Cual es errónea Paseo o Pazeo?
La palabra correcta es Paseo. Sin Embargo Pazeo se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino pazeo es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra paseo
Errores Ortográficos típicos con la palabra Paseo
Cómo se escribe paseo o pazeo?

la Ortografía es divertida
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece paseo
La palabra paseo puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1454
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Monote!, sácalo de paseo, para que vea el señor con qué garbo bracea. ...
En la línea 858
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El maestro dirigíase a las afueras de la ciudad para dar un largo paseo. ...
En la línea 860
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su único placer, después del trabajo, era el paseo; pero un paseo de horas, casi un viaje, hasta bien cerrada la noche, apareciendo inesperadamente en cortijos situados a varias leguas de la ciudad. ...
En la línea 860
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Su único placer, después del trabajo, era el paseo; pero un paseo de horas, casi un viaje, hasta bien cerrada la noche, apareciendo inesperadamente en cortijos situados a varias leguas de la ciudad. ...
En la línea 1504
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --No: aquí no. Podría volver padre, y lo que nosotros hemos de hablar requiere tiempo y calma. Vamos a dar un paseo. ...
En la línea 3621
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Señor Jackson -le dijo-, vais a daros un paseo hasta casa del lord -canciller y decirle que le encargo la ejecución de estas órdenes. ...
En la línea 4028
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿El señor no renuncia entonces a su paseo de esta noche?-Al contrario, Planchet, cuanto más moleste al señor Bonacleux, tanto más iré a la cita que me ha dado esa carta que tanto lo inquieta. ...
En la línea 5568
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Dos que el señor de Tréville me presta para el paseo y con los que voy a dar una vuelta por Saint-Germain. ...
En la línea 6241
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y continuó su camino hacia el paseo des Grands-Augustins, mientras los dos amigos iba a llamar a la puerta del infortunado Porthos. ...
En la línea 549
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Tiene cinco puertas; delante de la del Suroeste se halla el paseo principal, donde también se celebra una feria el día de San Juan. ...
En la línea 923
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A los ladridos del perro, surgió de una especie de paseo un viejo, su amo, a mi parecer, a quien hice varias preguntas acerca del lugar. ...
En la línea 1921
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Las márgenes del Canal, empezado por Carlos III y no concluído hasta el día, están plantadas de hermosos árboles y constituyen el paseo más ameno de las inmediaciones de la capital. ...
En la línea 3464
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El día era espléndido, y nuestro paseo delicioso. ...
En la línea 7148
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En comenzando el paseo, llevaba el rétulo los ojos de cuantos venían a verle, y como leían: Éste es don Quijote de la Mancha, admirábase don Quijote de ver que cuantos le miraban le nombraban y conocían; y, volviéndose a don Antonio, que iba a su lado, le dijo: -Grande es la prerrogativa que encierra en sí la andante caballería, pues hace conocido y famoso al que la profesa por todos los términos de la tierra; si no, mire vuestra merced, señor don Antonio, que hasta los muchachos desta ciudad, sin nunca haberme visto, me conocen. ...
En la línea 7155
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Apartóse el consejero; siguió adelante el paseo; pero fue tanta la priesa que los muchachos y toda la gente tenía leyendo el rétulo, que se le hubo de quitar don Antonio, como que le quitaba otra cosa. ...
En la línea 7309
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... A cuyas palabras abrió los ojos Sancho, y alzó la cabeza (que inclinada tenía, pensando en la desgracia de su paseo), y, mirando al peregrino, conoció ser el mismo Ricote que topó el día que salió de su gobierno, y confirmóse que aquélla era su hija, la cual, ya desatada, abrazó a su padre, mezclando sus lágrimas con las suyas; el cual dijo al general y al virrey: -Ésta, señores, es mi hija, más desdichada en sus sucesos que en su nombre. ...
