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La palabra moverrse
Cómo se escribe

Comó se escribe moverrse o moverse?

Cual es errónea Moverse o Moverrse?

La palabra correcta es Moverse. Sin Embargo Moverrse se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra moverrse es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra moverse

Errores Ortográficos típicos con la palabra Moverse

Cómo se escribe moverse o moverrse?
Cómo se escribe moverse o moverze?
Cómo se escribe moverse o moberse?


la Ortografía es divertida

Reglas relacionadas con los errores de r

Las Reglas Ortográficas de la R y la RR

Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.

En castellano no es posible usar más de dos r


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece moverse

La palabra moverse puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1195
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y los gorriones, los pardillos y las calandrias, que huían de los chicos como del demonio cuando los veían en cuadrilla por los senderos, posábanse con la mayor confianza en los árboles inmediatos, y hasta se paseaban con sus saltadoras patitas frente a la puerta de la escuela, riéndose con escandalosos gorjeos de sus fieros enemigos al verlos enjaulados, bajo la amenaza de la caña, condenados a mirarlos de reojo, sin poder moverse y repitiendo un canto tan fastidioso y feo. ...

En la línea 2119
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Como animado por tal agresión, todo el corro se lanzó contra el odiado intruso; pero encima de la línea de cabezas empezó a moverse un brazo nervudo empuñando un taburete con asiento de esparto, el mismo, tal vez, en que estuvo hasta poco antes Pimentó. ...

En la línea 2294
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Había que moverse! El caso no era para estar todos mirándole con la boca abierta. ...

En la línea 2358
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No dormía, no; escuchaba los ronquidos de su mujer, acostada junto a él, la de sus hijos, abrumados por el cansancio; pero los oía cada vez más hondos, como si una fuerza misteriosa se llevase lejos, muy lejos, la barraca, y él, sin embargo, permaneciese allí, inerte, sin poder moverse por más esfuerzos que intentaba, viendo la cara de Pimentó junto a la suya, sintiendo en su rostro la cálida respiración de su enemigo. ...

En la línea 895
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Aquella tierra era la del vino, y Salvatierra, con su frialdad de sobrio, maldecía la influencia que ejercía sobre la gente el veneno alcohólico, transmitiéndose de generación en generación. La bodega era la moderna fortaleza feudal que mantenía a las masas en la servidumbre y la abyección. Los entusiasmos, los crímenes, la alegría, los amores, todo era producto del vino, como si aquel pueblo, que aprendía a beber apenas soltaba el pecho de la madre y contaba las horas del día por el número de copas, careciera de pasiones y de afectos, fuese incapaz de moverse y sentir por propio impulso, necesitando para todos sus actos el resorte de la bebida. ...

En la línea 1163
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Desesperábase con esto don Quijote, y, por más que ponía las piernas al caballo, menos le podía mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que amaneciese, o a que Rocinante se menease, creyendo, sin duda, que aquello venía de otra parte que de la industria de Sancho; y así, le dijo: -Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de esperar a que ría el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir. ...

En la línea 3307
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estaba, pues, como se ha dicho, de pies sobre Rocinante, metido todo el brazo por el agujero y atado de la muñeca, y al cerrojo de la puerta, con grandísimo temor y cuidado, que si Rocinante se desviaba a un cabo o a otro, había de quedar colgado del brazo; y así, no osaba hacer movimiento alguno, puesto que de la paciencia y quietud de Rocinante bien se podía esperar que estaría sin moverse un siglo entero. ...

En la línea 3324
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Sucedió en este tiempo que una de las cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban se llegó a oler a Rocinante, que, melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin moverse a su estirado señor; y como, en fin, era de carne, aunque parecía de leño, no pudo dejar de resentirse y tornar a oler a quien le llegaba a hacer caricias; y así, no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los juntos pies de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con él en el suelo, a no quedar colgado del brazo: cosa que le causó tanto dolor que creyó o que la muñeca le cortaban, o que el brazo se le arrancaba; porque él quedó tan cerca del suelo que con los estremos de las puntas de los pies besaba la tierra, que era en su perjuicio, porque, como sentía lo poco que le faltaba para poner las plantas en la tierra, fatigábase y estirábase cuanto podía por alcanzar al suelo: bien así como los que están en el tormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos mesmos son causa de acrecentar su dolor, con el ahínco que ponen en estirarse, engañados de la esperanza que se les representa, que con poco más que se estiren llegarán al suelo. ...

En la línea 4554
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En lo que se detuvo don Quijote en que Sancho subiese en el alcornoque, tomó el de los Espejos del campo lo que le pareció necesario; y, creyendo que lo mismo habría hecho don Quijote, sin esperar son de trompeta ni otra señal que los avisase, volvió las riendas a su caballo -que no era más ligero ni de mejor parecer que Rocinante-, y, a todo su correr, que era un mediano trote, iba a encontrar a su enemigo; pero, viéndole ocupado en la subida de Sancho, detuvo las riendas y paróse en la mitad de la carrera, de lo que el caballo quedó agradecidísimo, a causa que ya no podía moverse. ...

