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La palabra alto
Cómo se escribe

la palabra alto

La palabra Alto ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
El cuervo de Leopoldo Alias Clarín
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
Memoria De Las Islas Filipinas. de Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Niebla de Miguel De Unamuno
Sandokán: Los tigres de Mompracem de Emilio Salgàri
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
El jugador de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
La llamada de la selva de Jack London
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Julio Verne de La vuelta al mundo en 80 días
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece alto.

Estadisticas de la palabra alto

La palabra alto es una de las palabras más comunes del idioma Español, estando en la posición 438 según la RAE.

Alto es una palabra muy común y se encuentra en el Top 500 con una frecuencia media de 186.22 veces en cada obra en castellano

El puesto de esta palabra se basa en la frecuencia de aparición de la alto en 150 obras del castellano contandose 28306 apariciones en total.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Alto

Cómo se escribe alto o halto?


la Ortografía es divertida


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece alto

La palabra alto puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 191
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era un pobre carro de labranza, tirado por un rocín viejo y huesudo, al que ayudaba en los baches difíciles un hombre alto que marchaba junto a él animándole con gritos y chasquidos de tralla. ...

En la línea 952
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... -¡Bona nit! Y mientras la hilandera iba por el alto ribazo que bordeaba el camino, el hombre marchaba por el fondo, entre los profundos surcos abiertos por las ruedas de los carros, tropezando en ladrillos rotos, pucheros desportillados y hasta objetos de vidrio, con los que manos previsoras querían cegar los baches de remoto origen. ...

En la línea 1087
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Luego le advirtió con voz lenta, un índice en alto y el acento imperativo, que, en adelante, cuidase de volver sola de la fábrica, pues, de lo contrario, sabría quién era él. ...

En la línea 1108
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las que ya habían llenado sus cántaros sentábanse en los bordes de la balsa, con las piernas colgando sobre el agua, encogiéndose luego con escandalizados chillidos cada vez que algún muchacho bajaba a beber y miraba a lo alto. ...

En la línea 280
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y Rafael se juraba a sí mismo que había de cambiar, para que no le mirase con sus ojazos de pena aquel ángel que le aguardaba en lo alto de una colina, cerca de Jerez, y corría cuesta abajo entre el ramaje de las cepas, al verle de lejos galopar por la polvorienta carretera. ...

En la línea 383
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Zumbaban los insectos sobre las inquietas crestas de la maleza; arrastrábanse los lagartos entre las piedras; sonaban a lo lejos las esquilas con acompañamiento de balidos, y de vez en cuando, al trotar el caballo de Rafael por unos caminos que nunca habían conocido la rueda, abríase en lo alto de un ribazo la cortina de matorrales, asomando los cuernos y el hocico babeante de una vaca o el testuz curioso de un ternero que parecía extrañar la presencia de un hombre que no fuese el pastor. ...

En la línea 409
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Yo he visto mundo, Rafaé. Yo he sido sordao, no de los de ahora, que van en ferrocarrí, como los señoritos, sino de los que llevaban morrión alto e iban a pie por las carreteras. Yo he corrío toda la nación matando hormigas, y he visto mucho en mis viajes. ...

En la línea 416
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El cielo era más azul y sereno que en aquellos países de eterno verdor e incesantes cosechas que él recordaba; lucía el sol con más fuerza, pero bajo su lluvia de oro, la tierra andaluza se mostraba triste, con la soledad del cementerio, silenciosa como si pesase sobre ella la muerte, con un revoloteo de negros pajarracos en lo alto, y abajo, en los campos sin límites, centenares de hombres alineados como esclavos, moviendo sus brazos con regularidad automática, vigilados por un capataz. ¡Ni un campanario; ni una aglomeración de casas blancas como en los países donde existían verdaderos labradores! ¡Aquí sólo se veían siervos trabajando una tierra odiada que jamás podía ser suya; preparando unas cosechas de las que no tocarían un solo grano! --Y la tierra, Rafaé, es jembra, y a las jembras, pa que sean agradecías y se porten bien, hay que quererlas. Y el hombre no puede queré a una tierra que no es suya. Sólo deja el sudor y la sangre sobre los terrones de que puede sacar el pan. ¿Digo mal, muchacho?... ...

En la línea 169
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... » Hablaba más alto que los demás; pisaba con menos precaución y respeto; no temía hacer ruido; traía de la calle un aire de frescura y de esperanza. ...

En la línea 302
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Por eso se había puesto la capa, según decía a los que le rodea ban, y mientras hablaba desde lo alto de su estatura retorciéndose des-deñosamente su mostacho, admiraban con entusiasmo el tahalí borda do, y D'Artagnan más que ningún otro. ...

En la línea 651
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Señor, os equivocáis tratando de humillarme -dijo D'Artagnan, en quien el carácter peleón comenzaba a hablar más alto que las resoluciones pacíficas-. ...

En la línea 1110
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En el momento en que abría la puerta, los tres mosqueteros y D'Artagnan, conducidos por La Chesnaye, aparecían en lo alto de la escalera. ...

En la línea 1316
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿De la señora de Chevreuse?-¡Más alto, mucho más alto!-De la. ...

En la línea 29
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Los oidores visitadores eran en efecto, mas que unos jueces severos, unos amigables mediadores en las desavenencias de los indios, hacian composiciones, celebraban transacciones, señalaban límites de tierras, y aun términos de pueblos, daban una especie de ordenanzas municipales que se observaban, y los protejian contra las vejaciones de los alcaldes mayores, correjidores, y aun conocian en las que causaba algun párroco, pues como en estas visitas no se trataba de imponer penas, ejecutar castigos, ni correjir con violencia, sino de reunir voluntades, cortar discordias, y hacer desaparecer las disensiones entre las familias, entre los vecinos y aun entre los pueblos, eran verdaderamente estas visitas unas visitas paternales y benéficas, y en ellas el oríjen del alto respeto, consideracion y aprecio de los majistrados. ...

