Cual es errónea Pensaba o Penzaba?
La palabra correcta es Pensaba. Sin Embargo Penzaba se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino penzaba es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra pensaba
Errores Ortográficos típicos con la palabra Pensaba
Cómo se escribe pensaba o penzaba?
Cómo se escribe pensaba o pensava?
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece pensaba
La palabra pensaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 619
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Podía esto consentirse? ¿Qué pensaba hacer el temible marido de Pepeta? Y Pimentó se rascaba la frente oyéndolos, con cierta confusión. ...
En la línea 832
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ya no pensaba en la existencia de la Guardia Civil, y acogía con gusto la posibilidad de un encuentro con Pimentó, que no debía de andar lejos de la taberna. ...
En la línea 929
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En su terror, jamás pensaba, como sus compañeras, en muertos, ni en brujas y fantasmas. ...
En la línea 1502
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se acercó a un caballo fuerte y de pelo brillante, que no pensaba comprar, adivinando su alto precio. ...
En la línea 189
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y mientras iba hacia el escritorio donde le aguardaban para las cuentas, pensaba en el vehemente Dupont, en su fervor religioso, que parecía endurecerle las entrañas. ...
En la línea 265
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero el señor Fermín se aburría en su retiro, sin poder hablar más que con los viñadores, que le trataban con cierta reserva, o con su hija, que prometía ser una buena moza, y sólo pensaba en el arreglo y admiración de su persona. La muchacha se dormía por las noches apenas deletreaba él a la luz del candil alguno de los folletos de la buena época, los renglones cortos de Barcia, que le entusiasmaban como una resurrección de su juventud. De tarde en tarde se presentaba don Pablo el joven, que dirigía la gran casa Dupont, dejando que sus hermanos menores se divirtiesen en la sucursal de Londres, o doña Elvira con sus sobrinas, cuyos noviazgos llevaban revuelta a toda la juventud de Jerez. ...
En la línea 473
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se hizo un largo silencio. El aperador y los dos viejos parecían cohibidos en presencia de aquel hombre, del que tanto habían oído hablar. Además, les intimidaba con un respeto casi religioso aquella sonrisa que, según pensaba _Zarandilla_, «parecía venir de otro mundo», y la firmeza de sus negativas, que no daba lugar a nuevas insistencias. ...
En la línea 567
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Mientras comía su mendrugo y el pedazo de queso, pensaba, con la incertidumbre de siempre, si se estaría apropiando un alimento que podía faltar a otros, y esto hizo que se fijase en el único que en toda la gañanía no se preocupaba de la cena. ...
En la línea 226
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... No, no era un parásito en el sentido de que explotase sus relaciones con reflexión y cálculo; no pensaba en eso: era un idealista, un artista a su modo; comía donde le cogía la hora de comer, pero sin fijarse, como la cosa más natural del mundo, cual si el tener un sitio suyo en todos los comedores de la ciudad fuese una ley social que no podía menos de cumplirse. ...
En la línea 1281
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El sí, él lo pensaba, y seriamente incluso, estrujándose el cerebro p ara encontrar dirección a aquella fuerza única multiplicada por cua tro, con la que no dudaba que, como con la palanca que buscaba Ar químedes, se podía levantar el mundo, cuando llamaron suavemente a la puerta. ...
En la línea 1470
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Y el mercero, D' Artagnan -prosiguió Athos-, ¿os ha dicho que la reina pensaba que se había hecho venir a Buckingham con un falso aviso?-Eso teme ella. ...
En la línea 1752
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿En qué pensaba D'Artagnan, que se apartaba así de su ruta, mi rando las e strellas del cielo, tan pronto suspirando como sonriendo?Pensaba en la señora Bonacieux. ...
En la línea 1777
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Y el señor Bonacieux, a quien D'Artagnan había empujado a las manos de los esbirros renegándole en alta voz y a quien había prometi do en voz baja salvarle? Debemos confesar a nuestros lectores que D'Ar tagnan no pensaba en él ni por un momento, o que, si pensaba, era para decirse que estaba bien donde estaba, fuera en la parte que fuera. ...
En la línea 634
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Dejé caer una buena porción de ellos en los paseos preferidos por la gente de Evora, porque era dudoso que los aceptaran si yo se los ofrecía en propia mano, mientras que si los veían tirados por el suelo, pensaba yo que la curiosidad acaso los indujera a cogerlos y leerlos. ...
En la línea 878
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Unos quince días después de mi regreso de Evora y terminados los indispensables preparativos, emprendí el viaje a Badajoz, donde pensaba tomar la diligencia para Madrid. ...