En la línea 184
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... De acuerdo con los chimangos, intentan arrancar las costras que se forman en las heridas de los caballos y las mulas han podido hacerse en los lomos. Por un lado el pobre animal con las orejas colgando y encorvado er espinazo, por otro lado el ave amenazadora echando miradas de gula a esta presa asquerosa: todo ello forma un cuadro, descrito por el capitán Head con su ingenio y su exactitud habituales. Estas falsas águilas rarísimas veces atacan a un cuadrúpedo o a un ave vivos. Quien ha tenido ocasión de pasar la noche tumbado entre su manta en las desoladas llanuras de la Patagonia, cuando por la mañana abre los ojos y se ve rodeado a distancia por esas aves que le vigilan inmediatamente comprende las costumbres de buitre de esos comedores de carnaza; por supuesto, este es uno de los caracteres de aquellos países que no se olvida con facilidad y que reconoce todo el que los ha recorrido. Si un grupo de hombres va de caza, juntamente con caballos y con perros; muchas de esas aves les acompañan toda la jornada. En cuanto la carrancha se ha hartado, su buche desnudo se proyecta adelante; entonces (como siempre, por otra parte) está inactiva, pesada, floja; su vuelo perezoso y lento se parece al de la grulla inglesa; rara vez se cierne en los aires; sin embargo, dos veces vi a una de ellas cerniéndose a gran altura; entonces parecía moverse en el aire con mucha facilidad. En vez de saltar corre, pero no con tanta rapidez como algunas de sus congéneres. A veces, aunque muy pocas, deja oír la carrancha un grito; ese grito, fuerte, muy penetrante y singularísimo, puede compararse al sonido de la g gutural española seguido por una doble rr; cuando prorrumpe en ese grito eleva la cabeza cada vez más, hasta que, a la postre y abierto el pico cuan grande es, el vértice de la cabeza casi toca a la parte inferior de su dorso. Este hecho se ha negado; pero he podido observar frecuentemente a esas aves con la cabeza tan echada hacia atrás, que casi forman un círculo. Apoyándome en la elevada autoridad de Azara puedo añadir a estas observaciones: que la carrancha se alimenta de gusanos, moluscos acuáticos, limacos, saltamontes y ranas; que mata a los corderillos arrancándoles el cordón umbilical; y que persigue al gallinazo con tanto encarnizamiento, que este último se ve obligado a expeler la carnaza tragada por él recientemente. Azara afirma que a menudo se reúnen cinco o seis carranchas para dar caza a grandes aves y aun a las garzas reales. Todos estos hechos prueban que este ave es muy variable en sus gustos y que está dotada de una gran espontaneidad. ...

En la línea 322
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cada pólipo, aunque íntimamente unido a sus compañeros, tiene su boca, su cuerpo y sus tentáculos separados. En un ejemplar grande hay varios miles de esos pólipos; sin embargo, vemos que obedecen a un mismo movimiento y que tienen un eje central enlazado con un oscuro sistema circulatorio; además, los huevos se producen en un órgano distinto de los individuos separados17. También puede preguntarse con mucha razón: ¿qué constituye un individuo en este animal? Siempre es interesante descubrir el punto de partida de los extraños cuentos de los viajeros antiguos; y no dudo de que las costumbres de la Virgularia explican uno de esos cuentos. El capitán Lancaster, en su viaje18 en 1601, refiere que en los arenales de las costas de la isla de Sombrero, en las Indias orientales, encontró «una ramita que crecía como un arbustillo; si se trata de arrancarla, se mete dentro del suelo y desaparece, a no ser tirando de ella muy fuerte. Si se logra arrancarla, se ve que su raíz es un gusano; conforme crece el árbol mengua el gusano; y en cuanto el gusano se ha transformado por completo en árbol, echa raíces y se hace grande. Esta transformación es una de las 17 Las cavidades que nace de los compartimentos carnosos de la extremidad están llenas de una materia pulposa amarilla, que vista al microscopio, presenta un aspecto extraordinario. La masa consiste en unas granulaciones redondeadas, semitransparentes, irregulares, aglomeradas, formando partículas de diferentes tamaños. Todas esas partículas, así como los granos sueltos, tienen la facultad de moverse con rapidez; por lo común giran en derredor de diferentes ejes; algunas veces tienen también un movimiento de translación. El movimiento es perceptible con un débil poder amplificante, pero no he podido determinar su causa ni aun valiéndome de los mayores aumentos que permitía mi microscopio. Ese movimiento es muy diferente de la circulación del fluido dentro del saco elástico que contiene el extremo delgado del eje. En otras ocasiones, al disecar en el microscopio pequeños animales marinos, he visto partículas de materia pulposa, a veces de grandes dimensiones, comenzar a girar en cuanto quedaban sueltas. No sé con qué grado de verdad he pensado que esa materia granulo-pulposa estaba en vías de convertirse en huevos. Ciertamente, eso es lo que parecía estar verificándose en aquel zoofito. ...

En la línea 621
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... le da en las patas, pero no consigue rodeárselas. Tira entonces al suelo el sombrero para fijar el lugar donde han caído las bolas, y sin dejar de perseguir la vaca al galope, prepara su lazo, alcanza al animal, después de una carrera violentísima, y consigue engancharla por los cuernos. El otro gaucho nos había precedido con los caballos de la brida, de modo que le fue difícil a Santiago matar al furioso animal. Sin embargo, consiguió arrastrarle a un punto en que el terreno era perfectamente llano, utilizando para ello todos los esfuerzos que hacía para aproximarse a él. Cuando la vaca no quería moverse, el caballo, perfectamente amaestrado en este género de ejercicios, se le acercaba y la empujaba violentamente con el petral. Pero no consistía todo en llevarla a terreno llano, había que matar a aquel animal loco de terror,, lo cual no parecía nada fácil para un hombre solo. Hasta imposible hubiera sido si el caballo no comprendiera, por instinto, que cuando su amo lo abandonaba estaba perdido si el lazo no permanecía siempre tirante; de tal manera, que si el toro o la vaca hace un movimiento de avance, el caballo avanza en el acto en la misma dirección; si la vaca permanece tranquila, el caballo no se mueve afianzado sobre las patas traseras. Pero el caballo de Santiago, muy joven todavía, no conocía bien esta maniobra y la vaca se acercaba a él poco a poco. Espectáculo admirable fue el ver con qué destreza logro Santiago pasar detrás de la fiera, evitar sus cornadas y desjarretarla, en fin; después de lo cual no hubo dificultad alguna para hundirle el cuchillo en la nuca, cayendo entonces la vaca como herida por el rayo (descabellada). Cortóle entonces varios trozos de carne, conservando la piel, pero no hueso; en cantidad suficiente para nuestra expedición. Dirigímonos al punto que habíamos elegido para pasarla noche; tuvimos por cena carne con cuero, o sea carne asada con la piel. Es tan superior esta carne a la vaca ordinaria, como el corzo respecto del carnero. Tómase un gran trozo circular del lomo del animal, y se asa sobre los carbones con la piel para abajo, que forma una especie de salsera, por cuyo medio no se pierde una sola gota del jugo de la carne. Si hubiera cenado con nosotros aquella noche un respetable concejal, no hay para qué decir cuán pronto habríase celebrado en Londres la carne con cuero. ...