En la línea 565
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Comenzamos por buscar ciertos manantiales de agua dulce indicados en una antigua carta española. Encontramos un puertezuelo en cuyo vértice corría un arroyito de agua salobre. El estado de la marea nos obligó a permanecer allí algunas horas, y yo aproveché este tiempo para dar un paseo por el interior de las tierras. El llano se componía, como de ordinario, de cantos rodados mezclados con una tierra que presentaba todo el aspecto de la creta, pero de naturaleza muy diferente. La poca dureza de estos materiales determina la formación de numerosos barrancos. En todo el paisaje no hay más que soledad y desolación; no se ve un solo árbol, y salvo algún guanaco que parece hacer la guardia, centinela vigilante, sobre el vértice de alguna colina, apenas si se ve ningún animal ni un pájaro; y sin embargo, se siente como un placer intenso, aunque no bien definido, al atravesar estas llanuras donde ni un solo objeto atrae nuestras miradas, y nos preguntamos: ¿desde cuándo existirá así esta llanura? ¿cuánto tiempo durará aún esta desolación? «¿Quién puede responder? Todo lo que hoy nos rodea parece eterno. Y no obstante, el desierto hace oír voces misteriosas que evocan dudas terribles». ...
En la línea 569
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 9 de enero de 1834.- El Beagle echa el ancla, antes que se haga la noche en el hermoso y extenso puerto de San Julián, situado a unas 110 millas al sur de Puerto Deseado; y allí permanecimos ocho días. El país se parece mucho a los alrededores de Puerto Deseado; quizá es todavía más estéril. Un día acompañamos al capitán Fitz-Roy en un largo paseo alrededor de la bahía. Once horas estuvimos sin encontrar una sola gota de agua, por lo que algunos de nuestros compañeros estaban ya extenuados. Desde el vértice de una colina (que desde entonces hemos llamado con razón la colina de la red), descubrimos un hermoso lago, y dos de nosotros nos dirigimos a él, después de convenir en algunas señales para hacer venir a los demás, si era el lago de agua dulce. ...
En la línea 1372
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... rante mi paseo alrededor de la isla observo grandes fragmentos de rocas, que llevan adheridas producciones marinas, que prueban que deberían hallarse a grandes profundidades y han sido lanzadas a lo alto de la costa; mido uno de esos bloques, y tiene seis pies de longitud, tres de anchura y dos de grueso. ...
En la línea 2021
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... rante el paseo encontré dos tortugas, cada una de las cuales debería pesar 200 libras; una de ellas se comía un pedazo de cactus, y cuando me acerqué me miró con atención y se alejó lentamente; la otra dio un silbido formidable y escondió la cabeza bajo el caparazón ...
En la línea 635
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si hacía bueno, los del tertulín acostumbraban salir juntos a paseo por una carretera o ir al Espolón. ...
En la línea 793
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Creo que fueron a paseo, porque doña Visita dijo no sé qué del Espolón. ...
En la línea 881
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquella tarde hablaron la Regenta y el Magistral en el paseo. ...
En la línea 1516
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Fuera por lo que fuere, él creía cumplir con Anita llevándola al Museo de Pinturas, a la Armería, algunas veces al Real y casi siempre a paseo con algunos libre-pensadores, amigos suyos, que se paraban para discutir a cada diez pasos. ...
En la línea 1003
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Siguió adelante el joven conquistador, menospreciando dicha reclamación, en busca de una victoria que no podía ser más fácil. La guerra resultaba un simple paseo militar. ...
En la línea 1209
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cuando llegaron ante el palacio Cesarini —habitado ahora por el cardenal Antonio Sforza y construido por Rodrigo de Borja cuando aún no era Papa—los dos hermanos se despidieron. Juan pretextó el capricho de un paseo nocturno que deseaba hacer solo, y esto, unido a la presencia del enmascarado, hizo suponer a César que su hermano se encaminaba a una cita galante. Lo mismo creyeron el Papa y todos los de su intimidad al ver que al otro día, 16 de junio, el duque no regresaba a sus habitaciones del Vaticano, suponiéndolo oculto en la casa de alguna dama, no pudiendo salir hasta la noche, por miedo a la vigilancia del padre y del marido. ...
En la línea 1299
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Le acompañaba una tarde Rodrigo Corella en su paseo por una huerta cercana al Belvedere, cuando vieron venir hacia ellos un enorme león. Lo tenían guardado en una casa inmediata y había huido de su jaula. Todo el acompañamiento papal, prelados, domésticos, cubicularios y otros servidores, huyeron despavoridos, dejando solos al Pontífice y al joven español. ...
En la línea 1693
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En julio de 1503 únicamente tenía que hacer el duque de las Romanas un paseo militar por los territorios de la Iglesia, afirmando para siempre la potencia temporal del Pontificado y su propia autoridad. Sólo le quedaban por conquistar unos pequeños feudos de los Orsinis, trabajo fácil que había dejado para el último momento. ...
