La palabra Acostumbrado ha sido usada en la literatura castellana en las siguientes obras.
La Barraca de Vicente Blasco Ibañez
La Bodega de Vicente Blasco Ibañez
Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas
La Biblia en España de Tomás Borrow y Manuel Azaña
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra
Viaje de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin
La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín»
A los pies de Vénus de Vicente Blasco Ibáñez
El paraíso de las mujeres de Vicente Blasco Ibáñez
Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós
El príncipe y el mendigo de Mark Twain
Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne
Grandes Esperanzas de Charles Dickens
Crimen y castigo de Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
Fantina Los miserables Libro 1 de Victor Hugo
Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán
Por tanto puede ser considerada correcta en Español.
Puedes ver el contexto de su uso en libros en los que aparece acostumbrado.
Estadisticas de la palabra acostumbrado
Acostumbrado es una de las 25000 palabras más comunes del castellano según la RAE, en el puesto 6215 según la RAE.
Acostumbrado aparece de media 14.11 veces en cada libro en castellano.
Esta es una clasificación de la RAE que se basa en la frecuencia de aparición de la acostumbrado en las obras de referencia de la RAE contandose 2144 apariciones .
Errores Ortográficos típicos con la palabra Acostumbrado
Cómo se escribe acostumbrado o hacostumbrado?
Cómo se escribe acostumbrado o acostunbrado?
Cómo se escribe acostumbrado o acostumbrrado?
Cómo se escribe acostumbrado o acoztumbrado?
Cómo se escribe acostumbrado o acostumvrado?
Más información sobre la palabra Acostumbrado en internet
Acostumbrado en la RAE.
Acostumbrado en Word Reference.
Acostumbrado en la wikipedia.
Sinonimos de Acostumbrado.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece acostumbrado
La palabra acostumbrado puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 654
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pimentó, acostumbrado a que le temblase toda la huerta, se mostraba cada vez más desconcertado por la serenidad de Batiste. ...
En la línea 726
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Luego volvía los ojos hacia su enemigo Pimentó, que se contoneaba altivamente, como hombre acostumbrado a comparecer ante el tribunal y que se creía poseedor de una pequeña parte de su indiscutible autoridad. ...
En la línea 1475
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste aguantó el disparo con calma, como hombre acostumbrado a tales discusiones, y sonrió socarronamente. ...
En la línea 1542
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se habían acostumbrado ya a aquella desgracia: la madre lloraba automáticamente, y los demás, con una expresión triste, seguían dedicándose a sus habituales ocupaciones. ...
En la línea 371
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al sentarse _Zarandilla_ a la mesa, de vuelta de la cuadra, la primera mirada de sus ojos opacos era para la botella de vino, e instintivamente avanzaba sus manos temblonas. Era un lujo que había introducido Rafael en las comidas del cortijo. ¡Bien se reconocía en esto su juventud de mozo rumboso, acostumbrado al trato con los caballeros de Jerez, y sus visitas a Marchamalo, la famosa viña de los Dupont!... Años enteros había pasado el viejo cuando era aperador sin otra alegría que la de deslizarse, a espaldas de su mujer, hasta los ventorrillos de la carretera, o la de ir a Jerez con pretexto de llevar a la familia del amo alguna cesta de huevos o un par de capones, viajes de los que regresaba cantando, con la mirada chispeante, las piernas inseguras y en la cabeza un repuesto de alegría para toda una semana. Si alguna vez había soñado con la fortuna, era sin otra ambición que la de beber como el más rico caballero de la ciudad. ...
En la línea 662
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ella era del campo como su padre, y en el campo quería permanecer. No le asustaban las costumbres del cortijo. En Matanzuela debía sentirse la falta de un ama que convirtiese la habitación del aperador en una «tacita de plata». Ya se enteraría él de lo que era buena vida, acostumbrado a la existencia desordenada del contrabandista y al cuidado de aquella vieja del cortijo. ¡Pobrecito! Bien notaba ella en su ropa la falta que le hacía una mujer... Se levantarían al romper el día: él a vigilar la salida de los gañanes para el tajo, ella a preparar el almuerzo, a limpiar la casa con las manitas que Dios la había dado, sin ningún miedo al trabajo. Vestido con aquel traje de campo que tan bien le sentaba, montaría a caballo, pero sin faltarle un botón en la chaquetilla, sin el menor descosido en los calzones, con una camisa siempre blanca como la nieve, bien cepillado, lo mismo que un señorito de Jerez. Y cuando volviese, la vería esperándole en la puerta del cortijo; pobre, pero limpia como los chorros de agua, bien peinada, con flores en el moño, y unos delantales que quitarían la luz de los ojos. ...
