Cual es errónea Mesa o Meza?
La palabra correcta es Mesa. Sin Embargo Meza se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino meza es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra mesa
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Mesa en Word Reference.
Mesa en la wikipedia.
Sinonimos de Mesa.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Mesa
Cómo se escribe mesa o meza?
Algunas Frases de libros en las que aparece mesa
La palabra mesa puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1007
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En la plaza de Alboraya, al entrar y al salir de la iglesia, Roseta, levantando apenas los ojos, escudriñó la puerta del carnicero, donde la gente se agolpaba en torno a la mesa de venta. ...
En la línea 1386
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Y qué novia, santo Dios! No había más que oír a los parroquianos cuando parloteaban ante su mesa. ...
En la línea 1399
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y ahora que, frente al ventanuco de la cuadra, se extendía un gran campo de hierba fresca, erguida y ondeante, toda para él; ahora que tenía la mesa puesta, con aquel verde y jugoso mantel que olía a gloria; ahora que engordaba, se redondeaban sus ancas puntiagudas y su dorso nudoso, moría de repente, sin saber de qué, tal vez en uso de su perfecto derecho al descanso, después de sacar a flote a la familia. ...
En la línea 1446
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Para concertar los chambos y solemnizar las ventas buscábase el amparo de un sombrajo, bajo el cual una mujerona vendía bollos adornados por las moscas o llenaba pegajosas copas con el contenido de media docena de botellas alineadas sobre una mesa de cinc. ...
En la línea 17
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Toda la tarde y gran parte de la noche permaneció en la casita de la viña el grupo de amigos de Salvatierra. El dueño, rumboso y entusiasmado por la vuelta del grande hombre, sabía obsequiar a la reunión. Las cañas de color de oro circulaban a docenas sobre la mesa cubierta de platos de aceitunas, lonchas de jamón y otros comestibles que servían de pretexto para desear el vino. Todos lo saboreaban entre palabra y palabra, con la prodigalidad en el beber propia de la tierra. Al cerrar la noche muchos se mostraban perturbados: únicamente Salvatierra estaba sereno. Él sólo bebía agua, y en cuanto a comer, se resistió a tomar otra cosa que un pedazo de pan y otro de queso. Esta era su comida dos veces al día desde que salió de presidio, y sus amigos debían respetarla. Con treinta céntimos tenía lo necesario para su existencia. Había decidido que mientras durase el desconcierto social y millones de semejantes perecieran lentamente por la escasez de alimentación, él no tenía derecho a más. ...
En la línea 43
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En el centro del _Tabernáculo_, sobre una mesa redonda, mostrábanse formadas en círculo todas las botellas de la casa, desde el vino, casi fabuloso, viejo de un siglo, que se vende a treinta francos para las fiestas tormentosas de archiduques, grandes-duques y famosas _cocottes_, hasta el Jerez popular que envejece tristemente en los escaparates de las tiendas de comestibles y ayuda al pobre en sus enfermedades. ...
En la línea 68
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Además--continuó el bodeguero--en Inglaterra, lo mismo que aquí, se pierden las costumbres antiguas. Muchos ingleses no beben más que agua, y, según me han dicho, ya no es elegante, después de comer, que las señoras se vayan a charlar a un salón, mientras los hombres se quedan bebiendo, hasta que los criados se toman el trabajo de sacarlos de bajo de la mesa. Ya no necesitan por la noche, como gorro de dormir, un par de botellas de Jerez que costaban un buen puñado de chelines. Los que aún se emborrachan para demostrar que son unos señores, usan lo que llaman _bebidas largas_--¿no es esto, tú que has estado allá?--porquerías que cuestan poco y permiten beber y beber antes de _apimplarse_; el _wischy_ con soda y otras mixturas asquerosas. La ordinariez los domina. Ya no piden _Xerrrez_ como cuando vienen aquí y lo encuentran gratis. El Jerez únicamente sabemos apreciarlo los de la tierra; dentro de poco sólo lo compraremos nosotros. Ellos se emborrachan con cosas baratas, y así marchan sus asuntos. En el Transvaal casi los revientan. El mejor día les pegarán en el mar con todas sus guapezas. Decaen: ya no son los mismos de aquellos tiempos en que la casa Dupont era una bodega poco más grande que una barraca, pero enviaba sus botellas y hasta sus barricas al señor Pitt, al señor Nelson, al señor _Velintón_ y a otros caballeros cuyos nombres figuran en las soleras más antiguas de la bodega grande. ...
En la línea 116
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y con repentino entusiasmo, olvidando su enojo, comenzó a explicar con una delectación de artista la ceremonia del día anterior en la iglesia de los que él, por antonomasia, llamaba los Padres. Primer domingo del mes: fiesta extraordinaria. El templo lleno: los oficinistas y trabajadores de la casa Dupont hermanos estaban con sus familias; casi todos (¿eh, Fermín?), casi todos: muy pocos faltaban. Había pronunciado el sermón el padre Urizábal, un gran orador, un sabio que hizo llorar a todos; (¿eh, Montenegro?) ¡a todos!... menos a los que no estaban. Y después, había llegado el acto más conmovedor. Él, como un caudillo, acercándose a la sagrada mesa rodeado de su madre, su esposa, sus dos hermanos, que habían venido de Londres; el Estado Mayor de la casa: y después todos los que comían el pan de los Dupont, con sus familias, mientras arriba, en el coro, sonaba el armónium con melodías dulcísimas. ...
En la línea 531
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La guardaré tan bien que os ju ro que llegará a su destino, y ¡ay de quien intente robármela!El señor de Tréville sonrió ante esa fanfarronada y, dejando a su joven compatriota en el vano de la ventana, donde se encontraba y donde habían hablado juntos, fue a sentarse a una mesa y se puso a escribir la carta de recomendación prometida. ...
En la línea 1148
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La comida se celebró aquel mismo día, y el lacayo sirvió la mesa. ...
En la línea 1237
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A veces, en medio de una comida, cuando todos con la incitación del vino y el calor de la conversación, creían que había aún para dos o tres horas de permanencia en la mesa, Aramis miraba a su reloj, se levantaba con una graciosa sonrisa y se despedía de la compañía para ir, decía él, a consultar a un casuista con el que tenía cita. ...
En la línea 2164
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Dos guardias se apoderaron del mercero, le hicieron atravesar un patio, le hicieron adentrarse por un corredor en el que había tres centinelas, abrieron una puerta y lo empujaron en una habitación baja, donde por todo mueble no había más que una mesa, una silla y un comisario. ...
