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La palabra lenguage
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Comó se escribe lenguage o lenguaje?

Cual es errónea Lenguaje o Lenguage?

La palabra correcta es Lenguaje. Sin Embargo Lenguage se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino lenguage es que hay un Intercambio de las letras g;j con respecto la palabra correcta la palabra lenguaje

Algunas Frases de libros en las que aparece lenguaje

La palabra lenguaje puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 6157
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Para qué me queréis, amigo mío? -dijo Aramis con aquella dul zura de lenguaje que se observaba en él cada vez que sus ideas lo lle vaban hacia la iglesia. ...

En la línea 8768
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Grimaud tragó silenciosamente el vaso de vino de Burdeos, pero sus ojos alzados al cielo hablaban durante todo el tiempo que duró esta dulce ocupación un lenguaje que no por ser mudo era menos expresivo. ...

En la línea 8967
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Porque Milady lo sabía de sobra, su mayor seducción estaba en su voz, que recorría con t anta habilidad toda la gama de tonos, des de la palabra humana hasta el lenguaje celeste. ...

En la línea 10031
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Del lenguaje que tenéis. ...

En la línea 410
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Nada, en verdad, me sorprendió tanto como el desembarazo y soltura con que los campesinos portugueses sostienen una conversación, y la pureza del lenguaje en que expresan sus pensamientos, aunque muy pocos saben leer o escribir; mientras que los campesinos ingleses, cuya educación es, en general, muy superior, son en su conversación de una grosería y torpeza rayanas en la brutalidad, y cometen absurdas faltas gramaticales, aunque la lengua inglesa es, en conjunto, de estructura más sencilla que el portugués. ...

En la línea 1212
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —Esta gente no me parece muy amiga de los gitanos ni del lenguaje _caló_—dije a Antonio cuando los dos matones se fueron. ...

En la línea 1215
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sin embargo, has hecho mal, hermano, en hablarme en _caló_ en esta _posada_; es lenguaje prohibido, porque, como ya te he dicho, el rey ha destruído la ley de los _Calés_. ...

En la línea 1640
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La entonación con que pronunció estas palabras era, en su línea, tan extraña y singular, como el aspecto del hombre que las decía; no era exactamente la de una voz española, y, sin embargo, había algo en ellas que a duras penas podía ser extranjero; la pronunciación era también correcta, y el lenguaje, aunque insólito, sin faltas. ...

En la línea 147
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo; y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. ...

En la línea 905
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y requiebros; y, como no usadas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban; y, agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron; y la asturiana Maritornes curó a Sancho, que no menos lo había menester que su amo. ...

En la línea 3054
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, determiné de ir al jardín y ver si podría hablarla; y, con ocasión de coger algunas yerbas, un día, antes de mi partida, fui allá, y la primera persona con quién encontré fue con su padre, el cual me dijo, en lengua que en toda la Berbería, y aun en Costantinopla, se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas con la cual todos nos entendemos; digo, pues, que en esta manera de lenguaje me preguntó que qué buscaba en aquel su jardín, y de quién era. ...

En la línea 3788
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... APROBACIÓN Por comisión del señor doctor Gutierre de Cetina, vicario general desta villa de Madrid, corte de Su Majestad, he visto este libro de la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra, y no hallo en él cosa indigna de un cristiano celo, ni que disuene de la decencia debida a buen ejemplo, ni virtudes morales; antes, mucha erudición y aprovechamiento, así en la continencia de su bien seguido asunto para extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías, cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo, como en la lisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación, vicio con razón aborrecido de hombres cuerdos; y en la correción de vicios que generalmente toca, ocasionado de sus agudos discursos, guarda con tanta cordura las leyes de reprehensión cristiana, que aquel que fuere tocado de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinas gustosamente habrá bebido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco alguno, lo provechoso de la detestación de su vicio, con que se hallará, que es lo más difícil de conseguirse, gustoso y reprehendido. ...

En la línea 667
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Su abyección se pintaba en su actitud, y sin dificultad podía leerse en sus facciones la sorpresa, la extrañeza e inquietud que experimentaban. No obstante, cuando les hubimos dado pedazos de tela encarnada, que en el acto se, arrollaron al cuello, nos hicieron mil demostraciones de amistad. El viejo, para probarnos esa amistad nos acariciaba el pecho, haciendo oír una especie de cloqueo como el que suele hacerse para llamar a las gallinas. Di algunos pasos al lado del viejo y repitió conmigo estas demostraciones amistosas, que terminó dándome al mismo tiempo en el pecho y en la espalda tres palmadas bastante fuertes. Después se descubrió el pecho para que yo le devolviera el cumplimiento, lo que verifiqué, y pareció agradarle en extremo. En nuestro concepto, el lenguaje de este pueblo apenas merece el nombre de lenguaje articulado. El capitán Cook lo ha comparado al ruido que haría un hombre limpiándose la garganta; pero con seguridad no ha producido nunca ningún europeo ruidos tan duros, notas tan guturales lavándose las fauces. ...

