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La palabra confianza
Cómo se escribe

la palabra confianza

La palabra Confianza ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece confianza.

Estadisticas de la palabra confianza

Confianza es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 1114 según la RAE.

Confianza tienen una frecuencia media de 81.64 veces en cada libro en castellano

Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la confianza en 150 obras del castellano contandose 12409 apariciones en total.

Más información sobre la palabra Confianza en internet

Confianza en la RAE.
Confianza en Word Reference.
Confianza en la wikipedia.
Sinonimos de Confianza.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece confianza

La palabra confianza puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 928
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La certeza de que no iba a encontrar a nadie en el camino le hubiera dado confianza. ...

En la línea 961
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era más seguro para ella marchar al lado de un hombre, y más si éste era Tonet, que inspiraba confianza. ...

En la línea 1195
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y los gorriones, los pardillos y las calandrias, que huían de los chicos como del demonio cuando los veían en cuadrilla por los senderos, posábanse con la mayor confianza en los árboles inmediatos, y hasta se paseaban con sus saltadoras patitas frente a la puerta de la escuela, riéndose con escandalosos gorjeos de sus fieros enemigos al verlos enjaulados, bajo la amenaza de la caña, condenados a mirarlos de reojo, sin poder moverse y repitiendo un canto tan fastidioso y feo. ...

En la línea 1545
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El niño quedó abandonado en el camón del estudi, revolviéndose con los ojos empañados por la enfermedad y balando débilmente: ¡Mare! ¡Mare! Teresa, mientras tanto, examinaba con rostro grave la compra de su marido, calculando detenidamente si aquello valía treinta duros; la hija buscaba diferencias entre la nueva bestia y el Morrut, de feliz memoria; los dos pequeños, con repentina confianza, tirábanle de la cola y le acariciaban el vientre, rogando en vano al hermano mayor que los subiera sobre su blanco lomo. ...

En la línea 54
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era el empleado más antiguo de la casa. Había alcanzado a ver en su niñez al primer Dupont, fundador del establecimiento. El segundo le había tratado como a compañero, y al actual jefe, a Dupont el joven, lo había tenido en sus brazos, uniéndose al tuteo de la confianza paternal el miedo que le inspiraba don Pablo con su carácter imperioso de dueño a estilo antiguo. ...

En la línea 99
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín tenía con este señorito gran confianza. Se tuteaban, se habían criado juntos en la viña de Marchamalo, con aquella llaneza de trato que los Dupont permitían a su familia. ...

En la línea 145
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había transcurrido más de una hora, cuando Fermín se vio llamado por el jefe. La casa tenía que aclarar una cuenta con el escritorio de otra bodega: era asunto largo que no podía discutirse por teléfono, y Dupont enviaba a Montenegro como dependiente de confianza. Don Pablo, serenado ya por el trabajo, parecía querer borrar con esta distinción la dureza amenazadora con que había tratado al joven. ...

En la línea 194
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El capataz sonreía viendo que el amo y sus acompañantes de sotana o capucha mostraban gran placer en oírle; pero su sonrisa de campesino socarrón, no llegaba a saberse si era de burla o de agrado por la confianza del señor. Contento de proporcionar un rato de descanso a los muchachos que se encorvaban entre las cepas, ladera abajo, levantando y abatiendo sus azadas pesadísimas, avanzaba con cómica rigidez hasta el parapeto de la explanada, prorrumpiendo en un grito prolongado y atronador: --¡Eeeechen tabacooo!... ...

En la línea 183
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... «Si yo manejo tan bien a los moribundos, decía él en el seno de la confianza, es por la gran experiencia que he adquirido zarandeando cadáveres al ponerles la mortaja y demás. ...

En la línea 503
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Aquel gran odio que manifestaba tan altivamente el joven viajero por aquel hombre que, cosa bastante pocoverosímil, le había robado la carta de su padre, aquel odio ¿no ocultaba alguna perfidia? ¿No le habría sido enviado aquel joven por Su Eminencia? ¿No vendría para tenderle alguna trampa? Ese presunto D'Artagnan ¿no sería un emisa rio del cardenal que trataba de introducirse en su casa, y que le habían puesto al lado para sorprender su confianza y para perderlo más tarde, como mil veces se había hecho? Miró a D'Artagnan más fijamente aún que la vez primera. ...

En la línea 1075
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡La Chesnaye!El ayuda de cámara de confianza de Luis XIII, que permanecía siempre a la puerta, entró. ...

En la línea 1097
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Señor duque -dijo el señor de Tréville-, estaba tan lleno de confianza en vuestra lealtad que no quise junto a Su Majestad otro de fensor que vos mismo. ...

En la línea 1336
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿No os he dicho que era la ahijada del señor de La Porte el hombre de confianza de la reina? Pues bien, el señor de La Porte la puso junto a Su Majestad para que nuestra pobre reina tuviera al menos alguien de quien fiarse, abandonada como está por el rey, espiada como está por el cardenal,traicionada como es por todos. ...

En la línea 4
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Orgulloso en mi posicion porque me condujo á una altura, que si yo hubiera podido desearla hubiera sido únicamente por poder satisfacer el tributo de mi gratitud á aquellas Islas, vi con el sentimiento que es natural, que á mi arribo al puerto habia caducado mi mision, y eran perdidos los sacrificios todos que de mi escasa fortuna habia hecho para corresponder á la confianza que se me habia dispensado, porque estaba ya sancionada la ley de no admision de los Diputados de Ultramar en el Congreso para que fuimos convocados; y sancionada y promulgada la Constitucion vijente, que en su artículo segundo de los adicionales dispone: «Sean gobernadas por leyes especiales las provincias de Ultramar. ...

