La palabra Copa ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras. 
				 La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
 La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
 El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
 La Biblia en España de Tomás Borrow y  Manuel Azaña
 Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
 La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
 Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
 El príncipe y el mendigo de Mark Twain
 Niebla de Miguel De Unamuno
 Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
 Grandes Esperanzas de Charles Dickens
 Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
 Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
				Por tanto puede ser considerada correcta en Español. 
				Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece copa.
				
					 Estadisticas de la palabra  copa
				 Copa es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1235  según la RAE. 
			 Copa tienen una frecuencia media de 74.03 veces en cada libro en castellano 
 
			Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la copa en 150 obras del castellano contandose 11253  apariciones en total.
					
								 
  la Ortografía es divertida  
 
								                                       
				Algunas Frases de libros en las que aparece copa
				La palabra copa puede ser considerada correcta por su aparición en estas  obras maestras de la literatura. 
							  En la línea 1520
   del libro  La Barraca
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... El labrador fué sacando de su faja toda aquella indigestión de ahorros que le hinchaba el vientre: un billete que le había prestado el amo, unas cuantas piezas de a duro, un puñado de plata menuda, envuelta en un cucurucho de papel; y cuando la cuenta estuvo completa, no pudo librarse de ir con el gitano al sombrajo para convidarle a una copa y darle unos cuantos céntimos a Monote por sus trotes. ... 
 
 
							  En la línea 1523
   del libro  La Barraca
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... Aún tuvo que beber una segunda copa, obsequio del gitano, y, al fin, cortando en seco su raudal de ofrecimientos y zalamerías cogió el ronzal de su nuevo caballo, y con ayuda del ágil Monote, montó en el desnudo lomo saliendo a paso corto del ruidoso mercado. ... 
 
 
							  En la línea 64
   del libro  La Bodega
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... --Pues que no beban, ¡porra!, que nos dejen tranquilos, sin exigirnos que disfracemos nuestros vinos; los guardaremos almacenados para que envejezcan tranquilamente, y estoy seguro de que algún día nos harán justicia viniendo a buscarlos de rodillas... Esto ha cambiado mucho. La Inglaterra debe de estar perdida. No necesito que me lo digas; demasiado lo veo yo aquí recibiendo visitas. Antes venían menos ingleses a la bodega; pero los viajeros eran gentes de distinción: _lores_ y _loresas_, los que menos. Daba gloria ver con qué aire de señorío se _apimplaban_. ¡Copa de aquí, para hacer un pedido! ¡copa de allá, para comparar!, y así iban por la bodega, serios como sacerdotes, hasta que a la salida tenían que tumbarlos en el calesín para llevarles a la fonda. ... 
 
 
							  En la línea 223
   del libro  La Bodega
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... El señor Fermín no tuvo otro refugio que Jerez, y fue todas las madrugadas a la plaza Nueva a formar grupo con los jornaleros que esperaban trabajo, acogiendo con resignación el gesto desdeñoso de los capataces que le repelían por su antigua fama de cantonal y por las recientes aventuras del contrabando, que le habían hecho vivir algunos días en la cárcel. ¡Ay, las mañanas tristes pasadas en la plaza, estremeciéndose con el frío del amanecer, sin más alimento en el desfallecido estómago que alguna copa de aguardiente de Cazalla, ofrecida por los amigos! ¡Y después la vuelta desalentada a su tugurio, la sonrisa inocente de los hijos y el grito de tristeza de la mísera cuñada, al verle aparecer a la hora en que los demás trabajaban!  --¿Tampoco hoy?... ... 
 
 
							  En la línea 237
   del libro  La Bodega
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... El señor Fermín era de estos admiradores. ¡Un personaje de tantos pergaminos, que podía, sin desdoro, hacer el amor a una princesa, encaprichándose de muchachas del pueblo o de gitanas; escogiendo sus amigos entre caballistas, toreros y ganaderos y bebiéndose una copa de vino con el primer pobre que se aproximaba a pedirle algo! ¡Esto era democracia pura!... Y al entusiasmo por los gustos plebeyos del prócer que parecía querer resarcir a la gente de la altivez y el orgullo de sus empingorotados abuelos, uníase la admiración casi religiosa que la fuerza, el vigor físico, inspira siempre a la gente del campo. ... 
 
