Cual es errónea Varias o Varrias?
La palabra correcta es Varias. Sin Embargo Varrias se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra varrias es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra varias

la Ortografía es divertida
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r
Reglas relacionadas con los errores de r
Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece varias
La palabra varias puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 310
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fué varias veces a Valencia a la casa del amo para hablarle de sus antepasados, de los derechos morales que tenía sobre aquellas tierras, a pedirle un poco de paciencia, afirmando con loca esperanza que él pagaría, y, al fin, el avaro acabó por no abrirle su puerta. ...
En la línea 910
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aprovechando sus descuidos, arrojaban cosas infectas en la cesta de su comida, romperle la cazuela lo habían hecho varias veces, y no pasaban junto a ella en el taller sin que dejasen de empujarla sobre el humeante perol donde era ahogado el capullo, llamándola hambrona y dedicando otros elogios parecidos a su familia. ...
En la línea 1012
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sentada a la puerta de la barraca, creyó sorprenderle varias veces rondando por sendas algo lejanas, o escondiéndose en los cañares para mirarla. ...
En la línea 1035
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se imaginó estar en pleno delirio, viendo extravagancias, y varias veces volvió la cabeza creyendo percibir en la oscuridad aquel perro que le lamía las manos y tenía la cara que Tonet, recuerdo que aún le hacía reír. ...
En la línea 173
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y dando al joven un ligero bofetón con su manecita acariciadora, siguió la marcha, volviendo varias veces la cabeza para sonreír a Fermín, que la seguía con la vista. ...
En la línea 220
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Ay! De los azares que el señor Fermín había corrido en su vida, de las miserias en presidio, entre gentes de todos los países, que se mataban con las cucharas afiladas para entretener el ocio del encierro; del miedo que tuvo a ser fusilado cuando lo prendieron después de derrotada la partida, nada recordaba con tanta tristeza como las tres veces que lo sorprendieron los carabineros, casi a las puertas de la ciudad, cuando ya se creía en salvo, quitándole lo que llevaba varias noches sobre sus espaldas. ¡Y luego, cuando vendía su tabaco a las gentes desocupadas, a los señores de los casinos y los cafés, aún le regateaban algunos céntimos! ¡Ay; si supieran lo que costaban aquellos paquetes, duros como ladrillos, en los que parecían haberse solidificado los sudores de una fatiga de bestia y los escalofríos del miedo!... ...
En la línea 436
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El vendaval parecía empujarles. La luz de cada relámpago les mostraba más cerca; trotaban bajo la lluvia como un rebaño disperso. Al llegar los primeros grupos pasaron corriendo ante el portalón para refugiarse en la gañanía. Los hombres iban arrebujados en mantas, cayéndoles dos chorros de agua por la canal del sombrero deformado y blanducho: las mujeres pasaban chillando como ratas, cubiertas con las varias hojas de su astrosa faldamenta, llenas de barro, y mostrando sus piernas enfundadas en los pantalones masculinos que usaban para la escarda. ...
En la línea 642
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Dupont, que había traído artistas de Sevilla para decorar la iglesia, y encargado a los santeros de Valencia varias imágenes deslumbrantes de colorines y oro, sintió cierto remordimiento ante la antigua casa de los viñadores, no atreviéndose a tocarla. Tenía _mucho carácter_; equivalía a un atentado rejuvenecer con reformas este refugio de los braceros. Y el capataz siguió en sus cuartuchos, cuya vejez disimulaba María de la Luz con un cuidadoso enjalbegado, y los jornaleros durmieron vestidos sobre las esterillas de enea que les proporcionaba la generosidad de don Pablo, mientras las santas imágenes permanecían entre mármoles y dorados, semanas enteras, sin ser vistas de nadie, pues las puertas de la capilla sólo se abrían cuando el amo llegaba a Marchamalo. ...
En la línea 2193
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Sospecho -dijo-de un hombre alto, moreno, de buen aspec to, que tiene todo el aire de un gran señor; nos ha seguido varias ve ces, según me ha parecido, cuando iba a esperar a mi mujer al postigo del Louvre para llevarla a casa. ...
En la línea 2532
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A un joven bear nés, cadete en los guardias de Su Majestad en la compañía de Des Essarts; pero apenas acababa de instalarse en casa de su amigo y de coger un libro para esperarlo, cuando una nube de corchetes y de sol dados, todos juntos, sitiaron la casa, hundieron varias puertas. ...
En la línea 2634
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Y yo estoy seguro de que ha venido por otra cosa, señor carde nal; pero si la reina es culpable, ¡que tiemble!-Por cierto -dijo el cardenal-, por más que me repugne dete ner mi espíritu en una traición semejante, Vuestra Majestad me da que pensar: la señora de Lannoy, a quien por orden de Vuestra Majestad he interrogado varias veces, me ha dicho esta mañana que la noche pasada Su Majestad había estado en vela hasta muy tarde, que esta mañana había llorado mucho y que durante todo el día había estado escribiendo. ...
En la línea 5885
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El procurador repitió varias veces:¡Ay señora Coquenard! Os felicito, vuestra comida era un ver dadero festín. ...
En la línea 99
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... o Que los letrados que hayan servido á satisfaccion del Gobierno sus alcaldías por la escala establecida, se les atienda el mérito contraido en la carrera para ocupar las plazas vacantes que ocurran en la audiencia del territorio, y sean en ellas colocados con preferencia á otro cualquiera aspirante, como la justicia exije, y recomiendan varias leyes de Indias, que tratan sobre premios de servicios, que pueden y deben entenderse lo mismo en el caso de que se habla [13]. ...
