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La palabra mostrraba
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Comó se escribe mostrraba o mostraba?

Cual es errónea Mostraba o Mostrraba?

La palabra correcta es Mostraba. Sin Embargo Mostrraba se trata de un error ortográfico.

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Más información sobre la palabra Mostraba en internet

Mostraba en la RAE.
Mostraba en Word Reference.
Mostraba en la wikipedia.
Sinonimos de Mostraba.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Mostraba

Cómo se escribe mostraba o mostrraba?
Cómo se escribe mostraba o moztraba?
Cómo se escribe mostraba o mostrava?


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece mostraba

La palabra mostraba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 654
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pimentó, acostumbrado a que le temblase toda la huerta, se mostraba cada vez más desconcertado por la serenidad de Batiste. ...

En la línea 754
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Toda la gente de la verja mostraba en sus ojos cierta ansiedad, como si ellos fuesen los sentenciados. ...

En la línea 953
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Roseta se mostraba tranquila; había conocido a su compañero apenas la saludó. ...

En la línea 1001
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y sin saber por qué, se deleitaba contemplando sus ojos de un verde claro; las mejillas moteadas de esas pecas que el sol hace surgir de la piel tostada; el pelo rubio blanquecino, con la finura fláccida de la seda; la naricita de alas palpitantes cobijando una boca sombreada por el vello de un fruto sazonado, y que al entreabrirse mostraba una dentadura fuerte e igual, de blancura de leche, cuyo brillo parecía iluminar su rostro: una dentadura de pobre. ...

En la línea 105
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín le temía sin odiarle. Veía en él un enfermo, «un degenerado», capaz de los mayores extravagancias por su exaltación religiosa. Para Dupont, el amo lo era por derecho divino, como los antiguos reyes. Dios quería que existiesen pobres y ricos, y los de abajo debían obedecer a los de arriba, porque así lo ordenaba una jerarquía social de origen celeste. No era tacaño en asuntos de dinero, antes bien, se mostraba generoso en la remuneración de los servicios, aunque su largueza tenía mucho de veleidosa e intermitente, fijándose más en el aspecto simpático de las personas que en sus méritos. Algunas veces, al encontrar en la calle a obreros despedidos de sus bodegas, indignábase porque no le saludaban. «¡Tú!--decía imperiosamente;--aunque no estés en mi casa, tu deber es saludarme siempre, porque fui tu amo». ...

En la línea 260
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No por esto olvidaba a su protector. ¡Ay, aquel don Pablo, cuánto bien le había hecho! Por él, su hijo Fermín era un caballero. El viejo Dupont, al ver la actividad que mostraba el muchacho en su escritorio, donde había entrado como _zagal_ para los recados, quiso ayudarle con su protección. Fermín se había instruido aprovechando la presencia en Jerez de Salvatierra. El revolucionario, al volver de su emigración en Londres, ansioso de sol y de tranquilidad campestre, había ido a vivir en Marchamalo, al lado de su amigo el capataz. Algunas veces, al entrar el millonario en la viña, se encontraba con el rebelde hospedado en su propiedad sin permiso alguno. El señor Fermín creía que, tratándose de un hombre de tantos méritos, era innecesario solicitar la autorización del amo. Dupont, por su parte, respetaba el carácter probo y bondadoso del agitador, y su egoísmo de hombre de negocios le aconsejaba la benevolencia. ¡Quién sabe si aquellas gentes volverían a mandar el día menos pensado!... ...

En la línea 312
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las mujeres y los valientes eran las dos pasiones del señorito. Con ellas no se mostraba muy generoso; deseaba ser adorado por sus méritos de jinete arrogante, creyendo de buena fe que todos los balcones de Jerez se estremecían con la palpitación de corazones ocultos cuando pasaba él montando el último caballo que acababa de adquirir. Con la corte que le acompañaba de parásitos y matones era más espléndido. No había en todo el término de Jerez un valentón de fama triste que no acudiese a él atraído por su liberalidad. Los que salían de presidio no tenían que preocuparse de su suerte; don Luis era un buen amigo y además de darles dinero, les admiraba. Cuando a altas horas de la noche, al final de las francachelas en los colmados, sentíase borracho, despreciaba a sus queridas para fijar toda su admiración en los hombres de bronce que le acompañaban. Hacía que le mostrasen las cicatrices de sus heridas, que le relatasen sus heroicas peleas. Muchas veces, en el _Círculo Caballista_ señalaba a los amigos algún hombre malcarado que le aguardaba en la puerta. ...

