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La palabra orrilla
Cómo se escribe

Comó se escribe orrilla o orilla?

Cual es errónea Orilla o Orrilla?

La palabra correcta es Orilla. Sin Embargo Orrilla se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra orrilla es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra orilla


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Reglas relacionadas con los errores de r

Las Reglas Ortográficas de la R y la RR

Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.

En castellano no es posible usar más de dos r


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece orilla

La palabra orilla puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 920
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Mientras las bandas de muchachas despeinadas salían de la fábrica a la hora de comer para engullirse el contenido de sus cazuelas en los portales inmediatos, hostilizando a los hombres con miradas insolentes para que les dijesen algo y chillar después falsamente escandalizadas, emprendiendo con ellos un tiroteo de desvergüenzas, Roseta quedábase en un rincón del taller sentada en el suelo, con dos o tres jóvenes que eran de la otra huerta, de la orilla derecha del río, y maldito si les interesaba la historia del tío Barret y los odios de sus compañeras. ...

En la línea 8983
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¡Pa ciencia, paciencia! Dentro de cuatro días os será permitida la orilla, os será abierto el mar, más abierto de lo que quisierais, porque dentro de cuatro días Inglaterra será desembarazada de vos. ...

En la línea 9674
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La barca se aproximó tan cerca como pudo a la orilla, pero no ha bía suficiente fondo para que pudiera tocar tierra; Felton se metió en el agua hasta la cintura, porque no quería confiar a nadie su precioso peso. ...

En la línea 9680
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La n o che era profundamente tenebrosa y resultaba ya casi imposible distin guir la orilla desde la barca; con mayor razón no se habría podido dis tinguir la barca desde la orilla. ...

En la línea 9680
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La n o che era profundamente tenebrosa y resultaba ya casi imposible distin guir la orilla desde la barca; con mayor razón no se habría podido dis tinguir la barca desde la orilla. ...

En la línea 995
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Hallábame justamente al borde de un pequeño arroyo, sobre el que había un puente a muy considerable distancia por mi izquierda; metí espuelas a la mula, lanzándola a través del cauce, seguido muy de cerca por el aterrorizado guía, y una vez en la otra orilla galopé por la planicie arenosa hasta ponerme en salvo. ...

En la línea 1106
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Un hombre, al borde del arroyo, me indicó el vado en el agrio dialecto de Portugal; y cuando aún estaba yo chapoteando en el agua, una voz me saludó desde la otra orilla en el espléndido idioma de España, de esta manera: _¡Oh señor caballero, que me dé usted una limosna por amor de Dios, una limosnita para que yo me compre un traguillo de vino tinto!_ Un momento después pisé suelo español, porque el arroyo, llamado Acaia, sirve allí de límite a los dos reinos; arrojé al mendigo una monedilla de plata, y gritando _¡Santiago y cierra España!_, seguí mi camino más de prisa todavía, prestando poca atención, como dice Gil Blas, al torrente de bendiciones derramado por el mendigo a mis espaldas; con todo, nunca se vió limosna otorgada con menos discernimiento, porque, según más adelante averigüé, aquel tipo era un borracho perdido que se instalaba todas las mañanas junto al vado para sacar a los viajeros unos cuartos y gastárselos por las noches en las tabernas de Badajoz. ...

En la línea 1111
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pensé que había cierta semejanza entre mi tarea y la suya; yo estaba en vías de curtir mi tez septentrional exponiéndome al candente sol de España, movido por la modesta esperanza de ser útil en la obra de borrar del alma de los españoles, a quienes conocía apenas, alguna de las impuras manchas dejadas en ella por el papismo, así como las lavanderas se quemaban el rostro en la orilla del río para blanquear las ropas de gentes que desconocían. ...

En la línea 1552
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —¿Estoy ya en Castilla la Nueva?—pregunté al barquero al llegar a la otra orilla. ...

En la línea 3881
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Ya no hay ninguno que, saliendo deste bosque, entre en aquella montaña, y de allí pise una estéril y desierta playa del mar, las más veces proceloso y alterado, y, hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón se arroje en él, entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le bajan al abismo; y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla tres mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y, saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces. ...

En la línea 5360
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Yendo, pues, desta manera, se le ofreció a la vista un pequeño barco sin remos ni otras jarcias algunas, que estaba atado en la orilla a un tronco de un árbol que en la ribera estaba. ...