En la línea 210
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Se ha proyectado en otros tiempos estender ese estanco á todas las provincias del Archipiélago; pero no se ha llevado á efecto, porque las autoridades han considerado que los productos de varias islas no compensarian los gastos de administracion y resguardo del ramo; pero este cálculo es muy errado, porque ademas de que esa falta de productos es un mal pasajero en los primeros años del establecimiento de los estancos, y hasta que estos no se regularicen, la sola prohibicion de sembrar libremente tabaco en las islas exentas hasta hoy, estinguiria el foco del gran contrabando que se hace en las provincias de la isla de Luzon, y este solo aumentaria un doble cuando menos los consumos de los estancos de ésta. ...
En la línea 264
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Sobre correos ya se ha dicho que el esponente con otro compañero de diputacion formuló varias reflexiones para dirijir una esposicion al trono con motivo de haber llegado á entender la reforma gravosa que en esta renta se introducia, aprobándose una oficina principal de un modo brillante y costoso sobre escasos productos y puramente eventuales, como se verá comprobado por dichas observaciones, que como se ha dicho, irán en copia al final, señalada con el núm. ...
En la línea 317
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Sobre este particular ha habido varias reclamaciones, y aun se ha intentado mas de una vez nivelarlos y fijar una cuota determinada por medio de una regla jeneral para todas las provincias, y aunque en algunas se haya hecho la variacion, no en todas sucedió lo propio, prevaleciendo antiguos vicios ó abusos. ...
En la línea 491
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No hay en todo Portugal un sitio de peor fama que éste, y la posada lleva el apodo de _Estalagem de Ladrões_ o sea, hostería de ladrones; porque los bandidos que campan por los despoblados que se extienden a varias leguas a la redonda, tienen la costumbre de venir a esta posada a gastar el dinero y demás productos de su criminal oficio; allí cantan y bailan, comen conejo guisado y aceitunas, y beben el vino espeso y fuerte del Alemtejo. ...
En la línea 493
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Arrimadas al fuego cocían varias ollas, cuyo apetitoso olor me recordó que aún no me había desayunado, a pesar de ser cerca de la una y de haber hecho a caballo cinco leguas. ...
En la línea 733
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Había en el séquito del hidalgo varias mujeres, hijas ilegítimas suyas, según averigüé; el hombre era de costumbres depravadas y acérrimo partidario de Don Miguel. ...
En la línea 763
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Condújome por varias calles, y nos detuvimos ante un edificio situado en uno de los puntos más altos de Lisboa. ...
En la línea 1870
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estaba Cardenio entonces en su entero juicio, libre de aquel furioso accidente que tan a menudo le sacaba de sí mismo; y así, viendo a los dos en traje tan no usado de los que por aquellas soledades andaban, no dejó de admirarse algún tanto, y más cuando oyó que le habían hablado en su negocio como en cosa sabida -porque las razones que el cura le dijo así lo dieron a entender-; y así, respondió desta manera: -Bien veo yo, señores, quienquiera que seáis, que el cielo, que tiene cuidado de socorrer a los buenos, y aun a los malos muchas veces, sin yo merecerlo, me envía, en estos tan remotos y apartados lugares del trato común de las gentes, algunas personas que, poniéndome delante de los ojos con vivas y varias razones cuán sin ella ando en hacer la vida que hago, han procurado sacarme désta a mejor parte; pero, como no saben que sé yo que en saliendo deste daño he de caer en otro mayor, quizá me deben de tener por hombre de flacos discursos, y aun, lo que peor sería, por de ningún juicio. ...
En la línea 3708
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Ésta es la historia que prometí contaros; si he sido en el contarla prolijo, no seré en serviros corto: cerca de aquí tengo mi majada, y en ella tengo fresca leche y muy sabrosísimo queso, con otras varias y sazonadas frutas, no menos a la vista que al gusto agradables. ...
En la línea 4870
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De allí a poco comenzaron a entrar por diversas partes de la enramada muchas y diferentes danzas, entre las cuales venía una de espadas, de hasta veinte y cuatro zagales de gallardo parecer y brío, todos vestidos de delgado y blanquísimo lienzo, con sus paños de tocar, labrados de varias colores de fina seda; y al que los guiaba, que era un ligero mancebo, preguntó uno de los de las yeguas si se había herido alguno de los danzantes. ...
En la línea 28
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... costas. La dirección del viento en el instante de caer ese polvo, y el hecho de que siempre caiga durante el mes en que el harmattán eleva a inmensas alturas de la atmósfera espesas nubes de polvo, nos autorizan para afirmar que viene del África. Y, sin embargo (¡hecho muy singular!), aunque el profesor Ehrenberg conoce varias especies de infusorios peculiares del África, no encuentra ni una sola de esas especies en el polvo que le remití; por el contrario, encuentra en él dos especies que hasta ahora sólo se han descubierto en la América del Sur. Este polvo cae en tal cantidad, que todo lo ensucia a bordo y ofende a los ojos; algunas veces hasta oscurece la atmósfera, tanto, que se han perdido buques y estrellado contra la costa. Con frecuencia cae sobre barcos que navegan a varios centenares de millas de la costa de África, hasta más de 1.000 millas (1.600 kilómetros), y en puntos distantes más de 1.600 millas en dirección de norte a sur. Me ha sorprendido hallar en el polvo recogido a bordo de un barco, a 300 millas (480 kilómetros) de tierra, partículas de piedra de una milésima de pulgada cuadrada, mezcladas con materias más finas. En vista de ese hecho no cabe sorprenderse de la diseminación de los espórulos, mucho más pequeños y mucho más ligeros de las plantas criptógamas. ...