En la línea 228
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... a Que el reconocimiento y aforo de la hoja que la renta compra á los cosecheros, se haga ante una junta nombrada anualmente de empleados de la capital de la mayor confianza é intelijencia en el ramo, con asistencia del alcalde mayor de la provincia, ante la fe del escribano público, si lo hay, y de no, se elijirá persona para el caso que estienda y autorice las dilijencias de la junta: concluido el acto, deberia quemarse en seguida ante la misma junta todo el tabaco que hubiese resultado inútil. ...

En la línea 287
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Esta carta es una órden que en mi tiempo daban los señores contador ó tesorero de la hacienda, y con ella el boticario despachaba las recetas que el agraciado solicitaba: para cobrar el importe de estas recetas, que se hacia por años, las pasaba el boticario con su cuenta y visto bueno del contralor del hospital á las oficinas principales de la hacienda, y los señores ministros comisionaban un empleado de su confianza que fuese realizando esas recetas: todo anomalía, todo injusticia si se quiere, y todo rutina, abuso y despotismo, que es necesario destruir y crear órden, regularidad y estricta justicia. ...

En la línea 354
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... El capitan jeneral fue desde luego el juez nato de esta renta, como superintendente jeneral subdelegado, y la única administracion se encargaba á un vecino de honradez y confianza, con solo la asignacion de un 25 por 100 sobre todo lo que recaudase. ...

En la línea 838
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... EL RECTOR.—¿Qué es lo que oigo? ¿Usted, inglés y protestante, habla con admiración de Ignacio de Loyola? YO.—Nada diré respecto de la doctrina de los jesuítas, porque, como acaba usted de decir, soy protestante; pero estoy dispuesto a sostener que no hay en el mundo gente a quien, en general, pueda encomendársele con más confianza la educación de la juventud. ...

En la línea 1462
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Como yo tengo ilimitada confianza en el honor de todos los caballeros, dejaré el pasaporte en manos de usted mientras voy a comer a la posada. ...

En la línea 1965
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Y como veo que es usted alemán, _lieber Herr_, y me agrada su aspecto y su modo de expresarse, le diré a usted en confianza que apenas si conozco el oficio, y ya me han despedido de varias fábricas por mi impericia; las dos pastillas de jabón que llevo en el bolsillo no las he fabricado yo. ...

En la línea 2062
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Es lo más probable que si los jefes del partido _moderado_ llegan a tener confianza en sí mismos por cuarenta y ocho horas más, su causa hubiera triunfado y los soldados revolucionarios de La Granja se hubieran dado por contentos devolviendo a la reina su libertad y aceptando una avenencia, porque se sabía que varios regimientos leales se acercaban a Madrid. ...

En la línea 1352
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Digo que tienes razón -dijo don Quijote-, y que así puedes tú llevar a tu barbero; que los usos no vinieron todos juntos, ni se inventaron a una, y puedes ser tú el primero conde que lleve tras sí su barbero; y aun es de más confianza el hacer la barba que ensillar un caballo. ...

En la línea 2197
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -No haya más -dijo Dorotea-: corred, Sancho, y besad la mano a vuestro señor, y pedilde perdón, y de aquí adelante andad más atentado en vuestras alabanzas y vituperios, y no digáis mal de aquesa señora Tobosa, a quien yo no conozco si no es para servilla, y tened confianza en Dios, que no os ha de faltar un estado donde viváis como un príncipe. ...

En la línea 2373
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »-Así es la verdad -respondió Anselmo-, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, es tan buena y tan perfeta como yo pienso; y no puedo enterarme en esta verdad, si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego muestra los del oro. ...

En la línea 2379
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que nuestra amistad me asegura. ...

En la línea 670
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aunque los tres comprendían y hablaban el inglés, era muy difícil saber por ellos las costumbres de sus compatriotas. Provenía esto en parte, creo, de que les era muy difícil comprender la menor alternativa. Todo el que tenga costumbre de tratar a niños sabe cuán difícil es obtener de ellos una respuesta a las más sencillas preguntas, por ejemplo: ¿es blanca o negra una cosa? La idea de negro y la idea de blanco llena alternativamente su espíritu. Lo mismo sucedió con los fueguenses; por lo que la mayor parte de las veces era imposible saber, al interrogarles de nuevo, si habían comprendido bien lo que se les dijo al principio. Tenían la vista muy penetrante; sabido es que los marinos, por su larga costumbre, distinguen un objeto mucho antes que un hombre habituado a vivir en tierra; pero York y Jemmy eran bajo este punto de vista muy superiores a todos los marinos de a bordo. Muchas veces habían anunciado que veían una cosa, nombrando lo que percibían; todo el mundo dudaba, y, sin embargo, el anteojo probaba que tenían razón. Tenían plena confianza de esta facultad, y así, cuando Jemmy tenía alguna pequeña reyerta con el oficial de guardia no dejaba de decirle: «Yo ver barco, yo no decir». Nada más curioso de observar que la conducta de los salvajes con Jemmy Button cuando desembarcamos. Inmediatamente notaron la diferencia entre él y nosotros, lo que dio lugar a una muy animada conversación entre ellos. Después el viejo re dirigió un largo discurso; parece que le excitaba a quedarse con ellos; pero Jemmy comprendía muy poco su lenguaje y además parecía avergonzarse de sus compatriotas. Cuando York Minster vino a tierra también le conocieron enseguida y le dijeron que debía afeitarse, y eso que apenas tenía veinte pelos microscópicos en la cara, mientras que todos nosotros llevábamos barba corrida. ...