En la línea 734
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El jesuita contemplaba las viñas con el éxtasis de un hombre acostumbrado a vivir dentro de vulgares edificios, sin ver más que de tarde en tarde la grandiosidad de la naturaleza. Hacía preguntas al capataz sobre el cultivo de las viñas, alabando el aspecto de las de Dupont, y el señor Fermín, halagado en su orgullo de cultivador, se decía que aquellos jesuitas no eran tan despreciables como los consideraba su amigo don Fernando. ...
En la línea 864
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín hizo un movimiento de hombros. Estaba acostumbrado a los enfados de su principal y a las pocas horas de escucharle ya no se acordaba de sus palabras. Además, hacía tiempo que no había hablado con don Fernando y le placía pasear con él en este suave atardecer de primavera. ...
En la línea 585
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Es la que conviene a un hombre acostumbrado a mirar de frente a sus enemigos. ...
En la línea 1450
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Siempre he dicho que D'Artagnan era la cabeza fuerte de noso tros cuatro -dijo Athos, quien, despues de haber emitido esta opinión, a la que D'Artagnan respondió con un saludo, cayó al punto en su si lencio acostumbrado. ...
En la línea 4379
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... No se priva de nada; se ve que está acostumbrado a vivir bien. ...
En la línea 5616
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Planchet d io vueltas y más vueltas al billete y luego, acostumbrado a la obediencia pasiva, saltó de la terraza, se metió en la callejuela y al cabo de veinte pasos encontró a D'Artagnan, quien habiéndolo visto todo, iba a su encuentro. ...
En la línea 4569
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero el gigante no parecía dar gran importancia a estos incidentes; supongo que ya estaría acostumbrado. ...
En la línea 5160
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Le aseguré que no tenía miedo alguno, porque estaba ya muy acostumbrado a semejantes aventuras. ...
En la línea 1518
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, picó a Rocinante, y siguióle Sancho con su acostumbrado jumento; y, habiendo rodeado parte de la montaña, hallaron en un arroyo, caída, muerta y medio comida de perros y picada de grajos, una mula ensillada y enfrenada; todo lo cual confirmó en ellos más la sospecha de que aquel que huía era el dueño de la mula y del cojín. ...
En la línea 2346
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... A la mitad desta plática se halló Sancho presente, y quedó muy confuso y pensativo de lo que había oído decir que ahora no se usaban caballeros andantes, y que todos los libros de caballerías eran necedades y mentiras, y propuso en su corazón de esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo, y que si no salía con la felicidad que él pensaba, determinaba de dejalle y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo. ...
En la línea 2438
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo, donde hallaron a Camila con ansia y cuidado, esperando a su esposo, porque aquel día tardaba en venir más de lo acostumbrado. ...
En la línea 3018
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Escrito y cerrado este papel, aguardé dos días a que estuviese el baño solo, como solía, y luego salí al paso acostumbrado del terradillo, por ver si la caña parecía, que no tardó mucho en asomar. ...
En la línea 1319
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... tá tan sucia la choza en que debíamos pasar la noche, que prefiero acostarme a cielo abierto; en estas expediciones la primera noche que se pasa fuera es muy desagradable por regla general, porque no se está acostumbrado al zumbido y picaduras de las moscas ...
En la línea 1835
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... ene de Guasco; acostumbrado a viajar por la cordillera, pensaba poder volver con facilidad a Copiapó; pero no tardó en perderse en un laberinto de montañas, de donde no acertaba a salir ...
En la línea 2411
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... rprende y choca, cuando no se está acostumbrado a ver los complicados aunque simétricos dibujos del tatuaje que cubre los cuerpos de estas gentes; y es también muy probable que las profundas incisiones que se hacen en la cara destruya el juego de los músculos superficiales y les dé el aire de rigidez inflexible que presentan. lado de esto tienen también cierta expresión en la mirada que indica astucia y ferocidad ...
En la línea 989
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Poco a poco se había acostumbrado a esto, a no tener más placeres puros y tiernos que los de su imaginación. ...
En la línea 1126
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Estaba acostumbrado al ataque de su querida esposa; padecía la infeliz, pero no era nada. ...
En la línea 2792
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Estaba acostumbrado a ello. ...