En la línea 363
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los dos inválidos de la lucha con la tierra no encontraban otra satisfacción en su miseria que el excelente carácter de Rafael. Como dos perros viejos, a los que se reserva por lástima un poco de pitanza, esperaban la hora de la muerte en su tugurio junto al portalón del cortijo. Sólo la bondad del nuevo aperador hacía llevadera su suerte. El tío _Zarandilla_ pasaba las horas sentado en uno de los bancos al lado de la puerta, mirando fijamente, con sus ojos opacos, los campos de interminables surcos, sin que el aperador le regañase por su indolencia senil. La vieja quería a Rafael como un hijo. Cuidaba de su ropa y su comida, y él pagaba con largueza estos pequeños servicios. ¡Bendito sea Dios! El muchacho se parecía por lo bueno y lo guapo al único hijo que los viejos habían tenido; un pobrecito que había muerto siendo soldado, en tiempos de paz, en un hospital de Cuba. Todo le parecía poco a la seña Eduvigis para el aperador. Reñía al marido porque no se mostraba, según ella, bastante amable y solícito con Rafael. Antes de que los perros anunciasen su proximidad, oía ella el trotar del caballo. ...

En la línea 6369
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Mirad -dijo-, ved, ¿no es extraño?Y mostraba a D'Artagnan aquel rasguño que recordaba debía existir. ...

En la línea 4670
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Salí de Mondoñedo y me metí por las montañas, pidiendo limosna a la puerta de cada _choza_ que encontraba; decía a todos que era un peregrino procedente de Santiago, y mostraba mi pasaporte en prueba de que había estado allí. ...

En la línea 6247
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Si llego a tener mayor cantidad de libros a mi disposición, hubiera podido sacar gran partido de los servicios de aquel individuo; pero como el repuesto disminuía con rapidez y no tenía esperanzas de renovarlo, me mostraba casi avaro de los pocos libros que me quedaban. ...

En la línea 168
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener qué reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo. ...

En la línea 505
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propriedad se le había puesto el nombre de Rocinante. ...

En la línea 506
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas; y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia. ...

En la línea 731
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. ...

En la línea 1279
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Verdad era que en estos últimos meses, sobre todo desde algunas semanas a esta parte, se mostraba más atrevido. ...

En la línea 4644
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquel traje sórdido, que tal contraste mostraba con la elegancia, riqueza y pulcritud que ante el mundo lucía el Magistral, desaparecía concluido el trabajo, al aproximarse la hora de las visitas probables. ...

En la línea 5790
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Eran un clérigo que parecía seglar y un seglar que parecía clérigo; mal afeitados los dos, peor el sacerdote, que mostraba el rostro lleno de púas negras ásperas; vestían ambos de paisano, pero como los curas de aldea; el alzacuello del clérigo era blanco y estaba manchado con vino tinto y sudor grasiento; el cuello de la camisa del otro parecía también un alzacuello; usaba corbatín negro abrochado en el cogote. ...

En la línea 6260
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Ana le sonrió con dulzura franca y noble y con una humildad pudorosa que aludía, con el rubor ligero que la mostraba, a los secretos confesados la tarde anterior. ...