En la línea 670
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aunque los tres comprendían y hablaban el inglés, era muy difícil saber por ellos las costumbres de sus compatriotas. Provenía esto en parte, creo, de que les era muy difícil comprender la menor alternativa. Todo el que tenga costumbre de tratar a niños sabe cuán difícil es obtener de ellos una respuesta a las más sencillas preguntas, por ejemplo: ¿es blanca o negra una cosa? La idea de negro y la idea de blanco llena alternativamente su espíritu. Lo mismo sucedió con los fueguenses; por lo que la mayor parte de las veces era imposible saber, al interrogarles de nuevo, si habían comprendido bien lo que se les dijo al principio. Tenían la vista muy penetrante; sabido es que los marinos, por su larga costumbre, distinguen un objeto mucho antes que un hombre habituado a vivir en tierra; pero York y Jemmy eran bajo este punto de vista muy superiores a todos los marinos de a bordo. Muchas veces habían anunciado que veían una cosa, nombrando lo que percibían; todo el mundo dudaba, y, sin embargo, el anteojo probaba que tenían razón. Tenían plena confianza de esta facultad, y así, cuando Jemmy tenía alguna pequeña reyerta con el oficial de guardia no dejaba de decirle: «Yo ver barco, yo no decir». Nada más curioso de observar que la conducta de los salvajes con Jemmy Button cuando desembarcamos. Inmediatamente notaron la diferencia entre él y nosotros, lo que dio lugar a una muy animada conversación entre ellos. Después el viejo re dirigió un largo discurso; parece que le excitaba a quedarse con ellos; pero Jemmy comprendía muy poco su lenguaje y además parecía avergonzarse de sus compatriotas. Cuando York Minster vino a tierra también le conocieron enseguida y le dijeron que debía afeitarse, y eso que apenas tenía veinte pelos microscópicos en la cara, mientras que todos nosotros llevábamos barba corrida. ...

En la línea 1083
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Por la tarde desembarcamos y vimos una familia de pura raza india. padre se parecía mucho a York Minster; hubieran podido tomarse por indios de las Pampas algunos de aquellos muchachos de tez bronceada Todo cuanto veo me confirma más y más en el próximo parentesco de las diferentes tribus americanas, aunque todas tengan lenguaje distinto ...

En la línea 1302
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... evaba por guía a un hombre que conocía demasiado bien el país; no atravesábamos un arroyo, un ancón o una lengua de tierra sin que me diese con grandes detalles el nombre indio del lugar. mismo que en la Tierra del Fuego, parece que el lenguaje de los indios se adapta admirablemente para designar los más ínfimos caracteres del paisaje ...

En la línea 47
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De mí sé decir que pocas obras he leído en que el interés profundo, la verdad de los caracteres y la viveza del lenguaje me hayan hecho olvidar tanto como en esta las dimensiones, terminando la lectura con el desconsuelo de no tener por delante otra derivación de los mismos sucesos y nueva salida o reencarnación de los propios personajes. ...

En la línea 2185
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No se teñía las canas, era sencillo, aunque en el lenguaje algo declamador y altisonante. ...

En la línea 4592
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Imbécil! ¡que el verso es poco natural! ¡Cuando lo natural sería que todos, sin distinción de clases, al vernos ultrajados prorrumpiéramos en quintillas sonoras! La poesía será siempre el lenguaje del entusiasmo, como dice el ilustre Jovellanos. ...

En la línea 5801
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El notario se volvió todo mieles; se sentó de soslayo en una silla para dar a entender al cura que estaba allí como en su casa; hablaba con el lenguaje más familiar posible, sin pecar de irreverente; se permitía bromitas y estuvo a punto de declarar que el pecado de solicitación no era de los más feos y que se podría echar tierra fácilmente al asunto. ...

En la línea 590
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Dios recibía el nombre de Júpiter, y el Cielo, el de Olimpo. Los santos eran llamados dioses; los ángeles, genios. Cristo, el sublime héroe, y María, resplandeciente ninfa. Las monjas se veían designadas con el nombre de vestales; los cardenales eran senadores; el infierno, el Tártaro, y Santo Tomás de Aquino, el apóstol de la Cristiandad. Y tal mezcolanza paganocristiana que iba expresando las cosas del catolicismo con un lenguaje gentílico, conseguía Implantarse en los pulpitos y las altas asambleas de la Iglesia, hablando los predicadores en la basílíca de San Pedro de María, madre de los dioses; de Cristo, dios del trueno; viéndose además, comparados los pontífices por sus aduladores, en italiano o en latín, con César o Augusto, Aristóteles o Platón, Cicerón o Virgilio. ...

En la línea 1419
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En Nápoles, el rey Federico, que adivinaba un próximo ataque del monarca francés y de César Borgia, dio libertad a sus escritores para que agrediesen con la pluma a la familia papal. El rey de España, desde lejos, aprobaba igualmente esta guerra contra un compatriota que había osado emanciparse de su autoridad. Venecia era un foco de propaganda, antiborgiana. En Florencia, los consejeros del Estado indicaban a Maquiavelo la necesidad de impedir que César continuase sus campañas fuese como fuese, lo que significaba, en el lenguaje de entonces, la conveniencia de asesinarlo. ...

En la línea 724
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - ¡Que alegría sentí al verte! -decía el hermoso doctor empleando el lenguaje sagrado de la ciencia con tanta facilidad como Ra-Ra—. Te creía lejos, en uno de esos viajes que tanto me inquietan. Ahora, al encontrarte, me considero feliz; pero no por eso dejo de pensar en tus enemigos. Los del 'Comité de supresión del antiguo régimen' no te olvidan, y sus espías siguen buscándote por la capital. Al venir aquí esta tarde, presentía confusamente que algo nuevo y grato iba a ver en el alojamiento del Hombre-Montaña. Por eso me inspiró una simpatía repentina este gigante. Hasta le encontré en los primeros momentos cierta semejanza contigo. Era, sin duda, el presentimiento de que te habías refugiado bajo su protección… . Pero ¡ay, si llegasen a descubrirte! Cada día preocupas más a esas gentes que te odian. ...

En la línea 167
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta era de estatura mediana, con más gracia que belleza, lo que se llama en lenguaje corriente una mujer mona. Su tez finísima y sus ojos que despedían alegría y sentimiento componían un rostro sumamente agradable. Y hablando, sus atractivos eran mayores que cuando estaba callada, a causa de la movilidad de su rostro y de la expresión variadísima que sabía poner en él. La estrechez relativa en que vivía la numerosa familia de Arnaiz, no le permitía variar sus galas; pero sabía triunfar del amaneramiento con el arte, y cualquier perifollo anunciaba en ella una mujer que, si lo quería, estaba llamada a ser elegantísima. Luego veremos. Por su talle delicado y su figura y cara porcelanescas, revelaba ser una de esas hermosuras a quienes la Naturaleza concede poco tiempo de esplendor, y que se ajan pronto, en cuanto les toca la primera pena de la vida o la maternidad. ...