En la línea 1171
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Entremos, hermano, y comeremos el corazón del puerco.» No entendí bien estas palabras, pero siguiendo al gitano, llegamos a un aposento bajo, donde había un _brasero_ encendido, a su lado una tosca mesa cubierta con grosero mantel, y sobre ella un pan y un puchero que despedía agradable olor. ...
En la línea 1172
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «En esta _puchera_—dijo Antonio—, está el corazón del _balichó_; comamos.» Nos sentamos a la mesa y comimos, Antonio vorazmente. ...
En la línea 1193
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Aquí no hay casa _Caló_—dijo Antonio—; tenemos que ir a la posada de los _Busné_, donde comeremos todos, hombres y bestias.» Entramos en la cocina, nos sentamos a la mesa y pedimos pan y vino. ...
En la línea 1466
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Quedó muy contento con el precio que le pagué, y me invitó a tomar una _copita_; acepté, y hablando estábamos, sentados a la mesa, cuando llegó el nacional con mi pasaporte en la mano, sentándose a nuestro lado. ...
En la línea 562
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros Fue recogido de los cabreros con buen ánimo; y, habiendo Sancho, lo mejor que pudo, acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban; y, aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer, porque los cabreros los quitaron del fuego, y, tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. ...
En la línea 2445
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y Lotario, porque la demás gente de casa toda se había ido a comer. ...
En la línea 2466
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y díjole que advirtiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa, y que si lo hacía por no tener confianza que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia como para mayores cuidados era bastante. ...
En la línea 2513
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Otro día, estando los tres sobre mesa, rogó Anselmo a Lotario dijese alguna cosa de las que había compuesto a su amada Clori; que, pues Camila no la conocía, seguramente podía decir lo que quisiese. ...
En la línea 78
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 13 de abril.- Al cabo de tres días de viaje llegamos a Socego, hacienda del Señor Manuel Figuireda, pariente de uno de nuestros compañeros de camino. La casa, muy sencilla y parecida a una granja, conviene admirablemente para este clima. En el salón, sillones dorados y sofás contrastan muchísimo con las paredes enlucidas con cal, el techo inclinado y las ventanas desprovistas de vidrios. La casahabitación, los graneros, las cuadras y los talleres para los negros, a quienes se les han enseñado diferentes oficios, forman una especie de plaza cuadrangular, en medio de la cual se seca una inmensa pila de café. Estas varias construcciones están en lo alto de un cerrillo que domina los campos cultivados, rodeándoles por todas partes un espeso bosque. El café constituye el principal producto de esta parte del país; supónese que cada planta produce anualmente dos libras de grano (906 gramos), pero algunas producen hasta ocho libras. También se cultiva en gran cantidad el manioc o casave. Todas las partes de esta planta tienen su empleo; los caballos comen las hojas y los tallos; muélense las raíces y se convierten en una especie de pasta, que se prensa hasta la desecación; luego se cuece en el horno, y forma entonces una especie de harina, que constituye el principal alimento del Brasil. Hecho curioso, pero muy conocido; el jugo que se extrae de esa planta tan nutritiva es un veneno violento; hace algunos años murió por haberlo bebido una vaca de esta hacienda. El señor Figuireda me dice que el año pasado plantó un saco de frijoles (feijao) y tres sacos de arroz; los frijoles produjeron el 80 por 1, y el arroz el 320 por l. Un admirable rebaño vacuno vaga por los pastizales; y hay tanta caza en los bosques, que en cada uno de los tres días anteriores a nuestra llegada, mataron un ciervo esta abundancia trasciende a la mesa; entonces los invitados se doblan realmente bajo la carga (si la mesa misma está en estado de resistirla), pues es preciso probar de cada plato. Un día hice los cálculos más sabihondos para conseguir probarlo todo; y pensaba salir victorioso de la prueba cuando, con profundo terror mío, vi llegar un pavo y un cochinillo asados. Durante la comida, un hombre está constantemente ocupado en echar del comedor a un gran número de perros y de negritos, que tratan de colarse allí en cuanto encuentran ocasión. Aparte de la idea de esclavitud, hay algo delicioso en esa vida patriarcal; tan en absoluto separado e independiente se está del resto del mundo. ...
En la línea 954
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... r la tarde llegamos a los baños y nos detuvimos cinco días, dos de los cuales nos tuvo la lluvia, por desgracia, encerrados. edificio lo forma un cuadro de chozas miserables, en cada una de las cuales hay una mesa y un banco. hallan situados los baños en un valle hondo y estrecho que rodea la falda de la cordillera central. un lugar tranquilo y solitario que no deja de tener grandes bellezas naturales. ...
En la línea 1615
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... locado sobre una mesa y rodeado de gente este audaz insecto, si se le presenta el dedo; se lanza inmediatamente, y como se le deje, comienza a chupar. picadura no causa dolor; es muy curioso ver su cuerpo henchirse sangre; en menos de diez minutos, de plano que era se cambia en redondo ...
En la línea 1721
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... davía hoy (1835), se oyen contar en todas partes los fracasos de los cazadores, y sobre todo los de un hombre que se había llevado una estatua de la Virgen María y que después había vuelto al año siguiente por la de San José, diciendo que no convenía que la esposa estuviese separada de su marido. comido en Coquimbo con una señora anciana que se admiraba de haber vivido bastante tiempo para haber llegado a sentarse a la mesa con un inglés; pues recordaba perfectamente que, por dos veces, siendo niña, al solo grito de «¡los ingleses!» todos los habitantes se habían refugiado en las montañas, llevándose los objetos más preciados. ...
En la línea 373
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En medio de la sacristía ocupaba largo espacio una mesa de mármol negro, del país. ...
En la línea 579
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando entraba el Magistral, el ilustrísimo señor don Cayetano Ripamilán, aragonés, de Calatayud, apoyaba una mano en el mármol de la mesa, porque los codos no llegaban a tamaña altura, y exclamaba después de haber olfateado varias veces, como perro que sigue un rastro: —Hame dado en la nariz olor de. ...
En la línea 1233
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cogió el único libro que tenía sobre la mesa de noche. ...
En la línea 2239
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No le faltaría a la hija de la bailarina —¿quién dudaba ya que la modista había bailado? —no le faltaría una cama en el palacio de sus mayores; pero ellas, las tías, no tenían qué poner a la mesa; todo lo había comido la niña. ...