En la línea 30
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En cuanto se entra en el puerto, se advierte en el cerrillo de arena que da frente al mar, una banda blanca, horizontal, que se extiende a una distancia de varias millas a lo largo de la costa, y que está situada a una altura de unos 45 pies (13 metros) sobre el nivel del mar. Examinando más de cerca esa capa blanca, se ve que consiste en materias calcáreas que contienen numerosas conchas, la mayoría de las cuales aún existen en la costa vecina. Esa capa descansa sobre antiguas rocas volcánicas y a su vez ha quedado cubierta por otra de basalto fundido que debió de precipitarse en el mar, cuando aquella capa blanca que contiene conchas descansaba en el fondo del agua. Es muy interesante advertir las modificaciones producidas en la quebradiza masa por el calor de las lavas que la cubrieron: parte de esa masa se transformó en creta cristalina, y otra parte en una piedra manchada compacta. Allí donde las escorias de la superficie inferior de la corriente de lava tocaron a la cal, esta última se ha convertido en grupos de fibras admirablemente radiadas, que se asemejan a la aragonita. Las capas de lava se elevan en mesetas sucesivas ligeramente inclinadas hacia el interior, de donde salieron en un principio los diluvios de piedra en fusión. Creo que desde los tiempos históricos no se ha manifestado en San-lago ningún signo de actividad volcánica. Hasta es raro que pueda descubrirse la forma de cráter en la cima de las numerosas colinas formadas por cenizas rojas; sin embargo, pueden distinguirse en la costa las capas de lava más recientes. ...
En la línea 32
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi estancia observé las costumbres de algunos animales marinos. Uno de los más comunes es una gran Aplysia. Este limaco de mar tiene unas cinco pulgadas de longitud; es de color amarillo sucio, con jaspeados purpúreos. En cada lado de la superficie inferior o del pie, este animal tiene una ancha membrana que parece representar algunas veces el papel de ventilador, y hace pasar una corriente de agua por las branquias dorsales o los pulmones. Este limaco se alimenta con las delicadas hierbas marinas que crecen entre las piedras, allí donde el agua es fangosa y poco profunda. En su estómago he hallado varias piedrecillas, como las que se encuentran a veces en la molleja de las aves. Cuando se hace cambiar de sitio a este limaco, emite un licor rojo purpúreo muy brillante, que tiñe el agua en un espacio como de un pie en derredor de él. Además de este medio de defensa, el cuerpo de dicho animal está untado con una especie de secreción ácida, que en contacto con la piel produce una sensación de quemadura parecida a la ocasionada por la Physalia o fragata. ...
En la línea 46
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Symonds, una de las pocas personas que han desembarcado en estos peñascales, me dijo que ha visto a esos mismos cangrejos apoderarse de las avecillas jóvenes en los nidos y devorarlas. No crece ni una sola planta, ni siquiera un liquen, en esta isla; sin embargo, habitan en ella varios insectos y varias arañas. He aquí, a mi parecer, la lista completa de la fauna terrestre: una mosca (Olfersia) que vive a costa del pájaro bobo, y un Acarus, que ha debido de ser importado por las aves de las cuales es parásito; un gusanito moreno perteneciente a una especie que vive sobre las plumas; un escarabajo (Quedius) y una cochinilla que vive en los excrementos de las aves, y por último, numerosas arañas que supongo cazarán activamente a esos pequeños compañeros de las aves marinas. Ha lugar a creer que no tiene nada de correcta la tan a menudo repetida descripción, según la cual, en cuanto se forman en el Pacífico islas madrepóricas se apoderan de ellas en seguidas magníficas palmeras, espléndidas plantas tropicales, después aves y a la postre el hombre. En vez de toda esa poesía, preciso es decirlo para no faltar a la verdad, por desgracia, los primeros habitantes de las tierras oceánicas recién formadas, consisten en insectos parásitos que viven en las plumas de las aves o se alimentan con los excrementos de ellas, y además innobles arañas. ...
En la línea 491
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Obdulia, que disimulaba mal su aburrimiento mientras se hablaba de cuadros, ojivas, arcos peraltados, dovelas y otras tonterías que no había entendido nunca, se animó con la presencia del Magistral de quien era hija de confesión, por más que él había procurado varias veces entregarla a don Custodio, hambriento de esta clase de presas. ...
En la línea 579
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando entraba el Magistral, el ilustrísimo señor don Cayetano Ripamilán, aragonés, de Calatayud, apoyaba una mano en el mármol de la mesa, porque los codos no llegaban a tamaña altura, y exclamaba después de haber olfateado varias veces, como perro que sigue un rastro: —Hame dado en la nariz olor de. ...
En la línea 711
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La Regenta, muy principal señora, era esposa de don Víctor Quintanar, Regente en varias Audiencias, últimamente en la de Vetusta, donde se jubiló con el pretexto de evitar murmuraciones acerca de ciertas dudosas incompatibilidades; pero en realidad porque estaba cansado y podía vivir holgadamente saliendo del servicio activo. ...
En la línea 931
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Obdulia, a fuerza de indiscreción, había conseguido varias veces entrar allí. ...
En la línea 149
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Iba enseñando don Baltasar al pequeño todos los tesoros de este apartado y silencioso dominio, en el que pasaba semanas y meses sin que nadie viniese a turbar la paz de sus estudios. Podía descifrar documentos y escribir notas escuchando al mismo tiempo, por la tarde, con una lejanía que él llamaba poética, los armónicos trompeteos del órgano y los cánticos de sus compañeros de canonicato reunidos en el coro para el cumplimiento del oficio diario. Le parecía vivir en un mundo aparte, por encima del tiempo y del espacio, en comunicación sobrenatural con siglos remotos que sólo habían dejado como huellas de existencia varias losas sepulcrales abajo en el templo y unos legajos color de hoja marchita en los estantes de pino que rodeaban su mesa. ...
En la línea 181
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los miembros del clero vivían en concubinaje público, y cuando no tenían una mujer o varias al lado de ellos, sus costumbres resultaban aún más abominables. Los Manfredis, en Paenza; los Malatestas, en Rímini; los Baglionis, en Perusa; los Pandolfos Petrucis, en Siena; los Sforzas, en Milán; los Estes, en Ferrara; los Aragonés, en Nápoles, y otras familias reinantes menos poderosas, exhibían, sin rubor alguno, sus vicios y sus incestos, y nadie protestaba contra tal desvergüenza, a excepción del austero Savonarola. ...
