La palabra Adquiriendo ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece adquiriendo.
Estadisticas de la palabra adquiriendo
Adquiriendo es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 11446 según la RAE.
Adquiriendo aparece de media 6.52 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la adquiriendo en las obras de referencia de la RAE contandose 991 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Adquiriendo
Cómo se escribe adquiriendo o hadquiriendo?
Cómo se escribe adquiriendo o adkiriendo?
Cómo se escribe adquiriendo o adquirriendo?
Más información sobre la palabra Adquiriendo en internet
Adquiriendo en la RAE.
Adquiriendo en Word Reference.
Adquiriendo en la wikipedia.
Sinonimos de Adquiriendo.

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece adquiriendo
La palabra adquiriendo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1998
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sereno, podría estarlo; pero tenía los ojos enrojecidos, brillaba en sus pupilas una chispa azulada e indecisa, semejante a la llama del alcohol, y su cara iba adquiriendo por momentos una palidez mate. ...
En la línea 2949
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y esta vuestra mortal, triste caída entre el muro y el hierro, os va adquiriendo fama que el mundo os da, y el cielo gloria. ...
En la línea 1463
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Procedió el príncipe eclesiástico con avaricia y falta de nobleza. Al enterarse de que tan hermosa obra no era antigua, a pesar de que todos la creían así, protestó exigiendo que le devolviesen su dinero. Entonces intervino César con su generosidad de gran señor, adquiriendo la estatua por su primer precio, y guardándola algunos años. Luego la envió a Isabel de Este, que se la había pedido en repetidas ocasiones, afirmando que le seria imposible dormir tranquila mientras no le hiciese tal regalo. ...
En la línea 426
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los primeros de mes recibía Barbarita de su esposo mil duretes. D. Baldomero disfrutaba una renta de veinticinco mil pesos, parte de alquileres de sus casas, parte de acciones del Banco de España y lo demás de la participación que conservaba en su antiguo almacén. Daba además a su hijo dos mil duros cada semestre para sus gastos particulares, y en diferentes ocasiones le ofreció un pequeño capital para que emprendiera negocios por sí; pero al chico le iba bien con su dorada indolencia y no quería quebraderos de cabeza. El resto de su renta lo capitalizaba D. Baldomero, bien adquiriendo más acciones cada año, bien amasando para hacerse con una casa más. De aquellos mil duros que la señora cogía cada mes, daba al Delfín dos o tres mil reales, que con esto y lo que del papá recibía estaba como en la gloria; y los diez y siete mil reales restantes eran para el gasto diario de la casa y para los de ambas damas, que allá se las arreglaban muy bien en la distribución, sin que jamás hubiese entre ellas el más ligero pique por un duro de más o de menos. Del gobierno doméstico cuidaban las dos, pero más particularmente la suegra, que mostraba ciertas tendencias al despotismo ilustrado. La nuera tenía el delicado talento de respetar esto, y cuando veía que alguna disposición suya era derogada por la autócrata, mostrábase conforme. Barbarita era administradora general de puertas adentro, y su marido mismo, después que religiosamente le entregaba el dinero, no tenía que pensar en nada de la casa, como no fuese en los viajes de verano. La señora lo pagaba todo, desde el alquiler del coche a la peseta de El Imparcial, sin que necesitara llevar cuentas para tan complicada distribución, ni apuntar cifra alguna. Era tan admirable su tino aritmético, que ni una sola vez pasó más allá de la indecisa raya que tan fácilmente traspasan los ricos; llegaba el fin de mes y siempre había un superávit con el cual ayudaba a ciertas empresas caritativas de que se hablará más adelante. Jacinta gastaba siempre mucho menos de lo que su suegra le daba para menudencias; no era aficionada a estrenar a menudo, ni a enriquecer a las modistas. Los hábitos de economía adquiridos en su niñez estaban tan arraigados que, aunque nunca le faltó dinero, traía a casa una costurera para hacer trabajillos de ropa y arreglos de trajes que otras señoras menos ricas suelen encargar fuera. Y por dicha suya, no tenía que calentarse la cabeza para discurrir el empleo de sus sobrantes, pues allí estaba su hermana Candelaria, que era pobre y se iba cargando de familia. Sus hermanitas solteras también recibían de ella frecuentes dádivas; ya los sombreritos de moda, ya el fichú o la manteleta, y hasta vestidos completos acabados de venir de París. ...