En la línea 176
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todo era para ellos motivo de felicidad. Contemplar una maravilla del arte les entusiasmaba y de puro entusiasmo se reían, lo mismo que de cualquier contrariedad. Si la comida era mala, risas; si el coche que les llevaba a la Cartuja iba danzando en los baches del camino, risas; si el sacristán de las Huelgas les contaba mil papas, diciendo que la señora abadesa se ponía mitra y gobernaba a los curas, risas. Y a más de esto, todo cuanto Jacinta decía, aunque fuera la cosa más seria del mundo, le hacía a Juanito una gracia extraordinaria. Por cualquier tontería que este dijese, su mujer soltaba la carcajada. Las crudezas de estilo popular y aflamencado que Santa Cruz decía alguna vez, divertíanla más que nada y las repetía tratando de fijarlas en su memoria. Cuando no son muy groseras, estas fórmulas de hablar hacen gracia, como caricaturas que son del lenguaje. ...

En la línea 396
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Nadie diría que el hombre que de este modo razonaba, con arte tan sutil y paradójico, era el mismo que noches antes, bajo la influencia de una bebida espirituosa, había vaciado toda su alma con esa sinceridad brutal y disparada que sólo puede compararse al vómito físico, producido por un emético muy fuerte. Y después, cuando el despejo de su cerebro le hacía dueño de todas sus triquiñuelas de hombre leído y mundano, no volvió a salir de sus labios ni un solo vocablo soez, ni una sola espontaneidad de aquellas que existían dentro de él, como existen los trapos de colorines en algún rincón de la casa del que ha sido cómico, aunque sólo lo haya sido de afición. Todo era convencionalismo y frase ingeniosa en aquel hombre que se había emperejilado intelectualmente, cortándose una levita para las ideas y planchándole los cuellos al lenguaje. ...

En la línea 433
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Busca por aquí, busca por allá, vio al fin junto a la acera por la parte de la plaza una de esas hendiduras practicadas en el encintado, que se llaman absorbederos en el lenguaje municipal, y que sirven para dar entrada en la alcantarilla al agua de las calles. De allí, sí, de allí venían aquellos lamentos que trastornaban el alma de la Delfina, produciéndole un dolor, una efusión de piedad que a nada pueden compararse. Todo lo que en ella existía de presunción materna, toda la ternura que los éxtasis de madre soñadora habían ido acumulando en su alma se hicieron fuerza activa para responder al miiiii subterráneo con otro miiii dicho a su manera. ...

En la línea 406
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... '¡Ah! pensó–. ¡Qué grande y qué extraño parece! ¡Soy rey!' Nuestros dos amigos se abrieron lentamente camino por entre la muchedumbre que llenaba el puente. Esta construcción, que tenía más de seiscientos años de vida sin haber dejado de ser un lugar bullicioso y muy poblado, era curiosísima, por que una hilera completa de tiendas y almacenes, con habitaciones para familias encima, se extendía a ambos lados y de, una a otra orilla del río. El puente era en sí mismo una especie de ciudad, que tenía sus posadas, cervecerías, panaderías, mercados, industrias manufactureras y hasta su iglesia. Miraba a los dos vecinos que ponía en comunicación –Londres y Southwark–, considerándolos buenos como suburbios, pero por lo demás sin particular importancia. Era una comunidad cerrada, por decirlo así, una ciudad estrecha con una sola calle de un quinto de milla de largo, y su población no era sino la población de una aldea. Todo el mundo en ella conocía íntimamente a sus vecinos, como había tenido antes conocimiento de sus padres y de sus madres, y conocía además todos sus pequeños asuntos familiares. Contaba con una aristocracia, por supuesto, con sus distinguidas y viejas famillas de carniceros, de panaderos y otros por el estilo, que venían ocupando las mismas tiendas desde hacía quinientos o seiscientos años, y sabían la gran historia del puente desde el principio al fin, con todas sus misteriosas leyendas. Eran familias que hablaban siempre en lenguaje del puente, tenían ideas propias del puente, mentían a boca llena y sin titubear, de una manera emanada de su vida en el puente. Era aquella una clase de población que había de ser por fuerza mezquina, ignorante y engreída. Los niños nacían en el puente, eran educados en él, en él llegaban a viejos y, finalmente, en él morían sin haber puesto los pies en otra parte del mundo que no fuera el Puente de Londres. Aquella gente tenía que pensar, por razón natural, que la copiosa e interminable procesión que circulaba por su calle noche y día, con su confusa algarabía de voces y gritos, sus relinchos, sus balidos y su ahogado patear, era la casa más extraordinaria del mundo, y ellos mismos, en cierto modo, los propietarios de todo aquello. Y tales eran, en efecto –o por lo menos como tales podían considerarse desde sus ventanas, y así lo hacían mediante su alquiler–, cada vez que un rey o un héroe que volvía daba ocasión a algunos festejos, porque no había sitio como aquél para poder contemplar sin interrupción las columnas en marcha. ...

