La palabra Bajar ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece bajar.
Estadisticas de la palabra bajar
Bajar es una de las palabras más utilizadas del castellano ya que se encuentra en el Top 5000, en el puesto 2675 según la RAE.
Bajar tienen una frecuencia media de 35.51 veces en cada libro en castellano
Esta clasificación se basa en la frecuencia de aparición de la bajar en 150 obras del castellano contandose 5397 apariciones en total.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Bajar
Cómo se escribe bajar o bajarr?
Cómo se escribe bajar o vajar?
Cómo se escribe bajar o bagar?

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece bajar
La palabra bajar puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1004
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La _Marquesita_ se arrimaba cada vez más a Rafael. Parecía que todo el calor de su organismo se había concentrado en el lado que tocaba al aperador, quedando el costado opuesto frío e insensible. El mocetón, obligado a beber las copas que le ofrecía la señorita, sentíase ebrio, pero con una embriaguez nerviosa que le hacía bajar la cabeza y fruncir las cejas torvamente, deseando pelearse con cualquiera de los valientes que acompañaban a don Luis. ...
En la línea 1459
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¿Tendrá otro novio?--dijo.--¿Se habrá enamorado de alguien? --No; eso no--se apresuró a responder Rafael, como si esta convicción le sirviese de consuelo.--Lo mismo pensé en el primer momento y me vi ya metío en la cárcel de Jerez y luego en presidio. Al que me quite a mi Mariquilla de la Lú, lo mato. Pero ¡ay! que no me la quita nadie: que es ella la que se va... He pasao los días vigilando de lejos la torre de Marchamalo. ¡Las copas que llevo bebías en el ventorro de la carretera y que se me golvían veneno al ver bajar o subir a alguien la cuesta de la viña!... He pasao las noches tendido entre las cepas, con la escopeta al lado, dispuesto a meterle un puñao de postas en el vientre al primero que se acercase a la reja... Pero no he visto más que a los mastines. La reja cerrá. Y entretanto, el cortijo de Matanzuela anda desgobernao, aunque mardita la falta que hago yo con esto de la huelga. Nunca estoy allí: el pobre _Zarandilla_ se lo carga too; si lo supiera el amo, me despedía. Sólo tengo ojos y oídos para celar a tu hermana y sé que no hay noviazgo, que no quiere a nadie. Casi estoy por decirte que aun me tiene algo de ley, ¡mira tú si soy tonto!... Pero la mardita huye de verme, y dice que no me quiere. ...
En la línea 1533
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Sí--contestó ella sin bajar los ojos. ...
En la línea 1567
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Poco después del alba, Fermín salió de Marchamalo, dirigiéndose a Jerez sin despedirse de su familia. Al bajar a la carretera, lo primero que vio junto al ventorro fue a Rafael, sobre su jaca, plantado en medio del camino, como un centauro. ...
En la línea 2050
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Entonces ella torció a la derecha, siguió un largo corredor, volvió a bajar un piso, dio algunos pasos más todavía, introdujo una llave en una cerradura, abrió una puerta y empujó al duque en una habitación iluminada sola mente por una lámpara de noche diciendo: «Quedad aquí, milord duque, vendrán». ...
En la línea 2590
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Sire -respondió Tréville sin bajar ni por asomo la voz-, orde nad que se me devuelva mi mosquetero o que sea juzgado. ...
En la línea 2709
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por el día no ha cían más que subir y bajar las escaleras que conducían a la capilla; por la noche, además de completas y maitines, estaban obligados a saltar veinte veces fuera de sus camas y a prosternarse en las baldosas de sus celdas. ...
En la línea 4143
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Los tres hombres habían hecho avanzar el coche sin ningún ruido, sacaron de él a un hombrecito grueso, pequeño, de pelo gris, mezqui namente vestido de color oscuro, el cual se subió con precaución a la escalera miró disimuladamente en el interior del cuarto, volvió a bajar a paso de lobo y murmuró en voz baja: «¡Ella es!» Al punto aquel que me había hablado se acercó a la puerta del pabellón, la abrió con una llave que llevaba encima, volvió a cerrar la puerta y desapareció; al mismo tiempo los otros dos subieron a la escalera. ...