En la línea 223
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Inútilmente paseó Borja sus miradas por los numerosos bancos de un jardín dividido en terrazas. No pudo saber cuál era el que gozaba de tal privilegio fúnebre. Esto no impidió que el santo varón mirase con cierta inquietud los peñascos de la costa y las palmeras de loa paseos, esperando ver pendiente de su frágil ramaje algún ahorcado puesto de frac, u hechas pedazos, junto a las olas, a varias damas en traje de baile. ...
En la línea 248
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se contaban anécdotas sobre el respeto de Alfonso V a las letras clásicas, afirmando que empleaba muchas veces como medicina la lectura de ciertos autores antiguos, curándose así las dolencias nerviosas. Hasta se abstuvo en una recepción de espantar una mosca posada sobre su nariz por no perder ninguna frase de la arenga latina que le dedicaba un orador célebre. En sus guerras para conseguir la posesión definitiva de Nápoles, perdonó a varias poblaciones que le habían opuesto empeñada resistencia al acordarse de que eran patria de grandes hombres de la antigüedad. ...
En la línea 39
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creyó, como todos, que la fortuna únicamente puede esperarnos en un lugar de la tierra muy apartado de aquel en que nacimos, casi en los antípodas, y por eso aceptó con verdadera fe los informes de un amigo que le aconsejaba ir a Australia, ofreciéndole para allá varias cartas de recomendación. ...
En la línea 66
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El bote no era gran cosa como embarcación. Lo habían despreciado, sin duda, los demás tripulantes y pasajeros que llenaban varias balleneras vagabundas sobre la superficie azul. Todas estas embarcaciones se alejaban a vela o a remo del buque agonizante. ...
En la línea 68
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El paquebote, acostándose en una última convulsión, desapareció bajo el agua, lanzando antes varias explosiones, como ronquidos de agonía. La soledad oceánica pareció agrandarse después del hundimiento de esta isla creada por los hombres. Las diversas embarcaciones, pequeñas como moscas, se fueron perdiendo de vista unas de otras en la penumbra vaporosa del crepúsculo. El mar, que visto desde lo alto del buque solo estaba rizado por suaves ondulaciones, era ahora una interminable sucesión de montañas enormes de angustioso descenso y de sombríos valles, en los que el bote parecía que iba a quedarse inmóvil, sin fuerzas para emprender la ascensión de la nueva cumbre que venía a su encuentro. ...
En la línea 69
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los tres hombres remaron varias horas. Luego la fatiga pudo más que su voluntad, y acabaron tendiéndose en el fondo de la embarcación. ...
En la línea 532
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... No siguió este diálogo, que prometía dar mucho juego, porque del salón llamaron a Moreno con enérgica insistencia. Oíase desde el gabinete rumor de un hablar vivo, y la mezclada agitación de varias voces, entre las cuales se distinguían claramente las de Juan, Villalonga y Zalamero, que acababan de entrar. ...
En la línea 781
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta, entre tanto, había salido un rato de la alcoba. En el salón vio a varias personas, Casa-Muñoz, Ramón Villuendas, D. Valeriano Ruiz-Ochoa y alguien más, hablando de política con tal expresión de terror, que más bien parecían conspiradores. En el gabinete de Barbarita y en el rincón de costumbre halló a Guillermina haciendo obra de media con hilo crudo. En el ratito que estuvo sola con ella, la enteró del plan que tenía para la mañana siguiente. Irían juntas a la calle de Mira el Río, porque Jacinta tenía un interés particular en socorrer a la familia de aquel pasmarote que hace las suscriciones. «Ya le contaré a usted; tenemos que hablar largo». Ambas estuvieron de cuchicheo un buen cuarto de hora, hasta que vieron aparecer a Barbarita. ...
En la línea 1038
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta empezaba a impacientarse porque no llegaba su amiga, y en tanto tres o cuatro mujeres, hablando a un tiempo, le exponían sus necesidades con hiperbólico estilo. Esta tenía a sus dos niños descalcitos; la otra no los tenía descalzos ni calzados, porque se le morían todos, y a ella le había quedado una angustia en el pecho que decían era una eroísma. La de más allá tenía cinco hijos y vísperas, de lo que daba fe el promontorio que le alzaba las faldas media vara del suelo. No podía ir en tal estado a la Fábrica de Tabacos, por lo cual estaba pasando la familia una crujida buena. El pariente de estotra no trabajaba, porque se había caído de un andamio y hacía tres meses que estaba en el catre con un tolondrón en el pecho y muchos dolores, echando sangre por la boca. Tantas y tantas lástimas oprimían el corazón de Jacinta, llevando a su mente ideas muy latas sobre la extensión de la miseria humana. En el seno de la prosperidad en que ella vivía, no pudo darse nunca cuenta de lo grande que es el imperio de la pobreza, y ahora veía que, por mucho que se explore, no se llega nunca a los confines de este dilatado continente. A todos les daba alientos y prometía ampararles en la medida de sus alcances, que, si bien no cortos, eran quizás insuficientes para acudir a tanta y tanta necesidad. El círculo que la rodeaba se iba estrechando, y la dama empezaba a sofocarse. Dio algunos pasos; pero de cada una de sus pisadas brotaba una compasión nueva; delante de su caridad luminosa íbanse levantando las desdichas humanas, y reclamando el derecho a la misericordia. Después de visitar varias casas, saliendo de ellas con el corazón desgarrado, hallábase otra vez en el corredor, ya muy intranquila por la tardanza de su amiga, cuando sintió que le tiraban suavemente de la cachemira. Volviose y vio una niña como de cinco o seis años, lindísima, muy limpia, con una hoja de bónibus en el pelo. ...