En la línea 1188
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... «Y luego dormiré hoy, como los otros días, y dormirá ella. ¿Dormirá Rosarito? ¿No habré turbado la tranquilidad de su espíritu? Y esa naturalidad suya, ¿es inocencia o es malicia? Pero acaso no hay nada más malicioso que la inocencia, o bien, más inocente que la malicia. Sí, sí, ya me suponía yo que en el fondo no hay nada más… más… ¿cómo lo diré?… más cínico que la inocencia. Sí, esa tranquilidad con que se me entregaba, eso que hizo me entrara miedo, miedo, no sé bien de qué, eso no era sino inocencia. Y lo de: “¿Y aquella mujer?”, celos, ¿eh?, ¿celos? Probablemente no nace el amor sino al nacer los celos; son los celos los que nos revelan el amor. Por muy enamorada que esté una mujer de un hombre, o un hombre de una mujer, no se dan cuenta de que lo están, no se dicen a sí mismos que lo están, es decir, no se enamoran de veras sino cuando él ve que ella mira a otro hombre o ella le ve a él mirar a otra mujer. Si no hubiese más que un solo hombre y una sola mujer en el mundo, sin más sociedad, sería imposible que se enamorasen uno de otro. Además de que hace siempre falta la tercera, la Celestina, y la Celestina es la sociedad. ¡El Gran Galeoto! ¡Y qué bien está eso! ¡Sí, el Gran Galeoto! Aunque sólo fuese por el lenguaje. Y por esto es todo eso del amor una mentira más. ¿Y el fisiológico? ¡Bah, eso fisiológico no es amor ni cosa que lo valga! ¡Por eso es verdad! Pero… vamos, Orfeo, vamos a cenar. ¡Esto sí que es verdad!» ...

En la línea 1468
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Convencido S. Paparrigópulos de que en última instancia todo es forma, forma más o menos interior, el universo mismo un caleidoscopio de formas enchufadas las unas en las otras y de que por la forma viven cuantas grandes obras salvan los siglos, trabajaba con el esmero de los maravillosos artífices del Renacimiento el lenguaje que había de revestir a sus futuros trabajos. ...

En la línea 2250
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... »¡Y luego nos insulta! Llama cinismo, esto es, perrismo o perrería, a la impudencia o sinvergüencería, él, el animal hipócrita por excelencia. El lenguaje le ha hecho hipócrita. Como que la hipocresía debería llamarse antropismo si es que a la impudencia se le llama cinismo. ¡Y ha querido hacernos hipócritas, es decir, cómicos, farsantes, a nosotros, a los perros! A los perros, que no fuimos sometidos y domesticados por el hombre como el toro o el caballo, a la fuerza, sino que nos unimos a él libremente, en pacto sinalagmático, para explotar la caza. Nosotros le descubríamos la pieza, él la cazaba y nos daba nuestra parte. Y así, en contrato social, nació nuestro consorcio. ...

En la línea 419
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El más alto de los dos evidentemente el jefe a bordo nos examinaba con una extremada atención, sin pronunciar palabra. Luego se volvió hacia su compañero y habló con él en un lenguaje que no pude reconocer. Era un idioma sonoro, armonioso, flexible, cuyas vocales parecían sometidas a una muy variada acentuación. ...

En la línea 448
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Lo que no serviría de nada -replicó Ned Land . ¿No ven ustedes que esta gente tiene un lenguaje para ellos, un lenguaje inventado para desesperar a la buena gente que pide de comer? Abrir la boca, mover la mandíbula, los dientes y los labios ¿no es algo que se comprende en todos los países del mundo? ¿Es que eso no quiere decir tanto en Quebec como en Pomotu, tanto en París como en los antípodas, que tengo hambre, que me den de comer? ...

En la línea 448
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Lo que no serviría de nada -replicó Ned Land . ¿No ven ustedes que esta gente tiene un lenguaje para ellos, un lenguaje inventado para desesperar a la buena gente que pide de comer? Abrir la boca, mover la mandíbula, los dientes y los labios ¿no es algo que se comprende en todos los países del mundo? ¿Es que eso no quiere decir tanto en Quebec como en Pomotu, tanto en París como en los antípodas, que tengo hambre, que me den de comer? ...

En la línea 2360
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Cuando me volvía, veía el blanquecino fanal del Nautilus que comenzaba a palidecer en la lejanía. Las aglomeraciones de piedras de que acabo de hablar estaban dispuestas en el fondo oceánico según una cierta regularidad que no podía explicarme. Veía surcos gigantescos que se perdían en la lejana oscuridad y cuya longitud escapaba a toda evaluación. Habría otras particularidades de dificil interpretación. Me parecía que mis pesadas suelas de plomo iban aplastando un lecho de osamentas que producían secos chasquidos. ¿Qué era esa vasta llanura que íbamos recorriendo? Hubiera querido interrogar al capitán, pero su lenguaje de gestos que le permitía comunicarse con sus compañeros durante sus excursiones submarinas, me era todavía incomprensible. ...

