecos; pero todo lo que ocurrió mientras estuvimos juntos me resultó doloroso. Cualquiera que fuese el tono de sus palabras, yo no podía confiar en él nifundar ninguna esperanza; y, sin embargo, continué igualmente, contra toda esperanza y contra toda confianza. ¿Para qué repetirlo un millar de veces? Así fue siempre. 128 Llamé para pedir el té, y el camarero apareció de nuevo, llevando su servilleta mágica y trayendo, por grados, una cincuentena de accesorios para el té, pero éste no aparecía de ningún modo. Trajo una bandeja, tazas, platitos, platos, cuchillos y tenedores; cucharas de varios tamaños; saleros; un pequeño panecillo, cubierto, con la mayor precaución, con una tapa de hierro; una cestilla que contenía una pequeña cantidad de manteca, sobre un lecho de perejil; un pan pálido y empolvado de harina por un extremo; algunas rebanadas triangulares en las que estaban claramente marcadas las rejas del fogón, y, finalmente, una urna familiar bastante grande, que el mozo trajo penosamente, como si le agobiara y le hiciera sufrir su peso. Después de una ausencia prolongada en aquella fase del espectáculo, llegó por fin con un cofrecillo de hermoso aspecto que contenía algunas ramitas. Yo las sumergí en agua caliente, y, así, del conjunto de todos aquellos accesorios extraje una taza de no sé qué infusión destinada a Estella. Una vez pagado el gasto y después de haber recordado al camarero, sin olvidar al palafrenero y teniendo en cuenta a la camarera, en una palabra, después de sobornar a la casa entera, dejándola sumida en el desdén y en la animosidad, lo cual aligeró bastante la bolsa de Estella, nos metimos en nuestra silla de posta y emprendimos la marcha, dirigiéndonos hacia Cheapside, subiendo ruidosamente la calle de Newgate. Pronto nos hallamos bajo los muros que tan avergonzado me tenían. - ¿Qué edificio es ése? - me preguntó Estella. Yo fingí, tontamente, no reconocerlo en el primer instante, y luego se lo dije. Después de mirar, retiró la cabeza y murmuró: - ¡Miserables! En vista de esto, yo no habría confesado por nada del mundo la visita que aquella misma mañana hice a la prisión. - E1 señor Jaggers - dije luego, con objeto de echar el muerto a otro - tiene la reputación de conocer mejor que otro cualquiera en Londres los secretos de este triste lugar. - Me parece que conoce los de todas partes - confesó Estella en voz baja. - Supongo que está usted acostumbrada a verle con frecuencia. - En efecto, le he visto con intervalos variables, durante todo el tiempo que puedo recordar. Pero no por eso le conozco mejor ahora que cuando apenas sabía hablar. ¿Cuál es su propia opinión acerca de ese señor? ¿Marcha usted bien con él? - Una vez acostumbrado a sus maneras desconfiadas – contestó, - no andamos mal. - ¿Ha intimado usted con él? - He comido en su compañía y en su domicilio particular - Me figuro - dijo Estella encogiéndose - que debe de ser un lugar muy curioso. - En efecto, lo es. Yo debía haber sido cuidadoso al hablar de mi tutor, para no hacerlo con demasiada libertad, incluso con Estella; mas, a pesar de todo, habría continuado hablando del asunto y describiendo la cena que nos dio en la calle Gerrard, si no hubiésemos llegado de pronto a un lugar muy iluminado por el gas. Mientras duró, pareció producirme la misma sensación inexplicable que antes experimenté; y cuando salimos de aquella luz, me quedé como deslumbrado por unos instantes, como si me hubiese visto rodeado por un rayo. Empezamos a hablar de otras cosas, especialmente acerca de nuestro modo de viajar, de cuáles eran los barrios de Londres que había por aquel lugar y de cosas por el estilo. La gran ciudad era casi nueva para ella, según me dijo, porque no se alejó nunca de las cercanías de la casa de la señorita Havisham hasta que se dirigió a Francia, y aun entonces no hizo más que atravesar Londres a la ida y a la vuelta. Le pregunté si mi tutor estaba encargado de ella mientras permaneciese en Richmond, y a eso ella se limitó a contestar enfáticamente: - ¡No lo quiera Dios! No pude evitar el darme cuenta de que tenía interés en atraerme y que se mostraba todo lo seductora que le era posible, de manera que me habría conquistado por completo aun en el caso de que, para lograrlo, hubiese tenido que esforzarse. Sin embargo, nada de aquello me hizo más feliz, porque aun cuando no hubiera dado a entender que ambos habíamos de obedecer lo dispuesto por otras personas, yo habría comprendido que tenía mi corazón en sus manos, por habérselo propuesto así y no porque eso despertara ninguna ternura en el suyo propio, para despedazarlo y luego tirarlo a lo lejos. Mientras atravesamos Hammersmith le indiqué dónde vivía el señor Mateo Pocket, añadiendo que, como no estaba a mucha distancia de Richmond, esperaba tener frecuentes ocasiones de verla. - ¡Oh, sí! Tendrá usted que ir a verme. Podrá ir cuando le parezca mejor; desde luego, hablaré de usted a la familia con la que voy a vivir, aunque, en realidad, ya le conoce de referencias. Pregunté entonces si era numerosa la familia de que iba a formar parte. 