La palabra Aplomo ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece aplomo.
Estadisticas de la palabra aplomo
Aplomo es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 18716 según la RAE.
Aplomo aparece de media 3.34 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la aplomo en las obras de referencia de la RAE contandose 508 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Aplomo
Cómo se escribe aplomo o haplomo?
Más información sobre la palabra Aplomo en internet
Aplomo en la RAE.
Aplomo en Word Reference.
Aplomo en la wikipedia.
Sinonimos de Aplomo.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece aplomo
La palabra aplomo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 486
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Nada se podía contra estas gentes de gesto imbécil y mirada cándida, que, rascándose el cogote, mentían con tanto aplomo. ...
En la línea 1112
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aquellos ángeles morenos, que tan mansamente cantaban gozos y letrillas en la iglesia de Alboraya al celebrarse las fiestas de las solteras, enardecíanse a solas y matizaban su conversación con votos de carretera, hablando de cosas internas con el aplomo de una comadrona. ...
En la línea 213
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Pero no importa -continuó D'Artagnan con el aplomo nacional-, no importa; el dinero no es nada, pero esa carta sí lo era todo. ...
En la línea 276
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Fue, pues, por entre ese tropel y ese desorden por donde nuestro joven avanzó con el corazón palpitante, ajustando su largo estoque a lo largo de sus magras piernas, y poniendo una mano en el borde de sus sombrero de fieltro con esa media sonrisa del provinciano apurado que quiere mostrar aplomo. ...
En la línea 6920
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Por supuesto -contestaron Aramis y Porthos con un aplomo ad mirable y como si fuera la cosamás sencilla-, por supuesto que os sacaremos; pero entretanto, como debemos marcharnos pasado ma ñana, haríais mejor en no correr el riesgo de la Bastilla. ...
En la línea 10338
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sintió él que perdía el aplomo, creyó que iba a decir o hacer alguna atrocidad; y sin poder contenerse, se puso en pie delante de ella. ...
En la línea 2466
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —He visto a la Virgen—repitió Mauricia con una seguridad y aplomo que dejaron a la otra como quien no sabe lo que le pasa. ...
En la línea 4438
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo que había soñado se le quedó a la señora de Rubín tan impreso en la mente cual si hubiera sido realidad. Le había visto, le había hablado. Completó su pensamiento, amenazando con el puño cerrado a un ser invisible: «Tiene que volver… ¿Pues tú qué creías? Y si él no me busca, le buscaré yo… Yo tengo mi idea, y no hay quien me la quite». Incorporose después, quedándose apoyada en un codo y mirando a los ladrillos. Sus ojos se fijaron en un punto del suelo. Con rápido impulso saltó hacia aquel punto y recogió un objeto. Era un botón… Mirolo tristemente, y después lo arrojó con fuerza lejos de sí, diciendo: «es negro y de tres aujeritos. Mala sombra». Vuelta otra vez a la cavilación: «Porque si le encuentro y no quiere venir, me mato, juro que me mato. No vivo más así, Señor; te digo que no me da la gana de vivir más así. Yo veré el modo de buscar en la botica un veneno cualquiera que acabe pronto… Me lo trago, y me voy con Mauricia». Esta idea parecía darle cierto aplomo, y salió del cuarto. En pocas palabras la puso doña Lupe al tanto de la gran burrada que había hecho Papitos. «Nada, hija, que si es de noche y se vierte el mineral con la luz encendida, aquí perecemos todos achicharrados… Es muy perra esta chica, y me va a consumir la vida». ...
En la línea 5793
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Guillermina estaba pasmada y no se le ocurría nada que oponer a aquellas razones. Expresábase él con admirable serenidad y con fácil y aun ingeniosa palabra, sin atropellarse ni vacilar un instante, las facciones reposadas, todo cortesía y aplomo. ...
En la línea 3754
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se había producido en él un cambio repentino. Su ficticio aplomo y el tono insolente que afectaba momentos antes habían desaparecido. Hasta su voz parecía haberse debilitado. ...
En la línea 109
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Nuestro general se aproximó a la mesa con majestuoso aplomo. Un criado se apresuró a acercarle una silla, pero él ni se dio cuenta siquiera. Con una lentitud extrema sacó su monedero, retiró de él trescientos francos, los puso al color negro y ganó. No retiró la ganancia. El negro salió de nuevo. Dejó todavía su postura y cuando a la tercera vez fue el rojo el que salió, perdió mil doscientos francos de un golpe. ...
En la línea 395
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y redoblaba el arpegio de sus carcajadas, pareciéndole donosísimo incidente el de quedarse sin equipaje alguno. Hallábase, pues, como una criatura que se pierde en la calle, y a la cual recogen por caridad hasta averiguar su domicilio. Aventura completa. Niña como era Lucía, así pudo tomarla a llanto como a risa; tomola a risa, porque estaba alegre, y hasta Hendaya no cesó la ráfaga de buen humor que regocijaba el departamento. En Hendaya prolongó la comida aquel instante de cordialidad perfecta. El elegante comedor de la estación de Hendaya, alhajado con el gusto y esmero especial que despliegan los franceses para obsequiar, atraer y exprimir al parroquiano, convidaba a la intimidad, con sus altos y discretos cortinajes de colores mortecinos su revestimiento de madera obscura, su enorme chimenea de bronce y mármol, su aparador espléndido, que dominaba una pareja de anchos y barrigudos tibores japoneses, rameados de plantas y aves exóticas; fulgurante de argentería Ruolz, y cargado con montones de vajillas de china opaca. Artegui y Lucía eligieron una mesa chica para dos cubiertos, donde podían hablarse frente a frente, en voz baja, por no lanzar el sonido duro y corto de las sílabas españolas entre la sinfonía confusa y ligada de inflexiones francesas que se elevaba de la conversación general en la mesa grande. Hacia Artegui de maestresala y copero, nombraba los platos, escanciaba y trinchaba, previniendo los caprichos pueriles de Lucía, descascarando las almendras, mondando las manzanas y sumergiendo en el bol de cristal tallado lleno de agua, las rubias uvas. En su semblante animado parecía haberse descorrido un velo de niebla y sus movimientos, aunque llenos de calma y aplomo, no eran tan cansados y yertos como antes. ...

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