En la línea 881
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Además de eso, iba a hacer el viaje muy solo, sin otra compañía que la del arriero, porque no pensaba retener a mi criado más que hasta Aldea Gallega, para donde salí a las cuatro de la tarde. ...
En la línea 1278
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me marché con él, y fué mi _ro_, y vivimos por los desiertos y _hokkawared_ y _choried_, y dije _bají_; yo pensaba: «Esto me gusta; seguramente estoy entre los del _Errate_, en un país mejor que el mío.» Muchas veces les pregunté si eran del _Errate_, y se reían, diciéndome que muy bien podía ser porque no eran _corahai_; pero nunca me dieron más clara cuenta de sí. ...
En la línea 127
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. ...
En la línea 127
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. ...
En la línea 131
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras. ...
En la línea 142
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y, como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta, se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. ...
En la línea 1007
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... blando Renous de mí, preguntó a su interlocutor qué pensaba del rey de Inglaterra que enviaba a Chile a un hombre cuya única ocupación era buscar lagartos y escarabajos, y partir piedras. viejo reflexionó profundamente unos momentos y después dijo: «Eso me parece muy turbio ...
En la línea 1835
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... ene de Guasco; acostumbrado a viajar por la cordillera, pensaba poder volver con facilidad a Copiapó; pero no tardó en perderse en un laberinto de montañas, de donde no acertaba a salir ...
En la línea 2381
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Todavía hace pö cos días pensaba yo en ese límite imaginario, como en un punto definido en nuestro viaje hacia la patria; hoy tengo que confesarme que todos esos lugares que la imaginación nos representa son otros tantos fantasmas, que el hombre no consigue nunca alcanzar ...
En la línea 241
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Así son las perspectivas de la esperanza, pensaba el Magistral; cuanto más nos acercamos al término de nuestra ambición, más distante parece el objeto deseado, porque no está en lo porvenir, sino en lo pasado; lo que vemos delante es un espejo que refleja el cuadro soñador que se queda atrás, en el lejano día del sueño. ...
En la línea 242
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No renunciaba a subir, a llegar cuanto más arriba pudiese, pero cada día pensaba menos en estas vaguedades de la ambición a largo plazo, propias de la juventud. ...
En la línea 244
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sin confesárselo, sentía a veces desmayos de la voluntad y de la fe en sí mismo que le daban escalofríos; pensaba en tales momentos que acaso él no sería jamás nada de aquello a que había aspirado, que tal vez el límite de su carrera sería el estado actual o un mal obispado en la vejez, todo un sarcasmo. ...
En la línea 252
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Esto pensaba, en tanto que el beneficiado don Custodio le aborrecía principalmente porque era Magistral desde los treinta. ...
En la línea 57
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿En qué emplear tanta vida? — Yo no puedo ser, pensaba, un ángel sin alas; las virtudes que yo podría tener necesitaban espacio; otros horizontes, otro ambiente: no sé portarme como los demás sacerdotes, mis compañeros. ...
En la línea 80
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Allá lejos —pensaba — no hubiera habido esto; mi cuerpo y mi alma hubieran sido una armonía. ...
En la línea 161
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De tarde en tarde, por casualidad siempre, pensaba él, los ojos de la niña enferma, asomada a su balcón de la rinconada, se encontraban con la mirada furtiva, de relámpago, del joven místico, mirada en que había la misma expresión tierna, amorosa de los ojos del niño que algún día todos acariciaban en la calle, en el templo. ...
En la línea 170
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era, en lo profano (¡qué palabra! —pensaba Juan) — como el amor a la Virgen de las Espadas, a la Dolorosa. ...
En la línea 263
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Nadie pensaba en la posibilidad de un Papa extranjero. El gran Cisma había sido motivado por la oposición de Roma a todo Pontífice que no fuese de Italia. Hasta en el Concilio de Constanza, gran asamblea internacional de la Iglesia, había sido elegido un italiano, Martín V, para terminar el conflicto definitivamente. ...
En la línea 274
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Luego celebraba la misa ayudado por los dos candidatos que días antes figuraban en el conclave como papas probables, cuando nadie pensaba en él. El cardenal Orsini cantó la epístola, y el cardenal Colonna, el Evangelio . ...
En la línea 310
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El sultán Mohamed, con las tropas invencibles que habían tomado a Constantinopla y una artillería monstruosa, sitiaba a Belgrado, puerta de Hungría. Tomada esta ciudad, el Gran Turco pensaba Invadir fácilmente todo el centro de Europa. ...