En la línea 639
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al bajar a la cocina me encontré con que mi amigo el de Palmella se había marchado; pero habían llegado varios _contrabandistas_ de España. ...
En la línea 1520
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Levántate, y dime, hermano, si ves a alguien bajar del puerto. ...
En la línea 3291
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Estábamos en la cima de una de las más elevadas montañas de Galicia; anduvimos una legua por terreno llano y empezamos a bajar. ...
En la línea 4380
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Al tiempo que hablaba comenzó el guía a bajar por un barranco que parecía llevar a las entrañas de la tierra. ...
En la línea 1406
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guardaamigo o piedeamigo, de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. ...
En la línea 2467
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Anselmo le replicó que aquél era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y obedecelle. ...
En la línea 2871
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, que, hallándose cercado en alguna fuerza, y estando de posta, o guarda, en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Sólo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. ...
En la línea 2971
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Volvióse el cristiano, y tornáronla a bajar y hacer los mesmos movimientos que primero. ...
En la línea 290
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cuando nadan no se les ve sobre la superficie del agua sino una pequeñísima parte del cuerpo; extienden el cuello un poco hacia adelante y avanzan muy despacio. Por dos veces diferentes vi a unos avestruces cruzar el Santa Cruz a nado en un sitio donde el río tiene unos 400 metros de anchura y donde la corriente es muy rápida. El capitán Sturt9, al bajar por el Murrumbidgee (Australia), vio a dos especies de avestruces dispuestos a nadar. ...
En la línea 350
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El rocío, que durante la primera parte de la noche había mojado las cubiertas con que nos tapábamos, habíase transformado en hielo a la mañana siguiente. Aunque la llanura parece horizontal, se eleva poco a poco, y nos hallábamos a 800 ó 900 pies sobre el nivel del mar. El 9 de septiembre por la mañana me aconseja el guía que suba a la estribación más próxima, la cual acaso me conduzca a los cuatro picos que coronan a plomo la montaña. Trepar sobre peñascales tan rugosos fatiga en extremo; las laderas de la montaña están cortadas tan hondamente, que con frecuencia se pierde en un minuto el camino andado en cinco. Llego, por fin, a la cima, pero para sufrir un gran desencanto; estaba al borde de un precipicio, en el fondo del cual hay un valle a nivel de la llanura, valle que corta la estribación transversalmente y me separa de los cuatro picos. Este valle es muy estrecho, pero muy plano, y forma un buen paso para los indios, pues hace comunicar entre sí los llanos que hay al norte y al sur de la cadena. Al bajar al valle para atravesarlo, veo dos caballos; en seguida me escondo entre las altas hierbas y examino con cuidado las cercanías; pero al no advertir señales de indios, comienzo mi segunda ascensión. Avanzaba ya el día; y esa parte de la montaña es tan escarpada y desigual como la otra. Llego por fin a la cima del segundo pico a las dos horas, pero no lo consigo sino con la mayor dificultad; en efecto, cada 20 metros sentía calambres en la parte superior de ambos muslos, hasta el punto de no saber si podría volver a bajar. También me fue preciso dar la `vuelta por otro camino, pues no me sentía con fuerzas para escalar de nuevo la montaña que había atravesado por la mañana. Por tanto, me vi obligado a renunciar a subir a los dos picos más altos. La diferencia de altura no es muy grande, y desde el punto de vista geológico sabía yo cuanto deseaba saber; por consiguiente, el resto no merecía otra nueva fatiga. Supongo que mis calambres eran efecto del gran cambio de acción muscular, el trepar mucho, después de una larga carrera a caballo. ...