En la línea 110
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Otra modificación que Borja notó en su persona fue el abultamiento del abdomen. Manteníase enjuto de carnes, sin aditamentos grasosos en los miembros, pero su vientre se había desarrollado aparte, con independencia algo grotesca. Era el resultado de un sedentarismo de hombre estudioso, que pasaba largas horas en el archivo de la catedral o en la biblioteca de su casa, inmóvil en un sillón, la cabeza apoyada en ambas manos, los ojos puestos en un documento de intrincada escritura. Se acordó Borja, además, de los siete arroces distintos que figuran en la cocina valenciana y de otros platos no menos suculentos a los que se mostraba aficionado este santo hombre, por no conocer vicio mayor que el de una gula tranquila y jocunda, capaz de hacer alto en los linderos del exceso, ...

En la línea 148
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ocupaba el archivo varios cuartos blanqueados con cal. Don Baltasar había colocado en vitrinas de madera los documentos más valiosos. Un armario guardaba sellos y bulas que pendían de los antiguos documentos, representando en sus redondeles escudos heráldicos, Imágenes de santos, altares y templos. Estas plastas de cera roja, verde o amarilla parecían tener la dureza de un metal prolijamente cincelado. En una pared se mostraba bajo vidrio, larguísimo papel con columnas de letra menuda. Eran las cuentas del abastecimiento (armas, víveres y sueldos) de una de las flotas mandadas por Roger de Lauria, dominador del Mediterráneo, que no permitía navegasen en él ni los peces sin llevar sobre su lomo las cuatro barras rojas del escudo de Aragón. ...

En la línea 351
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su hermosura sobrepasaba la de Rodrigo, tal vez por ¡realzar con los, arreos militares y el lujo de su vestimenta. También mostraba algún ingenio, aunque sin las facultades intelectuales de su hermano, al que todos llamaban ahora el cardenal de Valencia, como en otros tiempos a su tío. ...

En la línea 407
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No podía quejarse de Rosaura, 'un poco aturdida e inconsciente por sus aficiones mundanas y nada más… Comprendía los afectos de otro modo que él, ignorando exclusivismos apasionados y celosos. Se permitía ciertas confianzas, a lo muchacho, con los hombres de su grupo social, y luego al quedar a solas con Claudio mostraba inmediatamente el mismo amor que en los primeros meses de su vida común, tal vez más reposado y profundo. ...

En la línea 223
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pero el gigante se mostraba ahíto del amamantamiento por manga de riego, e hizo un gesto negativo. ...

En la línea 659
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie aceptó con gusto la visita. Había oído hablar tantas veces a su traductor de la influencia omnipotente del Padre de los Maestros y de su inmensa sabiduría, que consideró interesante conocer a tan alto personaje. Además se acordó de Ra-Ra y del odio concentrado y misterioso que mostraba contra el ilustre Momaren. ...

En la línea 685
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por su parte, Gillespie se mostraba tan impresionado como el traductor. Al ver que el poderoso visitante se ponía un vidrio ante un ojo para conocerle con más exactitud, el creyó del caso hacer lo mismo, por cortes reciprocidad. ...

En la línea 719
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y contempló con admiración a miss Margaret Haynes, su novia del otro mundo, que a través de la lente amplificadora se mostraba casi con su tamaño ordinario. ...

En la línea 41
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La chiquilla de Moreno fundaba su vanidad en llevar papelejos con figuritas y letras de colores, en los cuales se hablaba de píldoras, de barnices o de ingredientes para teñirse el pelo. Los mostraba uno por uno, dejando para el final el gran efecto, que consistía en sacar de súbito el pañuelo y ponerlo en las narices de sus amigas, diciéndoles: goled. Efectivamente, quedábanse las otras medio desvanecidas con el fuerte olor de agua de Colonia o de los siete ladrones, que el pañuelo tenía. Por un momento, la admiración las hacía enmudecer; pero poco a poco íbanse reponiendo, y Eulalia, cuyo orgullo rara vez se daba por vencido, sacaba un tornillo dorado sin cabeza, o un pedazo de talco, con el cual decía que iba a hacer un espejo. Difícil era borrar la grata impresión y el éxito del perfume. La ferretera, algo corrida, tenía que guardar los trebejos, después de oír comentarios verdaderamente injustos. La de la droguería hacía muchos ascos, diciendo: «¡Uy, cómo apesta eso, hija, guarda, guarda esas ordinarieces!». ...

