Cual es errónea Llegaron o Llegarron?
La palabra correcta es Llegaron. Sin Embargo Llegarron se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra llegarron es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra llegaron
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Errores Ortográficos típicos con la palabra Llegaron
Cómo se escribe llegaron o llegarron?
Cómo se escribe llegaron o yegaron?
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Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r
Algunas Frases de libros en las que aparece llegaron
La palabra llegaron puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1407
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y cuando unos tíos repugnantes llegaron en un carro para llevarse su caballo a la Caldera (lugar donde son incinerados los animales muertos para aprovechar los huesos), donde convertirían su esqueleto en huesos de pulida brillantez y sus carnes en abono fecundizante, lloraban los chicos, gritando desde la puerta un adiós interminable al pobre Morrut, que se alejaba con las patas rígidas y la cabeza balanceante, mientras la madre, como si tuviese un horrible presentimiento, se arrojaba con los brazos abiertos sobre el enfermito. ...
En la línea 2057
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Hasta le llegaron a decir que ya que no pagaba podía ahorrar sus visitas. ...
En la línea 541
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salvatierra y el viejo salieron del patio entre los ladridos de los perros, y siguiendo el muro exterior, llegaron a un cobertizo que daba entrada a la gañanía. ...
En la línea 947
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El maestro _Águila_, después de toser varias veces, comenzó un rasgueo, interrumpido de vez en cuando por las escalas gimeantes de la cuerda prima. Uno de los esbirros de don Luis destapó botellas y ordenó las filas de cañas, ofreciendo estos tubos de cristal, llenos de líquido dorado con una corona de burbujas. Las mujeres, atraídas por la guitarra, llegaron corriendo de la cocina. ...
En la línea 1402
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Se censuraba a los gobernantes por su abandono, pero con tales arrebatos de urgencia, que no parecía sino que cada rico estaba sitiado en su casa, defendiéndose a tiros contra una muchedumbre famélica y feroz. El gobierno, como de costumbre, había enviado fuerza armada para cortar los lamentos de estos pordioseros de autoridad y llegaron a Jerez nuevas fuerzas de guardia civil, dos compañías de infantería de línea y un escuadrón que se unió a los jinetes del depósito de sementales. ...
En la línea 1648
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... IX A media tarde llegaron los primeros grupos de trabajadores al inmenso llano de Caulina. Presentábanse como negras bandadas, saliendo de todos los puntos del horizonte. ...
En la línea 3355
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Todo fue bien hasta Chantilly, adonde llegaron hacia las ocho de la mañana. ...
En la línea 3443
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Y los dos juntos, picando espuelas, llegaron a Saint-Omer de un solo tirón. ...
En la línea 3712
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Al día siguiente, hacia las nueve de la mañana, llegaron a Saint-Valèry. ...
En la línea 3743
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A las tres llegaron dos compañías de guardias, una francesa, otra suiza. ...
En la línea 587
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Abrigo la viva esperanza de que mis palabras llegaron muy adentro en el corazón de algunos de mis oyentes, porque vi a muchos de ellos marcharse abstraídos y pensativos. ...
En la línea 668
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Una hora llevábamos esperando, cuando llegaron dos carruajes a la puerta de la casa; pero como la familia no estaba, al parecer dispuesta todavía, el cochero se apeó también y se fué. ...
En la línea 894
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A las cinco de la mañana siguiente llegaron las mulas a la puerta de la casa. ...
En la línea 1526
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La mujer y el burro llegaron al llano, y por un rato desaparecieron a nuestra vista entre las leñas y malezas del monte. ...
En la línea 271
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En estas pláticas y en otras semejantes, llegaron al lugar a la hora que anochecía, pero el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero. ...
En la línea 373
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. ...
En la línea 994
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la gente que estaba en la venta, se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mesmo espíritu, se llegaron a Sancho, y, apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y, echándole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo. ...
En la línea 996
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oídos de su amo; el cual, determinándose a escuchar atentamente, creyó que alguna nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su escudero; y, volviendo las riendas, con un penado galope llegó a la venta, y, hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba por donde entrar; pero no hubo llegado a las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vio el mal juego que se le hacía a su escudero. ...
En la línea 138
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Como prueba de excesiva baratura de todas las cosas en este país, puedo citar el hecho de que dos hombres queme acompañaban con un rebaño de unos doce caballos de silla, no me costaban más que dos pesos al día. Mis acompañantes llevaban sables y pistolas, precaución que yo creía bastante inútil. Sin embargo, una de las primeras noticias que llegaron a nuestros oídos fue que la víspera habían asesinado a un viajero que venía de Montevideo: habíase encontrado su cadáver en el camino, junto a una cruz puesta en memoria de un homicidio análogo. ...