En la línea 266
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Resulta, pues, de todo lo dicho en este párrafo, que las oficinas de la hacienda pública de Filipinas necesitan de una reforma grande, y dejar reducido el número de empleados á los puramente precisos, útiles y necesarios: que por ahora no hay necesidad de conceder empleos á persona alguna para aquellas Islas, pues hay un sobrante de empleados muy considerable: que hay poca economía en la administracion, y que debe reformarse y procederse en ella con mas atencion y cuidado que hasta aqui: que debe desaparecer ese sistema ruinoso de libranzas, sustituyéndose á ese método de traer dinero á la Península la construccion de buques de guerra; pues el arsenal, la infinita multitud de maderas de construccion que producen las Islas y demas requisitos para el caso, todo lo posee Manila en tan alto y aventajado grado, cual puede desearse: que en la provision de vacantes que ocurran en todo jénero de empleos, y cuando ya no haya escedentes ó supernumerarios que colocar, debe ser atendido el mérito, aptitud y servicios de los empleados en aquellas provincias, y darse lugar en la escala que debe establecerse á los hijos de los españoles [22] que despues de muchos años de servicios en las Islas, han fallecido dejando á la posteridad su buen nombre, y á sus familias poco menos que en la indijencia: y por último, que las rentas del tabaco y vino deben ocupar un lugar muy preferente en el ánimo del Gobierno, para sacar de ellas todas las ventajas de que son susceptibles, mandando se les dé toda la amplitud y estension que deben tener en beneficio de la riqueza del pais y aumento de las utilidades para el tesoro público, adoptando para todo las medidas justas y prudentes que pueden conducir al logro de objetos tan importantes. ...

En la línea 322
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... De que concluyo, parece fundada esta reforma, y aun justa, en beneficio de nivelar del mejor modo posible, y sin recargo del erario, la distribucion de la hacienda entre los párrocos; pues dedicados todos á tan alto é importante ministerio, nada mas justo que facilitarles los medios mas análogos á conservar la decencia y decoro de su estado cual corresponde, con la mas justa proporcion que sea posible, pudiendo efectuarse en la forma indicada, y asi continuar hasta que el aumento de poblacion reclame que se varie el método que se establezca. ...

En la línea 492
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Despues de lo manifestado de un modo tan claro y positivo sobre el producto cuantioso que dan esas provincias al estado, cubiertas todas sus cargas y atenciones, que no son pocas, económicas ni pequeñas, y de lo que á primera vista ofrece la vasta poblacion de las Islas, cualquiera podrá inferir su estima y cuantía, y de ello deducir que no solo Filipinas es un monumento del antiguo esplendor y poderío de la nacion española, sino tambien una posesion útil por mil conceptos y productiva en sumo grado; por lo que los que intenten deprimir la prosperidad, grande riqueza y valor incalculable de las provincias asiático-españolas, deben enmudecer á la vista de esta demostracion, si son españoles y aman las glorias de su patria, de esta patria desgraciada, digna de mejor suerte por tantos títulos; y de este modo contribuir á que recobre su dignidad y poderío en tanto ó mas alto grado todavía de como le tuvo en dias no muy lejanos aun cuando, sin segunda en sus triunfos, llegó á ser el asombro y la envidia de todas las naciones; no estando muy lejos el dia en que vuelva á recobrar su esplendor, si cuantos tenemos la dicha de nacer en el hermoso suelo español, apreciamos como es debido nuestro nombre, y solo pensamos en que antes que todo somos españoles. ...

En la línea 511
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El edificio, largo y con dos alas, consta de dos pisos tan sólo, aunque parece mucho más alto por estar situado en una elevación del terreno; tiene quince ventanas en el piso alto y doce en el bajo, con una puerta mezquina, algo así como la puerta de un granero, a la que se llega por un solo peldaño. ...

En la línea 511
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El edificio, largo y con dos alas, consta de dos pisos tan sólo, aunque parece mucho más alto por estar situado en una elevación del terreno; tiene quince ventanas en el piso alto y doce en el bajo, con una puerta mezquina, algo así como la puerta de un granero, a la que se llega por un solo peldaño. ...

En la línea 543
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En el piso alto había un vasto aposento, a modo de granero, que ocupaba casi toda la longitud del edificio; en el extremo había una divisoria para formar una alcoba de regular comodidad, pero muy fría; el piso era de baldosa, como el de la espaciosa sala contigua, donde los arrieros solían dormir en las mantas y enjalmas de sus malas. ...

En la línea 578
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Allí me estaba sentado unas dos horas, hablando con todo el que hacía alto en la fuente. ...

En la línea 239
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfación de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz: -Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante. ...

En la línea 481
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban. ...

En la línea 511
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En fin, su segunda parte, siguiendo la tradución, comenzaba desta manera: Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continente que tenían. ...

En la línea 928
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, como vio que la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre; y, no contento con esto, se le subió encima de las costillas, y con los pies más que de trote, se las paseó todas de cabo a cabo. ...

En la línea 70
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... esta aldehuela está situada en un llano; en derredor de una habitación central están las chozas de los negros. Estas cabañas, por su forma y por su posición, me recuerdan los dibujos que representan las habitaciones de los hotentotes en el África meridional. Levantándose temprano la luna, nos decidimos a partir la misma noche para ir a acostarnos a Lagoa-Marica. En el momento de comenzar a caer la noche pasamos junto a una de esas macizas colinas de granito desnudas y escarpadas tan comunes en este país ese lugar es bastante célebre; en efecto, durante largo tiempo sirvió de refugio a algunos negros cimarrones que cultivando una pequeña meseta situada en la cúspide, consiguieron asegurarse la subsistencia. Descubrióseles, por fin, y se envió una escuadra de soldados para desalojarlos de allí; se rindieron todos excepto una vieja, quien, primero que volver a la cadena de la esclavitud, prefirió precipitarse desde lo alto de la peña y se rompió la cabeza al caer. Ejecutado este acto por una matrona romana, habríase celebrado y se hubiera dicho que la impulsó el noble amor a la libertad; efectuado - por una pobre negra, limitáronse a atribuirlo a una terquedad brutal. Proseguimos nuestro viaje durante varias horas; en las últimas millas de nuestra etapa, el camino se hace difícil, pues atraviesa una especie de país salvaje entrecortado por marjales y lagunas. A la luz de la luna, el paisaje presenta un aspecto siniestro y desolado. Algunas moscas luminosas vuelan en torno nuestro, y una becada solitaria deja oír su grito quejumbroso. El mujido del mar, situado a una distancia bastante grande, apenas turba el silencio de la noche. ...