En la línea 426
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los primeros de mes recibía Barbarita de su esposo mil duretes. D. Baldomero disfrutaba una renta de veinticinco mil pesos, parte de alquileres de sus casas, parte de acciones del Banco de España y lo demás de la participación que conservaba en su antiguo almacén. Daba además a su hijo dos mil duros cada semestre para sus gastos particulares, y en diferentes ocasiones le ofreció un pequeño capital para que emprendiera negocios por sí; pero al chico le iba bien con su dorada indolencia y no quería quebraderos de cabeza. El resto de su renta lo capitalizaba D. Baldomero, bien adquiriendo más acciones cada año, bien amasando para hacerse con una casa más. De aquellos mil duros que la señora cogía cada mes, daba al Delfín dos o tres mil reales, que con esto y lo que del papá recibía estaba como en la gloria; y los diez y siete mil reales restantes eran para el gasto diario de la casa y para los de ambas damas, que allá se las arreglaban muy bien en la distribución, sin que jamás hubiese entre ellas el más ligero pique por un duro de más o de menos. Del gobierno doméstico cuidaban las dos, pero más particularmente la suegra, que mostraba ciertas tendencias al despotismo ilustrado. La nuera tenía el delicado talento de respetar esto, y cuando veía que alguna disposición suya era derogada por la autócrata, mostrábase conforme. Barbarita era administradora general de puertas adentro, y su marido mismo, después que religiosamente le entregaba el dinero, no tenía que pensar en nada de la casa, como no fuese en los viajes de verano. La señora lo pagaba todo, desde el alquiler del coche a la peseta de El Imparcial, sin que necesitara llevar cuentas para tan complicada distribución, ni apuntar cifra alguna. Era tan admirable su tino aritmético, que ni una sola vez pasó más allá de la indecisa raya que tan fácilmente traspasan los ricos; llegaba el fin de mes y siempre había un superávit con el cual ayudaba a ciertas empresas caritativas de que se hablará más adelante. Jacinta gastaba siempre mucho menos de lo que su suegra le daba para menudencias; no era aficionada a estrenar a menudo, ni a enriquecer a las modistas. Los hábitos de economía adquiridos en su niñez estaban tan arraigados que, aunque nunca le faltó dinero, traía a casa una costurera para hacer trabajillos de ropa y arreglos de trajes que otras señoras menos ricas suelen encargar fuera. Y por dicha suya, no tenía que calentarse la cabeza para discurrir el empleo de sus sobrantes, pues allí estaba su hermana Candelaria, que era pobre y se iba cargando de familia. Sus hermanitas solteras también recibían de ella frecuentes dádivas; ya los sombreritos de moda, ya el fichú o la manteleta, y hasta vestidos completos acabados de venir de París. ...

En la línea 592
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Conviene decir también que el joven aquel no era derrochador. Gastaba, sí, pero con pulso y medida, y sus placeres dejaban de serlo cuando empezaban a exigirle algo de disipación. En tales casos era cuando la virtud le mostraba su rostro apacible y seductor. Tenía cierto respeto ingénito al bolsillo, y si podía comprar una cosa con dos pesetas, no era él seguramente quien daba tres. En todas las ocasiones, el desprenderse de una cantidad fuerte le costaba siempre algún trabajo, al contrario de los dadivosos que cuando dan parece que se les quita un peso de encima. Y como conocía tan bien el valor de la moneda, sabía emplearla en la adquisición de sus goces de una manera prudente y casi mercantil. Ninguno sabía como él sacar el jugo a un billete de cinco duros o de veinte. De la cantidad con que cualquier manirroto se proporciona un placer, Juanito Santa Cruz sacaba siempre dos. ...

