Cual es errónea Sentirse o Zentirze?
La palabra correcta es Sentirse. Sin Embargo Zentirze se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino zentirze es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra sentirse
Más información sobre la palabra Sentirse en internet
Sentirse en la RAE.
Sentirse en Word Reference.
Sentirse en la wikipedia.
Sinonimos de Sentirse.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Sentirse
Cómo se escribe sentirse o sentirrse?
Cómo se escribe sentirse o zentirze?
Algunas Frases de libros en las que aparece sentirse
La palabra sentirse puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 662
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ella era del campo como su padre, y en el campo quería permanecer. No le asustaban las costumbres del cortijo. En Matanzuela debía sentirse la falta de un ama que convirtiese la habitación del aperador en una «tacita de plata». Ya se enteraría él de lo que era buena vida, acostumbrado a la existencia desordenada del contrabandista y al cuidado de aquella vieja del cortijo. ¡Pobrecito! Bien notaba ella en su ropa la falta que le hacía una mujer... Se levantarían al romper el día: él a vigilar la salida de los gañanes para el tajo, ella a preparar el almuerzo, a limpiar la casa con las manitas que Dios la había dado, sin ningún miedo al trabajo. Vestido con aquel traje de campo que tan bien le sentaba, montaría a caballo, pero sin faltarle un botón en la chaquetilla, sin el menor descosido en los calzones, con una camisa siempre blanca como la nieve, bien cepillado, lo mismo que un señorito de Jerez. Y cuando volviese, la vería esperándole en la puerta del cortijo; pobre, pero limpia como los chorros de agua, bien peinada, con flores en el moño, y unos delantales que quitarían la luz de los ojos. ...
En la línea 6210
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No es posible recorrer sus largas naves y alzar la vista a la techumbre, sostenida por columnas colosales y decorada con suntuosidad, sin sentirse sobrecogido de sagrado pavor y de profundo asombro. ...
En la línea 743
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al día siguiente bajó a tierra una numerosa escuadra para comprarles pieles; no quisieron armas de fuego, sino que lo que más solicitaban era tabaco con preferencia a las hachas y herramientas. Toda la población de los toldos, hombres, mujeres y niños, se colocó en una altura del terreno; lo que constituía un espectáculo interesante, no pudiendo por menos de sentirse atraído hacia los llamados gigantes, tan confiados, tan agradables, y de tan buen humor. Al despedirnos nos rogaron que volviésemos a visitarles. Les agrada mucho tener consigo algunos europeos, y la vieja María, una de las tres mujeres más influyentes de la tribu, suplicó a Mr. Lowe que permitiera a uno de los marineros quedarse allí con ellos. La mayor parte del año la pasan aquí, pero en verano se van a cazar al pie de la cordillera, y a veces suben hacia el norte hasta el río Negro, a distancia de 750 millas (1.200 kilómetros). Tienen muchos caballos; según Lowe, cada hombre tienen cinco o seis, y hasta las mujeres y los niños tienen cada uno el suyo. En tiempos de Sarmiento (1580) estaban estos indios armados de arcos y flechas que desde hace mucho tiempo han desaparecido; también entonces tenían algunos caballos. Hay un hecho curioso que prueba la rapidez con que se multiplican estos animales en la América del Sur. Se desembarcaron los primeros caballos en Buenos Aires en 1537; abandonada esta colonia por algún tiempo, recobraron los caballos el estado salvaje, y ¡sólo cuarenta y tres años después, en 1580, se les encuentra ya en las costas del estrecho de Magallanes! Me ha contado Mr. Lowe que una tribu vecina de indios que hasta ahora no ha usado el caballo, comienza a conocer este animal y a apreciarlo; la tribu que habita los alrededores de la bahía de Gregory le da sus caballos más viejos, todos los inviernos, y unos cuantos hombres de los más peritos en su manejo, para ayudarles en sus cacerías. ...
En la línea 1731
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Es imposible no sentirse sorprendido cuando se ve el miedo que producen los terremotos a los indígenas y a los extranjeros que llevan mucho tiempo en el país, aunque muchos tengan gran sangre fría ...
