Cual es errónea Negro o Negrro?
La palabra correcta es Negro. Sin Embargo Negrro se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra negrro es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra negro
Más información sobre la palabra Negro en internet
Negro en la RAE.
Negro en Word Reference.
Negro en la wikipedia.
Sinonimos de Negro.

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Reglas relacionadas con los errores de r
Las Reglas Ortográficas de la R y la RR
Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r
Algunas Frases de libros en las que aparece negro
La palabra negro puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 323
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... , ¡quia! ¡Ni que viviera uno entre salvajes, sin caridad ni religión! Pero en la tarde, cuando vio venir por el camino a unos señores vestidos de negro, fúnebres pajarracos con alas de papel arrolladas bajo el brazo, ya no dudó. ...
En la línea 677
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Iban llegando, solemnes, con una majestad de labriegos ricos, vestidos de negro, con blancas alpargatas y pañuelo de seda bajo el ancho sombrero. ...
En la línea 873
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La inmensa vega perdíase en azulada penumbra; ondulaban los cañares como rumorosas y oscuras masas, y las estrellas parpadeaban en el espacio negro. ...
En la línea 887
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Era tan fiera su actitud, destacándose erguido en medio de la acequia: se adivinaba en este fantasma negro tal resolución de recibir a tiros al que se presentase, que nadie salió de los inmediatos cañares, y bebieron sus campos durante una hora sin protesta alguna. ...
En la línea 391
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Y estos zagales, condenados al salvajismo desde su nacimiento, como las criaturas a las que se deforma para explotar su fealdad, ganaban treinta reales al mes, a más de una triste pitanza que no acallaba los estremecimientos de su estómago excitado por el aire de la montaña y las aguas puras de las fuentes! ¡Y sus jefes, los yegüeros y vaqueros, tenían dos reales y medio cuando más, sin fiesta alguna durante el año; todos los días lo mismo, viviendo aislados, con su mísera hembra que procreaba pequeños salvajes, dentro de un chozón, negro y ahumado, un verdadero ataúd sin más entrada que un agujero de madriguera, las paredes de pedruscos sueltos y una cubierta de hojas de corcho!... ...
En la línea 429
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los dos hombres salieron al portal del cortijo. Por la parte de la sierra, el cielo estaba negro y las nubes corríanse como una cortina lúgubre entenebreciendo el campo. Aún no era media tarde y todos los objetos envolvíanse en la vaguedad difusa del anochecer. El cielo parecía haber descendido, tocando las crestas de las montañas, devorándolas en su seno oscuro, como si las decapitase. Pasaban a bandadas con el pavor de la fuga, graznando estridentemente, los pájaros de presa. ...
En la línea 500
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Entró un mozo de escasa estatura, avanzando cautelosamente, de medio lado, como si temiera rozar la pared. En su encogimiento parecía implorar perdón anticipadamente por todo lo que hiciese. Sus ojos brillaban en la sombra lo mismo que su fuerte y nítida dentadura. Al aproximarse a la luz del velón, Salvatierra se fijó en el color cobrizo de su cara, en las córneas de sus ojos, que parecían manchadas de tabaco, en sus manos de dos colores, con la palma sonrosada y el dorso de un negro que aún se hacía más intenso bajo las uñas. A pesar del frío, vestía una blusa de verano, una guayabera con pliegues, húmeda aún de la lluvia, y en la cabeza llevaba dos sombreros, uno dentro del otro, de distinto color, como sus manos. El de abajo mostraba una blancura gris y flamante en la parte inferior de sus alas; el de arriba era viejo, de un negro rojizo, con los bordes deshilachados. ...
En la línea 500
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Entró un mozo de escasa estatura, avanzando cautelosamente, de medio lado, como si temiera rozar la pared. En su encogimiento parecía implorar perdón anticipadamente por todo lo que hiciese. Sus ojos brillaban en la sombra lo mismo que su fuerte y nítida dentadura. Al aproximarse a la luz del velón, Salvatierra se fijó en el color cobrizo de su cara, en las córneas de sus ojos, que parecían manchadas de tabaco, en sus manos de dos colores, con la palma sonrosada y el dorso de un negro que aún se hacía más intenso bajo las uñas. A pesar del frío, vestía una blusa de verano, una guayabera con pliegues, húmeda aún de la lluvia, y en la cabeza llevaba dos sombreros, uno dentro del otro, de distinto color, como sus manos. El de abajo mostraba una blancura gris y flamante en la parte inferior de sus alas; el de arriba era viejo, de un negro rojizo, con los bordes deshilachados. ...
En la línea 76
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Con esto y vestir siempre de negro y usar sombrero de copa de forma anticuada y algo grasiento, largo levitón, cuyos faldones, muy sueltos y movedizos, tenían aires de manteo, parecía un cura de la montaña, sano, pobre, fuerte y contento. ...
En la línea 156
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Si algún lector supone que esto es inverosímil, recordando que don Ángel vestía de negro y enseñaba apenas un centímetro de cuello de camisa, y esto poco no muy blanco, a ese lector le diré con buenos modos que, por culpa de su indiscreta advertencia, tengo que declarar lo siguiente: que la limpieza material no había sido una de las virtudes cívicas por las cuales había ganado la ciudad años atrás el título de heroica y muy leal: los lagunenses, que cuando eran alcaldes o barrenderos no barrían bien las calles, y que fuesen lo que fuesen las ensuciaban sin escrúpulo, no tenían clara conciencia de que Mahoma había obrado como un sabio, imponiendo a sus creyentes el deber de lavarse tantas veces. ...
En la línea 308
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Era Antón un mozo de treinta años, pálido, afeitado, como Cuervo; de ojos apagados, y llevaba el hongo negro, flexible, metido hasta las orejas; sobre los hombros encorvados había siempre colgada una esclavina azul muy larga con broches de metal blanco. ...
En la línea 1352
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Tiene algunas señas por las que se le pueda reconocer?-Por supuesto, es un señor de gran estatura, pelo negro, tez mo rena, mirada penetrante, dientes blancos y una cicatriz en la sien. ...
En la línea 1354
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y además dien tes blancos, mirada penetrante, tez morena, pelo negro y gran estatu ra. ...
