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La palabra lavor
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Comó se escribe lavor o labor?

Cual es errónea Labor o Lavor?

La palabra correcta es Labor. Sin Embargo Lavor se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino lavor es que hay un Intercambio de las letras b;v con respecto la palabra correcta la palabra labor

Más información sobre la palabra Labor en internet

Labor en la RAE.
Labor en Word Reference.
Labor en la wikipedia.
Sinonimos de Labor.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Labor

Cómo se escribe labor o laborr?
Cómo se escribe labor o lavor?

Algunas Frases de libros en las que aparece labor

La palabra labor puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 614
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Siempre en ellas, la cabeza metida entre los hombros y el espinazo doblegado, embriagándose en su labor; y la barraca de Barret presentaba un aspecto coquetón y risueño, como jamás lo había tenido en poder de su antiguo ocupante. ...

En la línea 632
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Batiste, cuando no había labor en el campo, buscaba ocupación yendo a la ciudad a recoger estiércol. ...

En la línea 1436
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los carros de los labriegos, con sus toldos claros, formaban un campamento en el centro del cauce, y a lo largo de la ribera, puestas en fila, estaban las bestias a la venta: mulas negras y coceadoras, con rojos caparazones y ancas brillantes, agitadas por nerviosa inquietud; caballos de labor, fuertes, pero tristes, cual siervos condenados a eterna fatiga, mirando con sus ojos vidriosos a todos los que pasaban, como si adivinasen al nuevo tirano, y pequeñas y vivarachas jacas, hiriendo el polvo con sus cascos, tirando del ronzal que las mantenía atadas al muro. ...

En la línea 738
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Arrastrado por su entusiasmo enumeraba al sacerdote, como si éste fuese un cultivador, todas las operaciones que durante el año había que realizar con aquella tierra, sometida a un continuo trabajo para que diese su dulce sangre. En los tres meses últimos del año se abrían las _piletas_, los hoyos en torno de las cepas para que recibiesen la lluvia: a esta labor la llamaban _Chata_. También hacían entonces la poda, que provocaba conflictos entre los viñadores y hasta algunas veces había ocasionado muertes, por si debía hacerse con tijeras, como deseaban los amos, o con las antiguas podaderas, unos machetes cortos y pesados, como lo querían los trabajadores. Luego venía la labor llamada _Cava bien_, durante Enero y Febrero, que igualaba la tierra, dejándola llana como si la hubiesen pasado un rasero. Después el _Golpe lleno_ en Marzo, para destruir las hierbas crecidas con las lluvias, esponjando al mismo tiempo el suelo; y en Junio y Julio la _Vina_, que apretaba la tierra, formando una dura corteza, para que conservase todo su jugo, trasmitiéndolo a la cepa. Aparte de esto, en Mayo azufraban las vides, cuando empezaban a apuntar los racimos, para evitar el _cenizo_, una enfermedad que endurecía los granos. ...

En la línea 738
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Arrastrado por su entusiasmo enumeraba al sacerdote, como si éste fuese un cultivador, todas las operaciones que durante el año había que realizar con aquella tierra, sometida a un continuo trabajo para que diese su dulce sangre. En los tres meses últimos del año se abrían las _piletas_, los hoyos en torno de las cepas para que recibiesen la lluvia: a esta labor la llamaban _Chata_. También hacían entonces la poda, que provocaba conflictos entre los viñadores y hasta algunas veces había ocasionado muertes, por si debía hacerse con tijeras, como deseaban los amos, o con las antiguas podaderas, unos machetes cortos y pesados, como lo querían los trabajadores. Luego venía la labor llamada _Cava bien_, durante Enero y Febrero, que igualaba la tierra, dejándola llana como si la hubiesen pasado un rasero. Después el _Golpe lleno_ en Marzo, para destruir las hierbas crecidas con las lluvias, esponjando al mismo tiempo el suelo; y en Junio y Julio la _Vina_, que apretaba la tierra, formando una dura corteza, para que conservase todo su jugo, trasmitiéndolo a la cepa. Aparte de esto, en Mayo azufraban las vides, cuando empezaban a apuntar los racimos, para evitar el _cenizo_, una enfermedad que endurecía los granos. ...

En la línea 9678
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Los cuatro hombres se pusieron a los remos; pero la mar estaba demasiado gruesa para que los remos hicieran mucha labor. ...

En la línea 3641
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Aquí descubre un arroyuelo, cuyas frescas aguas, que líquidos cristales parecen, corren sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido y puras perlas semejan; acullá vee una artificiosa fuente de jaspe variado y de liso mármol compuesta; acá vee otra a lo brutesco adornada, adonde las menudas conchas de las almejas, con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas, hacen una variada labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence. ...

En la línea 4597
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas y bruñidas que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro puro. ...