En la línea 350
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El rocío, que durante la primera parte de la noche había mojado las cubiertas con que nos tapábamos, habíase transformado en hielo a la mañana siguiente. Aunque la llanura parece horizontal, se eleva poco a poco, y nos hallábamos a 800 ó 900 pies sobre el nivel del mar. El 9 de septiembre por la mañana me aconseja el guía que suba a la estribación más próxima, la cual acaso me conduzca a los cuatro picos que coronan a plomo la montaña. Trepar sobre peñascales tan rugosos fatiga en extremo; las laderas de la montaña están cortadas tan hondamente, que con frecuencia se pierde en un minuto el camino andado en cinco. Llego, por fin, a la cima, pero para sufrir un gran desencanto; estaba al borde de un precipicio, en el fondo del cual hay un valle a nivel de la llanura, valle que corta la estribación transversalmente y me separa de los cuatro picos. Este valle es muy estrecho, pero muy plano, y forma un buen paso para los indios, pues hace comunicar entre sí los llanos que hay al norte y al sur de la cadena. Al bajar al valle para atravesarlo, veo dos caballos; en seguida me escondo entre las altas hierbas y examino con cuidado las cercanías; pero al no advertir señales de indios, comienzo mi segunda ascensión. Avanzaba ya el día; y esa parte de la montaña es tan escarpada y desigual como la otra. Llego por fin a la cima del segundo pico a las dos horas, pero no lo consigo sino con la mayor dificultad; en efecto, cada 20 metros sentía calambres en la parte superior de ambos muslos, hasta el punto de no saber si podría volver a bajar. También me fue preciso dar la `vuelta por otro camino, pues no me sentía con fuerzas para escalar de nuevo la montaña que había atravesado por la mañana. Por tanto, me vi obligado a renunciar a subir a los dos picos más altos. La diferencia de altura no es muy grande, y desde el punto de vista geológico sabía yo cuanto deseaba saber; por consiguiente, el resto no merecía otra nueva fatiga. Supongo que mis calambres eran efecto del gran cambio de acción muscular, el trepar mucho, después de una larga carrera a caballo. ...
En la línea 610
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Muchas veces, hallándome tendido en el suelo en medio de estas llanuras he visto buitres surcar los aires a inmensa altura. Cuando el país es llano, no creo que un hombre a pie o a caballo pueda abarcar con la vista claramente un espacio de más de 15 grados sobre el horizonte. Siendo esto así y cerniéndose el buitre a una altura de 3.000 a 4.000 pies, se encontrará a una distancia de más de dos millas inglesas (3k.22) en línea recta antes de hallarse dentro del campo visual del observador. ¿No es muy natural que en estas condiciones escape a la vista? ¿No puede suceder que cuando un cazador persigue y mata un animal cualquiera, en un valle solitario, uno de estos pájaros, de vista penetrante, siga desde lejos sus menores movimientos? ¿No podrá también su manera de volar, cuando desciende, indicar a toda la familia de los buitres, que hay una presa a la vista? Cuando los cóndores describen círculos y círculos alrededor de un punto cualquiera, su vuelo es admirable. No recuerdo haberles visto nunca batir alas, sino cuando se levantan del suelo. En los alrededores de Lima he observado muchos por espacio de cerca de media hora, sin separar la vista ni un instante; describían inmensos círculos subiendo y bajando sin dar un solo aletazo. Cuando pasaban a corta distancia sobre mi cabeza los veía oblicuamente y podía distinguir la silueta de las grandes plumas en que termina cada ala; si esas plumas hubieran sido agitadas por el más leve movimiento se habrían confundido una con otra; pero se destacaban muy distintas en el azul del cielo. Con mucha frecuencia mueve el pájaro la cabeza y el cuello como ejerciendo un gran esfuerzo; las alas extendidas parece que constituyen la palanca sobre que actúan los movimientos del cuello, del cuerpo y de la cola. Si el pájaro quiere bajar, pliega un instante las alas, y en cuanto las extiende de nuevo, modificando el plano de inclinación, la fuerza adquirida por el rápido descenso parece hacerle remontar con el movimiento continuo, uniforme, de una cometa. Cuando el pájaro se cierne en el aire su movimiento circular debe ser bastante rápido como para que la acción de la superficie inclinada de su cuerpo sobre la atmósfera pueda contrabalancear el peso. La fuerza necesaria para continuar el movimiento de un cuerpo que se agita en el aire en un plano horizontal no puede ser muy grande, porque el rozamiento es insignificante y eso es todo lo que el pájaro necesita. Podemos admitir que los movimientos del cuello y del cuerpo del cóndor bastan para obtener este resultado. Sea como quiera, es un espectáculo verdaderamente admirable, sublime, ver un pájaro tan grande cernerse horas y horas por encima de las montañas y valles sin mover apenas las alas. ...
En la línea 1045
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era el barquero que veía su barca en un islote que dejaba el agua en medio de la ría al bajar la marea. ...
