Cual es errónea Quedaron o Quedarron?
La palabra correcta es Quedaron. Sin Embargo Quedarron se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra quedarron es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra quedaron
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Sinonimos de Quedaron.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Quedaron
Cómo se escribe quedaron o quedarron?

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece quedaron
La palabra quedaron puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 449
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cayó don Salvador en la acequia; sus piernas quedaron en el ribazo, agitadas por un pataleo fúnebre de res degollada. ...
En la línea 651
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Luego de estas explicaciones quedaron los dos en silencio, agarrados a la reja, sin que sus manos osaran encontrarse, mirándose de cerca a la luz difusa de las estrellas, que daba a sus ojos un brillo extraordinario. Era el momento de mutua contemplación y silenciosa timidez de todos los amantes que se ven después de una larga ausencia. ...
En la línea 666
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y los dos quedaron en silencio, Rafael sonriendo del rubor de su novia, mientras ésta le amenazaba con una de sus manecitas por su atrevimiento. ...
En la línea 986
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los que quedaron en la gañanía comenzaron a buscar por los rincones una guitarra. ¡Buena se presentaba la noche! Al salir el amo, había dicho al aperador que enviase a aquella gente todo el vino que pidiera. ¡Oh, qué don Luis!... ...
En la línea 8372
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Porthos y Aramis se quedaron para hacer frente a las chirigotas del dragón y del suizo. ...
En la línea 9852
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... No se quedaron en el gabinete más que el duque herido, La Porte y Patrick. ...
En la línea 2416
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Se tomó declaración a varios testigos, y en el proceso, instruído con toda formalidad, quedaron, a mi entender, bastante bien probados los hechos. ...
En la línea 2677
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los nuestros, a pesar de su magnífica estampa, se quedaron atrás muy pronto, y a cada momento teníamos que ponerlos al trote para seguir al singular cuadrúpedo, que muy a menudo engallaba la cabeza, encogía los labios y nos enseñaba sus amarillos dientes, como si se riera de nosotros, y acaso se reía. ...
En la línea 4399
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Antonio y yo, rendidos de cansancio, nos acostamos en unas malas camas dispuestas en un aposento ruinoso, en el que penetraba la lluvia por una porción de grietas; los guías se quedaron comiendo pan y bebiendo vino hasta la mañana. ...
En la línea 4503
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¿Qué cree usted que hicieron aquellos demonios de frailes? Se quitaron las capas, haciéndoles en una punta sendos nudos con una gruesa piedra dentro, y se machacaron con tal furia, que ambos quedaron muertos. ...
En la línea 639
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados, y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan estraña mudanza. ...
En la línea 775
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. ...
En la línea 936
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y, como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto que, a doquiera que ponían la mano, no dejaban cosa sana. ...
En la línea 1002
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... A estas voces volvió Sancho los ojos, como de través, y dijo con otras mayores: -¿Por dicha hásele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero, o quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? Guárdese su licor con todos los diablos y déjeme a mí. ...
En la línea 195
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Por otra parte, las cercanías del río de la Plata parecen singularmente sujetas a los fenómenos eléctricos. En 1793 estalló sobre Buenos Aires una de las tempestades quizá más terribles de que guarda recuerdo la Historia12; cayeron rayos en 37 puntos de la ciudad y quedaron muertas 19 personas. Con arreglo a los hechos que he podido entresacar de muchas narraciones de viajes, me inclino a creer que las tempestades son muy comunes junto a la desembocadura de los grandes ríos. ¿Consistirá en que la mezcla de inmensas cantidades de agua dulce y de agua salada perturbe el equilibrio eléctrico? Durante nuestras visitas accidentales en esta parte de la América del Sur, también oímos decir que habían caído rayos sobre un buque, dos iglesias y una casa. ...