En la línea 2027
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Encontré a la señorita Havisham y a Estella en la estancia en que había la mesa tocador y donde ardían las bujías en los candelabros de las paredes. La primera estaba sentada en un canapé ante el fuego, y Estella, en un almohadón a sus pies. La joven hacía calceta, y la señorita Havisham la miraba. Ambas levantaron los ojos cuando yo entré, y las dos se dieron cuenta de la alteración de mi rostro. Lo comprendí así por la mirada que cambiaron. - ¿Qué viento lo ha traído, Pip? - preguntó la señorita Havisham. Aunque me miraba fijamente, me di cuenta de que estaba algo confusa. Estella interrumpió un momento su labor de calceta, fijando en mí sus ojos, y luego continuó trabajando, y por el movimiento de sus dedos, como si fuese el lenguaje convencional de los sordomudos, me pareció comprender que se daba cuenta de que yo había descubierto a mi bienhechor. - Señorita Havisham – dije, - ayer fui a Richmond con objeto de hablar a Estella; pero, observando que algún viento la había traído aquí, la he seguido. La señorita Havisham me indicó por tercera o cuarta vez que me sentara, y por eso tomé la silla que había ante la mesa tocador, la que le viera ocupar tantas veces. Y aquel lugar lleno de ruinas y de cosas muertas me pareció el más indicado para mí aquel día. - Lo que quería decir a Estella, señorita Havisham, lo diré ahora ante usted misma… en pocos instantes. Mis palabras no la sorprenderán ni le disgustarán. Soy tan desgraciado como puede usted haber deseado. La señorita Havisham continuaba mirándome fijamente, Por el movimiento de los dedos de Estella comprendí que también ella esperaba lo que iba a decir, pero no levantó la vista hacia mí. -He descubierto quién es mi bienhechor. No ha sido un descubrimiento afortunado, y seguramente eso no ha de contribuir a mejorar mi reputación, mi situación y mi fortuna. Hay razones que me impiden decir nada más acerca del particular, porque el secreto no me pertenece. Mientras guardaba silencio por un momento, mirando a Estella y pensando cómo continuaría, la señorita Havisham murmuró: - El secreto no te pertenece. ¿Qué más? - Cuando me hizo usted venir aquí, señorita Havisham; cuando yo vivía en la aldea cercana, que ojalá no hubiese abandonado nunca… , supongo que entré aquí como pudiera haber entrado otro muchacho cualquiera… , como una especie de criado, para satisfacer una necesidad o un capricho y para recibir el salario correspondiente. - Sí, Pip - replicó la señorita Havisham, afirmando al mismo tiempo con la cabeza. - En ese concepto entraste en esta casa. - Y que el señor Jaggers… - El señor Jaggers - dijo la señorita Havisham interrumpiéndome con firmeza - no tenía nada que ver con eso y no sabía una palabra acerca del particular. Él es mi abogado y, por casualidad, lo era también de tu bienhechor. De la misma manera sostiene relaciones con otras muchas personas, con las que podía haber ocurrido lo mismo. Pero sea como fuere, sucedió así y nadie tiene la culpa de ello. Cualquiera que hubiese contemplado entonces su desmedrado rostro habría podido ver que no se excusaba ni mentía. - Pero cuando yo caí en el error, y en el que he creído por espacio de tanto tiempo, usted me dejó sumido en él - dije. - Sí - me contestó, afirmando otra vez con movimientos de cabeza -, te dejé en el error. - ¿Fue eso un acto bondadoso? 172 - ¿Y por qué - exclamó la señorita Havisham golpeando el suelo con su bastón y encolerizándose de repente, de manera que Estella la miró sorprendida, - por qué he de ser bondadosa? Mi queja carecía de base, y por eso no proseguí. Así se lo manifesté cuando ella se quedó pensativa después de su irritada réplica. - Bien, bien – dijo. - ¿Qué más? - Fui pagado liberalmente por los servicios prestados aquí - dije para calmarla, - y recibí el beneficio de ser puesto de aprendiz con Joe, de manera que tan sólo he hecho estas observaciones para informarme debidamente. Lo que sigue tiene otro objeto, y espero que menos interesado. Al permitirme que continuara en mi error, señorita Havisham, usted castigó o puso a prueba - si estas expresiones no le desagradan y puedo usarlas sin ofenderla - a sus egoístas parientes. - Sí. Ellos también se lo figuraron, como tú. ¿Para qué había de molestarme en rogarte a ti o en suplicarles a ellos que no os figuraseis semejante cosa? Vosotros mismos os fabricasteis vuestros propios engaños. Yo no tuve parte alguna en ello. Esperando a que de nuevo se calmase, porque también pronunció estas palabras muy irritada, continué: - Fui a vivir con una familia emparentada con usted, señorita Havisham, y desde que llegué a Londres mantuve con ellos constantes relaciones. Me consta que sufrieron honradamente el mismo engaño que yo. Y cometería una falsedad y una bajeza si no le dijese a usted, tanto si es de su agrado como si no y tanto si me presta crédito como si no me cree, que se equivoca profundamente al juzgar mal al señor Mateo Pocket y a su hijo Herbert, en caso de que se figure que no son generosos, leales, sinceros e incapaces de cualquier cosa que sea indigna o egoísta. -Son tus amigos - objetó la señorita Havisham. - Ellos mismos me ofrecieron su amistad - repliqué -precisamente cuando se figuraban que les había perjudicado en sus intereses. Por el contrario, me parece que ni la señorita Sara Pocket ni la señorita Georgina, ni la señora Camila eran amigas mías. Este contraste la impresionó, según observé con satisfacción. Me miró fijamente por unos instantes y luego dijo: - ¿Qué quieres para ellos? - Solamente - le contesté - que no los confunda con los demás. Es posible que