En la línea 344
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Calixto III, que únicamente pensaba en su guerra contra los turcos, se confió a la pericia de este cardenal de veintiséis años, encargándole todos los asuntos de Roma y los Estados pontificios. Según los historiadores de la época, tenía hermosa figura y una naturaleza ardientemente sensual, que sojuzgaba al otro sexo con fuerza irresistible. Un contemporáneo, Gaspar de Verona, lo describía así: «Es bello, de semblante sereno y gracioso, de una elocuencia dulce y llena de ornato. Con sólo mirar a las mujeres nobles, enciende en ellas el amor con maravilloso modo, y las atrae a sí más fuertemente que el imán atrae el hierro.» ...
En la línea 794
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A pesar de las grandes muestras de escándalo que provocaba en Flimnap la audacia de los dos amantes, se notó en su voz cierta admiración. Unos días antes su protesta hubiese sido sincera, pero después de conocer a Edwin pensaba de distinto modo, mostrando veneración por todos los que sacrificaban la seguridad y las comodidades de su existencia en pro de un amor. ...
En la línea 964
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Como el poeta nacional pensaba siempre en sus asuntos, hasta cuando fingía favorecer a un amigo, tosió repetidas veces para imponer silencio, y dijo así: ...
En la línea 1002
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Jamás había experimentado tantas emociones en un espacio tan corto de tiempo. Un miedo anonadador le dominaba desde horas antes, y este miedo obedecía a sentimientos generosos, pues pensaba mas en la suerte del Gentleman-Montaña que en la suya propia. La terrible noticia de todo lo ocurrido en la casa del Padre de los Maestros acababa de sorprenderle en el momento más grato de su existencia. ...
En la línea 1113
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Mañana! -pensaba-. ¿Qué pasara mañana? ...
En la línea 55
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... También pensaba Barbarita, oyendo a su novio, que la procesión iba por dentro y que el pobre chico, a pesar de ser tan grandullón, no tenía alma para sacarla fuera. «¿Me querrá?» se preguntaba la novia. Pronto hubo de sospechar que si Baldomerito no le hablaba de amor explícitamente, era por pura cortedad y por no saber cómo arrancarse; pero que estaba enamorado hasta las gachas, reduciéndose a declararlo con delicadezas, complacencias y puntualidades muy expresivas. Sin duda el amor más sublime es el más discreto, y las bocas más elocuentes aquellas en que no puede entrar ni una mosca. Mas no se tranquilizaba la joven razonando así, y el sobresalto y la incertidumbre no la dejaban vivir. «¡Si también le estaré yo queriendo sin saberlo!» pensaba. ¡Oh!, no; interrogándose y respondiéndose con toda lealtad, resultaba que no le quería absolutamente nada. Verdad que tampoco le aborrecía, y algo íbamos ganando. ...
En la línea 55
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... También pensaba Barbarita, oyendo a su novio, que la procesión iba por dentro y que el pobre chico, a pesar de ser tan grandullón, no tenía alma para sacarla fuera. «¿Me querrá?» se preguntaba la novia. Pronto hubo de sospechar que si Baldomerito no le hablaba de amor explícitamente, era por pura cortedad y por no saber cómo arrancarse; pero que estaba enamorado hasta las gachas, reduciéndose a declararlo con delicadezas, complacencias y puntualidades muy expresivas. Sin duda el amor más sublime es el más discreto, y las bocas más elocuentes aquellas en que no puede entrar ni una mosca. Mas no se tranquilizaba la joven razonando así, y el sobresalto y la incertidumbre no la dejaban vivir. «¡Si también le estaré yo queriendo sin saberlo!» pensaba. ¡Oh!, no; interrogándose y respondiéndose con toda lealtad, resultaba que no le quería absolutamente nada. Verdad que tampoco le aborrecía, y algo íbamos ganando. ...