En la línea 574
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En este continente meridional todo se verifica en gran escala. Desde el río de la Plata hasta la Tierra del Fuego, una distancia de 1.200 millas (1.930 kilómetros) se han levantado las tierras en masa (y en Patagonia a una altura de 300 a 400 pies) durante el período de las conchas marinas actuales. Las conchas antiguas que quedaron en la superficie de la llanura levantada conservan todavía en parte sus colores, aun estando expuesta a la acción de la atmósfera. Ocho largos períodos de reposo al menos, han interrumpido este movimiento de elevación; durante estos períodos ha arrastrado el mar las tierras profundamente y formando a niveles sucesivos largas líneas de cantiles o escarpaduras, que separan las diferentes planicies que se elevan unas tras otras como las gradas de una escalera gigantesca. El movimiento de elevación y la irrupción del mar durante los períodos de reposo se han verificado con mucha igualdad en inmensas extensiones de costa; me ha sorprendido mucho observar, en efecto, que las planicies se encontraban a alturas casi iguales, en puntos muy distantes entre sí. La llanura más baja se encuentra a 90 pies sobre el nivel del mar, y la más alta, a corta distancia de la costa, a 950 pies sobre dicho nivel. De esta última planicie no quedan más que algunos restos bajo la forma de colinas de vértices planos, cubiertos de cantos rodados. La llanura más alta, en las orillas del Santa Cruz alcanza una elevación de 3.000 pies sobre el nivel del mar al pie de la cordillera. He dicho que en el período de las conchas marinas actuales se había elevado la Patagonia de 300 a 400 pies; y puedo añadir que desde la época en que las montañas de hielo transportaban piedras, ha llegado la elevación hasta 1.500 pies. Por lo demás, estos movimientos de elevación no han afectado sólo a la Patagonia. ...
En la línea 1395
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... netenares de familias quedaron completamente arruinadas y había muy pocas que pudiesen proporcionarse alimentos para el día. ...
En la línea 2347
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... es seguro que media docena de hombres hubiesen bastado para rechazar a mil en el sitio en que tuvimos que valernos de un tronco como escalera; 2.0 que, después de la conversión de los habitantes al cristianismo, quedaron en las montañas hombres salvajes, cuyas guaridas eran desconocidas para los más civilizados. ...
En la línea 550
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Del lado de la verja quedaron los lugareños. ...
En la línea 1311
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Las solteronas, sin contestar ni transigir en lo del matrimonio, se quedaron en el palacio para que no se derrumbara. ...
En la línea 9245
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando quedaron solos marido y mujer, después de conseguir, no sin trabajo, que Visita renunciara a sacrificarse quedándose a velar a su amiga, Ana volvió a solicitar los brazos del esposo y le dijo con voz en que temblaba el llanto: —No te acuestes todavía, estoy muy asustadiza, te necesito, estáte aquí, por Dios, Quintanar. ...
En la línea 14378
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando Quintanar y el Arcipreste se quedaron roncos, que fue pronto, se dejó el piano y se cumplieron los deseos de Orgaz. ...
En la línea 688
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al morir Sixto IV, en agosto de 1484 el vecindario romano se entregaba a mayores excesos que al finalizar los Papados anteriores. Odiaba ahora a los genoveses escandalosamente protegidos por el Papa difunto. La muchedumbre asaltó el palacio de su sobrino Jerónimo Riario, saqueándolo de tal modo que sólo quedaron las paredes. Hasta los árboles de su jardín desaparecieron. Todo lo que en Roma pertenecía a genoveses fue robado o destruido: numerosos almacenes de cereales, dos barcos cargados que estaban en el Tíber, muchas tiendas de comestibles. ...
En la línea 904
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El cardenal Juliano de la Rovere fue cínicamente a reconciliarse con Alejandro VI, sentándose a su mesa él y Virginio Orsini, por ordenarlo así el monarca de Nápoles. Virginio entregó treinta y cinco mil ducados a cambio del señorío feudal de las tierras de la iglesia, ocupadas por él. Todos quedaron amigos, y Juan de Borja se embarcó en una galera española con séquito de príncipes y gran cantidad de alhajas, para ir a Valencia y casarse allá con la prima de Fernando el Católico. ...
En la línea 1020
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Aunque consiguió ponerse en salvo, tuvo que dejar en manos del enemigo todos los bagajes de su ejército, así como el botín robado en Nápoles. Hasta los objetos personales del monarca quedaron abandonados en el campo de batalla, especialmente una colección de pinturas representando a todas las beldades conocidas por Carlos VIII en Italia. ...