En la línea 649
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Hállase en gran abundancia en estas islas un pato grande y torpe, Anas brachyptera, que llega a pesar hasta veintidós libras. Dábase antes a estas aves, a causa de la extraordinaria manera de servirse de las alas para remar en el agua, el nombre de caballo de carrera; hoy, con mayor razón, se les llama barcos de vapor. Sus alas son demasiado pequeñas y débiles para que les consientan volar, pero, en parte, se sirven de ellas para nadar, y en parte para cortar el agua, llegando así a moverse con mucha rapidez. Puede comparárseles en tal caso con un pato doméstico perseguido por un perro; estoy seguro de que este pájaro agita las alas una después de otra en lugar de moverlas a un tiempo, como los otros pájaros. Estos patos tan bastos hacen tal ruido y mueven el agua de tal modo, que es muy curioso observarlos. ...

En la línea 3370
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y sin moverse había dado sus órdenes. ...

En la línea 5658
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Quién se lo hubiera dicho! después de haber hecho su fortuna en América, ahora en el país natal, sin moverse de casa, podían ganar fácilmente el cielo. ...

En la línea 5990
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De Pas nunca dejaba de ser el Magistral; pero demostraba, sin más que moverse, sonreír o mirar, que el prebendado, sin dejar de serio, podía ser hombre de sociedad como cualquiera. ...

En la línea 6227
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Álvaro al moverse con alguna viveza, dejaba al aire un perfume que Ana la primera vez que lo sintió reputó delicioso, después temible; un perfume que debía marear muy pronto; ella no lo conocía, pero debía de tener algo de tabaco bueno y otras cosas puramente masculinas, pero de hombre elegante solo. ...

En la línea 921
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —De todos modos, fue un acto hermoso e interesante el del padre de madona Lucrecia partiendo la Tierra en dos pedazos. Demuestra la autoridad que aún gozaba entonces el Pontífice, no obstante sus propias liviandades y las de muchos antecesores. Pudo repartir el mundo como cosa propia… Lo malo fue que ya empezaba entonces a moverse en Alemania un frailecillo agustino llamado Martín Lucero. ...

En la línea 1327
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Desde España, el primer político de la época, que lo veía todo por oculto que estuviese—y lo que no sabía lo adivinaba—, había acabado por presentir la maquinación papal y francesa. Fernando el Católico se indigno al ver que un español convertido en Pontífice intentaba moverse solo, siguiendo una política independiente que podía resultar contraria a la suya. Como era hombre de acciones múltiples y contradictorias, valiéndose a la vez de minas y contraminas, hasta el punto de enmarañar las cosas de tal modo que, finalmente, sólo él conocía el hilo conductor, buscó ponerse de acuerdo en secreto con el rey de Francia para repartirse entre ambos los territorios de Nápoles, si es que la tal partición resultaba inevitable, y envió al mismo tiempo una embajada amenazadora al Papa, pretendiendo asustarlo. ...

En la línea 1554
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... A pesar de que López, al cesar el baile, se alejaba de la señora de Pineda, saliendo del salón por otra puerta, Claudio no pensó en moverse. Iba a volver muy pronto: lo había adivinado en su gesto. Luego sintió inquietud, casi pavor, al ver que Rosaura venía hacia él. ...

En la línea 1804
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Facilitaba dicho clérigo a César una cuerda muy larga, pero aun asi resultaba corta, quedando a varios metros del suelo. El único criado de Borgia, un español admitido a su servicio pocos meses antes, fiel hasta la muerte por la seducción natural que ejercía el duque sobre todos sus allegados, se prestaba a ser el primero en descender por la cuerda, y al llegar a su extremo caía, rompiéndose las piernas. Allí quedaba sin poder moverse, hasta que salían las gentes de la fortaleza, matándolo. ...

En la línea 177
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Usted se ira dando cuenta, Gentleman-Montaña -continuó-, de que ha llegado a un país diferente a todos los que conoce, una nación de verdadera justicia, de verdadera libertad, donde cada uno ocupa el lugar que le corresponde, y la suprema dirección la posee el sexo que más la merece por su inteligencia superior, desconocida y calumniada desde el principio del mundo… . Deje de mirarme a mí unos instantes y examine la muchedumbre que le rodea. Tiene usted permiso para moverse un poco; así hará su estudio con mayor comodidad. Espere a que de mis órdenes. ...

En la línea 258
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Situada sobre una altura vecina a la ciudad, el prisionero podía contemplar, sin moverse de su alojamiento, toda la grandiosa metrópoli extendida a su pies, así como el puerto con sus numerosos navíos al ancla y los campos y pueblecillos cercanos, llegando con su vista hasta la cordillera que cerraba el horizonte, en la que había cumbres de ciento ochenta metros, solamente exploradas por algunos sabios capaces de morir como héroes al servicio de la ciencia. ...

En la línea 803
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Edwin aceptó la invitación con entusiasmo. Deseaba conocer algo más que el eterno espectáculo de la capital vista por los tejados, y el río, en el que únicamente le permitían moverse dentro de un reducido espacio. ...

En la línea 889
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ra-Ra creyó estar gozando anticipadamente una parte del triunfo con que sonaba a todas horas. Asomado al bolsillo del gigante, se consideraba tan enorme como este, viendo empequeñecidos a todos sus adversarios. Siempre que el Hombre-Montaña pasaba junto a un edificio público, el escupía desde la altura, como si pretendiese con esto consumar su destrucción. Varias veces rió viendo moverse abajo, como despreciables insectos, a los que estaban encargados de perseguirle. Como su voz sólo podía oírla el gigante, se expresaba con una insolencia revolucionaria. ...

En la línea 881
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Sí, nos iremos… Lo que es por mí, ya estamos andando» decía la otra sin moverse del corredor, mirando a la techumbre, en la cual no veía otra cosa que el horrible tinglado donde colgaban los cueros puestos a secar. Entre tanto, la fundadora, a pesar de su mucha prisa, entablaba una rápida conversación con D. José. ...