En la línea 63
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Criáronle con regalo y exquisitos cuidados, pero sin mimo. D. Baldomero no tenía carácter para poner un freno a su estrepitoso cariño paternal, ni para meterse en severidades de educación y formar al chico como le formaron a él. Si su mujer lo permitiera, habría llevado Santa Cruz su indulgencia hasta consentir que el niño hiciera en todo su real gana. ¿En qué consistía que habiendo sido él educado tan rígidamente por D. Baldomero I, era todo blanduras con su hijo? ¡Efectos de la evolución educativa, paralela de la evolución política! Santa Cruz tenía muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le imponía, y las privaciones que le había hecho sufrir. Todas las noches del año le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumplió los veinticinco nunca fue a paseo solo, sino en corporación con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el día de Pascua, y le hacían un trajecito nuevo cada año, el cual no se ponía más que los domingos. Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local. En lo tocante a juegos, no conoció nunca más que el mus, y sus bolsillos no supieron lo que era un cuarto hasta mucho después del tiempo en que empezó a afeitarse. Todo fue rigor, trabajo, sordidez. Pero lo más particular era que creyendo D. Baldomero que tal sistema había sido eficacísimo para formarle a él, lo tenía por deplorable tratándose de su hijo. Esto no era una falta de lógica, sino la consagración práctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. ¿Qué sería del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo sentía ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos. Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer… El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por sí mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante. La naturaleza se cura sola; no hay más que dejarla. Las fuerzas reparatrices lo hacen todo, ayudadas del aire. El hombre se educa sólo en virtud de las suscepciones constantes que determina en su espíritu la conciencia, ayudada del ambiente social. D. Baldomero no lo decía así; pero sus vagas ideas sobre el asunto se condensaban en una expresión de moda y muy socorrida: «el mundo marcha». ...
En la línea 81
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... He dicho que eran nueve. Falta consignar que de estas nueve cifras, siete correspondían al sexo femenino. ¡Vaya una plaga que le había caído al bueno de Gumersindo! ¿Qué hacer con siete chiquillas? Para guardarlas cuando fueran mujeres, se necesitaba un cuerpo de ejército. ¿Y cómo casarlas bien a todas? ¿De dónde iban a salir siete maridos buenos? Gumersindo, siempre que de esto se le hablaba, echábalo a broma, confiando en la buena mano que tenía su mujer para todo. «Verán—decía—, cómo saca ella de debajo de las piedras siete yernos de primera». Pero la fecunda esposa no las tenía todas consigo. Siempre que pensaba en el porvenir de sus hijas se ponía triste; y sentía como remordimientos de haber dado a su marido una familia que era un problema económico. Cuando hablaba de esto con su cuñada Barbarita, lamentábase de parir hembras como de una responsabilidad. Durante su campaña prolífica, desde el 38 al 60, acontecía que a los cuatro o cinco meses de haber dado a luz, ya estaba otra vez en cinta. Barbarita no se tomaba el trabajo de preguntárselo, y lo daba por hecho. «Ahora—le decía—, vas a tener un muchacho». Y la otra, enojada, echando pestes contra su fecundidad, respondía: «Varón o hembra, estos regalos debieran ser para ti. A ti debiera Dios darte un canario de alcoba todos los años». ...
En la línea 718
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Palidecieron súbitamente las mejillas de los supersticiosos circunstantes, a quienes invadió un deseo general, aunque escondido, de largarse más que de prisa. Se le escapó todo esto a Tom, que no pensaba en otra cosa sino en el exigido cataclismo. Al ver la expresión de perplejidad en el rostro de la mujer, añadió: excitado: ...
En la línea 826
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... A los ojo del pequeño monarca asomaron lágrimas de vergüenza y de indignación. Y en el fondo de su corazón pensaba: ...
En la línea 220
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Pero este pensamiento se le fue diluyendo, derritiéndosele, y al poco rato no era sino una polca. Es que un piano de manubrio se había parado al pie de la ventana de su cuarto y estaba sonando. Y el alma de Augusto repercutía notas, no pensaba. ...
En la línea 1467
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... La inteligencia de S. Paparrigópulos era clara, sobre todo clara, de una transparencia maravillosa, sin nebulosidades ni embolismos de ninguna especie. Pensaba en castellano neto, sin asomo alguno de hórridas brumas setentrionales ni dejos de decadentismos de bulevar parisiense, en limpio castellano, y así era como pensaba sólido y hondo, porque lo hacía con el alma del pueblo que lo sustentaba y a que debía su espíritu. Las nieblas hiperbóreas le parecían bien entre los bebedores de cerveza encabezada, pero no en esta clarísima España de esplendente cielo y de sano Valdepeñas enyesado. Su filosofía era la del malogrado Becerro de Bengoa, que después de llamar tío raro a Schopenhauer aseguraba que no se le habrían ocurrido a este las cosas que se le ocurrieron, ni habría sido pesimista, de haber bebido Valdepeñas en vez de cerveza, y que decía también que la neurastenia proviene de meterse uno en lo que no le importa y que se cura con ensalada de burro. ...
En la línea 1571
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y el espejo le miraba de un modo extraño. Rosario pensaba: «Este hombre no me parece como los demás; debe de estar loco.» ...
En la línea 1704
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Augusto pensaba: «¡Rana, rana completa! Y me han pescado entre todos.» ...