En la línea 1210
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Toda la noche se hubiera estado el animalejo mira que te mirarás, con aire de desafío, sin bajar la mirada; le conocía bien; era muy aragonés. ...
En la línea 4352
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Quiso bajar a la huerta, al Parque; sin pedir luz ni encenderla, alumbrada por la luna, atravesó algunas habitaciones buscando la escalera del parterre; pero al pasar cerca del despacho de Quintanar, cambió de propósito y se dijo: Entraré ahí; ese debe de tener fósforos sobre la mesa. ...
En la línea 6508
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Empujó demasiado fuerte, para que se cayera Saturno y, ¡zas! subió la barquilla allá arriba y al bajar. ...
En la línea 1604
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Salió del Palace con aparente tranquilidad. Nadie se había enterado de lo ocurrido. Era la hora anterior a la comida, la más solitaria en todo hotel de lujo, cuando ha cesado el baile y los huéspedes están en sus cuartos cambiando la vestimenta para bajar al comedor. ...
En la línea 1873
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Por fortuna, ella misma desistió de la visita cuando le propuse que viniese sin mi, dándole las señas de esta casa. Por nada del mundo se atreve a quedar a solas con usted. Tal vez tiene miedo a que los recuerdos puedan más que su voluntad; y esto, querido Claudio, resulta lisonjero para un hombre… En resumen: se limitó a rogarme que influyese con usted para que no moleste más a ella ni a su futuro marido. Hoy se han marchado de Roma no sé adonde. Verdaderamente después del duelo, su existencia aquí no resultaba grata. Tenía que permanecer en sus habitaciones del hotel, sin atreverse a bajar al comedor ni al salón. En nuestro mundo se comenta todavía el suceso… Todos los que no la conocen querían verla. Las mujeres se ocupaban envidiosamente de su buena suerte. ¡Dos jóvenes queriendo matarse por una viuda con hijos!… Y exageraban su edad para dar cierto aspecto ridiculo al choque de ustedes… ...
En la línea 126
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una de las naves aéreas detuvo su vuelo para bajar en graciosa espiral, hasta inmovilizarse sobre el pecho del coloso. Asomaron entre sus alas rígidas los cuatro tripulantes, que reían y saltaban con un regocijo semejante al de las colegialas en las horas de asueto… . Al mismo tiempo otros monstruos de actividad terrestre se deslizaron por el suelo, cerca del cuerpo de Gillespie. Eran a modo de juguetes mecánicos como los que había usado el siendo niño: leones, tigres, lagartos y aves de aspecto fatídico, con vistosos colores y ojos abultados. En el interior de estos automóviles iban sentadas otras personas diminutas, iguales a las que navegaban por el aire. ...
En la línea 364
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cada pata de la mesa sostenía en torno de ella un camino en espiral, por el que podían subir y bajar los servidores. Uno de estos caminos hasta tenía la anchura y el suave declive necesarios para que ascendiesen por sus revueltas los portadores de literas. ...
En la línea 437
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Digo que eran muchísimas las mujeres convencidas de que los hombres gobernaban mal, pero que únicamente pretendían colaborar con ellos, participando de dicho gobierno. Se daban por contentas con que el tirano les dejase un hueco a su lado, cediéndoles una pequeña parte de su soberanía. Pero otras (y entre ellas mi valerosa abuela) odiaban al hombre, estaban convencidas de que este había hecho todo lo que podía hacer, dando pruebas indudables de su incapacidad y su barbarie, y era inútil esperar que se corrigiese, empezando una nueva existencia. Mientras el hombre gobernase, las leyes serian injustas, la vida ordinaria una batalla de hipocresías y egoísmos, y la guerra la única solución de todas las cuestiones. Había que vencer al hombre, había que dominarlo, obligándole a bajar del pedestal que el mismo se había erigido. La única solución era tenerle en un estado dependiente e inferior, igual al de la mujer durante siglos y siglos. ...
En la línea 510
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No le ocultare, gentleman, que recientemente se nota cierta transformación en los hombres. Hay una juventud masculina que se burla de la mansedumbre de sus padres, de su falta de aspiraciones, de su esclavitud doméstica. Estos muchachos pretenden ir solos por las calles y miran a las mujeres audazmente, sin bajar los ojos ni cubrirse con el manto. Carecen de recato y de modestia. Los hay que hasta dan citas a los oficiales de la Guardia y pasean con ellos por las afueras de las ciudades. ...