En la línea 2180
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... endo especies nuevas cien plantas con flores, de las 185, o de las 175 si no se cuentan las plantas importadas, es, en mi concepto, más de lo que se necesita para que el archipiélago de las Galápagos constituya una región botánica distinta, aun cuando esté lejos de ser esta flora tan notable como la de Santa Elena, o, si se ha de creer al doctor Hooker, como la de Juan Fernández. singularidad de la flora que estudiamos se manifiesta especialmente en algunas familias; hay allí, en efecto, 21 especies de compuestas, de las cuales 20 son exclusivas del archipiélago; esas 20 especies pertenecen a doce géneros y 10 de éstos no se encuentran más que en las Galápagos. manifiesta el doctor Hooker que esta flora tiene en realidad carácter americano, y que no puede probar en ella ninguna afinidad con la del Pacífico. exceptuamos, pues, diez y ocho conchas marinas, una de agua dulce y una terrestre, que parece haber venido aquí como colono de las islas centrales del Pacífico; descontando también la especie diferente de gorriones, pertenecientes al mismo océano, vemos que este archipiélago, aunque situado en el Pacífico, zoológicamente forma parte de América Si este carácter procediese sólo de inmigración americana, nada habría de particular en el hecho; pero hemos visto que la inmensa mayoría de los animales terrestres y más de la mitad de las plantas son producciones indígenas. hay cosa tan sorprendente como verse rodeado de pájaros nuevos, nuevos reptiles, conchas nuevas y nuevos insectos, lo mismo que de plantas también nuevas, y sentirse, sin embargo, transportado, por decirlo así, a las templadas llanuras de la Patagonia o á los muy cálidos desiertos del Norte de Chile por innumerables pequeños detalles de conformación y hasta por la voz y el plumaje de los pájaros. Cómo es que, en estos pequeños islotes, que todavía hace poco, geológicamente hablando, debían estar cubiertos por las aguas del océano, formados de lavas basálticas, y que difieren, por lo tanto, del carácter geológico del continente americano, además de hallarse situadas bajo un clima particular, cómo es, repito, que en estos islotes, siendo tan diferentes los habitantes, por el número y por la especie de los del continente, y reaccionando, por consiguiente, el uno sobre el otro de tan distinto modo, han sido creados con el tipo americano? Es probable que las islas de Cabo Verde se parezcan por todas sus condiciones físicas a las Galápagos mucho más de lo que estás se parecen físicamente a la costa de América, y sin embargo, los habitantes indígenas de los dos grupos son muy desemejantes: los de las de Cabo Verde tienen el sello de África, como los de las Galápagos llevan el de América. ...
En la línea 2830
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... s ramas petrosas de estas especies, cuando se las saca del agua están duras al tacto, en lugar de ser untuosas, y emiten un olor fuerte y desagradable. facultad de urticar varía en los distintos ejemplares; cuando se frota la piel de la cara o de los brazos con un pedazo de este coral suele sentirse -una sensación particular de quemadura que se produce con intervalo de un segundo y no dura más que unos cuantos minutos ...
En la línea 6354
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¡Oiga usted, mal clérigo! —exclamó Quintanar, que estaba de muy buen humor y empezaba a sentirse rejuvenecido —; yo bien sé lo que me digo, y ni tú ni ningún calaverilla ochentón como tú me da a mí lecciones de moralidad. ...
En la línea 6385
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La inocencia de Edelmira era tan poco espantadiza que Paco hubiera podido propasarse a pisarle un pie sin que ella protestase a no sentirse lastimada. ...
En la línea 7971
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No se había hablado palabra de amor, es claro; ni don Álvaro se había permitido galantería alguna directa y sobrado significativa; mas no por eso dejaban de estar los dos convencidos de que por señas invisibles, por efluvios, por adivinación o como fuera, uno a otro se lo estaban diciendo todo; ella conocía que a don Álvaro le estaba quemando vivo la pasión allá abajo; que al sentirse admirado, tal vez amado en aquel momento, el agradecimiento tierno y dulce del amante y el amor irritado con el agradecimiento y con el señuelo de la ocasión le derretían; y Mesía comprendía y sentía lo que estaba pasando por Ana, aquel abandono, aquella flojedad del ánimo. ...
En la línea 9335
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cerraba los ojos, y dejaba de sentirse por fuera y por dentro; a veces se le escapaba la conciencia de su unidad, empezaba a verse repartida en mil, y el horror dominándola producía una reacción de energía suficiente a volverla a su yo, como a un puerto seguro; al recobrar esta conciencia de sí, se sentía padeciendo mucho, pero casi gozaba con tal dolor, que al fin era la vida, prueba de que ella era quien era. ...
En la línea 1397
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tales suposiciones eran absurdas, César, de gustos retinados en sus amores, no podía sentirse atraído por esta amazona, admirable a causa de su brutalidad, pero poco atractiva como mujer; y en cuanto al padre, vivía más dominado que nunca por Julia Farnesio. ...
En la línea 1489
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En realidad, estos revoltosos temblaban ante la idea de luchar de un modo decisivo contra su antiguo señor. Además, repugnábales ir muy lejos en su disciplina, al no sentirse sinceramente unidos entre ellos. ...
En la línea 1531
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Es un hombre—siguió diciendo el escultor—que va a caza de amistades, y debe de sentirse feliz cuando se acuesta habiendo sido presentado durante el día a un duque o un príncipe. En fin: un arrivista. Según cuentan, habla frecuentemente de su honor y su prestigio, para obligar a esa señora argentina a que se case con él. ¡Como si el muy tunante fuese una doncellita que ve en peligro su reputación!… Tal vez hace valer que su tío es ministro plenipotenciario cerca de la Santa Sede, y él no puede vivir en la irregular y pecadora situación de amancebado. ...