En la línea 4597
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas y bruñidas que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro puro. ...

En la línea 5214
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -¿Cómo alguna? -respondió maese Pedro-: sesenta mil encierra en sí este mi retablo; dígole a vuesa merced, mi señor don Quijote, que es una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo, y operibus credite, et non verbis; y manos a labor, que se hace tarde y tenemos mucho que hacer y que decir y que mostrar. ...

En la línea 1488
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... spués, escuchando el ruido de estos torrentes, acordándome de que han desaparecido de la superficie de la tierra razas enteras de animales, y que durante todo ese tiempo han estado rodando y rodando esas piedras día y noche, rompiéndose unas contra las otras, me inclino a preguntarme: ¿cómo es que no ya las montañas, sino los continentes pueden resistir esta labor destructora? Las montañas que limitan esta parte del valle tienen de 3 a 6 y hasta 8.000 pies de altura, son redondeadas y de regiones desoladas.Saltosalto. difícil imaginar un lugar donde parezca haber menos das. puede decirse que sea el paisaje hermoso, pero es grandioso y severo ...

En la línea 2145
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... n una de las patas delanteras escarba la tierra cierto tiempo, echándola hacia la pata trasera, colocada de manera que impida que la tierra caiga en el agujero; cuando se cansa de un lado, trabaja con las patas del otro, y continúa así alternativamente. pasado mucho rato viendo a uno en esta labor, hasta que la mitad de su cuerpo desapareció en el agujero; me acerqué a él entonces y le tiré de la cola ...

En la línea 2884
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... rá el canal tanto más profundo cuanto más rápido haya sido el hundimiento, según sea más o menos grande la cantidad de sedimento acumulado y según se desarrolle con más o menos facilidad el coral de ramas delicadas. í se explica por qué los arrecifes-barreras están tan lejos de las costas que rodean, y se comprende que una línea perpendicular que fuese desde el vértice del borde exterior del nuevo arrecife hasta las rocas situadas debajo del primitivo, guarnición, hubiese de tener tantos pies sobre la escasa profundidad a que pueden vivir los pólipos, como pies ha habido de hundimiento: a medida que el conjunto de la isla baja, siguen los pequeños arquitectos edificando su gran anillo, tomando por punto de apoyo los corales ya construidos y sus fragmentos consolidados. este modo desaparece la dificultad de esta labor que parecía tan grande. ...

En la línea 3017
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... lante del edificio algunas tierras de labor; detrás, una colina formada de rocas coloreadas llamada le Mat (el Mástil) y la masa negra desgarrada de la Granje (la Granja). suma, el espectáculo es triste y poco interesante ...

En la línea 188
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡Aquello era señorío! ¡Ni una mancha! Los pies parecían los de una dama; calzaban media morada, como si fueran de Obispo; y el zapato era de esmerada labor y piel muy fina y lucía hebilla de plata, sencilla pero elegante, que decía muy bien sobre el color de la media. ...

En la línea 257
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¿Para qué eran necios? También al Magistral se le subía la altura a la cabeza; también él veía a los vetustenses como escarabajos; sus viviendas viejas y negruzcas, aplastadas, las creían los vanidosos ciudadanos palacios y eran madrigueras, cuevas, montones de tierra, labor de topo. ...

En la línea 9871
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Tal vez la fina y corrosiva labor del confesonario había podido más que su sistema prudente, que aquel sitio de meses y meses, al fin del cual el arte decía que estaba la rendición de la más robusta fortaleza. ...

En la línea 564
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los barberos que trabajaban en una de las mejillas de Edwin, viendo su guadaña completamente cubierta de espuma, creyeron necesario limpiarla con un palo antes de continuar su labor. ...

En la línea 1231
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Como solo le daban a comer parcamente, con arreglo a su trabajo, se esforzaba por que cada día su labor resultase más grande. Era imposible todo intento de fuga, pues ni por un momento cesaba la vigilancia en torno de él. Al llegar a la punta de la escollera donde colocaba sus rocas podía ver todo el puerto de la capital. El bote que le había traído estaba en mitad de el, como un navío de dimensiones inverosímiles, rodeado de las unidades de la escuadra del Sol Naciente. Unos cuantos pasos en el agua le bastaban para llegar a su antigua embarcación, y un día sintió la curiosidad de verla de cerca. Representaba un consuelo en medio de su esclavitud tocar con sus manos este bote, que le hacía recordar el mundo de sus semejantes. ...