En la línea 1498
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —¡Bien por los chicos valientes! —dijo Santa Cruz, a punto que Ramón Villuendas se despedía para bajar al escritorio. Jacinta corrió al comedor y a poco volvió aterrada. ...
En la línea 1942
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Dios sabe lo que iba a contestar el acusado. Quedó suelta en el aire la primera palabra, porque llegó una visita. Era el Sr. de Torquemada, persona de confianza en la casa, que al entrar iba derecho al gabinete, a la cocina, al comedor o a donde quiera que la señora estuviese. La fisonomía de aquel hombre era difícil de entender. Sólo doña Lupe, en virtud de una larga práctica, sabía encontrar algunos jeroglíficos en aquella cara ordinaria y enjuta, que tenía ciertos rasgos de tipo militar con visos clericales. Torquemada había sido alabardero en su mocedad, y conservando el bigote y perilla, que eran ya entrecanos, tenía un no sé qué de eclesiástico, debido sin duda a la mansedumbre afectada y dulzona, y a un cierto subir y bajar de párpados con que adulteraba su grosería innata. La cabeza se le inclinaba siempre al lado derecho. Su estatura era alta, mas no arrogante; su cabeza calva, crasa y escamosa, con un enrejado de pelos mal extendidos para cubrirla. Por ser aquel día domingo, llevaba casi limpio el cuello de la camisa, pero la capa era el número dos, con las vueltas aceitosas y los ribetes deshilachados. Los pantalones, mermados por el crecimiento de las rodilleras, se le subían tanto que parecía haber montado a caballo sin trabillas. Sus botas, por ser domingo, estaban aquel día embetunadas y eran tan chillonas que se oían desde una legua. ...
En la línea 2310
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Como ella esperaba y deseaba, pusiéronle una toca blanca; mas no había en el convento espejos en que mirar si caía bien o mal. Luego le hicieron poner un vestido de lana burda y negra muy sencillo; pero aquellas prendas sólo eran de indispensable uso al bajar a la capilla y en las horas de rezo, y podía quitárselas en las horas de trabajo, poniéndose entonces una falda vieja de las de su propio ajuar y un cuerpo, también de lana, muy honesto, que recibían para tales casos. Las recogidas dividíanse en dos clases, una llamada las Filomenas y otra las Josefinas. Constituían la primera, las mujeres sujetas a corrección; la segunda componíase de niñas puestas allí por sus padres, para que las educaran, y más comúnmente por madrastras que no querían tenerlas a su lado. Estos dos grupos o familias no se comunicaban en ninguna ocasión. Dicho se está que Fortunata pertenecía a la clase de las Filomenas. Observó que buena parte del tiempo se dedicaba a ejercicios religiosos, rezos por la mañana, doctrina por la tarde. Enterose luego de que los jueves y domingos había adoración del Sacramento, con larguísimas y entretenidas devociones, acompañadas de música. En este ejercicio y en la misa matinal, las recogidas, como las madres, entraban en la iglesia con un gran velo por la cabeza, el cual era casi tan grande como una sábana. ...
En la línea 2548
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Sor Marcela intentó bajar valerosa, pero a los tres peldaños cogió miedo y viró para arriba. Su cara filipina se había puesto de color de mostaza inglesa. ...
En la línea 1117
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En el momento siguiente se apeó Hendon delante de la gran puerta, ayudó a bajar al rey, lo tomó de la mano y corrió al interior. A los pocos pasos dieron en un espacioso aposento; entró el soldado e hizo entrar al rey con más prisa de la que convenía, y corrió hacia un hombre que se hallaba sentado a un escritorio frente a un abundante fuego. ...
En la línea 136
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Y antes de que el capitán y sus marineros hubieran podido rehacerse de su aturdimiento y de su terror, Sandokán y los piratas volvieron a bajar a sus naves. ...
En la línea 182
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... En menos de diez minutos llegaron los piratas a la orilla del río. Todos sus hombres habían subido a bordo de los paraos y estaban ocupados en bajar las velas, pues no corría viento. ...
En la línea 384
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Si quiere bajar al parque, encontrará en él a mi sobrina, cuya compañía espero que le hará más agradable el tiempo. ...