En la línea 1689
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Otra vez se puso en contacto con la vida de cuatro siglos antes. César Borgia, que había atravesado su Imaginación en el momento de sentirse herido, volvía a buscarle con su fiel y terrible don Micalet. ...
En la línea 509
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así son los hombres de nuestras familias distinguidas, únicos varones que resultan temibles porque conservan integra su inteligencia. Dos generaciones educadas con arreglo a nuestro sistema han bastado para que los hombres no guarden el menor recuerdo de lo que fue su dominación en otros tiempos y se resignen a su estado actual, encontrando dulces placeres dentro de la vida doméstica y una felicidad pasiva en sentirse dirigidos por la mujer… . ...
En la línea 593
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie, que después de su primera extrañeza empezaba a sentirse algo ofendido por el hecho de que este animalejo humano se atreviese a parecerse a el, dijo con brusquedad: ...
En la línea 1285
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¿Quién puede tener interés en matarme? -repuso Gillespie tristemente-. Los que deseaban vengarse de mi deben sentirse ya más que satisfechos por el castigo que me han impuesto. Equivale a una muerte lenta. ...
En la línea 841
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Los dos aludidos, mostrando al sonreír sus dientes blancos como la leche y sus labios más rojos que cerezas entre el negro que los rodeaba, contestaron que sí con sus cabezas de salvaje. Empezaban a sentirse avergonzados y no sabían por dónde tirar. En el mismo instante salió una mujeraza de la puerta más próxima, y agarrando a una de las niñas embadurnadas, le levantó las enaguas y empezó a darle tal solfa en salva la parte, que los castañetazos se oían desde el primer patio. No tardó en aparecer otra madre furiosa, que más que mujer parecía una loba, y la emprendió con otro de los mandingas a bofetada sucia, sin miedo a mancharse ella también. «Canallas, cafres, ¡cómo se han puesto!». Y al punto fueron saliendo más madres irritadas. ¡La que se armó! Pronto se vieron lágrimas resbalando sobre el betún, llanto que al punto se volvía negro. «Te voy a matar, grandísimo pillo, ladrón… ». Estos son los condenados charoles que usa la señá Nicanora. Pero, ¡re—Dios!, señá Nicanora, ¿para qué deja usté que las criaturas… ?». ...
En la línea 1271
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «¡Qué gusto ser bebé!—murmuró el Delfín—, ¡sentirse en los brazos de la mamá, recibir el calor de su aliento y… !». ...
En la línea 2305
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pero lo que más tormento daba a Maximiliano era la distinta impresión que sacaba todos los jueves de la visita que a su futura hacía. Iba siempre acompañado de Nicolás, y como además no se apartaban de la recogida las dos monjas, no había medio de expresarse con confianza. El primer jueves encontró a Fortunata muy contenta; el segundo, estaba pálida y algo triste. Como apenas se sonreía, faltábale aquel rasgo hechicero de la contracción de los labios, que enloquecía a su amante. La conversación fue sobre asuntos de la casa, que Fortunata elogió mucho, encomiando los progresos que hacía en la lectura y escritura, y jactándose del cariño que le habían tomado las señoras. Como en uno de los sucesivos jueves dijera algo acerca de lo que le había gustado la fiesta de Pentecostés, la principal del año en la comunidad, y después recayera la conversación sobre temas de iglesia y de culto, expresándose la neófita con bastante calor, Maximiliano volvió a sentirse atormentado por la idea aquella de que su querida se iba a volver mística y a enamorarse perdidamente de un rival tan temible como Jesucristo. Se le ocurrían cosas tan extravagantes como aprovechar los pocos momentos de distracción de las madres para secretearse con su amada y decirle que no creyera en aquello de la Pentecostés, figuración alegórica nada más, porque no hubo ni podía haber tales lenguas de fuego ni Cristo que lo fundó; añadiendo, si podía, que la vida contemplativa es la más estéril que se puede imaginar, aun como preparación para la inmortalidad, porque las luchas del mundo y los deberes sociales bien cumplidos son lo que más purifica y ennoblece las almas. Ocioso es añadir que se guardó para sí estas doctrinas escandalosas porque era difícil expresarlas delante de las madres. ...
En la línea 2375
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En efecto, Mauricia empezó a sentirse alegre, y con la alegría vínole una viva disposición del ánimo para la obediencia y el trabajo, y tantas ganas le entraron de todo lo bueno, que hasta tuvo deseos de rezar, de confesarse y de hacer devociones exageradas como las que hacía Sor Marcela, que, al decir de las recogidas, llevaba cilicio. ...