tengan la misma sangre, pero puede estar usted segura de que no son iguales. Sin dejar de mirarme atentamente, la señorita Havisham repitió: - ¿Qué quieres para ellos? - No soy tan astuto, ya lo ve usted - le dije en respuesta, dándome cuenta de que me ruborizaba un poco, - para creer que puedo ocultarle, aun proponiéndomelo, que deseo algo. Si usted, señorita Havisham, puede dedicar el dinero necesario para hacer un gran servicio a mi amigo Herbert, algo que resolvería su vida entera, aunque, dada la naturaleza del caso, debería hacerse sin que él lo supiera, yo podría indicarle el modo de llevarlo a cabo. - ¿Por qué ha de hacerse sin que él lo sepa? - preguntó, apoyando las manos en su bastón, a fin de poder mirarme con mayor atención. - Porque - repliqué - yo mismo empecé a prestarle este servicio hace más de dos años, sin que él lo supiera, y no quiero que se entere de lo que por él he hecho. No puedo explicar la razón de que ya no me sea posible continuar favoreciéndole. Eso es una parte del secreto que pertenece a otra persona y no a mí. Gradualmente, la señorita Havisham apartó de mí su mirada y la volvió hacia el fuego. Después de contemplarlo por un espacio de tiempo que, dado el silencio reinante y la escasa luz de las bujías, pareció muy largo, se sobresaltó al oír el ruido que hicieron varias brasas al desplomarse, y de nuevo volvió a mirarme, primero casi sin verme y luego con atención cada vez más concentrada. Mientras tanto, Estella no había dejado de hacer calceta. Cuando la señorita Havisham hubo fijado en mí su atención, añadió, como si en nuestro diálogo no hubiese habido la menor interrupción: - ¿Qué más? - Estella - añadí volviéndome entonces hacia la joven y esforzándome en hacer firme mi temblorosa voz, - ya sabe usted que la amo. Ya sabe usted que la he amado siempre con la mayor ternura. Ella levantó los ojos para fijarlos en mi rostro, al verse interpelada de tal manera, y me miró con aspecto sereno. Vi entonces que la señorita Havisham nos miraba, fijando alternativamente sus ojos en nosotros. -Antes le habría dicho eso mismo, a no ser por mi largo error, pues éste me inducía a esperar, creyendo que la señorita Havisham nos había destinado uno a otro. Mientras creí que usted tenía que obedecer, me contuve para no hablar, pero ahora debo decírselo. Siempre serena y sin que sus dedos se detuvieran, Estella movió la cabeza. 173 - Ya lo sé - dije en respuesta a su muda contestación, - ya sé que no tengo la esperanza de poder llamarla mía, Estella. Ignoro lo que será de mí muy pronto, lo pobre que seré o adónde tendré que ir. Sin embargo, la amo. La amo desde la primera vez que la vi en esta casa. Mirándome con inquebrantable serenidad, movió de nuevo la cabeza. - Habría sido cruel por parte de la señorita Havisham, horriblemente cruel, haber herido la susceptibilidad de un pobre muchacho y torturarme durante estos largos años con una esperanza vana y un cortejo inútil, en caso de que hubiese reflexionado acerca de lo que hacía. Pero creo que no pensó en eso. Estoy persuadido de que sus propias penas le hicieron olvidar las mías, Estella. Vi que la señorita Havisham se llevaba la mano al corazón y la dejaba allí mientras continuaba sentada y mirándonos, sucesivamente, a Estella y a mí. - Parece - dijo Estella con la mayor tranquilidad -que existen sentimientos e ilusiones, pues no sé cómo llamarlos, que no me es posible comprender. Cuando usted me dice que me ama, comprendo lo que quiere decir, como frase significativa, pero nada más. No despierta usted nada en mi corazón ni conmueve nada en él. Y no me importa lo más mínimo cuanto diga. Muchas veces he tratado de avisarle acerca del particular. ¿No es cierto? - Sí - contesté tristemente. -Así es. Pero usted no quería darse por avisado, porque se figuraba que le hablaba en broma. Y ahora ¿cree usted lo mismo? - Creí, con la esperanza de comprobarlo luego, que no me lo decía en serio. ¡Usted, tan joven, tan feliz y tan hermosa, Estella! Seguramente, eso está en desacuerdo con la Naturaleza. - Está en mi naturaleza - replicó. Y a continuación añadió significativamente: - Está en la naturaleza formada en mi interior. Establezco una gran diferencia entre usted y todos los demás cuando le digo esto. No puedo hacer más. - ¿No es cierto- pregunté- que Bentley Drummle está en esta ciudad y que la corteja a usted? - Es verdad - contestó ella refiriéndose a mi enemigo con expresión de profundo desdén. - ¿Es cierto que usted alienta sus pretensiones, que sale a pasear a caballo en su compañía y que esta misma noche él cenará con usted? Pareció algo sorprendida de que estuviera enterado de todo eso, pero de nuevo contestó: — Es cierto. - Tengo la esperanza de que usted no podrá amarle, Estella. Sus dedos se quedaron quietos por vez primera cuando me contestó, algo irritada: - ¿Qué le dije antes? ¿Sigue figurándose, a pesar de todo, que no le hablo con sinceridad? - No es posible que usted se case con él, Estella. Miró a la señorita Havisham y se quedó un momento pensativa, con la labor entre las manos. Luego exclamó: - ¿Por qué no decirle la verdad? Voy a casarme con él. Dejé caer mi cara entre las manos, pero logré dominarme mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta la agonía que me produjeron tales palabras. Cuando de nuevo levanté el rostro, advertí tan triste mirada en el de la señorita Havisham, que me impresioné a pesar de mi dolor. - Estella, querida Estella, no permita usted que la señorita Havisham la lleve a dar ese paso fatal. Recháceme para siempre (ya lo ha hecho usted, y me consta), pero entréguese a otra persona mejor que Drummle. La señorita Havisham