En la línea 1637
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Luego, un mo mento después, aquellos que sorprendidos por aquel ruido habían salido a las ventanas para conocer la causa, pudieron ver cómo la puerta se abría y no salir a cuatro hombres vestidos de negro, sino volar como cuervos espantados, dejando por tierra y en las esquinas de las mesas plumas de sus alas, es decir, jirones de sus vestidos y trozos de sus capas. ...
En la línea 2169
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Su cabeza sostenida por un cuello largo y móvil, salía de su amplio traje negro balanceándose con un m ovimiento casi parecido al de la tortuga cuando saca su cabeza fuera de su capa razón. ...
En la línea 518
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Los cerdos son muy hermosos: de patas cortas, corpulentos, de color negro o rojo oscuro; de la excelencia de su carne puedo dar testimonio, porque muchas veces la he saboreado con deleite en mis viajes por esta provincia; el _lombo_, o lomo, asado en el rescoldo, es delicioso, especialmente comiéndolo con aceitunas. ...
En la línea 530
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Sobre sus hombros tenía un jabalí—en su seno dormía un oso negro, etc.» El cabrero tenía en un hombro un animal, que, según me dijo, era una _lontra_, o nutria, acabada de cazar en el arroyo inmediato; una cuerda, atada por un extremo al brazo del cazador, la rodeaba el cuello. ...
En la línea 1237
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —Esto está más negro que la pez—dije yo—, y es muy a propósito para lo que yo me sé; trae una luz, o no entro. ...
En la línea 1262
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Un día entró en mi _cachimani_ un desconocido; iba vestido como un _corahanó_, pero más parecía un _callardó_; y, sin embargo, tampoco era un _callardó_, a pesar de ser casi negro; según estaba mirándole, pensé que se parecía un poco a los del _Errate_, y me dijo: «_Zincali_; _chachipé_»; luego, en una lengua tan rara que apenas le pude entender, me dijo al oído. ...
En la línea 1196
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En esto, parece ser, o que el frío de la mañana, que ya venía, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese cosa natural -que es lo que más se debe creer-, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él; mas era tanto el miedo que había entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo. ...
En la línea 1838
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En resolución, la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver: púsole una saya de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Wamba. ...
En la línea 1839
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... No consintió el cura que le tocasen, sino púsose en la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra liga hizo un antifaz, con que se cubrió muy bien las barbas y el rostro; encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de quitasol, y, cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso. ...
En la línea 2120
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Todo esto miraban de entre unas breñas Cardenio y el cura, y no sabían qué hacerse para juntarse con ellos; pero el cura, que era gran tracista, imaginó luego lo que harían para conseguir lo que deseaban; y fue que con unas tijeras que traía en un estuche quitó con mucha presteza la barba a Cardenio, y vistióle un capotillo pardo que él traía y diole un herreruelo negro, y él se quedó en calzas y en jubón; y quedó tan otro de lo que antes parecía Cardenio, que él mesmo no se conociera, aunque a un espejo se mirara. ...
En la línea 21
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Volvemos a la venta, para comer. Una grandísima muchedumbre de hombres, mujeres y niños, todos más negros que la pez, se congrega para examinarnos. Nuestro guía y nuestro intérprete, regocijados compañeros, rompen a reír a cada uno de nuestros ademanes, a cada palabra nuestra. Antes de abandonar el pueblo, visitamos la catedral, que no nos parece tan rica como iglesia, pero que se enorgullece de la posesión de un pequeño órgano de sonidos nada armoniosos. Damos algunos chelines al sacerdote negro; y el español, haciéndole carantoñas, dice con mucha candidez que piensa que el color de la piel tiene poca importancia. Regresamos entonces a Porto-Praya tan deprisa como nuestros caballos pueden llevarnos. ...
En la línea 42
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las Peñas de San Pablo, vistas desde cierta distancia, son de una blancura deslumbradora. Este color se debe, en parte, 'a los excrementos de una inmensa multitud de aves marinas, y en parte, a un revestimiento formado por una sustancia dura, reluciente, con brillo de nácar, que se adhiere con fuerza a la superficie de las rocas. Si se examina con una lente de aumento, se ve que este revestimiento consiste en capas numerosas y en extremo delgadas, ascendiendo su espesor total a una décima de pulgada. Esta sustancia contiene materias animales en gran cantidad, y su formación se debe sin duda ninguna a la acción de la lluvia y de la espuma del mar. He hallado en la Ascensión y en las pequeñas islas Abrolhos, sobre algunas masas de guano pequeñas, ciertos cuerpos en forma de ramos que evidentemente están constituidos de la misma manera que el revestimiento blanco de esas rocas. Estos cuerpos ramificados se asemejan de un modo tan perfecto a ciertas nulíporas (plantas marinas calcáreas muy duras), que, últimamente, al examinar mi colección un poco deprisa, no advertí la diferencia. La extremidad globular de las ramas tiene la misma conformación que el nácar o que el esmalte de los dientes; pero es bastante dura para rayar el vidrio. Quizá no esté fuera de propósito el mencionar aquí que una parte de la costa de la Ascensión donde se encuentran inmensos montones de arena con conchas, el agua del mar deposita en las rocas expuestas a la acción de la' marea una incrustación parecida a ciertas plantas criptógamas (Marchantia), que se notan a menudo en las paredes húmedas; la superficie de las hojas está admirablemente pulimentada; las partes expuestas de lleno a la luz son de un color negro, pero las que se encuentran debajo de un reborde de la roca permanecen, grises. He enseñado a varios geólogos algunas muestras de esas incrustaciones ¡y todos creyeron que son de origen volcánico o ígneo! La dureza y la diafanidad de esas incrustaciones, su pulimento tan perfecto como el de las conchas más bonitas, el olor que exhalan y la pérdida de color que sufren cuando se hace actuar sobre ellas el soplete: todo prueba su íntima analogía con las conchas de los moluscos marinos vivos. ...