En la línea 5816
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El señor Peláez estaba acostumbrado al estilo del Provisor, que nunca era más erudito que al echar la zarpa sobre una víctima. ...
En la línea 399
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se había acostumbrado Borja a las interminables conversaciones del erudito sacerdote, basadas unas veces en sus estudios históricos, otras en particularidades de la vida española. Era la patria lejana y algo olvidada que volvía a él inesperadamente, conmoviéndolo con su abrazo. . ...
En la línea 1044
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Hombre imaginativo, acostumbrado a concentrar voluntades y deseos en la última idea aceptada, apreció Claudio su casamiento como una dicha un poco monótona dulce y pálida, semejante a uno de esos días de bruma ligeramente enrojecida por el sol, en que personas y cosas parecen acolchadas fluidamente, dando a los movimientos una sensación de blandura silenciosa y elástica. ...
En la línea 186
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En esta nueva postura Gillespie pudo ver mejor a la muchedumbre. Sus ojos se habían acostumbrado a distinguir los sexos de esta humanidad de dimensiones reducidas, completamente distinta a la del resto de la tierra. Los soldados; los personajes universitarios, mudos hasta entonces, pero que se habían ocupado en adormecerle y registrarle; los empleados, los obreros, todos los que se movían dando órdenes o trabajando en torno de el, llevaban pantalones y eran mujeres. ...
En la línea 471
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Reconozco, gentleman, que nuestro triunfo no ha sido del todo generoso. Cuando se sufre una esclavitud de miles de años, el mal recuerdo y la venganza resultan inevitables. Hoy las mujeres se han acostumbrado a su situación dominante, y el amor y la vida íntima en la casa les hacen mirar con un cariño protector a los varones de su familia. Pero en los primeros años después de la Verdadera Revolución, los hombres lo pasaron mal. La autoridad tuvo que intervenir muchas veces para aconsejar prudencia y tolerancia a ciertas amazonas, que, acordándose de los malos tratos sufridos en otros tiempos, daban todas las noches una paliza a sus maridos. Todavía quedan entre nosotras espíritus conservadores y tradicionalistas que guardan un odio implacable al antiguo tirano. Estas son, generalmente, mujeres intelectuales, que, dedicadas a un trabajo mental y sintiendo ambiciones puramente idealistas, no han tenido tiempo para pensar en el amor y se mantienen en laborioso celibato. ...
En la línea 712
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Edwin creyó ver que era el doctor quien había tomado la iniciativa, de estas caricias, con una impetuosidad varonil. Pero esto no le produjo extrañeza alguna. Ya estaba acostumbrado a las tergiversaciones de este mundo dominado por las mujeres. Lo que el deseaba era conocer el rostro de la joven universitaria y oír lo que se decían ambos, pero no resultaba empresa fácil. ...
En la línea 1226
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Lo alimentaban con arreglo a su trabajo. Cada piedra se la pagaban echando un pescado más en la caldera; pero como los cocineros vivían de la misma alimentación del gigante, esta experimentaba considerables mermas. Gillespie, acostumbrado a las abundancias de su primer alojamiento, debía sufrir hambre. ...
En la línea 1287
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La Delfina se descorazonó mucho. Esperaba una explosión de júbilo en su mamá política. Pero no fue así. Barbarita, cejijunta y preocupada, le dijo con frialdad: «No sé qué pensar de ti; pero en fin, tráetelo y escóndelo hasta ver… la cosa es muy grave. Diré a tu marido que Benigna está enferma y has ido a visitarla». Después de esta conversación, fue Jacinta a la casa de su hermana a quien también confió su secreto, concertando con ella el depositar el niño allí hasta que Juan y D. Baldomero lo supieran. «Veremos cómo lo toman» añadió dando un gran suspiro. Estaba Jacinta aquella tarde fuera de sí. Veía al Pituso como si lo hubiera parido, y se había acostumbrado tanto a la idea de poseerlo, que se indignaba de que su suegra no pensase lo mismo que ella. ...
En la línea 1445
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Se había acostumbrado de tal modo Jacinta a la idea de hacer suyo a Juanín, de criarle y educarle como hijo, que le lastimaba al sentirlo arrancado de sí por una prueba, por un argumento en que intervenía la aborrecida mujer aquella cuyo nombre quería olvidar. Lo más particular era que seguía queriendo al Pituso, y que su cariño y su amor propio se sublevaban contra la idea de arrojarle a la calle. No le abandonaría ya, aunque su marido, su suegra y el mundo entero se rieran de ella y la tuvieran por loca y ridícula. ...
