Cual es errónea Troncos o Trroncos?
La palabra correcta es Troncos. Sin Embargo Trroncos se trata de un error ortográfico.
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Troncos en la RAE.
Troncos en Word Reference.
Troncos en la wikipedia.
Sinonimos de Troncos.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Troncos
Cómo se escribe troncos o trroncos?
Cómo se escribe troncos o troncoz?
Algunas Frases de libros en las que aparece troncos
La palabra troncos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 531
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tomó entonces unas tierras cerca de Sagunto, campos de secano, rojos y eternamente sedientos, en los cuales retorcían sus troncos huecos algarrobos centenarios o alzaban los olivos sus redondas y empolvadas cabezas. ...
En la línea 1352
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Silbaban los guijarros entre las ramas, haciendo caer una lluvia de hojas y rebotando contra los troncos y ribazos; los perros barraqueros salían con ladridos feroces, atraídos por el estrépito de la lucha, y las mujeres, en las puertas de sus casas, levantaban los brazos al cielo, gritando indignadas: -¡Condenats! ¡Dimonis!. ...
En la línea 552
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Eran cuerpos enjutos, apergaminados, recocidos por el sol, con la piel agrietada. La alimentación, pobre y escasa, no llegaba a formar el más leve almohadillado entre el esqueleto y su envoltura. Hombres que aún no tenían cuarenta años, mostraban sus cuellos descarnados, de piel flácida y abullonada, con los tirantes tendones de la ancianidad. Los ojos, en lo más hondo de sus cuencas, circundados de una aureola de arrugas, brillaban como estrellas mortecinas en el fondo de un pozo. Su miseria física era el resultado de una fatiga prolongada años y más años, de una alimentación insípida de pan, sólo de pan. Los cuerpos rudos y angulosos parecían labrados a hachazos: otros eran deformes y grotescos como fabricados por un alfarero: muchos recordaban, por lo retorcidos y nudosos, los troncos de los acebuches de las dehesas. Los brazos negros, con las agudas protuberancias de una gimnasia forzada, parecían de sarmientos trenzados. Y el amontonamiento de estos infelices exhalaba un olor agrio, de sudor de hambriento, de ropa adherida al cuerpo durante meses, de alientos fétidos: toda la respiración apestante de la miseria. ...
En la línea 717
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todos los troncos de caballos y mulas, así como los corceles de silla del millonario, habían salido de las grandes cuadras que tenía adosadas a la bodega; y con ellos, los brillantes arreos y los vehículos de todas clases que compraba en España o encargaba a Inglaterra, con su prodigalidad de rico, imposibilitado de poder demostrar de otro modo su opulencia. ...
En la línea 1523
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Comenzaba a ocultarse el sol. Se veía el disco de color de cereza, detrás de las ramas del olivar, como al través de una celosía negra. Sus últimos rayos, a ras de tierra, coloreaban con un resplandor anaranjado la columnata de troncos de los olivos, las marañas de plantas de la tierra, las curvas del cuerpo de la moza tendido en el suelo. La punzante película de las chumberas erizábase como una epidermis luminosa. ...
En la línea 7453
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Daránnos con abundantísima mano de su dulcísimo fruto las encinas, asiento los troncos de los durísimos alcornoques, sombra los sauces, olor las rosas, alfombras de mil colores matizadas los estendidos prados, aliento el aire claro y puro, luz la luna y las estrellas, a pesar de la escuridad de la noche, gusto el canto, alegría el lloro, Apolo versos, el amor conceptos, con que podremos hacernos eternos y famosos, no sólo en los presentes, sino en los venideros siglos. ...
En la línea 158
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Abundan en situaciones favorables; el suelo, como el de la Tierra de Fuego, es una especie de turba, y, sin embargo, apenas se encuentran allí algunas plantas que merezcan el nombre de arbustillos; en la Tierra de Fuego, por el contrario, impenetrables bosques cubren hasta el rincón más pequeño. No obstante, la dirección de los vientos y de las corrientes marinas es favorable para el transporte de semillas desde la Tierra de Fuego, como lo prueban las canoas y los numerosos troncos de árboles que, arrastrados desde esta última, van a estrellarse contra la isla Falkland occidental. Sin duda, a esta ...