En la línea 54
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las rocas sieníticas de las cataratas del Orinoco, del Nilo y del Congo están cubiertas por una sustancia negra, y parecen haberse pulimentado con plombagina. Esta capa, en extremo tenue, fue analizada por Berzelius, y, según él, se compone de óxidos de hierro y de manganeso. En el Orinoco, esta capa negra se encuentra sobre las rocas, cubiertas periódicamente por las inundaciones, y sólo en los sitios donde el río tiene una corriente muy rápida; o, para emplear la expresión de los indios, «las rocas son negras allí donde las aguas son blancas». En el riachuelo de que hablo, el revestimiento de las rocas tiene un bonito color pardo, en vez de ser negro, y sólo me parece compuesto de materias ferruginosas. Muestras de colección son incapaces de dar cabal ideal de esas hermosas rocas morenas, admirablemente pulimentadas, que resplandecen a los rayos del sol. Aun cuando el riachuelo corre siempre, el revestimiento no se produce sino en los sitios donde, de vez en cuando, las altas olas golpean la roca, lo cual prueba que la resaca debe de servir de agente bruñidor, cuando se trata de las cataratas de los grandes ríos. El movimiento de la marea debe corresponder también a las inundaciones periódicas; por tanto, el mismo efecto se produce en circunstancias que parecen muy diferentes, pero que en el fondo son análogas. Sin embargo, de ningún modo puede explicarse el origen de esos revestimientos metálicos, que parecen sedimentados por cementación sobre las rocas; y aún menos puede explicarse, en mi sentir, el que su espesor permanezca siempre siendo el mismo. ...
En la línea 82
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi residencia en esta posesión estuve a punto de presenciar uno de esos actos atroces que sólo pueden ocurrir en un país donde reina la esclavitud. A consecuencia de una querella y de un proceso, el propietario estuvo a punto de separar a los esclavos varones de sus mujeres y de sus hijos para ir a venderlos en pública subasta en Río. El interés, y no un sentimiento compasivo, fue quien impidió que se perpetrase este acto infame. Hasta creo que el propietario nunca pensó que pudiera ser una inhumanidad eso de separar así a treinta familias que vivían juntas desde muchos años; y, sin embargo, afirmo que su humanidad y su bondad le hacían superior a muchos hombres. Pero, en mi sentir, puede añadirse que no tiene límites la ceguera producida por el interés y el egoísmo. Voy a referir una insignificante anécdota que me impresionó más que ninguno de los rasgos de crueldad que he oído contar. Atravesaba yo una balsa con un negro más que estúpido. Para conseguir hacerme comprender, hablaba alto y le hacía señas; al hacerlas, una de mis manos pasó junto a su cara. ...
En la línea 334
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cuanto abrió la puerta de la torre y se encontró en la nave Norte de la iglesia, recobró la sonrisa inmóvil, habitual expresión de su rostro, cruzó las manos sobre el vientre, inclinó hacia delante un poco con cierta languidez entre mística y romántica la bien modelada cabeza, y más que anduvo se deslizó sobre el mármol del pavimento que figuraba juego de damas, blanco y negro. ...
En la línea 373
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En medio de la sacristía ocupaba largo espacio una mesa de mármol negro, del país. ...
En la línea 384
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El cuadro que miraban estaba casi en la sombra y parecía una gran mancha de negro mate. ...
En la línea 392
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En su traje pulcro y negro de los pies a la cabeza se veía algo que Frígilis, personaje darwinista que encontraremos más adelante, llamaba la adaptación a la sotana, la influencia del medio, etc. ...
En la línea 1255
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... César Borgia procedía en todo como un príncipe laico. Cuando se presentaba en público era siempre con la espada al cinto, vestido elegantemente a la española, o sea de negro, con larga pluma blanca en el birrete. Otras veces lo veían los romanos a caballo, llevando turbante y rico caftán, por gustarle las modas orientales después de su amistad con el príncipe Djem. ...
En la línea 1410
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sucedíanse las fiestas, desfilando a través de la ciudad un cortejo simbólico que representaba el triunfo de Julio César. Las glorias de los dos Césares, hijos de Roma, eran confundidas por la muchedumbre entusiástica. Mientras ésta se regocijaba día y noche en mascaradas y bailes, el héroe permanecía al margen de tales diversiones, oculto en su alojamiento del Vaticano, entre caudillos, prelados, escritores y pintores, hablando con ellos de poesía, de historia o artes plásticas. Empezó a llevar la existencia anormal de sus últimos años, que lo rodeaba de misterio, dando cierta veracidad ficticia a las calumnias de sus enemigos. Gustaba de no ser visto nunca por las gentes que hablaban de él en todo momento. Vivía de noche, dando audiencia en las horas de la madrugada. Si salía por la ciudad, era con antifaz y vestido de negro, para que nadie lo reconociese. ...
En la línea 1477
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Lucrecia se casaba en Roma por poderes con Alfonso de Ferrara, emprendiendo una marcha lenta hacia los estados de su marido, seguida de majestuoso cortejo. Durante el baile con que celebró su matrimonio en el Vaticano, mostrábase de pronto un danzarín, vestido elegantemente de negro, con antifaz del mismo color. Bailaba solo, con una maestría y una gracia que hacían retirarse a los demás, atrayendo las miradas de todos los presentes y creando en torno a su persona un silencio admirativo. A los pocos momentos lo reconocían a causa de su habilidad. ...
En la línea 1580
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mostró Claudio una agresividad helada y cruel al hablar de este hombre que tanto influía ahora en ella; un snob medio indio, medio negro, ignorante, sin otro talento que el de llevar bien un tercer ojo de vidrio y mover rítmicamente los pies. Nunca estaría tranquila a su lado; bailaría con todas. ...
En la línea 51
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sonó una explosión inmensa, ensordecedora, y después se hizo un profundo silencio en la dulce serenidad de la tarde, como si el infinito del mar y el horizonte hubiesen absorbido hasta la última vibración del atronador desgarramiento. Pero el silencio fue corto. A continuación, todo el buque pareció cubrirse de aullidos de dolor, de gritos de sorpresa, de carreras de gentes enloquecidas por el pánico, de órdenes enérgicas. Por las dos chimeneas del paquebote se escaparon torrentes mugidores de humo negro, al mismo tiempo que debajo de la cubierta empezaba un jadeo ruidoso, igual al estertor de un gigante moribundo. ...
En la línea 104
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Las había de una blancura ligeramente azul, como la de los más ricos diamantes; otras eran de verde esmeralda, de topacio, de ópalo, de zafiro. Parecía que sobre el terciopelo negro de la noche todas las piedras preciosas conocidas por los hombres se deslizasen como en una contradanza. Volaban formando parejas, y sus rayos, al cruzarse, se esparcían en distintas direcciones. ...