En la línea 130
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al cabo de media hora se le ocurrió de pronto que el príncipe llevaba mucho tiempo ausente, y al instante comenzó a sentirse solo. Pronto se dio a escuchar anheloso y cesó de entretenerse con las preciosas cosas que lo rodeaban. Se incomodó, luego se sintió desazonado e inquieto. Si apareciera alguien y lo sorprendiera con las ropas del príncipe, sin que éste se hallara presenté para dar explicaciones, ¿no lo ahorcarían primero, para averiguar después lo ocurrido? Había oído decir que los grandes eran muy estrictos con las cosas pequeñas. Sus temores fueron creciendo más y más; al fin abrió temblando la puerta de la antecámara, resuelto a huir en busca del príncipe, y, con él, de protección y libertad. Seis magníficos caballeros de servicio y dos jóvenes pajes de elevada condición, vestidos como mariposas, se pusieron en pie al punto y le hicieran grandes reverencias. El niño retrocedió velozmente y cerró la puerta diciéndose: ...
En la línea 615
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al día siguiente llegaron los embajadores extranjeros con sus magníficos séquitos, y Tom los recibió sentado en su trono con debida ceremonia. El esplendor de la escena deleitó su vista y encendió su imaginación, mas como la audiencia fue larga y tediosa, lo mismo que la mayoría de los discursos, lo que empezó como un placer, poco tardó en convertirse en aburrimiento y nostalgia. Tom decía de cuando en cuando las palabras que Hertford ponía en sus labios, y procuraba salir airoso; pero era demasiado novato en tales asuntos y estaba harto desazonado para conseguir algo más que un mediano éxito. Aparentaba un porte bastante regio, pero su mente no alcanzaba a sentirse rey. Y fue grande su alegría cuando la ceremonia terminó. ...
En la línea 824
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –¡Dígnate escucharnos, oh señor, para que los hijos de nuestros hijos puedan hablar de tu regia condescendencia, y sentirse felices y orgullosos para, siempre! ...
En la línea 1155
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Invadió a Hendon una confusión culpable, que le hizo sentirse aliviado al abrirse la puerta para dar paso a Hugo, ahorrándole así la necesidad de replicar. ...
En la línea 2216
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Fue evidente para mí que ese mar, cercado por todas partes por la tierra firme de la que huía, no agradaba al capitán Nemo. Sus aguas y sus brisas debían traerle muchos recuerdos y tal vez pesadumbres. En el Mediterráneo no tenía esa libertad de marcha y esa independencia de maniobras que le dejaban los océanos, y su Nautilus debía sentirse incómodo entre las costas demasiado cercanas de África y de Europa. ...
En la línea 1621
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... No es eso – dijo, - pero ella le acusó, en presencia de su prometido, de sentirse defraudado en sus esperanzas de obtener dinero en su propio beneficio. De modo que si él fuese ahora a visitarla, esta acusación parecería cierta, tanto a los ojos de ella como a los de él mismo. ...
En la línea 2031
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Habían dado las ocho de la noche antes de que me rodease el aire impregnado, y no desagradablemente, del olor del serrín y de las virutas de los constructores navales y de las motonerías de la orilla del río. Toda aquella parte contigua al río me era por completo desconocida. Bajé por la orilla de la corriente y observé que el lugar que buscaba no se hallaba donde yo creía y que no era fácil de encontrar. Poco importa el detallar las veces que me extravié entre las naves que se reparaban y los viejos cascos a punto de ser desguazados, ni tampoco el cieno y los restos de toda clase que pisé, depositados en la orilla por la marea, ni cuántos astilleros vi, o cuántas áncoras, ya desechadas, mordían ciegamente la tierra, o los montones de maderas viejas y de trozos de cascos, cuerdas y motones que se ofrecieron a mi vista. Después de acercarme varias veces a mi destino y de pasar de largo otras, llegué inesperadamente a Mill Pond Bank. Era un lugar muy fresco y ventilado, en donde el viento procedente del río tenía espacio para revolverse a su sabor; había allí dos o tres árboles, el esqueleto de un molino de viento y una serie de armazones de madera que en la distancia parecían otros tantos rastrillos viejos que hubiesen perdido la mayor parte de sus dientes. Buscando, entre las pocas que se ofrecían a mi vista, una casa que tuviese la fachada de madera y tres pisos con ventanas salientes (y no miradores, que es otra cosa distinta), miré la placa de la puerta, y en ella leí el nombre de la señora Whimple. Como éste era el que buscaba, llamé, y apareció una mujer de aspecto agradable y próspero. Pronto fue sustituida por Herbert, quien silenciosamente me llevó a la sala y cerró la puerta. Me resultaba muy raro ver aquel rostro amigo y tan familiar, que parecía hallarse en su casa, en un barrio y una vivienda completamente desconocidos para mí, y me sorprendí mirándole de la misma manera como miraba el armarito de un