En la línea 974
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuentan Jacinta y su criada que al verse dentro de la reducida, inmunda y desamparada celda, y al observar que el llamado Platón cerraba la puerta, les entró un miedo tan grande que a entrambas se les ocurrió salir a la ventanilla a pedir socorro. Miró la señora de soslayo a la criada, por ver si esta mostraba entereza de ánimo; pero Rafaela estaba más muerta que viva. «Este bandido—pensó Jacinta—, nos va a retorcer el pescuezo sin dejarnos chistar». Algo se tranquilizaba oyendo muy cerca el guitarreo y el rum rum de la multitud que rodeaba a los dos ciegos. Izquierdo les ofreció las dos sillas que en la estancia había, y él se sentó sobre un baúl, poniendo al Pituso sobre sus rodillas. ...

En la línea 1043
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Echó a andar el alguacil con la mujer y su envoltorio, y Miles y el rey fueron detrás de ellos, seguidos por la turbamulta. El rey se mostraba propenso a rebelarse, pero Hendon le dijo en voz baja: ...

En la línea 410
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¡Por fin se ve! -exclamó Ned Land, quien, cuchillo en mano, mostraba una actitud defensiva. ...

En la línea 414
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No me equivocaba. Pronto se oyó un ruido de cerrojos, la puerta se abrió y aparecieron dos hombres. Uno de ellos era de pequeña estatura y de músculos vigorosos, ancho de hombros y robusto de complexión, con una gruesa cabeza con cabellos negros y abundantes; tenía un frondoso bigote y una mirada viva y penetrante, y toda su persona mostraba ese sello de vivacidad meridional que caracteriza en Francia a los provenzales. Diderot pretendía, con razón, que los gestos humanos son metafóricos, y aquel hombre constituía ciertamente la viva demostración de tal aserto. Al verlo se intuía que en su lenguaje habitual debía prodigar las prosopopeyas, las metonimias y las hipálages, pero nunca pude comprobarlo, pues siempre empleó ante mí un singular idioma, absolutamente incomprensible. ...

En la línea 726
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Un instante después, nos hallábamos sentados en un diván del salón, con un cigarro en la boca. El capitán me mostraba un dibujo con el plano, la sección y el alzado del Nautilus. Comenzó su descripción en estos términos: ...

En la línea 877
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Súbitamente, desapareció la encantadora visión al cerrarse los paneles de acero e iluminarse el salón. Pero durante largo tiempo permanecí aún arrobado en esa visión, hasta que mi mirada se fijó en los instrumentos suspendidos de las paredes. La brújula mostraba la dirección Norte Nordeste, el manómetro indicaba una presión de cinco atmósferas correspondiente a una profundidad de cincuenta metros y la corredera eléctrica daba una velocidad de quince millas por hora. ...

En la línea 902
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Estella andaba de un lado a otro y siempre me abría la puerta y me acompañaba para salir, pero nunca más me dijo que la besara. Algunas veces me toleraba muy fríamente; otras se mostraba condescendiente o familiar, y en algunas me decía con la mayor energía que me odiaba. La señorita Havisham me preguntaba en voz muy baja o cuando estábamos solos: ...

En la línea 1119
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Sin embargo, se había mejorado mucho su genio, y a la sazón se mostraba paciente. Una trémula incertidumbre de acción en todos sus miembros fue pronto una parte de su estado regular, y luego, a intervalos de dos o tres meses, solía llevarse las manos a la cabeza y, a veces, permanecía por espacio de una semana sumida en alguna aberración mental. Estábamos muy preocupados por encontrar una enfermera conveniente destinada a ella, hasta que por una casualidad hallamos lo que buscábamos. La tía abuela del señor Wopsle quedó por fin sumida en el sueño eterno, y así Biddy vino a formar parte de nuestra familia. Cosa de un mes después de la reaparición de mi hermana en la cocina, Biddy llegó a nuestra casa con una cajita moteada que contenía todos sus efectos y fue desde entonces una verdadera bendición para la casa y especialmente para Joe, pues el pobre muchacho estaba muy apenado por la constante contemplación de la ruina en que se había convertido su mujer y había tomado la costumbre, cuando la cuidaba, de volver a cada momento hacia mí para decirme con los azules ojos humedecidos por las lágrimas: ...