En la línea 489
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creyendo conocerlo en su justo valor, dejaba sin eco las burlas de muchos que acudían a sus fiestas y tomaban asiento a su mesa, para ridiculizar luego su fervorosa actividad literaria. Guardaba, con las páginas sin cortar, todos los libros impresos en grueso papel que le había regalado Enciso, con pomposas dedicatorias, llamándole eminentísimo poeta. No le interesaba conocer por segunda vez particularidades del Renacimiento italiano leídas en su adolescencia; pero declaraba sinceramente a este diplomático gratuito, ansioso de honores, una excelente persona, amable, tolerante, con afición al estudio y gran respeto a la inteligencia ajena, condiciones que lo colocaban por encima de la mayor parte de sus amigos y parásitos, vulgares de gustos, cobardes ante la novedad, con un pensamiento rutinario. ...
En la línea 537
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No envió ninguna de las cartas. Después de escritas durante la noche, las dejaba sobre una mesa para echarlas al correo a la mañana siguiente… , y lo primero que hacia al levantarse era romperlas. ...
En la línea 563
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... De pronto, en una de aquellas inconsecuencias de su naturaleza caprichosa, sentíase cansado de Bustamante y su cuñada, así como de toda la tribu (era su palabra) de cardenales, príncipes italianos y diplomáticos de diversas procedencias que acudían como a un refectorio a la mesa de Enciso de las Casas. ...
En la línea 615
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pequeño de estatura, algo rechoncho, con la cabeza blanca, sus gestos eran una mezcla de severidad y mansedumbre. Vestía modestamente, y a su mesa resultaba frugal, contrastando dicha parquedad con el lujo que desplegaban los más de los cardenales. ...
En la línea 363
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así tuvo el segundo día un taburete en que sentarse, apropiado a su estatura, y una mesa, cuyos tablones, aunque no mas anchos que las piezas de un entarimado fino, estaban ensamblados con tal exactitud que apenas si se distinguían las rayas divisorias. ...
En la línea 364
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cada pata de la mesa sostenía en torno de ella un camino en espiral, por el que podían subir y bajar los servidores. Uno de estos caminos hasta tenía la anchura y el suave declive necesarios para que ascendiesen por sus revueltas los portadores de literas. ...
En la línea 366
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Uno de aquellos vehículos-automóviles, veloces y sin ruido, que tenían forma de animales, servía para trasladar los alimentos del Hombre-Montaña desde las cocinas hasta los pies de su mesa. ...
En la línea 367
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En cada viaje solo llevaba un plato. Al llegar, su motor lanzaba tres rugidos, e inmediatamente descendía de lo alto un cable con dos ganchos que sujetaban automáticamente el plato. Una grúa fija en el borde de la mesa subía el enorme redondel de metal repleto de viandas humeantes. Varios hombres de fuerza se agarraban a sus bordes al verlo aparecer, empujándolo hasta las manos del coloso. Gillespie tuvo la esperanza de que esta alimentación abundante sería acompañada con algún vino del país; pero en las tres comidas que llevaba hechas, la grúa solo subió un tonel, que podía servirle de vaso, lleno de agua. Al ver su gesto de extrañeza, la mujer que prestaba servicios de mayordomo hizo subir un segundo tonel, pero solo contenía leche. ...
En la línea 102
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Así pasaron algunos años. Como sus necesidades eran muy cortas, pues no tenía familia que mantener ni ningún vicio como no fuera el de gastar saliva, bastábale para vivir lo poco que el corretaje le daba. Además, muchos comerciantes ricos le protegían. Este, a lo mejor, le regalaba una capa; otro un corte de vestido; aquel un sombrero o bien comestibles y golosinas. Familias de las más empingorotadas del comercio le sentaban a su mesa, no sólo por amistad sino por egoísmo, pues era una diversión oírle contar tan diversas cosas con aquella exactitud pintoresca y aquel esmero de detalles que encantaba. Dos caracteres principales tenía su entretenida charla, y eran: que nunca se declaraba ignorante de cosa alguna, y que jamás habló mal de nadie. Si por acaso se dejaba decir alguna palabra ofensiva, era contra la Aduana; pero sin individualizar sus acusaciones. ...
En la línea 104
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Barbarita le quería mucho. Habíale visto en su casa desde que tuvo el don de ver y apreciar las cosas; conocía bien, por opinión de su padre y por experiencia propia, las excelentes prendas y lealtad del hablador. Siendo niña, Estupiñá la llevaba a la escuela de la rinconada de la calle Imperial, y por Navidad iba con él a ver los nacimientos y los puestos de la plaza de Santa Cruz. Cuando D. Bonifacio Arnaiz enfermó para morirse, Plácido no se separó de él ni enfermo ni difunto hasta que le dejó en la sepultura. En todas las penas y alegrías de la casa era siempre el partícipe más sincero. Su posición junto a tan noble familia era entre amistad y servidumbre, pues si Barbarita le sentaba a su mesa muchos días, los más del año empleábale en recados y comisiones que él sabía desempeñar con exactitud suma. Ya iba a la plaza de la Cebada en busca de alguna hortaliza temprana, ya a la Cava Baja a entenderse con los ordinarios que traían encargos, o bien a Maravillas, donde vivían la planchadora y la encajera de la casa. Tal ascendiente tenía la señora de Santa Cruz sobre aquella alma sencilla y con fe tan ciega la respetaba y obedecía él, que si Barbarita le hubiera dicho: «Plácido, hazme el favor de tirarte por el balcón a la calle», el infeliz no habría vacilado un momento en hacerlo. ...
En la línea 381
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Se fueron de paseo por las Delicias abajo, y sentados en solitario banco, vueltos de cara al río, charlaron un rato. Jacinta se quería comer con los ojos a su marido, adivinándole las palabras antes de que las dijera, y confrontándolas con la expresión de los ojos a ver si eran sinceras. ¿Habló Juan con verdad? De todo hubo. Sus declaraciones eran una verdad refundida como las comedias antiguas. El amor propio no le permitía la reproducción fiel de los hechos. Pues señor… al volver de Plencia ya comprometido a casarse y enamorado de su novia, quiso saber qué vuelta llevó Fortunata, de quien no había tenido noticias en tanto tiempo. No le movía ningún sentimiento de ternura, sino la compasión y el deseo de socorrerla si se veía en un mal paso. Platón estaba fuera de Madrid y su mujer en el otro mundo. No se sabía tampoco a dónde diantres había ido a parar el picador; pero Segunda había traspasado la huevería y tenía en la misma Cava un poco más abajo, cerca ya de la escalerilla, una covacha a que daba el nombre de establecimiento. En aquella caverna habitaba y hacía el café que vendía por la mañana a la gente del mercado. Cuatro cacharros, dos sillas y una mesa componían el ajuar. En el resto del día prestaba servicios en la taberna del pulpitillo. Había venido tan a menos en lo físico y en lo económico, que a su antiguo tertulio le costó trabajo reconocerla. ...