En la línea 2104
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Doña Lupe corrió a ver a Maximiliano, que después de empezar a vestirse, había tenido que echarse otra vez en la cama. Provocado sin duda por las emociones de aquellos días, por el largo debate con su hermano Nicolás, y más aún quizás por los insufribles ronquidos de este, apareció el temido acceso. Desde media noche sintió Maxi un entorpecimiento particular dentro de la cabeza, acompañado del presagio del mal. La atonía siguió, con el deseo de sueño no satisfecho y luego una punzada detrás del ojo izquierdo, la cual se aliviaba con la compresión bajo la ceja. El paciente daba vueltas en la cama buscando posturas, sin encontrar la del alivio. Resolvíase luego la punzada en dolor gravitativo, extendiéndose como un cerco de hierro por todo el cráneo. El trastorno general no se hacía esperar, ansiedad, náuseas, ganas de moverse, a las que seguían inmediatamente ganas más vivas todavía de estarse quieto. Esto no podía ser, y por fin le entraba aquella desazón epiléptica, aquel maldito hormigueo por todo el cuerpo. Cuando trató de levantarse parecíale que la cabeza se le abría en dos o tres cascos, como se había abierto la hucha a los golpes de la mano del almirez. Sintió entrar a su tía. Doña Lupe conocía tan bien la enfermedad, que no tenía más que verle para comprender el periodo de ella en que estaba. ...

En la línea 2598
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Destinósele una habitación contigua a la alcoba de la señora, y que le servía a esta de guardarropa. Había allí tantos cachivaches y tanto trasto, que la huéspeda apenas podía moverse; pero dos días se pasan de cualquier manera. Durante aquellos dos días, hallábase la joven muy cohibida delante de la que iba a ser su tía, porque esta no bajaba del trípode ni cesaba en sus correcciones; y rara vez abría la boca Fortunata sin que la otra dejara de advertirle algo, ya referente a la pronunciación, ya a la manera de conducirse, mostrándose siempre autoritaria, aunque con estudiada suavidad. «En los conventos—decía—, se corrigen muchos defectos; pero también se adquieren modales encogidos. Suéltese usted, y cuando salude a las visitas, hágalo con serenidad y sin atropellarse». ...

En la línea 3500
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Estoy lo mismo—replicó sin moverse—. Desde que usted se fue, estuve llorando hasta ahorita. ...

En la línea 863
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Vino la noche, glacial y encapotada, y aún seguía vagando el pobre monarca, con los pies doloridos. Se veía obligado a moverse sin cesar, porque cada vez que se sentaba a descansar un momento el frío le penetraba hasta los huesos. Todas sus sensaciones, mientras andaba en la solemne oscuridad y la solitud sin fin de la noche, eran nuevas y extrañas para él. A trechos oía voces que se aproximaban, pasaban y se desvanecían en el silencio; como no veía, de los cuerpos a quienes pertenecían, más que un bulto informe y móvil, todo aquello tenía algo de espectral y pavoroso que le hacía estremecerse. Divisaba, a veces, el parpadeo de una luz, siempre muy lejana, se diría que casi en otro mundo. Si oía el cencerrillo de una oveja era vago, distante y confuso. Los ahogados mugidos del rebaño llegaban hasta él con el viento de la noche, cadencias que se deseanecían en desolados sanes. De cuando en cuando escuchaba el desgarrado aullido de un perro a través del invisible espacio del campo y del bosque. Todos los sonidos eran remotos y hacían pensar al reyecito que toda vida y toda actividad estaban muy lejanas de su persona, y que se hallaba, abandonado y sin amigos en meio de una soledad inconmensurable. ...

En la línea 957
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El rey se agitó un momento, y el ermitaño acorcóse sin hacer ruido al lado, de su lecho y se arrodilló, inclinándose sobre el cuerpo del niño con el cuchillo levantado. Eduardo volvió a moverse y sus ojos se abrieron un instante, pero dormidos, sin ver nada. Y al momento su respiración acompasada mostró que su sueño volvía a ser profundo. ...

En la línea 2107
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... No se perdía tiro de una parte ni de otra. La flota tenía la ventaja del número y la de poder moverse y dividir los fuegos del enemigo; pero a pesar de eso no adelantaba nada. ...

En la línea 722
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Capitán Nemo, compruebo los resultados, sin tratar de explicármelos. He visto al Nautilus maniobrar ante el Abraham Lincoln y sé a qué atenerme acerca de su velocidad. Pero no basta moverse. Hay que saber adónde se va. Hay que poder dirigirse a la derecha o a la izquierda, hacia arriba o hacia abajo. ¿Cómo hace usted para alcanzar las grandes profundidades en las que debe hallar una resistencia creciente, evaluada en centenares de atmósferas? ¿Cómo hace para subir a la superficie del océano? Y, por último, ¿cómo puede mantenerse en el lugar que le convenga? ¿Soy indiscreto al formularle tales preguntas? ...

En la línea 2003
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Mire bien, allí, por estribor, casi a la altura del fanal. ¿No ve una masa que parece moverse? ...

En la línea 2419
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Así es, señor profesor, pero sí necesita de la electricidad para moverse, y por lo tanto, de elementos para producirla, como el sodio, y de carbón para fabricar el sodio, y de hureras para extraer el carbón. Y precisamente, aquí, el mar recubre bosques enteros sumergidos en los tiempos geológicos, ahora mineralizados y transformados en hulla, que son para mí una mina inagotable. -Entonces, sus hombres ¿se transforman aquí en mineros? ...