En la línea 162
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Y yo pude afirmar además, de un modo concluyente, que es usted un verdadero gentleman, porque he ordenado a dos de mis secretarios que volviesen las hojas de un libro más grande que mi persona, con tapas de cuero negro, que nuestra grúa sacó de uno de sus bolsillos. He podido leer rápidamente algunas de dichas hojas. En la primera, nada interesante: nombres y fechas solamente; pero en otras he visto muchas líneas desiguales que representan un alto pensamiento poético. Indudablemente, el Gentleman-Montaña ha pasado por una universidad. En nuestro país, solo un hombre de estudios puede hacer buenos versos. Los de usted, gigantesco gentleman, me permitirá que le diga que son regulares nada más y por ningún concepto extraordinarios. Se resienten de su origen: les falta delicadeza; son, en una palabra, versos de hombre, y bien sabido es que el hombre, condenado eternamente a la grosería y al egoísmo por su propia naturaleza, puede dar muy poco de sí en una materia tan delicada como es la poesía. ...
En la línea 340
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una de las varias muchachas de la Guardia que curioseaban en torno del revolver se había quitado el casco para asomarse a la negra boca del canon del arma. Al fin acabo por meter toda su cabeza en el tubo oscuro, sacándola poco después completamente desfigurada. Su rostro aparecía tiznado de negro y sus melenas sucias de hollín. ...
En la línea 54
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo más particular era que Baldomero, después de concertada la boda, y cuando veía regularmente a su novia, no le decía de cosas de amor ni una miaja de letra, aunque las breves ausencias de la mamá, que solía dejarles solos un ratito, le dieran ocasión de lucirse como galán. Pero nada… Aquel zagalote guapo y desabrido no sabía salir en su conversación de las rutinas más triviales. Su timidez era tan ceremoniosa como su levita de paño negro, de lo mejor de Sedán, y que parecía, usada por él, como un reclamo del buen género de la casa. Hablaba de los reverberos que había puesto el marqués de Pontejos, del cólera del año anterior, de la degollina de los frailes, y de las muchas casas magníficas que se iban a edificar en los solares de los derribados conventos. Todo esto era muy bonito para dicho en la tertulia de una tienda; pero sonaba a cencerrada en el corazón de una doncella, que no estando enamorada, tenía ganas de estarlo. ...
En la línea 91
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En la tienda de Arnaiz, junto a la reja que da a la calle de San Cristóbal, hay actualmente tres sillas de madera curva de Viena, las cuales sucedieron hace años a un banco sin respaldo forrado de hule negro, y este banco tuvo por antecesor a un arcón o caja vacía. Aquélla era la sede de la inmemorial tertulia de la casa. No había tienda sin tertulia, como no podía haberla sin mostrador y santo tutelar. Era esto un servicio suplementario que el comercio prestaba a la sociedad en tiempos en que no existían casinos, pues aunque había sociedades secretas y clubs y cafés más o menos patrióticos, la gran mayoría de los ciudadanos pacíficos no iba a ellos, prefiriendo charlar en las tiendas. Barbarita tiene aún reminiscencias vagas de la tertulia en los tiempos de su niñez. Iba un fraile muy flaco que era el padre Alelí, un señor pequeñito con anteojos, que era el papá de Isabel, algunos militares y otros tipos que se confundían en su mente con las figuras de los dos mandarines. ...
En la línea 109
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... En sus últimos tiempos, del 70 en adelante, vestía con cierta originalidad, no precisamente por miseria, pues los de Santa Cruz cuidaban de que nada le faltase, sino por espíritu de tradición, y por repugnancia a introducir novedades en su guardarropa. Usaba un sombrero chato, de copa muy baja y con las alas planas, el cual pertenecía a una época que se había borrado ya de la memoria de los sombreros, y una capa de paño verde, que no se le caía de los hombros sino en lo que va de Julio a Septiembre. Tenía muy poco pelo, casi se puede decir ninguno; pero no usaba peluca. Para librar su cabeza de las corrientes frías de la iglesia, llevaba en el bolsillo un gorro negro, y se lo calaba al entrar. Era gran madrugador, y por la mañanita con la fresca se iba a Santa Cruz, luego a Santo Tomás y por fin a San Ginés. Después de oír varias misas en cada una de estas iglesias, calado el gorro hasta las orejas, y de echar un parrafito con beatos o sacristanes, iba de capilla en capilla rezando diferentes oraciones. Al despedirse, saludaba con la mano a las imágenes, como se saluda a un amigo que está en el balcón, y luego tomaba su agua bendita, fuera gorro, y a la calle. ...
En la línea 113
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... A las diez de la mañana concluía Estupiñá invariablemente lo que podríamos llamar su jornada religiosa. Pasada aquella hora, desaparecía de su rostro rossiniano la seriedad tétrica que en la iglesia tenía, y volvía a ser el hombre afable, locuaz y ameno de las tertulias de tienda. Almorzaba en casa de Santa Cruz o de Villuendas o de Arnaiz, y si Barbarita no tenía nada que mandarle, emprendía su tarea para defender el garbanzo, pues siempre hacía el papel de que trabajaba como un negro. Su afectada ocupación en tal época era el corretaje de dependientes, y fingía que los colocaba mediante un estipendio. Algo hacía en verdad, mas era en gran parte pura farsa; y cuando le preguntaban si iban bien los negocios, respondía en el tono de comerciante ladino que no quiere dejar clarear sus pingües ganancias: «Hombre, nos vamos defendiendo; no hay queja… Este mes he colocado lo menos treinta chicos… como no hayan sido cuarenta… ». ...