En la línea 675
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... No tardó en serme imposible continuar el camino a través del bosque, y seguí, pues, a lo largo de un torrente. Al principio apenas podía dar un paso a causa de las cataratas y de los numerosos troncos de árboles caídos que cerraban el camino; pero pronto se ensanchó este lecho del torrente por el destrozo en sus orillas habían producido las inundaciones. Avancé lentamente por espacio de una hora siguiendo las rugosas y descarnadas orillas del torrente, y muy pronto compensaron todas mis fatigas la magnificencia y la belleza del panorama que contemplé. La profundidad sombría del barranco corría pareja con los signos de violencia que por todas partes se observaban. A un lado y otro se veían masas irregulares de rocas y árboles arrancados; otros de pie todavía, estaban podridos hasta el corazón y a punto de caer. Esta confusa masa de árboles robustos y árboles muertos me recordó los bosques de los trópicos, a pesar de la inmensa diferencia que los separa: en estas tristes soledades que ahora examino, parece que en lugar de la vida reina la muerte como soberana. Continué mi ruta a lo largo del torrente hasta un punto en que un gran derrumbamiento ha desprendido parte considerable del costado de una montaña; a partir de este lugar se hizo menos fatigosa la ascensión y alcancé pronto una elevación suficiente para poder examinar a gusto los bosques circundantes. Todos los árboles pertenecen a la misma especie, el Fagur betuloides, habiendo por excepción un corto número de especies diferentes de estos Fagur. Este árbol conserva sus hojas todo el año, pero presentan un color verde pardusco con un ligero tinte amarillo muy particular. Todo el paisaje reviste el mismo tono, lo que da un aspecto triste y sombrío; siendo muy raro que le den un poco de alegría los rayos del sol. ...
En la línea 751
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El bosque empieza en el punto en que se detienen las mareas altas. Después de dos horas de esfuerzos empiezo a desesperar de llegar a la cima. De tal manera espeso es el monte, que tenemos que consultar la brújula a cada paso, pues, aun cuando nos encontramos en un lugar montañoso, apenas podemos percibir ningún objeto. En los barrancos profundos, mortales escenas de desolación inenarrables; fuera de los barrancos soplan vientos tempestuosos; en el fondo, ni un soplo de aire que haga temblar las hojas, por muy altos que sean los árboles. En todas partes el suelo frío, tan sombrío y tan húmedo, que ni musgos, ni helechos, ni hongos pueden crecer. En los valles, apenas podíamos avanzar, ni aun arrastrándonos, por lo que obstruían el paso por todas partes los muchos troncos inmensos de árboles podridos, diseminados en todas direcciones. Al atravesar estos puentes naturales, nos encontramos de improviso detenidos, porque nos hundimos hasta las rodillas en la madera podrida. Otras veces nos apoyábamos en lo que nos parecía un árbol magnífico, y veíamos sorprendidos que no era más, que una masa de putrílago dispuesta a caer al primer contacto. Por fin llegamos a la región de los árboles achaparrados, y pronto ganamos la parte desnuda de la montaña y subimos a la cumbre. Desde este punto se extiende a nuestra vista un paisaje con todos los caracteres de la Tierra del Fuego: cadenas de colinas irregulares, aquí y allí masas de nieve, profundos valles verde-amarillentos y brazos de mar que cortan las tierras en todas las direcciones. El viento es fortísimo y horriblemente frío y la atmósfera brumosa; por lo cual permanecemos poco tiempo en aquella altura. La bajada es menos laboriosa que la subida, porque el peso mismo del cuerpo abre paso, y los resbalones y caídas que damos nos llevan, al menos, en la dirección conveniente. ...