En la línea 2031
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Habían dado las ocho de la noche antes de que me rodease el aire impregnado, y no desagradablemente, del olor del serrín y de las virutas de los constructores navales y de las motonerías de la orilla del río. Toda aquella parte contigua al río me era por completo desconocida. Bajé por la orilla de la corriente y observé que el lugar que buscaba no se hallaba donde yo creía y que no era fácil de encontrar. Poco importa el detallar las veces que me extravié entre las naves que se reparaban y los viejos cascos a punto de ser desguazados, ni tampoco el cieno y los restos de toda clase que pisé, depositados en la orilla por la marea, ni cuántos astilleros vi, o cuántas áncoras, ya desechadas, mordían ciegamente la tierra, o los montones de maderas viejas y de trozos de cascos, cuerdas y motones que se ofrecieron a mi vista. Después de acercarme varias veces a mi destino y de pasar de largo otras, llegué inesperadamente a Mill Pond Bank. Era un lugar muy fresco y ventilado, en donde el viento procedente del río tenía espacio para revolverse a su sabor; había allí dos o tres árboles, el esqueleto de un molino de viento y una serie de armazones de madera que en la distancia parecían otros tantos rastrillos viejos que hubiesen perdido la mayor parte de sus dientes. Buscando, entre las pocas que se ofrecían a mi vista, una casa que tuviese la fachada de madera y tres pisos con ventanas salientes (y no miradores, que es otra cosa distinta), miré la placa de la puerta, y en ella leí el nombre de la señora Whimple. Como éste era el que buscaba, llamé, y apareció una mujer de aspecto agradable y próspero. Pronto fue sustituida por Herbert, quien silenciosamente me llevó a la sala y cerró la puerta. Me resultaba muy raro ver aquel rostro amigo y tan familiar, que parecía hallarse en su casa, en un barrio y una vivienda completamente desconocidos para mí, y me sorprendí mirándole de la misma manera como miraba el armarito de un rincón, lleno de piezas de cristal y de porcelana; los caracoles y las conchas de la chimenea; los grabados iluminados que se veían en las paredes, representando la muerte del capitán Cook, una lancha y Su Majestad el rey Jorge III, en la terraza de Windsor, con su peluca, propia de un cochero de lujo, pantalones cortos de piel y botas altas. -Todo va bien, Haendel - dijo Herbert. - Él está completamente satisfecho, aunque muy deseoso de verte. Mi prometida se halla con su padre, y, si esperas a que baje, te la presentaré y luego iremos arriba. Ése… es su padre. Habían llegado a mis oídos unos alarmantes ruidos, procedentes del piso superior, y tal vez Herbert vio el asombro que eso me causara. - Temo que ese hombre sea un bandido - dijo Herbert sonriendo, - pero nunca le he visto. ¿No hueles a ron? Está bebiendo continuamente. - ¿Ron? 179 - Sí - contestó Herbert, - y ya puedes suponer lo que eso le alivia la gota. Tiene el mayor empeño en guardar en su habitación todas las provisiones, y luego las entrega a los demás, según se necesitan. Las guarda en unos estantes que tiene en la cabecera de la cama y las pesa cuidadosamente. Su habitación debe de parecer una tienda de ultramarinos. Mientras hablaba así, aumentó el rumor de los rugidos, que parecieron ya un aullido ronco, hasta que se debilitó y murió. - Naturalmente, las consecuencias están a la vista - dijo Herbert. - Tiene el queso de Gloucester a su disposición y lo come en abundantes cantidades. Eso le hace aumentar los dolores de gota de la mano y de otras partes de su cuerpo. Tal vez en aquel momento el enfermo se hizo daño, porque profirió otro furioso rugido. - Para la señora Whimple, el tener un huésped como el señor Provis es, verdaderamente, un favor del cielo, porque pocas personas resistirían este ruido. Es un lugar curioso, Haendel, ¿no es verdad? Así era, realmente; pero resultaba más notable el orden y la limpieza que reinaban por todas partes. - La señora Whimple - replicó Herbert cuando le hice notar eso - es una ama de casa excelente, y en verdad no sé lo que haría Clara sin su ayuda maternal. Clara no tiene madre, Haendel, ni ningún otro pariente en la tierra que el viejo Gruñón. - Seguramente no es éste su nombre, Herbert. - No - contestó mi amigo, - es el que yo le doy. Se llama Barley. Es una bendición para el hijo de mis padres el amar a una muchacha que no tiene parientes y que, por lo tanto, no puede molestar a nadie hablándole de su familia. Herbert me había informado en otras ocasiones, y ahora me lo recordó, que conoció a Clara cuando ésta completaba su educación en una escuela de Hammersmith, y que al ser llamada a su casa para cuidar a su padre, los dos jóvenes confiaron su afecto a la maternal señora Whimple, quien los protegió y reglamentó sus relaciones con extraordinaria bondad y la mayor discreción. Todos estaban convencidos de la imposibilidad de confiar al señor Barley nada de carácter sentimental, pues no se hallaba en condiciones de tomar en consideración otras cosas más psicológicas que la gota, el ron y los víveres almacenados en su estancia. Mientras hablábamos así en voz baja, en tanto que el rugido sostenido del viejo Barley hacía vibrar la viga que cruzaba el techo, se abrió la puerta de la estancia y apareció, llevando un cesto en la mano, una muchacha como de veinte años, muy linda, esbelta y de ojos negros. Herbert le quitó el cesto con la mayor ternura y, ruborizándose, me la presentó. Realmente era una muchacha encantadora, y podría haber pasado por un hada reducida al cautiverio y a quien el terrible ogro Barley hubese dedicado a su servicio. - Mira - dijo Herbert mostrándome el cesto con compasiva y tierna sonrisa, después de hablar un poco. - Aquí está la cena de la pobre Clara, que cada noche le entrega su padre. Hay aquí su