En la línea 423
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La casa era tan grande, que los dos matrimonios vivían en ella holgadamente y les sobraba espacio. Tenían un salón algo anticuado, con tres balcones. Seguía por la izquierda el gabinete de Barbarita, luego otro aposento, después la alcoba. A la derecha del salón estaba el despacho de Juanito, así llamado no porque este tuviese nada que despachar allí, sino porque había mesa con tintero y dos hermosas librerías. Era una habitación muy bien puesta y cómoda. El gabinetito de Jacinta, inmediato a esta pieza, era la estancia más bonita y elegante de la casa y la única tapizada con tela; todas las demás lo estaban con colgadura de papel, de un arte dudoso, dominando los grises y tórtola con oro. Veíanse en esta pieza algunas acuarelas muy lindas compradas por Juanito, y dos o tres óleos ligeros, todo selecto y de regulares firmas, porque Santa Cruz tenía buen gusto dentro del gusto vigente. Los muebles eran de raso o de felpa y seda combinadas con arreglo a la moda, siendo de notar que lo que allí se veía no chocaba por original ni tampoco por rutinario. Seguía luego la alcoba del matrimonio joven, la cual se distinguía principalmente de la paterna en que en esta había lecho común y los jóvenes los tenían separados. Sus dos camas de palosanto eran muy elegantes, con pabellones de seda azul. La de los padres parecía un andamiaje de caoba con cabecera de morrión y columnas como las de un sagrario de Jueves Santo. La alcoba de los pollos se comunicaba con habitaciones de servicio, y le seguían dos grandes piezas que Jacinta destinaba a los niños… cuando Dios se los diera. Hallábanse amuebladas con lo que iba sobrando de los aposentos que se ponían de nuevo, y su aspecto era por demás heterogéneo. Pero el arreglo definitivo de estas habitaciones vacantes existía completo en la imaginación de Jacinta, quien ya tenía previstos hasta los últimos detalles de todo lo que se había de poner allí cuando el caso llegara. ...
En la línea 256
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Poco después de la una de la tarde, Tom se sometió resignado a la prueba de que le vistieran para comer. Hallóse cubierto de ropas tan finas como antes, pero todo distinto, todo cambiado, desde la golilla hasta las medias. Fue conducido con mucha pompa a un aposento espacioso y adornado, donde estaba ya la mesa puesta para una persona. El servicio era todo de oro macizo, embellecido con dibujos que lo hacían casi de valor incalculable, puesto que eran obra de Benvenuto. La estancia se hallaba medio llena de nobles servidores. Un capellán bendijo la mesa, y Tom se disponía a empezar, porque el hambre en él era orgánica, cuando fue interrumpido por milord el conde de Berkeley, el cual le prendió una servilleta al cuello, porque el elevado cargo de mastelero del Príncipe de Gales era hereditario en la familia de aquel noble. Presente estaba el copero de Tom, y se anticipó a todas sus tentativas de servirse vino. También se hallaba presente el catador de Su Alteza el Príncipe de Gales, listo para probar, en cuanto se le pidiera, cualquier platillo sospechoso, corriendo el riesgo de envenenarse. En aquella época no era ya sino un apéndice decorativo, y rara vez se veía llamado a ejercitar su función; pero tiempos hubo, no muchas generaciones atrás, en que el oficio de catador tenía sus peligros y no era un honor muy deseable. Parece raro que no utilizasen un perro o un villano, pero todas las cosas de la realeza son extrañas. Allí estaba milord D'Arcy, primer paje de cámara, para hacer sabe Dios qué; pero allí estaba y eso basta. El lord primer despensero se hallaba también presente y se mantenía detrás de la silla de Tom, vigilando la ceremonia, a las órdenes del lord gran mayordomo y el lord cocinero jefe, que estaban cerca. Además de éstos contaba Tom con trescientos ochenta y cuatro criadas; pero, por supuesto, no estaban todos ellos en el aposento, ni la cuarta parte, ni Tom tenía noticias de que existieran. ...
En la línea 256
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Poco después de la una de la tarde, Tom se sometió resignado a la prueba de que le vistieran para comer. Hallóse cubierto de ropas tan finas como antes, pero todo distinto, todo cambiado, desde la golilla hasta las medias. Fue conducido con mucha pompa a un aposento espacioso y adornado, donde estaba ya la mesa puesta para una persona. El servicio era todo de oro macizo, embellecido con dibujos que lo hacían casi de valor incalculable, puesto que eran obra de Benvenuto. La estancia se hallaba medio llena de nobles servidores. Un capellán bendijo la mesa, y Tom se disponía a empezar, porque el hambre en él era orgánica, cuando fue interrumpido por milord el conde de Berkeley, el cual le prendió una servilleta al cuello, porque el elevado cargo de mastelero del Príncipe de Gales era hereditario en la familia de aquel noble. Presente estaba el copero de Tom, y se anticipó a todas sus tentativas de servirse vino. También se hallaba presente el catador de Su Alteza el Príncipe de Gales, listo para probar, en cuanto se le pidiera, cualquier platillo sospechoso, corriendo el riesgo de envenenarse. En aquella época no era ya sino un apéndice decorativo, y rara vez se veía llamado a ejercitar su función; pero tiempos hubo, no muchas generaciones atrás, en que el oficio de catador tenía sus peligros y no era un honor muy deseable. Parece raro que no utilizasen un perro o un villano, pero todas las cosas de la realeza son extrañas. Allí estaba milord D'Arcy, primer paje de cámara, para hacer sabe Dios qué; pero allí estaba y eso basta. El lord primer despensero se hallaba también presente y se mantenía detrás de la silla de Tom, vigilando la ceremonia, a las órdenes del lord gran mayordomo y el lord cocinero jefe, que estaban cerca. Además de éstos contaba Tom con trescientos ochenta y cuatro criadas; pero, por supuesto, no estaban todos ellos en el aposento, ni la cuarta parte, ni Tom tenía noticias de que existieran. ...