 
							  En la línea 258
   del libro  La Bodega
 del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
  ... Eran inútiles los consuelos de la niña. ¡Cualquier día olvidaba él a su protector, al que le había sacado de la miseria! Aquel golpe era de los de prueba: únicamente podía compararse al dolor que le produciría la muerte de su héroe don Fernando. María de la Luz, para animarle, sacaba del fondo de un armario alguna botella de las que se dejaban los señoritos cuando iban a la viña, y el capataz miraba con ojos llorosos el líquido dorado de la copa. Pero al llenar ésta por tercera o cuarta vez, su tristeza tomaba un acento de dulce resignación:  --¡Lo que somos! Hoy tú... mañana yo. ... 
 
 
							  En la línea 358
   del libro  El cuervo
 del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
  ... Vade retro! Venga otra copa, señor arcipreste. ... 
 
 
							  En la línea 1634
   del libro  La Biblia en España
 del afamado autor Tomás Borrow y  Manuel Azaña
  ... Llevaba un sombrero bajo de copa y ancho de alas, muy semejante al de los carreteros ingleses; envolvíase el cuerpo en una especie de túnica larga y suelta, de cutí ordinario, abierta por delante, lo que permitía ver, en ocasiones, el resto de su traje, compuesto de un jubón y unos calzones de pana. ... 
 
 
							  En la línea 1862
   del libro  La Biblia en España
 del afamado autor Tomás Borrow y  Manuel Azaña
  ... Animo, inglés, otra copa; yo lo pago todo; yo, Sevilla. ... 
 
 
							  En la línea 3349
   del libro  La Biblia en España
 del afamado autor Tomás Borrow y  Manuel Azaña
  ... Un individuo de miserable aspecto, de chaqueta y sombrero de copa alta, les servía de criado. ... 
 
 
							  En la línea 3920
   del libro  La Biblia en España
 del afamado autor Tomás Borrow y  Manuel Azaña
  ... Su vestido se componía de tres prendas: sombrero portugués, ancho de copa y angosto de alas, viejo y andrajoso; una especie de camisa y unos calzones de tela burda. ... 
 
 
							  En la línea 51
   del libro  Viaje de un naturalista alrededor del mundo
 del afamado autor Charles Darwin
  ... Después de haber andado errante por espacio de algunas horas, vuelvo al punto de embarque; pero antes de llegar me sorprende una tormenta tropical y trato de resguardarme bajo un árbol de una copa tan frondosa, que jamás podría atravesarla un chaparrón como los que vemos en Inglaterra; por el contrario, aquí corre un pequeño torrente a lo largo del tronco al cabo de algunos minutos. A esta violencia de las lluvias debe atribuirse el verdor que alfombra el suelo de los bosques más espesos; en efecto, si los chaparrones se asemejasen a los de los climas templados, absorberíase la mayor parte del agua que cayese y se evaporaría antes de haber podido llegar al suelo. No trataré de describir ahora la magnificencia de esta admirable bahía; porque a nuestro regreso nos detuvimos en ella por segunda vez, y tendré motivo para hablar de esto más adelante. ... 
 
 
							  En la línea 126
   del libro  Viaje de un naturalista alrededor del mundo
 del afamado autor Charles Darwin
  ... Las telas están puestas verticalmente, disposición invariable que adopta el género Epeira; están separadas unas de otras por el espacio de unos dos pies, pero unidas todas a ciertas líneas comunes en extremo largas y que se extienden a todas las partes de la comunidad. De esa manera, las telas unidas rodean la copa de algunos matorrales grandes. Azara9 describe una araña que vive en sociedad, observada por él en el Paraguay; Walckenaer piensa que debía ser un Theridion; pero probablemente será una Epeira, perteneciente acaso a la misma especie que la mía. Sin embargo, no puedo recordar haber visto el nido central tan grande como un sombrero, en el que, según Azara, depositan sus huevos en otoño las arañas, en el momento de su muerte. Como todas las arañas que he visto en este sitio tenían el mismo grueso, probablemente debían de tener la misma edad Esta costumbre de vivir en sociedad en un género tan típico como el de las Epeiras, es decir, en insectos tan sanguinarios y solitarios que hasta los dos sexos se atacan a menudo el uno al otro, constituye un hecho singularísimo. ... 
 