En la línea 304
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La vanguardia de la esperada procesión hizo su aparición en la puerta principal: una tropa de alabarderos. Iban vestidos con calzas de listas negras y leonadas, gorras de terciopelo adornadas a los lados con rasas de plata, y jubones de paño azul y morado, bordados por delante y por detrás con las tres plumas, el blasón del príncipe, tejidas en oro. Las astas de las alabardas estaban cubiertas de terciopelo carmesí, sujeto con clavos dorados y adornadas con borlas de oro. Desfilando a derecha e izquierda, formaban dos largas hileras que se extendían desde la puerta principal del palacio hasta la orilla del agua. Después se desplegó un grueso paño o tapiz rayado, y unos servidores, ataviados con las libreas de oro y carmesí del príncipe, lo tendieron entre los alabarderos. Hecho esto, resonó dentro un floreo de trompetas. Los músicos del río comenzaran un animado preludio y dos ujieres con varas blancas salieron por la puerta con lento y majestuoso paso. Iban seguidos por un oficial que llevaba la maza municipal, tras el cual venía otro con la Espada de la Ciudad; luego varios alguaciles de la guarnición de la ciudad, con uniforme de gala, y con divisas en las mangas. Venía luego el rey de armas de la Jarretera, con su tabardo; lo seguían varios caballeros del Baño, cada uno con una cinta blanca en la manga; luego sus escuderos; después los jueces, con sus togas escarlatas y sus cofias; luego el lord gran canciller de Inglaterra, con su toga escarlata, abierta por delante y, orlada de piel blanca con manchas negras; luego una comisión de regidores con sus capas escarlata, y luego los principales de las diferentes compañías cívicas en traje de ceremonia. Después venían doce caballeros franceses, con espléndidos atavíos, consistentes en jubones de damasco blanco listado de oro, capas cortas de terciopelo carmesí, forradas de tafetán violeta y calzas color carne, y comenzaron a descender por la escalinata. Eran el séquito del embajador francés, e iban seguidos por doce caballeros del séquito del embajador español, vestidos de terciopelo negro sin ningún adorno. En pos de éstos venían varios importantes nobles ingleses con sus servidores. ...
En la línea 305
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Sintióse dentro floreo de trompetas, y el tío del príncipe, el futuro gran duque de Somerset, salió de la verja, ataviado con un jubón de brocado negro y una capa de raso carmesí con flores de oro, y ribeteada con redecillas de plata. Volvióse, se quitó la gorra adornada con plumas, inclinó su cuerpo en profunda reverencia y empezo a retroceder de espaldas, saludando a cada escalón. Siguió prolongado son de trompetas y la proclamación: '¡Paso al alto y poderoso señor Eduardo Príncipe de Gales!' En lo alto de los muros de palacio prorrumpió en estrépito atronador una larga hilera de rojas lenguas de fuego; la gente apiñada en el río estalló en potente rugido de bienvenida, y Tom Canty, causa y héroe de todo aquello, apareció a la vista, e inclinó levemente su principesca cabeza: ...
En la línea 565
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Durante el mediodía, Tom pasó unas horas deliciosas, previa la venia de sus custodios Hertford y St. John, en compañía de la princesa Isabel y la pequeña lady Juana Grey, aunque el ánimo de ambas estaba harto abatido por el gran golpe que había caído sobre la casa real. Al final de la visita, su 'hermana mayor' –que fue después la 'María la Sanguinaria' de la historia– le dejó frío con una solemne entrevista que no tuvo sino un mérito a los ojos del niño: su brevedad. Permaneció Tom unos momentos solo y luego fue admitido a su presencia un niño de unos doce años, cuyo vestido, salvo la blanca gorguera y los encajes de las muñecas, era negro; justillo, medias y todo lo demás. No llevaba otra señal de luto que un lazo de cinta morada en el hombro. El niño avanzó titubeando, con la cabeza inclinada y desnuda, e hincó una rodilla delante de Tom. Éste lo contempló un momento y después le dijo: ...
En la línea 688
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Se les imputa, señor, un negro crimen y bien probado, por lo cual los jueces han decretado, con apego a la ley, que sean ahorcadas. Se han vendido al diablo. Tal es su crimen. ...
En la línea 566
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues yo creí que sería todo lo contrario… Pero, entre paréntesis, ¡mira qué morena!, ¡es la noche luminosa! ¡Bien dicen que lo negro es lo que más absorbe la luz! ¿No ves qué luz oculta se siente bajo su pelo, bajo el azabache de sus ojos? Vamos a seguirla… ...
En la línea 794
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cerró los ojos y volvió a soñar aquella casa dulce y tibia, en que la luz entraba por entre las blancas flores bordadas en los visillos. Volvió a ver a su madre, yendo y viniendo sin ruido, siempre de negro, con aquella su sonrisa que era poso de lágrimas. Y repasó su vide toda de hijo, cuando formaba parte de su madre y vivía a su amparo, y aquella muerte lenta, grave, dulce a indolorosa de la pobre señora, cuando se fue como un eve peregrine que emprende sin ruido el vuelo. Luego recordó o resoñó el encuentro de Orfeo, y al poco rato encontróse sumido en un estado de espíritu en que pasaban ante él, en cinematógrafo, las más extrañas visiones. ...
En la línea 1250
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... ¡Cuántas veces sentado solo y solitario en uno de los bancos verdes de aquella plazuela vio el incendio del ocaso sobre un tejado y alguna vez destacarse sobre el oro en fuego del espléndido arrebol el contorno de un gato negro sobre la chimenea de una casa! Y en tanto, en otoño, llovían hojas amarillas, anchas hojas como de vid, a modo de manos momificadas, laminadas, sobre los jardincillos del centro con sus arriates y sus macetas de flores. Y jugaban los niños entre las hojas secas, jugaban acaso a recogerlas, sin darse cuenta del encendido ocaso. ...
En la línea 200
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El crucero avanzó a toda máquina, arrojando por la chimenea torrentes de humo negro. ...
En la línea 232
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Se sentó junto al timón con Sabau a su lado y guió resueltamente el barco hacia la boca del río. La oscuridad favorecía la fuga. Desplegaron una vela latina, pintada de negro para confundirse con las sombras de la noche. La cubierta del parao parecía desierta. ...
En la línea 1361
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Al diablo el que tuvo la idea de hacerme meter la nariz en ese humo negro! —exclamó furioso. ...
En la línea 260
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Tres hurras acogieron la orden. Había sonado la hora del combate. Unos instantes después, la dos chimeneas de la fragata vomitaban torrentes de humo negro y el puente se movía con la trepidación de las calderas. ...
En la línea 406
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -En la parrilla, no replicó el canadiense-, pero sí en el horno, eso es seguro. Esto está bastante negro. Afortunadamente, conservo mi cuchillo y veo lo suficiente como para servirme de él. Al primero de estos bandidos que me ponga la mano encima… ...