la entrega a usted a él como el mayor desprecio y la mayor injuria que puede hacer de todos los demás admiradores de usted, mucho mejores que Drummle, y a los pocos que verdaderamente le aman. Entre esos pocos puede haber alguno que la quiera tanto como yo, aunque ninguno que la ame de tanto tiempo. Acepte usted a cualquiera de ellos y, ya que será usted más feliz, yo soportaré mejor mi desdicha. Mi vehemencia pareció despertar en ella el asombro, como si sintiera alguna compasión, ello suponiendo que hubiese llegado a comprenderme. - Voy a casarme con él - dijo con voz algo más cariñosa. - Se están haciendo los preparativos para mi boda y me casaré pronto. ¿Por qué mezcla usted injuriosamente en todo eso el nombre de mi madre adoptiva? Obro por mi iniciativa propia. - ¿Es iniciativa de usted, Estella, el entregarse a una bestia? - ¿A quién quiere usted que me entregue? ¿Acaso a uno de esos hombres que se darían cuenta inmediatamente en caso de que alguien pueda sentir eso) de que yo no le quiero nada en absoluto? Pero no hay más que hablar. Es cosa hecha. Viviré bien, y lo mismo le ocurrirá a mi marido. Y en cuanto a llevarme, según usted dice, a dar este paso fatal, sepa que la señorita Havisham preferiría que esperase y no 174 me casara tan pronto; pero estoy cansada ya de la vida que he llevado hasta ahora, que tiene muy pocos encantos para mí, y deseo cambiarla. No hablemos más, porque no podremos comprendernos mutuamente. - ¿Con un hombre tan estúpido y tan bestia? - exclamé desesperado. - No tenga usted cuidado, que no sere una bendición para él - me dijo Estella. - No seré nada de eso. Y ahora, aquí tiene usted mi mano. ¿Nos despediremos después de esta conversación, muchacho visionario… u hombre? - ¡Oh Estella! - contesté mientras mis amargas lágrimas caían sobre su mano, a pesar de mis esfuerzos por contenerlas. - Aunque yo me quedara en Inglaterra y pudiese verla como todos los demás, ¿cómo podría resignarme a verla convertida en esposa de Drummle? - ¡Tonterías! – dijo. - Eso pasará en muy poco tiempo. - ¡Jamás, Estella! - Dentro de una semana ya no se acordará de mí. - ¡Que no me acordaré de usted! Es una parte de mi propia vida, parte de mí mismo. Ha estado usted en cada una de las líneas que he leído, desde que vine aquí por vez primera, cuando era un muchacho ordinario y rudo, cuyo pobre corazón ya hirió usted entonces. Ha estado usted en todas las esperanzas que desde entonces he tenido… en el río, en las velas de los barcos, en los marjales, en las nubes, en la luz, en la oscuridad, en el viento, en los bosques, en el mar, en las calles. Ha sido usted la imagen de toda graciosa fantasía que mi mente ha podido forjarse. Las piedras de que están construidas los más grandes edificios de Londres no son más reales, ni es más imposible que sus manos las quiten de su sitio, que el separar de mí su influencia antes, ahora y siempre. Hasta la última hora de mi vida, Estella, no tiene usted más remedio que seguir siendo parte de mí mismo, parte del bien que exista en mí, así como también del mal que en mí se albergue. Pero en este momento de nuestra separación la asocio tan sólo con el bien, y fielmente la recordaré confundida con él, pues a pesar de todo mi dolor en estos momentos, siempre me ha hecho usted más bien que mal. ¡Oh, que Dios la bendiga y que Él la perdone! Ignoro en qué éxtasis de infelicidad pronuncié estas entrecortadas palabras. La rapsodia fluía dentro de mí como la sangre de una herida interna y salía al exterior. Llevé su mano a mis labios, sosteniéndola allí unos momentos, y luego me alej é. Pero siempre más recordé - y pronto ocurrió eso por una razón más poderosa - que así como Estella me miraba con incrédulo asombro, el espectral rostro de la señorita Havisham, que seguía con la mano apoyada en su corazón, parecía expresar la compasión y el remordimiento. ¡Todo había acabado! ¡Todo quedaba lejos! Y tan sumido en el dolor estaba al salir, que hasta la misma luz del día me pareció más oscura que al entrar. Por unos momentos me oculté pasando por estrechas callejuelas, y luego emprendí el camino a pie, en dirección a Londres, pues comprendía que no me sería posible volver a la posada y ver allí a Drummle. Tampoco me sentía con fuerzas para sentarme en el coche y sufrir la conversación de los viajeros, y lo mejor que podría hacer era fatigarme en extremo. Era ya más de medianoche cuando crucé el Puente de Londres. Siguiendo las calles estrechas e intrincadas que en aquel tiempo se dirigían hacia el Oeste, cerca de la orilla del Middlesex, mi camino más directo hacia el Temple era siguiendo la orilla del río, a través de Whitefriars. No me esperaban hasta la mañana siguiente, pero como yo tenía mis llaves, aunque Herbert se hubiese acostado, podría entrar sin molestarle. Como raras veces llegaba a la puerta de Whitefriars después de estar cerrada la del Temple, y, por otra parte, yo iba lleno de barro y estaba cansado, no me molestó que el portero me examinara con la mayor atención mientras tenía abierta ligeramente la puerta para permitirme la entrada. Y para auxiliar su memoria, pronuncié mi nombre. - No estaba seguro por completo, señor, pero me lo parecía. Aquí hay una carta, caballero. El mensajero que la trajo dijo que tal vez usted sería tan amable para leerla a la luz de mi farol. Muy sorprendido por esta indicación, tomé la carta. Estaba dirigida a Philip Pip, esquire, y en la parte superior del sobrescrito se veían las palabras: «HAGA EL FAVOR DE LEER LA CARTA AQUÍ.» La abrí mientras el vigilante sostenía el farol, y dentro hallé una línea, de letra de Wemmick, que decía: «NO VAYA A SU CASA». ...