En la línea 182
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... No citaré más que otras dos aves muy comunes y muy nobles por sus costumbres. Puede considerarse al Saurophagus sulphuratus como el tipo de la gran tribu americana de los papamoscas. Por su conformación se asemeja mucho al verdadero alcotán, pero por sus costumbres puede comparársele a muchas aves. Le he observado con frecuencia estando yo de caza en el campo, cerniéndose ya encima de un sitio, ya sobre otro sitio. Cuando está suspenso así en el aire, a cierta distancia se le puede tomar fácilmente por uno de los miembros de la familia de las aves de rapiña; pero se deja caer con mucha menos fuerza y rapidez que el halcón. Otras veces, el saurófago frecuenta las cercanías del agua; Permanece allí quieto como un martínpescador, y pesca los pececillos que cometen la imprudencia de acercarse demasiado a la orilla. A menudo se guardan estas aves enjauladas o en los corrales de las granjas; en este caso, se les cortan las alas. Se domestican muy pronto, y es muy divertido observar sus maneras cómicas, las cuales se parecen mucho a las de la urraca común, según me han dicho. Cuando vuelan, avanzan por medio de una serie de ondulaciones, porque el peso de su cabeza y de su pico es demasiado grande, si con el de su cuerpo se compara. Por la noche, el saurófago se encarama sobre un matorral, casi siempre al borde del camino; y repite continuamente, sin modificarlo nunca, un grito agudo y bastante agradable, que se parece un poco a palabras articuladas. Los españoles creen reconocer éstas: «bien te veo», y por eso le han dado este nombre. ...

En la línea 212
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante el invierno es un lago muy poco profundo, lleno de agua salada; en verano se transforma en un campo de sal, tan blanca como la nieve. Cerca de la orilla, esa capa tiene de cuatro a cinco pulgadas de espesor; pero este espesor aumenta hacia el centro. ...

En la línea 246
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... A la mañana siguiente se envía muy temprano a buscar caballos y salimos a galope. Pasamos la Cabeza del Buey, antiguo nombre dado a la extremidad de un gran pantano que se extiende hasta Bahía Blanca. Cambiamos de caballos por última vez y seguimos nuestra caminata a través del barro durante varias leguas, por marismas y charcas saladas. Mi caballo da una caída y yo me doy un remojón en fango negro y líquido, accidente muy desagradable cuando se carece de ropa de repuesto. A pocas millas del fuerte encontramos a un hombre, el cual nos dice que acaba de dispararse un cañonazo, en señal de que los indios están en las cercanías. Por eso abandonamos inmediatamente el camino y seguimos la orilla de un pantano, dispuestos a meternos en él si vemos aparecer a los salvajes; en efecto, ese es el mejor medio para escapar de su persecución. Tenemos la fortuna de llegar al recinto amurallado de la ciudad y nos dicen entonces que aquella alarma era falsa: cierto que se habían presentado indios, pero eran aliados deseosos de ir a unirse al general Rosas. ...

En la línea 289
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Voy a describir ahora las costumbres de las aves más interesantes y más comunes en las llanuras silvestres de la Patagonia septentrional. Me ocuparé en primer término de la mayor de todas ellas: el avestruz de la América meridional. Todo el mundo conoce las habituales costumbres del avestruz. Estas aves se alimentan de materias vegetales, como hierbas y raíces; sin embargo, en Bahía Blanca he visto con mucha frecuencia descender tres o cuatro en la marea baja a la orilla del mar y explorar los montones de fango que entonces quedan en seco, con el fin (dicen los gauchos) de buscar pececillos para comérselos. Aunque el avestruz tiene costumbres muy tímidas, desconfiadas y solitarias, aunque corre con suma rapidez, sin embargo, se apoderan fácilmente de él los indios o los gauchos armados de bolas. En cuanto aparecen varios jinetes dispuestos en círculo, los avestruces se aturden y no saben por qué lado escaparse: suelen preferir correr contra el viento; extienden las alas tomando ímpetu, y parecen como un barco con las velas tendidas. En un hermoso día muy cálido vi a varios avestruces entrar en un pantano cubierto de juncos muy altos; allí permanecieron escondidos hasta que llegué muy cerca de ellos. Suele ignorarse que los avestruces se tiran con facilidad al agua. Mr. King me participa que en la Bahía de San Blas y en Puerto-Valdés (Patagonia) vio a esas aves pasar a menudo a nado de una isla a otra. Entraban en el agua en cuanto se veían acorralados hasta el extremo de no quedarles ya ninguna otra retirada; pero también se meten en ella de buena voluntad; atravesaban a nado una distancia de unos 290 metros. ...

En la línea 1044
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ya era de día cuando los despertó una voz que gritaba desde la orilla de Colondres. ...

En la línea 1058
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su propósito había sido hacerse dueños de la barca una noche, aunque los riñeran en casa, pasar de orilla a orilla ellos solos, tirando por la cuerda, y después volverse él a Colondres y ella a Loreto. ...

En la línea 1058
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Su propósito había sido hacerse dueños de la barca una noche, aunque los riñeran en casa, pasar de orilla a orilla ellos solos, tirando por la cuerda, y después volverse él a Colondres y ella a Loreto. ...

En la línea 1411
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Germán prefería matarlos; y dicho y hecho se metían en la barca, mientras el barquero dormía a la sombra de un cobertizo en la orilla. ...