rincón, lleno de piezas de cristal y de porcelana; los caracoles y las conchas de la chimenea; los grabados iluminados que se veían en las paredes, representando la muerte del capitán Cook, una lancha y Su Majestad el rey Jorge III, en la terraza de Windsor, con su peluca, propia de un cochero de lujo, pantalones cortos de piel y botas altas. -Todo va bien, Haendel - dijo Herbert. - Él está completamente satisfecho, aunque muy deseoso de verte. Mi prometida se halla con su padre, y, si esperas a que baje, te la presentaré y luego iremos arriba. Ése… es su padre. Habían llegado a mis oídos unos alarmantes ruidos, procedentes del piso superior, y tal vez Herbert vio el asombro que eso me causara. - Temo que ese hombre sea un bandido - dijo Herbert sonriendo, - pero nunca le he visto. ¿No hueles a ron? Está bebiendo continuamente. - ¿Ron? 179 - Sí - contestó Herbert, - y ya puedes suponer lo que eso le alivia la gota. Tiene el mayor empeño en guardar en su habitación todas las provisiones, y luego las entrega a los demás, según se necesitan. Las guarda en unos estantes que tiene en la cabecera de la cama y las pesa cuidadosamente. Su habitación debe de parecer una tienda de ultramarinos. Mientras hablaba así, aumentó el rumor de los rugidos, que parecieron ya un aullido ronco, hasta que se debilitó y murió. - Naturalmente, las consecuencias están a la vista - dijo Herbert. - Tiene el queso de Gloucester a su disposición y lo come en abundantes cantidades. Eso le hace aumentar los dolores de gota de la mano y de otras partes de su cuerpo. Tal vez en aquel momento el enfermo se hizo daño, porque profirió otro furioso rugido. - Para la señora Whimple, el tener un huésped como el señor Provis es, verdaderamente, un favor del cielo, porque pocas personas resistirían este ruido. Es un lugar curioso, Haendel, ¿no es verdad? Así era, realmente; pero resultaba más notable el orden y la limpieza que reinaban por todas partes. - La señora Whimple - replicó Herbert cuando le hice notar eso - es una ama de casa excelente, y en verdad no sé lo que haría Clara sin su ayuda maternal. Clara no tiene madre, Haendel, ni ningún otro pariente en la tierra que el viejo Gruñón. - Seguramente no es éste su nombre, Herbert. - No - contestó mi amigo, - es el que yo le doy. Se llama Barley. Es una bendición para el hijo de mis padres el amar a una muchacha que no tiene parientes y que, por lo tanto, no puede molestar a nadie hablándole de su familia. Herbert me había informado en otras ocasiones, y ahora me lo recordó, que conoció a Clara cuando ésta completaba su educación en una escuela de Hammersmith, y que al ser llamada a su casa para cuidar a su padre, los dos jóvenes confiaron su afecto a la maternal señora Whimple, quien los protegió y reglamentó sus relaciones con extraordinaria bondad y la mayor discreción. Todos estaban convencidos de la imposibilidad de confiar al señor Barley nada de carácter sentimental, pues no se hallaba en condiciones de tomar en consideración otras cosas más psicológicas que la gota, el ron y los víveres almacenados en su estancia. Mientras hablábamos así en voz baja, en tanto que el rugido sostenido del viejo Barley hacía vibrar la viga que cruzaba el techo, se abrió la puerta de la estancia y apareció, llevando un cesto en la mano, una muchacha como de veinte años, muy linda, esbelta y de ojos negros. Herbert le quitó el cesto con la mayor ternura y, ruborizándose, me la presentó. Realmente era una muchacha encantadora, y podría haber pasado por un hada reducida al cautiverio y a quien el terrible ogro Barley hubese dedicado a su servicio. - Mira - dijo Herbert mostrándome el cesto con compasiva y tierna sonrisa, después de hablar un poco. - Aquí está la cena de la pobre Clara, que cada noche le entrega su padre. Hay aquí su porción de pan y un poquito de queso, además de su parte de ron… , que me bebo yo. Éste es el desayuno del señor Barley, que mañana por la mañana habrá que servir guisado. Dos chuletas de carnero, tres patatas, algunos guisantes, un poco de harina, dos onzas de mantequilla, un poco de sal y además toda esa pimienta negra. Hay que guisárselo todo junto, para servirlo caliente. No hay duda de que todo eso es excelente para la gota. Había tanta naturalidad y encanto en Clara mientras miraba aquellas provisiones que Herbert nombraba una tras otra, y parecía tan confiada, amante e inocente al prestarse modestamente a que Herbert la rodeara con su brazo; mostrábase tan cariñosa y tan necesitada de protección, que ni a cambio de todo el dinero que contenía la cartera que aún no había abierto, no me hubiese sentido capaz de deshacer aquellas relaciones entre ambos, en el supuesto de que eso me fuera posible. Contemplaba a la joven con placer y con admiración, cuando, de pronto, el rezongo que resonaba en el piso superior se convirtió en un rugido feroz. Al mismo tiempo resonaron algunos golpes en el techo, como si un gigante que tuviese una pierna de palo golpeara furiosamente el suelo con ella, en su deseo de llegar hasta nosotros. Al oírlo, Clara dijo a Herbert: - Papá me necesita. Y salió de la estancia. - Ya veo que te asusta - dijo Herbert. - ¿Qué te parece que quiere ahora, Haendel? - Lo ignoro – contesté. - ¿Algo que beber? - Precisamente - repuso, satisfecho como si yo acabara de adivinar una cosa extraordinaria. - Tiene el grog ya preparado en un recipiente y encima de la mesa. Espera un momento y oirás como Clara lo incorpora para que beba. ¡Ahora! - Resonó otro rugido, que terminó con mayor violencia. - Ahora - añadió Herbert fijándose en el silencio que siguió - está bebiendo. Y en este momento - añadió al notar que el gruñido resonaba de nuevo en la viga - ya se ha tendido otra vez. 180 Clara regresó en breve, y Herbert me acompañó hacia arriba a ver a nuestro protegido. Cuando pasábamos por delante de la puerta del señor Barley, oímos que murmuraba algo con voz ronca, cuyo tono disminuía y aumentaba como el viento. Y sin cesar decía lo que voy a copiar, aunque he de advertir que he sustituido con bendiciones otras palabras que eran precisamente todo lo contrario. - ¡Hola! ¡Benditos sean mis ojos, aquí está el viejo Bill Barley! ¡Aquí está el viejo Bill Barley, benditos sean mis ojos! ¡Aquí está el viejo Bill Barley, tendido en la cama y sin poder moverse, bendito sea Dios! ¡Tendido de espaldas como un lenguado muerto! ¡Así está el viejo Bill Barley, bendito sea Dios! ¡Hola! Según me comunicó Herbert, el viejo se consolaba así día y noche. También, a veces, de día, se distraía mirando al río por medio de un anteojo convenientemente colocado para usarlo desde la cama. Encontré cómodamente instalado a Provis en sus dos habitaciones de la parte alta de la casa, frescas y ventiladas, y desde las cuales no se oía tanto el escándalo producido por el señor Barley. No parecía estar alarmado en lo más mínimo, pero me llamó la atención que, en apariencia, estuviese más suave, aunque me habría sido imposible explicar el porqué ni cómo lo pude notar. Gracias a las reflexiones que pude hacer durante aquel día de descanso, decidí no decirle una sola palabra de Compeyson, pues temía que, llevado por su animosidad hacia aquel hombre, pudiera sentirse inclinado a buscarle y buscar así su propia perdición. Por eso, en cuanto los tres estuvimos sentados ante el fuego, le pregunté si tenía confianza en los consejos y en los informes de Wemmick. - ¡Ya lo creo, muchacho! - contestó con acento de convicción. - Jaggers lo sabe muy bien. - Pues en tal caso, le diré que he hablado con Wemmick – dije, - y he venido para transmitirle a usted los informes y consejos que me ha dado. Lo hice con la mayor exactitud, aunque con la reserva mencionada; le dije lo que Wemmick había oído en la prisión de Newgate (aunque ignoraba si por boca de algunos presos o de los oficiales de la cárcel), que se sospechaba de él y que se vigilaron mis habitaciones. Le transmití el encargo de Wemmick de no dejarse ver por algún tiempo, y también le di cuenta de su recomendación de que yo viviese alejado de él. Asimismo, le referí lo que me dijera mi amigo acerca de su marcha al extranjero. Añadí que, naturalmente, cuando llegase la ocasión favorable, yo le acompañaría, o le seguiría de cerca, según nos aconsejara Wemmick. No aludí ni remotamente al hecho de lo que podría ocurrir luego; por otra parte, yo no lo sabía aún, y no me habría gustado hablar de ello, dada la peligrosa situación en que se hallaba por mi culpa. En cuanto a cambiar mi modo de vivir, aumentando mis gastos, le hice comprender que tal cosa, en las desagradables circunstancias en que nos hallábamos, no solamente sería ridícula, sino tal vez peligrosa. No pudo negarme eso, y en realidad se portó de un modo muy razonable. Su regreso era una aventura, según dijo, y siempre supo a lo que se exponía. Nada haría para comprometerse, y añadió que temía muy poco por su seguridad, gracias al buen auxilio que le prestábamos. Herbert, que se había quedado mirando al fuego y sumido en sus reflexiones, dijo entonces algo que se le había ocurrido en vista de los consejos de Wemmick y que tal vez fuese conveniente llevar a cabo. - Tanto Haendel como yo somos buenos remeros, y los dos podríamos llevarle por el río en cuanto llegue la ocasión favorable. Entonces no alquilaremos ningún bote y tampoco tomaremos remeros; eso nos evitará posibles recelos y sospechas, y creo que debemos evitarlas en cuanto podamos. Nada importa que la estación no sea favorable. Creo que sería prudente que tú compraras un bote y lo tuvieras amarrado en el desembarcadero del Temple. De vez en cuando daríamos algunos paseos por el río, y una vez la gente se haya acostumbrado a vernos, ya nadie hará caso de nosotros. Podemos dar veinte o cincuenta paseos, y así nada de particular habrá en el paseo vigesimoprimero o quincuagesimoprimero, aunque entonces nos acompañe otra persona. Me gustó el plan, y, en cuanto a Provis, se entusiasmó. Convinimos en ponerlo en práctica y en que Provis no daría muestras de reconocernos cuantas veces nos viese, pero que, en cambio, correría la cortina de la ventana que daba al Este siempre que nos hubiese visto y no hubiera ninguna novedad. Terminada ya nuestra conferencia y convenido todo, me levanté para marcharme, haciendo a Herbert la observación de que era