En la línea 267
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La próxima inconsciente torpeza de Tom fue levantarse y dejar la mesa justo cuando el capellán tomó su lugar detrás de su silla, y, elevadas las manos y cerrados los ojos se disponía a comenzar la acción de gracias. Sin embargo, nadie pareció apercibirse de que el príncipe había hecho algo insólito. ...
En la línea 269
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Pendientes de ganchos en el friso de madera estaban las diversas piezas de, una brillante armadura de acero, cubierta toda de bellos dibujos exquisitamente incrustados en oro. Esta marcial panoplia pertenecía al verdadero príncipe, regalo reciente de la señora Parr, la reina. Tom se puso las grebes, los guanteletes, el yelmo empenachado y otras piezas tales que pudiera revestirse sin ayuda, y por un momento pensó pedirla para completar el asunto, pero pensó en las nueces que había traído de la mesa, y en el, placer que sería comérselas sin nadie que le mirase y sin grandes hereditarios que le molestasen con sus servicios indeseables; así que volvió las lindas cosas, a sus diversos lugares y pronto estuvo cascando nueces, sintiéndose casi dichosa por primera vez, desde que Dios, en castigo de sus pecados, lo había hecho principe. Cuando desaparecieron las nueces, dio con unos incitantes libros en un armario, entre ellos uno sobre la etiqueta de la corte inglesa. Aquello era un tesoro. Se tendió en un suntuoso diván y procedió a instruirse con verdadero afán. Dejémoslo allí por ahora. ...
En la línea 268
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Su madre jamás se acostaba hasta que él lo hubiese hecho, y le dejaba con un beso en la cama. No pudo, pues, nunca trasnochar. Y era su madre lo primero que veía al despertarse. Y en la mesa, de lo que él no comía, tampoco ella. ...
En la línea 856
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues bien; yo me hice una costumbre de mi mujer y Elena se hizo una costumbre mía. Todo estaba moderadamente regularizado en nuestra casa, todo, lo mismo que las comidas. A las doce en punto, ni minuto más ni minuto menos, la sopa en la mesa, y de tal modo, que comemos todos los días casi las mismas cosas, en el mismo orden y en la misma cantidad. Aborrezco el cambio y lo aborrece Elena. En mi casa se vive al reló. ...
En la línea 1290
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Sí, Augusto, es la fatalidad la que nos ha traído a esto. Ni… ni tú ni yo podemos ser infieles, desleales a nosotros mismos; ni tú puedes aparecer queriéndome comprar como yo en un momento de ofuscación te dije, ni yo puedo aparecer haciendo de ti un sustituto, un vice, un plato de segunda mesa, como a mi tía le dijiste, y queriendo no más que premiar tu generosidad… ...
En la línea 1358
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y cuando la estaba jugando dejó de pronto Augusto la baraja sobre la mesa y preguntó: ...
En la línea 21
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Vaciaron los vasos y se sentaron a la mesa. ...
En la línea 48
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán dio un salto hacia adelante con los labios contraídos por el furor y los ojos inflamados, pero todo fue un relámpago. Se sentó ante la mesa, bebió de un sorbo un vaso colmado de licor, y dijo con voz perfectamente tranquila: ...
En la línea 116
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Bravo, Patán! —gritó Sandokán—. ¡Ahora deja ese barco tan raso como una mesa, pues todavía veo numerosa tripulación! ...
En la línea 284
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Entonces observó minuciosamente la habitación. Era amplia, elegante, y la alumbraban dos grandes ventanas, a través de las cuales se veían árboles muy altos. En un rincón vio un piano, sobre el cual había esparcidos papeles de música; en otro, un caballete con un cuadro que representaba una marina; en medio, una mesa con un tapete bordado; cerca de la cama, su fiel kriss, y al lado un libro medio abierto, con una flor disecada entre las páginas. ...
En la línea 413
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La súbita iluminación de la cabina me permitió examinar sus menores detalles. No había más mobiliario que la mesa y cinco banquetas. La puerta invisible debía estar herméticamente cerrada. No llegaba a nosotros el menor ruido. Todo parecía muerto en el interior del barco. ¿Se movía, se mantenía en la superficie o estaba sumergido en las profundidades del océano? No podía saberlo. Pero la iluminación de la cabina debía tener alguna razón, y ello me hizo esperar que no tardarían en manifestarse los hombres de la tripulación. Cuando se olvida a los cautivos no se ilumina su calabozo. ...
En la línea 451
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Mientras tanto, el steward mudo, sordo quizá había dispuesto la mesa, sobre la que había colocado tres cubiertos. ...
En la línea 455
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los platos, cubiertos por una tapa de plata, habían sido colocados simétricamente sobre el mantel. Nos sentamos a la mesa. Decididamente, teníamos que vérnoslas con gente civilizada, y de no ser por la luz eléctrica que nos inundaba, hubiera podido creerme en el comedor del hotel Adelhi, en Liverpool, o del Gran Hotel, en París. Sin embargo, debo decir que faltaban por completo al pan y el vino. El agua era fresca y límpida, pero era agua, lo que no fue del gusto de Ned Land. Entre los platos que nos sirvieron reconocí diversos pescados delicadamente cocinados, pero hubo otros sobre los que no pude pronunciarme, aunque eran excelentes, hasta el punto de que hubiera sido incapaz de afirmar si su contenido pertenecía al reino vegetal o al animal. En cuanto al servicio de mesa, era elegante y de un gusto perfecto. Cada utensilio, cuchara, tenedor, cuchillo y plato, llevaba una letra rodeada de una divisa, cuyo facsímil exacto helo aquí: ...
En la línea 455
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Los platos, cubiertos por una tapa de plata, habían sido colocados simétricamente sobre el mantel. Nos sentamos a la mesa. Decididamente, teníamos que vérnoslas con gente civilizada, y de no ser por la luz eléctrica que nos inundaba, hubiera podido creerme en el comedor del hotel Adelhi, en Liverpool, o del Gran Hotel, en París. Sin embargo, debo decir que faltaban por completo al pan y el vino. El agua era fresca y límpida, pero era agua, lo que no fue del gusto de Ned Land. Entre los platos que nos sirvieron reconocí diversos pescados delicadamente cocinados, pero hubo otros sobre los que no pude pronunciarme, aunque eran excelentes, hasta el punto de que hubiera sido incapaz de afirmar si su contenido pertenecía al reino vegetal o al animal. En cuanto al servicio de mesa, era elegante y de un gusto perfecto. Cada utensilio, cuchara, tenedor, cuchillo y plato, llevaba una letra rodeada de una divisa, cuyo facsímil exacto helo aquí: ...