En la línea 801
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El recreo más inmediato será mañana. Usted necesita el aire del campo, dar un paseo digno de sus piernas, y el gobierno me ha autorizado para que le lleve al parque secular, donde nuestros antiguos emperadores se dedicaban a la caza durante sus veraneos. Tres días de viaje echaban aquellos déspotas en sus pesadas carretas para llegar a dicha selva, poblada de toda clase de animales feroces. Ahora, con nuestros vehículos automóviles, vamos en tres horas, y usted, gentleman, tal vez haga el camino en menos tiempo. ...
En la línea 834
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie no pudo ofenderse por este egoísmo, propio de enamorados. También el cuando había conseguido una entrevista con miss Margaret en un paseo de Nueva York o en un jardín de California, era capaz de no mostrar el menor interés ni llevarse la mano al sombrero aunque pasase por su lado el presidente de la República. El amor tiene bastante con sus propios asuntos y no deja espacio a las otras curiosidades de la vida. ...
En la línea 897
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La mano misericordiosa del coloso le volvió a su seguro refugio; pero después de esta aventura mortal parecía haber perdido las ganas de prolongar el paseo y guió a su protector hacia la Universidad. ...
En la línea 1008
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los doctores estudiosos que permanecían en sus habitaciones intentaron ocultarse, creyendo que el Hombre-Montaña se había vuelto loco y deseaba aplastarlos. Pero antes de cerrar las ventanas de sus viviendas pudieron ver como corría por los tejados un hombre envuelto en velos, como el gigante lo tomaba con una de sus manos, introduciéndolo en un bolsillo de su traje, y como emprendía una marcha veloz, guiado por este varón desconocido, hacia la Galería de la Industria, sin esperar a que sonasen otra vez las trompetas y se reuniera el escuadrón que le había escoltado en su paseo. ...
En la línea 60
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ni los años, ni las menudencias de la vida han debilitado nunca el profundísimo cariño de estos benditos cónyuges. Ya tenían canas las cabezas de uno y otro, y D. Baldomero decía a todo el que quisiera oírle que amaba a su mujer como el primer día. Juntos siempre en el paseo, juntos en el teatro, pues a ninguno de los dos le gusta la función si el otro no la ve también. En todas las fechas que recuerdan algo dichoso para la familia, se hacen recíprocamente sus regalitos, y para colmo de felicidad, ambos disfrutan de una salud espléndida. El deseo final del señor de Santa Cruz es que ambos se mueran juntos, el mismo día y a la misma hora, en el mismo lecho nupcial en que han dormido toda su vida. ...
En la línea 63
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Criáronle con regalo y exquisitos cuidados, pero sin mimo. D. Baldomero no tenía carácter para poner un freno a su estrepitoso cariño paternal, ni para meterse en severidades de educación y formar al chico como le formaron a él. Si su mujer lo permitiera, habría llevado Santa Cruz su indulgencia hasta consentir que el niño hiciera en todo su real gana. ¿En qué consistía que habiendo sido él educado tan rígidamente por D. Baldomero I, era todo blanduras con su hijo? ¡Efectos de la evolución educativa, paralela de la evolución política! Santa Cruz tenía muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le imponía, y las privaciones que le había hecho sufrir. Todas las noches del año le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumplió los veinticinco nunca fue a paseo solo, sino en corporación con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el día de Pascua, y le hacían un trajecito nuevo cada año, el cual no se ponía más que los domingos. Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local. En lo tocante a juegos, no conoció nunca más que el mus, y sus bolsillos no supieron lo que era un cuarto hasta mucho después del tiempo en que empezó a afeitarse. Todo fue rigor, trabajo, sordidez. Pero lo más particular era que creyendo D. Baldomero que tal sistema había sido eficacísimo para formarle a él, lo tenía por deplorable tratándose de su hijo. Esto no era una falta de lógica, sino la consagración práctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. ¿Qué sería del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo sentía ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos. Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer… El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por sí mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante. La naturaleza se cura sola; no hay más que dejarla. Las fuerzas reparatrices lo hacen todo, ayudadas del aire. El hombre se educa sólo en virtud de las suscepciones constantes que determina en su espíritu la conciencia, ayudada del ambiente social. D. Baldomero no lo decía así; pero sus vagas ideas sobre el asunto se condensaban en una expresión de moda y muy socorrida: «el mundo marcha». ...