En la línea 1340
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todos los peligros que se cernían sobre Alejandro VI quedaron repentinamente desvanecidos cuando Luis XII le hizo saber, por un mensajero, que el 13 de mayo de 1499 se había celebrado y consumado el matrimonio de su hijo con Carlota de Albret. ...
En la línea 332
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Más de treinta cargadores sostenían el revolver extraído de un bolsillo de Gillespie. Se notó cierta emoción en la tribuna del gobierno. Los señores del Consejo Ejecutivo no pudieron contener su sorpresa en el primer instante. Luego consiguieron dominar sus nervios y quedaron impasibles, en una forzada indiferencia. ...
En la línea 459
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En una palabra, gentleman: acabó el ejército y la flota de los hombres en todas las naciones de nuestra raza. Murieron muchísimos al intentar la resistencia, y los supervivientes quedaron aterrados después de una derrota tan inesperada y completa. ...
En la línea 560
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Manteniéndose sobre estos lomos, curvos, resbaladizos y cubiertos de tela en la que hundían sus pies, fueron desenvolviendo dos rollos de cable. Partieron de abajo unos silbidos de aviso, y poco a poco izaron, a fuerza de bíceps, una enorme lona cuadrada, que servia de toldo en el patio del palacio del gobierno cuando se celebraban fiestas oficiales durante el verano. Esta tela, gruesa y pesada como la vela mayor de uno de los antiguos navíos de línea, la subieron lentamente, hasta que sus dos puntas quedaron sobre los hombros del gigante, uniéndolas por detrás con varias espadas que hacían oficio de alfileres. De este modo las ropas del Hombre-Montaña quedaban a cubierto de toda mancha durante la laboriosa operación. Los barberos eran mujeres y pasaban de una docena. El más antiguo de ellos, de pie en uno de los hombros y rodeado de sus camaradas, daba órdenes como un arquitecto que, montado en un andamio, examina y dispone la reparación de una catedral. ...
En la línea 571
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tales incidentes obligaron a los jinetes de la policía a dar una carga, haciendo retroceder a la muchedumbre. Volvió a abrirse un ancho espacio en torno al coloso, y solo quedaron en este lugar descubierto los vehículos de las gentes distinguidas. ...
En la línea 958
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Cuando come carne… Sí señora. Dice el médico que tiene el cerebro como pasmado, porque durante mucho tiempo estuvo escribiendo cosas de mujeres malas, sin comer nada más que las condenadas judías… La miseria, señora, esta vida de perros. ¡Y si supiera usted qué buen hombre es!… Cuando está tranquilo no hace cosa mala ni dice una mentira… Incapaz de matar una pulga. Se estará dos años sin probar el pan, con tal que sus hijos lo coman. Ya ve la señora si soy desgraciada. Dos años hace que José empezó con estas incumbencias. ¡Se pasaba las noches en vela, sacando de su cabeza unas fábulas… !, todo tocante a damas infieles, guapetonas, que se iban de picos pardos con unos duques muy adúlteros… y los maridos trinando… ¡Qué cosas inventaba! Y por la mañana las ponía en limpio en papel de marquilla con una letra que daba gusto verla. Luego le dio el tifus, y se puso tan malo que estuvo suministrado y creíamos que se iba. Sanó y le quedaron estas calenturas de la sesera, este dengue que le da siempre que toma sustancia. Tiene temporadas, señora; a veces el ataque es muy ligero, y otras se pone tan encalabrinado que sólo de pasar por delante del Matadero le baila el párpado y empieza a decir disparates. Bien dicen, señora, que la carne es uno de los enemigos del alma… Cuidado con lo que saca… ¡Que yo me adultero, y que se la pego con un duque!… Miren que yo con esta facha… ...
En la línea 1429
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta les hubiera echado, abriendo todas las ventanas y sacudiéndoles con una servilleta, como se hace con las moscas. Cuando su marido y ella se quedaron solos, parecíale la casa un paraíso; pero sus ansiedades eran tan grandes que no podía saborear el dulce aislamiento. ¡Solos en la alcoba! Al fin… ...