En la línea 1110
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... ¿Qué tenían que decir contra la señora de Pineda?… Todo envidia, desesperación por no poder Igualarse con una mujer superior. A ella era lícito vivir más allá de la moral corriente, al margen de las preocupaciones vulgares, con un derecho que las .demás no conseguirían nunca. Su moral era la moral de las diosas de la antigüedad. Podía hacerlo todo; para eso había nacido más hermosa y más inteligente que las otras mujeres. Las que la criticaban no pertenecían a su misma especie. Sus palabras malignas las comparaba al croar de las ranas frente a una majestuosa estatua de Venus erguida en la orilla de un estanque. ¿Qué sabían ellas de la verdadera belleza y del amor?… ...

En la línea 1211
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Todavía creyeron a Juan de Borja oculto por una cita amorosa; pero al día siguiente, 16, su persistente desaparición comenzó a justificar las peores conjeturas. En vano el prefecto de Roma con sus tropas de esbirros registró las calles y casas de la barriada donde había desaparecido el primogénito del Pontífice. Sus investigaciones se dirigieron luego hacia el Tíber, testigo de tantos delitos y que guardaba para siempre el secreto de los numerosos cadáveres arrojados a sus aguas. Dos esclavones que habían velado a orilla del río contaron entonces lo que vieron en la noche del 14 de junio. Uno de ellos guardaba montones de leña recién desembarcada. El otro, batelero de profesión, dormía en su barca, y despertado por el frío nocturno, asistió al mismo espectáculo que su compatriota. ...

En la línea 92
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Quiso volver atrás, convencido de la inutilidad de su exploración. Prefería pasar la noche en el bote, por ofrecerle mayores comodidades para su sueno que esta tierra desconocida. Pero al poco tiempo de marchar en varias direcciones se dio cuenta de que estaba completamente desorientado. Aquel mar tranquilo como una laguna, sin rompientes y sin olas, no podía guiarle con el ruido de sus aguas al chocar contra la orilla. ...

En la línea 829
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Este, fatigado por su excursión del día anterior, y sabiendo que Flimnap no vendría a verle, se levantó tarde. Paso dos horas en el río, dedicado a su limpieza corporal, divirtiéndose al mismo tiempo en arrojar manotadas de agua a la orilla de enfrente, donde los curiosos se arremolinaban y huían riendo de estas trombas líquidas. ...

En la línea 1220
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así fue. El desconsolado profesor le vio trabajando en la orilla del mar, lo mismo que un esclavo. Ya no llevaba su traje nuevo, igual al que usaban las mujeres antes de la Verdadera Revolución. Iba medio desnudo, como los atletas embrutecidos que servían de máquinas de fuerza. Solo conservaba las antiguas prendas de su ropa interior. ...

En la línea 1221
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Le vio metido en el agua azul hasta la cintura, inclinándose para colocar dos pesados sillares que llevaba en ambas manos. Estas masas enormes las movía con tanta soltura como un niño maneja un guijarro. Después de tomarlas en la orilla con las puntas de sus dedos, avanzaba mar adentro, yendo a colocarlas en el extremo de un malecón que se estaba construyendo para el resguardo del puerto hacia muchos años. Esta obra colosal había sufrido grandes retrasos a causa de las dificultades que ofrecía; pero ahora, gracias a Gillespie, sus directores esperaban terminarla con rapidez. ...

En la línea 2128
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Pues sí—declaró gravemente Nicolás, chupando su cigarrillo—, me falta valor para lanzarla a usted al mundo malo; mejor dicho, la caridad y el ministerio que profeso me vedan hacerlo. Cuando un náufrago quiere salvarse, ¿es humano darle una patada desde la orilla? No; lo humano es alargarle una mano o echarle un palo para que se agarre… esta es la cosa. ...

En la línea 6071
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Bajó, pues, la santa, y encontró a su amiga un poco adusta, observando los cariñosos extremos de Jacinta con aquel canario de alcoba que estaba en su poder, como si se lo hubiera encontrado en la calle o se lo hubieran puesto en una cesta a la puerta de su casa. Algo le decían también a la señora de Santa Cruz las facciones del chiquitín; pero escarmentada y previsora, se contenía por no incurrir en la ridiculez de un chasco semejante al de marras. Estaba, pues, la señora, indecisa, sin resolverse a entusiasmarse; y las razones que Guillermina le dio para convencerla no la sacaron de aquella actitud reservada y suspicaz. Los afectos que se desbordaban del corazón de la Delfina eran combinación armoniosa de alegría y de pena, por las circunstancias en que aquella tierna criatura había ido a sus manos. No podía apartar su pensamiento de la persona que un poco más arriba, en la misma casa, había dejado de existir aquella mañana, y se maravillaba de notar en su corazón sentimientos que eran algo más que lástima de la mujer sin ventura, pues entrañaban tal vez algo de compañerismo, fraternidad fundada en desgracias comunes. Recordaba, sí, que la muerta había sido su mayor enemiga; pero las últimas etapas de la enemistad y el caso increíble de la herencia del Pituso, envolvían, sin que la inteligencia pudiera desentrañar este enigma, una reconciliación. Con la muerte de por medio, la una en la vida visible y la otra en la invisible, bien podría ser que las dos mujeres se miraran de orilla a orilla, con intención y deseos de darse un abrazo. ...