En la línea 249
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Cazaba con otras dos personas a poca distancia del sitio donde estábamos, cuando de pronto se encontraron frente a una partida de indios que se pusieron a perseguirles, alcanzaron muy pronto a sus dos compañeros y les dieron muerte. Las bolas de los indios llegaron también a rodear las patas de su caballo, pero saltó inmediatamente a tierra, y con ayuda del cuchillo consiguió cortar las correas que le tenían preso; al hacer esto, veíase obligado a dar vueltas en derredor de su cabalgadura para evitar los chuzos de los indios; sin embargo de su agilidad, recibió dos heridas graves. Al cabo logró montar en la silla y evitar a fuerza de energía las largas lanzas de los salvajes que le seguían de cerca y que no cesaron en la persecución sino cuando llegó a la vista del fuerte. Desde entonces, el comandante prohibió a todo el mundo salir de la plaza. ...
En la línea 325
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi permanencia en Bahía Blanca, mientras aguardaba yo al Beagle, esa ciudad estaba en una fiebre continua por los rumores de batallas y victorias entre las tropas de Rosas y los indios bravos. Un día llegó la noticia de que un pequeño destacamento, apostado en la carretera de Buenos Aires, había sido pasado a cuchillo por los indios. Al día siguiente llegaron del Colorado 300 hombres a las órdenes del comandante Miranda. Esa tropa se componía en gran parte de indios mansos, pertenecientes a la tribu del cacique Bernantio. Dichos hombres pasaron allí la noche. ...
En la línea 337
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... También me dieron algunos detalles acerca de un encuentro que hubo en Cholechel unas cuantas semanas antes del que acabo de hablar. Cholechel es un puesto de mucha importancia, por ser sitio de paso para los caballos; por eso se estableció allí durante algún tiempo el cuartel general de una división del ejército. Cuando las tropas llegaron por vez primera a ese lugar, encontraron allí una tribu de indios y mataron a 20 ó 30. Escapose el cacique de un modo que sorprendió a todo el mundo. Los principales indios tienen siempre a mano, para una necesidad apremiante, uno ó dos caballos escogidos. El cacique montó uno de esos caballos de reserva (un viejo caballo blanco), llevándose consigo a su hijo aún de tierna edad. El caballo no tenía silla ni brida. Para evitar las balas, el indio montó como suelen hacerlo sus compatriotas, es decir, con un brazo alrededor del cuello del animal y sólo una pierna encima de él. Suspenso así de un lado, viósele acariciar la cabeza de su caballo y hablarle. Los españoles se encarnizaron en persecución suya; el comandante cambió tres veces de cabalgadura, pero en vano. El viejo indio y su hijo consiguieron escaparse y, por consiguiente, conservar su libertad.. ...
En la línea 1720
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... En cuanto llegaron a Vetusta, la huérfana tuvo un retraso en su convalecencia, según el médico de la casa, que era comedido y no llamaba las cosas por su nombre. ...
En la línea 2337
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De Vetusta y sólo de Vetusta salieron aquellos insignes tresillistas que, una vez en esferas más altas, tendieron el vuelo y llegaron a ocupar puestos eminentes en la administración del Estado, debiéndolo todo a la ciencia de los estuches. ...
En la línea 3108
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando llegaron al portal del palacio de Vegallana, su futuro dueño tenía lágrimas en los ojos. ...
En la línea 5974
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los vetustenses llegaron a mirarla como un maniquí cargado de artículos de moda, que sólo divertía a las señoritas. ...
En la línea 155
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Lo mismo Juan que sus sagrados confidentes, llegaron a notar que aquel ensueño difuso, inexplicable, coincidía, si no era causa, con una disposición más refinada en la moralidad del penitente: si antes Juan no caía en las tentaciones groseras de la carne, las sentía a lo menos; ahora no. ...
En la línea 313
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La empeñada y sangrienta batalla de Belgrado la llamaron todos la batalla de los Tres Juanes, por ser éste el nombre de Hunyades, Capistrano y Carvajal. El anciano Alfonso de Borja, cuando llegaron a Roma las primeras noticias de la victoria, lloró de emoción y rió de alegría, con el desordenado regocijo de un niño. Los hombres le habían abandonado, pero Dios le apoyaba para que venciese él solo a sus enemigos. ...
En la línea 649
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Jamás llegaron los Borgias a las fastuosidades de este cardenal Riario, presunto hijo del Papa, el cual pasó repentinamente de ser un pobre frailecito a malgastar las riquezas de la Santa Sede. Le dio su padre tantos obispados, abadías y otros cargos fructuosos, que sus rentas anuales ascendieron a tres millones de francos oro, y aun con esto no tenían bastante para su desatinada prodigalidad. ...