En la línea 78
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 13 de abril.- Al cabo de tres días de viaje llegamos a Socego, hacienda del Señor Manuel Figuireda, pariente de uno de nuestros compañeros de camino. La casa, muy sencilla y parecida a una granja, conviene admirablemente para este clima. En el salón, sillones dorados y sofás contrastan muchísimo con las paredes enlucidas con cal, el techo inclinado y las ventanas desprovistas de vidrios. La casahabitación, los graneros, las cuadras y los talleres para los negros, a quienes se les han enseñado diferentes oficios, forman una especie de plaza cuadrangular, en medio de la cual se seca una inmensa pila de café. Estas varias construcciones están en lo alto de un cerrillo que domina los campos cultivados, rodeándoles por todas partes un espeso bosque. El café constituye el principal producto de esta parte del país; supónese que cada planta produce anualmente dos libras de grano (906 gramos), pero algunas producen hasta ocho libras. También se cultiva en gran cantidad el manioc o casave. Todas las partes de esta planta tienen su empleo; los caballos comen las hojas y los tallos; muélense las raíces y se convierten en una especie de pasta, que se prensa hasta la desecación; luego se cuece en el horno, y forma entonces una especie de harina, que constituye el principal alimento del Brasil. Hecho curioso, pero muy conocido; el jugo que se extrae de esa planta tan nutritiva es un veneno violento; hace algunos años murió por haberlo bebido una vaca de esta hacienda. El señor Figuireda me dice que el año pasado plantó un saco de frijoles (feijao) y tres sacos de arroz; los frijoles produjeron el 80 por 1, y el arroz el 320 por l. Un admirable rebaño vacuno vaga por los pastizales; y hay tanta caza en los bosques, que en cada uno de los tres días anteriores a nuestra llegada, mataron un ciervo esta abundancia trasciende a la mesa; entonces los invitados se doblan realmente bajo la carga (si la mesa misma está en estado de resistirla), pues es preciso probar de cada plato. Un día hice los cálculos más sabihondos para conseguir probarlo todo; y pensaba salir victorioso de la prueba cuando, con profundo terror mío, vi llegar un pavo y un cochinillo asados. Durante la comida, un hombre está constantemente ocupado en echar del comedor a un gran número de perros y de negritos, que tratan de colarse allí en cuanto encuentran ocasión. Aparte de la idea de esclavitud, hay algo delicioso en esa vida patriarcal; tan en absoluto separado e independiente se está del resto del mundo. ...

En la línea 82
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi residencia en esta posesión estuve a punto de presenciar uno de esos actos atroces que sólo pueden ocurrir en un país donde reina la esclavitud. A consecuencia de una querella y de un proceso, el propietario estuvo a punto de separar a los esclavos varones de sus mujeres y de sus hijos para ir a venderlos en pública subasta en Río. El interés, y no un sentimiento compasivo, fue quien impidió que se perpetrase este acto infame. Hasta creo que el propietario nunca pensó que pudiera ser una inhumanidad eso de separar así a treinta familias que vivían juntas desde muchos años; y, sin embargo, afirmo que su humanidad y su bondad le hacían superior a muchos hombres. Pero, en mi sentir, puede añadirse que no tiene límites la ceguera producida por el interés y el egoísmo. Voy a referir una insignificante anécdota que me impresionó más que ninguno de los rasgos de crueldad que he oído contar. Atravesaba yo una balsa con un negro más que estúpido. Para conseguir hacerme comprender, hablaba alto y le hacía señas; al hacerlas, una de mis manos pasó junto a su cara. ...

En la línea 127
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En un valle alto de las cordilleras, cerca de Mendoza, he hallado otra araña que construye una tela muy particular. Fuertes hilos irradian en un plano vertical alrededor de un centro común donde se coloca el insecto; pero sólo dos radios están reunidos por un tejido simétrico, de suerte que, en vez de ser circular, como de ordinario, la tela, sólo consiste en un segmento en forma de cuña. En este sitio todas las telarañas tenían la misma forma. ...

En la línea 101
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. ...

En la línea 222
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Llegar a lo más alto era un triunfo voluptuoso para De Pas. ...

En la línea 304
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —No, aquel humo no era de incienso, subía a lo alto, pero no iba al cielo; aquellos silbidos de las máquinas le parecían burlescos, silbidos de sátira, silbidos de látigo. ...

En la línea 586
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Como el interlocutor solía ser más alto, para verle la cara Ripamilán torcía la cabeza y miraba con un ojo solo, como también hacen las aves de corral con frecuencia. ...

En la línea 157
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El mismo fervor por dicha reivindicación lo notaba ahora Claudio en el jardín de Rosaura oyendo a este santo padre, que parecía no haber nacido para otra finalidad que hablar de los Borjas. Se habían sentado los dos en lo alto. de una avenida de flores que, en forma de mesetas superpuestas, descendía hasta el mar. ...

En la línea 224
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Dentro de los salones del Casino se mostró nervioso y ruborizado, cual si estuviese cometiendo una mala acción. En vano le señaló su sobrino &u grupo de clérigos portugueses que venían de Roma o se encaminaban a ella. Casi todos los que iban en peregrinación a ver al Papa hacían alto unas horas para conocer este Casino de Montecarlo, famoso en el mundo entero, y arriesgar algunas monedas sobre las mesas verdes. Don Baltasar dudó en el primer momento de la autenticidad de sus compañeros portugueses. ...

En la línea 237
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Alfonso de Borja había nacido el último día del ano en que estalló el Gran Cisma, o sea en 1378. Una tradición lo acompañaba desde la cuna, dándole gran fe en sus destinos. Su madre le había contado que, en los primeros años de su vida, el gran taumaturgo y predicador que fue luego San Vicente Ferrer profetizó, al verlo, su ascensión al más alto puesto de la Iglesia. ...

En la línea 311
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Avanzó Hunyades con su ejército irregular en auxilio de Belgrado. Junto a él marchaba Capistrano llevando en alto un crucifijo regalo -de Calixto III e invocando el nombre de Jesús. Contra toda regla militar y con menosprecio de la ley de las probabilidades, dicha muchedumbre mal organizada, pero dispuesta a morir, rompió el cerco de los turcos y dio auxilio a los que defendían a Belgrado. Luego, revolviéndose contra los sitiadores, con una audacia desconcertante para éstos, consiguió desbaratarlos, apoderándose de su campamento, de su enorme artillería y obligando a huir al famoso conquistador de Constantinopla. ...

En la línea 113
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cuando despertó, tuvo inmediatamente la certidumbre de haber dormido muchas horas. El sol estaba alto, y al abrir los ojos se vio obligado a cerrarlos inmediatamente. Ladeó la cabeza, huyendo de la causticidad de su luz, y poco a poco fue entreabriendo el ojo más inmediato a la tierra, mientras conservaba cerrado el otro. ...

En la línea 119
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una explosión de regocijo estalló en torno de la cabeza de Gillespie, un huracán de gritos, carcajadas y aclamaciones. La muchedumbre enana reía al verle con el brazo en alto, inmovilizado por el tirón de esta fuerza incomprensible para el. ...