En la línea 489
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Después de saludar al lord, que se había puesto de muy mal humor, y de estrechar apasionadamente la mano de Mariana, Sandokán se retiró a su cuarto. Se paseó largo rato. Una inquietud inexplicable se reflejaba en su rostro, y sus manos atormentaban la empuñadura del kriss. Sin duda pensaba en el interrogatorio que le había hecho el oficial. ¿Lo habría reconocido, o era nada más que una sospecha? ¿Tramaba algo contra el pirata? ...
En la línea 196
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La previsible reacción a tanto entusiasmo baldío se produjo inevitablemente. El desánimo se apoderó de todos y abrió una brecha a la incredulidad. Un nuevo sentimiento nos embargó a todos, un sentimiento que se componía de tres décimas de vergüenza y siete décimas de furor. Había que ser estúpidos para dejarse seducir por una quimera, y esta reflexión aumentaba nuestro furor. Las montañas de argumentos acumulados desde hacía un año se derrumbaban lamentablemente. Cada uno pensaba ya únicamente en desquitarse, en las horas del sueño y de las comidas, del tiempo que había sacrificado tan estúpidamente. ...
En la línea 1819
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Íbamos silenciosos. ¿En qué pensaba el capitán Nemo? Tal vez en esa tierra hacia la que se aproximaba y que debía parecerle excesivamente cercana, al contrario que al canadiense, para quien debía estar excesivamente lejana. Conseil iba como un simple curioso. ...
En la línea 2281
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No había vuelto a ver al capitán desde nuestra visita a la isla de Santorin. ¿Me pondría el azar en su presencia antes de nuestra partida? Lo deseaba y lo temía a la vez. Me puse a la escucha de todo ruido procedente de su camarote, contiguo al mío, pero no oí nada. Su camarote debía estar vacío. Se me ocurrió pensar entonces si se hallaría a bordo el extraño personaje. Desde aquella noche en que la canoa había abandonado al Nautilus en una misteriosa expedición, mis ideas sobre él se habían modificado ligeramente. Después de aquello, pensaba que el capitán Nemo, dijera lo que dijese, debía haber conservado con la tierra algunas relaciones. ¿Sería cierto que no abandonaba nunca el Nautilus? Habían pasado semanas enteras sin que yo le viera. ¿Qué hacía durante ese tiempo? Mientras yo le había creído presa de un acceso de misantropía, ¿no habría estado realizando, lejos de allí, alguna acción secreta cuya naturaleza me era totalmente desconocida? ...
En la línea 2613
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El canadiense no se molestó en disimular lo que pensaba, encogiéndose de hombros. ¡Atacar a golpes de espolón a los cetáceos! ¿Dónde, cuándo se había visto tal cosa? ...
En la línea 413
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... A pesar de los pocos años que yo tenía, a partir de aquella noche sentí nuevos motivos de admiración con respecto a Joe. Desde entonces no sólo éramos iguales como antes, sino que, desde aquella noche, cuando estábamos los dos sentados tranquilamente y yo pensaba en él, experimentaba la sensación de que la imagen de mi amigo estaba ya albergada en mi corazón. ...
En la línea 1044
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Pero Joe pensaba entonces en la conveniencia de hacer un regalo, y añadió: ...
En la línea 1116
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Como yo estaba enterado de algo más, supuse que pertenecería a mi penado, es decir, que era el mismo que vi limar en los marjales, mas a pesar de ello no le acusaba de haberlo empleado en herir a mi hermana. Y eso porque sospechaba que otras dos personas lo hubiesen encontrado, utilizándolo para cometer el crimen. Sin duda alguna, el asesino era Orlick o bien aquel hombre extraño que me enseñó la lima. Con referencia al primero, se comprobó que había ido a la ciudad, exactamente como nos dijo cuando le encontramos en la barrera. Por la tarde lo vieron varias personas por las calles y estuvo en compañía de 58 otras en algunas tabernas, hasta que regresó conmigo mismo y con el señor Wopsle. De modo que, a excepción de la pelea, no se le podía hacer ningún cargo. Por lo demás, mi hermana se había peleado con él y con todo el mundo más de diez mil veces. En cuanto a aquel hombre extraño, en caso de que hubiese regresado en busca de sus dos billetes de banco, nadie se los habría disputado, porque mi hermana estaba más que dispuesta a devolvérselos. Por otra parte, no hubo altercado, pues era evidente que el criminal llegó silenciosa y repentinamente y la víctima quedó tendida en el suelo antes de poder volver la cabeza. Era horrible pensar que yo había facilitado el arma, aunque, naturalmente, sin imaginar lo que podía resultar; pero apenas podía apartar de mi cerebro aquel asunto. Sufrí angustias indecibles mientras pensaba en si, por fin, debería referir a Joe aquella historia de mi infancia. Todos los días, y durante varios meses siguientes, decidí no decir nada, pero a la mañana siguiente volvía a reflexionar y a contradecirme a mí mismo. Por último tomé una resolución decisiva en el sentido de guardar silencio, porque tuve en cuenta que el secreto ya era muy antiguo, y como me había acompañado durante tanto tiempo, convirtiéndose ya en una parte de mí mismo, no podía decidirme a separarme de él. Además, tenía el inconveniente de que, habiendo sido tan desagradables los resultados de mi conducta, ello me privaría del afecto de Joe, si creía en la verdad de mis palabras, y, en el caso de que no las creyese, irían a sumarse en la mente de mi amigo con mis invenciones de los perros fabulosos y de las costillas de ternera. Pero sea lo que fuere, contemporicé conmigo mismo y resolví revelar mi secreto en caso de que éste pudiera servir para ayudar al descubrimiento del asesino. ...