En la línea 1034
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Qué compañeros tan fieles! —dijo Sandokán—. Antes de alejarse quisieron cerciorarse de que habíamos podido bajar a tierra. ...
En la línea 3369
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Me disponía ya a bajar, a fin de prevenir a mis companeros, cuando el segundo subió a la plataforma, acompañado de varios marinos. El capitán Nemo no les vio o no quiso verlos. Se tomaron las disposiciones que podrían llamarse de «zafarrancho de combate». Eran muy sencillas; consistían únicamente en bajar la barandilla de la plataforma, el receptáculo del fanal y la cabina del timonel para que la superficie del largo cigarro de acero no ofreciera un solo saliente que pudiese dificultar sus movimientos. ...
En la línea 3369
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Me disponía ya a bajar, a fin de prevenir a mis companeros, cuando el segundo subió a la plataforma, acompañado de varios marinos. El capitán Nemo no les vio o no quiso verlos. Se tomaron las disposiciones que podrían llamarse de «zafarrancho de combate». Eran muy sencillas; consistían únicamente en bajar la barandilla de la plataforma, el receptáculo del fanal y la cabina del timonel para que la superficie del largo cigarro de acero no ofreciera un solo saliente que pudiese dificultar sus movimientos. ...
En la línea 551
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Seguí la luz al bajar la escalera, del mismo modo como la siguiera al subir, y ella fue a situarse en el mismo lugar en que encontramos la bujía. Hasta que abrió la entrada lateral, pude imaginarme, aunque sin pensar en ello, que necesariamente sería de noche, y así el torrente de luz diurna me dejó deslumbrado y me dio la impresión de haber permanecido muchas horas a la luz de la bujía. ...
En la línea 1080
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... A1 bajar encontré a Joe y a Orlick barriendo y sin otras huellas de lo sucedido que un corte en una de las aletas de la nariz de Orlick, lo cual no le adornaba ni contribuia a acentuar la expresión de su rostro. Había llegado un jarro de cerveza de Los Tres Alegres Barqueros, y los dos se lo estaban bebiendo apaciblemente. El silencio tuvo una influencia sedante y filosófica sobre Joe, que me siguió el camino para decirme, como observación de despedida que pudiera serme útil: ...
En la línea 1428
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo debía marcharme del pueblo a las cinco de la mañana, llevando mi maletín, y dije a Joe que quería marcharme solo. Temo y me apena mucho pensar ahora que ello se debió a mi deseo de evitar el contraste que ofreceríamos Joe y yo si íbamos los dos juntos hasta el coche. Me dije que no había nada de eso, pero cuando aquella noche me fui a mi cuartito, me vi obligado a confesarme la verdad y sentí el impulso de bajar otra vez y de rogar a Joe que me acompañase a la mañana siguiente. Pero no lo hice. ...
En la línea 1430
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Biddy se había levantado tan temprano para prepararme el desayuno, que, a pesar de que dormí junto a la ventana por espacio de una hora, percibí el humo del fuego de la cocina y me puse en pie con la idea terrible de que había pasado ya la mañana y de que la tarde estaba avanzada. Pero mucho después de eso y de oír el ruido que abajo hacían las tazas del té, y aun después de estar vestido por completo, no me resolví a bajar, sino que me quedé en mi cuarto abriendo y cerrando mi maleta una y otra vez hasta que Biddy me gritó que ya era tarde. ...
En la línea 489
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Corrió a la puerta, escuchó, cogió su sombrero y empezó a bajar la escalera cautelosamente, con paso silencioso, felino… Le faltaba la operación más importante: robar el hacha de la cocina. Hacía ya tiempo que había elegido el hacha como instrumento. Él tenía una especie de podadera, pero esta herramienta no le inspiraba confianza, y todavía desconfiaba más de sus fuerzas. Por eso había escogido definitivamente el hacha. ...
En la línea 500
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Antes de que terminara de bajar la escalera, ya le había desconcertado un detalle insignificante. Al llegar al rellano donde se hallaba la cocina de su patrona, cuya puerta estaba abierta como de costumbre, dirigió una mirada furtiva al interior y se preguntó si, aunque Nastasia estuviera ausente, no estaría en la cocina la patrona. Y aunque no estuviera en la cocina, sino en su habitación, ¿tendría la puerta bien cerrada? Si no era así, podría verle en el momento en que él cogía el hacha. ...