En la línea 1709
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... en es verdad que los directores y accionistas de estas compañías se entregaban a despilfarros de los más disparatados; en algunos casos han destinado 25.000 francos anuales para dar fiestas a las autoridades chilenas; enviaban bibliotecas enteras de obras de geología, lujosamente encuadernadas; se llevaban a todo coste mineros acostumbrados a un metal especial, por ejemplo, el estaño, que no lo hay en Chile; se comprometían a proporcionar leche a los mineros en regiones en que no hay una sola vaca; se construían máquinas, donde no había medio de utilizarlas; se hacían otros mil gastos absurdos semejantes, de tal manera y en tal número, que aún hoy se ríen de nosotros los indígenas. indudable, sin embargo, que si los capitales locamente tirados se hubiesen empleado de un modo útil, se habrían ganado enormes sumas: un hombre experto en quien se hubiera podido tener confianza, un contramaestre hábil y un químico, no se necesitaba más. ...

En la línea 2196
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... No obstante, no pude concederse absoluta confianza a los resultados que voy a indicar, porque las pequeñas colecciones hechas por otros naturalistas al paso que confirman en parte estos resultados, prueban también en absoluto que se necesitan todavía muchos estudios en la botánica de este archipiélago; además, yo no doy las cifras aproximadas sino respecto de las leguminosas: Nombre de la Isla Núme ro Total de Especi es Número de especies halladas en otras partes del mundo Número de especies particular es del archipiéla go de las Galápago s Númer o confina do en una sola isla Número de especies confinada s en el archipiéla go de los Galápago s pero halladas en mas de una sola isla James Alberma rle Chatham Carlos 39 (O 29, si se restan las plantas que han sido probableme nte importadas. ...

En la línea 3044
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... ando llegamos, y mientras que veíamos esta parte de la isla desde el mar, no podía yo darme cuenta de lo que eran las manchas blancas que por todas partes veía; ahora tengo la explicación del fenómeno: son aves marinas que duermen tan llenas de confianza, que puede un hombre pasearse por entre ellas en medio del día y coger cuantas quiera ...

En la línea 414
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuatro años hacía que no perdía baile, ni reunión de confianza, ni teatro, ni paseo, y todavía las damas, cada vez que le veían bailando un rigodón (no se atrevía con el wals ni con la polka) repetían: —¡Pero este Bermúdez está desconocido! ¡Todos, todos empeñados en que era un cartujo! Esto le desesperaba. ...

En la línea 882
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Arcipreste procuró que se encontraran y por su confianza con la Regenta facilitó la entrevista. ...

En la línea 1421
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Como su madre! —decía a las personas de confianza —. ...

En la línea 1821
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los chicos innobles, que pudiera decirse, de Vetusta, no eran grandes proporciones; pero aunque se quisiera apencar —apencar decía doña Águeda en el seno de la confianza —, con algún abogadote, ninguno de aquellos bobalicones se atrevería a enamorar a una Ozores, aunque se muriese por ella. ...

En la línea 81
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Tú debes de haber tenido muchos amantes—decía en las horas de mayor confianza—. Cuéntame: nada me importa. ...

En la línea 409
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... «La mujer—se decía Borja—siempre es la que duda y teme en el primer momento. Luego se afirma su confianza, se entrega sin miedo creyendo a ciegas en el amor del hombre, precisamente cuando éste empieza a sentir que se aminora su pasión por efecto de un disfrute seguro y monótono, o tal vez porque ya se ha extinguido la primera vanidad de su triunfo.» ...

En la línea 936
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El 7 de mayo se celebraba en Nápoles la boda de don Jofre y doña Sancha con gran aparato. Alfonso II, padre de la novia, deseaba levantar su crédito ante los napolitanos y los barones de su reino, dando gran brillo a las ceremonias nupciales para inspirar confianza al país, haciéndole creer que su nuevo parentesco con el Pontífice era una garantía contra la anunciada expedición francesa. ...

En la línea 974
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mostró el Papa las angustias de un viejo enamorado al enterarse del suceso, haciendo toda clase de gestiones para la liberación de las cautivas. Envió inmediatamente los tres mil ducados de rescate exigidos por el capitán D'Alegre y despachó a dos cardenales para que solicitasen de Carlos VIII la cesión de las prisioneras, protestando contra la delicadeza de dicho rapto. Las tres damas fueron enviadas a Roma con fuerte escolta, y el cubiculario secreto del Papa, Juan Marrados, su hombre de confianza, salió a recibirlas fuera de la ciudad. ...

En la línea 226
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Gentleman -volvió a decir Flimnap-, ha llegado el momento más difícil para mí. Vamos a partir para la capital, y necesito recordarle que la continuación de su existencia no es aun cosa segura. Falta saber que opinión formarán de usted las altas personalidades del Consejo Ejecutivo. Pero yo tengo cierta confianza, porque el corazón justo y fuerte de las mujeres es siempre piadoso con la debilidad y la ignorancia del hombre. Además, cuento con la buena impresión que producirá su aspecto. ...

En la línea 232
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Ni una palabra más -insistió el doctor-. Le advierto que anoche casi demolió usted en la oscuridad una de nuestras máquinas voladoras al dar un zarpazo en el aire. Falto poco para que cayese al suelo desde una altura enorme, matándose sus tripulantes. Después de esto, reconocerá que nuestro gobierno obra prudentemente al no tratarle con una confianza ciega. ...

En la línea 237
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie lo hizo así, y, apenas hubo cruzado sus manos sobre la espalda, sintió en torno de las muñecas algo que parecía vivo y se enrollaba con una prontitud inteligente. Era el cable metálico de la máquina que iba a volar detrás de el. Al mismo tiempo, otro monstruo del aire descendió con toda confianza al verle con las manos sujetas, y quedó flotando cerca de sus ojos. ...