En la línea 1709
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Maximiliano discurrió que para realizar su deseo, necesitaba comprar otra hucha de barro exactamente igual a aquella y llenarla de cuartos para que sonara y pesara… Se estuvo riendo a solas un rato, pensando en el chasco que le iba a dar a su tía… ¡él, que no había cometido nunca una travesura… !, lo único que había hecho, años atrás, era robarle a su tía botones para coleccionarlos. ¡Instintos de coleccionista, que son variantes de la avaricia! Alguna vez llegó hasta cortarle los botones de los vestidos; pero con un solfeo que le dieron no le quedaron ganas de repetirlo. Fuera de esto, nada; siempre había sido la misma mansedumbre, y tan económico que su tía le amaba más quizá por la virtud del ahorro que por las otras. ...
En la línea 2039
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La copa aquella estaba en la sala de doña Lupe; mas no se encendía nunca. Maximiliano sabía su procedencia, así como la de un bargueño y un armario soberbio que en la alcoba estaban. La mesa en que el estudiante escribía entró en la casa de la misma manera, y la vajilla buena que se usaba en ciertos días fue adquirida por la quinta parte de su valor, en pago de un pico que adeudaba una amiga íntima. Doña Silvia había hecho el negocio, que doña Lupe no se atreviera a tanto. Un centro de plata, dos bandejas del mismo metal y una tetera que la señora mostraba con orgullo, habían ido a la casa empeñadas también por una amiga íntima y allí se quedaron por insolvencia. Maximiliano se había enterado de muchos pormenores concernientes a los manejos de su tía. Las alhajas, vestidos de señora, encajes y mantones de Manila que pasaban a ser suyos, tras largo cautiverio, vendíalos por conducto de una corredora llamada Mauricia la Dura. Esta iba a la casa con frecuencia en otros tiempos; pero ya apenas corría, y doña Lupe la echaba muy de menos, porque aunque era muy alborotada y disoluta, cumplía siempre bien. Asimismo había podido observar Maximiliano en su propia casa lo implacable que era su tía con los deudores, y de este conocimiento vino el inspirado juicio que formuló de esta manera: «Si me caso con Fortunata y si la suerte nos trae escaseces, antes pediremos limosna por las calles que pedir a mi tía un préstamo de dos pesetas… Mientras más amigos, más claros». ...
En la línea 151
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Estas palabras parecieron aturdir al monarca, cuyos ojos vagaron de rostro en rostro sin objeto alguno, y se quedaron clavados en el niño que tenía delante. Por fin dijo con tono de profundo desencanto: ...
En la línea 239
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Sentóse después el fatigado cautivo y se dispuso a quitarse las zapatillas, después de pedir tímidamente permiso con la mirada; mas otro oficioso criada, también ataviado de seda y terciopelo, se arrodilló y le ahorró el trabajo. Dos o tres esfuerzos más hizo el niño por servirse a si mismo; mas, como siempre se le anticiparon vivamente, acabó por ceder con un suspiro de resignación y diciendo entre dientes: 'Maravillame que no se empeñen también en respirar por mi' En chinelas y envuelto en suntuosa bata se tendió por fin a reposar, pero no a dormir, porque su cabeza estaba demasiado llena de pensamientos y la estancia demasiado llena de gente. No podía desechar los primeros, así que permanecieron; no sabía tampoco lo bastante para despedir a los segundos, así que también se quedaron, con gran pesar del príncipe y de ellos. ...
En la línea 263
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Nadie sonrió; todos se quedaron absolutamente perplejos y se miraron unos a otros con gran aflicción, pidiéndose consejo. ¡Mirad!, esto era un atolladero, y no había nada en la historia inglesa que dijera cómo salir de él. No se hallaba presente el maestro de ceremonias; no había nadie que se sintiera seguro para aventurarse en aquel inexplorado mar ni para arriesgarse a intentar resolver este solemne problema. ¡Cielos! No había rascador hereditario. Entretanto, las lagrimas habían desbordado su dique y empezaron a rodar por las mejillas de Tom. La comezón en su nariz pedía alivio con más urgencia que nunca. Finalmente, la natuealeza derribó las barreras de la etiqueta: Tom elevó en su interior una plegaria de perdón por si obraba mal, y trajo consuelo a los afligidos corazones de sus cortesanos rascándose la nariz por sí mismo. ...