En la línea 124
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Solo entonces se dio cuenta de que alrededor de la otra muñeca, así como en torno de sus tobillos, debía tener amarrados unos filamentos semejantes. Tendido de espaldas como estaba y mirando a lo alto, alcanzó a ver otros tres aeroplanos en forma de animales fantásticos, que se mantenían inmóviles al extremo de otros tantos hilos de plata, a una altura de pocos metros. Comprendió que todo movimiento que hiciese para levantarse daría por resultado un tirón doloroso semejante al que había sufrido. Era un esclavo de los extraños habitantes de esta tierra, y debía esperar sus decisiones, sin permitirse ningún acto voluntario. ...

En la línea 159
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Si pudiera usted examinarse en este momento desde los bolsillos de sus pantalones al bolsillo superior de su chaqueta, se daría cuenta de que lo hemos sometido a un registro completo. Apenas se durmió usted bajo la influencia del narcótico, empezó esta operación a la luz de los faros de nuestras máquinas volantes y rodantes. Después, el registro lo hemos continuado a la luz del sol. Una máquina-grúa ha ido extrayendo de sus bolsillos una porción de objetos disparatados, cuyo uso pude yo adivinar gracias a mis estudios minuciosos de los antiguos libros, pero que es completamente ignorado por la masa general de las gentes. La grúa hasta funcionó sobre su corazón para sacar del bolsillo más alto de su chaqueta un gran disco sujeto por una cadenilla a un orificio abierto en la tela; un disco de metal grosero, con una cara de una materia transparente muy inferior a nuestros cristales; máquina ruidosa y primitiva que sirve entre los Hombres-Montañas para marcar el paso del tiempo, y que haría reír por su rudeza a cualquier niño de nuestras escuelas. ...

En la línea 97
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Prometíaselas él muy felices en la tienda de bayetas y paños del Reino que estableció en la Plaza Mayor, junto a la Panadería. No puso dependientes, porque la cortedad del negocio no lo consentía; pero su tertulia fue la más animada y dicharachera de todo el barrio. Y ved aquí el secreto de lo poco que dio de sí el establecimiento, y la justificación de los vaticinios de D. Bonifacio. Estupiñá tenía un vicio hereditario y crónico, contra el cual eran impotentes todas las demás energías de su alma; vicio tanto más avasallador y terrible cuanto más inofensivo parecía. No era la bebida, no era el amor, ni el juego ni el lujo; era la conversación. Por un rato de palique era Estupiñá capaz de dejar que se llevaran los demonios el mejor negocio del mundo. Como él pegase la hebra con gana, ya podía venirse el cielo abajo, y antes le cortaran la lengua que la hebra. A su tienda iban los habladores más frenéticos, porque el vicio llama al vicio. Si en lo más sabroso de su charla entraba alguien a comprar, Estupiñá le ponía la cara que se pone a los que van a dar sablazos. Si el género pedido estaba sobre el mostrador, lo enseñaba con gesto rápido, deseando que acabase pronto la interrupción; pero si estaba en lo alto de la anaquelería, echaba hacia arriba una mirada de fatiga, como el que pide a Dios paciencia, diciendo: «¿Bayeta amarilla? Mírela usted. Me parece que es angosta para lo que usted la quiere». Otras veces dudaba o aparentaba dudar si tenía lo que le pedían. «¿Gorritas para niño? ¿Las quiere usted de visera de hule?… Sospecho que hay algunas, pero son de esas que no se usan ya… ». ...

En la línea 99
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Era muy fino con las señoras de alto copete. Su afabilidad tenía tonos como este: «¿La cúbica? Sí que la hay. ¿Ve usted la pieza allá arriba? Me parece, señora, que no es lo que usted busca… digo, me parece; no es que yo me quiera meter… Ahora se estilan rayaditas: de eso no tengo. Espero una remesa para el mes que entra. Ayer vi a las niñas con el Sr. D. Cándido. Vaya, que están creciditas. ¿Y cómo sigue el señor mayor? ¡No le he visto desde que íbamos juntos a la bóveda de San Ginés!»… Con este sistema de vender, a los cuatro años de comercio se podían contar las personas que al cabo de la semana traspasaban el dintel de la tienda. A los seis años no entraban allí ni las moscas. Estupiñá abría todas las mañanas, barría y regaba la acera, se ponía los manguitos verdes y se sentaba detrás del mostrador a leer el Diario de Avisos. Poco a poco iban llegando los amigos, aquellos hermanos de su alma, que en la soledad en que Plácido estaba le parecían algo como la paloma del arca, pues le traían en el pico algo más que un ramo de oliva, le traían la palabra, el sabrosísimo fruto y la flor de la vida, el alcohol del alma, con que apacentaba su vicio… Pasábanse el día entero contando anécdotas, comentando sucesos políticos, tratando de tú a Mendizábal, a Calatrava, a María Cristina y al mismo Dios, trazando con el dedo planes de campaña sobre el mostrador en extravagantes líneas tácticas; demostrando que Espartero debía ir necesariamente por aquí y Villarreal por allá; refiriendo también sucedidos del comercio, llegadas de tal o cual género; lances de Iglesia y de milicia y de mujeres y de la corte, con todo lo demás que cae bajo el dominio de la bachillería humana. A todas estas el cajón del dinero no se abría ni una sola vez, y a la vara de medir, sumida en plácida quietud, le faltaba poco para reverdecer y echar flores como la vara de San José. Y como pasaban meses y meses sin que se renovase el género, y allí no había más que maulas y vejeces, el trueno fue gordo y repentino. Un día le embargaron todo, y Estupiñá salió de la tienda con tanta pena como dignidad. ...

En la línea 283
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Agradabilísimo día pasaron, viendo el risueño país que a sus ojos se desenvolvía, el caudaloso Ebro, las marismas de su delta, y por fin, la maravilla de la región valenciana, la cual se anunció con grupos de algarrobos, que de todas partes parecían acudir bailando al encuentro del tren. A Jacinta le daban marcos cuando los miraba con fijeza. Ya se acercaban hasta tocar con su copudo follaje la ventanilla; ya se alejaban hacia lo alto de una colina; ya se escondían tras un otero, para reaparecer haciendo pasos y figuras de minueto o jugando al escondite con los palos del telégrafo. ...

En la línea 427
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El abono que tomaron en el Real a un turno de palco principal fue idea de D. Baldomero quien no tenía malditas ganas de oír óperas, pero quería que Barbarita fuera a ellas para que le contase, al acostarse o después de acostados, todo lo que había visto en el Regio coliseo. Resultó que a Barbarita no la llamaba mucho el Real; mas aceptó con gozo para que fuera Jacinta. Esta, a su vez, no tenía verdaderamente muchas ganas de teatro; pero alegrose mucho de poder llevar al Real a sus hermanitas solteras, porque las pobrecillas, si no fuera así, no lo catarían nunca. Juan, que era muy aficionado a la música, estaba abonado a diario, con seis amigos, a un palco alto de proscenio. ...