En la línea 756
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Algunos pájaros habitan estos bosques tan sombríos. De vez en cuando se oye el grito quejumbroso de un papamoscas de moño blanco (Myiobius albiceps) que se oculta en la copa de los árboles más elevados; con menos frecuencia todavía se percibe el retumbante canto de un pico-negro que lleva una elegante cresta escarlata. Un pequeño reyezuelo (abadejo) de plumaje oscuro (Scytalopus Magellanicus) salta de acá para allá y se oculta en medio de la masa informe de los troncos caídos y podridos; pero el pájaro más común en el país es el Oxyurus Tupinieri. Se le encuentra en los bosques de hayas casi en la cúspide de las montañas y hasta en el fondo de los barrancos más sombríos e impenetrables. Este pajarillo parece más numeroso de lo que en realidad es, por su costumbre de seguir con curiosidad a quien penetra en estos bosques silenciosos; saltando de rama en rama a poca distancia del rostro del invasor deja escuchar un grito agudo. No busca, como el Certhia familiaris lugares solitarios; no salta a los árboles, como éste, sino que, como el reyezuelo del sauce, brinca de un lado a otro y busca los insectos en todas las ramas. En los sitios más abiertos se encuentran tres o cuatro especies de gorriones, un zorzal, un estornino (o Icterus), dos Opetiorhyncos, dos halcones y varios búhos. ...
En la línea 10119
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La escena representaba una panera, casa de madera sostenida por cuatro pies de piedra, como las habitaciones palúdicas sustentadas por troncos, y las de algunos pueblos salvajes. ...
En la línea 14582
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Entonces, en cuanto se vio solo, De Pas subió corriendo cuanto podía, tropezando con troncos y zarzas, ramas caídas y ramas pendientes. ...
En la línea 15595
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Oyó un ruido que le pareció el de un balcón que abrían con cautela; dio dos pasos más entre los troncos que le impedían saber qué era aquello, y al fin vio que cerraban un balcón de su casa y que un hombre que parecía muy largo se descolgaba, sujeto a las barras y buscando con los pies la reja de una ventana del piso bajo para apoyarse en ella y después saltar sobre un montón de tierra. ...
En la línea 806
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Camino el gigante unas tres horas en pos del automóvil donde iba su traductor, rodando detrás de el los otros vehículos llenos de soldados. Al entrar en la selva se hundió en una arboleda que tenía siglos y sólo le llegaba a los hombros, pasando muy contadas veces sus ramas por encima de su cabeza. Los vehículos marchaban por caminos abiertos entre las filas de troncos, pero el gigante, al seguirlos, tropezaba con el ramaje en forma de bóveda, acompañando su avance con un continuo crujido de maderas tronchadas y lluvias de hojas. ...
En la línea 808
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Del fondo de la arboleda se elevaban nubes de pájaros, unas veces en forma de triángulo, otras en forma de corona, siendo las más grandes de estas aves del volumen de una mosca. Todos los habitantes de la selva adormecida escapaban asustados al sentir la aproximación de este monstruo inmenso. Bajo sus pies morían a miles las flores y los insectos; cada una de sus huellas era un cementerio vegetal y animal. Las grandes bestias de caza, del tamaño de ratas, capaces de poner en peligro la vida de un cazador pigmeo, corrían en galope furioso, temerosas y encolerizadas a la vez por la intrusión de esta montaña andante, que podía aplastarlas con sus piernas, tan gruesas como los troncos de los árboles más antiguos. ...
En la línea 1552
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Lo primero que procuró fue librar el bote de las amarras puestas por los pigmeos. Lamentaba no tener un simple cortaplumas para terminar más pronto, partiendo los cables que lo tenían sujeto. Dos de estos le unian al muelle, atados a dos troncos de pino que hacían oficio de pilotes. Gillespie, para no perder tiempo desenredando los nudos hechos por la marinería enana, tiró simplemente de estos cables, enormes para los habitantes del país, pero menos gruesos que su dedo menique, arrancando los dos maderos de la tierra en que estaban clavados. Luego se dirigió hacia la proa para levantar las anclas hundidas en el fondo del puerto. ...