En la línea 2292
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Echó a andar hacia Madrid por el polvoriento camino del antiguo Campo de Guardias, y volviendo a mirar su reloj por un movimiento maquinal, tampoco entonces se hizo cargo de la hora que era. No se dio cuenta de que su hermano y D. León Pintado, entretenidos en una conversación interesante y parándose cada diez palabras, se habían quedado atrás. Hablaban de las oposiciones a la lectoral de Sigüenza y de las peloteras que ocurrieron en ella. El capellán, como candidato reventado, ponía de oro y azul al obispo de la diócesis y a todo el cabildo. Maximiliano, sin advertir las paradas, siguió andando hasta que se encontró en su casa. Abriole doña Lupe la puerta y le hizo varias preguntas: «Y qué tal, ¿iba contenta?». Revelaban estas interrogaciones tanto interés como curiosidad, y el joven, animado por la benevolencia que en su tía observaba, departió con ella, arrancándose a mostrarle algunas de las afiladas púas que le rasguñaban el corazón. Tenía un presentimiento vago de no volverla a ver, no porque ella se muriese, sino porque dentro del convento y contagiada de la piedad de las monjas, podía chiflarse demasiado con las cosas divinas y enamorarse de la vida espiritual hasta el punto de no querer ya marido de carne y hueso, sino a Jesucristo, que es el esposo que a las monjas de verdadera santidad les hace tilín. Esto lo expresó irreverentemente con medias palabras; pero doña Lupe sacó toda la sustancia a los conceptos. «Bien podría suceder eso—le dijo con acento de convicción, que turbó más a Maximiliano—, y no sería el primer caso de mujeres malas… quiero decir ligeras… que se han convertido en un abrir y cerrar de ojos, volviéndose tan del revés, que luego no ha habido más remedio que canonizarlas». ...
En la línea 520
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Mientras rápidamente se abría paso por entre la ruidosa muchedumbre que llenaba el puente, se dijo varias veces, aferrándose a esa idea como si fuera especialmente placentera: ...
En la línea 618
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... A no ser por un solo temor habría mirado sin grave disgusto la proximidad del día cuarto. Era aquel en que debía empezar a comer en público. Habría asuntos más graves en el programa, porque tendría Tom que presidir un consejo en que habría de exponer sus miras y dictar sus órdenes respecto a la política que debería seguirse con varias naciones extranjeras, desperdigadas por todo el mundo; también sería elegido oficialmente Hertford para el importante cargo de Lord Protector, y otras cosas notables estaban señaladas; mas para Tom todo era insignificante, comparado con la prueba de tener que comer solo, ante una muchedumbre de ojos fijos en él y una multitud de bocas que cuchicheaban comentarios sobre sus actos y sus torpezas, si era tan desdichado que las cometiese. ...
En la línea 671
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Pero no fue eso todo, Majestad. Hay más y peor. Muchos testificaron que una bruja, que después desapareció de la aldea, nadie sabe adónde, vaticinó, y lo dijo en secreto a varias personas, que el enfermo moriría envenenado, y que, además, le daría el veneno un desconocido de pelo castaño y de ropas comunes y usadas; y así este preso respondía a la descripción. Dígnese Vuestra Majestad dar a esa circunstancia el solemne peso que merece, en vista de que fue vaticinada. ...
En la línea 739
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Cuando al fin terminó el yantar y salió Tom en medio de su brillante séquito, con los oídos ensordecidos por el clamor de las trompetas, de los tambores y miles de aclamaciones, se dijo que, si ya había pasado lo peor, que era comer en público, sería una experiencia que sin inconveniente soportaría varias veces cada día, si con ello podía liberarse de algunos de los más terribles requerimientos de su oficio regio. ...
En la línea 2027
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes? ...
En la línea 2128
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... —Claro, yo no vivo. Los inmortales no vivimos, y yo no vivo, sobrevivo; ¡yo soy idea!, ¡soy idea! Empezó a devorar el jamón en dulce. «Pero si como —se decía—, ¿cómo es que no vivo? ¡Como, luego existo! No cabe duda alguna. Edo, ergo sum! ¿A qué se deberá este voraz apetito?» Y entonces recordó haber leído varias veces que los condenados a muerte en las horas que pasan en capilla se dedican a comer. ...
En la línea 283
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Al principio creyó que soñaba, y se restregó varias veces los ojos como para despertarse. Pero pronto se convenció de que era realidad. Miró en derredor; no había nadie. ...
En la línea 289
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El libro estaba cubierto de caracteres finos y elegantes, pero no pudo comprender palabra alguna, aun cuando se asemejaban a los de la lengua del portugués Yáñez. Cogió con delicadeza la flor y la contempló largo rato. La olió varias veces, procurando no estropearla con sus dedos que nunca tocaron otra cosa que la empuñadura de la cimitarra. Experimentó de nuevo una sensación extraña, un estremecimiento misterioso. Casi con pesar colocó la flor entre las páginas y cerró el libro. ...
En la línea 422
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El grupo se dividió para registrar en varias direcciones un bosque que se extendía hasta la costa. Sandokán, que montaba un animal muy fogoso, se internó por un sendero estrecho y se lanzó audazmente hacia la espesura, pues quería ser el primero en descubrir a la fiera. ...
En la línea 574
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... En seguida estallaron gritos de furor, acompañados de varias descargas de fusilería. Oficiales y soldados se lanzaron fuera del parque. ...
En la línea 121
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La fragata, siguiendo por el lado de New Jersey, la admirable orilla derecha del río bordeada de hotelitos, pasó entre los fuertes, que saludaron su paso con varias salvas de sus cañones de mayor calibre. El Abraham Líncoln respondió al saludo arriando e izando por tres veces el pabellón norteamericano, cuyas treinta y nueve estrellas resplandecían en su pico de mesana. Luego modificó su marcha para tomar el canal balizado que sigue una curva por la bahía interior formada por la punta de Sandy Hook, y costeó esa lengua arenosa desde la que algunos millares de espectadores lo aclamaron una vez más. ...