En la línea 564
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Por fin su pobre mente embrollada hizo que cabeceara, e inclinó la cabeza sobre un hombro. Y los negocios del reino quedaron suspendidos por falta de un augusto factor, el poder de ratificación. Sobrevino el silencio en torno del dormido niño y los sabios del reino cesaron en sus deliberaciones. ...
En la línea 805
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Ned Land y Conseil aparecieron en la puerta del salón. Mis dos bravos compañeros se quedaron petrificados a la vista de las maravillas acumuladas ante sus ojos. ...
En la línea 1154
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -El comandante La Pérousse partió el 7 de diciembre de 1785 con sus navíos Boussole y Astrolabe. Fondeó primero en Botany Bay, visitó luego el archipiélago de la Amistad, la Nueva Caledonia, se dirigió hacia Santa Cruz y arribó a Namuka, una de las islas del archipiélago Hapai. Llegó más tarde a los arrecifes desconocidos de Vanikoro. El Boussole, que iba delante, tocó en la costa meridional. El Astrolabe, que acudió en su ayuda, encalló también. El primero quedó destruido casi inmediatamente. El segundo, encallado a sotavento, resistió algunos días. Los indígenas dieron una buena acogida a los náufragos. Éstos se instalaron en la isla y construyeron un barco más pequeño con los restos de los dos grandes. Algunos marineros se quedaron voluntariamente en Vanikoro. Los otros, debilitados y enfermos, partieron con La Pérousse hacia las islas Salomón, para perecer allí en la costa occidental de la isla principal del archipiélago, entre los cabos Decepción y Satisfacción. ...
En la línea 253
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Dicho esto llamó a los soldados, que penetraron en la cocina uno tras otro y dejaron las armas en un rincón. Luego se quedaron en pie como deben hacer los soldados, aunque tan pronto unían las manos o se apoyaban sobre una pierna, o se reclinaban sobre la pared con los hombros, o bien se aflojaban el cinturón, se metían la mano en el bolsillo o abrían la puerta para escupir fuera. ...
En la línea 264
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe se había quitado la chaqueta, el chaleco y la corbata; se puso el delantal de cuero y pasó a la fragua. Uno de los soldados abrió los postigos de madera, otro encendió el fuego, otro accionó el fuelle y los demás se quedaron en torno del hogar, que rugió muy pronto. Entonces Joe empezó a trabajar, en tanto que los demás le observábamos. ...
En la línea 620
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los dos se quedaron mirándose, y yo les miré también, vigilando, al mismo tiempo que plegaba con la mano derecha la pernera del pantalón del mismo lado. ...
En la línea 1634
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Según tengo entendido, se hundieron en la mayor vergüenza y degradación y quedaron arruinados. ...
En la línea 2791
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Piotr Petrovitch entró en la habitación y saludó a las damas con la mayor amabilidad, pero con una gravedad exagerada. Parecía, además, un tanto desconcertado. Pulqueria Alejandrovna, que también daba muestras de cierta turbación, se apresuró a hacerlos sentar a todos a la mesa redonda donde hervía el samovar. Dunia y Lujine quedaron el uno frente al otro, y Rasumikhine y Raskolnikof se sentaron de cara a Pulqueria Alejandrovna, aquél al lado de Lujine, y Raskolnikof junto a su hermana. ...
En la línea 3177
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El juez de instrucción estaba solo en aquel momento. En el despacho, de medianas dimensiones, había una gran mesa de escritorio, un armario y varias sillas. Todo este mobiliario era de madera amarilla y lo pagaba el Estado. En la pared del fondo había una puerta cerrada. Por lo tanto, debía de haber otras dependencias tras aquella pared. Cuando entró Raskolnikof, Porfirio cerró tras él la puerta inmediatamente y los dos quedaron solos. El juez recibió a su visitante con gesto alegre y amable; pero, poco después, Raskolnikof advirtió que daba muestras de cierta violencia. Era como si le hubieran sorprendido ocupado en alguna operación secreta. ...