En la línea 741
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Borja—. Acepto cuantas reglas me imponga la Iglesia; pero al mismo tiempo soy muy humano y conozco las debilidades del hombre, consecuencia lógica de su imperfección. Simpatizo con los Borgias, sin que esto disminuya mi catolicismo. No Incurriré en el absurdo de querer hacer de ellos unos santos calumniados, como algunos de sus panegiristas; pero tampoco fueron unos demonios, como quieren sus detractores. En punto a pecados, resultaron iguales a sus contemporáneos, v si alguna vez llegaron un poco más lejos que ellos (un poco nada más), fue por la fogosidad excesiva, por la tendencia al contraste y a desafiar a la opinión, propias de las gentes del Mediterráneo… Todos ellos se mostraron religiosos y creyentes. No hablemos de Calixto Tercero, varón de santa memoria. Alejandro Sexto, el Borgia más abominado, fue un Pontífice eminente que manejó con maestría los intereses de la Iglesia y la dejó poderosa, hasta el punto de que su adversario y sucesor Julio Segundo le debe la mayor parte de grandeza, heredada de él. Usted sabe que Rodrigo de Borja mostró siempre una sincera devoción a la Virgen v llevaba a todas horas una hostia consagrada dentro de un relicario de cristal pendiente del pecho o de una muñeca, para poder comulgar sin pérdida de tiempo en el caso de que le sorprendiera la muerte. ...
En la línea 880
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Las perlas fueron su orgullo y su ambición, apreciándolas tanto como su hermano César, aunque ambos no llegaron nunca al entusiasmo de su padre. Puede llamarse a la perla la favorita de los Borgias. Muchas veces los embajadores encontraron al Pontífice junto a una ventana del Vaticano contemplando al trasluz gruesas perlas regaladas a Lucrecia. Cuando la hija del Papa fue duquesa de Ferrara, una de sus mayores satisfacciones consistió en poseer el célebre collar de perlas y rubíes que había pertenecido a su suegra. ...
En la línea 158
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¿Y como llegaron ustedes a conocer que soy un gentleman? -preguntó, sonriendo. ...
En la línea 415
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Nunca se realizaron inventos con tan asombrosa rapidez; pero todos ellos servían fatalmente para agrandar el arte de las matanzas. La ciencia se había hecho servidora de la guerra; los laboratorios temblaban de patriótico regocijo cuando un descubrimiento proporcionaba la seguridad de poder exterminar mayor número de hombres. Las fábricas mas potentes eran las de materiales para la guerra. Todos los países rivalizaban en una carrera loca, buscando adelantarse los unos a los otros en los medios de destrucción. Los hombres se mataban sobre la tierra y sobre el mar, y hasta en el último momento llegaron a exterminarse en las silenciosas alturas de la atmósfera. ...
En la línea 554
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Iba a hablarle Gillespie, cuando llegaron a sus oídos los gritos de un grupo de pigmeos que se agitaba junto a sus pies, mientras otros subían ya por la escala de madera hasta una de sus rodillas. ...
En la línea 561
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Empezaron los hombres de fuerza a tirar de otras cuerdas para subir al extremo de ellas grandes cubos llenos de un líquido blanco y espeso. Al mismo tiempo, por las escalas ascendían nuevos servidores llevando unas escobas de crin sostenidas por mangos larguísimos. Estas escobas fueron metidas en los cubos desbordantes de jabón líquido, y los servidores empezaron a embadurnar con ellas las mejillas del gigante, consiguiendo, después de una enérgica rotación, dejarlas cubiertas de colinas de espuma. La muchedumbre rió al ver la cara del coloso adornada con estas vedijas blancas, y tal fue su entusiasmo, que, rompiendo con irresistible empuje la línea de jinetes, llegaron hasta muy cerca de los enormes pies. ...
En la línea 247
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Mira—dijo ella cuando llegaron a un sitio menos desierto—, no me cuentes más historias. No quiero saber más. Punto final. ...
En la línea 338
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasaron los esposos una mala noche por aquella estepa, matando el frío muy juntitos bajo los pliegues de una sola manta, y por fin llegaron a Córdoba, donde descansaron y vieron la Mezquita, no bastándoles un día para ambas cosas. Ardían en deseos de verse en la sin par Sevilla… Otra vez al tren. Serían las nueve de la noche cuando se encontraron dentro de la romántica y alegre ciudad, en medio de aquel idioma ceceoso y de los donaires y chuscadas de la gente andaluza. Pasaron allí creo que ocho o diez días, encantados, sin aburrirse ni un solo momento, viendo los portentos de la arquitectura y de la Naturaleza, participando del buen humor que allí se respira con el aire y se recoge de las miradas de los transeúntes. Una de las cosas que más cautivaban a Jacinta era aquella costumbre de los patios amueblados y ajardinados, en los cuales se ve que las ramas de una azalea bajan hasta acariciar las teclas del piano, como si quisieran tocar. También le gustaba a Jacinta ver que todas las mujeres, aun las viejas que piden limosna, llevan su flor en la cabeza. La que no tiene flor se pone entre los pelos cualquier hoja verde y va por aquellas calles vendiendo vidas. ...