En la línea 3573
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Don Evaristo vivía, desde que obtuvo el retiro, en el segundo piso de un caserón aristocrático de la calle de Don Pedro. Era uno de esos palacios grandones y sin arquitectura, construidos por la nobleza. En el principal había una embajada, y cuando en ella se celebraba sarao, decoraban la escalera con tiestos y le ponían alfombra. Habíase acostumbrado Feijoo a la amplitud desnuda de sus habitaciones, a las grandes vidrieras, a la altura de techos, y no podía vivir en estas casas de cartón del Madrid moderno. Su domicilio tenía algo de convento, y su vecino en el segundo de la izquierda era un arqueólogo, poseedor de colecciones maravillosas. En toda la casa no se oía ni el ruido de una mosca, pues el Ministro Plenipotenciario del principal era hombre solo, y fuera de las noches de recepción, que eran muy contadas, creeríase que allí no vivía nada. ...
En la línea 3868
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Sí, tú… porque estás acostumbrado a que todo te lo den bien amasado y cocido… Esto es cosa delicada… Yo no quiero responsabilidades. Tú no eres ya un niño, y debes decidir por ti mismo estas cosas. ...
En la línea 429
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Como estoy acostumbrado a los arañazos del viento y al poco abrigo, no me importará el frío. ...
En la línea 488
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... 'Parece que se ha movido… Tendré que cantar en clave no tan alta. No estaría bien turbar su sueño con la jornada que le espera, pobre muchacho… Esta prenda está bastante bien … Con una puntada aquí y otra allá, quedará adecuada. Esta otra es mejor, si bien no le vendrán mal tampoco unas cuantas puntadas. Estos zapatos están de muy buen uso, y con ellos tendrá los piececitos secos y calientes. Son cosa nueva para él, pues sin duda está acostumbrado a ir descalzo, lo mismo en los veranos que en los inviernos… ¡Ojalá que el hilo fuera pan! ¡Con cuán poco dinero se compra lo necesario para un año! Y además, le dan a uno de balde una aguja tan brava y grande como ésta solo por caridad. Ahora me va a costar un demonio enhebrarla.' ...
En la línea 552
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... ¡Pobre muchacho! Aún era novato en las costumbres de la realeza y estaba acostumbrado a ver que a las pobres muertos de Offal Court los enterraban con una prisa muy distinta. Sin embargo, lord Hertford lo tranquilizó con unas palabras. ...
En la línea 729
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Acercábase la hora de la comida, y, por extraño que parezca, la idea no ocasionó a Tom sino un leve desasosiego, pero sin terror alguno. Lo que le ocurrió por la mañana había fortalecido en extremo su confianza; el pobrecillo estaba ya más acostumbrado a su extraño ambiente, después de cuatro días, que lo habría estado una persona mayor al cabo de todo un mes. Nunca se vio más sorprendente ejemplo de la facilidad de un niño para amoldarse a las circunstancias. ...
En la línea 1004
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En aquel momento, el suelo adquirió un declive muy pronunciado. La luz cobró una tonalidad uniforme. Alcanzamos una profundidad de cien metros que nos sometió a una presión de diez atmósferas. Pero nuestros trajes estaban tan bien concebidos para ello que esa presión no me causó ningún sufrimiento. únicamente sentí una cierta molestia en las articulaciones de los dedos, pero fue pasajera. En cuanto al cansancio que debía producir un paseo de dos horas, embutido en una escafandra a la que no estaba acostumbrado, era prácticamente nulo, pues mis movimientos, ayudados por el agua, se producían con una sorprendente facilidad. ...
En la línea 1309
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Lo intentaré, señor profesor, aunque estoy más acostumbrado a manejar el arpón que el fusil. ...
En la línea 1969
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Sí, capitán, aunque ya debería estar acostumbrado a no sorprenderme ante nada desde que estoy con usted. ...
En la línea 2541
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Cierto es que la monotonía de la vida a bordo debía ser insoportable al canadiense, acostumbrado a una existencia libre y activa. Raros eran allí los acontecimientos que podían apasionarle. Sin embargo, aquel día surgió un incidente que vino a recordarle sus buenos días de arponero. ...
En la línea 721
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En efecto, no menos de dos billetes de una libra esterlina, que parecían haber estado circulando por todos los mercados de ganado del condado. Joe se puso el sombrero otra vez y, llevando los billetes, se encaminó a Los Tres Alegres Barqueros para devolverlos a su propietario. Mientras estuvo fuera me senté en mi taburete acostumbrado, mirando con asombro a mi hermana y sintiendo la convicción de que aquel hombre ya no estaría allí. ...