En la línea 3807
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Un sentimiento ya olvidado se apoderó del alma de Raskolnikof. No se pudo contener. Dos lágrimas brotaron de sus ojos y quedaron pendientes de sus pestañas. ...
En la línea 579
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El general iba atontado, como si hubiese recibido un garrotazo en la cabeza. Des Grieux meditaba. La señorita Blanche quiso primeramente quedarse, pero luego juzgó oportuno seguir a los demás. A su zaga venía también el principillo; sólo el alemán y la señora viuda de Cominges se quedaron en la habitación del general. ...
En la línea 1304
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Desde que el general apareció en nuestra casa, Blanche empezó a ponerse a su favor. Recurrió incluso a la elocuencia; me recordó que le había engañado por mi causa, que era casi su novia, y que habiendo dado su palabra, él había abandonado a su familia, que yo había estado a su servicio y debí tener esto en cuenta. ¿Cómo no me daba vergüenza? Acabé tomando a risa sus frases, y las cosas quedaron así. Al principio se figuraba ella que yo era un imbécil, pero luego, al final, reconoció que tenía buen carácter. Tuve la suerte de ganarme la simpatía de aquella excelente muchacha. Aunque tarde, reconocía sus méritos. ...
En la línea 579
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... No tenía a quién recurrir. Apenas sabía leer, pero no sabía escribir; en su niñez sólo había aprendido a firmar con su nombre. ¿A quién dirigirse? Había cometido una falta, pero el fondo de su naturaleza era todo pudor y virtud. Comprendió que se hallaba al borde de caer en el abatimiento y resbalar hasta el abismo. Necesitaba valor; lo tuvo, y se irguió de nuevo. Decidió volver a M., su pueblo natal. Acaso allí la conocería alguien y le daría trabajo. Pero debía ocultar su falta. Entonces entrevió confusamente la necesidad de una separación más dolorosa aún que la primera. Se le rompió el corazón, pero se resolvió. Vendió todo lo que tenía, pagó sus pequeñas deudas, y le quedaron unos ochenta francos. A los veintidós años, y en una hermosa mañana de primavera, dejó París llevando a su hija en brazos. Aquella mujer no tenía en el mundo más que a esa niña, y esa niña no tenía en el mundo más que a aquella mujer. ...
En la línea 1138
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Todos quedaron helados con esa voz, tan lastimoso era su acento. Las miradas se volvieron hacia el sitio de donde saliera. En el lugar destinado a los espectadores privilegiados había un hombre que acababa de levantarse y, atravesando la puertecilla que lo separaba del tribunal, se había parado en medio de la sala. El presidente, el fiscal, veinte personas lo reconocieron y exclamaron a la vez: ...
En la línea 1145
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Los tres quedaron mudos e indicaron con un movimiento de cabeza que no lo conocían. ...
En la línea 172
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... De una tienda vecina salieron tres hombres que se quedaron mirando la escena entre guiños y sonrisas. ...
En la línea 189
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Nuevamente descargó Hal el látigo sobre los perros, que tiraron de las riendas, clavaron las patas en la nieve y pusieron en el empeño todas sus fuerzas. El trineo resistió como si fuera un ancla. Después de dos intentos, los perros quedaron inmóviles, jadeando. El látigo silbaba sin piedad cuando Mercedes intervino de nuevo. Cayó de rodillas ante Buck, con lágrimas en los ojos, y le abrazó el cuello. ...
En la línea 212
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Llegó un día en que el afable Billie cayó y no pudo levantarse. Hal, como ya no tenía el revólver, cogió un hacha y allí mismo le asestó un golpe en la cabeza, tras lo cual liberó al cadáver del arnés y lo arrastró a un lado del camino. Buck lo vio todo, lo mismo que sus compañeros, y todos se dieron cuenta de que aquello lo tenían muy cerca. Al día siguiente cayó Koona, y se quedaron en cinco: Joe, demasiado exhausto para tener amargura; Pike, tullido y cojeando, sólo consciente a medias y no lo bastante como para escaquearse; Sol-leks, el tuerto, que todavía se esforzaba lealmente por cumplir su parte y se lamentaba por tener tan pocas fuerzas para tirar del trineo; Teek, que no había viajado tanto como los otros ese invierno y que ahora recibía más golpes que los demás por ser el más nuevo; y Buck, siempre a la cabeza del tiro, pero sin imponer disciplina ni quebrantarla, ciego de debilidad la mitad del tiempo, distinguiendo el camino por los reflejos y por el impreciso tacto de sus patas. ...