En la línea 608
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Con usted, gentleman, me atrevo a hablar de lo que no hablaría con ninguno de mi especie. Este parecido inexplicable que nos une, a mi tan pequeño y a usted tan enorme y poderoso, me inspira confianza. Además, ¿qué interés puede tener usted en perderme? Los dos pertenecemos al mismo sexo; usted es hombre, y no creo que encuentre muy aceptable el gobierno de las mujeres. ...

En la línea 96
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La biografía mercantil de este hombre es tan curiosa como sencilla. Era muy joven cuando entró de hortera en casa de Arnaiz, y allí sirvió muchos años, siempre bien quisto del principal por su honradez acrisolada y el grandísimo interés con que miraba todo lo concerniente al establecimiento. Y a pesar de tales prendas, Estupiñá no era un buen dependiente. Al despachar, entretenía demasiado a los parroquianos, y si le mandaban con un recado o comisión a la Aduana, tardaba tanto en volver, que muchas veces creyó D. Bonifacio que le habían llevado preso. La singularidad de que teniendo Plácido estas mañas, no pudieran los dueños de la tienda prescindir de él, se explica por la ciega confianza que inspiraba, pues estando él al cuidado de la tienda y de la caja, ya podían Arnaiz y su familia echarse a dormir. Era su fidelidad tan grande como su humildad, pues ya le podían reñir y decirle cuantas perrerías quisieran, sin que se incomodase. Por esto sintió mucho Arnaiz que Estupiñá dejara la casa en 1837, cuando se le antojó establecerse con los dineros de una pequeña herencia. Su principal, que le conocía bien, hacía lúgubres profecías del porvenir comercial de Plácido, trabajando por su cuenta. ...

En la línea 105
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Andando los años, y cuando ya Estupiñá iba para viejo y no hacía corretaje ni contrabando, desempeñó en la casa de Santa Cruz un cargo muy delicado. Como era persona de tanta confianza y tan ciegamente adicto a la familia, Barbarita le confiaba a Juanito para que le llevase y le trajera al colegio de Massarnau, o le sacara a paseo los domingos y fiestas. Segura estaba la mamá de que la vigilancia de Plácido era como la de un padre, y bien sabía que se habría dejado matar cien veces antes que consentir que nadie tocase al Delfín (así le solía llamar) en la punta del cabello. Ya era este un polluelo con ínfulas de hombre cuando Estupiñá le llevaba a los Toros, iniciándole en los misterios del arte, que se preciaba de entender como buen madrileño. El niño y el viejo se entusiasmaban por igual en el bárbaro y pintoresco espectáculo, y a la salida Plácido le contaba sus proezas taurómacas, pues también, allá en su mocedad, había echado sus quiebros y pases de muleta, y tenía traje completo con lentejuelas, y toreaba novillos por lo fino, sin olvidar ninguna regla… Como Juanito le manifestara deseos de ver el traje, contestábale Plácido que hacía muchos años su hermana la sastra (que de Dios gozaba) lo había convertido en túnica de un Nazareno, que está en la iglesia de Daganzo de Abajo. ...

En la línea 124
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y Juanito pensó: «Tú sales para que te vea el pie. Buena bota»… Pensando esto, advirtió que la muchacha sacaba del mantón una mano con mitón encarnado y que se la llevaba a la boca. La confianza se desbordaba del pecho del joven Santa Cruz, y no pudo menos de decir: ...

En la línea 175
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al día siguiente, cuando fueron a la catedral, ya bastante tarde, sabía Jacinta una porción de expresiones cariñosas y de íntima confianza de amor que hasta entonces no había pronunciado nunca, como no fuera en la vaguedad discreta del pensamiento que recela descubrirse a sí mismo. No le causaba vergüenza el decirle al otro que le idolatraba, así, así, clarito… al pan pan y al vino vino… ni preguntarle a cada momento si era verdad que él también estaba hecho un idólatra y que lo estaría hasta el día del Juicio final. Y a la tal preguntita, que había venido a ser tan frecuente como el pestañear, el que estaba de turno contestaba Chí, dando a esta sílaba un tonillo de pronunciación infantil. El Chí se lo había enseñado Juanito aquella noche, lo mismo que el decir, también en estilo mimoso, ¿me quieles?, y otras tonterías y chiquilladas empalagosas, dichas de la manera más grave del mundo. En la misma catedral, cuando les quitaba la vista de encima el sacristán que les enseñaba alguna capilla o preciosidad reservada, los esposos aprovechaban aquel momento para darse besos a escape y a hurtadillas, frente a la santidad de los altares consagrados o detrás de la estatua yacente de un sepulcro. Es que Juanito era un pillín, y un goloso y un atrevido. A Jacinta le causaban miedo aquellas profanaciones; pero las consentía y toleraba, poniendo su pensamiento en Dios y confiando en que Este, al verlas, volvería la cabeza con aquella indulgencia propia del que es fuente de todo amor. ...

En la línea 729
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Acercábase la hora de la comida, y, por extraño que parezca, la idea no ocasionó a Tom sino un leve desasosiego, pero sin terror alguno. Lo que le ocurrió por la mañana había fortalecido en extremo su confianza; el pobrecillo estaba ya más acostumbrado a su extraño ambiente, después de cuatro días, que lo habría estado una persona mayor al cabo de todo un mes. Nunca se vio más sorprendente ejemplo de la facilidad de un niño para amoldarse a las circunstancias. ...

En la línea 1194
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Miles dio un salto hacia adelante, con serena confianza, para salirle al encuentro, pero Edith le contuvo con un ademán casi imperceptible y el soldado se detuvo. Sentóse la dama y le pidió que hiciera otro tanto. Así, sencillamente le hizo perder la sensación de antiguo compañerismo, y lo transformó en un desconocido y en un huésped. La sorpresa, lo inesperado del momento, obligó a Miles a preguntarse un instante si era en efecto la persona que pretendía ser. Lady Edith dijo: ...