En la línea 6071
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Bajó, pues, la santa, y encontró a su amiga un poco adusta, observando los cariñosos extremos de Jacinta con aquel canario de alcoba que estaba en su poder, como si se lo hubiera encontrado en la calle o se lo hubieran puesto en una cesta a la puerta de su casa. Algo le decían también a la señora de Santa Cruz las facciones del chiquitín; pero escarmentada y previsora, se contenía por no incurrir en la ridiculez de un chasco semejante al de marras. Estaba, pues, la señora, indecisa, sin resolverse a entusiasmarse; y las razones que Guillermina le dio para convencerla no la sacaron de aquella actitud reservada y suspicaz. Los afectos que se desbordaban del corazón de la Delfina eran combinación armoniosa de alegría y de pena, por las circunstancias en que aquella tierna criatura había ido a sus manos. No podía apartar su pensamiento de la persona que un poco más arriba, en la misma casa, había dejado de existir aquella mañana, y se maravillaba de notar en su corazón sentimientos que eran algo más que lástima de la mujer sin ventura, pues entrañaban tal vez algo de compañerismo, fraternidad fundada en desgracias comunes. Recordaba, sí, que la muerta había sido su mayor enemiga; pero las últimas etapas de la enemistad y el caso increíble de la herencia del Pituso, envolvían, sin que la inteligencia pudiera desentrañar este enigma, una reconciliación. Con la muerte de por medio, la una en la vida visible y la otra en la invisible, bien podría ser que las dos mujeres se miraran de orilla a orilla, con intención y deseos de darse un abrazo. ...

En la línea 304
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La vanguardia de la esperada procesión hizo su aparición en la puerta principal: una tropa de alabarderos. Iban vestidos con calzas de listas negras y leonadas, gorras de terciopelo adornadas a los lados con rasas de plata, y jubones de paño azul y morado, bordados por delante y por detrás con las tres plumas, el blasón del príncipe, tejidas en oro. Las astas de las alabardas estaban cubiertas de terciopelo carmesí, sujeto con clavos dorados y adornadas con borlas de oro. Desfilando a derecha e izquierda, formaban dos largas hileras que se extendían desde la puerta principal del palacio hasta la orilla del agua. Después se desplegó un grueso paño o tapiz rayado, y unos servidores, ataviados con las libreas de oro y carmesí del príncipe, lo tendieron entre los alabarderos. Hecho esto, resonó dentro un floreo de trompetas. Los músicos del río comenzaran un animado preludio y dos ujieres con varas blancas salieron por la puerta con lento y majestuoso paso. Iban seguidos por un oficial que llevaba la maza municipal, tras el cual venía otro con la Espada de la Ciudad; luego varios alguaciles de la guarnición de la ciudad, con uniforme de gala, y con divisas en las mangas. Venía luego el rey de armas de la Jarretera, con su tabardo; lo seguían varios caballeros del Baño, cada uno con una cinta blanca en la manga; luego sus escuderos; después los jueces, con sus togas escarlatas y sus cofias; luego el lord gran canciller de Inglaterra, con su toga escarlata, abierta por delante y, orlada de piel blanca con manchas negras; luego una comisión de regidores con sus capas escarlata, y luego los principales de las diferentes compañías cívicas en traje de ceremonia. Después venían doce caballeros franceses, con espléndidos atavíos, consistentes en jubones de damasco blanco listado de oro, capas cortas de terciopelo carmesí, forradas de tafetán violeta y calzas color carne, y comenzaron a descender por la escalinata. Eran el séquito del embajador francés, e iban seguidos por doce caballeros del séquito del embajador español, vestidos de terciopelo negro sin ningún adorno. En pos de éstos venían varios importantes nobles ingleses con sus servidores. ...

En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...

En la línea 1072
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... La casualidad los condujo al mismo sitio donde habían arribado los paraos de la primera expedición. En la orilla todavía había pedazos de velas y de cordajes, cimitarras, hachas y montones de maderos. ...

En la línea 1081
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El almuerzo fue espléndido. La ostra contenía carne tierna y delicada, que calmó el apetito de los piratas. Terminada la comida, echaron a andar nuevamente. Durante algún tiempo siguieron su camino por la orilla derecha del riachuelo, y después entraron resueltamente por el medio de la floresta. ...

En la línea 1167
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Con los kriss cortaron algunos bambúes que crecían a la orilla del riachuelo, y los clavaron bajo un soberbio árbol cuyas ramas y hojas eran tan espesas que bastaban ellas solas para protegerlos de la lluvia. Cruzaron las cañas formando una especie de esqueleto de tienda de campaña, y las cubrieron con las hojas de plátano para reforzar la improvisada techumbre. ...