preferible que no regresáramos juntos a casa, sino que yo le precediera media hora. - No le dejo aquí con gusto - dije a Provis, - aunque no dudo de que está más seguro en esta casa que cerca de la mía. ¡Adios! - Querido Pip - dijo estrechándome las manos. - No sé cuándo nos veremos de nuevo y no me gusta decir «¡Adiós!» Digamos, pues, «¡Buenas noches!» - ¡Buenas noches! Herbert nos servirá de lazo de union, y, cuando llegue la ocasión oportuna, tenga usted la seguridad de que estaré dispuesto. ¡Buenas noches! ¡Buenas noches! Creímos mejor que no se moviera de sus habitaciones, y le dejamos en el rellano que había ante la puerta, sosteniendo una luz para alumbrarnos mientras bajábamos la escalera. Mirando hacia atrás, pensé en la 181 primera noche, cuando llegó a mi casa; en aquella ocasión, nuestras posiciones respectivas eran inversas, y entonces poco pude sospechar que llegaría la ocasión en que mi corazón estaría lleno de ansiedad y de preocupaciones al separarme de él, como me ocurría en aquel momento. El viejo Barley estaba gruñendo y blasfemando cuando pasamos ante su puerta. En apariencia, no había cesado de hacerlo ni se disponía a guardar silencio. Cuando llegamos al pie de la escalera, pregunté a Herbert si había conservado el nombre de Provis o lo cambió por otro. Me replicó que lo había hecho así y que el inquilino se llamaba ahora señor Campbell. Añadió que todo cuanto se sabía acerca de él en la casa era que dicho señor Campbell le había sido recomendado y que él, Herbert, tenía el mayor interés en que estuviera bien alojado y cómodo para llevar una vida retirada. Por eso en cuanto llegamos a la sala en donde estaban sentadas trabajando la señora Whimple y Clara, nada dije de mi interés por el señor Campbell, sino que me callé acerca del particular. Cuando me hube despedido de la hermosa y amable muchacha de ojos negros, así como de la maternal señora que había amparado con honesta simpatía un amor juvenil y verdadero, aquella casa y aquel lugar me parecieron muy diferentes. Por viejo que fuese el enfurecido Barley y aunque blasfemase como una cuadrilla de bandidos, había en aquella casa suficiente bondad, juventud, amor y esperanza para compensarlo. Y luego, pensando en Estella y en nuestra despedida, me encaminé tristemente a mi casa. En el Temple, todo seguía tan tranquilo como de costumbre. Las ventanas de las habitaciones de aquel lado, últimamente ocupadas por Provis, estaban oscuras y silenciosas, y en Garden Court no había ningún holgazán. Pasé más allá de la fuente dos o tres veces, antes de descender los escalones que había en el camino de mis habitaciones, pero vi que estaba completamente solo. Herbert, que fue a verme a mi cama al llegar, pues ya me había acostado en seguida, fatigado como estaba mental y corporalmente, había hecho la misma observación. Después abrió una ventana, miró al exterior a la luz de la luna y me dijo que la calle estaba tan solemnemente desierta como la nave de cualquier catedral a la misma hora. Al día siguiente me ocupé en adquirir el bote. Pronto quedó comprado, y lo llevaron junto a los escalones del desembarcadero del Temple, quedando en un lugar adonde yo podía llegar en uno o dos minutos desde mi casa. Luego me embarqué como para practicarme en el remo; a veces iba solo y otras en compañía de Herbert. Con frecuencia salíamos a pasear por el río con lluvia, con frío y con cellisca, pero nadie se fijaba ya en mí después de haberme visto algunas veces. Primero solíamos pasear por la parte alta del Puente de Blackfriars; pero a medida que cambiaban las horas de la marea, empecé a dirigirme hacia el Puente de Londres, que en aquella época era tenido por «el viejo Puente de Londres». y, en ciertos estados de la marea, había allí una corriente que le daba muy mala reputación. Pero pronto empecé a saber cómo había que pasar aquel puente, después de haberlo visto hacer, y así, en breve, pude navegar por entre los barcos anclados en el Pool y más abajo, hacia Erith. La primera vez que pasamos por delante de la casa de Provis me acompañaba Herbert. Ambos íbamos remando, y tanto a la ida como a la vuelta vimos que se bajaban las cortinas de las ventanas que daban al Este. Herbert iba allá, por lo menos, tres veces por semana, y nunca me comunicó cosa alguna alarmante. Sin embargo, estaba persuadido de que aún existía la causa para sentir inquietud, y yo no podía desechar la sensación de que me vigilaban. Una sensación semejante se convierte para uno en una idea fija y molesta, y habría sido difícil precisar de cuántas personas sospechaba que me vigilaban. En una palabra, que estaba lleno de temores con respecto al atrevido que vivía oculto. Algunas veces, Herbert me había dicho que le resultaba agradable asomarse a una de nuestras ventanas cuando se retiraba la marea, pensando que se dirigía hacia el lugar en que vivía Clara, llevando consigo infinidad de cosas. Pero no pensaba que también se dirigía hacia el lugar en que vivía Magwitch y que cada una de las manchas negras que hubiese en su superficie podía ser uno de sus perseguidores, que silenciosa, rápida y seguramente iba a apoderarse de él. ...