En la línea 182
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... A la piadosa mención de su madre Augusto dejó las cartas sobre la mesa, y su espíritu quedó un momento en suspenso. Muchas veces su madre, aquella dulce señora, hija del infortunio, le había dicho: « Yo no puedo vivir ya mucho, hijo mío; tu padre me está llamando. Acaso le hago a él más falta que a ti. Así que yo me vaya de este mundo y te quedes solo en él tú cásate, cásate cuanto antes. Trae a esta casa dueña y señora. Y no es que yo no tenga confianza en nuestros antiguos y fieles servidores, no. Pero trae ama a la casa. Y que sea ama de casa, hijo mío, que sea ama. Hazla dueña de tu corazón, de tu bolsa, de tu despensa, de tu cocina y de tus resoluciones. Busca una mujer de gobierno, que sepa querer… y gobernarte.» ...

En la línea 1763
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Sí. ¡Anda, vete, mi valeroso amigo! Di a Mariana que la amo siempre y que tenga confianza en mí. ¡Que Dios te guarde, Yáñez! ...

En la línea 415
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El otro desconocido merece una descripción más detallada. Un discípulo de Gratiolet o de Engel hubiera podido leer en su fisonomía como en un libro abierto. Reconocí sin vacilación sus cualidades dominantes: la confianza en sí mismo, manifestada en la noble elevación de su cabeza sobre el arco formado por la línea de sus hombros y en la mirada llena de fría seguridad que emitían sus ojos negros; la serenidad, pues la palidez de su piel denunciaba la tranquilidad de su sangre; la energía, demostrada por la rápida contracción de sus músculos superciliares, y, por último, el valor, que cabía deducir de su poderosa respiración como signo de una gran expansión vital. Debo añadir que era un hombre orgulloso, que su mirada firme y tranquila parecía reflejar una gran elevación de pensamientos, y que de todo ese conjunto de rasgos y de la homogeneidad expresiva de sus gestos corporales y faciales cabía diagnosticar, según la observación de los fisonomistas, una indiscutible franqueza. ...

En la línea 763
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Sí, señor profesor -respondió con auténtica emoción el capitán Nemo-, y para mí es como un órgano de mi propio cuerpo. El hombre está sometido a todos los peligros que sobre él se ciernen a bordo de cualquiera de vuestros barcos confiados a los azares de los océanos, en cuya superficie se tiene como primera impresión el sentimiento del abismo, como ha dicho tan justamente el holandés Jansen, pero por debajo de su superficie y a bordo del Nautilus el hombre no tiene ningún motivo de inquietud. No es de temer en él deformación alguna, pues el doble casco de este barco tiene la rigidez del hierro; no tiene aparejos que puedan fatigar los movimientos de balanceo y cabeceo aquí inexistentes; ni velas que pueda llevarse el viento; ni calderas que puedan estallar por la presión del vapor; ni riesgos de incendio, puesto que todo está hecho con planchas de acero; ni carbón que pueda agotarse, puesto que la electricidad es su agente motor; ni posibles encuentros, puesto que es el único que navega por las aguas profundas; ni tempestades a desafiar, ya que a algunos metros por debajo de la superficie reina la más absoluta tranquilidad. Sí, éste es el navío por excelencia. Y si es cierto que el ingeniero tiene más confianza en el barco que el constructor, y éste más que el propio capitán, comprenderá usted la confianza con que yo me abandono a mi Nautilus, puesto que soy a la vez su capitán, su constructor y su ingeniero. ...

En la línea 763
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Sí, señor profesor -respondió con auténtica emoción el capitán Nemo-, y para mí es como un órgano de mi propio cuerpo. El hombre está sometido a todos los peligros que sobre él se ciernen a bordo de cualquiera de vuestros barcos confiados a los azares de los océanos, en cuya superficie se tiene como primera impresión el sentimiento del abismo, como ha dicho tan justamente el holandés Jansen, pero por debajo de su superficie y a bordo del Nautilus el hombre no tiene ningún motivo de inquietud. No es de temer en él deformación alguna, pues el doble casco de este barco tiene la rigidez del hierro; no tiene aparejos que puedan fatigar los movimientos de balanceo y cabeceo aquí inexistentes; ni velas que pueda llevarse el viento; ni calderas que puedan estallar por la presión del vapor; ni riesgos de incendio, puesto que todo está hecho con planchas de acero; ni carbón que pueda agotarse, puesto que la electricidad es su agente motor; ni posibles encuentros, puesto que es el único que navega por las aguas profundas; ni tempestades a desafiar, ya que a algunos metros por debajo de la superficie reina la más absoluta tranquilidad. Sí, éste es el navío por excelencia. Y si es cierto que el ingeniero tiene más confianza en el barco que el constructor, y éste más que el propio capitán, comprenderá usted la confianza con que yo me abandono a mi Nautilus, puesto que soy a la vez su capitán, su constructor y su ingeniero. ...

En la línea 1140
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Bastante perplejo y dudando de si dar crédito a estos relatos, comunicados por periódicos poco dignos de confianza, Dumont d'Urvifie se decidió, sin embargo, a seguir los pasos de Dillon. ...