En la línea 5567
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Algo quiso decir en alta voz; pero él no la dejaba meter baza, y como si trajera un discurso preparado y no quisiera dejar de pronunciar ninguna de sus partes, pegó en seguida la hebra: «¿Te acuerdas de cuando yo estaba loco? Los ratos que te di te los tenías bien merecidos; porque en realidad te portabas muy mal conmigo. Tu infidelidad se me había metido a mí en la cabeza; no tenía ningún dato en qué fundarme; pero el convencimiento de ella no lo podía echar de mí. No sé decir bien si soñé que ibas a ser madre, o si me inspiraron esta idea los celos que tenía. Porque yo tenía unos celos ¡ay!, que no me dejaban vivir. 'Mi mujer me falta—decía yo—, no tiene más remedio que faltarme; no puede ser de otra manera'. Y como por lo mucho que te quería, yo no encontraba a tu pecado más solución que la muerte, ahí tienes por qué me nació en la cabeza, lo mismo que nace el musgo en los troncos, aquella idea de la liberación, pretextos y triquiñuelas de la mente para justificar el asesinato y el suicidio. Era aquello un reflejo de las ideas comunes, el pensar general modificado y adulterado por mi cerebro enfermo. ¡Ay, qué malo me puse! Te digo que cuando inventé aquel sistema filosófico tan ridículo, estaba en el periodo peorcito. No me quiero acordar. Los disparates que yo decía los recuerdo como se recuerdan los de las novelas que uno ha leído de niño; y ahora me río de ellos, y calculo cuánto se reirían los demás. ¿Te acuerdas tú?». ...
En la línea 275
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Un miedo extraño lo acometió. Le parecía oír ladridos de perros, gritos de hombres, rugidos de fieras. Tal vez se creyó descubierto. Muy pronto su carrera se hizo vertiginosa. Completamente fuera de sí, corría como caballo desbocado, se lanzaba en medio de la maleza, saltaba sobre los troncos caídos y agitaba furioso el kriss. ...
En la línea 1063
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Multitud de árboles arrancados por el viento interceptaban el camino y obligaban a los piratas a saltar y escalar troncos caídos, y a utilizar los kriss para cortar una cantidad de lianas que se les enredaban en las piernas y no los dejaban avanzar. ...
En la línea 1475
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Pero a cada paso que daban la marcha se hacía más difícil. Por todas partes surgían enormes árboles que alzaban su grueso y nudoso tronco a una altura extraordinaria, y se deslizaban, entrecruzadas como boas monstruosas, miles de raíces. Subían y bajaban agarrados a los troncos y ramas. ...
En la línea 1103
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Cuando el Nautilus emergió a la superficie pude ver en todo su desarrollo la isla de Clermont Tonnerre, baja y boscosa. Sus rocas madrepóricas fueron evidentemente fertilizadas por las lluvias y tempestades. Un día, alguna semilla arrebatada por el huracán a las tierras vecinas cayó sobre las capas calcáreas mezcladas con los detritus descompuestos de peces y de plantas marinas que formaron el mantillo. Una nuez de coco, llevada por las olas, llegó a estas nuevas costas. La semilla arraigó. El árbol creciente retuvo el vapor de agua. Nació un arroyo. La vegetación se extendió poco a poco. Algunos animales, gusanos, insectos, llegaron sobre troncos arrancados a las islas por el viento. Las tortugas vinieron a depositar sus huevos. Los pájaros anidaron en los jóvenes árboles. De esa forma, se desarrolló la vida animal y, atraído por la vegetación y la fertilidad, apareció el hombre. Así se formaron estas islas, obras inmensas de animales microscópicos. ...
En la línea 1292
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ned Land se limitó de momento a cortar los troncos como si de leíía se tratara, dejando para más tarde la extracción de la fécula, que habría de ser separada de sus ligamentos fibrosos, expuesta al sol para evaporar su humedad y, finalmente, depositada en moldes para endurecerse. ...
En la línea 1342
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Eran de pequeña talla, una especie de los «canguros conejo», que se alojan habitualmente en los troncos huecos de los árboles, y que están dotados de una gran rapidez de desplazamiento. Pero si eran pequeños, su carne era muy estimable. ...
En la línea 2364
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Era ya la una de la madrugada. Habíamos llegado a las primeras rampas de la montaña. Pero para abordarlas había que aventurarse por los difíciles senderos de una vasta espesura. Sí, una espesura de árboles muertos, sin hojas, sin savia, árboles mineralizados por la acción del agua y de entre los que sobresalían aquí y allá algunos pinos gigantescos. Era como una hullera aún en pie, manteniéndose por sus raíces sobre el suelo hundido, y cuyos ramajes se dibujaban netamente sobre el techo de las aguas, a la manera de esas figuras recortadas en cartulina negra. Imagínese un bosque del Harz, agarrado a los flancos de una montaña, pero un bosque sumergido. Los senderos estaban llenos de algas y de fucos, entre los que pululaba un mundo de crustáceos. Yo iba escalando las rocas, saltando por encima de los troncos abatidos, rompiendo las lianas marinas que se balanceaban de un árbol a otro, y espantando a los peces que volaban de rama en rama. Excitado, no sentía la fatiga, y seguía a mi guía incansable. ...