En la línea 1571
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Mientras se disponían a atacar al orangután, éste se acurrucó en la orilla del río y se lavó las heridas con sus manos. ...

En la línea 121
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La fragata, siguiendo por el lado de New Jersey, la admirable orilla derecha del río bordeada de hotelitos, pasó entre los fuertes, que saludaron su paso con varias salvas de sus cañones de mayor calibre. El Abraham Líncoln respondió al saludo arriando e izando por tres veces el pabellón norteamericano, cuyas treinta y nueve estrellas resplandecían en su pico de mesana. Luego modificó su marcha para tomar el canal balizado que sigue una curva por la bahía interior formada por la punta de Sandy Hook, y costeó esa lengua arenosa desde la que algunos millares de espectadores lo aclamaron una vez más. ...

En la línea 1358
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -A la canoa- dije, a la vez que me dirigía a la orilla. ...

En la línea 1386
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La luna resplandecía en medio de las constelaciones del cenit. Entonces pensé que el fiel y complaciente satélite habría de volver a este mismo lugar dos días después para levantar las aguas y arrancar al Nautilus de su lecho de coral. Hacia medianoche, viendo que todo estaba tranquilo, tanto en el mar como en la orilla, bajé a mi camarote y me dormí apaciblemente. ...

En la línea 1840
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En medio de estas plantas vivas y bajo los ramajes de los hidrófitos corrían legiones de torpes articulados: raninas dentadas con sus caparazones en forma de triángulo un poco redondeado; birgos propios de estos parajes y horribles partenopes de aspecto verdaderamente repugnante. No menos horroroso era el enorme cangrejo que encontré varias veces, el mismo que fuera observado y descrito por Darwin. Un cangrejo enorme al que la naturaleza ha dado el instinto y la fuerza necesarios para alimentarse de nueces de coco; trepa por los árboles de la orilla y hace caer los cocos que se rajan con el golpe y, ya en el suelo, los abre con sus poderosas pinzas. Bajo el agua, el cangrejo corría con una gran agilidad que contrastaba con el lento desplazamiento entre las rocas de los quelonios que abundan en estas aguas del Malabar. ...

En la línea 122
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Ya estaba cerca del río, mas a pesar de que fui muy aprisa, no podía calentarme los pies. A ellos parecía haberse agarrado la humedad, como se había agarrado el hierro a la pierna del hombre a cuyo encuentro iba. Conocía perfectamente el camino que conducía a la Batería, porque estuve allí un domingo con Joe, y éste, sentado en un cañón antiguo, me dijo que cuando yo fuese su aprendiz y estuviera a sus órdenes, iríamos allí a cazar alondras. Sin embargo, y a causa de la confusión originada por la niebla, me hallé de pronto demasiado a la derecha y, por consiguiente, tuve que retroceder a lo largo de la orilla del río, pasando por encima de las piedras sueltas que había sobre el fango y por las estacas que contenían la marea. Avanzando por allí, tan de prisa como me fue posible, acababa de cruzar una zanja que, según sabía, estaba muy cerca de la Batería, y precisamente cuando subía por el montículo inmediato a la zanja vi a mi hombre sentado. Estaba vuelto de espaldas, con los brazos doblados, y cabeceaba a. causa del sueño. ...

En la línea 285
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era inútil dirigirme entonces aquella pregunta. Iba subido a los hombros de Joe, quien debajo de mí atravesaba los fosos como un cazador, avisando al señor Wopsle para que no se cayera sobre su romana nariz y para que no se quedase atrás. Nos precedían los soldados, bastante diseminados, con gran separación entre uno y otro. Seguíamos el mismo camino que tomé aquella mañana, y del cual salí para meterme en la niebla. Ésta no había aparecido aún o bien el viento la dispersó antes. Bajo los rojizos resplandores del sol poniente, la baliza y la horca, así como el montículo de la Batería y la orilla opuesta del río, eran perfectamente visibles, apareciendo de color plomizo. ...

En la línea 315
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El soldado que llevaba el cesto encendió la lumbre, la hizo prender en tres o cuatro antorchas y, tomando una a su cargo, distribuyó las demás. Poco antes había ya muy poca luz, pero en aquel momento había anochecido por completo y pronto la noche fue muy oscura. Antes de alejarnos de aquel lugar, cuatro soldados dispararon dos veces al aire. Entonces vimos que, a poca distancia detrás de nosotros, se encendían otras antorchas, y otras, también, en los marjales, en la orilla opuesta del río. ...