porción de pan y un poquito de queso, además de su parte de ron… , que me bebo yo. Éste es el desayuno del señor Barley, que mañana por la mañana habrá que servir guisado. Dos chuletas de carnero, tres patatas, algunos guisantes, un poco de harina, dos onzas de mantequilla, un poco de sal y además toda esa pimienta negra. Hay que guisárselo todo junto, para servirlo caliente. No hay duda de que todo eso es excelente para la gota. Había tanta naturalidad y encanto en Clara mientras miraba aquellas provisiones que Herbert nombraba una tras otra, y parecía tan confiada, amante e inocente al prestarse modestamente a que Herbert la rodeara con su brazo; mostrábase tan cariñosa y tan necesitada de protección, que ni a cambio de todo el dinero que contenía la cartera que aún no había abierto, no me hubiese sentido capaz de deshacer aquellas relaciones entre ambos, en el supuesto de que eso me fuera posible. Contemplaba a la joven con placer y con admiración, cuando, de pronto, el rezongo que resonaba en el piso superior se convirtió en un rugido feroz. Al mismo tiempo resonaron algunos golpes en el techo, como si un gigante que tuviese una pierna de palo golpeara furiosamente el suelo con ella, en su deseo de llegar hasta nosotros. Al oírlo, Clara dijo a Herbert: - Papá me necesita. Y salió de la estancia. - Ya veo que te asusta - dijo Herbert. - ¿Qué te parece que quiere ahora, Haendel? - Lo ignoro – contesté. - ¿Algo que beber? - Precisamente - repuso, satisfecho como si yo acabara de adivinar una cosa extraordinaria. - Tiene el grog ya preparado en un recipiente y encima de la mesa. Espera un momento y oirás como Clara lo incorpora para que beba. ¡Ahora! - Resonó otro rugido, que terminó con mayor violencia. - Ahora - añadió Herbert fijándose en el silencio que siguió - está bebiendo. Y en este momento - añadió al notar que el gruñido resonaba de nuevo en la viga - ya se ha tendido otra vez. 180 Clara regresó en breve, y Herbert me acompañó hacia arriba a ver a nuestro protegido. Cuando pasábamos por delante de la puerta del señor Barley, oímos que murmuraba algo con voz ronca, cuyo tono disminuía y aumentaba como el viento. Y sin cesar decía lo que voy a copiar, aunque he de advertir que he sustituido con bendiciones otras palabras que eran precisamente todo lo contrario. - ¡Hola! ¡Benditos sean mis ojos, aquí está el viejo Bill Barley! ¡Aquí está el viejo Bill Barley, benditos sean mis ojos! ¡Aquí está el viejo Bill Barley, tendido en la cama y sin poder moverse, bendito sea Dios! ¡Tendido de espaldas como un lenguado muerto! ¡Así está el viejo Bill Barley, bendito sea Dios! ¡Hola! Según me comunicó Herbert, el viejo se consolaba así día y noche. También, a veces, de día, se distraía mirando al río por medio de un anteojo convenientemente colocado para usarlo desde la cama. Encontré cómodamente instalado a Provis en sus dos habitaciones de la parte alta de la casa, frescas y ventiladas, y desde las cuales no se oía tanto el escándalo producido por el señor Barley. No parecía estar alarmado en lo más mínimo, pero me llamó la atención que, en apariencia, estuviese más suave, aunque me habría sido imposible explicar el porqué ni cómo lo pude notar. Gracias a las reflexiones que pude hacer durante aquel día de descanso, decidí no decirle una sola palabra de Compeyson, pues temía que, llevado por su animosidad hacia aquel hombre, pudiera sentirse inclinado a buscarle y buscar así su propia perdición. Por eso, en cuanto los tres estuvimos sentados ante el fuego, le pregunté si tenía confianza en los consejos y en los informes de Wemmick. - ¡Ya lo creo, muchacho! - contestó con acento de convicción. - Jaggers lo sabe muy bien. - Pues en tal caso, le diré que he hablado con Wemmick – dije, - y he venido para transmitirle a usted los informes y consejos que me ha dado. Lo hice con la mayor exactitud, aunque con la reserva mencionada; le dije lo que Wemmick había oído en la prisión de Newgate (aunque ignoraba si por boca de algunos presos o de los oficiales de la cárcel), que se sospechaba de él y que se vigilaron mis habitaciones. Le transmití el encargo de Wemmick de no dejarse ver por algún tiempo, y también le di cuenta de su recomendación de que yo viviese alejado de él. Asimismo, le referí lo que me dijera mi amigo acerca de su marcha al extranjero. Añadí que, naturalmente, cuando llegase la ocasión favorable, yo le acompañaría, o le seguiría de cerca, según nos aconsejara Wemmick. No aludí ni remotamente al hecho de lo que podría ocurrir luego; por otra parte, yo no lo sabía aún, y no me habría gustado hablar de ello, dada la peligrosa situación en que se hallaba por mi culpa. En cuanto a cambiar mi modo de vivir, aumentando mis gastos, le hice comprender que tal cosa, en las desagradables circunstancias en que nos hallábamos, no solamente sería ridícula, sino tal vez peligrosa. No pudo negarme eso, y en realidad se portó de un modo muy razonable. Su regreso era una aventura, según dijo, y siempre supo a lo que se exponía. Nada haría para comprometerse, y añadió que temía muy poco por su seguridad, gracias al buen auxilio que le prestábamos. Herbert, que se había quedado mirando al fuego y sumido en sus reflexiones, dijo entonces algo que se le había ocurrido en vista de los consejos de Wemmick y que tal vez fuese conveniente llevar a cabo. - Tanto Haendel como yo somos buenos remeros, y los dos podríamos llevarle por el río en cuanto llegue la ocasión favorable. Entonces no alquilaremos ningún bote y tampoco tomaremos remeros; eso nos evitará posibles recelos y sospechas, y creo que debemos evitarlas en cuanto podamos. Nada importa que la estación no sea favorable. Creo que sería prudente que tú compraras un bote y lo tuvieras amarrado en el desembarcadero del Temple. De vez en cuando daríamos algunos paseos por