En la línea 486
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Guillermina entraba en aquella casa como en la suya, sin etiqueta ni cumplimiento alguno. Ya tenía su lugar fijo en el gabinete de Barbarita, una silla baja; y lo mismo era sentarse que empezar a hacer media o a coser. Llevaba siempre consigo un gran lío o cesto de labor, calábase los anteojos, cogía las herramientas, y ya no paraba en toda la noche. Hubiera o no en las otras habitaciones gente de cumplido, ella no se movía de allí ni tenía que ver con nadie. Los amigos asiduos de la casa, como el marqués de Casa-Muñoz, Aparisi o Federico Ruiz, la miraban ya como se mira lo que está siempre en un mismo sitio y no puede estar en otro. Los de fuera y los de dentro trataban con respeto, casi con veneración, a la ilustre señora, que era como una figurita de nacimiento, menuda y agraciada, la cabellera con bastantes canas, aunque no tantas como la de Barbarita, las mejillas sonrosadas, la boca risueña, el habla tranquila y graciosa, y el vestido humildísimo. ...

En la línea 492
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Llegó un día —dijo Guillermina, suspendiendo su labor, para contar el caso a varios amigos de Barbarita—, en que las cosas se pusieron muy feas. Amaneció aquel día, y los veintitrés pequeñuelos de Dios que yo había recogido y que estaban en una casucha baja y húmeda de la calle de Zarzal, aposentados como conejos, no tenían qué comer. Tirando de aquí y de allá, podían pasar aquel día; pero ¿y el siguiente? Yo no tenía ya ni dinero ni quien me lo diera. Debía no sé cuántas fanegas de judías, doce docenas de alpargatas, tantísimas arrobas de aceite; no me quedaba que empeñar o que vender más que el rosario. Los primos, que me sacaban de tantos apuros, ya habían hecho los imposibles… Me daba vergüenza de volver a pedirles. Mi sobrino Manolo, que solía ser mi paño de lágrimas, estaba en Londres. Y suponiendo que mi primo Valeriano me tapase mis veintitrés bocas (y la mía veinticuatro) por unos cuantos días, ¿cómo me arreglaría después? Nada, nada, era indispensable arañar la tierra y buscar cuartos de otra manera y por otros medios. ...

En la línea 1888
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Esta antipatía de Fortunata no estorbaba en ella la estimación, y con la estimación mezclábase una lástima profunda de aquel desgraciado, caballero del honor y de la virtud, tan superior moralmente a ella. El aprecio que le tenía, la gratitud, y aquella conmiseración inexplicable, porque no se compadece a los superiores, eran causa de que refrenase su repugnancia. No era ella muy fuerte en disimular, y otro menos alucinado que Rubín habría conocido que el lindísimo entrecejo ocultaba algo. Pero veía las cosas por el lente de sus ideas propias, y para él todo era como debía ser y no como era. Alegrose mucho Fortunata de que el almuerzo concluyese, porque eso de estar sosteniendo una conversación seria y oyendo advertencias y correcciones no la divertía mucho. Gustábale más el trajín de recoger la loza y levantar la mesa, operación en que puso la mano no bien tomaron el café. Y para estar más tiempo en la cocina que en la sala, revisó los pucheros, y se puso a picar la ensalada cuando aún no hacía falta. De rato en rato daba una vuelta por la sala, donde Maximiliano se había puesto a estudiar. No le era fácil aquel día fijar su atención en los libros. Estaba muy distraído, y cada vez que su amiga entraba, toda la ciencia farmacéutica se desvanecía de su mente. A pesar de esto quería que estuviese allí, y aun se enojó algo por lo mucho que prolongaba los ratos de cocina. «Chica, no trabajes tanto, que te vas a cansar. Trae tu labor y siéntate aquí». ...

En la línea 2385
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pero si ya no se veía nada, se oía, pues el tiqui tiqui del taller de canteros parecía formar parte de la atmósfera que rodeaba el convento. Era ya un fenómeno familiar, y los domingos, cuando cesaba, la falta de aquella música era para todas las habitantes de la casa la mejor apreciación de día de fiesta. Los domingos, empezaba a oírse desde las dos el tambor que ameniza el Tío Vivo y balancines que están junto al Depósito de aguas. Este bullicio y el de la muchedumbre que concurre a los merenderos de los Cuatro Caminos y de Tetuán, duraba hasta muy entrada la noche. Mucho molestó en los primeros tiempos a algunas monjas el tal tamboril, no sólo por la pesadez de su toque, sino por la idea de lo mucho que se peca al son de aquel mundano instrumento. Pero se fueron acostumbrando, y por fin lo mismo oían el rumor del Tío Vivo los domingos, que el de los picapedreros los días de labor. Algunas tardes de día de fiesta, cuando las recogidas se paseaban por la huerta o el patio, la tolerancia de las madres llegaba hasta el extremo de permitirles bailar una chispita, con decencia se entiende, al son de aquellas músicas populares. ¡Cuántas memorias evocadas, cuántas sensaciones reverdecidas en aquellos poquitos compases y vueltas de las pobres reclusas! ¡Qué recuerdo tan vivo de las polkas bailadas con horteras en el salón de la Alhambra, de tarde, levantando mucho polvo del piso, las manos muy sudadas y chupando caramelos revenidos! Y lo peor de todo y lo que en definitiva las había perdido era que aquellos benditos horteras iban todos con buen fin. El buen fin precisamente, disculpando los malos medios, era la más negra. Porque después, ni fin ni principio ni nada más que vergüenza y miseria. ...