En la línea 319
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los dos presos iban separados y cada uno de ellos rodeado por algunos hombres que los custodiaban. Yo, entonces, andaba agarrado a la mano de Joe, quien llevaba una de las antorchas. El señor Wopsle quiso emprender el regreso, pero Joe estaba resuelto a seguir hasta el final, de modo que todos continuamos acompañando a los soldados. El camino era ya bastante bueno, en su mayor parte, a lo largo de la orilla del río, del que se separaba a veces en cuanto había una represa con un molino en miniatura y una compuerta llena de barro. Al mirar alrededor podía ver otras luces que se aproximaban a nosotros. Las antorchas que llevábamos dejaban caer grandes goterones de fuego sobre el camino que seguíamos, y allí se quedaban llameando y humeantes. Aparte de eso, la oscuridad era completa. Nuestras luces, con sus llamas agrisadas, calentaban el aire alrededor de nosotros, y a los dos prisioneros parecía gustarles aquello mientras cojeaban rodeados por los soldados y por sus armas de fuego. No podíamos avanzar de prisa a causa de la cojera de los dos desgraciados, quienes estaban, por otra parte, tan fatigados, que por dos o tres veces tuvimos que detenernos todos para darles algún descanso. ...

En la línea 1567
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se había dirigido al puente de ***. Se internó en él, se acodó en el pretil y su mirada se perdió en la lejanía. Estaba tan débil, que le había costado gran trabajo llegar hasta allí. Sentía vivos deseos de sentarse o de tenderse en medio de la calle. Inclinado sobre el pretil, miraba distraído los reflejos sonrosados del sol poniente, las hileras de casas oscurecidas por las sombras crepusculares y a la orilla izquierda del río, el tragaluz de una lejana buhardilla, incendiado por un último rayo de sol. Luego fijó la vista en las aguas negras del canal y quedó absorto, en atenta contemplación. De pronto, una serie de círculos rojos empezaron a danzar ante sus ojos; las casas, los transeúntes, los malecones, empezaron también a danzar y girar. De súbito se estremeció. Una figura insólita, horrible, que acababa de aparecer ante él, le impresionó de tal modo, que no llegó a desvanecerse. Había notado que alguien acababa de detenerse cerca de él, a su derecha. Se volvió y vio una mujer con un pañuelo en la cabeza. Su rostro, amarillento y alargado, aparecía hinchado por la embriaguez. Sus hundidos ojos le miraron fijamente, pero, sin duda, no le vieron, porque no veían nada ni a nadie. De improviso, puso en el pretil el brazo derecho, levantó la pierna del mismo lado, saltó la baranda y se arrojó al canal. ...

En la línea 4217
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sí, no me cabe duda. Es usted desconfiado y cree que le estoy adulando burdamente, con una segunda intención. Pero dígame: ¿ha tenido usted tiempo de vivir lo bastante para conocer la vida? Inventa usted una teoría y después se avergüenza al ver que no conduce a nada y que sus resultados están desprovistos de toda originalidad. Su acción es baja, lo reconozco, pero usted no es un criminal irremisiblemente perdido. No, no; ni mucho menos. Me preguntará qué pienso de usted. Se lo diré: le considero como uno de esos hombres que se dejarían arrancar las entrañas sonriendo a sus verdugos si lograsen encontrar una fe, un Dios. Pues bien, encuéntrelo y vivirá. En primer lugar, hace ya mucho tiempo que necesita usted cambiar de aires. Y en segundo, el sufrimiento no es mala cosa. Sufra usted. Mikolka tiene tal vez razón al querer sufrir. Sé que es usted escéptico, pero abandónese sin razonar a la corriente de la vida y no se inquiete por nada: esa corriente le llevará a alguna orilla y usted podrá volver a ponerse en pie. ¿Qué orilla será ésta? Eso no lo puedo saber. Pero estoy convencido de que le quedan a usted muchos años de vida. Bien sé que usted se estará diciendo que no hago sino desempeñar mi papel de juez de instrucción, y que mis palabras le parecerán un largo y enojoso sermón, pero tal vez las recuerde usted algún día: sólo con esta esperanza le digo todo esto. En medio de todo, ha sido una suerte que no haya usted matado más que a esa vieja, pues con otra teoría habria podido usted hacer cosas cientos de millones de veces peores. Dé gracias a Dios por no haberlo permitido, pues Él tal vez, ¿quién sabe?, tiene algún designio sobre usted. Tenga usted coraje, no retroceda por pusilanimidad ante la gran misión que aún tiene que cumplir. Si es cobarde, luego se avergonzará usted. Ha cometido una mala acción: sea fuerte y haga lo que exige la justicia. Sé que usted no me cree, pero le aseguro que volverá a conocer el placer de vivir. En este momento sólo necesita aire, aire, aire… ...