En la línea 228
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... En conjunto transcurrió el tiempo agradablemente, y casi suavemente. Los escollos y arrecifes fueron cada vez menos frecuentes, y Tom se sintió más y más a sus anchas al ver, que todos estaban amorosamente inclinados a ayudarlo y a pasar por alto sus equivocaciones. Cuando salió a la conversación que las damitas habrían de acompañarle por la noche al banquete del alcalde mayor, el corazón le dio un salto de consuelo y de alegría, porque sintió que ya no se hallaría sin amigos entre aquella muchedumbre de extraños, mientras que, una hora antes, la idea de que ellas fueran con él le habría causado un terror insoportable. ...

En la línea 305
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Sintióse dentro floreo de trompetas, y el tío del príncipe, el futuro gran duque de Somerset, salió de la verja, ataviado con un jubón de brocado negro y una capa de raso carmesí con flores de oro, y ribeteada con redecillas de plata. Volvióse, se quitó la gorra adornada con plumas, inclinó su cuerpo en profunda reverencia y empezo a retroceder de espaldas, saludando a cada escalón. Siguió prolongado son de trompetas y la proclamación: '¡Paso al alto y poderoso señor Eduardo Príncipe de Gales!' En lo alto de los muros de palacio prorrumpió en estrépito atronador una larga hilera de rojas lenguas de fuego; la gente apiñada en el río estalló en potente rugido de bienvenida, y Tom Canty, causa y héroe de todo aquello, apareció a la vista, e inclinó levemente su principesca cabeza: ...

En la línea 305
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Sintióse dentro floreo de trompetas, y el tío del príncipe, el futuro gran duque de Somerset, salió de la verja, ataviado con un jubón de brocado negro y una capa de raso carmesí con flores de oro, y ribeteada con redecillas de plata. Volvióse, se quitó la gorra adornada con plumas, inclinó su cuerpo en profunda reverencia y empezo a retroceder de espaldas, saludando a cada escalón. Siguió prolongado son de trompetas y la proclamación: '¡Paso al alto y poderoso señor Eduardo Príncipe de Gales!' En lo alto de los muros de palacio prorrumpió en estrépito atronador una larga hilera de rojas lenguas de fuego; la gente apiñada en el río estalló en potente rugido de bienvenida, y Tom Canty, causa y héroe de todo aquello, apareció a la vista, e inclinó levemente su principesca cabeza: ...

En la línea 380
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La falúa real, seguida de su espléndida flotilla, se encaminó majestuosamente por el Támesis abajo entre la maraña de botes iluminados. El aire estaba cargado de música; y las orillas del río tremolando por la alegría de las llamaradas; la lejana ciudad se tendía en el suave resplandor luminoso de sus incontables hogueras invisibles; por encima de ella se elevaban al cielo muchas esbeltas espirales, incrustadas de luces centelleantes, que en su lejanía parecían enjoyadas lanzas arrojadas a lo alto. A medida que navegaba la flotilla, era saludada desde las márgenes con un continuo clamor de vivas e incesantes centellas y truenos de la artillería. ...

En la línea 260
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Era una casa dulce y tibia. La luz entraba por entre las blancas flores bordadas en los visillos. Las butacas abrían, con intimidad de abuelos hechos niños por los años, sus brazos. Allí estaba siempre el cenicero con la ceniza del último puro que apuró su padre. Y allí, en la pared, el retrato de ambos, del padre y de la madre, la viuda ya, hecho el día mismo en que se casaron. Él, que era alto, sentado, con una pierna cruzada sobre la otra, enseñando la lengüeta de la bota, y ella, que era bajita, de pie a su lado y apoyando la mano, una mano fina que no parecía hecha para agarrar, sino para posarse como paloma, en el hombro de su marido. ...

En la línea 394
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Augusto sintió una oleada de fuego subirle del suelo hasta perderse, pasando por su cabeza, en lo alto, encima de él. Y empezó el corazón a martillarle el pecho. ...

En la línea 1815
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No… no… júrame que ha estado aquí conmigo un joven y de las señas que me digas… alto, rubio, ¿no es eso?, de bigote, más bien grueso que flaco, de nariz aguileña… ¿ha estado? ...

En la línea 556
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El pirata levantó la silla y la arrojó con toda su fuerza contra el lord, que cayó al suelo. Rápido como el rayo, Sandokán se le fue encima con el kriss en alto. ...

En la línea 614
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El pirata levantó la silla y la arrojó con toda su fuerza contra el lord, que cayó al suelo. Rápido como el rayo, Sandokán se le fue encima con el kriss en alto. ...

En la línea 794
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Así que llegó a lo alto de la roca, Sandokán se detuvo y miró a lo lejos, muy a lo lejos, en dirección del Este, hacia Labuán. ...

En la línea 984
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... En ese momento gritó un malayo desde lo alto: ...

En la línea 376
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El descubrimiento de la existencia del ser más fabuloso, del ser más mitológico, no habría podido sorprender tanto y en tan alto grado a mi razón como el que acababa de hacer. Que lo prodigioso provenga del Creador, parece sencillo. Pero hallar de repente bajo los ojos lo imposible, misteriosa y humanamente realizado, es algo que hace naufragar a la razón. ...

En la línea 419
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El más alto de los dos evidentemente el jefe a bordo nos examinaba con una extremada atención, sin pronunciar palabra. Luego se volvió hacia su compañero y habló con él en un lenguaje que no pude reconocer. Era un idioma sonoro, armonioso, flexible, cuyas vocales parecían sometidas a una muy variada acentuación. ...

En la línea 1015
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Hacia la una, con gran satisfacción por mi parte, el capitán Nemo dio la señal de alto, y nos tendimos bajo un haz de alarias cuyos largos y delgados filoides se erguían como flechas. ...

En la línea 1020
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Suponía yo que ese alto marcaba el término de nuestra expedición, pero me equivocaba, y, en vez de retornar al Nautilus, el capitán Nemo continuó la audaz excursión. ...

