Cual es errónea Tertulia o Terrtulia?
La palabra correcta es Tertulia. Sin Embargo Terrtulia se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra terrtulia es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra tertulia
Más información sobre la palabra Tertulia en internet
Tertulia en la RAE.
Tertulia en Word Reference.
Tertulia en la wikipedia.
Sinonimos de Tertulia.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Tertulia
Cómo se escribe tertulia o terrtulia?

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Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r
Algunas Frases de libros en las que aparece tertulia
La palabra tertulia puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1527
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ciertas vecinas querían llevarla a paseo, a una tertulia y a los teatros extraviados que ellas frecuentaban. ...
En la línea 1530
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Anita no podía sufrirlas; le daban asco ellas, su tertulia y sus teatros. ...
En la línea 1731
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Glocester, o sea don Restituto Mourelo, canónigo raso a la sazón, decía con voz meliflua y misteriosa en la tertulia del marqués de Vegallana: —Señores, esta es la virtud antigua; no esa falsa y gárrula filantropía moderna. ...
En la línea 1741
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquella noche se acordó en la tertulia acoger a la hija de don Carlos como una Ozores, descendiente de la mejor nobleza. ...
En la línea 929
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los jóvenes ansiosos de que alguien se fijase en ellos se preguntaban si habría baile en la tertulia de Momaren. La entrada del poeta nacional sembró la consternación entre las señoritas masculinas aspirantes al matrimonio. ...
En la línea 1004
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Durmió mal, pues el saboreo de su triunfo parecía repeler al sueño. Pero cuando descendió de su habitación universitaria, apreciando de antemano las felicitaciones de unos profesores y la envidia de otros, todo su orgullo triunfante se deshizo ante la realidad. Oyó aterrado lo que había hecho el gigante en la tarde anterior. Muchos de los que le hablaron habían asistido a la tertulia de Momaren y se mostraban congestionados aún por la indignación al recordar los proyectiles del gigante, algunas de cuyas salpicaduras habían llegado a ellos o a personas de sus familias. ...
En la línea 1036
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mientras tanto, Flimnap corría las calles de la capital, enterándose de una serie de noticias muy inquietantes para el. Un profesor le anunció que Momaren, por ciertos detalles que le habían comunicado algunos subordinados, estaba ya convencido de que era Ra-Ra el que acompañaba al gigante. El Padre de los Maestros, aceptando las sugestiones de su vanidad, creía que este varonista, enemigo del orden, había sugerido al Hombre-Montaña la idea de interrumpir su tertulia en el momento preciso que el gran Golbasto recitaba sus versos, para quitarle así un gran triunfo literario. A primeras horas de la mañana había tenido una conversación violenta con Popito, la cual negó haber visto a Ra-Ra en la parte alta del palacio universitario. Luego el influyente personaje abandonó su cama, y estaba ahora en la presidencia del Consejo Ejecutivo, recomendando sin duda la persecución del revolucionario masculista. ...
En la línea 1037
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Poco después Flimnap se encontró con un grupo de noticieros de los grandes diarios, que le iban buscando desde horas antes. Querían conocer su opinión sobre lo ocurrido en la tertulia del Padre de los Maestros, pero el se expresó de un modo ambiguo. De buena gana hubiese contestado rudamente a estos curiosos insaciables que le perseguían a todas horas; pero la gratitud le obligaba a ser cortés. Todos los diarios hablaban con elogios de su discurso en el templo de los rayos negros, lamentándose de haber desconocido durante tantos años a un orador tan eminente. ...