En la línea 4217
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sí, no me cabe duda. Es usted desconfiado y cree que le estoy adulando burdamente, con una segunda intención. Pero dígame: ¿ha tenido usted tiempo de vivir lo bastante para conocer la vida? Inventa usted una teoría y después se avergüenza al ver que no conduce a nada y que sus resultados están desprovistos de toda originalidad. Su acción es baja, lo reconozco, pero usted no es un criminal irremisiblemente perdido. No, no; ni mucho menos. Me preguntará qué pienso de usted. Se lo diré: le considero como uno de esos hombres que se dejarían arrancar las entrañas sonriendo a sus verdugos si lograsen encontrar una fe, un Dios. Pues bien, encuéntrelo y vivirá. En primer lugar, hace ya mucho tiempo que necesita usted cambiar de aires. Y en segundo, el sufrimiento no es mala cosa. Sufra usted. Mikolka tiene tal vez razón al querer sufrir. Sé que es usted escéptico, pero abandónese sin razonar a la corriente de la vida y no se inquiete por nada: esa corriente le llevará a alguna orilla y usted podrá volver a ponerse en pie. ¿Qué orilla será ésta? Eso no lo puedo saber. Pero estoy convencido de que le quedan a usted muchos años de vida. Bien sé que usted se estará diciendo que no hago sino desempeñar mi papel de juez de instrucción, y que mis palabras le parecerán un largo y enojoso sermón, pero tal vez las recuerde usted algún día: sólo con esta esperanza le digo todo esto. En medio de todo, ha sido una suerte que no haya usted matado más que a esa vieja, pues con otra teoría habria podido usted hacer cosas cientos de millones de veces peores. Dé gracias a Dios por no haberlo permitido, pues Él tal vez, ¿quién sabe?, tiene algún designio sobre usted. Tenga usted coraje, no retroceda por pusilanimidad ante la gran misión que aún tiene que cumplir. Si es cobarde, luego se avergonzará usted. Ha cometido una mala acción: sea fuerte y haga lo que exige la justicia. Sé que usted no me cree, pero le aseguro que volverá a conocer el placer de vivir. En este momento sólo necesita aire, aire, aire… ...

En la línea 4858
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Los días de fiesta lo veía en la puerta de la prisión o en el cuerpo de guardia, adonde dejaban ir al preso para unos minutos cuando ella lo solicitaba. Los días laborables iba a verlo en los talleres donde trabajaba o en los cobertizos de la orilla del Irtych. ...

En la línea 117
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero Spitz, frío y calculador hasta en los momentos de mayor exaltación, se separó de la jauría y se desvió a través de una angosta franja de terreno donde el afluente trazaba una extensa curva. Buck no se enteró y, al describir él mismo la curva con aquel blanquecino espectro glacial lanzado por delante, vio que otro espectro, más grande aún, daba un salto desde la elevada orilla e interceptaba el paso del conejo. Era Spitz. El conejo no podía retroceder y, cuando los blancos dientes le partieron el espinazo en mitad de un brinco, soltó un chillido tan agudo como el de un hombre herido. Ante aquel sonido, el grito de la Vida que se precipita desde la cúspide en las garras de la Muerte, de la jauría entera que seguía a Buck se elevó un satánico aullido colectivo de placer. ...

En la línea 221
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Era la primera vez que Buck fallaba, lo que era motivo suficiente para enfurecer a Hal, que cambió el látigo por el garrote. Bajo la lluvia de golpes brutales que le caían encima, Buck se negó a moverse. Al igual que sus compañeros, apenas podía levantarse; pero con la diferencia de que él había decidido no hacerlo. Tenía el vago presentimiento de un desastre inminente. Lo había sentido muy intensamente cuando se habían arrimado a la orilla y ya no lo había abandonado. Como si al sentir bajo las patas la capa fina y quebradiza de hielo se le hubiera manifestado el presentimiento de que un desastre les esperaba en el lugar adonde su amo pretendía llevarlo. Se negó a moverse. Tanto había sufrido y tan extenuado estaba que los golpes no le dolían. Y según continuaban cayéndole, la chispa de la vida en su interior oscilaba y se atenuaba. Estaba a punto de apagarse. El se sentía extrañamente embotado. Era consciente, pero como desde muy lejos, de estar recibiendo golpes. Las últimas sensaciones de dolor se extinguieron. Ya no sentía nada, aunque alcanzaba a oír, muy débilmente, el impacto del garrote contra su cuerpo. Pero ese cuerpo le parecía tan distante que ya no era el suyo. ...

En la línea 227
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A Hal no le quedaban arrestos para pelear. Además, tenía que dedicar las manos, o más bien los brazos, a su hermana; por otra parte, Buck es taba demasiado cerca de la muerte y ya no sería útil para tirar del trineo. Minutos después se apartaban de la orilla y marchaban río abajo. Buck oyó que se iban y alzó la cabeza para mirar. Pike iba al frente, Sol-leks, de zaguero, y entre ambos, Joe y Teek. Renqueaban y se tambaleaban. Mercedes iba sentada sobre la carga del trineo. Hal llevaba la vara y Charles los seguía dando tumbos. ...

En la línea 233
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando en el pasado mes de diciembre a John Thornton se le congelaron los pies, sus socios lo dejaron bien instalado para que se recuperase y se fueron río arriba en busca de una balsa de troncos a Dawson. Todavía cojeaba un poco cuando rescató a Buck, pero con la llegada del buen tiempo se recuperó por completo. Y fue allí donde Buck, tumbado a la orilla del río durante los largos días de primavera, contemplando el discurrir del agua, escuchando perezosamente los trinos de los pájaros y el murmullo de la naturaleza, fue recobrando gradualmente las energías. ...