 
							  En la línea 756
   del libro  Viaje de un naturalista alrededor del mundo
 del afamado autor Charles Darwin
  ... Algunos pájaros habitan estos bosques tan sombríos. De vez en cuando se oye el grito quejumbroso de un papamoscas de moño blanco (Myiobius albiceps) que se oculta en la copa de los árboles más elevados; con menos frecuencia todavía se percibe el retumbante canto de un pico-negro que lleva una elegante cresta escarlata. Un pequeño reyezuelo (abadejo) de plumaje oscuro (Scytalopus Magellanicus) salta de acá para allá y se oculta en medio de la masa informe de los troncos caídos y podridos; pero el pájaro más común en el país es el Oxyurus Tupinieri. Se le encuentra en los bosques de hayas casi en la cúspide de las montañas y hasta en el fondo de los barrancos más sombríos e impenetrables. Este pajarillo parece más numeroso de lo que en realidad es, por su costumbre de seguir con curiosidad a quien penetra en estos bosques silenciosos; saltando de rama en rama a poca distancia del rostro del invasor deja escuchar un grito agudo. No busca, como el Certhia familiaris lugares solitarios; no salta a los árboles, como éste, sino que, como el reyezuelo del sauce, brinca de un lado a otro y busca los insectos en todas las ramas. En los sitios más abiertos se encuentran tres o cuatro especies de gorriones, un zorzal, un estornino (o Icterus), dos Opetiorhyncos, dos halcones y varios búhos. ... 
 
 
							  En la línea 882
   del libro  Viaje de un naturalista alrededor del mundo
 del afamado autor Charles Darwin
  ... Todos los años al comenzar la primavera, en el mes de agosto, se cortan muchos, y cuando están los troncos en el suelo se les quitan las hojas de la copa, y entonces corre la savia por su extremo superior; sigue fluyendo por espacio de meses a condición de quitar cada Mañana una nueva capa o rodaja del tronco, de modo que quede al aire libre una superficie nueva.  árbol grueso produce 90 galones (410 litros); cantidad de savia que debía contener el tronco a pesar de su aparente sequedad.  dice que la savia corre tanto más deprisa cuanto más calienta el sol; y aseguran también que al cortar el árbol hay que procurar hacerle caer de modo que tenga la base más baja que la copa, porque sino no corre la savia; sin embargo, parece que en el caso contrario debía la gravedad facilitar la salida ... 
 
 
							  En la línea 2294
   del libro  La Regenta
 del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
  ... pero lo dejan; falta una posición; las muchachas pierden su hermosura y acaban en beatas; los muchachos dejan el luciente sombrero de copa, se embozan en la capa y se hacen jugadores. ... 
 
 
							  En la línea 2528
   del libro  La Regenta
 del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
  ... Ocultos en la sombra de un rincón, alrededor de aquella mesa, arrellanados en un diván unos, otros en mecedoras de paja, estaban media docena de socios fundadores, que de tiempo inmemorial acudían a las tres en punto a tomar café y copa. ... 
 
 
							  En la línea 4337
   del libro  La Regenta
 del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
  ... La luna la miraba a ella con un ojo solo, metido el otro en el abismo; los eucaliptus de Frígilis inclinando leve y majestuosamente su copa, se acercaban unos a otros, cuchicheando, como diciéndose discretamente lo que pensaban de aquella loca, de aquella mujer sin madre, sin hijos, sin amor, que había jurado fidelidad eterna a un hombre que prefería un buen macho de perdiz a todas las caricias conyugales. ... 
 
 
							  En la línea 6421
   del libro  La Regenta
 del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
  ... , señor Marqués, la religión, el arte y la historia le importan menos que un rábano?   —¡Bravo, paisano! —gritó don Víctor, en pie, con una copa de Champaña en la mano. ... 
 