En la línea 430
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y de tal modo se iba enseñoreando de su alma el afán de la maternidad, que pronto empezó a embotarse en ella la facultad de apreciar las ventajas que disfrutaba. Estas llegaron a ser para ella invisibles, como lo es para todos los seres el fundamental medio de nuestra vida, la atmósfera. ¿Pero qué hacía Dios que no mandaba uno siquiera de los chiquillos que en número infinito tiene por allá? ¿En qué estaba pensando su Divina Majestad? Y Candelaria, que apenas tenía con qué vivir, ¡uno cada año!… Y que vinieran diciendo que hay equidad en el Cielo… Sí; no está mala justicia la de arriba… sí… ya lo estamos viendo… De tanto pensar en esto, parecía en ocasiones monomaniaca, y tenía que apelar a su buen juicio para no dar a conocer el desatino de su espíritu, que casi casi iba tocando en la ridiculez. ¡Y le ocurrían cosas tan raras… ! Su pena tenía las intermitencias más extrañas, y después de largos periodos de sosiego se presentaba impetuosa y aguda, como un mal crónico que está siempre en acecho para acometer cuando menos se le espera. A veces, una palabra insignificante que en la calle o en su casa oyera o la vista de cualquier objeto le encendían de súbito en la mente la llama de aquel tema, produciéndole opresiones en el pecho y un sobresalto inexplicable. ...
En la línea 814
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los chicos, varones y hembras, se pusieron a mirar a las dos señoras, y callaban entre burlones y respetuosos, sin atreverse a acercarse. Las que se acercaban paso a paso eran seis u ocho palomas pardas, con reflejos irisados en el cuello; lindísimas, gordas. Venían muy confiadas meneando el cuerpo como las chulas, picoteando en el suelo lo que encontraban, y eran tan mansas, que llegaron sin asustarse hasta muy cerca de las señoras. De pronto levantaron el vuelo y se plantaron en el tejado. En algunas puertas había mujeres que sacaban esteras a que se orearan, y sillas y mesas. Por otras salía como una humareda: era el polvo del barrido. Había vecinas que se estaban peinando las trenzas negras y aceitosas, o las guedejas rubias, y tenían todo aquel matorral echado sobre la cara como un velo. Otras salían arrastrando zapatos en chancleta por aquellos empedrados de Dios, y al ver a las forasteras corrían a sus guaridas a llamar a otras vecinas, y la noticia cundía, y aparecían por las enrejadas ventanas cabezas peinadas o a medio peinar. ...
En la línea 544
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Cada prenda a su turno tuvo que pasar por este lento y solemne camino, y, consecuentemente, Tom se aburrió de lo lindo con la ceremonia. Tanto se aburrió, que experimentó casi un sentimiento de gratitud cuando al fin vio que sus largas medias de seda comenzaban a llegar a lo largo de aquella fila, y se dijo, que se aproximaba el fin de este ceremonial. Pero se alegró demasiado, pronto. El Primer Lord de la Cámara recibió las medias y se disponía a cubrir con ellas las piernas de Tom, cuando asomó a su rostro un rubor repentino y apresuradamente las devolvió a las manos del Arzobispo de Canterbury, con expresión de asombro, y susurró: –Mirad, milord –señalando algo relacionado con las medias. El Arzobispo palideció, se puso colorado y pasó las medias al Lord Gran Almirante, cuchicheando: –Vea, milord–. Las medias volvieron a recorrer toda la fila, pasando por el Primer Mayordomo del servicio, el Condestable de la Torre, uno de los tres heraldos, el Jefe del Guardarropa, el Canciller Real del Ducado de Lancaster, el Tercer Lacayo de la Estola, el Guarda Mayor del Bosque de Windsor, el Segundo Caballero de Cámara, el Primer Lord de las Jaurías –siempre con el acompañamiento de la frase de asombro y susto: –Ved, milord–, hasta que finalmente llegaron a manos del Primer Escudero del Servicio, quien miró un momento con desencajado semblante lo que había dado origen al incidente y susurró con bronca voz: –¡Por mi vida! ¡Se ha escapado un punto! ¡A la Torre con el Custodio Mayor de las Medias del Rey! –Después de lo cual se apoyó en el hombro del Primer Lord de las Jaurías para recobrar las perdidas fuerzas, mientras traían otras medias nuevas sin carrera ninguna. ...