En la línea 74
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Advertí que era horroroso el esfuerzo de resolución necesario para realizar mi cometido. Era como si me hubiese propuesto saltar desde lo alto de una casa elevada o hundirme en una gran masa de agua. Y Joe, que, naturalmente, no sabía una palabra de mis propósitos, contribuyó a dificultarlos más todavía. En nuestra franca masonería ya mencionada, de compañeros de penas y fatigas, y en su bondadosa amistad hacia mí, había la costumbre, seguida todas las noches, de comparar nuestro modo respectivo de comernos el pan con manteca, exhibiéndolos de vez en cuando y en silencio a la admiración mutua, lo cual nos estimulaba para realizar nuevos esfuerzos. Aquella noche, Joe me invitó varias veces, mostrándome repetidamente su pedazo de pan, que disminuía con la mayor rapidez, a que tomase parte en nuestra acostumbrada y amistosa competencia; pero cada vez me encontró con mi amarilla taza de té sobre la rodilla y el pan con manteca, entero, en la otra. Por fin, ya desesperado, comprendí que debía realizar lo que me proponía y que tenía que hacerlo del modo más difícil, atendidas las circunstancias. Me aproveché del momento en que Joe acababa de mirarme y deslicé el pedazo de pan con manteca por la pernera de mi pantalón. ...

En la línea 181
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pasó el tiempo sin que trajera ningún consuelo para mis sentimientos, y llegaron los invitados. El señor Wopsle, unido a una nariz romana y a una frente grande y pulimentada, tenía una voz muy profunda, de la que estaba en extremo orgulloso; en realidad, era valor entendido entre sus conocidos que, si hubiese tenido una oportunidad favorable, habría sido capaz de poner al pastor en un brete. Él mismo confesaba que si la Iglesia estuviese «más abierta», refiriéndose a la competencia, no desesperaría de hacer carrera en ella. Pero como la Iglesia no estaba «abierta», era, según ya he dicho, nuestro sacristán. Castigaba de un modo tremendo los «amén», y cuando entonaba el Salmo, pronunciando el versículo entero, miraba primero alrededor de él y a toda la congregación como si quisiera decir: «Ya han oído ustedes a nuestro amigo que está más alto; háganme el favor de darme ahora su opinión acerca de su estilo.» ...

En la línea 279
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El sargento se despidió cortésmente de las damas y se separó del señor Pumblechook como de un amigo muy querido, aunque sospecho que no habría apreciado en tan alto grado los méritos de aquel caballero en condiciones más áridas, en vez del régimen húmedo de que había gozado. Sus hombres volvieron a tomar las armas de fuego y salieron. El señor Wopsle, Joe y yo recibimos la orden de ir a retaguardia y de no pronunciar una sola palabra en cuanto llegásemos a los marjales. Cuando ya estuvimos en el frío aire de la tarde y nos dirigíamos rápidamente hacia el objeto de nuestra excursión, yo, traicioneramente, murmuré al oído de Joe: ...

En la línea 556
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La educación que me dio mi hermana me había hecho muy sensible. En el pequeño mundo en que los niños tienen su vida, sea quien quiera la persona que los cría, no hay nada que se perciba con tanta delicadeza y que se sienta tanto como una injusticia. Tal vez ésta sea pequeña, pero también el niño lo es, así como su mundo, y el caballo de cartón que posee le parece tan alto como a un hombre un caballo de caza irlandés. En cuanto a mí, desde los primeros días de mi infancia, siempre tuve que luchar con la injusticia. Desde que fui capaz de hablar me di cuenta de que mi hermana, con su conducta caprichosa y violenta, era injusta conmigo. Estaba profundamente convencido de que el hecho de haberme criado «a mano» no le daba derecho a tratarme mal. Y a través de todos mis castigos, de mis vergüenzas, de mis ayunos y de mis vigilias, así como otros castigos, estuve persuadido de ello. Y por no haber tenido nadie con quien desahogar mis penas y por haberme visto obligado a vivir solo y sin protección de nadie, era moralmente tímido y muy sensible. ...

En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...

En la línea 118
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Yo besé el polvo de sus botas… , pero sólo mentalmente, pues él, alto funcionario y hombre imbuido de ideas modernas y esclarecidas, no me habría permitido que se las besara de verdad. Volví a casa, y no puedo describirle el efecto que produjo mi noticia de que iba a volver al servicio activo y a cobrar un sueldo. ...

En la línea 167
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño intranquilo que no le había procurado descanso alguno. Se despertó de pésimo humor y paseó por su buhardilla una mirada hostil. La habitación no tenía más de seis pasos de largo y ofrecía el aspecto más miserable, con su papel amarillo y polvoriento, despegado a trozos, y tan baja de techo, que un hombre que rebasara sólo en unos centímetros la estatura media no habría estado allí a sus anchas, pues le habría cohibido el temor de dar con la cabeza en el techo. Los muebles estaban en armonía con el local. Consistían en tres sillas viejas, más o menos cojas; una mesa pintada, que estaba en un rincón y sobre la cual se veían, como tirados, algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado hacía mucho tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que estaba tapizado de una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de Raskolnikof, que solía acostarse completamente vestido y sin más mantas que su vieja capa de estudiante. Como almohada utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo un poco más alto, toda su ropa blanca, tanto la limpia como la sucia. Ante el diván había una mesita. ...

En la línea 263
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Desde luego, a juzgar por las apariencias, debía de ser una muchacha, una adolescente. Iba con la cabeza descubierta, sin sombrilla, a pesar del fuerte sol, y sin guantes, y balanceaba grotescamente los brazos al andar. Llevaba un ligero vestido de seda, mal ajustado al cuerpo, abrochado a medias y con un desgarrón en lo alto de la falda, en el talle. Un jirón de tela ondulaba a su espalda. Llevaba sobre los hombros una pañoleta y avanzaba con paso inseguro y vacilante. ...

En la línea 276
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Por qué iba yo a obligarle a precipitarse de lo alto del Schlangenberg? —interrumpió ella en tono singularmente hiriente—. ¿Qué utilidad sacaría yo con eso? ...

En la línea 299
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Ve usted a esa señora gorda? —exclamó Paulina—. Es la baronesa Wurmenheim. Se halla aquí desde hace tres días. Mire usted a su marido; ese prusiano alto y seco con un bastón en la mano. ¿Recuerda cómo nos miraba anteayer? Vaya inmediatamente a su encuentro, aborde a la baronesa, quítese el sombrero y dígale algo en francés. ...

En la línea 315
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El barón es seco, alto. Tiene, como es corriente entre alemanes, el rostro señalado con una cicatriz y surcado de pequeñas arrugas. Usa lentes. Aparenta cuarenta y cinco años de edad. Las piernas parece que le arrancan casi del pecho; signo de raza. Es vanidoso como un pavo real. Un tanto contrahecho. ...