En la línea 834
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... No tardaron en invadir una pequeña casa de labor donde se instalaron a sus anchas, mientras el tembloroso labriego y su gente vaciaban la despensa para darles desayuno. Acariciaban por debajo del mentón a la mujer y a las hijas, mientras recibían el condumio de sus manos, y hacían bromas vulgares acerca de ellas, acompañadas de epítetos insultantes y de zafias, carcajadas. Arrojaban los huesos y las verduras al aldeano y a sus hijos, a quienes tenían sin cesar haciendo de criados, y aplaudían tumultuosamente cuando se decía un chiste gracioso. Acabaron por golpear en la cabeza a una de las hijas, ofendida por alguna de sus familiaridades. Cuando se despidieron, amenazaron con volver para quemar la casa sobre las mismas cabezas de la familia si llegaba a oídos de la justicia alguna noticia de sus fechorías. ...

En la línea 862
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Siguió andando, ofendido, indignado y resuelto a no volver a exponerse a semejante trato; pero el hambre es el amo del orgullo. Así, cuando empezo a caer la noche, hizo otro intento en una nueva casa de labor, pero allí escapó peor que antes, porque le dirigieron palabras gruesas y le amenazaron con prenderle por vagabundo como no se largara más que de prisa. ...

En la línea 804
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿Y la labor de las generaciones, don Avito, el legado de los siglos? ...

En la línea 1470
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Dedicaba Paparrigópulos las poderosas energías de su espíritu a investigar la íntima vida pasada de nuestro pueblo, y era su labor tan abnegada como sólida. Aspiraba nada menos que a resucitar a los ojos de sus compatriotas nuestro pasado –es decir, el presente de sus bisabuelos–, y conocedor del engaño de cuantos lo intentaban a pura fantasía, buscaba y rebuscaba en todo género de viejas memorias para levantar sobre inconmovibles sillares el edificio de su erudita ciencia histórica. No había suceso pasado, por insignificante que pareciese, que no tuviera a sus ojos un precio inestimable. ...

En la línea 1139
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — No lloro — contestó levantando los ojos y echándose a reír —. ¿Por qué te has figurado eso? Si me lo figuré debióse a que sorprendí el brillo de una lágrima que caía sobre su labor. Permanecí silencioso, recordando la lamentable vida de aquella pobre muchacha hasta que la tía abuela del señor Wopsle venció con éxito la mala costumbre de vivir, de que tanto desean verse libres algunas personas. Recordé las circunstancias desagradabilísimas que habían rodeado a la pobre muchacha en la miserable tiendecilla y en la ruidosa y pobre escuela nocturna, sin contar con aquel montón de carne vieja y estúpida, a la que tenía que cuidar constantemente. Entonces reflexioné que, aun en aquellos tiempos desfavorables, debieron de existir latentes en Biddy todas las cualidades que ahora estaba desarrollando, porque en mis primeros apuros y en mi primer descontento me volví a ella en demanda de ayuda, como si fuese la cosa más natural. Biddy cosía tranquilamente y ya no derramaba lágrimas, y mientras yo la miraba y pensaba en ella y en sus cosas, se me ocurrió que tal vez no le habría demostrado bastante mi agradecimiento. Posiblemente fui demasiado reservado, y habría debido confiar más en ella, aunque, como es natural, en mis meditaciones no usé las palabras que quedan transcritas. ...

En la línea 1307
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mi hermana estaba en su sillón lleno de almohadones y en el rincón acostumbrado, y en cuanto a Biddy, estaba sentada, ocupada en su labor y ante el fuego. Joe se hallaba cerca de la joven, y yo junto a él, en el rincón opuesto al ocupado por mi hermana. Cuanto más miraba a los brillantes carbones, más incapaz me sentía de mirar a Joe; y cuanto más duraba el silencio, menos capaz me sentía de hablar. Por fin exclamé: ...

En la línea 1310
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Pues bien — dijo éste —. Pip es un caballero afortunado, y Dios le bendiga en su nuevo estado. Biddy dejó caer su labor de costura y le miró. Joe seguía cogiéndose las rodillas y miró también. Yo devolví la mirada a ambos y, después de una pausa, los dos me felicitaron; pero en sus palabras había cierta tristeza que comprendí muy bien. ...