En la línea 1139
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — No lloro — contestó levantando los ojos y echándose a reír —. ¿Por qué te has figurado eso? Si me lo figuré debióse a que sorprendí el brillo de una lágrima que caía sobre su labor. Permanecí silencioso, recordando la lamentable vida de aquella pobre muchacha hasta que la tía abuela del señor Wopsle venció con éxito la mala costumbre de vivir, de que tanto desean verse libres algunas personas. Recordé las circunstancias desagradabilísimas que habían rodeado a la pobre muchacha en la miserable tiendecilla y en la ruidosa y pobre escuela nocturna, sin contar con aquel montón de carne vieja y estúpida, a la que tenía que cuidar constantemente. Entonces reflexioné que, aun en aquellos tiempos desfavorables, debieron de existir latentes en Biddy todas las cualidades que ahora estaba desarrollando, porque en mis primeros apuros y en mi primer descontento me volví a ella en demanda de ayuda, como si fuese la cosa más natural. Biddy cosía tranquilamente y ya no derramaba lágrimas, y mientras yo la miraba y pensaba en ella y en sus cosas, se me ocurrió que tal vez no le habría demostrado bastante mi agradecimiento. Posiblemente fui demasiado reservado, y habría debido confiar más en ella, aunque, como es natural, en mis meditaciones no usé las palabras que quedan transcritas. ...
En la línea 492
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, esto no eran sino pequeños detalles en los que no quería pensar. Por otra parte, no tenía tiempo. Sólo pensaba en la esencia del asunto: los puntos secundarios los dejaba para el momento en que se dispusiera a obrar. Pero esto último le parecía completamente imposible. No concebía que pudiera dar por terminadas sus reflexiones, levantarse y dirigirse a aquella casa. Incluso en su reciente «ensayo» (es decir, la visita que había hecho a la vieja para efectuar un reconocimiento definitivo en el lugar de la acción) distó mucho de creer que obraba en serio. Se había dicho: «Vamos a ver. Hagamos un ensayo, en vez de limitarnos a dejar correr la imaginación.» Pero no había podido desempeñar su papel hasta el último momento: habíase indignado contra sí mismo. No obstante, parecía que desde el punto de vista moral se podía dar por resuelto el asunto. Su casuística, cortante como una navaja de afeitar, había segado todas las objeciones. Pero cuando ya no pudo encontrarlas dentro de él, en su espíritu, empezó a buscarlas fuera, con la obstinación propia de su esclavitud mental, deseoso de hallar un garfio que lo retuviera. ...
En la línea 512
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Cuando últimamente pensaba en la situación en que se hallaba en aquel momento, se figuraba que se sentiría aterrado. Pero ahora veía que no era así: no experimentaba miedo alguno. Por su mente desfilaban pensamientos, breves, fugitivos, que no tenían nada que ver con su empresa. Cuando pasó ante los jardines Iusupof, se dijo que en sus plazas se debían construir fuentes monumentales para refrescar la atmósfera, y seguidamente empezó a conjeturar que si el Jardín de Verano se extendiera hasta el Campo de Marte e incluso se uniera al parque Miguel, la ciudad ganaría mucho con ello. Luego se hizo una pregunta sumamente interesante: ¿por qué los habitantes de las grandes poblaciones tienen la tendencia, incluso cuando no los obliga la necesidad, a vivir en los barrios desprovistos de jardines y fuentes, sucios, llenos de inmundicias y, en consecuencia, de malos olores? Entonces recordó sus propios paseos por la plaza del Mercado y volvió momentáneamente a la realidad. ...