En la línea 652
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me incliné a su oído y le expliqué que no se podía gritar de aquel modo. No se permitía ni siquiera hablar alto, pues eso entorpecía el cálculo e iba a dar lugar a que nos echasen. ...

En la línea 81
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Ya dijimos que la casa que habitaba tenía sólo dos pisos. En el bajo había tres piezas, otras tres en el alto, encima un desván, y detrás de la casa, el jardín; el obispo habitaba el bajo. La primera pieza, que daba a la calle, le servía de comedor; la segunda, de dormitorio, y de oratorio la tercera. No se podía salir del oratorio sin pasar por el dormitorio, ni de éste sin pasar por el comedor. En el fondo del oratorio había una alcoba cerrada, con una cama para cuando llegaba algún huésped. El obispo solía ofrecer esta cama a los curas de aldea, cuyos asuntos parroquiales los llevaban a D. ...

En la línea 1234
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Habla alto. A mí se me habla alto. ...

En la línea 1234
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Habla alto. A mí se me habla alto. ...

En la línea 1237
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Te digo que hables alto. ...

En la línea 171
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck los observó con aprensión mientras acababan de desmontar la tienda y cargaban el trineo. Lo hacían todo con gran despliegue de gestos, pero sin un método eficaz. La tienda fue enrollada formando un bulto tres veces más voluminoso de lo que podía haber sido. Guardaron los platos de lata sin fregarlos. Mercedes revoloteaba continuamente saliendo al paso a los hombres y no paraba de charlar haciéndoles reproches y dándoles consejos. Cuando ya habían colocado una bolsa con ropa en la parte delantera del trineo, Mercedes sugirió que debería ir en la de atrás; y una vez puesta allí la bolsa y quedar tapada por otros dos bultos, descubrió que le había pasado por alto guardar unas prendas que sólo podían ir en ella, así que hubo que descargarla otra vez. ...

En la línea 246
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En cambio, el amor de Buck por Thornton aumentaba cada día. En los viajes de verano, era el único hombre al que le dejaba cargar un fardo sobre su lomo. Nada era demasiado para Buck si Thornton se lo ordenaba. Un día (se habían abastecido con la recaudación de la balsa y habían salido de Dawson en dirección al nacimiento del Tanana), hombres y perros se encontraban en lo alto de un despeñadero que caía en vertical sobre un lecho de rocas desnudas situado a casi cien metros más abajo. John Thornton se había sentado cerca del borde con Buck junto a él. Un capricho insensato se apoderó del hombre, que reclamó la atención de Hans y de Pete para que vieran lo que se le había ocurrido. ...

En la línea 292
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Los espectadores recobraron el aliento y volvieron a respirar con normalidad sin percatarse de que por un momento habían dejado de hacerlo. Thornton iba corriendo detrás, animando a Buck con palabras de aliento. Se había medido la distancia y, según se aproximaban a la pila de leña que marcaba el fin del recorrido de cien metros, empezó a surgir un creciente murmullo que explotó en un rugido cuando Buck alcanzó la meta y se detuvo a la voz de alto. Todo el mundo, incluido Matthewson, estaba entusiasmado. Volaban por el aire guantes y sombreros. Los presentes se daban la mano, sin importarles con quién, y hablaban a gritos como en una incoherente babel. ...

En la línea 340
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Se hizo la noche y una luna llena se elevó por encima de los árboles hasta lo alto del cielo, iluminando la tierra, que quedó bañada de una claridad fantasmal. Y, con la llegada de la noche, Buck, pensativo y afligido junto a la laguna, sintió el despertar de una vida nueva en la selva, una vida distinta de la que habían vivido los yeehat. Se puso de pie, escuchando y husmeando. Desde muy lejos le llegó débilmente, empujado por el viento, un penetrante aullido, al que respondió un coro de aullidos semejantes. Poco a poco los aullidos se fueron haciendo más claros y cercanos. De nuevo, Buck supo que los había oído en aquel otro mundo que vivía en su memoria. Se dirigió al centro del claro del bosque y escuchó. Era la llamada, la llamada tantas veces oída, que sonaba más atractiva e imperiosa que nunca. Y más que nunca estuvo dispuesto a obedecer. John Thornton había muerto. El último vínculo se había roto. Ni el hombre ni sus lazos lo retenían ya. ...

En la línea 16
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al novio le rodeaban hasta media docena de amigos: y si el séquito de la novia era el eslabón que une a clase media y pueblo, el del novio tocaba en esa frontera, en España tan indeterminada como vasta, que enlaza a la mesocracia con la gente de alto copete. Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los años: el luengo sobretodo ceñía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda. ...

En la línea 56
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mancebo, en los verdores de la edad, fuerte como un toro y laborioso como manso buey, salió de su patria el señor Joaquín, a quien entonces nombraban Joaquín a secas. Colocado en Madrid en la portería de un magnate que en León tiene solar, dedicose a corredor, agente de negocios y hombre de confianza de todos los honrados individuos de la maragatería. Buscabales posada, proporcionabales almacén seguro para la carga, se entendía con los comerciantes y era en suma la providencia de la tierra de Astorga. Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero; y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía: El Leonés. Ultramarinos. De corredor pasó entonces a empresario de maragatos; comproles sus artículos en grueso y los vendió en detalle; y a él forzosamente hubo de acudir quien en Madrid quería aromático chocolate molido a brazo, o esponjosas mantecadas de las que sólo las astorganas saben confeccionar en su debido punto. Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy. Y fue de ver como el señor Joaquín, ensanchando los horizontes de su comercio, acaparó todas las especialidades nacionales culinarias: tiernos garbanzos de Fuentesaúco, crasos chorizos de Candelario, curados jamones de Caldelas, dulce extremeña bellota, aceitunas de los sevillanos olivares, melosos dátiles de Almería y áureas naranjas que atesoran en su piel el sol de Valencia. De esta suerte y con tal industria granjeó Joaquín, limpia si no hidalgamente, razonables sumas de dinero; y si bien las ganó, mejor supo después asegurarlas en tierras y caserío en León; a cuyo fin hizo frecuentes viajes a la ciudad natal. A los ocho años de estéril matrimonio naciole una niña grande y hermosa, suceso que le alborozó como alborozaría a un monarca el natalicio de una princesa heredera; más la recia madre leonesa no pudo soportar la crisis de su fecundidad tardía, y enferma siempre, arrastró algunos meses la vida, hasta soltarla de malísima gana. Con faltarle su mujer, faltole al señor Joaquín la diestra mano, y fue decayendo en él aquella ufanía con que dominaba el mostrador, luciendo su estatura gigantesca, y alcanzando del más encumbrado estante los cajones de pasas, con sólo estirar su poderoso brazo y empinarse un poco sobre los anchos pies. Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta. En suma, él cayó en melancolía tal, que vino a serie indiferente hasta la honrada y lícita ganancia que debía a su industria: y como los facultativos le recetasen el sano aire natal y el cambio de vida y régimen, traspasó la lonja, y con magnanimidad no indigna de un sabio antiguo, retirose a su pueblo, satisfecho con lo ya logrado, y sin que la sedienta codicia a mayor lucro le incitase. Consigo llevó a la niña Lucía, única prenda cara a su corazón, que con pueriles gracias comenzaba ya a animar la tienda, haciendo guerra crudísima y sin tregua a los higos de Fraga y a las peladillas de Alcoy, menos blancas que los dientes chicos que las mordían. ...