En la línea 63
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Criáronle con regalo y exquisitos cuidados, pero sin mimo. D. Baldomero no tenía carácter para poner un freno a su estrepitoso cariño paternal, ni para meterse en severidades de educación y formar al chico como le formaron a él. Si su mujer lo permitiera, habría llevado Santa Cruz su indulgencia hasta consentir que el niño hiciera en todo su real gana. ¿En qué consistía que habiendo sido él educado tan rígidamente por D. Baldomero I, era todo blanduras con su hijo? ¡Efectos de la evolución educativa, paralela de la evolución política! Santa Cruz tenía muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le imponía, y las privaciones que le había hecho sufrir. Todas las noches del año le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumplió los veinticinco nunca fue a paseo solo, sino en corporación con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el día de Pascua, y le hacían un trajecito nuevo cada año, el cual no se ponía más que los domingos. Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local. En lo tocante a juegos, no conoció nunca más que el mus, y sus bolsillos no supieron lo que era un cuarto hasta mucho después del tiempo en que empezó a afeitarse. Todo fue rigor, trabajo, sordidez. Pero lo más particular era que creyendo D. Baldomero que tal sistema había sido eficacísimo para formarle a él, lo tenía por deplorable tratándose de su hijo. Esto no era una falta de lógica, sino la consagración práctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. ¿Qué sería del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo sentía ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos. Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer… El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por sí mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante. La naturaleza se cura sola; no hay más que dejarla. Las fuerzas reparatrices lo hacen todo, ayudadas del aire. El hombre se educa sólo en virtud de las suscepciones constantes que determina en su espíritu la conciencia, ayudada del ambiente social. D. Baldomero no lo decía así; pero sus vagas ideas sobre el asunto se condensaban en una expresión de moda y muy socorrida: «el mundo marcha». ...
En la línea 84
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le hacía ordinariamente sus confidencias. «Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no sé qué hacer. Dios me protege, que si no… Tú no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. ¡Pero las niñas!… ¡Y con estas modas de ahora y este suponer!… ¿Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas más. ¡Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de cáñamo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este año he suprimido los estofados. Sé que los dependientes refunfuñan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. ¿Creerás que un quintal de carbón se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos días… pif… parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupiñá dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada». En la casa había dos mesas. En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habría rendido a cualquiera mujer, no fatigaba visiblemente a Isabel. A medida que las niñas iban creciendo, disminuía para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebaño, cada vez más perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artículo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tenía más remedio que vestirse y concurrir con su género a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo hacía, ponían las nenas unos morros que no se las podía aguantar. Era también de rúbrica el paseíto los domingos, en corporación, las niñas muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecían lo que no eran, la mamá muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo parecía. ...
En la línea 91
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En la tienda de Arnaiz, junto a la reja que da a la calle de San Cristóbal, hay actualmente tres sillas de madera curva de Viena, las cuales sucedieron hace años a un banco sin respaldo forrado de hule negro, y este banco tuvo por antecesor a un arcón o caja vacía. Aquélla era la sede de la inmemorial tertulia de la casa. No había tienda sin tertulia, como no podía haberla sin mostrador y santo tutelar. Era esto un servicio suplementario que el comercio prestaba a la sociedad en tiempos en que no existían casinos, pues aunque había sociedades secretas y clubs y cafés más o menos patrióticos, la gran mayoría de los ciudadanos pacíficos no iba a ellos, prefiriendo charlar en las tiendas. Barbarita tiene aún reminiscencias vagas de la tertulia en los tiempos de su niñez. Iba un fraile muy flaco que era el padre Alelí, un señor pequeñito con anteojos, que era el papá de Isabel, algunos militares y otros tipos que se confundían en su mente con las figuras de los dos mandarines. ...
En la línea 91
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En la tienda de Arnaiz, junto a la reja que da a la calle de San Cristóbal, hay actualmente tres sillas de madera curva de Viena, las cuales sucedieron hace años a un banco sin respaldo forrado de hule negro, y este banco tuvo por antecesor a un arcón o caja vacía. Aquélla era la sede de la inmemorial tertulia de la casa. No había tienda sin tertulia, como no podía haberla sin mostrador y santo tutelar. Era esto un servicio suplementario que el comercio prestaba a la sociedad en tiempos en que no existían casinos, pues aunque había sociedades secretas y clubs y cafés más o menos patrióticos, la gran mayoría de los ciudadanos pacíficos no iba a ellos, prefiriendo charlar en las tiendas. Barbarita tiene aún reminiscencias vagas de la tertulia en los tiempos de su niñez. Iba un fraile muy flaco que era el padre Alelí, un señor pequeñito con anteojos, que era el papá de Isabel, algunos militares y otros tipos que se confundían en su mente con las figuras de los dos mandarines. ...
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