En la línea 570
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Su terror iba en aumento, sobre todo después de aquel segundo crimen que no había proyectado, y sólo pensaba en huir. Si en aquel momento hubiese sido capaz de ver las cosas más claramente, de advertir las dificultades, el horror y lo absurdo de su situación; si hubiese sido capaz de prever los obstáculos que tenía que salvar y los crímenes que aún habría podido cometer para salir de aquella casa y volver a la suya, acaso habría renunciado a la lucha y se habría entregado, pero no por cobardía, sino por el horror que le inspiraban sus crímenes. Esta sensación de horror aumentaba por momentos. Por nada del mundo habría vuelto al lado del arca, y ni siquiera a las dos habitaciones interiores. ...
En la línea 631
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En pie ante la puerta, Raskolnikof asía fuertemente el mango del hacha. Era presa de una especie de delirio. Estaba dispuesto a luchar con aquellos hombres si conseguían entrar en el departamento. Al oír sus golpes y sus comentarios, más de una vez había estado a punto de poner término a la situación hablándoles a través de la puerta. A veces le dominaba la tentación de insultarlos, de burlarse de ellos, e incluso deseaba que entrasen en el piso. «¡Que acaben de una vez!» pensaba. ...
En la línea 96
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Confieso que aquella misión me era desagradable. Aunque decidido a jugar, no pensaba empezar por cuenta ajena. ...
En la línea 192
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me había dejado hablar sin interrumpirme, de lo que deduje que era necesario mentir y disimular que había jugado por ella. En todo caso, pensaba yo, me debe la explicación que me ha prometido esta mañana. ...
En la línea 368
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por la mañana llamé al camarero y le indiqué que debía hacer mi cuenta aparte. El precio de mi habitación no era tan caro como para asustarse y obligarme a salir del hotel. Tenía dieciséis federicos, y luego… allí… ¡en el casino, tal vez me esperase la riqueza! Cosa extraña, todavía no había ganado, y ya obraba, sentía y pensaba como si fuese rico y no podía imaginarme a mí mismo de otro modo. ...
En la línea 442
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Sea! ¡Basta! ¡No es necesario que responda! —exclamé, extrañamente emocionado, y, sin saber por qué, pensaba: ¿cómo y cuándo Paulina ha podido elegir a Mr. Astley como confidente? En estos últimos tiempos, pasaba largos días sin ver a Mr. Astley. Paulina ha sido siempre para mí un enigma… y en el momento en que me disponía a contar la historia de mi amor a Mr. Astley, quedé estupefacto al ver que no podía decir nada preciso y positivo acerca de mis relaciones con ella. Por el contrario, todo me parecía fantástico, extraño, inverosímil. ...
En la línea 655
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En medio de esta actividad, de la cual era el eje, este hombre se enriquecía, pero, cosa extraña, parecía que no era ése su fin. Parecía que el señor Magdalena pensaba mucho en los demás y poco en sí mismo. En 1820 se le conocía una suma de seiscientos treinta mil francos colocada en la casa bancaria de Laffitte; pero antes de ahorrar estos seiscientos mil francos había gastado más de un millón para la aldea y para los pobres. ...
En la línea 668
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Entraba por la tarde en las casas sin moradores, y subía furtivamente las escaleras. Un pobre diablo al volver a su chiribitil, veía que su puerta había sido abierta, algunas veces forzada en su ausencia. El pobre hombre se alarmaba y pensaba: 'Algún malhechor habrá entrado aquí'. Pero lo primero que veía era alguna moneda de oro olvidada sobre un mueble. El malhechor que había entrado era el señor Magdalena. ...
En la línea 152
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Quizá lo que más le gustaba era tumbarse cerca del fuego con las patas traseras bajo el cuerpo y las delanteras extendidas, erguida la cabeza, con templando las llamas con aire soñador. A veces pensaba en la vasta finca del juez Miller en el soleado valle de Santa Clara, en el tanque de cemento donde nadaba, en Ysabel, la chihuahua, y en Toots, la perrita japonesa; pero con mayor frecuencia evocaba al hombre del jersey rojo, la muerte de Curly, el gran duelo con Spitz y las cosas buenas que había comido o le gustaría comer. No sentía nostalgia. Los recuerdos de las tierras soleadas eran difusos y distantes y no le influían. Mucho más poderosa era la memoria hereditaria, que teñía de aparente familiaridad cosas nunca vistas antes; los instintos (que no eran sino los recuerdos de sus antepasados convertidos en hábito) debilitados por el paso de los años que despertaban y revivían en él. ...