En la línea 2027
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Encontré a la señorita Havisham y a Estella en la estancia en que había la mesa tocador y donde ardían las bujías en los candelabros de las paredes. La primera estaba sentada en un canapé ante el fuego, y Estella, en un almohadón a sus pies. La joven hacía calceta, y la señorita Havisham la miraba. Ambas levantaron los ojos cuando yo entré, y las dos se dieron cuenta de la alteración de mi rostro. Lo comprendí así por la mirada que cambiaron. - ¿Qué viento lo ha traído, Pip? - preguntó la señorita Havisham. Aunque me miraba fijamente, me di cuenta de que estaba algo confusa. Estella interrumpió un momento su labor de calceta, fijando en mí sus ojos, y luego continuó trabajando, y por el movimiento de sus dedos, como si fuese el lenguaje convencional de los sordomudos, me pareció comprender que se daba cuenta de que yo había descubierto a mi bienhechor. - Señorita Havisham – dije, - ayer fui a Richmond con objeto de hablar a Estella; pero, observando que algún viento la había traído aquí, la he seguido. La señorita Havisham me indicó por tercera o cuarta vez que me sentara, y por eso tomé la silla que había ante la mesa tocador, la que le viera ocupar tantas veces. Y aquel lugar lleno de ruinas y de cosas muertas me pareció el más indicado para mí aquel día. - Lo que quería decir a Estella, señorita Havisham, lo diré ahora ante usted misma… en pocos instantes. Mis palabras no la sorprenderán ni le disgustarán. Soy tan desgraciado como puede usted haber deseado. La señorita Havisham continuaba mirándome fijamente, Por el movimiento de los dedos de Estella comprendí que también ella esperaba lo que iba a decir, pero no levantó la vista hacia mí. -He descubierto quién es mi bienhechor. No ha sido un descubrimiento afortunado, y seguramente eso no ha de contribuir a mejorar mi reputación, mi situación y mi fortuna. Hay razones que me impiden decir nada más acerca del particular, porque el secreto no me pertenece. Mientras guardaba silencio por un momento, mirando a Estella y pensando cómo continuaría, la señorita Havisham murmuró: - El secreto no te pertenece. ¿Qué más? - Cuando me hizo usted venir aquí, señorita Havisham; cuando yo vivía en la aldea cercana, que ojalá no hubiese abandonado nunca… , supongo que entré aquí como pudiera haber entrado otro muchacho cualquiera… , como una especie de criado, para satisfacer una necesidad o un capricho y para recibir el salario correspondiente. - Sí, Pip - replicó la señorita Havisham, afirmando al mismo tiempo con la cabeza. - En ese concepto entraste en esta casa. - Y que el señor Jaggers… - El señor Jaggers - dijo la señorita Havisham interrumpiéndome con firmeza - no tenía nada que ver con eso y no sabía una palabra acerca del particular. Él es mi abogado y, por casualidad, lo era también de tu bienhechor. De la misma manera sostiene relaciones con otras muchas personas, con las que podía haber ocurrido lo mismo. Pero sea como fuere, sucedió así y nadie tiene la culpa de ello. Cualquiera que hubiese contemplado entonces su desmedrado rostro habría podido ver que no se excusaba ni mentía. - Pero cuando yo caí en el error, y en el que he creído por espacio de tanto tiempo, usted me dejó sumido en él - dije. - Sí - me contestó, afirmando otra vez con movimientos de cabeza -, te dejé en el error. - ¿Fue eso un acto bondadoso? 172 - ¿Y por qué - exclamó la señorita Havisham golpeando el suelo con su bastón y encolerizándose de repente, de manera que Estella la miró sorprendida, - por qué he de ser bondadosa? Mi queja carecía de base, y por eso no proseguí. Así se lo manifesté cuando ella se quedó pensativa después de su irritada réplica. - Bien, bien – dijo. - ¿Qué más? - Fui pagado liberalmente por los servicios prestados aquí - dije para calmarla, - y recibí el beneficio de ser puesto de aprendiz con Joe, de manera que tan sólo he hecho estas observaciones para informarme debidamente. Lo que sigue tiene otro objeto, y espero que menos interesado. Al permitirme que continuara en mi error, señorita Havisham, usted castigó o puso a prueba - si estas expresiones no le desagradan y puedo usarlas sin ofenderla - a sus egoístas parientes. - Sí. Ellos también se lo figuraron, como tú. ¿Para qué había de molestarme en rogarte a ti o en suplicarles a ellos que no os figuraseis semejante cosa? Vosotros mismos os fabricasteis vuestros propios engaños. Yo no tuve parte alguna en ello. Esperando a que de nuevo se calmase, porque también pronunció estas palabras muy irritada, continué: - Fui a vivir con una familia emparentada con usted, señorita Havisham, y desde que llegué a Londres mantuve con ellos constantes relaciones. Me consta que sufrieron honradamente el mismo engaño que yo. Y cometería una falsedad y una bajeza si no le dijese a usted, tanto si es de su agrado como si no y tanto si me presta crédito como si no me cree, que se equivoca profundamente al juzgar mal al señor Mateo Pocket y a su hijo Herbert, en caso de que se figure que no son generosos, leales, sinceros e incapaces de cualquier cosa que sea indigna o egoísta. -Son tus amigos - objetó la señorita Havisham. - Ellos mismos me ofrecieron su amistad - repliqué -precisamente cuando se figuraban que les había perjudicado en sus intereses. Por el contrario, me parece que ni la señorita Sara Pocket ni la señorita Georgina, ni la señora Camila eran amigas mías. Este contraste la impresionó, según observé con satisfacción. Me miró fijamente por unos instantes y luego dijo: - ¿Qué quieres para ellos? - Solamente - le contesté - que no los confunda con los demás. Es posible que