En la línea 189
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En aquella buena compañía, aunque yo no hubiese robado la despensa, me habría encontrado en una posición falsa, y no porque me viese oprimido por un ángulo agudo de la mesa, que se me clavaba en el pecho, y el codo del tío Pumblechook en mi ojo, ni porque se me prohibiera hablar, cosa que no deseaba, así como tampoco porque se me obsequiara con las patas llenas de durezas de los pollos o con las partes menos apetitosas del cerdo, aquellas de las que el animal, cuando estaba vivo, no tenía razón alguna para envanecerse. No, no habría puesto yo el menor inconveniente en que me hubiesen dejado a solas. Pero no querían. Parecía como si creyesen perder una ocasión agradable si dejaban de hablar de mí de vez en cuando, señalándome también algunas veces. Y era tanto lo que me conmovían aquellas alusiones, que me sentía tan desgraciado como un toro en la plaza. ...
En la línea 220
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Y, sin embargo - dijo el señor Pumblechook conduciendo suavemente a sus compañeros de mesa al tema del cual se habían desviado -, el cerdo, considerado como carne, es muy sabroso, ¿no es verdad? ...
En la línea 222
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... ¡Dios mío! Por fin había llegado. Ahora observarían que el aguardiente estaba aguado, y en tal caso podía darme por perdido. Con ambas manos me agarré con fuerza a la pata de la mesa, por debajo del mantel, y esperé mi destino. ...
En la línea 223
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana salió en busca de la botella de piedra, volvió con ella y sirvió una copa de aguardiente, pues nadie más quiso beber licor. El desgraciado, bromeando con la copita, la tomó, la miró al trasluz y la volvió a dejar sobre la mesa, prolongando mi ansiedad. Mientras tanto, la señora Joe y su marido desocupaban activamente la mesa para servir el pastel y el pudding. ...
En la línea 67
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbación. La sensación de profundo disgusto que le oprimía y le ahogaba cuando se dirigía a casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no veía a nadie y tropezaba con todos. No se recobró hasta que estuvo en otra calle. Al levantar la mirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera partía una escalera que se hundía en el subsuelo y conducía al establecimiento. De él salían en aquel momento dos borrachos. Subían la escalera apoyados el uno en el otro e injuriándose. Raskolnikof bajó la escalera sin vacilar. No había entrado nunca en una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Le dominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacío estómago, ya que atribuía al hambre su estado. Se sentó en un rincón oscuro y sucio, ante una pringosa mesa, pidió cerveza y se bebió un vaso con avidez. ...
En la línea 80
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Era un hombre que había rebasado los cincuenta, robusto y de talla media. Sus escasos y grises cabellos coronaban un rostro de un amarillo verdoso, hinchado por el alcohol. Entre sus abultados párpados fulguraban dos ojillos encarnizados pero llenos de vivacidad. Lo que más asombraba de aquella fisonomía era la vehemencia que expresaba ‑y acaso también cierta finura y un resplandor de inteligencia‑, pero por su mirada pasaban relámpagos de locura. Llevaba un viejo y desgarrado frac, del que sólo quedaba un botón, que mantenía abrochado, sin duda con el deseo de guardar las formas. Un chaleco de nanquín dejaba ver un plastrón ajado y lleno de manchas. No llevaba barba, esa barba característica del funcionario, pero no se había afeitado hacía tiempo, y una capa de pelo recio y azulado invadía su mentón y sus carrillos. Sus ademanes tenían una gravedad burocrática, pero parecía profundamente agitado. Con los codos apoyados en la grasienta mesa, introducía los dedos en su cabello, lo despeinaba y se oprimía la cabeza con ambas manos, dando visibles muestras de angustia. Al fin miró a Raskolnikof directamente y dijo, en voz alta y firme: ...
En la línea 100
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Marmeladof dio un fuerte puñetazo en la mesa. ...
En la línea 112
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Eran cerca de las cinco cuando, de pronto, vi que Sonetchka se levantaba, se ponía un pañuelo en la cabeza, cogía un chal y salía de la habitación. Eran más de las ocho cuando regresó. Entró, se fue derecha a Catalina Ivanovna y, sin desplegar los labios, depositó ante ella, en la mesa, treinta rublos. No pronunció ni una palabra, ¿sabe usted?, no miró a nadie; se limitó a coger nuestro gran chal de paño verde (tenemos un gran chal de paño verde que es propiedad común), a cubrirse con él la cabeza y el rostro y a echarse en la cama, de cara a la pared. Leves estremecimientos recorrían sus frágiles hombros y todo su cuerpo… Y yo seguía acostado, ebrio todavía. De pronto, joven, de pronto vi que Catalina Ivanovna, también en silencio, se acercaba a la cama de Sonetchka. Le besó los pies, los abrazó y así pasó toda la noche, sin querer levantarse. Al fin se durmieron, las dos, las dos se durmieron juntas, enlazadas… Ahí tiene usted… Y yo… yo estaba borracho. ...
En la línea 18
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ya suponía yo que el señor conde no me reconocería a la hora de sentarnos a la mesa. Por supuesto, el general no pensaba en presentarnos, o al menos en nombrarme, y el señor conde, que había vivido en Rusia, sabía perfectamente cuán insignificante es la personalidad de un outchitel, como allí nos llaman. ...
En la línea 19
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Pero me conoce perfectamente. A decir verdad, nadie me esperaba todavía. Según parece, el general se olvidó de dar órdenes, y de buena gana me habría enviado a comer a la mesa redonda. ...
En la línea 22
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Ignoró cómo haría amistad con el general. Creo que está locamente enamorado de Paulina. Al entrar ésta, púsose colorado como una amapola. Manifestó gran satisfacción de tenerme como vecino de mesa, y me consideraba ya como a uno de sus más íntimos amigos. ...
En la línea 23
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En la mesa, el francés se puso en evidencia por sus incorrecciones. Trataba a todo el mundo con altanería. En Moscú, por el contrario, si no recuerdo mal, procuraba pasar desapercibido. Habló mucho de hacienda y de política rusa. El general se permitió algunas veces contradecirle, aunque muy poco: lo imprescindible para dejar a salvo su prestigio. ...
En la línea 88
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... A estas alhajas deben añadirse dos grandes candeleros de plata maciza que eran herencia de una tía abuela. Aquellos candeleros sostenían dos velas de cera, y habitualmente figuraban sobre la chimenea del obispo. Cuando había convidados a cenar, la señora Magloire encendía las dos velas y ponía los dos candelabros en la mesa. ...