el río, y una vez la gente se haya acostumbrado a vernos, ya nadie hará caso de nosotros. Podemos dar veinte o cincuenta paseos, y así nada de particular habrá en el paseo vigesimoprimero o quincuagesimoprimero, aunque entonces nos acompañe otra persona. Me gustó el plan, y, en cuanto a Provis, se entusiasmó. Convinimos en ponerlo en práctica y en que Provis no daría muestras de reconocernos cuantas veces nos viese, pero que, en cambio, correría la cortina de la ventana que daba al Este siempre que nos hubiese visto y no hubiera ninguna novedad. Terminada ya nuestra conferencia y convenido todo, me levanté para marcharme, haciendo a Herbert la observación de que era preferible que no regresáramos juntos a casa, sino que yo le precediera media hora. - No le dejo aquí con gusto - dije a Provis, - aunque no dudo de que está más seguro en esta casa que cerca de la mía. ¡Adios! - Querido Pip - dijo estrechándome las manos. - No sé cuándo nos veremos de nuevo y no me gusta decir «¡Adiós!» Digamos, pues, «¡Buenas noches!» - ¡Buenas noches! Herbert nos servirá de lazo de union, y, cuando llegue la ocasión oportuna, tenga usted la seguridad de que estaré dispuesto. ¡Buenas noches! ¡Buenas noches! Creímos mejor que no se moviera de sus habitaciones, y le dejamos en el rellano que había ante la puerta, sosteniendo una luz para alumbrarnos mientras bajábamos la escalera. Mirando hacia atrás, pensé en la 181 primera noche, cuando llegó a mi casa; en aquella ocasión, nuestras posiciones respectivas eran inversas, y entonces poco pude sospechar que llegaría la ocasión en que mi corazón estaría lleno de ansiedad y de preocupaciones al separarme de él, como me ocurría en aquel momento. El viejo Barley estaba gruñendo y blasfemando cuando pasamos ante su puerta. En apariencia, no había cesado de hacerlo ni se disponía a guardar silencio. Cuando llegamos al pie de la escalera, pregunté a Herbert si había conservado el nombre de Provis o lo cambió por otro. Me replicó que lo había hecho así y que el inquilino se llamaba ahora señor Campbell. Añadió que todo cuanto se sabía acerca de él en la casa era que dicho señor Campbell le había sido recomendado y que él, Herbert, tenía el mayor interés en que estuviera bien alojado y cómodo para llevar una vida retirada. Por eso en cuanto llegamos a la sala en donde estaban sentadas trabajando la señora Whimple y Clara, nada dije de mi interés por el señor Campbell, sino que me callé acerca del particular. Cuando me hube despedido de la hermosa y amable muchacha de ojos negros, así como de la maternal señora que había amparado con honesta simpatía un amor juvenil y verdadero, aquella casa y aquel lugar me parecieron muy diferentes. Por viejo que fuese el enfurecido Barley y aunque blasfemase como una cuadrilla de bandidos, había en aquella casa suficiente bondad, juventud, amor y esperanza para compensarlo. Y luego, pensando en Estella y en nuestra despedida, me encaminé tristemente a mi casa. En el Temple, todo seguía tan tranquilo como de costumbre. Las ventanas de las habitaciones de aquel lado, últimamente ocupadas por Provis, estaban oscuras y silenciosas, y en Garden Court no había ningún holgazán. Pasé más allá de la fuente dos o tres veces, antes de descender los escalones que había en el camino de mis habitaciones, pero vi que estaba completamente solo. Herbert, que fue a verme a mi cama al llegar, pues ya me había acostado en seguida, fatigado como estaba mental y corporalmente, había hecho la misma observación. Después abrió una ventana, miró al exterior a la luz de la luna y me dijo que la calle estaba tan solemnemente desierta como la nave de cualquier catedral a la misma hora. Al día siguiente me ocupé en adquirir el bote. Pronto quedó comprado, y lo llevaron junto a los escalones del desembarcadero del Temple, quedando en un lugar adonde yo podía llegar en uno o dos minutos desde mi casa. Luego me embarqué como para practicarme en el remo; a veces iba solo y otras en compañía de Herbert. Con frecuencia salíamos a pasear por el río con lluvia, con frío y con cellisca, pero nadie se fijaba ya en mí después de haberme visto algunas veces. Primero solíamos pasear por la parte alta del Puente de Blackfriars; pero a medida que cambiaban las horas de la marea, empecé a dirigirme hacia el Puente de Londres, que en aquella época era tenido por «el viejo Puente de Londres». y, en ciertos estados de la marea, había allí una corriente que le daba muy mala reputación. Pero pronto empecé a saber cómo había que pasar aquel puente, después de haberlo visto hacer, y así, en breve, pude navegar por entre los barcos anclados en el Pool y más abajo, hacia Erith. La primera vez que pasamos por delante de la casa de Provis me acompañaba Herbert. Ambos íbamos remando, y tanto a la ida como a la vuelta vimos que se bajaban las cortinas de las ventanas que daban al Este. Herbert iba allá, por lo menos, tres veces por semana, y nunca me comunicó cosa alguna alarmante. Sin embargo, estaba persuadido de que aún existía la causa para sentir inquietud, y yo no podía desechar la sensación de que me vigilaban. Una sensación semejante se convierte para uno en una idea fija y molesta, y habría sido difícil precisar de cuántas personas sospechaba que me vigilaban. En una palabra, que estaba lleno de temores con respecto al atrevido que vivía oculto. Algunas veces, Herbert me había dicho que le resultaba agradable asomarse a una de nuestras ventanas cuando se retiraba la marea, pensando que se dirigía hacia el lugar en que vivía Clara, llevando consigo infinidad de cosas. Pero no pensaba que también se dirigía hacia el lugar en que vivía Magwitch y que cada una de las manchas negras que hubiese en su superficie podía ser uno de sus perseguidores, que silenciosa, rápida y seguramente iba a apoderarse de él. ...