tengan la misma sangre, pero puede estar usted segura de que no son iguales. Sin dejar de mirarme atentamente, la señorita Havisham repitió: - ¿Qué quieres para ellos? - No soy tan astuto, ya lo ve usted - le dije en respuesta, dándome cuenta de que me ruborizaba un poco, - para creer que puedo ocultarle, aun proponiéndomelo, que deseo algo. Si usted, señorita Havisham, puede dedicar el dinero necesario para hacer un gran servicio a mi amigo Herbert, algo que resolvería su vida entera, aunque, dada la naturaleza del caso, debería hacerse sin que él lo supiera, yo podría indicarle el modo de llevarlo a cabo. - ¿Por qué ha de hacerse sin que él lo sepa? - preguntó, apoyando las manos en su bastón, a fin de poder mirarme con mayor atención. - Porque - repliqué - yo mismo empecé a prestarle este servicio hace más de dos años, sin que él lo supiera, y no quiero que se entere de lo que por él he hecho. No puedo explicar la razón de que ya no me sea posible continuar favoreciéndole. Eso es una parte del secreto que pertenece a otra persona y no a mí. Gradualmente, la señorita Havisham apartó de mí su mirada y la volvió hacia el fuego. Después de contemplarlo por un espacio de tiempo que, dado el silencio reinante y la escasa luz de las bujías, pareció muy largo, se sobresaltó al oír el ruido que hicieron varias brasas al desplomarse, y de nuevo volvió a mirarme, primero casi sin verme y luego con atención cada vez más concentrada. Mientras tanto, Estella no había dejado de hacer calceta. Cuando la señorita Havisham hubo fijado en mí su atención, añadió, como si en nuestro diálogo no hubiese habido la menor interrupción: - ¿Qué más? - Estella - añadí volviéndome entonces hacia la joven y esforzándome en hacer firme mi temblorosa voz, - ya sabe usted que la amo. Ya sabe usted que la he amado siempre con la mayor ternura. Ella levantó los ojos para fijarlos en mi rostro, al verse interpelada de tal manera, y me miró con aspecto sereno. Vi entonces que la señorita Havisham nos miraba, fijando alternativamente sus ojos en nosotros. -Antes le habría dicho eso mismo, a no ser por mi largo error, pues éste me inducía a esperar, creyendo que la señorita Havisham nos había destinado uno a otro. Mientras creí que usted tenía que obedecer, me contuve para no hablar, pero ahora debo decírselo. Siempre serena y sin que sus dedos se detuvieran, Estella movió la cabeza. 173 - Ya lo sé - dije en respuesta a su muda contestación, - ya sé que no tengo la esperanza de poder llamarla mía, Estella. Ignoro lo que será de mí muy pronto, lo pobre que seré o adónde tendré que ir. Sin embargo, la amo. La amo desde la primera vez que la vi en esta casa. Mirándome con inquebrantable serenidad, movió de nuevo la cabeza. - Habría sido cruel por parte de la señorita Havisham, horriblemente cruel, haber herido la susceptibilidad de un pobre muchacho y torturarme durante estos largos años con una esperanza vana y un cortejo inútil, en caso de que hubiese reflexionado acerca de lo que hacía. Pero creo que no pensó en eso. Estoy persuadido de que sus propias penas le hicieron olvidar las mías, Estella. Vi que la señorita Havisham se llevaba la mano al corazón y la dejaba allí mientras continuaba sentada y mirándonos, sucesivamente, a Estella y a mí. - Parece - dijo Estella con la mayor tranquilidad -que existen sentimientos e ilusiones, pues no sé cómo llamarlos, que no me es posible comprender. Cuando usted me dice que me ama, comprendo lo que quiere decir, como frase significativa, pero nada más. No despierta usted nada en mi corazón ni conmueve nada en él. Y no me importa lo más mínimo cuanto diga. Muchas veces he tratado de avisarle acerca del particular. ¿No es cierto? - Sí - contesté tristemente. -Así es. Pero usted no quería darse por avisado, porque se figuraba que le hablaba en broma. Y ahora ¿cree usted lo mismo? - Creí, con la esperanza de comprobarlo luego, que no me lo decía en serio. ¡Usted, tan joven, tan feliz y tan hermosa, Estella! Seguramente, eso está en desacuerdo con la Naturaleza. - Está en mi naturaleza - replicó. Y a continuación añadió significativamente: - Está en la naturaleza formada en mi interior. Establezco una gran diferencia entre usted y todos los demás cuando le digo esto. No puedo hacer más. - ¿No es cierto- pregunté- que Bentley Drummle está en esta ciudad y que la corteja a usted? - Es verdad - contestó ella refiriéndose a mi enemigo con expresión de profundo desdén. - ¿Es cierto que usted alienta sus pretensiones, que sale a pasear a caballo en su compañía y que esta misma noche él cenará con usted? Pareció algo sorprendida de que estuviera enterado de todo eso, pero de nuevo contestó: — Es cierto. - Tengo la esperanza de que usted no podrá amarle, Estella. Sus dedos se quedaron quietos por vez primera cuando me contestó, algo irritada: - ¿Qué le dije antes? ¿Sigue figurándose, a pesar de todo, que no le hablo con sinceridad? - No es posible que usted se case con él, Estella. Miró a la señorita Havisham y se quedó un momento pensativa, con la labor entre las manos. Luego exclamó: - ¿Por qué no decirle la verdad? Voy a casarme con él. Dejé caer mi cara entre las manos, pero logré dominarme mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta la agonía que me produjeron tales palabras. Cuando de nuevo levanté el rostro, advertí tan triste mirada en el de la señorita Havisham, que me impresioné a pesar de mi dolor. - Estella, querida Estella, no permita usted que la señorita Havisham la lleve a dar ese paso fatal. Recháceme para siempre (ya lo ha hecho usted, y me consta), pero entréguese a otra persona mejor que Drummle. La señorita Havisham