En la línea 615
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Era la biblioteca. Altos muebles de palisandro negro, con incrustaciones de cobre, soportaban en sus anchos estantes un gran número de libros encuadernados con uniformidad. Las estanterías se adaptaban al contorno de la sala, y terminaban en su parte inferior en unos amplios divanes tapizados con cuero marrón y extraordinariamente cómodos. Unos ligeros pupitres móviles, que podían acercarse o separarse a voluntad, servían de soporte a los libros en curso de lectura o de consulta. En el centro había una gran mesa cubierta de publicaciones, entre las que aparecían algunos periódicos ya viejos. La luz eléctrica que emanaba de cuatro globos deslustrados, semiencajados en las volutas del techo, inundaba tan armonioso conjunto. Yo contemplaba con una real admiración aquella sala tan ingeniosamente amueblada y apenas podía dar crédito a mis ojos. ...
En la línea 1651
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Durante algunos días vimos una gran cantidad de aves acuáticas, palmípedas y gaviotas. Algunas de ellas pasaron a la cocina para ofrecernos una aceptable variación a los menús marinos que constituían nuestro régimen. Entre los grandes veleros, que se alejan de tierra a distancias considerables y descansan sobre el agua de la fatiga del vuelo, vi magníficos albatros, aves pertenecientes a la familia de las longipennes y que se caracterizan por sus gritos discordantes como el rebuzno de un asno. La familia de las pelecaniformes estaba representada por rápidas fragatas que pescaban con gran ligereza los peces de la superficie y por numerosos faetones, entre ellos el de manchitas rojas, del tamaño de una paloma, cuyo blanco plumaje está matizado de colores rosáceos que contrastan vivamente con el color negro de las alas. ...
En la línea 117
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tan pronto como el negro aterciopelado que se vela a través de mi ventanita se tiñó de gris, me apresuré a levantarme y a bajar la escalera; todos los tablones de madera y todas las resquebrajaduras de cada madero parecían gritarme: «¡Deténte, ladrón!» y «¡Despiértese, señora Joe!» En la despensa, que estaba mucho mejor provista que de costumbre por ser la víspera de Navidad, me alarmé mucho al ver que había una liebre colgada de las patas posteriores y me pareció que guiñaba los ojos cuando estaba ligeramente vuelto de espaldas hacia ella. No tuve tiempo para ver lo que tomaba, ni de elegir, ni de nada, porque no podía entretenerme. Robé un poco de pan, algunas cortezas de queso, cierta cantidad de carne picada, que guardé en mi pañuelo junto con el pan y manteca de la noche anterior, y un poco de aguardiente de una botella de piedra, que eché en un frasco de vidrio (usado secretamente para hacer en mi cuarto agua de regaliz). Luego acabé de llenar de agua la botella de piedra. También tomé un hueso con un poco de carne y un hermoso pastel de cerdo. Me disponía a marcharme sin este último, pero sentí la tentación de encaramarme en un estante para ver qué cosa estaba guardada con tanto cuidado en un plato de barro que había en un rincón; observando que era el pastel, me lo llevé, persuadido de que no estaba dispuesto para el día siguiente y de que no lo echarían de menos en seguida. ...
En la línea 121
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Más espesa fue la niebla todavía cuando salí de los marjales, hasta el punto de que, en vez de acercarme corriendo a alguna cosa, parecía que ésta echara a correr hacia mí. Ello era muy desagradable para una mente pecadora. Las puertas, las represas y las orillas se arrojaban violentamente contra mí a través de la niebla, como si quisieran exclamar con la mayor claridad: «¡Un muchacho que ha robado un pastel de cerdo! ¡Detenedle!» Las reses se me aparecían repentinamente, mirándome con asombrados ojos, y por el vapor que exhalaban sus narices parecían exclamar: «¡Eh, ladronzuelo!» Un buey negro con una mancha blanca en el cuello, que a mi temerosa conciencia le pareció que tenía cierto aspecto clerical, me miró con tanta obstinación en sus ojos y movió su maciza cabeza de un modo tan acusador cuando yo lo rodeaba, que no pude menos que murmurar: «No he tenido más remedio, señor. No lo he robado para mí.» Entonces él dobló la cabeza, resopló despidiendo una columna de humo por la nariz y se desvaneció dando una coz con las patas traseras y agitando el rabo. ...
En la línea 334
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Entonces, algo que yo había observado ya antes resonó otra vez en la garganta de aquel hombre, que se volvió de espaldas. Había regresado el bote y la guardia estaba dispuesta, de modo que seguimos al preso hasta el embarcadero, hecho con pilotes y piedras, y lo vimos entrar en el bote impulsado a remo por una tripulación de penados como él mismo. Ninguno pareció sorprendido ni interesado al verlo, así como tampoco alegre o triste. Nadie habló una palabra, a excepción de alguien que en el bote gruñó, como si se dirigiera a perros: «¡Avante!», lo cual era orden de que empezaran a mover los remos. A la luz de las antorchas vimos el negro pontón fondeado a poca distancia del lodo de la orilla, como si fuese un Arca de Noé maldita. El barco prisión estaba anclado con cadenas macizas y oxidadas, fondeado y aislado por completo de todo lo demás, y a mis infantiles ojos me pareció que estaba rodeado de hierro como los mismos presos. El bote se acercó a un costado de la embarcación, y vimos que lo izaban y que desaparecía. Luego, los restos de las antorchas cayeron silbando al agua y se apagaron como si todo hubiese acabado ya. ...
En la línea 595
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Estaba sentada - contesté - en un coche tapizado de terciopelo negro. ...
En la línea 78
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof no estaba acostumbrado al trato con la gente y, como ya hemos dicho últimamente incluso huía de sus semejantes. Pero ahora se sintió de pronto atraído hacia ellos. En su ánimo acababa de producirse una especie de revolución. Experimentaba la necesidad de ver seres humanos. Estaba tan hastiado de las angustias y la sombría exaltación de aquel largo mes que acababa de vivir en la más completa soledad, que sentía la necesidad de tonificarse en otro mundo, cualquiera que fuese y aunque sólo fuera por unos instantes. Por eso estaba a gusto en aquella taberna, a pesar de la suciedad que en ella reinaba. El tabernero estaba en otra dependencia, pero hacía frecuentes apariciones en la sala. Cuando bajaba los escalones, eran sus botas, sus elegantes botas bien lustradas y con anchas vueltas rojas, lo que primero se veía. Llevaba una blusa y un chaleco de satén negro lleno de mugre, e iba sin corbata. Su rostro parecía tan cubierto de aceite como un candado. Un muchacho de catorce años estaba sentado detrás del mostrador; otro más joven aún servía a los clientes. Trozos de cohombro, panecillos negros y rodajas de pescado se exhibían en una vitrina que despedía un olor infecto. El calor era insoportable. La atmósfera estaba tan cargada de vapores de alcohol, que daba la impresión de poder embriagar a un hombre en cinco minutos. ...