En la línea 1106
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El asunto era bastante interesante para mí y reflexioné en silencio acerca de él. El señor Wopsle, como el tío que tan mala paga alcanzó por sus bondades en la tragedia, empezó a meditar en voz alta acerca de su jardín en Camberwell. Orlick, con las manos en los bolsillos, andaba encorvado a mi lado. La noche era oscura, húmeda y fangosa, de modo que a cada paso nos hundíamos en el barro. De vez en cuando llegaba hasta nosotros el estampido del cañón que daba la señal de la fuga, y nuevamente retumbaba a lo largo del lecho del río. Yo estaba entregado a mis propios pensamientos. El señor Wopsle murió amablemente en Camberwell, muy valiente en el campo Bosworth y en las mayores agonías en Glastonbury. Orlick, a veces, tarareaba la canción de Old C1em, y yo me figuré que había bebido, aunque no estaba borracho. Así llegamos al pueblo. El camino que seguimos nos llevó más allá de Los Tres Alegres Barqueros y, con gran sorpresa nuestra, pues ya eran las once de la noche, encontramos el establecimiento en estado de gran agitación, con la puerta abierta de par en par y las luces encendidas en todos los departamentos del establecimiento, de un modo no acostumbrado. El señor Wopsle preguntó qué sucedía, aunque convencido de que habían aprehendido a un penado; un momento después salió corriendo con la mayor prisa. Sin detenerse, exclamó al pasar por nuestro lado: ...
En la línea 1307
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana estaba en su sillón lleno de almohadones y en el rincón acostumbrado, y en cuanto a Biddy, estaba sentada, ocupada en su labor y ante el fuego. Joe se hallaba cerca de la joven, y yo junto a él, en el rincón opuesto al ocupado por mi hermana. Cuanto más miraba a los brillantes carbones, más incapaz me sentía de mirar a Joe; y cuanto más duraba el silencio, menos capaz me sentía de hablar. Por fin exclamé: ...
En la línea 1327
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mirando hacia la abierta ventana descubrí flotando algunas ligeras columnas de humo procedentes de la pipa de Joe, cosa que me pareció una bendición por su parte, no ante mí, sino saturando el aire que ambos respirábamos. Apagué la luz y me metí en la cama, que entonces me pareció muy incómoda. Y no pude lograr en ella mi acostumbrado sueño profundo. ...
En la línea 163
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Sonia necesita cremas ‑siguió diciéndose, con una risita sarcástica, mientras iba por la calle‑. Es una limpieza que cuesta dinero. A lo mejor, Sonia está ahora sin un kopek, pues esta caza de hombres, como la de los animales, depende de la suerte. Sin mi dinero, tendrían que apretarse el cinturón. Lo mismo les ocurre con Sonia. En ella han encontrado una verdadera mina. Y se aprovechan… Sí, se aprovechan. Se han acostumbrado. Al principio derramaron unas lagrimitas, pero después se acostumbraron. ¡Miseria humana! A todo se acostumbra uno.» ...
En la línea 262
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Dirigió una rápida mirada en torno de él como si buscase algo. Experimentaba la necesidad de sentarse. Su vista erraba en busca de un banco. Estaba en aquel momento en el bulevar K***, y el banco se ofreció a sus ojos, a unos cien pasos de distancia. Aceleró el paso cuanto le fue posible, pero por el camino le ocurrió una pequeña aventura que absorbió su atención durante unos minutos. Estaba mirando el banco desde lejos, cuando advirtió que a unos veinte pasos delante de él había una mujer a la que empezó por no prestar más atención que a todas las demás cosas que había visto hasta aquel momento en su camino. ¡Cuántas veces entraba en su casa sin acordarse ni siquiera de las calles que había recorrido! Incluso se había acostumbrado a ir por la calle sin ver nada. Pero en aquella mujer había algo extraño que sorprendía desde el primer momento, y poco a poco se fue captando la atención de Raskolnikof. Al principio, esto ocurrió contra su voluntad e incluso le puso de mal humor, pero en seguida la impresión que le había dominado empezó a cobrar una fuerza creciente. De súbito le acometió el deseo de descubrir lo que hacia tan extraña a aquella mujer. ...