En la línea 2175
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Es el lenguaje de los leguleyos ‑dijo Rasumikhine‑. Todos los documentos judiciales están escritos en ese estilo. ...

En la línea 2180
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Teniendo en cuenta que es un hombre de leyes, se comprende que no haya sabido decirlo de otro modo y haya demostrado una grosería que estaba lejos de su ánimo. Sin embargo, me veo obligado a desengañarte. Hay en esa carta otra frase que es una calumnia contra mí, y una calumnia de las más viles. Yo entregué ayer el dinero a esa viuda tísica y desesperada, no «con el pretexto de pagar el entierro», como él dice, sino realmente para pagar el entierro, y no a la hija, «cuya mala conducta es del dominio público» (yo la vi ayer por primera vez en mi vida), sino a la viuda en persona. En todo esto yo no veo sino el deseo de envilecerme a vuestros ojos a indisponerme con vosotras. Este pasaje está escrito también en lenguaje jurídico, por lo que revela claramente el fin perseguido y una avidez bastante cándida. Es un hombre inteligente, pero no basta ser inteligente para conducirse con prudencia… La verdad, no creo que ese hombre sepa apreciar tus prendas. Y conste que lo digo por tu bien, que deseo con toda sinceridad. ...

En la línea 3227
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Comprendo que lo haya tomado usted a broma. Dios me ha dado una figura que sólo despierta en los demás pensamientos cómicos. Tengo el aspecto de un bufón. Sin embargo, quiero decirle y repetirle una cosa, mi querido Rodion Romanovitch… Pero, ante todo, le ruego que me perdone este lenguaje de viejo. Usted es un hombre que está en la flor de la vida, e incluso en la primera juventud, y, como todos los jóvenes, siente un especial aprecio por la inteligencia humana. La agudeza de ingenio y las deducciones abstractas le seducen. Esto me recuerda los antiguos problemas militares de Austria, en la medida, claro es, de mis conocimientos sobre la materia. En teoría, los austriacos habían derrotado a Napoleón, e incluso le consideraban prisionero. Es decir, que en la sala de reuniones lo veían todo de color de rosa. Pero ¿qué ocurrió en la realidad? Que el general Mack se rindió con todo su ejército. ¡Je, je, je… ! Ya veo, mi querido Rodion Romanovitch, que en su interior se está riendo de mí, porque el hombre apacible que soy en la vida privada echa mano, para todos sus ejemplos, de la historia militar. Pero ¿qué le vamos a hacer? Es mi debilidad. Soy un enamorado de las cosas militares, y mis lecturas predilectas son aquellas que se relacionan con la guerra… Verdaderamente, he equivocado mi carrera. Debí ingresar en el ejército. No habría llegado a ser un Napoleón, pero sí a conseguir el grado de comandante. ¡Je, je, je… ! Bien; ahora voy a decirle sinceramente todo lo que pienso, mi querido amigo, acerca del «caso que nos interesa». La realidad y la naturaleza, señor mío, son cosas importantísimas y que reducen a veces a la nada el cálculo más ingenioso. Crea usted a este viejo, Rodion Romanovitch… ...

En la línea 3433
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Estas sociedades le inspiraban un terror que podía calificarse de infantil. Varios años atrás, cuando comenzaba su carrera en su provincia, había visto a los revolucionarios desenmascarar a dos altos funcionarios con cuya protección contaba. Uno de estos casos terminó del modo más escandaloso en contra del denunciado; el otro había tenido también un final sumamente enojoso. De aquí que Piotr Petrovitch, apenas llegado a Petersburgo, procurase enterarse de las actividades de tales asociaciones: así, en caso de necesidad, podría presentarse como simpatizante y asegurarse la aprobación de las nuevas generaciones. Para esto había contado con Andrés Simonovitch, y que se había adaptado rápidamente al lenguaje de los reformadores lo demostraba su visita a Raskolnikof. ...

En la línea 1048
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y como Lucía callase, interrogando sólo con el mudo y ardiente lenguaje de los ojos, prosiguió el vasco. ...

En la línea 1204
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Un bulto negro descendía las escaleras del vestíbulo de casa de Artegui. A la luz de los astros, y a la de los lejanos faroles de la calle, se advertía su vacilante andar, y a las manos que frecuentemente llevaba a su rostro. Miranda esperó, esperó como el cazador en acecho. El bulto iba acercándose. De pronto salió de entre un seto de arbustos un hombre y se oyó una imprecación soez, que traducida al lenguaje de las personas beneparlantes pudiera sonar así: ...


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de g;j

Las Reglas Ortográficas de la G

Las palabras que contienen el grupo de letras -gen- se escriben con g.

Observa los ejemplos: origen, genio, general.

Excepciones: berenjena, ajeno.

Se escriben con g o con j las palabras derivadas de otra que lleva g o j.

Por ejemplo: - de caja formamos: cajón, cajita, cajero...

- de ligero formamos: ligereza, aligerado, ligerísimo...

Se escriben con g las palabras terminadas en -ogía, -ógico, -ógica.

Por ejemplo: neurología, neurológico, neurológica.

Se escriben con g las palabras que tienen los grupos -agi-, -igi. Por ejemplo: digiere.

Excepciones: las palabras derivadas de otra que lleva j. Por ejemplo: bajito (derivada de bajo), hijito

(derivada de hijo).

Se escriben con g las palabras que empiezan por geo- y legi-, y con j las palabras que empiezan por

eje-. Por ejemplo: geografía, legión, ejército.

Excepción: lejía.

Los verbos cuyos infinitivos terminan en -ger, -gir se escriben con g delante de e y de i en todos sus

tiempos. Por ejemplo: cogemos, cogiste (del verbo coger); elijes, eligieron (del verbo elegir).

Excepciones: tejer, destejer, crujir.

Las Reglas Ortográficas de La J

Se escriben con j las palabras que terminan en -aje. Por ejemplo: lenguaje, viaje.

Se escriben con j los tiempos de los verbos que llevan esta letra en su infinitivo. Por ejemplo:

viajemos, viajáis (del verbo viajar); trabajábamos, trabajemos (del verbo trabajar).

Hay una serie de verbos que no tienen g ni j en sus infinitivos y que se escriben en sus tiempos

verbales con j delante de e y de i. Por ejemplo: dije (infinitivo decir), traje (infinitivo traer).


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras g;j


la Ortografía es divertida

Errores Ortográficos típicos con la palabra Lenguaje

Cómo se escribe lenguaje o lenguage?
Cómo se escribe lenguaje o lenjuaje?

Más información sobre la palabra Lenguaje en internet

Lenguaje en la RAE.
Lenguaje en Word Reference.
Lenguaje en la wikipedia.
Sinonimos de Lenguaje.

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La palabra siguen
La palabra seguirlos
La palabra decidirse
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