 
							  En la línea 74
   del libro  Fortunata y Jacinta
 del afamado autor Benito Pérez Galdós
  ... «Pues apechuguemos con las novedades» dijo Isabel a su marido, observando aquel furor de modas que le entraba a esta sociedad y el afán que todos los madrileños sentían de ser elegantes con seriedad. Era, por añadidura, la época en que la clase media entraba de lleno en el ejercicio de sus funciones, apandando todos los empleos creados por el nuevo sistema político y administrativo, comprando a plazos todas las fincas que habían sido de la Iglesia, constituyéndose en propietaria del suelo y en usufructuaria del presupuesto, absorbiendo en fin los despojos del absolutismo y del clero, y fundando el imperio de la levita. Claro es que la levita es el símbolo; pero lo más interesante de tal imperio está en el vestir de las señoras, origen de energías poderosas, que de la vida privada salen a la pública y determinan hechos grandes. ¡Los trapos, ay! ¿Quién no ve en ellos una de las principales energías de la época presente, tal vez una causa generadora de movimiento y vida? Pensad un poco en lo que representan, en lo que valen, en la riqueza y el ingenio que consagra a producirlos la ciudad más industriosa del mundo, y sin querer, vuestra mente os presentará entre los pliegues de las telas de moda todo nuestro organismo mesocrático, ingente pirámide en cuya cima hay un sombrero de copa; toda la máquina política y administrativa, la deuda pública y los ferrocarriles, el presupuesto y las rentas, el Estado tutelar y el parlamentarismo socialista. ... 
 
 
							  En la línea 109
   del libro  Fortunata y Jacinta
 del afamado autor Benito Pérez Galdós
  ... En sus últimos tiempos, del 70 en adelante, vestía con cierta originalidad, no precisamente por miseria, pues los de Santa Cruz cuidaban de que nada le faltase, sino por espíritu de tradición, y por repugnancia a introducir novedades en su guardarropa. Usaba un sombrero chato, de copa muy baja y con las alas planas, el cual pertenecía a una época que se había borrado ya de la memoria de los sombreros, y una capa de paño verde, que no se le caía de los hombros sino en lo que va de Julio a Septiembre. Tenía muy poco pelo, casi se puede decir ninguno; pero no usaba peluca. Para librar su cabeza de las corrientes frías de la iglesia, llevaba en el bolsillo un gorro negro, y se lo calaba al entrar. Era gran madrugador, y por la mañanita con la fresca se iba a Santa Cruz, luego a Santo Tomás y por fin a San Ginés. Después de oír varias misas en cada una de estas iglesias, calado el gorro hasta las orejas, y de echar un parrafito con beatos o sacristanes, iba de capilla en capilla rezando diferentes oraciones. Al despedirse, saludaba con la mano a las imágenes, como se saluda a un amigo que está en el balcón, y luego tomaba su agua bendita, fuera gorro, y a la calle. ... 
 
 
							  En la línea 340
   del libro  Fortunata y Jacinta
 del afamado autor Benito Pérez Galdós
  ... Retiráronse de muy buen humor a la fonda, y al llegar a ella vieron que en el comedor había mucha gente. Era un banquete de boda. Los novios eran españoles anglicanizados de Gibraltar. Los esposos Santa Cruz fueron invitados a tomar algo, pero lo rehusaron; únicamente bebieron un poco de Champagne, por que no dijeran. Después un inglés muy pesado, que chapurraba el castellano con la boca fruncida y los dientes apretados, como si quisiera mordiscar las palabras, se empeñó en que habían de tomar unas cañas. «De ninguna manera… muchas gracias». —«¡Ooooh!, sí»… El comedor era un hervidero de alegría y de chistes, entre los cuales empezaban a sonar algunos de gusto dudoso. No tuvo Santa Cruz más remedio que ceder a la exigencia de aquel maldito inglés, y tomando de sus manos la copa, decía a media voz: «Valiente curdela tienes tú». Pero el inglés no entendía… Jacinta vio que aquello se iba poniendo malo. El inglés llamaba al orden, diciendo a los más jóvenes con su boquita cerrada que tuvieran fundamenta. Nadie necesitaba tanto como él que se le llamase al orden, y sobre todo, lo que más falta le hacía era que le recortaran la bebida, porque aquello no era ya boca, era un embudo. Jacinta presintió la jarana, y tomando una resolución súbita, tiró del brazo a su marido y se lo llevó, a punto que este empezaba a tomarle el pelo al inglés. ... 
 