En la línea 292
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En varias ocasiones, el animal se dejó aproximar. ...
En la línea 340
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Partiendo de esta hipótesis, Conseil razonó fríamente e hizo un plan consecuente. ¡Qué extraordinaria naturaleza la de este flemático muchacho, que se sentía allí como en su casa! Dado que nuestra única posibilidad de salvación era la de ser recogidos por los botes del Abraham Lincoln, se decidió que debíamos organizarnos de suerte que pudiéramos esperarlos el mayor tiempo posible. Yo resolví entonces que dividiéramos nuestras fuerzas a fin de no agotarlas simultáneamente, y así convinimos que uno de nosotros se mantendría inmóvil, tendido de espaldas, con los brazos cruzados y las piernas extendidas, mientras el otro nadaría impulsándolo hacia adelante. Esta tarea de remolcador no debía prolongarse más de diez minutos, y relevándonos así podríamos nadar durante varias horas y mantenernos incluso hasta el alba. ...
En la línea 391
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al fin acabó la espantosa noche, de la que mi memoria no ha podido conservar todas sus impresiones. Tan sólo un detalle quedó impreso en ella. Durante algunos momentos de calma del mar y del viento creí oír en varias ocasiones unos vagos sonidos, una especie de armonía fugaz producida por lejanos acordes. ¿Cuál era, pues, el misterio de esa navegación submarina cuya explicación buscaba en vano el mundo entero? ¿Qué seres vivían en ese extraño barco? ¿Qué agente mecánico le permitía desplazarse con tan prodigiosa velocidad? ...
En la línea 74
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Advertí que era horroroso el esfuerzo de resolución necesario para realizar mi cometido. Era como si me hubiese propuesto saltar desde lo alto de una casa elevada o hundirme en una gran masa de agua. Y Joe, que, naturalmente, no sabía una palabra de mis propósitos, contribuyó a dificultarlos más todavía. En nuestra franca masonería ya mencionada, de compañeros de penas y fatigas, y en su bondadosa amistad hacia mí, había la costumbre, seguida todas las noches, de comparar nuestro modo respectivo de comernos el pan con manteca, exhibiéndolos de vez en cuando y en silencio a la admiración mutua, lo cual nos estimulaba para realizar nuevos esfuerzos. Aquella noche, Joe me invitó varias veces, mostrándome repetidamente su pedazo de pan, que disminuía con la mayor rapidez, a que tomase parte en nuestra acostumbrada y amistosa competencia; pero cada vez me encontró con mi amarilla taza de té sobre la rodilla y el pan con manteca, entero, en la otra. Por fin, ya desesperado, comprendí que debía realizar lo que me proponía y que tenía que hacerlo del modo más difícil, atendidas las circunstancias. Me aproveché del momento en que Joe acababa de mirarme y deslicé el pedazo de pan con manteca por la pernera de mi pantalón. ...
En la línea 81
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras tanto, mi hermana, que se había encolerizado ya, se dirigió a Joe y, agarrándole por las dos patillas, le golpeó la cabeza contra la pared varias veces, en tanto que yo, sentado en un rincón, miraba muy asustado. ...
En la línea 224
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo no podía apartar la mirada del tío Pumblechook. Siempre agarrado con las manos y los pies a la pata de la mesa, vi que el desgraciado tomaba, jugando, la copita, sonreía, echaba la cabeza hacia atrás y se bebía el aguardiente. En aquel momento, todos los invitados se quedaron consternados al observar que el tío Plumblechook se ponía en pie de un salto, daba varias vueltas tosiendo y bailando al mismo tiempo y echaba a correr hacia la puerta; entonces fue visible a través de la ventana, saltando violentamente, expectorando y haciendo horribles muecas, como si estuviera loco. ...
En la línea 286
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Con el corazón palpitante, a pesar de ir montado en Joe, miré alrededor para observar si divisaba alguna señal de la presencia de los penados. Nada pude ver ni oír. El señor Wopsle me había alarmado varias veces con su respiración agitada, pero ahora ya sabía distinguir los sonidos y podía disociarlos del objeto de nuestra persecución. Me sobresalté mucho cuando tuve la ilusión de que seguía oyendo la lima, pero resultó no ser otra cosa que el cencerro de una oveja. Ésta cesó de pastar y nos miró con timidez. Y sus compañeras, volviendo a un lado la cabeza para evitar el viento y la cellisca, nos miraron irritadas, como si fuésemos responsables de esas molestias. Pero a excepción de esas cosas y de la incierta luz del crepúsculo en cada uno de los tallos de la hierba, nada interrumpía la inerte tranquilidad de los marjales. ...
En la línea 65
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof salió al rellano, presa de una turbación creciente. Al bajar la escalera se detuvo varias veces, dominado por repentinas emociones. Al fin, ya en la calle, exclamó: ...
En la línea 229
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »En su segunda visita, cuando ya su petición había sido aceptada, nos dijo, en el curso de la conversación, que antes de conocer a Dunia ya había resuelto casarse con una muchacha honesta y pobre que tuviera experiencia de las dificultades de la vida, pues considera que el marido no debe sentirse en ningún caso deudor de la mujer y que, en cambio, es muy conveniente que ella vea en él un bienhechor. Sin duda, no me expreso con la amabilidad y delicadeza con que él se expresó, pues sólo he retenido la idea, no las palabras. Además, habló sin premeditación alguna, dejándose llevar del calor de la conversación, tanto, que él mismo trató después de suavizar el sentido de sus palabras. Sin embargo, a mí me parecieron un tanto duras, y así se lo dije a Dunetchka; pero ella me contestó con cierta irritación que una cosa es decir y otra hacer, lo que sin duda es verdad. Dunia no pudo pegar ojo la noche que precedió a su respuesta y, creyendo que yo estaba dormida, se levantó y estuvo varias horas paseando por la habitación. Finalmente se arrodilló delante del icono y oró fervorosamente. Por la mañana me dijo que ya había decidido lo que tenía que hacer. ...