En la línea 233
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando en el pasado mes de diciembre a John Thornton se le congelaron los pies, sus socios lo dejaron bien instalado para que se recuperase y se fueron río arriba en busca de una balsa de troncos a Dawson. Todavía cojeaba un poco cuando rescató a Buck, pero con la llegada del buen tiempo se recuperó por completo. Y fue allí donde Buck, tumbado a la orilla del río durante los largos días de primavera, contemplando el discurrir del agua, escuchando perezosamente los trinos de los pájaros y el murmullo de la naturaleza, fue recobrando gradualmente las energías. ...
En la línea 303
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Para Buck, lo de cazar, pescar y deambular indefinidamente por lugares desconocidos era una fuente inagotable de placer. Pasaban semanas y semanas andando sin parar y semanas enteras acampados en cualquier sitio, donde los perros holgazaneaban y los hombres perforaban la grava y el barro helados para, al calor del fuego, cribar incontables calderos de lodo y grava. A veces pasaban hambre, otras se hartaban de comer, según fueran las piezas y el acierto en la caza. Llegó el verano, y perros y hombres, con el equipo a cuestas, atravesaron en balsas azulados lagos de montaña, y bajaron o subieron ríos desconocidos en estrechas embarcaciones hechas de troncos cortados en el bosque. ...
En la línea 312
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Aunque Buck no había hecho ruido, el lobo interrumpió el aullido para localizar la presencia del intruso. Buck salió al claro con precaución, medio agazapado, con el cuerpo en tensión, el rabo extendido y rígido, pisando con inusitada cautela. Cada uno de sus movimientos era una mezcla de amenaza y de ofrecimiento a la amistad. Era la tregua amenazadora que caracteriza el encuentro entre bestias feroces. Pero el lobo huyó al ver a Buck, que salió precipitadamente tras él, desesperado por alcanzarlo. Lo persiguió a lo largo de un conducto sin salida, el cauce de un riachuelo interrumpido por un amontonamiento de troncos que impedía el paso. El lobo giró sobre sí mismo, apoyándose en las patas traseras como lo había hecho Joe y lo hacían todos los perros esquimales cuando estaban acorralados, gruñendo y erizando el pelaje, entrechocando los dientes en una continua y rápida sucesión de chasquidos. ...
En la línea 624
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Poco a poco la suave influencia del calor fue desatando sus miembros entumecidos y paralizada lengua. Adelantó los pies, luego las manos, hacia la hoguera; sacudió las enaguas, con objeto de enjugarlas por igual, y finalmente, sentose en el suelo a la turca para mejor gozar del fuego, que contempló fija y absorta, oyéndole crujir y viendo los troncos pasar de color de brasa al negro. ...
En la línea 1060
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mientras de tal suerte espantaban Perico y Miranda el mal humor, a Pilar se le deshacía el pulmón que le restaba, paulatinamente, como se deshace una tabla roída por la carcoma. No empeoraba, porque ya no podía estar peor, y su vivir, más que vida, era agonía lenta, no muy penosa, amargándola solamente unas crisis de tos que traían a la garganta las flemas del pulmón deshecho, amenazando ahogar a la enferma. Estaba allí la vida como el resto de llama en el pábilo consumido casi: el menor movimiento, un poco de aire, bastan para extinguirlo del todo. Se había determinado la afonía parcial y apenas lograba hablar, y sólo en voz muy queda y sorda, como la que pudiese emitir un tambor rehenchido de algodón en rama. Apoderábanse de ella somnolencias tenaces, largas; modorras profundas, en que todo su organismo, sumido en atonía vaga, remedaba y presentía el descanso final de la tumba. Cerrados los ojos, inmóvil el cuerpo, juntos los pies ya como en el ataúd, quedábase horas y horas sobre la cama, sin dar otra señal de vida que la leve y sibilante respiración. Eran las horas meridianas aquellas en que preferentemente la atacaba el sueño comático, y la enfermera, que nada podía hacer sino dejarla reposar, y a quien abrumaba la espesa atmósfera del cuarto, impregnada de emanaciones de medicinas y de vahos de sudor, átomos de aquel ser