la entrega a usted a él como el mayor desprecio y la mayor injuria que puede hacer de todos los demás admiradores de usted, mucho mejores que Drummle, y a los pocos que verdaderamente le aman. Entre esos pocos puede haber alguno que la quiera tanto como yo, aunque ninguno que la ame de tanto tiempo. Acepte usted a cualquiera de ellos y, ya que será usted más feliz, yo soportaré mejor mi desdicha. Mi vehemencia pareció despertar en ella el asombro, como si sintiera alguna compasión, ello suponiendo que hubiese llegado a comprenderme. - Voy a casarme con él - dijo con voz algo más cariñosa. - Se están haciendo los preparativos para mi boda y me casaré pronto. ¿Por qué mezcla usted injuriosamente en todo eso el nombre de mi madre adoptiva? Obro por mi iniciativa propia. - ¿Es iniciativa de usted, Estella, el entregarse a una bestia? - ¿A quién quiere usted que me entregue? ¿Acaso a uno de esos hombres que se darían cuenta inmediatamente en caso de que alguien pueda sentir eso) de que yo no le quiero nada en absoluto? Pero no hay más que hablar. Es cosa hecha. Viviré bien, y lo mismo le ocurrirá a mi marido. Y en cuanto a llevarme, según usted dice, a dar este paso fatal, sepa que la señorita Havisham preferiría que esperase y no 174 me casara tan pronto; pero estoy cansada ya de la vida que he llevado hasta ahora, que tiene muy pocos encantos para mí, y deseo cambiarla. No hablemos más, porque no podremos comprendernos mutuamente. - ¿Con un hombre tan estúpido y tan bestia? - exclamé desesperado. - No tenga usted cuidado, que no sere una bendición para él - me dijo Estella. - No seré nada de eso. Y ahora, aquí tiene usted mi mano. ¿Nos despediremos después de esta conversación, muchacho visionario… u hombre? - ¡Oh Estella! - contesté mientras mis amargas lágrimas caían sobre su mano, a pesar de mis esfuerzos por contenerlas. - Aunque yo me quedara en Inglaterra y pudiese verla como todos los demás, ¿cómo podría resignarme a verla convertida en esposa de Drummle? - ¡Tonterías! – dijo. - Eso pasará en muy poco tiempo. - ¡Jamás, Estella! - Dentro de una semana ya no se acordará de mí. - ¡Que no me acordaré de usted! Es una parte de mi propia vida, parte de mí mismo. Ha estado usted en cada una de las líneas que he leído, desde que vine aquí por vez primera, cuando era un muchacho ordinario y rudo, cuyo pobre corazón ya hirió usted entonces. Ha estado usted en todas las esperanzas que desde entonces he tenido… en el río, en las velas de los barcos, en los marjales, en las nubes, en la luz, en la oscuridad, en el viento, en los bosques, en el mar, en las calles. Ha sido usted la imagen de toda graciosa fantasía que mi mente ha podido forjarse. Las piedras de que están construidas los más grandes edificios de Londres no son más reales, ni es más imposible que sus manos las quiten de su sitio, que el separar de mí su influencia antes, ahora y siempre. Hasta la última hora de mi vida, Estella, no tiene usted más remedio que seguir siendo parte de mí mismo, parte del bien que exista en mí, así como también del mal que en mí se albergue. Pero en este momento de nuestra separación la asocio tan sólo con el bien, y fielmente la recordaré confundida con él, pues a pesar de todo mi dolor en estos momentos, siempre me ha hecho usted más bien que mal. ¡Oh, que Dios la bendiga y que Él la perdone! Ignoro en qué éxtasis de infelicidad pronuncié estas entrecortadas palabras. La rapsodia fluía dentro de mí como la sangre de una herida interna y salía al exterior. Llevé su mano a mis labios, sosteniéndola allí unos momentos, y luego me alej é. Pero siempre más recordé - y pronto ocurrió eso por una razón más poderosa - que así como Estella me miraba con incrédulo asombro, el espectral rostro de la señorita Havisham, que seguía con la mano apoyada en su corazón, parecía expresar la compasión y el remordimiento. ¡Todo había acabado! ¡Todo quedaba lejos! Y tan sumido en el dolor estaba al salir, que hasta la misma luz del día me pareció más oscura que al entrar. Por unos momentos me oculté pasando por estrechas callejuelas, y luego emprendí el camino a pie, en dirección a Londres, pues comprendía que no me sería posible volver a la posada y ver allí a Drummle. Tampoco me sentía con fuerzas para sentarme en el coche y sufrir la conversación de los viajeros, y lo mejor que podría hacer era fatigarme en extremo. Era ya más de medianoche cuando crucé el Puente de Londres. Siguiendo las calles estrechas e intrincadas que en aquel tiempo se dirigían hacia el Oeste, cerca de la orilla del Middlesex, mi camino más directo hacia el Temple era siguiendo la orilla del río, a través de Whitefriars. No me esperaban hasta la mañana siguiente, pero como yo tenía mis llaves, aunque Herbert se hubiese acostado, podría entrar sin molestarle. Como raras veces llegaba a la puerta de Whitefriars después de estar cerrada la del Temple, y, por otra parte, yo iba lleno de barro y estaba cansado, no me molestó que el portero me examinara con la mayor atención mientras tenía abierta ligeramente la puerta para permitirme la entrada. Y para auxiliar su memoria, pronuncié mi nombre. - No estaba seguro por completo, señor, pero me lo parecía. Aquí hay una carta, caballero. El mensajero que la trajo dijo que tal vez usted sería tan amable para leerla a la luz de mi farol. Muy sorprendido por esta indicación, tomé la carta. Estaba dirigida a Philip Pip, esquire, y en la parte superior del sobrescrito se veían las palabras: «HAGA EL FAVOR DE LEER LA CARTA AQUÍ.» La abrí mientras el vigilante sostenía el farol, y dentro hallé una línea, de letra de Wemmick, que decía: «NO VAYA A SU CASA». ...