En la línea 154
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Precisamente ardía una luz al extremo de la calle y hacia allí se dirigió. Era en efecto una taberna. El viajero se detuvo un momento, miró por los vidrios de la sala, iluminada por una pequeña lámpara colocada sobre una mesa y por un gran fuego que ardía en la chimenea. Algunos hombres bebían. El tabernero se calentaba. La llama hacía cocer el contenido de una marmita de hierro, colgada de una cadena en medio del hogar. ...
En la línea 161
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Dio la casualidad que uno de los que estaban sentados junto a la mesa antes de ir allí había estado en la posada de La Cruz de Colbas. ...
En la línea 218
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El hombre dio unos pasos, y se acercó al velón que estaba sobre la mesa. ...
En la línea 108
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y diciendo y haciendo, sentose el prohombre a la mesa atestada de periódicos, cartas y libros, y tomando un pliego de timbrado papel, dejó correr la mano garrapateando el blanco folio con su letra precipitada, ininteligible casi, de hombre abrumado de asuntos. Doblolo, deslizándolo dentro de un sobre, y sin cerrarlo lo entregó a su amigo. ...
En la línea 187
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sentáronse a la mesa dispuesta para los viajeros, mesa trivial, sellada por la vulgar promiscuidad que en ella se establecía a todas horas; muy larga y cubierta de hule, y cercada como la gallina de sus polluelos, de otras mesitas chicas, con servicios de té, de café, de chocolate. Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense. Las teteras presentaban su vientre reluciente y las jarras de la leche sacaban el hocico como niños mal criados. La monotonía del prolongado salón abrumaba. Tarifas, mapas y anuncios, pendientes de las paredes, prestaban al lugar no sé qué perfiles de oficina. El fondo de la pieza ocupábalo un alto mostrador atestado de rimeros de platos, de grupos de cristalería recién lavada, de fruteros donde las pirámides de manzanas y peras pardeaban ante el verde fuerte del musgo. En la mesa principal, en dos floreros de azul porcelana, acababan de mustiarse lacias flores, rosas tardías, girasoles inodoros. Iban llegando y ocupando sus puestos los viajeros, contraído de tedio y de sueño el semblante, caladas las gorras de camino hasta las cejas los hombres, rebujadas las mujeres en toquillas de estambre, oculta la gentileza del talle por grises y largos impermeables, descompuesto el peinado, ajados los puños y cuellos. Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales. Les trajeron la comida invariable de los fondines: sopa de hierbas, chuletas esparrilladas, secos alones de pollo, algún pescado recaliente, jamón frío en magrísimas lonjas, queso y frutas. Hizo Miranda poco gasto de manjares, despreciando cuanto le servían, y pidiendo imperativo y en voz bastante alta una botella de Jerez y otra de Burdeos, de que escanció a Lucía, explicándole las cualidades especiales de cada vino. Lucía comió vorazmente, soltando la rienda a su apetito impetuoso de niño en día de asueto. A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces. Miró al trasluz el líquido topacio del Jerez, y cerró los ojos al beberlo, afirmando que le cosquilleaba en la garganta. Pero su gran orgía, su fruto prohibido, fue el café. No acertaremos jamás los mínimos y escrupulosos cronistas del señor Joaquín el Leonés, cuál fuese la razón secreta y potísima que le llevó a vedar siempre a su hija el uso del café, cual si fuese emponzoñada droga o pernicioso filtro: caso tanto más extraño cuanto que ya sabemos la afición desmedida, el amor que al café profesaba nuestro buen colmenarista. Privada Lucía de gustar de la negra infusión, y no ignorante de los tragos que de ella se echaba su padre al cuerpo todos los días, dio en concebir que el tal brebaje era el mismo néctar, la propia ambrosía de los dioses, y sucedíale a veces decir a Rosarito o a Carmela: ...
En la línea 187
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sentáronse a la mesa dispuesta para los viajeros, mesa trivial, sellada por la vulgar promiscuidad que en ella se establecía a todas horas; muy larga y cubierta de hule, y cercada como la gallina de sus polluelos, de otras mesitas chicas, con servicios de té, de café, de chocolate. Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense. Las teteras presentaban su vientre reluciente y las jarras de la leche sacaban el hocico como niños mal criados. La monotonía del prolongado salón abrumaba. Tarifas, mapas y anuncios, pendientes de las paredes, prestaban al lugar no sé qué perfiles de oficina. El fondo de la pieza ocupábalo un alto mostrador atestado de rimeros de platos, de grupos de cristalería recién lavada, de fruteros donde las pirámides de manzanas y peras pardeaban ante el verde fuerte del musgo. En la mesa principal, en dos floreros de azul porcelana, acababan de mustiarse lacias flores, rosas tardías, girasoles inodoros. Iban llegando y ocupando sus puestos los viajeros, contraído de tedio y de sueño el semblante, caladas las gorras de camino hasta las cejas los hombres, rebujadas las mujeres en toquillas de estambre, oculta la gentileza del talle por grises y largos impermeables, descompuesto el peinado, ajados los puños y cuellos. Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales. Les trajeron la comida invariable de los fondines: sopa de hierbas, chuletas esparrilladas, secos alones de pollo, algún pescado recaliente, jamón frío en magrísimas lonjas, queso y frutas. Hizo Miranda poco gasto de manjares, despreciando cuanto le servían, y pidiendo imperativo y en voz bastante alta una botella de Jerez y otra de Burdeos, de que escanció a Lucía, explicándole las cualidades especiales de cada vino. Lucía comió vorazmente, soltando la rienda a su apetito impetuoso de niño en día de asueto. A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces. Miró al trasluz el líquido topacio del Jerez, y cerró los ojos al beberlo, afirmando que le cosquilleaba en la garganta. Pero su gran orgía, su fruto prohibido, fue el café. No acertaremos jamás los mínimos y escrupulosos cronistas del señor Joaquín el Leonés, cuál fuese la razón secreta y potísima que le llevó a vedar siempre a su hija el uso del café, cual si fuese emponzoñada droga o pernicioso filtro: caso tanto más extraño cuanto que ya sabemos la afición desmedida, el amor que al café profesaba nuestro buen colmenarista. Privada Lucía de gustar de la negra infusión, y no ignorante de los tragos que de ella se echaba su padre al cuerpo todos los días, dio en concebir que el tal brebaje era el mismo néctar, la propia ambrosía de los dioses, y sucedíale a veces decir a Rosarito o a Carmela: ...