 
							  En la línea 670
   del libro  Fortunata y Jacinta
 del afamado autor Benito Pérez Galdós
  ... Jacinta entró con un plato en la mano. Tras ella vino Blas con el mismo velador en que había almorzado el señorito, un cubierto, servilleta, panecillo, copa y botella de vino. Miró estas cosas Ido con estupor famélico, no bien disimulado por la cortesía, y le entró una risa nerviosa, señal de hallarse próximo a la plenitud de aquel estado que llamaba eléctrico. La Delfina se volvió a sentar junto a su marido y miraba entre espantada y compasiva al desgraciado D. José. Este dejó en el suelo las carteras y el claque, que no se cerraba nunca, y cayó sobre las chuletas como un tigre… Entre los mascullones salían de su boca palabras y frases desordenadas: «Agradecidísimo… Francamente, habría sido falta de educación desairar… No es que tenga apetito, naturalmente… He almorzado fuerte… ¿pero cómo desairar? Agradecidísimo… ». ... 
 
 
							  En la línea 238
   del libro  El príncipe y el mendigo
 del afamado autor Mark Twain
  ... Tocó una, campanilla y se presentó un paje, a quien se dio orden de solicitar la presencia de sir William Herbert. Este caballero se presentó al instante y condujo a Tom a un aposento interior, donde el primer movimiento del niño fue alcanzar una copa de agua; pero la tomó un servidor vestido de seda y terciopelo, que hincando una rodilla se la ofreció en una bandeja de oro. ... 
 
 
							  En la línea 372
   del libro  El príncipe y el mendigo
 del afamado autor Mark Twain
  ... –¡Dame la copa, pues, y apresúrate, apresúrate! ... 
 
 
							  En la línea 374
   del libro  El príncipe y el mendigo
 del afamado autor Mark Twain
  ... –¡La copa, la copa! Haced que el bribón malgeniudo beba en la copa, si no, lo echaremos de pasto a los peces. ... 
 
 
							  En la línea 374
   del libro  El príncipe y el mendigo
 del afamado autor Mark Twain
  ... –¡La copa, la copa! Haced que el bribón malgeniudo beba en la copa, si no, lo echaremos de pasto a los peces. ... 
 
 
							  En la línea 2149
   del libro  Niebla
 del afamado autor Miguel De Unamuno
  ... —Vaya, vaya, déjese de bobadas; tome su café y su copa, para empujar todo eso y sentarlo, y vamos a dar un paseo. Le acompañaré yo. ... 
 
 
							  En la línea 835
   del libro  Sandokán: Los tigres de Mompracem
 del afamado autor Emilio Salgàri
  ... —¡Manchas de sangre! —exclamó—. ¿Quién vertió sangre en mi copa? ¡Bebe, Tigre, que la embriaguez es la felicidad! ... 
 
 
							  En la línea 877
   del libro  Sandokán: Los tigres de Mompracem
 del afamado autor Emilio Salgàri
  ... —¿Quién puede fiarse de un asesino que mata como si bebiera una copa de whisky? ... 
 
 
							  En la línea 265
   del libro  Grandes Esperanzas
 del afamado autor Charles Dickens
  ... El interés de la persecución encomendada a los soldados no solamente absorbía la atención general, sino que hizo que mi hermana se sintiera liberal. Sacó del barril un cántaro de cerveza para los soldados e invitó al sargento a tomar una copa de aguardiente. Pero el señor Pumblechook se apresuró a decir: ... 
 
 
							  En la línea 331
   del libro  Crimen y castigo
 del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
  ... Entró en el figón, se bebió una copa de vodka y dio algunos bocados a un pastel que se llevó para darle fin mientras continuaba su paseo. Hacía mucho tiempo que no había probado el vodka, y la copita que se acababa de tomar le produjo un efecto fulminante. Las piernas le pesaban y el sueño le rendía. Se propuso volver a casa, pero, al llegar a la isla Petrovski, hubo de detenerse: estaba completamente agotado. ... 
 
 
							  En la línea 3572
   del libro  Crimen y castigo
 del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
  ... ‑¡Y cómo le gustaba beber! ‑exclamó de pronto el antiguo empleado de intendencia mientras vaciaba su décima copa de vodka‑. ¡Tenía verdadera debilidad por la bebida! ... 
 