En la línea 615
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Al día siguiente llegaron los embajadores extranjeros con sus magníficos séquitos, y Tom los recibió sentado en su trono con debida ceremonia. El esplendor de la escena deleitó su vista y encendió su imaginación, mas como la audiencia fue larga y tediosa, lo mismo que la mayoría de los discursos, lo que empezó como un placer, poco tardó en convertirse en aburrimiento y nostalgia. Tom decía de cuando en cuando las palabras que Hertford ponía en sus labios, y procuraba salir airoso; pero era demasiado novato en tales asuntos y estaba harto desazonado para conseguir algo más que un mediano éxito. Aparentaba un porte bastante regio, pero su mente no alcanzaba a sentirse rey. Y fue grande su alegría cuando la ceremonia terminó. ...
En la línea 766
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Se levantó uno de los ciegos, y se preparó quitándose el parche que le tapaba los sanos ojos y el conmovedor cartel que rezaba la causa de su calamidad. Dick se desembarazó de su pata de palo y ocupó su puesto al lado de su compañero, haciendo gala a sus piernas sanas, y fuertes. Luego prorrumpieron ambos en un canto alegre, que al final de cada estancia recibía el refuerzo de toda la cuadrilla en animado coro. Cuando llegaron al fin de la canción, el entusiasmo de los semiborrachos había llegado a tal punto que todos lo compartieron y empezaron a cantar otra vez desde el principio, armando tal estruendo de voces canallescas que hizo temblar las vigas. ...
En la línea 1013
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Así pasaron varios días, y todas las miserias de aquella vida errante y toda la fatiga y sordidez y toda la mezquindad y vulgaridad de ella, llegaron a ser poco a poco tan intolerables para el cautivo, que éste empezó a decirse que el haberse librado del cuchillo del ermitaño no era al fin y al cabo sino, cuando más, un respiro temporal concedido por la muerte. ...
En la línea 1078
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No, es histórico. Y llegaron unos hermanos de don Eloíno, hermano y hermana, y él decía abrumado por la desgracia: «¡Casarse mi hermano, mi hermano, un Rodríguez de Alburquerque y Álvarez de Castro, con la patrona de la calle de Pellejeros!, ¡mi hermano, hijo de un presidente que fue de la Audiencia de Zaragoza, de Za-ra-go-za, con una… doña Sinfo!» Estaba aterrado. Y la viuda del suicida y recién casada con el desahuciado se decía: «Y ahora verá usted, como si lo viera, ¡con esto de que somos cuñados se irán sin pagarme el pupilaje, cuando yo vivo de esto!» Y parece que le pagaron, sí, el pupilaje, y se lo pagó el marido, pero se llevaron un bastón de puño de oro que él tenía. ...
En la línea 1475
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Preparaba una edición popular de los apólogos de Calila y Dimna con una introducción acerca de la influencia de la literatura índica en la Edad Media española, y ojalá hubiese llegado a publicarla, porque su lectura habría apartado, de seguro, al pueblo de la taberna y de perniciosas doctrines de imposibles redenciones económicas. Pero las dos obras magnas que proyectaba Paparrigópulos eran una historia de los escritores oscuros españoles, es decir, de aquellos que no figuran en las histories literarias corrientes o figuran sólo en rápida mención por la supuesta insignificancia de sus obras, corrigiendo así la injusticia de los tiempos, injusticia que tanto deploraba y aun temía, y era otra su obra acerca de aquellos cuyas obras se hen perdido sin que nos quede más que la mención de sus nombres y a lo sumo la de los títulos de las que escribieron. Y estaba a punto de acometer la historia de aquellos otros que habiendo pensado escribir no llegaron a hacerlo. ...
En la línea 182
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... En menos de diez minutos llegaron los piratas a la orilla del río. Todos sus hombres habían subido a bordo de los paraos y estaban ocupados en bajar las velas, pues no corría viento. ...
En la línea 1140
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Por una vía lateral llegaron al kiosco. Era un lindo pabelloncito pintado de vivos colores que terminaba en una especie de cúpula de metal dorado, erizada de puntas y de dragones giratorios. ...
En la línea 1159
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Nada! —dijo Sandokán con voz sorda cuando llegaron a la boca del riachuelo-. ¿Les habrá sucedido alguna desgracia a mis paraos? ...
En la línea 1225
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Arrastrándose como serpientes, llegaron junto al soldado. ...