En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...
En la línea 314
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, había hecho amistad con Rasumikhine. Por lo menos, se mostraba con él más comunicativo, más franco que con los demás. Y es que era imposible comportarse con Rasumikhine de otro modo. Era un muchacho alegre, expansivo y de una bondad que rayaba en el candor. Pero este candor no excluía los sentimientos profundos ni la perfecta dignidad. Sus amigos lo sabían, y por eso lo estimaban todos. Estaba muy lejos de ser torpe, aunque a veces se mostraba demasiado ingenuo. Tenía una cara expresiva; era alto y delgado, de cabello negro, e iba siempre mal afeitado. Hacía sus calaveradas cuando se presentaba la ocasión, y se le tenía por un hércules. Una noche que recorría las calles en compañía de sus camaradas había derribado de un solo puñetazo a un gendarme que medía como mínimo uno noventa de estatura. Del mismo modo que podía beber sin tasa, era capaz de observar la sobriedad más estricta. Unas veces cometía locuras imperdonables; otras mostraba una prudencia ejemplar. ...
En la línea 335
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... A unos cuantos pasos del último jardín de la población hay una taberna, una gran taberna que impresionaba desagradablemente al niño, e incluso lo atemorizaba, cuando pasaba ante ella con su padre. Estaba siempre llena de clientes que vociferaban, reían, se insultaban, cantaban horriblemente, con voces desgarradas, y llegaban muchas veces a las manos. En las cercanías de la taberna vagaban siempre hombres borrachos de caras espantosas. Cuando el niño los veía, se apretaba convulsivamente contra su padre y temblaba de pies a cabeza. No lejos de allí pasaba un estrecho camino eternamente polvoriento. ¡Qué negro era aquel polvo! El camino era tortuoso y, a unos trescientos pasos de la taberna, se desviaba hacia la derecha y contorneaba el cementerio. ...
En la línea 109
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Nuestro general se aproximó a la mesa con majestuoso aplomo. Un criado se apresuró a acercarle una silla, pero él ni se dio cuenta siquiera. Con una lentitud extrema sacó su monedero, retiró de él trescientos francos, los puso al color negro y ganó. No retiró la ganancia. El negro salió de nuevo. Dejó todavía su postura y cuando a la tercera vez fue el rojo el que salió, perdió mil doscientos francos de un golpe. ...
En la línea 184
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Tal día, una tarde por ejemplo, ocurre que el negro alterna continuamente con el rojo. Esto cambia a cada instante, de forma que cada uno de los dos colores no sale más que dos o tres veces seguidas. Al día siguiente, o a la misma tarde, el rojo sale solo, jugada tras jugada, por ejemplo, hasta veintidós veces seguidas, y continúa, así, infaliblemente, durante algún tiempo. Algunas veces un día entero. ...
En la línea 1116
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En efecto, hubiérase dicho que el destino me empujaba. Esta vez, como adrede, ocurrió una circunstancia que se repite, por otra parte, bastante frecuentemente en el juego. El juego se da, por ejemplo, rojo, y sale diez, quince veces seguidas. Anteayer mismo oí decir que durante la semana pasada el rojo se dio veintidós veces consecutivas. Era un hecho sin precedentes en la ruleta y causó gran sorpresa. Un jugador experto sabe lo que significa ese capricho del azar. Cualquiera diría, por ejemplo, que habiendo salido el rojo dieciséis veces, a la jugada diecisiete saldrá negro. Los novatos muerden en masa en este cebo, doblan y triplican sus posturas y pierden de un modo feroz. ...
En la línea 543
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Pronto se distrajeron con el movimiento del agua por entre las ramas de los árboles, y con la salida de las diligencias. De minuto en minuto algún enorme carruaje pintado de amarillo y negro cruzaba entre el gentío. ...
En la línea 679
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El anuncio de su muerte fue reproducido por el periódico local de M. y el señor Magdalena se vistió a la mañana siguiente todo de negro y con crespón en el sombrero. ...
En la línea 799
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Al mismo tiempo se sonrió. La vela alumbró su rostro. En la boca tenía un agujero negro. Los dos dientes habían sido arrancados. Envió, pues, los cuarenta francos a Montfermeil. ...
En la línea 319
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Empezó a dormir fuera por las noches y a pasar días enteros lejos del campamento. Una vez cruzó la divisoria en la fuente del riachuelo y se internó en la comarca de los bosques y las corrientes. Estuvo una semana recorriéndola, buscando vanamente algún indicio reciente del hermano salvaje, matando para comer durante la marcha y andando con ese desenvuelto paso largo que según dicen nunca agota. Pescó un salmón en un ancho río que desembocaba en el mar por alguna parte y, en sus orillas, mató a un gran oso negro que, cegado por los mosquitos mientras pescaba, había caminado rugiendo por el bosque, incapacitado y terrible. Aun así, la pelea fue tremenda y puso en acción las dosis de ferocidad latentes en Buck. Y dos días más tarde, cuando volvió al mismo lugar y encontró a una docena de glotones disputándose los despojos de su víctima, los dispersó como si fueran paja; y los fugitivos dejaron atrás a dos de ellos que no volverían a disputar por nada. ...
En la línea 35
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Como un telón negro, la mano misteriosa de lo invisible cubría el pasado. ...
En la línea 63
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... En otros periodos de su extraña vida, la joven ha quedado imposibilitada para andar; pero entonces parecía algo más inteligente, y ponía a las personas y a las cosas nombres extraños, enteramente a su capricho. Se denominaba a sí misma “una cosa”, decía no tener boca y llamaba blanco al color negro y rojo al verde. Un día que el doctor la pidió que anduviese, replicó: “¿Anda?, ¿qué es eso?, ¿qué significa anda?”. Su tercera personalidad era idéntica a la de una niña que empieza leer y escribir; en este estado la agradaban mucho las tormentas, y siendo de ordinario muy pacífica, en ocasiones mordía sus propias ropas, diciendo que un “hombre malo se había apoderado de ella. ...