En la línea 1585
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Como él se mostraba muy comunicativo, comprendí que la reserva por mi parte sería una mala correspondencia e inadecuada a nuestros años. Por consiguiente, le referí mi corta historia, haciendo hincapié en que se me había prohibido indagar quién era mi bienhechor. Añadí que, como me había educado en casa de un herrero del pueblo y conocía muy poco los modales cortesanos, consideraría muy bondadoso por su parte el que se molestase en hacerme alguna indicación en cuanto me viese apurado o cometiese alguna torpeza. -Con mucho gusto – dijo - aunque me aventuro a profetizar que necesitará usted muy pocas indicaciones. ...

En la línea 1673
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Sin embargo, como había ya hecho su fortuna, aunque tan sólo en su mente, mostraba tal modestia, que yo me sentí agradecido de que no se enorgulleciese de ella. Esto fue otra buena cualidad que añadir a su agradable carácter, y así continuamos haciéndonos muy amigos. ...

En la línea 221
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Marfa Petrovna quedó por segunda vez estupefacta, como herida por un rayo, según su propia expresión, pero no dudó ni un momento de la inocencia de Dunia, y al día siguiente, que era domingo, lo primero que hizo fue ir a la iglesia e implorar a la Santa Virgen que le diera fuerzas para soportar su nueva desgracia y cumplir con su deber. Acto seguido vino a nuestra casa y nos refirió todo lo ocurrido, llorando amargamente. En un arranque de remordimiento, se arrojó en los brazos de Dunia y le suplicó que la perdonara. Después, sin pérdida de tiempo, recorrió las casas de la ciudad, y en todas partes, entre sollozos y en los términos más halagadores, rendía homenaje a la inocencia, a la nobleza de sentimientos y a la integridad de la conducta de Dunia. No contenta con esto, mostraba y leía a todo el mundo la carta escrita por Dunetchka al señor Svidrigailof. E incluso dejaba sacar copias, cosa que me parece una exageración. Recorrió las casas de todas sus amistades, en lo cual empleó varios días. Ello dio lugar a que algunas de sus relaciones se molestaran al ver que daba preferencia a otros, lo que consideraban una injusticia. Al fin se determinó con toda exactitud el orden de las visitas, de modo que cada uno pudo saber de antemano el día que le tocaba el turno. En toda la ciudad se sabía dónde tenía que leer Marfa Petrovna la carta tal o cual día, y el vecindario adquirió la costumbre de reunirse en la casa favorecida, sin excluir aquellas familias que ya habían escuchado la lectura en su propio hogar y en el de otras familias amigas. Yo creo que en todo esto hay mucha exageración, pero así es el carácter de Marfa Petrovna. Por otra parte, es lo cierto que ella ha rehabilitado por completo a Dunetchka. Toda la vergüenza de esta historia ha caído sobre el señor Svidrigailof, a quien ella presenta como único culpable, y tan inflexiblemente, que incluso siento compasión de él. A mi juicio, la gente es demasiado severa con este insensato. ...

En la línea 314
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, había hecho amistad con Rasumikhine. Por lo menos, se mostraba con él más comunicativo, más franco que con los demás. Y es que era imposible comportarse con Rasumikhine de otro modo. Era un muchacho alegre, expansivo y de una bondad que rayaba en el candor. Pero este candor no excluía los sentimientos profundos ni la perfecta dignidad. Sus amigos lo sabían, y por eso lo estimaban todos. Estaba muy lejos de ser torpe, aunque a veces se mostraba demasiado ingenuo. Tenía una cara expresiva; era alto y delgado, de cabello negro, e iba siempre mal afeitado. Hacía sus calaveradas cuando se presentaba la ocasión, y se le tenía por un hércules. Una noche que recorría las calles en compañía de sus camaradas había derribado de un solo puñetazo a un gendarme que medía como mínimo uno noventa de estatura. Del mismo modo que podía beber sin tasa, era capaz de observar la sobriedad más estricta. Unas veces cometía locuras imperdonables; otras mostraba una prudencia ejemplar. ...