En la línea 14
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La cuestión parecía ya enterrada durante los primeros meses del año de 1867, sin aparentes posibilidades de resucitar, cuando nuevos hechos llegaron al conocimiento del público. Hechos que revelaron que no se trataba ya de un problema científico por resolver, sino de un peligro serio, real, a evitar. La cuestión adquirió así un muy diferente aspecto. El monstruo volvió a erigirse en islote, roca, escollo, pero un escollo fugaz, indeterminable, inaprehensible. ...
En la línea 1103
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Cuando el Nautilus emergió a la superficie pude ver en todo su desarrollo la isla de Clermont Tonnerre, baja y boscosa. Sus rocas madrepóricas fueron evidentemente fertilizadas por las lluvias y tempestades. Un día, alguna semilla arrebatada por el huracán a las tierras vecinas cayó sobre las capas calcáreas mezcladas con los detritus descompuestos de peces y de plantas marinas que formaron el mantillo. Una nuez de coco, llevada por las olas, llegó a estas nuevas costas. La semilla arraigó. El árbol creciente retuvo el vapor de agua. Nació un arroyo. La vegetación se extendió poco a poco. Algunos animales, gusanos, insectos, llegaron sobre troncos arrancados a las islas por el viento. Las tortugas vinieron a depositar sus huevos. Los pájaros anidaron en los jóvenes árboles. De esa forma, se desarrolló la vida animal y, atraído por la vegetación y la fertilidad, apareció el hombre. Así se formaron estas islas, obras inmensas de animales microscópicos. ...
En la línea 1346
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... La cena fue excelente. Dos palomas torcaces completaron la extraordinaria minuta. La fécula de sagú, el pan del artocarpo, unos cuantos mangos, media docena de ananás y un poco de licor fermentado de nueces de coco nos alegraron el ánimo, hasta el punto de que las ideas de mis companeros, así me lo pareció, llegaron a perder algo de su solidez habitual. ...
En la línea 2465
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El mar de los Sargazos, hablando propiamente, cubre toda la parte sumergida de la Atlántida. Algunos autores han llegado incluso a mantener que las espesas hierbas de las que está sembrado las ha arrancado de las praderas de ese antiguo continente. Es más probable, sin embargo, que esas masas herbáceas, algas y fucos, arrancadas de las orillas de Europa y América, hayan sido arrastradas hasta esa zona por el Gulf Stream. Ésa fue una de las razones que llevaron a Colón a suponer la existencia de un nuevo mundo. Cuando los navíos del audaz explorador llegaron al mar de los Sargazos, navegaron no sin dificultad en medio de estas hierbas que detenían su marcha, con gran espanto de las tripulaciones, y perdieron tres semanas en atravesarlas. ...
En la línea 898
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando llegó el día de mi visita a la escena de mi violencia, mis terrores llegaron a su colmo. ¿Y si algunos agentes, esbirros de la justicia, especialmente enviados desde Londres, estaban emboscados detrás de la puerta? ¿Y si la señorita Havisham, deseosa de tomar venganza personal de un ultraje cometido en su casa, se pusiera en pie, llevando aquel traje sepulcral, y, apuntándome con una pistola, me mataba de un tiro? ¿Quién sabe si cierto número de muchachos sobornados —una numerosa banda de mercenarios— se habrían comprometido a esperarme en la fábrica de cerveza para caer sobre mí y matarme a puñetazos? Pero tenía tanta confianza en la lealtad del joven y pálido caballero, que nunca le creí autor o inspirador de tales desquites, los cuales siempre se presentaban a mi imaginación como obra de sus parientes, incitados por el estado de su rostro y por la indignación que había de producirles ver tan malparados los rasgos familiares. ...
En la línea 1121
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Biddy se hizo cargo instantáneamente de la enferma, como si lo hubiera estudiado desde su infancia, y, así, Joe pudo gozar, en cierto modo, de la mayor tranquilidad que había entonces en su vida y hasta, de vez en cuando, concurrir a Los Tres Alegres Barqueros, lo cual era, ciertamente, beneficioso. Los policías habían sospechado bastante del pobre Joe, a pesar de que él nunca se enteró, y parece que llegaron a la conclusión de considerarle uno de los hombres más profundamente inteligentes que habían encontrado en su vida. ...
En la línea 1457
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me senté en la silla destinada a los clientes y situada enfrente del sillón del señor Jaggers, y me quedé fascinado por la triste atmósfera del lugar. Me pareció entonces que el pasante tenía, como el señor Jaggers, el aspecto de estar enterado de algo desagradable acerca de cuantas personas veía. Traté de adivinar cuántos empleados habría, además, en el piso superior, y si éstos pretenderían poseer el mismo don en perjuicio de sus semejantes. Habría sido muy curioso conocer la historia de todos los objetos en desorden que había en la estancia y cómo llegaron a ella; también me pregunté si los dos rostros hinchados serían de individuos de la familia del señor Jaggers y si era tan desgraciado como para tener a un par de parientes de tan mal aspecto; por qué los había colgado allí para morada de las moscas y de los escarabajos, en vez de llevárselos a su casa e instalarlos allí. Naturalmente, yo no tenía experiencia alguna acerca de un día de verano en Londres, y tal vez mi ánimo estaba deprimido por el aire cálido y enrarecido y por el polvo y la arena que lo cubrían todo. Pero permanecí pensativo y preguntándome muchas cosas en el despacho del señor Jaggers, hasta que ya me fue imposible soportar por más tiempo las dos mascarillas colgadas encima del sillón y, levantándome, salí. ...