En la línea 83
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Isabel Cordero era, veinte años ha, una mujer desmejorada, pálida, deforme de talle, como esas personas que parece se están desbaratando y que no tienen las partes del cuerpo en su verdadero sitio. Apenas se conocía que había sido bonita. Los que la trataban no podían imaginársela en estado distinto del que se llama interesante, porque el barrigón parecía en ella cosa normal, como el color de la tez o la forma de la nariz. En tal situación y en los breves periodos que tenía libres, su actividad era siempre la misma, pues hasta el día de caer en la cama estaba sobre un pie, atendiendo incansable al complicado gobierno de aquella casa. Lo mismo funcionaba en la cocina que en el escritorio, y acabadita de poner la enorme sartén de migas para la cena o el calderón de patatas, pasaba a la tienda a que su marido la enterase de las facturas que acababa de recibir o de los avisos de letras. Cuidaba principalmente de que sus niñas no estuviesen ociosas. Las más pequeñas y los varoncitos iban a la escuela; las mayores trabajaban en el gabinete de la casa, ayudando a su madre en el repaso de la ropa, o en acomodar al cuerpo de los varones las prendas desechadas del padre. Alguna de ellas se daba maña para planchar; solían también lavar en el gran artesón de la cocina, y zurcir y echar un remiendo. Pero en lo que mayormente sobresalían todas era en el arte de arreglar sus propios perendengues. Los domingos, cuando su mamá las sacaba a paseo, en larga procesión, iban tan bien apañaditas que daba gusto verlas. Al ir a misa, desfilaban entre la admiración de los fieles; porque conviene apuntar que eran muy monas. Desde las dos mayores que eran ya mujeres, hasta la última, que era una miniaturita, formaban un rebaño interesantísimo que llamaba la atención por el número y la escala gradual de las tallas. Los conocidos que las veían entrar, decían: «ya está ahí doña Isabel con el muestrario». La madre, peinada con la mayor sencillez, sin ningún adorno, flácida, pecosa y desprovista ya de todo atractivo personal que no fuera la respetabilidad, pastoreaba aquel rebaño, llevándolo por delante como los paveros en Navidad. ...
En la línea 93
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La tienda se transformaba; pero la tertulia era siempre la misma en el curso lento de los años. Unos habladores se iban y venían otros. No sabemos a qué época fija se referirían estos párrafos sueltos que al vuelo cogía Barbarita cuando, ya casada, entraba en la tienda a descansar un ratito, de vuelta de paseo o de compras: «¡Qué hermosotes iban esta mañana los del tercero de fusileros con sus pompones nuevos!»… «El Duque ha oído misa hoy en las Calatravas. Iba con Linaje y con San Miguel»… ...
En la línea 269
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Salían a menudo juntos de paseo y así iban, en silencio, bajo el cielo, pensando ella en su difunto y él pensando en lo que primero pasaba a sus ojos. Y ella le decía siempre las mismas cosas, cosas cotidianas, muy antiguas y siempre nuevas. Muchas de ellas empezaban así: «Cuando te cases… » ...
En la línea 286
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Fue melancólico el almuerzo de aquel día, melancólico el paseo, la partida de ajedrez melancólica y melancólico el sueño de aquella noche. ...
En la línea 2149
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... —Vaya, vaya, déjese de bobadas; tome su café y su copa, para empujar todo eso y sentarlo, y vamos a dar un paseo. Le acompañaré yo. ...
En la línea 941
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Hablaremos mientras comemos. Le he prometido un paseo por el bosque, pero no puedo comprometerme a encontrar un restaurante por el camino. Así que coma usted, teniendo en cuenta que la próxima colación vendrá con algún retraso. ...
En la línea 971
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Llegamos a una cabina, situada cerca de la sala de máquinas, en la que debíamos ponernos nuestros trajes de paseo. ...