En la línea 314
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, había hecho amistad con Rasumikhine. Por lo menos, se mostraba con él más comunicativo, más franco que con los demás. Y es que era imposible comportarse con Rasumikhine de otro modo. Era un muchacho alegre, expansivo y de una bondad que rayaba en el candor. Pero este candor no excluía los sentimientos profundos ni la perfecta dignidad. Sus amigos lo sabían, y por eso lo estimaban todos. Estaba muy lejos de ser torpe, aunque a veces se mostraba demasiado ingenuo. Tenía una cara expresiva; era alto y delgado, de cabello negro, e iba siempre mal afeitado. Hacía sus calaveradas cuando se presentaba la ocasión, y se le tenía por un hércules. Una noche que recorría las calles en compañía de sus camaradas había derribado de un solo puñetazo a un gendarme que medía como mínimo uno noventa de estatura. Del mismo modo que podía beber sin tasa, era capaz de observar la sobriedad más estricta. Unas veces cometía locuras imperdonables; otras mostraba una prudencia ejemplar. ...

En la línea 314
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, había hecho amistad con Rasumikhine. Por lo menos, se mostraba con él más comunicativo, más franco que con los demás. Y es que era imposible comportarse con Rasumikhine de otro modo. Era un muchacho alegre, expansivo y de una bondad que rayaba en el candor. Pero este candor no excluía los sentimientos profundos ni la perfecta dignidad. Sus amigos lo sabían, y por eso lo estimaban todos. Estaba muy lejos de ser torpe, aunque a veces se mostraba demasiado ingenuo. Tenía una cara expresiva; era alto y delgado, de cabello negro, e iba siempre mal afeitado. Hacía sus calaveradas cuando se presentaba la ocasión, y se le tenía por un hércules. Una noche que recorría las calles en compañía de sus camaradas había derribado de un solo puñetazo a un gendarme que medía como mínimo uno noventa de estatura. Del mismo modo que podía beber sin tasa, era capaz de observar la sobriedad más estricta. Unas veces cometía locuras imperdonables; otras mostraba una prudencia ejemplar. ...

En la línea 977
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero la abuela ganó muy poco con que la librasen de los dos polacos. En su lugar acudió un tercero a ofrecer inmediatamente sus servicios. Esta hablaba perfectamente el ruso y parecía un lacayo vestido de señor. Tenía grandes bigotes y mucho amor propio. El también “se arrastraba a los pies de la pani”, pero se mostraba arrogante con los que le rodeaban, mandaba como un déspota. En una palabra, se afirmó no como el servidor, sino como el tirano de la abuela. En todo momento, a cada jugada, se dirigía a la abuela y juraba por todos los dioses que era un panz honorem —un hombre honrado— y que no cogería un solo kopek. A fuerza de oírle repetir estos juramentos la abuela acabó por tenerle miedo. ...

En la línea 1228
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Javert se echó a reír con esa risa suya que mostraba todos los dientes. ...

En la línea 245
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Sólo Thornton lo retenía. El resto de la humanidad no existía. Si algún viajero de paso lo elogiaba o le hacía caricias, él lo recibía con frialdad, y si otro le mostraba demasiado interés, se levantaba y se iba. Cuando los socios de Thornton, Hans y Pete, llegaron por fin en la tan esperada balsa, Buck rehusó prestarles atención hasta que se dio cuenta de la estrecha relación que tenían con su amo; a partir de entonces los toleró de una forma, digamos, pasiva, aceptando sus atenciones como si les hiciera un favor. Eran tan corpulentos como Thornton, vivían con los pies en la tierra, eran sencillos de pensamiento y discernían con claridad. No habían acabado de maniobrar aún para amarrar la balsa al embarcadero de Dawson, que ya conocían el modo de ser de Buck y no aspiraban a tener con él la relación de intimidad que sí tenían con Skeet y con Nig. ...