En la línea 2369
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Creyérase que Mauricia lo había olido, porque de improviso alzó la cabeza, adquiriendo tal animación y vida su cara que parecía mismamente la del otro cuando, señalando las pirámides, dijo lo de los cuarenta siglos. La mazmorra estaba oscura, mas por la puerta entraba la última claridad del día, y las dos mujeres allí encerradas se podían ver y se veían, aunque más bien como bultos que como personas. Mauricia alargó las manos con ansia hasta tocar la botella, pronunciando palabras truncadas y balbucientes para expresar su gratitud; pero la monja apartaba el codiciado objeto. ...
En la línea 2588
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Por fin se acordó que Fortunata saldría del convento para casarse en la segunda quincena de Setiembre. El día señalado estaba ya muy próximo, y si el pensamiento de la reclusa no se había familiarizado aún de una manera terminante con la nueva vida que la esperaba, no tenía duda de que le convenía casarse, comprendiendo que no debemos aspirar a lo mejor, sino aceptar el bien posible que en los sabios lotes de la Providencia nos toca. En las últimas visitas, Maxi no hablaba más que de la proximidad de su dicha. Contole un día que ya tenía tomada la casa, un cuarto precioso en la calle de Sagunto, cerca de su tía; otro la entretuvo refiriéndole pormenores deliciosos de la instalación. Ya se habían comprado casi todos los muebles. Doña Lupe, que se pintaba sola para estas cosas, recorría diariamente las almonedas anunciadas en La Correspondencia, adquiriendo gangas y más gangas. La cama de matrimonio fue lo único que se tomó en el almacén; pero doña Lupe la sacó tan arreglada, que era como de lance. Y no sólo tenían ya casa y muebles, sino también criada. Torquemada les recomendó una que servía para todo y que guisaba muy bien, mujer de edad mediana, formal, limpia y sentada. Bien podía decirse de ella que era también ganga como los muebles, porque el servicio estaba muy malo en Madrid, pero muy malo. Nombrábase Patricia, pero Torquemada la llamaba Patria, pues era hombre tan económico que ahorraba hasta las letras, y era muy amigo de las abreviaturas por ahorrar saliva cuando hablaba y tinta cuando escribía. ...
En la línea 5545
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata iba adquiriendo confianza con él, y le revelaba sus pensamientos sobre diferentes cosas. No obstante, algo había que no se atrevía a manifestar, por no tener la seguridad de ser bien comprendida. Ni Segunda ni José Izquierdo lo comprenderían tampoco. Y como le era forzoso echar fuera aquellas ideas, porque no le cabían en la mente y se le rebosaban, tenía que decírselas a sí misma para no ahogarse. «Ahora sí que no temo las comparaciones. Entre ella y yo, ¡qué diferencia! Yo soy madre del único hijo de la casa, madre soy, bien claro está, y no hay más nieto de don Baldomero que este rey del mundo que yo tengo aquí… ¿Habrá quien me lo niegue? Yo no tengo la culpa de que la ley ponga esto o ponga lo otro. Si las leyes son unos disparates muy gordos, yo no tengo nada que ver con ellas. ¿Para qué las han hecho así? La verdadera ley es la de la sangre, o como dice Juan Pablo, la Naturaleza, y yo por la Naturaleza le he quitado a la mona del Cielo el puesto que ella me había quitado a mí… Ahora la quisiera yo ver delante para decirle cuatro cosas y enseñarle este hijo… ¡Ah!, ¡qué envidia me va a tener cuando lo sepa!… ¡Qué rabiosilla se va a poner!… Que se me venga ahora con leyes, y verá lo que le contesto… Pero no, no le guardo rencor; ahora que he ganado el pleito y está ella debajo, la perdono; yo soy así». ...

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