En la línea 339
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras tanto, yo iba por la cocina tambaleándome como un pequeño borracho, a causa de haber sido puesto en el suelo pocos momentos antes y también porque me había dormido, despertándome junto al calor, a las luces y al ruido de muchas lenguas. Cuando me recobré, ayudado por un buen puñetazo entre los hombros y por la exclamación que profirió mi hermana: «¿Han visto ustedes alguna vez a un muchacho como éste?», observé que Joe les refería la confesión del penado y todos los invitados expresaban su opinión acerca de cómo pudo llegar a entrar en la despensa. Después de examinar cuidadosamente las premisas, el señor Pumblechook explicó que primero se encaramó al tejado de la fragua y que luego pasó al de la casa, deslizándose por medio de una cuerda, hecha con las sábanas de su cama, cortada a tiras, por la chimenea de la cocina, y como el señor Pumblechook estaba muy seguro de eso y no admitía contradicción de nadie, todos convinieron en que el hecho debió de realizarse como él suponía. El señor Wopsle, sin embargo, dijo que no, con la débil malicia de un hombre fatigado; pero como no podía exponer ninguna teoría y, por otra parte, no llevaba abrigo, fue unánimemente condenado al silencio, ello sin tener en cuenta el humo que salía de sus pantalones, mientras estaba de espaldas al fuego de la cocina para secar la humedad, lo cual no podía, naturalmente, inspirar confianza alguna. ...

En la línea 415
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La señora Joe hacía, de vez en cuando, cortos viajes con el tío Pumblechook los días de mercado, a fin de ayudarle en la compra de los artículos de uso doméstico y en todos aquellos objetos caseros que requerían la opinión de una mujer. El tío Pumblechook era soltero y no tenía ninguna confianza en su criada. El día en que con Joe tuvimos la conversación reseñada, era de mercado y la señora Joe había salido en una de estas expediciones. ...

En la línea 898
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando llegó el día de mi visita a la escena de mi violencia, mis terrores llegaron a su colmo. ¿Y si algunos agentes, esbirros de la justicia, especialmente enviados desde Londres, estaban emboscados detrás de la puerta? ¿Y si la señorita Havisham, deseosa de tomar venganza personal de un ultraje cometido en su casa, se pusiera en pie, llevando aquel traje sepulcral, y, apuntándome con una pistola, me mataba de un tiro? ¿Quién sabe si cierto número de muchachos sobornados —una numerosa banda de mercenarios— se habrían comprometido a esperarme en la fábrica de cerveza para caer sobre mí y matarme a puñetazos? Pero tenía tanta confianza en la lealtad del joven y pálido caballero, que nunca le creí autor o inspirador de tales desquites, los cuales siempre se presentaban a mi imaginación como obra de sus parientes, incitados por el estado de su rostro y por la indignación que había de producirles ver tan malparados los rasgos familiares. ...

En la línea 920
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tal vez habría dado cuenta a Joe del joven y pálido caballero si no me hubiese visto obligado previamente a contar las mentiras que ya conoce el lector. En las circunstancias en que me hallaba, me dije que Joe no podría considerar al joven pálido como pasajero apropiado para meterlo en el coche tapizado de terciopelo negro; por consiguiente, no dije nada de él. Además era cada día mayor la repugnancia que me inspiraba la posibilidad de que se hablase de la señorita Havisham y de Estella, sensación que ya tuve el primer día. No tenía confianza completa en nadie más que en Biddy, y por eso a ella se lo referí todo. Por qué me pareció natural obrar así y por qué Biddy sentía el mayor interés en cuanto le refería con cosas que no comprendí entonces, aunque me parece comprenderlas ahora. Mientras tanto, en la cocina de mi casa se celebraban consejos que agravaban de un modo insoportable la exaltada situación de mi ánimo. El estúpido de Pumblechook solía ir por las noches con el único objeto de discutir con mi hermana acerca de mis esperanzas, y, realmente, creo, y en la hora presente con menos contrición de la que debería sentir, que si mis manos hubieran podido quitar un tornillo de la rueda de su carruaje, lo habrían hecho sin duda alguna. Aquel hombre miserable era tan estúpido que no podía discutir mis esperanzas sin tenerme delante de él, como si fuese para operar en mi cuerpo, y solía sacarme del taburete en que estaba sentado, agarrándome casi siempre por el cuello y poniéndome delante del fuego, como si tuviera que ser asado. Entonces empezaba diciendo: ...

En la línea 489
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Corrió a la puerta, escuchó, cogió su sombrero y empezó a bajar la escalera cautelosamente, con paso silencioso, felino… Le faltaba la operación más importante: robar el hacha de la cocina. Hacía ya tiempo que había elegido el hacha como instrumento. Él tenía una especie de podadera, pero esta herramienta no le inspiraba confianza, y todavía desconfiaba más de sus fuerzas. Por eso había escogido definitivamente el hacha. ...

En la línea 822
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Permítame, permítame explicar, sólo a grandes rasgos, cómo ha ocurrido todo esto, aunque esté de acuerdo con usted en que mis palabras son inútiles… Hace un año murió del tifus la muchacha y yo seguí hospedándome en casa de la señora Zarnitzine. Y cuando mi patrona se trasladó a la casa donde ahora habita, me dijo amistosamente que tenía entera confianza en mí; pero que desearía que le firmase un pagaré de ciento quince rublos, cantidad que, según mis cálculos, le debía… Permítame… Ella me aseguró que, una vez en posesión del documento, seguiría concediéndome un crédito ilimitado y que jamás, jamás… , repito sus palabras… , pondría el pagaré en circulación. Y ahora que no tengo lecciones ni dinero para comer, me exige que le pague… Es inexplicable. ...

En la línea 1500
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Bah! Son criaturas, chiquillos inconscientes, no verdaderos bandidos. Se reúnen cincuenta para un negocio. Esto es un disparate. Aunque no fueran más que tres, cada uno de ellos habría de tener más confianza en los otros que en si mismo, pues bastaría que cualquiera de ellos diera suelta a la lengua en un momento de embriaguez, para que todo se fuera abajo. ¡Chiquillos inconscientes, no lo dude! Envían a cualquiera a cambiar los billetes en los bancos. ¡Confiar una operación de esta importancia al primero que llega! Además, admitamos que esos muchachos hayan tenido suerte y que hayan logrado ganar un millón cada uno. ¿Y después? ¡Toda la vida dependiendo unos de otros! ¡Es preferible ahorcarse! Esa banda ni siquiera supo poner en circulación los billetes. Uno va a cambiar billetes grandes en un banco. Le entregan cinco mil rublos y él los recibe con manos temblorosas. Cuenta cuatro mil, y el quinto millar se lo echa al bolsillo tal como se lo han dado, a toda prisa, pensando solamente en huir cuanto antes. Así da lugar a que sospechen de él. Y todo el negocio se va abajo por culpa de ese imbécil. ¡Es increíble! ...