En la línea 995
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... ¿Cómo poder transcribir ahora las impresiones indelebles que dejó en mí este paseo bajo las aguas? Las palabras son impotentes para expresar tales maravillas. Cuando el mismo pincel es incapaz de reflejar los efectos particulares del elemento líquido, ¿cómo podría reproducirlos la pluma? El capitán Nemo iba delante y su compañero cerraba la marcha a algunos pasos de nosotros. Conseil y yo nos manteníamos uno cerca del otro, pese a que no fuera posible cambiar una sola palabra a través de nuestros caparazones metálicos. Yo no sentía ya la pesadez de mi revestimiento, ni la de las botas, ni la de mi depósito de aire, ni la de la esfera en cuyo interior mi cabeza se bamboleaba como una almendra en su cascarón. Al sumergirse en el agua, todos estos objetos perdían una parte de su peso igual a la del líquido desplazado, y yo aprovechaba con placer esta ley física descubierta por Arquímedes. Había dejado de ser una masa inerte y tenía una libertad de movimientos relativamente amplia. ...
En la línea 1004
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En aquel momento, el suelo adquirió un declive muy pronunciado. La luz cobró una tonalidad uniforme. Alcanzamos una profundidad de cien metros que nos sometió a una presión de diez atmósferas. Pero nuestros trajes estaban tan bien concebidos para ello que esa presión no me causó ningún sufrimiento. únicamente sentí una cierta molestia en las articulaciones de los dedos, pero fue pasajera. En cuanto al cansancio que debía producir un paseo de dos horas, embutido en una escafandra a la que no estaba acostumbrado, era prácticamente nulo, pues mis movimientos, ayudados por el agua, se producían con una sorprendente facilidad. ...
En la línea 841
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Y reanudamos el paseo. ...
En la línea 927
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Así pasamos bastante tiempo, y parecía que continuaríamos de la misma manera por espacio de algunos años, cuando, un día, la señorita Havisham interrumpió nuestro paseo mientras se apoyaba en mi hombro. ...
En la línea 1330
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe y Biddy se mostraron amables y cariñosos cuando les hablé de nuestra próxima separación, pero tan sólo se refirieron a ella cuando yo lo hice. Después de desayunar, Joe sacó mi contrato de aprendizaje del armario del salón y ambos lo echamos al fuego, lo cual me dío la sensación de que ya estaba libre. Con esta novedad de mi emancipación fui a la iglesia con Joe, y pensé que si el sacerdote lo hubiese sabido todo, no habría leído el pasaje referente al hombre rico y al reino de los cielos. Después de comer, temprano, salí solo a dar un paseo, proponiéndome despedirme cuanto antes de los marjales. Cuando pasaba junto a la iglesia, sentí (como me ocurrió durante el servicio religioso por la mañana) una compasión sublime hacia los pobres seres destinados a ir allí un domingo tras otro, durante toda su vida, para acabar por yacer oscuramente entre los verdes terraplenes. Me prometí hacer algo por ellos un día u otro, y formé el plan de ofrecerles una comida de carne asada, plum-pudding, un litro de cerveza y cuatro litros de condescendencia en beneficio de todos los habitantes del pueblo. Antes había pensado muchas veces y con un sentimiento parecido a la vergüenza en las relaciones que sostuve con el fugitivo a quien vi cojear por aquellas tumbas. Éstas eran mis ideas en aquel domingo, pues el lugar me recordaba a aquel pobre desgraciado vestido de harapos y tembloroso, con su grillete de presidiario y su traje de tal. Mi único consuelo era decirme que aquello había ocurrido mucho tiempo atrás, que sin duda habría sido llevado a mucha distancia y que, además, estaba muerto para mí, sin contar con la posibilidad de que realmente hubiese fallecido. ...
En la línea 1362
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Yo volví a repetirle, con la mayor vehemencia, que eso era un lado malo de la naturaleza humana (cuyo sentimiento, aunque aplicándolo a distinta persona, era seguramente cierto), y me alejé de Biddy en tanto que ésta se dirigía a la casa. Me fui a la puerta del jardín y di un triste paseo hasta la hora de la cena, sintiendo nuevamente que era muy triste y raro que aquella noche, la segunda de mi brillante fortuna, me pareciese tan solitaria y desagradable como la primera. ...
En la línea 605
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Claro que nos tendremos que marchar! Pero ¿por qué me citó? Ella misma me dijo que viniera a esta hora. ¡Con la caminata que me he dado para venir de mi casa aquí! ¿Dónde diablo estará? No lo comprendo. Esta bruja decrépita no se mueve nunca de casa, porque apenas puede andar. ¡Y, de pronto, se le ocurre marcharse a dar un paseo! ...
En la línea 1126
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Mañana por la tarde me lo llevaré a dar un paseo ‑dijo Rasumikhine‑. Iremos a los jardines Iusupof y luego al Palacio de Cristal. ...