En la línea 582
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ya se disponía a salir, cuando la puerta del piso inferior se abrió estrepitosamente, y alguien empezó a bajar la escalera canturreando. ...
En la línea 584
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cerró de nuevo la puerta, y de nuevo esperó. Al fin todo quedó sumido en un profundo silencio. No se oía ni el rumor más leve. Pero ya iba a bajar, cuando percibió ruido de pasos. El ruido venía de lejos, del principio de la escalera seguramente. Andando el tiempo, Raskolnikof recordó perfectamente que, apenas oyó estos pasos, tuvo el presentimiento de que terminarían en el cuarto piso, de que aquel hombre se dirigía a casa de la vieja. ¿De dónde nació este presentimiento? ¿Acaso el ruido de aquellos pasos tenía alguna particularidad significativa? Eran lentos, pesados, regulares… ...
En la línea 986
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Javert, sois un hombre de honor, y yo os aprecio. Exageráis vuestra falta. Por otra parte, ésta es una ofensa que me concierne sólo a mí. Merecéis ascender, no bajar. Prefiero que conservéis vuestro cargo. ...
En la línea 1226
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Entonces Fantina vio una cosa extraordinaria. Vio que Javert, el soplón, cogía por el cuello al señor alcalde, y vio al señor alcalde bajar la cabeza. Creyó que el mundo se derrumbaba. ...
En la línea 472
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y al bajar despacio los encerados y resbaladizos escalones, dijo con un resto de encogimiento y meticulosidad provinciana: ...
En la línea 769
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Dirigíanse las dos amigas, ya hacia la Montaña Verde, ya hacia el camino de las Señoras o hacia el manantial intermitente de Vesse. La Montaña Verde es el punto más elevado de las inmediaciones de Vichy. Está la montañuela cubierta de vegetación, pero de vegetación baja, a flor de tierra, de suerte que, vista de lejos, se les figuraba cabeza de gigante con cabellera corta y espesísima. Ya en la cúspide, subían al mirador y manejaban el gran anteojo, registrando el inmenso panorama que se extendía en torno. Las suaves laderas, tapizadas de viñas, bajaban hasta el Allier, que culebreaba a lo lejos como enorme sierpe azul. En lontananza, la cadena del Forez erguía sus mamelones donde la nieve refulgía cual una caperuza de plata; los gigantes de Auvernia, vaporosos y grises, parecían fantasmas de neblina; el castillo de Borbón Busset surgía de las brumas con sus torreones señoriales, avergonzando al pacifico palacio de Randán, con todo el desdén de un Borbón legítimo hacia la rama degenerada de los Orleáns. El camino de las Señoras era la excursión favorita de Lucía. Estrecha vereda, sombreada por espesos árboles, sigue dócil el curso del Sichón, deteniéndose cuando al río se le antoja formar un remanso y torciéndose en graciosas curvas como la tranquila corriente. A cada paso corta la monotonía de las hileras de chopos y negrillos algún accidente pintoresco: ya un lavadero, ya una casita que remoja los pies en el río, ya una presa, ya un molino, ya una charca de patos. El molino, en particular, parecía dispuesto por un pintor efectista para algún lienzo de naturaleza perfeccionada. Vetusto, comido de húmeda y verdegueante lepra, sustentado en postes de madera que iba pudriendo el agua, brillaba sobre el edificio la rueda, como el ojo disforme sobre la morena y rugosa frente de un cíclope. Eran destellos de la enorme pupila las gotas de refulgente argentería líquida que saltaban de rayo a rayo, a cada vuelta; y el quejido penoso que la pesada rueda exhalaba al girar, completaba el símil, remedando el hálito del monstruo. Un puente lanzado con osadía sobre el mismo arco de la catarata que formaba la presa dejaba ver, al través de su tablazón mal junta, el agua espumante y rugiente. En la presa bogaban con pachorra hasta media docena de patos, e infinitos gorriones revolaban en el alero irregular del tejado, mientras en el obscuro agujero de una de las desiguales ventanas florecía un tiesto de petunias. Quedábase Lucía muchos ratos mirando al molino, sentada en el ribazo opuesto, arrullada por el ronquido cadencioso de la rueda y por el blando chapaleteo del agua batida. Pilar prefería el manantial intermitente que le proporcionaba