129 -No; tan sólo son dos personas: madre e hija. La madre, según tengo entendido, es una dama que está en buena posición, aunque no le molesta aumentar sus ingresos. -Me extraña que la señorita Havisham haya consentido en separarse otra vez de usted y tan poco tiempo después de su regreso de Francia. - Eso es una parte de los planes de la señorita Havisham con respecto a mí, Pip - dijo Estella dando un suspiro como si estuviese fatigada. - Yo debo escribirle constantemente y verla también con cierta regularidad, para darle cuenta de mi vida… , y no solamente de mí, sino también de las joyas, porque ya casi todas son mías. Aquélla era la primera vez que me llamó por mi nombre. Naturalmente, lo hizo adrede, y yo comprendí que recordaría con placer semejante ocurrencia. Llegamos demasiado pronto a Richmond, y nuestro destino era una casa situada junto al Green, casa antigua, de aspecto muy serio, en donde más de una vez se lucieron las gorgueras, los lunares, los cabellos empolvados, las casacas bordadas, las medias de seda,los encajes y las espadas. Delante de la casa había algunos árboles viejos, todavía recortados en formas tan poco naturales como las gorgueras, las pelucas y los miriñaques; pero ya estaban señalados los sitios que habían de ocupar en la gran procesión de los muertos, y pronto tomarían parte en ella para emprender el silencioso camino de todo lo demás. Una campana, con voz muy cascada, que sin duda alguna en otros tiempos anunció a la casa: «Aquí está el guardainfante verde… Aquí, la espada con puño de piedras preciosas… «Aquí, los zapatos de rojos tacones adornados con una piedra preciosa azul… »a, resonó gravemente a la luz de la luna y en el acto se presentaron dos doncellas de rostro colorado como cerezas, con objeto de recibir a Estella. Pronto la puerta se tragó el equipaje de mi compañera, quien me tendió la mano, me dirigió una sonrisa y me dio las buenas noches antes de ser tragada a su vez. Y yo continué mirando hacia la casa, pensando en lo feliz que sería viviendo allí con ella, aunque, al mismo tiempo, estaba persuadido de que en su compañía jamás me sentiría dichoso, sino siempre desgraciado Volví a subir al coche para dirigirme a Hammersmith; entré con el corazón dolorido, y cuando salí me dolía más aún. Ante la puerta de mi morada encontré a la pequeña Juana Pocket, que regresaba de una fiesta infantil, escoltada por su diminuto novio, a quien yo envidié a pesar de tener que sujetarse a las órdenes de Flopson. El señor Pocket había salido a dar clase, porque era un profesor delicioso de economía doméstica, y sus tratados referentes al gobierno de los niños y de los criados eran considerados como los mejores libros de texto acerca de tales asuntos. Pero la señora Pocket estaba en casa y se hallaba en una pequeña dificultad, a causa de que habían entregado al pequeño un alfiletero para que se estuviera quieto durante la inexplicable ausencia de Millers (que había ido a visitar a un pariente que tenía en los Guardias de Infantería), y faltaban del alfiletero muchas más agujas de las que podían considerarse convenientes para un paciente tan joven, ya fuesen aplicadas al exterior o para ser tomadas a guisa de tónico. Como el señor Pocket era justamente célebre por los excelentes consejos que daba, así como también por su clara y sólida percepción de las cosas y su modo de pensar en extremo juicioso, al sentir mi corazón dolorido tuve la intención de rogarle que aceptara mis confidencias. Pero como entonces levantase la vista y viese a la señora Pocket mientras leía su libro acerca de la nobleza, después de prescribir que la camarera un remedio soberano para el pequeño, me arrepentí, y decidí no decir una palabra. ...
En la línea 58
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Antes de haberse recobrado de la conmoción que le provocó la trágica muerte de Curly, Buck experimentó otra peor. François le sujetó al cuerpo un aparejo de correas y hebillas. Era un arnés como el que había visto que, allá en la finca, los mozos de cuadra colocaban a los caballos. Y tal como había visto trabajar a los caballos fue puesto él a trabajar, tirando del trineo para llevar a François hasta el bosque que bordeaba el valle y regresar con una carga de leña. Aunque su dignidad resultó gravemente herida al verse convertido en animal de carga, fue lo bastante sensato como para no rebelarse. Se metió de lleno en la tarea y se esforzó al máximo, por más que todo le parecía nuevo y extraño. François era severo, exigía obediencia total y gracias a su látigo la lograba en el acto; por su parte, Dave, que era un experimentado perro zaguero, mordía las nalgas de Buck cada vez que cometía un error. Spitz, que era el que guiaba, era igualmente experimentado, pero como no siempre podía acercarse a Buck, le lanzaba de vez en cuando gruñidos de reproche o echaba astutamente su peso sobre las riendas para forzarlo a seguir el rumbo correcto. Buck aprendía con facilidad y, bajo la tutela conjunta de sus dos colegas y de François, realizó notables progresos. Antes de regresar al campamento ya sabía que ante un «¡so!» tenía que detenerse y ante un «¡arre!», avanzar, no le costaba trazar las curvas con amplitud y mantenerse lejos del zaguero cuando, en una pendiente, el trineo cargado se le venía encima pisándole los talones. ...

El Español es una gran familia
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Cuadra en la RAE.
Cuadra en Word Reference.
Cuadra en la wikipedia.
Sinonimos de Cuadra.
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