En la línea 987
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía, fascinada, se aproximó a la boca. Los gases mefíticos exhalados del pozo hacían temblar la llama turbia de las lámparas. Allí no hacía calor, sino frío; un frío espeso, sin aire respirable. Entráronse resueltamente por otra galería, y abierta una puerta de hierro, se asustaron todos, menos la guardiana, viendo en torno suyo vasta extensión de agua, una especie de lago subterráneo. Ellos estaban sobre angosta tabla echada a manera de puente a lo ancho del depósito. Aquellas aguas, tendidas en su tumba de piedra, tenían quietud y limpidez lúgubre. La luz de una de las lámparas, dejada exprofeso en la otra orilla por la guardiana para que se viese el grandor del depósito, oscilaba en prolongados rieles sobre la triste transparencia del lago, y remedaba, allá a lo lejos, la tea de un sicario en alguna prisión veneciana. Tal era de fantástico aquel lago, que reflejaba un cielo de granito, que la imaginación se fingía cadáveres flotando en él. Experimentaban Lucía y Pilar vago temor, y sobre todo, cosa pueril, o mejor dicho, eminentemente femenina, les horrorizaba la idea de que en las estrecheces y revueltas de los pasadizos pudiesen encontrar ratas. Sabían que los depósitos comunicaban con las alcantarillas, y ya dos o tres veces palidecieron creyendo ver cruzar una sombra negra, que no era sino la temblona silueta de alguna planta parásita, dibujada en el muro por las luces. De improviso, ambas exhalaron un grito; no cabía duda; sonaba el chillido agrio y agudo de la rata. Lucía, sobre todo, se quedó un punto con los ojos dilatados, inmóvil; allí no era posible correr y huir. Pero el pilluelo y la guardiana soltaron la risa; conocían bien aquel silbido, que no era sino el de las botellas de agua mineral que al otro lado de la pared estaban corchando. Con todo, las mujeres respiraron al salir del sombrío dédalo y ver de nuevo la claridad diurna y sentir el aire fresco que congelaba en su frente las gotas de sudor. ...

En la línea 694
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Todo este panorama desfiló como un relámpago, y con frecuencia una nube de vapor blanco ocultó sus pormenores. Apenas pudieron los viajeros entrever el fuerte de Chunar, a veinte millas al sur de Benazepur y sus importanes fábricas de agua de rosa; el sepulcro de lord Cornwallis, que se eleva sobre la orilla izquierda del Ganges; la ciudad fortificada de Buxar, Putna, gran población industrial y mercantil, donde existe el principal mercado del opio de la India; Monglar, ciudad, más que europea, inglesa como Manchester o Birmingham, nombradas por sus fundiciones de hierro y sus fábricas de armas blancas, y cuyas altas chimeneas parecían tiznar con su negro humo el cielo de Brahma, ¡verdadera mancha en el país de los sueños! ...

En la línea 1362
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El 'Pacific Railroad' tiene muchas ramificaciones en su trayecto por los estados de Iowa, Kansas, Colorado y Oregón. Al salir de Omaha, marcha por la orilla izquierda del río 'Platter' atraviesa los terrenos de Laramie y las montañas Wahsatch, da vuelta al lago Salado, llega a 'Lake Salt City', capital de los mormones, penetra en el valle de la Tuilla, recoite el desierto americano, los montes de Cedar y Humboldt, el río Humboldt, la Sierra Nevada, y baja por Sacramento hasta el Pacífico, sin que este trazado tenga pendientes mayores de doce pies por mil aun en el trayecto de las montañas Rocosas. ...

En la línea 1405
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las tres, los viajeros se paseaban, pues, por las calles de la ciudad, construida entre la orilla del Jordán y las primeras ondulaciones de los montes Wahshtch. Advirtieron pocas iglesias o ninguna, y como monumentos, la casa del Profeta, los tribunales y el arsenal; después, unas casas de ladrillos azulados con cancelas y galerías, rodeadas de jardines, adornadas con acacias, palmera y algarrobos. Un muro de arcilla y piedras, hecho en 1853, ceñía la ciudad; en la calle principal, donde estaba el mercado, se elevaban algunos palacios adornados de banderas, y entre otros, Lake-Salt House. ...

En la línea 1499
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Y pasaron como un relámpago. Nadie vio el puente. El tren saltó, por decirlo así, de una orilla a otra, y el maquinista no pudo detener su máquina desbocada sino a cinco millas más allá de la estación. ...


la Ortografía es divertida

Errores Ortográficos típicos con la palabra Orilla

Cómo se escribe orilla o horilla?
Cómo se escribe orilla o orrilla?
Cómo se escribe orilla o oriya?

Más información sobre la palabra Orilla en internet

Orilla en la RAE.
Orilla en Word Reference.
Orilla en la wikipedia.
Sinonimos de Orilla.

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