 
							  En la línea 3579
   del libro  Crimen y castigo
 del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
  ... ‑Sí ‑dijo el de intendencia, apurando una nueva copa de vodka‑, había que tirarle de los pelos. Y muchas veces. ... 
 
 
							  En la línea 3583
   del libro  Crimen y castigo
 del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
  ... Y se bebió otra copa de vodka. ... 
 
 
							  En la línea 189
   del libro  Un viaje de novios
 del afamado autor Emilia Pardo Bazán
  ... No era muy genuino, ni muy aromático el del fondín de Venta de Baños; y con todo eso, al introducir en sus labios por vez primera la cucharilla, al sentir el leve amargor y el tibio vaho que la penetraban, experimentó Lucía hondo estremecimiento, algo como una expansión de su ser, cual si a un tiempo se abriesen sus sentidos, semejantes a capullos de arbusto que a la vez florecen todos. La copa de chartreuse, bebida despacio, le dejó en la lengua y en los dientes un aroma penetrante y fortalecedor, una sed grata, ligerísima, que apagaban los sorbos últimos del café, saturados del fino polvillo que en remolinos lentos se depositaba en el fondo de la taza. ... 
 
 
							  En la línea 667
   del libro  Un viaje de novios
 del afamado autor Emilia Pardo Bazán
  ... Y fueron viniendo botellas, aumentándose copas a la ya formidable batería que cada convidado tenía ante sí; anchas y planas, como las de los relieves antiguos, para el espumante Champagne; verdes y angostas, finísimas, para el Rhin; cortas como dedales, sostenidas en breve pie, para el Málaga meridional. Apenas llegó Lucía a catar dos dedos de cada vino; pero los iba probando todos por curiosidad golosa; y, un tanto pesada ya la cabeza, olvidando deliciosamente las peripecias del paseo matinal, se recostaba en la butaca, proyectando el busto, enseñando al sonreír los blancos dientes entre los labios húmedos, con risa de bacante inocente aún, que por vez primera prueba el zumo de las vides. La atmósfera de la cerrada habitación era de estufa: flotaban en ella espirituosos efluvios de bebidas, vaho de suculentos manjares, y el calor uniforme, apacible de la chimenea, y el leve aroma resinoso de los ardidos leños. Lindo asunto para una anacreóntica moderna, aquella mujer que alzaba la copa, aquel vino claro que al caer formaba una cascada ligera y brillante, aquel hombre pensativo, que alternativamente consideraba la mesa en desorden, y la risueña ninfa, de mejillas encendidas y chispeantes ojos. Sentíase Artegui tan dueño de la hora, del instante presente, que, desdeñoso y melancólico, contemplaba a Lucía como el viajero a la flor de la cual aparta su pie. Ni vinos, ni licores, ni blando calor de llama, eran ya bastantes para sacar de su apático sueño al pesimista: circulaba lenta en sus venas la sangre, y en las de Lucía giraba pronta, generosa y juvenil. Hermoso era, sin embargo, para los dos el momento, de concordia suprema, de dulce olvido; la vida pasada se borraba, la presente era como una tranquila eternidad, entre cuatro paredes, en el adormecimiento beato de la silenciosa cámara. Lucía dejó pender ambos brazos sobre los del sillón; sus dedos, aflojándose, soltaron la copa, que rodó al suelo, quebrándose con cristalino retintín en el bronce del guardafuego. Riose la niña de la fractura, y, entreabiertos los ojos y clavados en el techo, se sintió anonadada, invadida por un sopor, un recogimiento profundo de todo su ser. Artegui, en tanto, mudo y sereno, permanecía enhiesto en su butaca, orgulloso como el estoico antiguo: acre placer le penetraba todo, el goce de sentirse bien muerto, y cerciorarse de que en vano la traidora Naturaleza había intentado resucitarle. ... 
 