En la línea 112
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Con tan alto patrocinio se presentó Miranda en la pacífica morada del feudatario colmenarista, siendo en efecto recibido cual lo exigía el venir de tal persona recomendado. Naturalmente se propuso no aparecer al pronto como candidato a la mano de Lucía. Sobre ser indelicadeza, fuera carencia de tacto; y además pretendía Miranda ante todo estudiar el terreno que pisaba. Halló ser verdad cuanto le había anunciado el prohombre y aun algo más en lo tocante a bienes de fortuna: vio una casa chapada a la antigua, tosca y popular en sus usos, pero honrada en todo, y un caudal sólido y seguro, diariamente acrecido por la celosa administración del señor Joaquín y su sencillez y parsimonia. Es cierto que el bueno del Leonés pareció a Miranda hombre de tediosa compañía, en todo vulgar e infeliz, corto de alcances, con sus ribetes de mentecato, pero hubo de sufrirlo, y aun de acomodarse a las ideas del viejo, tanto que éste llegó a no poder tomar café ni leer El Progreso Nacional, órgano de Colmenar, sin la salsa de los sabrosos comentarios que Miranda hacía a cada fondo, a cada suelto y gacetilla. Sabía Miranda de memoria el reverso, la cara interna de la política, y explicaba desenfadadamente las solapadas alusiones, las reticencias hábiles, las sátiras finas que en todo periódico importante abundan y son eterno logogrifo para el cándido suscritor provinciano. De suerte que desde su intimidad con Miranda, gozaba el señor Joaquín el hondo placer de la iniciación y miraba por cima del hombro a sus correligionarios leoneses, no admitidos en el santuario de la política reservada. Además de estos gustos que a la relación con Miranda debía, esponjábase el buen viejo -que ya sabemos cuán poco tenía de filósofo- cuando le encontraban las gentes mano a mano con tan bien portado caballero, íntimo del gobernador y familiar comensal de las gentes más encopetadas de la ciudad. ...

En la línea 182
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Todo este diálogo pasaba en discreto tono, a media voz, inclinados el uno hacia el otro ambos interlocutores, con misterioso y casi amante silabeo. El testigo de vista, silencioso, recostado en un ángulo, imponía a la plática de los esposos, plática llana y corriente, cierta intimidad y secreto que acrecentaban su atractivo, dándole visos de tierno coloquio. Las mismas cosas, dichas en alto, serían indiferentes y sencillas por demás. De ordinario sucede así, que no sean las palabras importantes en sí mismas, sino por el tono con que se pronuncian y el lugar en que se colocan, a la manera de menudas piedrecillas que incrustadas convenientemente en la labor de mosaico, ya dibujan un árbol, ya una casa, ya un rostro. ...

En la línea 33
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Durante los cortos instantes en que pudo entrever a Phileas Fogg, Picaporte había examinado rápida pero cuidadosamente a su amo futuro. Era un hombre que podía tener unos cuarenta años, de figura noble y arrogante, alto de estatura, sin que lo afease cierta ligera obesidad, de pelo rubio, frente tersa y sin señal de arrugas en las sienes, rostro más bien pálido que sonrosado, dentadura magnífica. Parecía poseer en el más alto grado eso que los fisonomistas llaman 'el reposo en la acción' facultad común a todos los que hacen más trabajo que ruido. Sereno, flemático, pura la mirada, inmóvil el párpado, era el tipo acabado de esos ingleses de sangre fría que suelen encontrarse a menudo en el Reino Unido, y cuya actitud algo académica ha sido tan maravillosamente reproducida por el pincel de Angélica Kauffmann. Visto en los diferentes actos de su existencia, este gentleman despertaba la idea de un ser bien equilibrado en todas sus partes, proporcionado con precisión, y tan exacto como un cronómetro de Leroy o de Bamshaw. Porque, en efecto, Phileas Fogg era la exactitud personificada, lo que se veía claramente en la 'expresión de sus pies y de sus manos', pues que en el hombre, así como en los animales, los miembros mismos son organos expresivos de las pasiones. ...

En la línea 145
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte, con los ojos excesivamente abiertos, los párpados y las cejas en alto, los brazos caídos, el cuerpo abatido, ofrecía entonces todos los síntomas del asombro llevado hasta el estupor. ...

En la línea 450
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Sir Francis Cromarty, alto, rubio, de cincuenta años de edad, que se había distinguido mucho en la guerra de los cipayos, hubiera verdaderamente merecido a calificación de indígena. Desde su joven edad habitaba en India y no había ido sino muy raras veces a su país natal. Era hombre instruido, que de buena gana hubiera dado informes sobre los usos, historia y organización del país indio, si Phileas Fogg hubiese sido hombre capaz de pedirlos. Pero este caballero no pedía nada. No viajaba, sino que estaba escribendo una circunferencia. Era un cuerpo grave recorriendo una órbita alrededor del globo terrestre, según las leyes de la mecánica racional. En aquel momento rectificaba para sus adentros el cálculo de las horas empleadas desde su salida de Londres, y se hubiera dado un restregón de manos, a no ser enemigo de movimientos inútiles. ...

En la línea 526
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las doce dio el guía la señal de marcha. El país tomó luego un aspecto muy agreste. A las grandes selvas sucedieron los bosques de tamarindos y de palmeras enanas, y luego extensas llanuras áridas erizadas de árboles raquíticos y sembradas de grandes pedriscos de sienita. Toda esta parte del alto Bundelbund, poco frecuentada por los viajeros, está habitada por una población fanática, endurecida en las prácticas más terribles de la religión india. La dominación de los ingleses no ha podido establecerse regularmente sobre un territorio sometido a la influencia de los rajáes, a quienes hubiera sido difícil alcanzar en sus inaccesibles retiros de los Vindhias. ...

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