En la línea 796
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ¿qué importaban en aquel momento a Raskolnikof las reclamaciones de su patrona? ¿Valía la pena que se inquietara por semejante asunto, y ni siquiera que le prestara la menor atención? Estaba allí leyendo, escuchando, respondiendo, incluso preguntando, pero todo lo hacía maquinalmente. Todo su ser estaba lleno de la felicidad de sentirse a salvo, de haberse librado del temor que hacía unos instantes lo sobrecogía. Por el momento, había expulsado de su mente el análisis de su situación, todas las preocupaciones y previsiones temerosas. Fue un momento de alegría absoluta, animal. ...
En la línea 1281
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Oh! Hace ya bastante tiempo que ha vuelto en sí: esta mañana ‑dijo Rasumikhine, cuya familiaridad respiraba tanta franqueza y simpatía, que Piotr Petrovitch empezó a sentirse menos cohibido. Además, hay que tener presente que el impertinente y desharrapado joven se había presentado como estudiante. ...
En la línea 2083
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Efectivamente, Pulqueria Alejandrovna parecía sentirse más y más atemorizada a medida que se prolongaba el silencio. ...
En la línea 2215
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mientras hablaba con ella, Raskolnikof la observaba atentamente. Era menuda y delgada, muy delgada, y pálida, de facciones irregulares y un poco angulosas, nariz pequeña y afilada y mentón puntiagudo. No podía decirse que fuera bonita, pero, en compensación, sus azules ojos eran tan límpidos y, al animarse, le daban tal expresión de candor y de bondad, que uno no podía menos de sentirse cautivado. Otro detalle característico de su rostro y de toda ella era que representaba menos edad aún de la que tenía. Parecía una niña, a pesar de sus dieciocho años, infantilidad que se reflejaba, de un modo casi cómico, en algunos de sus gestos. ...
En la línea 803
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Regalada frescura subía del agua. Era la nota característica del paisaje, dulce melancolía, blando adormecimiento, el reposo de la madre Naturaleza cuando, fatigada de la continua gestación del estío, se prepara al sopor invernal. Lucía había dejado de ser niña; los objetos exteriores le hablaban ya elocuentemente, y comenzaba a escucharlos; el parque la sumía en vaga contemplación. Su alma parecía desasirse del cuerpo, como se desase del tronco la hoja, y vagar como ella sin objeto ni dirección, entregada a la delicia del anonadamiento, al dulzor de no sentirse existir. ¡Y cuán grata debía de ser la muerte, si parecida a la de las hojas; la muerte por desprendimiento, sin violencia, representando el paso a más bellas comarcas, el cumplimiento de algún anhelo inexplicable, oculto, allá, en el fondo de su ser! Cuando tales ideas en tropel se le venían a la mente, un pajarillo descendía de un árbol, y oíase el batir de sus alas en el aire. Andaba algún tiempo a brincos por las calles de arena rebotando en las hojas secas; al acercársele Lucía daba de pronto un voleteo yendo a posarse en la cima más alta de las acacias rumorosas. ...

El Español es una gran familia
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z

la Ortografía es divertida
Palabras parecidas a sentirse
La palabra onzas
La palabra delantal
La palabra bonitas
La palabra cortijero
La palabra tonto
La palabra gasto
La palabra cualquiera
Webs amigas:
VPO en Cantabria . Ciclos Fp de Administración y Finanzas en Álava . Agar-agar . - Hotel en Calafetea Canada Palace