En la línea 1483
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El secretario se quedó mirándole fijamente, sin moverse y sin retirar la cabeza. Más tarde, al recordar este momento, Zamiotof se preguntaba, extrañado, cómo podían haber estado mirándose así, sin decirse nada, durante un minuto. ...

En la línea 1717
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Catalina Ivanovna se llevó a Lidotchka y al niño a un rincón ‑el de la estufa‑ y allí se arrodilló con ellos. La niña no hacía más que temblar. El pequeñuelo, descansando con la mayor tranquilidad sobre sus desnudas rodillitas, levantaba su diminuta mano y hacía grandes signos de la cruz y profundas reverencias. Catalina Ivanovna se mordía los labios y contenía las lágrimas. Ella también rezaba y entre tanto, arreglaba de vez en cuando la camisa de su hijito. Luego echó sobre los desnudos hombros de la niña un pañuelo que sacó de la cómoda sin moverse de donde estaba. ...

En la línea 3103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Están en el cuarto Evangelio ‑repuso Sonia gravemente y sin moverse del sitio. ...

En la línea 3135
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sonia se detuvo, levantó momentáneamente los ojos hacia Raskolnikof y después continuó la lectura. El joven, acodado en la mesa, escuchaba sin moverse y sin mirar a Sonia. La lectora llegó al versículo 32. ...

En la línea 132
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... -¿Eh? ¿Qué es eso? -exclamó François, palmeándose los muslos, divertido-. Fíjate en Buck. Como mató al Spitz, piensa coger su puesto. ¡Fuera, fuera! -le gritó, pero Buck se negó a moverse. ...

En la línea 221
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Era la primera vez que Buck fallaba, lo que era motivo suficiente para enfurecer a Hal, que cambió el látigo por el garrote. Bajo la lluvia de golpes brutales que le caían encima, Buck se negó a moverse. Al igual que sus compañeros, apenas podía levantarse; pero con la diferencia de que él había decidido no hacerlo. Tenía el vago presentimiento de un desastre inminente. Lo había sentido muy intensamente cuando se habían arrimado a la orilla y ya no lo había abandonado. Como si al sentir bajo las patas la capa fina y quebradiza de hielo se le hubiera manifestado el presentimiento de que un desastre les esperaba en el lugar adonde su amo pretendía llevarlo. Se negó a moverse. Tanto había sufrido y tan extenuado estaba que los golpes no le dolían. Y según continuaban cayéndole, la chispa de la vida en su interior oscilaba y se atenuaba. Estaba a punto de apagarse. El se sentía extrañamente embotado. Era consciente, pero como desde muy lejos, de estar recibiendo golpes. Las últimas sensaciones de dolor se extinguieron. Ya no sentía nada, aunque alcanzaba a oír, muy débilmente, el impacto del garrote contra su cuerpo. Pero ese cuerpo le parecía tan distante que ya no era el suyo. ...

En la línea 221
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Era la primera vez que Buck fallaba, lo que era motivo suficiente para enfurecer a Hal, que cambió el látigo por el garrote. Bajo la lluvia de golpes brutales que le caían encima, Buck se negó a moverse. Al igual que sus compañeros, apenas podía levantarse; pero con la diferencia de que él había decidido no hacerlo. Tenía el vago presentimiento de un desastre inminente. Lo había sentido muy intensamente cuando se habían arrimado a la orilla y ya no lo había abandonado. Como si al sentir bajo las patas la capa fina y quebradiza de hielo se le hubiera manifestado el presentimiento de que un desastre les esperaba en el lugar adonde su amo pretendía llevarlo. Se negó a moverse. Tanto había sufrido y tan extenuado estaba que los golpes no le dolían. Y según continuaban cayéndole, la chispa de la vida en su interior oscilaba y se atenuaba. Estaba a punto de apagarse. El se sentía extrañamente embotado. Era consciente, pero como desde muy lejos, de estar recibiendo golpes. Las últimas sensaciones de dolor se extinguieron. Ya no sentía nada, aunque alcanzaba a oír, muy débilmente, el impacto del garrote contra su cuerpo. Pero ese cuerpo le parecía tan distante que ya no era el suyo. ...

En la línea 385
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Acontecía que los pícaros de los túneles se solazaban en taparles adrede los mejores puntos de vista de la ruta. Que aparecía un otero, risueño, un grupo de frondosos árboles, una amena vega, ¡paf! el túnel. Y se quedaban inmóviles al vidrio, sin osar hablar, ni moverse, cual si de pronto entrasen en una iglesia. Algo familiarizada Lucía ya con el calor, interesábanle mucho los accidentes de paisaje que a uno y otro lado del tren se extendían. Le agradaron las fábricas de fósforos, altas, enyesadas, limpias, con su gran letrero en la frente; y en Hernani batió palmas al divisar a la izquierda un magnífico parque inglés, con sus macizos de flores resaltando sobre el verde césped, y sus coníferas elegantes, de ramaje simétrico y péndulo. En Pasajes, tras de la monotonía fatigosa de las montañas reposaron al fin los ojos, viendo extenderse el mar azul, un tanto rizado, mientras los buques, fondeados en la bahía, se columpiaban con oscilación imperceptible, y una brisa marina, acre y salitrosa, estremecía las cortinillas de tafetán del coche, aventando el sudor de la frente de los cansados viajeros. Lucía se quedó embobada ante el Océano, nunca de ella visto hasta entonces, y cuando el túnel -de sopetón y sin pedir permiso- cubrió el espectáculo con negro velo, permaneció de codos en la ventanilla, absorta, las pupilas dilatadas, entreabiertos de admiración los labios. ...

En la línea 544
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Artegui, risueño y solícito, le ofreció el brazo, pero ella no quiso cogerse. Al llegar a la calle anduvo muy callada, con los ojos bajos, echando de menos la protectora sombra del negro velo de su manto de encaje, que le cubría las mejillas, dándole tan modesto porte, cuando en León cruzaba bajo las bóvedas medio derruidas y llenas de andamiaje de la catedral. La de Bayona le pareció linda como un dije de filigrana; pero no pudo oír en ella tan devotamente la misa: se lo estorbaba la pulcritud esmerada del templo, semejante a caja primorosa; los colores vivos de las figuras neobizantinas pintadas sobre oro en el crucero, o la novedad de aquel coro descubierto, de aquel tabernáculo aislado y sin retablo, el moverse de los reclinatorios, el circular de las alquiladoras de sillas. Parecíale estar en un templo de culto diverso del que ella profesaba. Una Virgen blanca, con filetes de oro en el manto, que presentaba el divino infante en una de las capillas de la nave, la tranquilizó algo. Allí rezó buena porción de salves, deshojó las rosas sangrientas del rosario, los místicos lirios de la letanía. Salió del templo con ligero paso y alegre corazón. Lo primero que vio a la puerta fue a Artegui, contemplando con interés la gótica forma de la portada. ...

Más información sobre la palabra Moverse en internet

Moverse en la RAE.
Moverse en Word Reference.
Moverse en la wikipedia.
Sinonimos de Moverse.

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