En la línea 209
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Es guapa de veras esta chica -pensaba el hombre maduro y experto-. Sobre todo, tiene su tez la pelusa de los albérchigos cuando no les han tocado y cuelgan aún en la rama. Ese diablo de Colmenar parece que adivina todas las cosas… otro me hubiera dado los millones con alguna virgen y mártir de cuarenta años… Pero esto es miel sobre hojuelas, como suele decirse. ...
En la línea 285
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Mire usted! -añadió ella meneando grave y reflexiva la cabeza-; ¡y yo que pensaba que una mujer en casándose tenía quien la acompañase y defendiese! ¡Quien la diese protección y sombra! Pues si esto sucede a las veinticuatro horas no completas… No completas. ¡Bien estamos! ...
En la línea 807
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Qué sé yo en qué pensaba! En nada -contestaba Lucía apelando al expediente más vulgar y siempre más socorrido. ...
En la línea 966
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Salió del cuarto. En su mente germinaba un concepto singular de la autoridad conyugal: parecíale que su marido tenía derecho perfecto, incontestable, evidente, a vedarte todo género de goces y alegrías, pero que en el sufrimiento era libre y que prohibirle el padecer, el velar y el consagrarse a la enferma, era duro despotismo. De estas ideas peregrinas tienen muchas los desdichados que llegan a refugiarse en el dolor y a proclamarle lugar de asilo. Arreglose, sin embargo, la cuestión mejor de lo que Lucía pensaba, porque aconteció que aquella misma tarde tomó cartas en ella Perico, resolviéndola con su clásico desenfado. ...
En la línea 368
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... De ningún modo; o si pensaba en estas eventualidades, no lo dejaba cuando menos traslucir. Era siempre el hombre impasible, el miembro imperturbable del Reform Club, a quien ningún incidente o accidente podía sorprender. No parecía mucho más conmovido que el cronómetro de a bordo. Raras veces se le veía sobre el puente. Poco cuidado le daba observar aquel Mar Rojo, tan fecundo en recuerdos y teatro de las primeras escenas históricas de la humanidad. No acudía a reconocer las curiosas poblaciones diseminadas por sus orillas y cuyos pintorescos perfiles se destacaban de vez en cuando en el horizonte. Ni siquiera pensaba en los peligros de aquel golfo, de que siempre han hablado con espanto los antiguos historiadores Estrabón, Arriano, Artemidoro, Edris, en el cual no se aventuraban los navegantes antiguamente sin haber consagrado su viaje con sacrificios propiciatorios. ...
En la línea 368
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... De ningún modo; o si pensaba en estas eventualidades, no lo dejaba cuando menos traslucir. Era siempre el hombre impasible, el miembro imperturbable del Reform Club, a quien ningún incidente o accidente podía sorprender. No parecía mucho más conmovido que el cronómetro de a bordo. Raras veces se le veía sobre el puente. Poco cuidado le daba observar aquel Mar Rojo, tan fecundo en recuerdos y teatro de las primeras escenas históricas de la humanidad. No acudía a reconocer las curiosas poblaciones diseminadas por sus orillas y cuyos pintorescos perfiles se destacaban de vez en cuando en el horizonte. Ni siquiera pensaba en los peligros de aquel golfo, de que siempre han hablado con espanto los antiguos historiadores Estrabón, Arriano, Artemidoro, Edris, en el cual no se aventuraban los navegantes antiguamente sin haber consagrado su viaje con sacrificios propiciatorios. ...
En la línea 416
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Por consiguiente, nada pensaba ver de las maravillas de Bombay, ni la municipalidad, ni la magnífica biblioteca, ni los fuertes, ni los docks, ni el mercado de algodones, ni los bazares, ni las mezquitas, ni las sinagogas, ni las iglesias armenias, ni la espléndida pagoda de Malebar Hill, adomada con dos torres poligonales. No contemplaría ni las obras maestras de Elefanta, ni sus misteriosas hipogeas, ocultas al sureste de la rada, ni las grutas kankerias de la isla de Salcette; esos admirables vestigios de la arquitectura budista. ...
En la línea 632
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¿Con qué pensaba contar aquel inglés frío y calmoso? ¿Quería precipitarse sobre la joven en el momento del suplicio y arrebatarla a sus verdugos abiertamete? ...

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Más información sobre la palabra Pensaba en internet
Pensaba en la RAE.
Pensaba en Word Reference.
Pensaba en la wikipedia.
Sinonimos de Pensaba.
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