las emociones de que era tan ávido su endeble organismo. Llegábase al manantial por un ameno sendero; ya desde el puente se cogía bella perspectiva. El Allier es vasto y caudaloso, pero muy mermado a la sazón por los calores estivales; sólo en los puntos más anchos del cauce llevaba agua, y el resto descubría el álveo formado de arena en prolongadas zonas blancas. A lo más rápido de la corriente, obscuros peñascos se interponían, originando otros tantos remolinos; saltaba el agua, espumaba un punto colérica, y después seguía mansa y sesga como de costumbre. En lontananza se descubría extensa vega. Dilatadas praderías, donde pacían vacas y borregos, estaban limitadas al término del horizonte por una línea de chopos verde pálido, muy rectos y agudos, a la manera de los árboles contrahechos de las cajas de juguetes; los mimbrales, en cambio, eran rechonchos y panzones, como bolas de verdor sombrío rodantes por la pradera. Completaba la lejanía la cima de la Montaña Verde, recortándose sobre el cielo con cierta dureza de paisaje flamenco en sus contornos exactos y marcados, de un verde obscuro límpido. A la margen del río se veía bajar y subir el brazo derecho de las lavanderas, como miembro de marioneta movido por resortes, y se oía el plas acompasado de la paleta con que azotaban la ropa. Por el agrio talud de la ribera ascendían lentos carros cargados de arena y casquijo, y cruzaban después el puente, bañado en sudor el tiro, muy despacio, sonando a largos intervalos las campanillas. Pasaban las aldeanas auvernesas, vestidas de colores apagados, la esportilla de paja puesta sobre la blanca escofieta, conduciendo sus vacas, cuyos ubres henchidos de leche se columpiaban al andar, y que, posando una mirada triste en los transeúntes, solían pegar una huida de costado, un trote de diez segundos, tras de lo cual recobraban la resignación de su paso grave. En la esquina del puente, un pobre, decentemente vestido y con trazas de militar, pedía limosna con sólo una inflexión suplicante de la voz y un doliente fruncimiento de cejas. ...
En la línea 1038
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Suplico a usted que me ayude a bajar a esta señorita, que viene enferma… ...
En la línea 1095
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Lo que haré, Padre -respondió Lucía-, será bajar un rato al jardín a tomar el fresco… Juanilla se quedará aquí… Me arde la cabeza, necesito aire. ...
En la línea 646
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Creyeron que el viejo rajá no había muerto, puesto que lo vieron de repente levantarse, tomara la joven mujer en sus brazos y bajar de la hoguera en medio de torbellinos de humo que le daban una apariencia de espectro. ...
En la línea 711
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El 'palki ghari' se paró delante de un edificio de apariencia sencilla, pero que no parecía apropiado para usos domésticos. El agente hizo bajar a sus presos- pues podía dárseles ese nombre- y los llevó a un aposento con rejas, diciéndoles: ...
En la línea 759
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Júzguese el despecho de Fix cuando supo que Phileas Fogg no había llegado a la capital del Indostán. Debió creer que el ladrón, deteniéndose en una de las estaciones, se había refugiado en una de las provincias septentrionales. Durante las veinticuatro horas, Fix estuvo de acecho en la estación, entregado a mortales inquietudes. ¡Cuál fue después su alegría al verlo aquella misma mañana bajar del vagón en compañía, es cierto, de una joven cuya presencia no podía explicar! Al punto envió contra él un agente de policía, y de esa manera Fogg, Picaporte y la viuda del rajá de Bundelkund fueron conducidos ante el juez Obadiab. ...
En la línea 1502
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Aquella misma tarde, el tren proseguía su marcha sin obstáculos, pasaba el fuerte Sanders, trasponía el paso de Cheyenvoy, llegaba al paso de Evans. En este sitio alcanzaba el ferrocarril el punto más alto del trayecto, o sea ocho mil noventa y un pies sobre el nivel del Océano. Los viajeros ya no tenían más que bajar hasta el Atlántico por aquellas llanuras sin límites, niveladas por la naturaleza. ...

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Sinonimos de Bajar.
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