humano que se deshacía, salía al balconcillo, bajaba las escaleras que conducían al jardín, y aprovechando la sombra del desmedrado plátano, se pasaba allí las horas muertas cosiendo o haciendo crochet. Su labor y dechado consistía en camisitas microscópicas, baberos no mayores, pañales festoneados pulcramente. En faena tan secreta y dulce íbanse sin sentir las tardes; y alguna que otra vez la aguja se escapaba de los ágiles dedos, y el silencio, el retiro, la serenidad del cielo, el murmurio blando de los magros arbolillos, inducían a la laboriosa costurera a algún contemplativo arrobo. El sol lanzaba al través del follaje dardos de oro sobre la arena de las calles; el frío era seco y benigno a aquellas horas; las tres paredes del hotel y de la casa de Artegui formaban una como natural estufa, recogiendo todo el calor solar y arrojándolo sobre el jardín. La verja, que cerraba el cuadrilátero, caía a la calle de Rívoli, y al través de sus hierros se veían pasar, envueltas en las azules neblinas de la tarde, estrechas berlinas, ligeras victorias, landós que corrían al brioso trote de sus preciados troncos, jinetes que de lejos semejaban marionetas y peones que parecían chinescas sombras. En lontananza brillaba a veces el acero de un estribo, el color de un traje o de una librea, el rápido girar de los barnizados rayos de una rueda. Lucía observaba las diferencias de los caballos. Habíalos normandos, poderosos de anca, fuertes de cuello, lucios de piel, pausados en el manoteo, que arrastraban a un tiempo pujante y suavemente las anchas carretelas; habíalos ingleses, cuellilargos, desgarbados y elegantísimos, que trotaban con la precisión de maravillosos autómatas; árabes, de ojos que echaban fuego, fosas nasales impacientes y dilatadas, cascos bruñidos, seca piel y enjutos riñones; españoles, aunque pocos, de opulenta crin, soberbios pechos, lomos anchos y manos corveteadoras y levantiscas. Al ir cayendo el sol se distinguían los coches a lo lejos por la móvil centella de sus faroles; pero confundidos ya colores y formas, cansábanse los ojos de Lucía en seguirlos, y con renovada melancolía se posaban en el mezquino y ético jardín. A veces turbaba su soledad en él, no viajero ni viajera alguna, que los que vienen a París no suelen pasarse la tarde haciendo labor bajo un plátano, sino el mismísimo Sardiola en persona, que so pretexto de acudir con una regadera de agua a las plantas, de arrancar alguna mala hierba, o de igualar un poco la arena con el rodezno, echaba párrafos largos con su meditabunda compatriota. Ello es que nunca les faltó conversación. Los ojos de Lucía no eran menos incansables en preguntar que solícita en responder la lengua de Sardiola. Jamás se describieron con tal lujo de pormenores cosas en rigor muy insignificantes. Lucía estaba ya al corriente de las rarezas, gustos e ideas especiales de Artegui, conociendo su carácter y los hechos de su vida, que nada ofrecían de particular. Acaso maravillará al lector, que tan enterado anduviese Sardiola de lo concerniente a aquel a quien sólo trató breve tiempo; pero es de advertir que el vasco era de un lugar bien próximo al solar de los Arteguis, y familiar amigo de la vieja ama de leche, única que ahora cuidaba de la casa solitaria. En su endiablado dialecto platicaban largo y tendido los dos, y la pobre mujer no sabía sino contar gracias de su criatura, que oía Sardiola tan embelesado como si él también hubiese ejercido el oficio nada varonil de Engracia. Por tal conducto vino Lucía a saber al dedillo los ápices más menudos del genio y condición de Ignacio; su infancia melancólica y callada siempre, su misántropa juventud, y otras muchas cosas relativas a sus padres, familia y hacienda. ¿Será cierto que a veces se complace el Destino en que por extraña manera, por sendas torturosas, se encuentren dos existencias, y se tropiecen a cada paso e influyan la una en la otra, sin causa ni razón para ello? ¿Será verdad que así como hay hilos de simpatía que los enlazan, hay otro hilo oculto en los hechos, que al fin las aproxima en la esfera material y tangible? ...

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Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r

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