 
							  En la línea 667
   del libro  Un viaje de novios
 del afamado autor Emilia Pardo Bazán
  ... Y fueron viniendo botellas, aumentándose copas a la ya formidable batería que cada convidado tenía ante sí; anchas y planas, como las de los relieves antiguos, para el espumante Champagne; verdes y angostas, finísimas, para el Rhin; cortas como dedales, sostenidas en breve pie, para el Málaga meridional. Apenas llegó Lucía a catar dos dedos de cada vino; pero los iba probando todos por curiosidad golosa; y, un tanto pesada ya la cabeza, olvidando deliciosamente las peripecias del paseo matinal, se recostaba en la butaca, proyectando el busto, enseñando al sonreír los blancos dientes entre los labios húmedos, con risa de bacante inocente aún, que por vez primera prueba el zumo de las vides. La atmósfera de la cerrada habitación era de estufa: flotaban en ella espirituosos efluvios de bebidas, vaho de suculentos manjares, y el calor uniforme, apacible de la chimenea, y el leve aroma resinoso de los ardidos leños. Lindo asunto para una anacreóntica moderna, aquella mujer que alzaba la copa, aquel vino claro que al caer formaba una cascada ligera y brillante, aquel hombre pensativo, que alternativamente consideraba la mesa en desorden, y la risueña ninfa, de mejillas encendidas y chispeantes ojos. Sentíase Artegui tan dueño de la hora, del instante presente, que, desdeñoso y melancólico, contemplaba a Lucía como el viajero a la flor de la cual aparta su pie. Ni vinos, ni licores, ni blando calor de llama, eran ya bastantes para sacar de su apático sueño al pesimista: circulaba lenta en sus venas la sangre, y en las de Lucía giraba pronta, generosa y juvenil. Hermoso era, sin embargo, para los dos el momento, de concordia suprema, de dulce olvido; la vida pasada se borraba, la presente era como una tranquila eternidad, entre cuatro paredes, en el adormecimiento beato de la silenciosa cámara. Lucía dejó pender ambos brazos sobre los del sillón; sus dedos, aflojándose, soltaron la copa, que rodó al suelo, quebrándose con cristalino retintín en el bronce del guardafuego. Riose la niña de la fractura, y, entreabiertos los ojos y clavados en el techo, se sintió anonadada, invadida por un sopor, un recogimiento profundo de todo su ser. Artegui, en tanto, mudo y sereno, permanecía enhiesto en su butaca, orgulloso como el estoico antiguo: acre placer le penetraba todo, el goce de sentirse bien muerto, y cerciorarse de que en vano la traidora Naturaleza había intentado resucitarle. ... 
 
 
							  En la línea 759
   del libro  Un viaje de novios
 del afamado autor Emilia Pardo Bazán
  ... El chalet alquilado en Vichy por las dos familias, Miranda y Gonzalvo, llevaba el poético letrero de Chalet de las Rosas. A fin de justificar el nombre, sin duda, corrían por todos sus calados balaústres airosos festones de rosal enredadera, al extremo de cuyas ramas oscilaban las cabecitas lánguidas de las últimas rosas de la estación. Habíalas color barquillo bajo, realzadas por la nota de fuego de las bengalas, y las rosas enanas, de matiz de carne, parecían rostros microscópicos, que miraban curiosos a las vidrieras del chalet. En el jardinete, ante el peristilo, era una gentil confusión de rosas de todos los tonos y tamaños. Las Maimaison descollaban rosadas y turgentes, como un hermoso seno; las té se deshacían, dejando pender sus desmayados pétalos; las de Alejandría, erguidas y elegantes, vertían su copa de esencia embriagadora; las musgosas reían irónicas con sus labios de carmín, al través de una barba tupida y verde; las albas desafiaban a la nieve con su fría y cándida belleza, con su rigidez púdica de flores de batista. Y entre sus lindas hermanas, la exótica viridiflora ocultaba sus capullos glaucos, como avergonzándose del extraño color alagartado de sus flores de su fealdad de planta rara, interesante tan sólo para el botánico. ... 
 
								 
  El Español es una gran familia 
 
								 							  
							    Más información sobre la palabra Copa en internet
								 Copa en la RAE. 
								 Copa en Word Reference. 
								
								 Copa en la wikipedia.  
								
								 Sinonimos de Copa. 
  
								 							  
							    Errores Ortográficos típicos con la palabra Copa  
									
				 
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