En la línea 1550
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Espera! ¡Escucha! Quiero decirte que tú y todos los de tu calaña, desde el primero hasta el último, sois unos vanidosos y unos charlatanes. Cuando sufrís una desgracia u os acecha un peligro, lo incubáis como incuba la gallina sus huevos, y ni siquiera en este caso os encontráis a vosotros mismos. No hay un átomo de vida personal, original, en vosotros. Es agua clara, no sangre, lo que corre por vuestras venas. Ninguno de vosotros me inspiráis confianza. Lo primero que os preocupa en todas las circunstancias es no pareceros a ningún otro ser humano. ...

En la línea 142
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ya antes me hablaba mucho de sus asuntos, pero jamás con entera confianza. Por si eso fuera poco, en su desprecio hacia mí ponía refinamientos del siguiente género: sabiendo que me hallaba al corriente de tal o cual circunstancia de su vida, de una grave preocupación, por ejemplo, me contaba sólo una parte de los hechos si creía necesario utilizarme para sus fines, o para alguna combinación, como un esclavo. Pero si ignoraba todavía las consecuencias de los acontecimientos, si me veía compartir sus sufrimientos o sus inquietudes, no se dignaba jamás tranquilizarme con una explicación amable. ...

En la línea 761
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Todas estas consideraciones vinieron a mi mente cuando entré en mi pequeña habitación en el último piso, después de haberme despedido de la abuela. Todo esto me preocupaba mucho, y aunque pudiese adivinar desde aquel momento los principales hilos que tramaban ante mis ojos los actores, no conocía yo, sin embargo, todos los secretos del juego. Paulina no me había testimoniado jamás una confianza completa. Algunas veces, como contra su voluntad, me había abierto su corazón; sin embargo, notaba que, a menudo, y casi siempre después de las confidencias, procuraba ridiculizar todo lo que había dicho o deliberadamente le daba un falso aspecto. ¡Disimulaba tantas cosas! En todo caso, presentía que se aproximaba el final de todo este lío. Otro empujón… y todo quedaría aclarado y resuelto. ...

En la línea 1341
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ¡Dios mío! ¡Con qué alegre ánimo escribí yo entonces los últimos renglones! O más bien, con qué confianza en mí mismo, con qué esperanza inquebrantable. No dudaba lo más mínimo de mí. Han pasado dieciocho meses y estoy en peor situación que un mendigo. ¿Pero qué me importa? ¡Me tiene sin cuidado la miseria! ¡He causado mi propia perdición! Además, ninguna comparación es posible y es inútil predicarse a sí mismo la moral. ¡Nada hay tan absurdo como la moral en semejantes momentos! ...

En la línea 437
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Señor -dijo el saboyano con esa confianza de los niños, que es una mezcla de ignorancia y de inocencia-: ¡Mi moneda! ...

En la línea 874
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La joven sentía una extraña emoción. Escuchaba aturdida, miraba atónita y a cada palabra que decía Magdalena, sentía deshacerse en su interior las horribles tinieblas del odio, y nacer en su corazón algo consolador, inefable, algo que era alegría, confianza, amor. ...