En la línea 272
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El Eldorado arrojó a sus parroquianos a la calle para presenciar la prueba. Las mesas quedaron desiertas, y los traficantes y los cazadores se acer caron a ver el resultado de la apuesta y a hacer las suyas. Varios centenares de hombres, con abrigo y guantes de piel, rodearon el trineo a prudente distancia. El trineo de Matthewson, cargado con quinientos kilos de harina, llevaba un par de horas detenido, y bajo el intenso frío (más de quince grados bajo cero), los patines congelados se habían incrustado en la nieve compacta. Hubo apuestas de dos contra uno a que Buck no lograría moverlo. Se inició una discusión acerca del término «arrancar». OTrien sostuvo que Thornton tenía derecho a liberar los patines para que Buck «arrancara» el trineo. Matthewson insistió en que «arrancar» incluía liberar los patines de las heladas garras de la nieve. La mayoría de los que habían sido testigos de la apuesta inicial se pusieron a favor de Matthewson, con lo cual las apuestas subieron en contra de Buck a razón de tres a uno. ...
En la línea 606
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Él no respondió palabra, y doblando violentamente dos o tres ramas de mimbre, hízolas estallar. Cayeron inertes los tronchados troncos; pero unidos aún por la corteza, quedaron colgando como rotos miembros de inválido. ...
En la línea 785
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A la vuelta solían las amigas hallar el puente más animado que a la ida. Era el momento en que tornaba de sus expediciones campestres la gente de Vichy y los bañistas, y abundaban los jinetes, llevando sus monturas al paso, luciendo los pantalones de punto y las abrochadas polainas, sobre las cuales relucía la nota brillante del estribo y del espolín. Algún sociable, semejante a ligera canoa, corría arrastrado por su gallardo tronco de jacas bien iguales, bien lustrosas de pelo y lucias de cascos, y ufano de su elegante tripulación; entreveíanse un instante anchas pamelas de paja muy florecidas de filas y amapolas, trajes claros, encajes y cintas, sombrillas de percal de gayos colorines, rostros alegres, con la alegría del buen tono, que está siempre a diapasón más bajo que la de la gente llana. Esta gozaban los expedicionarios de a pie, en su mayor parte familias felices, que ostentaban satisfechas la librea de la áurea mediocridad, y aun de la sencilla pobreza: el padre, obeso, cano, rubicundo, redingote gris o marrón, al hombro larguísima caña de pescar; la hija, vestido de lana obscura, sombrerillo de negra paja con una sola flor, en la izquierda el cestito de los anzuelos y demás enseres piscatorios, y llevando de la diestra al hermanito, a quien pantalones y chaqueta quedaron ya muy cortos, y que luce la caña de las botinas, y levanta orgulloso el cubo donde flotan los simples peces víctimas del mortífero pasatiempo de su padre. ...
En la línea 757
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Fácil es comprender lo confundidos que quedaron amo y criado. Se habían olvidado del incidente de Bombay, y éste era precisamente lo que los traía ante el magistrado de Calcuta. ...
En la línea 1369
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las ocho, un camarero entró en el vagón y anunció a los pasajeros que había llegado la hora de acostarse. Ese vagón era un coche dormitorio, que en algunos minutos queda transformado en dormitorio. Los respaldos de los bancos se doblaron; unos colchoncitos, curiosamente empaquetados, se desarrollaron por un sistema ingenioso; quedaron improvisados, en pocos instantes, unos camarotes y cada viajero pudo tener a su disposición una cama confortable, defendida por recias cortinas contra toda indiscreta mirada. Las sábanas eran blancas, las almohadas blandas, y no había más que acostarse y dormir, lo que cada cual hizo como si se hubiese encontrado en el cómodo camarote de un vapor, mientras que el tren corría a todo vapor el estado de Califomia. ...

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Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
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