En la línea 1812
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando ya hacía uno o dos meses que vivía con la familia Pocket, llegaron el señor y la señora Camila. ...
En la línea 585
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Los pasos llegaron al primer piso. Siguieron subiendo. Eran cada vez más perceptibles. Llegó un momento en que incluso se oyó un jadeo asmático… Ya estaba en el tercer piso… «¡Viene aquí, viene aquí… !» Raskolnikof quedó petrificado.. Le parecía estar viviendo una de esas pesadillas en que nos vemos perseguidos por enemigos implacables que están a punto de alcanzarnos y asesinarnos, mientras nosotros nos sentimos como clavados en el suelo, sin poder hacer movimiento alguno para defendernos. ...
En la línea 664
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... De la calle llegaron a su oído gritos estridentes y aullidos ensordecedores. Estaba acostumbrado a oírlos bajo su ventana todas las noches a eso de las dos. Esta vez el escándalo lo despertó. «Ya salen los borrachos de las tabernas ‑se dijo‑. Deben de ser más de las dos.» ...
En la línea 1240
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Que cómo se los procuró? ‑exclamó Rasumikhine‑. Pero ¿es posible que tú, doctor en medicina y, por lo tanto, más obligado que nadie a estudiar la naturaleza humana, y que has podido profundizar en ella gracias a tu profesión, no hayas comprendido el carácter de Nicolás basándote en los datos que te he dado? ¿Es posible que no estés convencido de que sus declaraciones en los interrogatorios que ha sufrido son la pura verdad? Los pendientes llegaron a sus manos exactamente como él ha dicho: pisó el estuche y lo recogió. ...
En la línea 1786
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Le fue fácil encontrar la habitación de Rasumikhine, pues el nuevo inquilino ya era conocido en la casa y el portero le indicó inmediatamente dónde estaba el departamento de su amigo. Aún no había llegado a la mitad de la escalera y ya oyó el bullicio de una reunión numerosa y animada. La puerta del piso estaba abierta y a oídos de Raskolnikof llegaron fuertes voces de gente que discutía. La habitación de Rasumikhine era espaciosa. En ella había unas quince personas. Raskolnikof se detuvo en el vestíbulo. Dos sirvientes de la patrona estaban muy atareados junto a dos grandes samovares rodeados de botellas, fuentes y platos llenos de entremeses y pastelillos procedentes de casa de la dueña del piso. Raskolnikof preguntó por Rasumikhine, que acudió al punto con gran alegría. Se veía inmediatamente que Rasumikhine había bebido sin tasa y, aunque de ordinario no había medio de embriagarle, era evidente que ahora estaba algo mareado. ...
En la línea 98
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Cuando llegaron al Hootalinqua y al hielo firme, Buck estaba agotado. El resto de los perros se encontraba en un estado semejante; pero Perrault, para compensar el tiempo perdido, les exigía trabajar de sol a sol. El primer día recorrieron sesenta kilómetros hasta el Big Salmon; al siguiente, sesenta más hasta el Little Salmon; el tercer día otros setenta, lo cual los llevó hasta bastante cerca de Five Fingers. ...
En la línea 109
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero la oportunidad no se presentó, y así, una tarde gris llegaron a Dawson con la gran pelea todavía pendiente. Había allí multitud de hombres e incontables perros, a todos los cuales Buck encontró trabajando. Al parecer, el que los perros trabajasen pertenecía al orden natural de las cosas. En largas traíllas se los veía pasar en ambas direcciones por la calle principal durante todo el día, y, de noche, sus campanillas continuaban aún tintineando. Transportaban la leña, así como troncos para la construcción de cabañas, acarreaban materiales a las minas y realizaban todos aquellos trabajos que en Santa Clara correspondían a los caballos. Buck encontró ocasionalmente algún perro sureño, pero la gran mayoría eran mezcla de husky y de lobo. Todas las noches, regularmente (a las nueve, a las doce, a las tres), elevaban un canto nocturno, una especie de extraña y sobrecogedora sinfonía a la que Buck se incorporaba con deleite. ...