En la línea 1127
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Mañana tal vez no convenga todavía… Aunque un paseo cortito… En fin, ya veremos. ...
En la línea 2222
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Como es natural, Rodia ‑dijo la madre, poniéndose en pie‑, comeremos juntos… Vámonos, Dunetchka. Y tú, Rodia, deberías ir a dar un paseo, después descansar un rato y luego venir a reunirte con nosotras… lo antes posible. Sin duda te hemos fatigado. ...
En la línea 7
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Quería acompañar a Miguel y a Nadina de paseo; pero cuando estábamos ya en la escalera, el general me mandó llamar. Le parecía conveniente enterarse de a dónde llevaba yo a los niños. Es evidente que este hombre no puede mirarme con franqueza, cara a cara. El de buena gana lo querría, pero a cada tentativa suya le lanzó una mirada tan fija, es decir, tan poco respetuosa, que se desconcierta. Con frases grandilocuentes, retorcidas, de las que perdía el hilo, diome a entender que nuestro paseo debía tener lugar en el parque, lo más lejos posible del casino. Por último se enfadó, y bruscamente dijo: —¿Es que va usted a llevar a los niños a la ruleta? Perdóneme —añadió inmediatamente—; tengo entendido que usted es débil y capaz de dejarse arrastrar por el juego. En todo caso yo no soy, ni deseo ser su mentor; pero al menos, eso sí, tengo derecho a velar porque no me comprometa… ...
En la línea 46
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Por la noche, en el paseo, pude sostener con Paulina Alexandrovna una conversación de un cuarto de hora. Los otros se habían ido al casino a través del parque. Paulina se sentó en un banco, ante el surtidor, y permitió a Nadina que fuese a jugar no lejos de allí con sus amiguitas. Dejé también ir a Miguel y nos quedamos solos. ...
En la línea 165
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Mr. Astley se encuentra con nosotros a menudo en el paseo. Se descubre y pasa muriéndose de ganas de acercarse a nosotros. Si se le invita, se apresura a rehusar. En los lugares donde nos sentamos, en el casino, en el concierto o delante de la fuente, no deja de pararse cerca de nosotros. Allí donde estemos —en el parque, en el bosque, en el Schlangenberg—basta mirar en torno nuestro para que, indefectiblemente, en el sendero vecino o detrás de una maleza, aparezca el inevitable Mr. Astley. ...
En la línea 217
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Paulina parecía sumida en un profundo ensueño. Sin embargo, inmediatamente después de la comida me ordenó que la acompañase al paseo. Nos llevamos a los niños y fuimos al parque, hacia al lado del surtidor. ...
En la línea 197
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Aquella noche el obispo de D., después de dar un paseo por la ciudad, permaneció hasta bastante tarde encerrado en su cuarto. A las ocho trabajaba todavía con un voluminoso libro abierto sobre las rodillas, cuando la señora Magloire entró, según su costumbre, a sacar la plata del cajón colocado junto a la cama. ...
En la línea 517
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El resultado de aquella secreta conversación fue un paseo al campo que se realizó el domingo siguiente, al que invitaron los estudiantes a las jóvenes. ...
En la línea 529
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En eso estaba, pues, a las cuatro de la tarde el paseo que empezara a las cinco de la madrugada. El sol declinaba y el apetito se extinguía. En ese momento Favorita, cruzando los brazos y echando la cabeza atrás, miró resueltamente a Tholomyês y le dijo: ...
En la línea 813
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Cada vez que la mujer pasaba por delante de él, le arrojaba con una bocanada de humo de su cigarro algún apóstrofe que él creía chistoso y agudo, como: '¡Qué fea eres! No tienes dientes'. La mujer, triste espectro vestido, que iba y venía sobre la nieve, no le respondía, ni siquiera lo miraba, y no por eso recorría con menos regularidad su paseo. ...