En la línea 64
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Algún tiempo después, la infeliz quedó sorda y muda, no pudiendo oír ni aun los ruidos más fuertes y hablando por señas con toda facilidad. Pronto se reveló en ella una quinta personalidad. Cierto día empezó a hablar de nuevo, diciendo que solamente tenía tres días de edad; afirmaba también que el fuego era negro, y lo que es más notable, todas las palabras que pronunciaba las decía al revés, esto es, empezando por la última letra, sin equivocarse nunca. Pasado algún tiempo, su inteligencia pareció entrar en un periodo de normalidad, pero hubo que enseñarla a leer y escribir. Negaba haber visto jamás al doctor Wilson, y en ocasiones perdía por completo el uso de sus manos. ...
En la línea 385
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Acontecía que los pícaros de los túneles se solazaban en taparles adrede los mejores puntos de vista de la ruta. Que aparecía un otero, risueño, un grupo de frondosos árboles, una amena vega, ¡paf! el túnel. Y se quedaban inmóviles al vidrio, sin osar hablar, ni moverse, cual si de pronto entrasen en una iglesia. Algo familiarizada Lucía ya con el calor, interesábanle mucho los accidentes de paisaje que a uno y otro lado del tren se extendían. Le agradaron las fábricas de fósforos, altas, enyesadas, limpias, con su gran letrero en la frente; y en Hernani batió palmas al divisar a la izquierda un magnífico parque inglés, con sus macizos de flores resaltando sobre el verde césped, y sus coníferas elegantes, de ramaje simétrico y péndulo. En Pasajes, tras de la monotonía fatigosa de las montañas reposaron al fin los ojos, viendo extenderse el mar azul, un tanto rizado, mientras los buques, fondeados en la bahía, se columpiaban con oscilación imperceptible, y una brisa marina, acre y salitrosa, estremecía las cortinillas de tafetán del coche, aventando el sudor de la frente de los cansados viajeros. Lucía se quedó embobada ante el Océano, nunca de ella visto hasta entonces, y cuando el túnel -de sopetón y sin pedir permiso- cubrió el espectáculo con negro velo, permaneció de codos en la ventanilla, absorta, las pupilas dilatadas, entreabiertos de admiración los labios. ...
En la línea 502
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -El dolor es la ley universal, aquí como allí -dijo Artegui, mirando fijamente al Adour, que corría, negro y silencioso, a sus pies. ...
En la línea 544
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Artegui, risueño y solícito, le ofreció el brazo, pero ella no quiso cogerse. Al llegar a la calle anduvo muy callada, con los ojos bajos, echando de menos la protectora sombra del negro velo de su manto de encaje, que le cubría las mejillas, dándole tan modesto porte, cuando en León cruzaba bajo las bóvedas medio derruidas y llenas de andamiaje de la catedral. La de Bayona le pareció linda como un dije de filigrana; pero no pudo oír en ella tan devotamente la misa: se lo estorbaba la pulcritud esmerada del templo, semejante a caja primorosa; los colores vivos de las figuras neobizantinas pintadas sobre oro en el crucero, o la novedad de aquel coro descubierto, de aquel tabernáculo aislado y sin retablo, el moverse de los reclinatorios, el circular de las alquiladoras de sillas. Parecíale estar en un templo de culto diverso del que ella profesaba. Una Virgen blanca, con filetes de oro en el manto, que presentaba el divino infante en una de las capillas de la nave, la tranquilizó algo. Allí rezó buena porción de salves, deshojó las rosas sangrientas del rosario, los místicos lirios de la letanía. Salió del templo con ligero paso y alegre corazón. Lo primero que vio a la puerta fue a Artegui, contemplando con interés la gótica forma de la portada. ...
En la línea 576
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No cabiendo juntos por la angosta senda, iban Lucia y Artegui uno tras otro, si bien Artegui a veces se echaba a campo traviesa, sin gran respeto de la ajena propiedad. Detuvo al fin la niña su indisciplinada carrera al pie de espesos mimbrales, que, creciendo al borde de un pantano, sombreaban pendiente ribazo muy mullido de hierba, y desde el cual se oteaba todo el paisaje recorrido. Dejáronse caer en el natural diván, y vieron tenderse ante ellos la vega, como remendada de varios colores, según eran los de las verduras que en cada heredad se cultivaban. En la blanca cinta de la carretera distinguieron un punto negro: el cesto con las jacas. No picaba el sol; su luz se cernía por un velo de nubes, y la campiña tenía tonos mates, verdes glaucos, amarilleces areniscas, lejanías delicadamente cenicientas, suaves matices que se copiaban en la ciénaga tranquila. ...
En la línea 694
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Todo este panorama desfiló como un relámpago, y con frecuencia una nube de vapor blanco ocultó sus pormenores. Apenas pudieron los viajeros entrever el fuerte de Chunar, a veinte millas al sur de Benazepur y sus importanes fábricas de agua de rosa; el sepulcro de lord Cornwallis, que se eleva sobre la orilla izquierda del Ganges; la ciudad fortificada de Buxar, Putna, gran población industrial y mercantil, donde existe el principal mercado del opio de la India; Monglar, ciudad, más que europea, inglesa como Manchester o Birmingham, nombradas por sus fundiciones de hierro y sus fábricas de armas blancas, y cuyas altas chimeneas parecían tiznar con su negro humo el cielo de Brahma, ¡verdadera mancha en el país de los sueños! ...
En la línea 1138
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entonces apareció sobre el agua un largo huso negro, coronado por un penacho de humo. Era el vapor americano, que salía a la hora reglamentaria. ...
En la línea 1386
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Este personaje, que había tomado el tren en la estación de Elko, era hombre de elevada estatura, muy moreno, de bigote negro, pantalón negro, corbata blanca, guantes de piel de perro. Parecía un reverendo. Iba de un extremo al otro del tren, y en la portezuela de cada vagón pegaba con obleas una noticia manuscrita. ...
En la línea 1386
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Este personaje, que había tomado el tren en la estación de Elko, era hombre de elevada estatura, muy moreno, de bigote negro, pantalón negro, corbata blanca, guantes de piel de perro. Parecía un reverendo. Iba de un extremo al otro del tren, y en la portezuela de cada vagón pegaba con obleas una noticia manuscrita. ...
Errores Ortográficos típicos con la palabra Negro
Cómo se escribe negro o negrro?
Cómo se escribe negro o nejro?
Palabras parecidas a negro
La palabra piel
La palabra momento
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La palabra trabajando
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