En la línea 313
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck no atacó, sino que se movió en círculo rodeándolo en actitud amistosa. El lobo se mostraba desconfiado y temeroso; su cabeza apenas si llegaba a la altura del lomo de Buck, que pesaba tres veces más que él. Atento a la primera ocasión, el lobo escapó como una flecha y la persecución se reanudó. Una y otra vez estuvo acorralado y la escena se repitió, pero estaba físicamente en mala forma, pues de no ser así Buck no habría podido darle alcance tan fácilmente. Él corría hasta tener a su flanco la cabeza de Buck y entonces giraba, acosado, para volver a huir a la menor oportunidad. ...

En la línea 988
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sólo a un punto iba Lucía sola: a la iglesia de San Luis. Al pronto, el edificio agradó muy poco a la leonesa, habituada a la majestad de su soberbia basílica. San Luis es mezquina rapsodia ojival, ideada por un arquitecto moderno; por dentro la afea estar pintada de charros colorines; en suma, parece una actriz mundana disfrazada de santa. Pero Lucía halló en el templo una Virgen de Lourdes, que la cautivó sobremanera. Campeaba en una gruta de floridos rosales y crisantemos, y sobre su cabeza decía un rótulo: «Soy la inmaculada Concepción.» Poco sabía Lucía de las apariciones de Bernardita la pastora, ni de los prodigios de la sacra montaña; pero con todo eso la imagen la atraía dulcemente con no sé qué voces misteriosas, que vagaban entre el grato aroma de los tiestos de flores y el titilar de los altos y blancos cirios. La imagen, risueña, sonrosada, candorosa, con ropas flotantes y manto azul, llegaba más al alma de Lucía que las rígidas efigies de la catedral de León, cubiertas de rozagante atavío. Yendo una tarde camino de la iglesia, vio pasar un entierro y lo siguió. Era de una doncella, hija de María. Rompía la marcha el bedel, oficialmente grave, vestido de negro, al cuello una cadena de plata; seguían cuatro niñas, con trajes blancos, tiritando de frío, morados los pómulos, pero muy huecas del importante papel de llevar las cintas. Luego los curas, graves y compuestos en su ademán, alzando de tiempo en tiempo sus voces anchas, que se dilataban en la clara atmósfera. Dentro del carro empenachado de blanco y negro, la caja, cubierta de níveo paño, que constelaban flores de azahar, rosas blancas, piñas de lila a granel, oscilantes a cada vaivén de la carroza. Las hijas de María, compañeras de la difunta, iban casi risueñas, remangando sus faldellines de muselina, por no ensuciarlo en el piso lodoso. El comisario civil, de uniforme, encabezaba el duelo; detrás se extendía una reata de mujeres enlutadas, rodeando a la familia, que mostraba el semblante encendido y abotargados los ojos de llorar. Doblaba tristemente la campana de la iglesia, cuando bajaron la caja y la colocaron sobre el catafalco. Lucía penetró en la nave y se arrodilló piadosamente entre los que lloraban a una muerta para ella desconocida. Oyó con delectación melancólica las preces mortuorias, los rezos entonados en plena y pastosa voz por los sacerdotes. Tenían para ella aquellas incógnitas frases latinas un sentido claro: no entendía las palabras; pero harto se le alcanzaba que eran lamentos, amenazas, quejas, y a trechos suspiros de amor muy tiernos y encendidos. Y entonces, como en el parque, volvía a su mente la idea secreta, el deseo de la muerte, y pensaba entre sí que era más dichosa la difunta, acostada en su ataúd cubierto de flores, tranquila, sin ver ni oír las miserias de este pícaro mundo -que rueda, y rueda, y con tanto rodar no trae nunca un día bueno ni una hora de dicha- que ella viva, obligada a sentir, pensar y obrar. ...

En la línea 853
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Fix miraba con atención a su interlocutor, que le mostraba el semblante más amable del mundo, y adoptó el partido de reirse de él. Pero éste, que estaba de gracia, le preguntó si su oficio le producía mucho. ...

Reglas relacionadas con los errores de r

Las Reglas Ortográficas de la R y la RR

Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.

En castellano no es posible usar más de dos r


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r


El Español es una gran familia

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