En la línea 65
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Y no abrió los ojos hasta que lo desvelaron los ruidos del campamento, que despertaba. En un primer momento no supo dónde estaba. Había nevado durante la noche y estaba completamente sepultado. Los muros de nieve lo oprimían por todas partes, y un estremecimiento de temor le recorrió el cuerpo: el miedo del animal salvaje a la trampa. Era una evocación inconsciente del temor de sus antepasados, ya que siendo como era un perro civilizado, excesivamente civilizado, que no había conocido ninguna trampa, no podía sentirlo por sí mismo. Todos los músculos de su cuerpo se contraían instintivamente de forma espasmódica, se le erizó el pelo del pescuezo y del lomo, y con un gruñido feroz saltó en vertical hacia la cegadora luz del día provocando a su alrededor una nube de nieve refulgente. Antes de aterrizar sobre las patas vio el blanco campamento extendido ante él y, al tiempo que supo dónde estaba, recordó todo lo ocurrido desde el momento en que salió a dar un paseo con Manuel hasta la noche anterior, cuando había cavado el hoyo. ...
En la línea 638
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Yendo con usted -prosiguió él-, con una criatura joven y leal, que ama la vida y siente, y cree, ¿quién me metía a mí a hablar de nada triste, ni exponer desvaríos abstrusos, convirtiendo el paseo en cátedra? ¡Ridiculez igual! soy un majadero. Lucia -añadió con naturalidad y sin la menor expresión de amargura-, usted dispensa mi falta de tino, ¿no es cierto? ...
En la línea 667
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y fueron viniendo botellas, aumentándose copas a la ya formidable batería que cada convidado tenía ante sí; anchas y planas, como las de los relieves antiguos, para el espumante Champagne; verdes y angostas, finísimas, para el Rhin; cortas como dedales, sostenidas en breve pie, para el Málaga meridional. Apenas llegó Lucía a catar dos dedos de cada vino; pero los iba probando todos por curiosidad golosa; y, un tanto pesada ya la cabeza, olvidando deliciosamente las peripecias del paseo matinal, se recostaba en la butaca, proyectando el busto, enseñando al sonreír los blancos dientes entre los labios húmedos, con risa de bacante inocente aún, que por vez primera prueba el zumo de las vides. La atmósfera de la cerrada habitación era de estufa: flotaban en ella espirituosos efluvios de bebidas, vaho de suculentos manjares, y el calor uniforme, apacible de la chimenea, y el leve aroma resinoso de los ardidos leños. Lindo asunto para una anacreóntica moderna, aquella mujer que alzaba la copa, aquel vino claro que al caer formaba una cascada ligera y brillante, aquel hombre pensativo, que alternativamente consideraba la mesa en desorden, y la risueña ninfa, de mejillas encendidas y chispeantes ojos. Sentíase Artegui tan dueño de la hora, del instante presente, que, desdeñoso y melancólico, contemplaba a Lucía como el viajero a la flor de la cual aparta su pie. Ni vinos, ni licores, ni blando calor de llama, eran ya bastantes para sacar de su apático sueño al pesimista: circulaba lenta en sus venas la sangre, y en las de Lucía giraba pronta, generosa y juvenil. Hermoso era, sin embargo, para los dos el momento, de concordia suprema, de dulce olvido; la vida pasada se borraba, la presente era como una tranquila eternidad, entre cuatro paredes, en el adormecimiento beato de la silenciosa cámara. Lucía dejó pender ambos brazos sobre los del sillón; sus dedos, aflojándose, soltaron la copa, que rodó al suelo, quebrándose con cristalino retintín en el bronce del guardafuego. Riose la niña de la fractura, y, entreabiertos los ojos y clavados en el techo, se sintió anonadada, invadida por un sopor, un recogimiento profundo de todo su ser. Artegui, en tanto, mudo y sereno, permanecía enhiesto en su butaca, orgulloso como el estoico antiguo: acre placer le penetraba todo, el goce de sentirse bien muerto, y cerciorarse de que en vano la traidora Naturaleza había intentado resucitarle. ...