En la línea 149
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... El viaje estableció un récord. En los catorce días que duró hicieron un promedio de setenta kilómetros diarios. Durante tres días, Perrault y François provocaron el entusiasmo en toda la calle principal de Skaguay y fueron abrumados con invitaciones a beber; por su parte, el equipo fue durante mucho tiempo el centro de atención de una multitud de admirados buscadores de oro y conductores de trineo. Después, tres o cuatro facinerosos que aspiraban a «limpiar» la ciudad fueron acribillados a balazos y el interés público se volvió hacia otros ídolos. Después llegaron órdenes oficiales. François llamó a Buck, lo abrazó, y lloró sobre él. Era el final. Como otros hombres, antes y después, François y Perrault se apartaron para siempre de la vida de Buck. ...
En la línea 167
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A todos les dolían terriblemente las plantas de las pies. No podían saltar. Dejaban caer pesadamente las patas en la tierra trasmitiendo la vibración a su cuerpo, con lo que duplicaban la fatiga de la jornada. No les pasaba nada, excepto que estaban muertos de cansancio. No se trataba del agotamiento que sigue a un determinado y excesivo esfuerzo del que cabe recuperarse en cuestión de horas, sino de la lenta y prolongada extenuación provocada por meses de esfuerzo sostenido. Ya no tenían capacidad de recuperación ni reserva de energías a la que recurrir. Habían utilizado todo lo que tenían. Cada músculo, cada fibra, cada célula, participaba de la extenuación, de la mortal fatiga. Y había motivo. En menos de cinco meses habían recorrido cuatro mil quinientos kilómetros, los últimos tres mil con sólo cinco días de descanso. Cuando llegaron a Skaguay estaban en las últimas. Apenas podían mantener tensas las riendas y, en cuesta abajo, les era dificil mantenerse fuera del alcance del trineo. ...
En la línea 845
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Cuando llegaron ante la verja del chalet, cuyos mecheros de gas brillaban ya entre la sombra de los árboles, Miranda dijo para sí: ...
En la línea 1083
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A pocos días de haberse confesado Pilar, expiró. Fue su muerte casi dulce y del todo imprevista, en cuanto careció de agonía. Una flema mayor que las demás cortó su respiración algunos segundos, y apagose la débil luz de la vida en la exhausta lámpara. Lucía estaba sola con ella, y sosteníale la cabeza para toser, a tiempo que, doblando de pronto el cuello, la tísica entregó el alma. Tiene este horrible mal de la tisis tan diversas fases y aspectos, que hay enfermo que al morir cuenta los instantes que le restan de existencia, y haylo que cae sorprendido en la eternidad, como la fiera en el lazo. Lucía, que nunca había visto muertos, no pudo imaginar que fuese sino un síncope profundo; creía ella que el espíritu no abandonaba sin lucha y ansías mayores su vestidura mortal. Salió gritando y pidiendo auxilio; acudió primero Sardiola a sus voces, y meneando la cabeza, dijo: «Se acabó.» Miranda y Perico llegaron en breve; justamente estaban en casa por ser las once, hora de cambiar el lecho por el almuerzo. Miranda alzó las cejas, frunciolas después, y dijo poniendo la voz en el registro grave: ...
En la línea 617
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las doce y media de la noche llegaron al pie de los muros sin haber hallado a nadie. Ninguna vigilancia existía por ese lado, pero ni había puertas ni ventanas. ...
En la línea 696
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Por último, a las siete de la mañana, llegaron a Calcuta. El vapor que salía para Hong Kong no levaba el áncora hasta mediodía. ...
En la línea 758
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En efecto, el agente Fix había comprendido todo el partido que podía sacar de ese desgraciado asunto. Atrasando su marcha doce horas había ido a aconsejar lo que debían hacer los sacerdotes de Malebar Hili. Les había prometido resarcimiento de perjuicios, sabiendo muy bien que el gobierno inglés se mostraba muy severo con esos delitos, y después por el tren siguiente los había hecho ir en seguimiento de los culpables. Pero a causa del tiempo empleado en dar libertad a la joven viuda, Fix y los indios llegaron a Calcuta antes que Phileas Fogg y su criado, a quienes los magistrados, prevenidos por despacho telegráfico, debían prender al apearse del tren. ...
En la línea 1279
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Tomada su resolución, Fix se embarcó en el 'General Grant'. Estaba a brodo cuando mister Fogg y mistress Aouida llegaron. Con sorpresa suya, reconoció a Picaporte bajo su traje de heraldo. Se ocultó al instante en su camarote, a fin de ahorrar una explicacion que podía comprometerlo todo, y gracias al número de pasajeros, contaba con no ser visto de su enemigo, cuando aquel día se encontró precisamente con él a proa. ...
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