En la línea 63
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ni eran estas las únicas flaquezas y manías del señor Joaquín. Otras tuvo, que descubriremos sin miramientos de ninguna especie. Fue quizá la mayor y más duradera su desmedida afición al café, afición contraída en el negocio de ultramarinos, en las tristes mañanas de invierno, cuando la escarcha empaña el vidrio del escaparate, cuando los pies se hielan en la atmósfera gris de la solitaria lonja, y el lecho recién abandonado y caliente aun por ventura, reclama con dulces voces a su mal despierto ocupante. Entonces, semiaturdido, solicitando al sueño por las exigencias de su naturaleza hercúlea y de su espesa sangre, cogía el señor Joaquín la maquinilla, cebaba con alcohol el depósito, prendía fuego, y presto salía del pico de hojalata negro y humeante río de café, cuyas ondas a la vez calentaban, despejaban la cabeza y con la leve fiebre y el grato amargor, dejaban apto al coloso para velar y trabajar, sacar sus cuentas y pesar y vender sus artículos. Ya en León, y árbitro de dormir a pierna suelta, no abandonó el señor Joaquín el adquirido vicio, antes lo reforzó con otros nuevos: acostumbrose a beber la obscura infusión en el café más cercano a su domicilio, y a acompañarla con una copa de Kummel y con la lectura de un diario político, siempre el mismo, invariable. En cierta ocasión ocurrió al Gobierno suspender el periódico una veintena de días, y faltó poco para que el señor Joaquín renunciase, de puro desesperado, al café. Porque siendo el señor Joaquín español, ocioso me parece advertir que tenía sus opiniones políticas como el más pintado, y que el celo del bien público le comía, ni más ni menos que nos devora a todos. Era el señor Joaquín inofensivo ejemplar de la extinguida especie progresista: a querer clasificarlo científicamente, le llamaríamos la variedad progresista de impresión. La aventura única en su vida de hombre de partido, fue que cierto día, un personaje político célebre, exaltado entonces y que con armas y bagajes se pasó a los conservadores después, entrase en su tienda a pedirle el voto para diputado a Cortes. Desde aquel supremo momento quedó mi señor Joaquín rotulado, definido y con marca; era progresista de los del señor don Fulano. En vano corrieron años y sobrevinieron acontecimientos, y emigraron las golondrinas políticas en busca siempre de más templadas zonas; en vano mal intencionados decían al señor Joaquín que su jefe y natural señor el personaje era ya tan progresista como su abuela; que hasta no quedaban sobre la haz de la tierra progresistas, que éstos eran tan fósiles como el megaterio y el plesiosauro; en vano le enseñaban los mil remiendos zurcidos sobre el manto de púrpura de la voluntad nacional por las mismas pecadoras manos de su ídolo; el señor Joaquín, ni por esas, erre que erre y más firme que un poste en la adhesión que al don Fulano profesaba. Semejante a aquellos amadores que fijan en la mente la imagen de sus amadas tal cual se les apareció en una hora culminante y memorable para ellos, y, a despecho de las injurias del tiempo irreverente, ya nunca las ven de otro modo, al señor Joaquín no le cupo jamás en la mollera que su caro prohombre fuese distinto de como era en aquel instante, cuando encendido el rostro y con elocuencia fogosa y tribunicia se dignó apoyarse en el mostrador de la lonja, entre un pilón de azúcar y las balanzas, demandando el sufragio. Suscrito desde entonces al periódico del consabido prohombre, compró también una mala litografía que lo representaba en actitud de arengar, y añadido el marco dorado imprescindible, la colgó en su dormitorio entre un daguerrotipo de la difunta y una estampa de la bienaventurada virgen Santa Lucía, que enseñaba en un plato dos ojos como huevos escalfados. Acostumbrose el señor Joaquín a juzgar de los sucesos políticos conforme a la pautilla de su prohombre, a quien él llamaba, con toda confianza, por su nombre de pila. Que arreciaba lo de Cuba: ¡bah! dice don Fulano que es asunto de dos meses la pacificación completa. Que discurrían partidas por las provincias vascas: ¡no asustarse!; afirma don Fulano que el partido absolutista está muerto, y los muertos no resucitan. Que hay profunda escisión en la mayoría liberal; que unos aclaman a X y otros a Z… Bueno, bueno; don Fulano lo arreglará, se pinta él solo para eso. Que hambre… ¡sí, que se mama el dedo don Fulano!, ahora mismito van a abrirse los veneros de la riqueza pública… Que impuestos… ¡don Fulano habló de economías! Que socialismo… ¡paparruchas! ¡Atrévanse con don Fulano, y ya les dirá él cuántas son cinco! Y así, sin más dudas ni recelos, atravesó el señor Joaquín la borrasca revolucionaria y entró en la restauración, muy satisfecho porque don Fulano sobrenadaba, y se apreciaban sus méritos, y tenía la sartén por el mango hoy como ayer. ...

En la línea 74
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Bah! gazmoñillas -pronunció Miranda, que en confianza y reserva se permitía su poco de irreligiosidad-. Tráenlas los jesuitas embobadas con cofradías y novenas, y andan comiéndose los santos… Sociedad, poca; cada uno en su casa y Dios en la de todos. No deja, por otra parte, de convenirme, puesto que he menester descanso y método… ...

En la línea 308
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Pues discurra usted… -dijo la niña con empeño y confianza, animada por el «si retrocedemos… » del viajero, que le prometía implícitamente asistencia y auxilio. ...

En la línea 591
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Mi madre me adora… ¡y si no fuese por ella! -declaró Artegui abandonándose, como mal de su grado, a la dulce corriente de la confianza. ...

En la línea 365
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se vivía por lo tanto, bien, a bordo del 'Mongolia' entre aquella sociedad de funcionarios, con los cuales alternaban algunos jóvenes ingleses que con un millón en el bolsillo iban a fundar a lo lejos establecimientos de comercio. El 'purser', hombre de confianza de la Compañía, igual al capitán a bordo, lo hacía todo con suntuosidad, en el 'lunch' de las dos, en la comida de las cinco y media, en la cena de las ocho, las mesas crujían bajo el peso de la carne fresca y de los entremeses que suministraba la camiceria y la repostería del vapor. Las pasajeras, de las cuales había algunas, mudaban de traje dos veces al día. Había músico y hasta baile cuando el mar lo permitía. ...

En la línea 1062
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... La tripulación de la 'Tankadera' se componía del patrón John Bunsby y de cuatro hombres. Eran marinos de esos atrevidos, que en todos tiempos se aventuran en empresas difíciles y conocen perfectamente aquellos mares. John Bunsby, hombre de 45 años, vigoroso, de tez morena, mirada viva y figura enérgica, actitud bien plantada y muy sobre sí, hubiera inspirado confianza a los más recelosos. ...

En la línea 1073
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Muy ventajoso hubiera sido, evidentemente, para el piloto, el conducir a los viajeros a Yokohama, puesto que le pagaban a tanto por día; pero arrostraría la grave imprudencia de intentar semejante travesía en rsas condiciones, y era ya bastante audacia, si no temeridad, el subir hasta Shangai. Tenía, sin embargo, John Bunsby confianza en su 'Tankadera', que se elevaba sobre el oleaje como una malva, y quizá no iba descaminado. ...

En la línea 1203
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... No siendo Picaporte hombre que dejase dormir una idea, se dirigió al puerto de Yokohama; pero, a medida de que se acercaba a los muelles, su proyecto, que tan sencillo te había parecido al concebirlo, lo iba considerando impracticable. ¿Por qué habían de necesitar cocinero a bordo de un vapor americano, y qué confianza debía inspirar del modo que iba ataviado? ¿Qué recomendaciones podía ofrecer? ¿Qué personas podrían ayudarle? ...


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