En la línea 762
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A un tiempo comenzaron Pilar y Miranda la temporada termal, si bien con método tan distinto como lo requería la diferencia de sus males. Miranda hubo de beber las aguas hirvientes y enérgicas de la Reja-Grande, sometiéndose a la vez a un complicado sistema de afusiones locales, baños y duchas, mientras la anémica absorbía a pequeñas dosis la picante linfa, gaseosa y ferruginosa del manantial de las Señoras. Estableciose desde entonces una lucha perenne entre Pilar y los que la acompañaban. Eran necesarios esfuerzos heroicos para contenerla e impedir que hiciese la vida de las bañistas del gran tono, que ocupaban el día entero en lucir trajes y divertirse. Desde este punto de vista, fue funesta a Pilar la presencia en Vichy de seis u ocho españolas conocidas que aún aprovechaban allí el fin de la estación. Era pasado ya lo mejor y más brillante de ésta; las corridas, el tiro de pichón, las grandes excursiones en calesas y ómnibus al Borbonés, comenzadas en Agosto, concluían en los primeros días de Septiembre. Pero quedaban aún los conciertos en el Parque, el gran paseo por la avenida pavimentada de asfalto, las fiestas nocturnas en el Casino, el teatro, que, próximo a cerrarse, se veía más concurrido cada vez. Pilar se moría por reunirse a la docena de compatriotas de distinción que revoloteaban en el efímero torbellino de los placeres termales. El médico de consulta a quien se habían dirigido en Vichy, al par que recomendaba las distracciones a Miranda, prohibía severamente a la anémica todo género de excitación, encargándole mucho que procurase aprovechar el carácter semi rural de la villa para hacer vida de campo en lo posible, acostándose con las gallinas y madrugando con el sol. Exigía este régimen mucha constancia y, sobre todo, una persona que, continuamente al lado de la rebelde enferma, no descuidase ni un segundo el obligarla a seguir las prescripciones del facultativo. Ni Miranda ni Perico servían para el caso. Miranda cubría las formas sociales exhortando a Pilar a «cuidarse» y «no hacer tonterías», todo ello dicho con el calor ficticio que muestran los egoístas cuando se trata de la salud ajena. Perico se enojaba de ver a su hermana echando en saco roto las advertencias del doctor, cosa que podía alargar la cura, y por ende la estancia en Vichy, pero no era capaz de vigilarla y de atender a que cumpliese las órdenes recibidas. Decíale a veces: ...
En la línea 786
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Tanto agradaban a Lucía el puente y el río, que a propósito andaba despacio al pasarlos. La cortina de verdor del parque nuevo se tendía ante su vista. Un tiempo fueron pantanos todo aquel hermoso jardín, hasta que los potentes diques, colocados por Napoleón III para evitar la inundación que seguía a cada crecida del Allier, y el saneamiento del terreno, lo habían transformado en un lugar paradisíaco. Los árboles selectos, bien nutridos, tenían en su mayor parte tonos de felpa verde, intensos y aterciopelados; pero algunos amarilleando ya, se encendían al sol poniente como pirámides de filigrana de oro. Otros eran rojizos, de un rojo teja, que en las partes heridas por el sol se hacía carmín. La anémica solía manifestar, al volver del paseo, el capricho de ir un rato a sentarse en los bancos del parque. Por lo regular, allí había gente, y alguno de los españoles de la colonia, conocidos de Perico o de Miranda, hacíase acaso el encontradizo, y las saludaba y dirigía algunas frases de ritual. A veces se aparecían también, a guisa de sorprendentes cometas, las ricas cubanas de Amézaga, con sus sombreros extraordinarios, sus sombrillas monumentales y sus atavíos caprichosos, destilados siempre a la quinta esencia de la moda. Pilar las distinguía de cien leguas, por sus famosos sombreros, imposibles de confundir con otro tocado alguno. Eran como dos budineras grandes, cubiertas todas de finísimas y menudas plumas encarnadas: un pájaro natural, una especie de faisán disecado con primor, contorneaba el ala, torciéndose con gracia a un lado de la cabeza. Tan singular adorno, semi-indostánico sentaba bien a la palidez tropical y a los ojos de fuego de las dos cubanitas. Cuando se aproximaban, Lucía daba un codazo a Pilar, diciéndole sin asomo de malicia: ...
En la línea 1189
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Cierto es que el buen muchacho había almorzado, por previsión, todo lo copiosamente que pudo, antes de salir del 'Carnatic', pero después de un día de paseo, se sintió muy hueco el estómago. Bien había observado que en la muestra de los carniceros faltaba el carnero, la cabra o el cerdo, y como sabía que es un sacrilegio matar bueyes, únicamente reservados a las necesidades de la agricultura, había deducido que la carne andaba escasa en el Japón. No se engañaba; pero, a falta de todo eso, su estómago se hubiera arreglado con jabalí, gamo, perdices o codornices, ave o pescado con que se alimentan exclusivamente los japoneses, juntamente con el producto de los arrozales. Pero debió hacer de tripas corazón, y dejar para el día siguiente el cuidado de proveer a su manutención. ...
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Sinonimos de Paseo.
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