En la línea 664
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De la calle llegaron a su oído gritos estridentes y aullidos ensordecedores. Estaba acostumbrado a oírlos bajo su ventana todas las noches a eso de las dos. Esta vez el escándalo lo despertó. «Ya salen los borrachos de las tabernas ‑se dijo‑. Deben de ser más de las dos.» ...
En la línea 920
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... No había duda que aquella conciencia recta, franca, sincera, proba, austera y feroz acababa de experimentar una gran conmoción interior. Su fisonomía no había estado nunca tan inescrutable, tan extraña. Al entrar se había inclinado delante del alcalde, dirigiéndole una mirada en que no había ni rencor, ni cólera, ni desconfianza. Permaneció de pie detrás de su sillón, con la rudeza fría y sencilla de un hombre que no conoce la dulzura y que está acostumbrado a la paciencia. Esperó sin decir una palabra, sin hacer un movimiento, con verdadera humildad y resignación, a que al señor alcalde se le diera la gana volverse hacia él. Esperaba calmado, serio, con el sombrero en la mano, los ojos bajos. Todos los resentimientos, todos los recuerdos que pudiera tener, se habían borrado de ese semblante impenetrable, donde sólo se leía una lóbrega tristeza. Toda su persona reflejaba una especie de abatimiento asumido con inmenso valor. ...
En la línea 396
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al subir ellos al tren, caía la tarde y el sol descendía con la rapidez propia de los crepúsculos del otoño. Cerraron las ventanillas de un lado, y los rayos del Poniente vinieron a reflejarse un instante en el techo del departamento, retirándose después como niños que acaban de hacer alguna jugarreta. Las montañas se ennegrecían, los celajes más remotos eran de color de brasa; luego se apagaban unos tras otros como una rosa de fuego que fuese soltando sus pétalos encendidos. Languideció la conversación entre Artegui y Lucía, y ambos se quedaron silenciosos y mustios, él con su acostumbrado aspecto de fatiga, ella sumida en profundo recogimiento, dominada por la melancolía del anochecer. Crecía la sombra, y de uno de los vagones, venciendo el ruido de la lenta marcha del tren, brotaba un coro apasionado y triste en lengua extraña, un zortzico, entonado a plena voz, por multitud de jóvenes vacos, que, juntos, iban a Bayona. A veces una cascada de notas irónicas y risueñas cortaba el canto, después la estrofa volvía, tierna, honda, cual un gemido, elevándose hasta los cielos, negros ya como la tinta. Lucía escuchaba, y el convoy, despacioso, hacía el bajo, sosteniendo con su trepidación grave, las voces de los cantores. ...
En la línea 695
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A esta inesperada salida, Gonzalvo sonrió inclinándose cortésmente, como hombre de mundo acostumbrado a todo género de situaciones; pero Lucía, con el rostro atónito, encendido aún, se echó atrás, en ademán de rehusar la nueva escolta que se le brindaba. ...
En la línea 1171
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -No, Don Ignacio; diré la verdad… creo que ya es mejor que la diga, porque tiene usted razón, he venido aquí… Sí, señor; oígalo usted. Yo le quiero como una loca, desde Bayona… no desde que le vi… Ya lo oye usted. Yo no tengo la culpa; ha sido contra mi voluntad, bien lo sabe Dios… Al principio creí que no era posible, que sólo me daba usted… lástima… y así… mucho agradecimiento por sus bondades conmigo… Creía yo que una mujer casada sólo puede querer a su marido… Si alguien me dijese que era esto… le insultaría, de fijo… Pero a fuerza de cavilar… no, yo no lo acerté, ni por pienso… Fue otro, fue quien conoce y entiende más que yo de los misterios del corazón… Mire usted, si yo supiese que era usted feliz, me hubiera curado… y también si alguien me mostrase compasión a su vez… ¡Caridad! ¡Compasión!… Yo la tengo de todo el mundo… y de mí… nadie, nadie la tiene… Así es que… ¿Se acuerda usted de lo alegre que era yo? Usted aseguraba que mi presencia le traía regocijo… Pues… ya me he acostumbrado a pensar cosas tan negras como usted… Y a desear la muerte. Si no fuese por lo que espero… me daría el mejor rato del mundo el que me pusiese donde está Pilar. Yo era fuerte y sana… Ya no tengo ni una hora buena. Esto ha sido como si un rayo me abrasase toda… Es un azote de Dios. Lo más amargo de todo es pensar en usted… que ha de ser desdichado en este mundo, réprobo en el otro… ...

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