En la línea 187
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sentáronse a la mesa dispuesta para los viajeros, mesa trivial, sellada por la vulgar promiscuidad que en ella se establecía a todas horas; muy larga y cubierta de hule, y cercada como la gallina de sus polluelos, de otras mesitas chicas, con servicios de té, de café, de chocolate. Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense. Las teteras presentaban su vientre reluciente y las jarras de la leche sacaban el hocico como niños mal criados. La monotonía del prolongado salón abrumaba. Tarifas, mapas y anuncios, pendientes de las paredes, prestaban al lugar no sé qué perfiles de oficina. El fondo de la pieza ocupábalo un alto mostrador atestado de rimeros de platos, de grupos de cristalería recién lavada, de fruteros donde las pirámides de manzanas y peras pardeaban ante el verde fuerte del musgo. En la mesa principal, en dos floreros de azul porcelana, acababan de mustiarse lacias flores, rosas tardías, girasoles inodoros. Iban llegando y ocupando sus puestos los viajeros, contraído de tedio y de sueño el semblante, caladas las gorras de camino hasta las cejas los hombres, rebujadas las mujeres en toquillas de estambre, oculta la gentileza del talle por grises y largos impermeables, descompuesto el peinado, ajados los puños y cuellos. Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales. Les trajeron la comida invariable de los fondines: sopa de hierbas, chuletas esparrilladas, secos alones de pollo, algún pescado recaliente, jamón frío en magrísimas lonjas, queso y frutas. Hizo Miranda poco gasto de manjares, despreciando cuanto le servían, y pidiendo imperativo y en voz bastante alta una botella de Jerez y otra de Burdeos, de que escanció a Lucía, explicándole las cualidades especiales de cada vino. Lucía comió vorazmente, soltando la rienda a su apetito impetuoso de niño en día de asueto. A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces. Miró al trasluz el líquido topacio del Jerez, y cerró los ojos al beberlo, afirmando que le cosquilleaba en la garganta. Pero su gran orgía, su fruto prohibido, fue el café. No acertaremos jamás los mínimos y escrupulosos cronistas del señor Joaquín el Leonés, cuál fuese la razón secreta y potísima que le llevó a vedar siempre a su hija el uso del café, cual si fuese emponzoñada droga o pernicioso filtro: caso tanto más extraño cuanto que ya sabemos la afición desmedida, el amor que al café profesaba nuestro buen colmenarista. Privada Lucía de gustar de la negra infusión, y no ignorante de los tragos que de ella se echaba su padre al cuerpo todos los días, dio en concebir que el tal brebaje era el mismo néctar, la propia ambrosía de los dioses, y sucedíale a veces decir a Rosarito o a Carmela: ...
En la línea 11
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Nadie sabía que tuviese mujer ni hijos- cosa que puede suceder a la persona más decente del mundo-, ni parientes ni amigos- lo cual era en verdad algo más extraño-. Phileas Fogg vivía solo en su casa de Saville Row, donde nadie penetraba. Un criado único le bastaba para su servicio. Almorzando y comiendo en el club a horas cronométricamente determinadas, en el mismo comedor, en la misma mesa, sin tratarse nunca con sus colegas, sin convidar jamás a ningún extraño, sólo volvía a su casa para acostarse a la media noche exacta, sin hacer uso en ninguna ocasión de los cómodos dormitorios que el Reform Club pone a disposición de los miembros del círculo. De las veinticuatro horas del día, pasaba diez en su casa, que dedicaba al sueño o al tocador. Cuando paseaba, era invariablemente y con paso igual, por el vestíbulo que tenía mosaicos de madera en el pavimento, o por la galería circular coronada por una media naranja con vidrieras azules que sostenían veinte columnas jónicas de pórfido rosa, Cuando almorzaba o comía, las cocinas, la repostería, la despensa, la pescadería y la lechería del club eran las que con sus suculentas reservas proveían su mesa; los camareros del club, graves personas vestidas de negro y calzados con zapatos de suela de fieltro, eran quienes le servían en una vajilla especial y sobre admirables manteles de lienzo sajón; la cristalería o molde perdido del club era la que contenía su sherry, su oporto o su clarete mezclado con canela, capilaria o cinamomo; en fin, el hielo del club- hielo traído de los lagos de América a costa de grandes desembolsos-, conservaba sus bebidas en un satisfactorio estado de frialdad. ...
En la línea 47
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg pasó inmediatamente al comedor, con sus nueve ventanas que daban a un jardín con árboles ya dorados por el otoño. Tomó asiento en la mesa de costumbre puesta ya para él. Su almuerzo se componia de un entremés, un pescado cocido sazonado por una 'readins sauce' de primera elección, un 'rosbif’escarlata de una torta rellena con tallos de ruibarbo y grosellas verdes, y de un pedazo de Chéster, rociado todo por algunas tazas de ese excelente té, que especialmente es cosecha para el servicio de Reform Club. ...
En la línea 60
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El suceso de que se trataba, y sobre el cual los diferentes periódicos del Reino Unido discutían acaloradamente, se había realizado tres días antes, el 29 de septiembre. Un legajo de billetes de banco que formaba la enorme cantidad de cincuenta y cinco mil libras, había sido sustraído de la mesa del cajero principal del Banco de Inglaterra. ...
En la línea 62
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Pero conviene hacer observar aquí- y esto da más fácil explicación al hecho- que el Banco de Inglaterra parece que se desvive por demostrar al público la alta idea que tiene de su dignidad. Ni hay guardianes, ni ordenanzas, ni redes de alambre. El oro, la plata, los billetes, están expuestos libremente, y, por decirlo así, a disposición del primero que llegue. En efecto, sería indigno sospechar en lo mínimo acerca de la caballerosidad de cualquier transeúnte. Tanto es así, que hasta se llega a referir el siguiente hecho por uno de los más notables observadores de las costumbres inglesas: En una de las salas del Banco en que se encontraba un día, tuvo curiosidad por ver de cerca una barra de oro de siete a ocho libras de peso que se encontraba expuesta en la mesa del cajero; para satisfacer aquel deseo, tomó la barra, la examinó, se la dio a su vecino, éste a otro, y así, pasando de mano en mano, la barra llegó hasta el final de un pasillo obscuro, tardando media hora en volver a su sitio primitivo, sin que durante este tiempo el cliero hubiera levantado siquiera la cabeza. ...
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z

El Español es una gran familia

la Ortografía es divertida
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