En la línea 380
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Sigue! ¡Sigue! ¿Qué esperas? ‑gritan varias voces entre la multitud. ...
En la línea 484
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Su corazón latía con violencia. En la escalera reinaba la calma más absoluta; la casa entera parecía dormir… La idea de que había estado sumido desde el día anterior en un profundo sueño, sin haber hecho nada, sin haber preparado nada, le sorprendió: su proceder era absurdo, incomprensible. Sin duda, eran las campanadas de las seis las que acababa de oír… Súbitamente, a su embotamiento y a su inercia sucedió una actividad extraordinaria, desatinada y febril. Sin embargo, los preparativos eran fáciles y no exigían mucho tiempo. Raskolnikof procuraba pensar en todo, no olvidarse de nada. Su corazón seguía latiendo con tal violencia, que dificultaba su respiración. Ante todo, había que preparar un nudo corredizo y coserlo en el forro del gabán. Trabajo de un minuto. Introdujo la mano debajo de la almohada, sacó la ropa interior que había puesto allí y eligió una camisa sucia y hecha jirones. Con varias tiras formó un cordón de unos cinco centímetros de ancho y treinta y cinco de largo. Lo dobló en dos, se quitó el gabán de verano, de un tejido de algodón tupido y sólido (el único sobretodo que tenía) y empezó a coser el extremo del cordón debajo del sobaco izquierdo. Sus manos temblaban. Sin embargo, su trabajo resultó tan perfecto, que cuando volvió a ponerse el gabán no se veía por la parte exterior el menor indicio de costura. El hilo y la aguja se los había procurado hacía tiempo y los guardaba, envueltos en un papel, en el cajón de su mesa. Aquel nudo corredizo, destinado a sostener el hacha, constituía un ingenioso detalle de su plan. No era cosa de ir por la calle con un hacha en la mano. Por otra parte, si se hubiese limitado a esconder el hacha debajo del gabán, sosteniéndola por fuera, se habría visto obligado a mantener continuamente la mano en el mismo sitio, lo cual habría llamado la atención. El nudo corredizo le permitía llevar colgada el hacha y recorrer así todo el camino, sin riesgo alguno de que se le cayera. Además, llevando la mano en el bolsillo del gabán, podría sujetar por un extremo el mango del hacha e impedir su balanceo. Dada la amplitud de la prenda, que era un verdadero saco, no había peligro de que desde el exterior se viera lo que estaba haciendo aquella mano. ...
En la línea 992
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En la mañana de aquel mismo día fui a casa de Mr. Astley, o más bien le busqué durante varias horas sin poder encontrarle ni en el casino ni en el parque. Ese día no comía en su hotel. A las cinco vi casualmente que salía de la estación y se dirigía al Hôtel d'Angleterre. Iba de prisa y no parecía muy preocupado, aunque hubiera sido difícil discernir en su rostro expresión alguna. Me tendió alegremente la mano con su exclamación habitual: “¡ Ah!”, pero continuó andando con paso rápido. ...
En la línea 201
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck sentía vagamente que no podía confiar en aquellos dos hombres ni en la mujer. No sabían cómo hacer las cosas, y con el paso de los días fue evidente que eran incapaces de aprender. Eran descuidados, carecían de orden y de disciplina. Les llevaba la mitad de la noche montar un precario campamento, y media mañana levantarlo y cargar el trineo, y lo hacían de una forma tan inadecuada que durante el resto del día tenían que detenerse varias veces para volver a acomodar la carga. Hubo días en que no lograron recorrer veinte kilómetros. Otros, que ni siquiera consiguieron arrancar. Y no hubo uno solo en el que lograsen cubrir más de la mitad de la distancia que habían tomado como base para calcular la comida de los perros. ...
En la línea 207
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Entregábase mientras tanto Miranda a la importante tarea de facturar el equipaje, no escaso, compuesto de dos baúles mundos, una sombrerera y un cajón especial de tela y cuero, a propósito para guardar de arrugas el planchado de sus camisas de vestir. Fuerza fue esperar pacientemente el turno de bultos rotulados A. M., frente al gran mostrador, donde se alineaba respetable fila de maletas, cajas y cajones de toda especie que iban trayendo a hombros los mozos de la estación, agobiados, hinchadas las venas del cuello. Cuando llegaban al mostrador, dábanse prisa a soltar la carga de golpe, con movimientos brutales, haciendo crujir la madera de los baúles y gemir y rechinar los aros de hierro que la afianzan. Al cabo logró Miranda que llegase su vez, y ya con el talón en el bolsillo, saltó del andén a la vía triple buscando su departamento. Costole algún trabajo, y abrió en balde varias puertas antes de dar con él; al abrirlas, solía asomarse una cabeza, y una voz áspera decir: «está lleno.» En otros departamentos vio formas confusas, gente acurrucada en los rincones o tumbada en los cojines. Al fin acertó, reconoció su sitio. ...
En la línea 917
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Prefería Miranda el salón de lectura, donde hallaba cantidad de periódicos españoles, incluso el órgano de Colmenar, que leía dándose tono de hombre político. A Perico se le encontraba con más frecuencia en otro departamento tétrico como una espelunca, las paredes color de avellana tostada, los cortinajes gris sucio con franjas rojas, donde una hilera de bancos de gutapercha moteada hacía frente a otra hilera de mesas, cubiertas con el sacramental, melodramático y resobadísimo tapete verde. Así como la marea al retirarse va dejando en la playa orlas paralelas de algas, así se advertían en los respaldos de los bancos de gutapercha roja series de capas de mugre, depositadas por la cabeza y espaldas de los jugadores, señales que iban en aumento desde el primer banco hasta el último, conforme se ascendía del inofensivo piquet al vertiginoso écarté, porque la hilera empezaba en el juego de sociedad, acabando en el de azar. Los bancos de la entrada estaban limpios, en comparación de los del fondo. Aquella pieza donde tan nefando culto se tributaba a la Ninfa de las aguas fue testigo de hartas proezas de Perico, que, por su semejanza con todas las de la misma laya, no merecen narrarse. Ni menos requiere ser descrito el espectáculo, caro a los novelistas, de las febriles peripecias que en torno de las mesas se sucedían. Tiene el juego en Vichy algo de la higiénica elegancia del pueblo todo, cuyos habitantes se complacen en repetir que en su villa nadie se levantó la tapa de los sesos por cuestión del tapete verde, como sucede en Mónaco a cada paso; de suerte que no se presta la sala del Casino a descripciones del género dramático espeluznante; allí el que pierde se mete las manos en los bolsillos, y sale mejor o peor humorado, según es de nervioso o linfático temperamento, pero convencido de la legalidad de su desplume, que le garantizan agentes de la Autoridad y comisionados de la Compañía arrendataria, presentes siempre para evitar fraudes, quimeras y otros lances, propios solamente de garitos de baja estofa, no de aquellas olímpicas regiones en que se talla calzados los guantes. Es de advertir que Perico, aun siendo de los que más ayudaban a engrasar y bruñir con la pomada de su pelo y el frote de sus lomos los bancos de gutapercha, no realizaba el tipo clásico del jugador que anda en estampas y aleluyas morales y edificantes. Cuando perdía, no le ocurrió jamás tirarse de los cabellos, blasfemar ni enseñar los puños a la bóveda celeste. Eso sí, él tomaba cuantas precauciones caben, a fin de no perder. Análogo es el juego a la guerra: dícese de ambos que los decide la suerte y el destino; pero harto saben los estratégicos consumados que una combinación a la vez instintiva y profunda, analítica y sintética, suele traerles atada de manos y pies la victoria. En una y otra lucha hay errores fatales de cálculo que en un segundo conducen al abismo, y en una y otra, si vencen de ordinario los hábiles, en ocasiones los osados lo arrollan todo y a su vez triunfan. Perico poseía a fondo la ciencia del juego, y además observaba atentamente el carácter de sus adversarios, método que rara vez deja de producir resultados felices. Hay personas que al jugar se enojan o aturden, y obran conforme al estado del ánimo, de tal manera, que es fácil sorprenderlas y dominarlas. Quizá la quisicosa indefinible que llaman vena, racha o cuarto de hora no es sino la superioridad de un hombre sereno y lúcido sobre muchos ebrios de emoción. En resumen: Perico, que tenía movimientos vivos y locuacidad inagotable, pero de hielo la cabeza, de tal suerte entendió las marchas y contramarchas, retiradas y avances de la empeñada acción que todos los días se libraba en el Casino, que después de varias fortunitas chicas, vino a caerle un fortunón, en forma de un mediano legajo de billetes de a mil francos, que se guardó apaciblemente en el bolsillo del chaleco, saliendo de allí con su paso y fisonomía de costumbre, y dejando al perdidoso dado a reflexionar en lo efímero de los bienes terrenales. Aconteció esto al otro día de aquel en que Lucía manifestara a Pilar tal interés por la salud de la madre de Artegui. Era Perico naturalmente desprendido, a menos que careciese de oro para sus diversiones, que entonces escatimaría un maravedí, y avisando a Pilar que estaba en el salón de Damas, reuniose con ella en la azotea, y le dijo dándole el brazo: ...
En la línea 993
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pocos días antes del fijado para la vuelta de Perico, recibió Pilar una carta suya, que entregó a Lucía, a fin de que se la leyese. Anunciaba su llegada próxima, refiriendo a la vez algunos pormenores de su elegante vida en el castillo de Ceyssat, y entre varias noticias daba la de la muerte de la madre de Ignacio Artegui, que Anatole le había contado, creyendo que le interesaría por tratarse de un compatriota. Añadía que su hijo la había llevado a enterrar a Bretaña, al mismo castillote de Hotidan, en que, trascurriera su niñez. Miranda estaba delante cuando se leyó, este párrafo, y hubo de notar la ojeada rápida que se cruzó entre Pilar y Lucía, y la palidez repentina de su mujer. Salió Lucía aquella tarde, y se fue a San Luis, donde pasaría como media hora. Volvió al chalet, y entró en su dormitorio, donde tenía recado de escribir; escribió una carta, y guardándosela en el pecho bajó las escaleras a brincos, y tomó a buen paso hacia la calle principal. Anochecía; encendíanse los primeros faroles, y se esparcían por el arroyo los pilluelos, niños de coro de la civilización, voceando los periódicos recién llegados de Paris. Lucía fue derecha al rojo reverbero del estanco, y acercándose a la caja de madera que hacía de buzón, echó en ella la epístola. Al punto mismo, sintió, como una tenaza que le oprimía el brazo y se volvió. Miranda estaba allí. ...
En la línea 1875
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Había en presión varias locomotoras de gran velocidad; pero atendidas las circunstancias del servicio, el tren especial no pudo salir antes de las tres. ...
Errores Ortográficos típicos con la palabra Varias
Cómo se escribe varias o varrias?
Cómo se escribe varias o variaz?
Cómo se escribe varias o barias?
Más información sobre la palabra Varias en internet
Varias en la RAE.
Varias en Word Reference.
Varias en la wikipedia.
Sinonimos de Varias.
Palabras parecidas a varias
La palabra sentimiento
La palabra crueldad
La palabra hijos
La palabra vejete
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