En la línea 595
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Tiempo hubo -murmuró Artegui como respondiéndose a sí mismo- en que creí provenía mi indiferencia de la seguridad de mi vida, y en que deseé deberme a mí mismo, a mí solo, el subsistir. Dos años rehusé los auxilios de mis padres, y, entrando en calidad de socio industrial en una gran empresa, dime a trabajar con ardor. Gané más de lo necesario; me seguía, como rendida amante, la suerte; pero aquella especulación sin tregua ni entrañas me provocaba náuseas, y quise probar alguna labor en que entendimiento y cuerpo fuesen unidos, y en que la ganancia no alcanzase más que a no dejarme morir de hambre. Estudié la medicina, y, aprovechando la guerra que a la sazón ardía en el Norte de España, vine al cuartel de Don Carlos. El nombre de mi padre me abrió todas las puertas y me dediqué a ejercer en los hospitales… ...

En la línea 761
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Aunque Lucía, y sobre todo Pilar, se sentían un tanto fatigadas del largo trayecto en ferrocarril, no dejaron de entusiasmarse con la belleza de la morada que les deparaba el destino. El balcón, sobre todo, les parecía delicioso para hacer labor y para leer. Acordábase Pilar de cuantas acuarelas, países de abanico y estampas sentimentales había visto, que representasen el ya trivial asunto de una joven cuya cabeza asoma por entre un marco de follaje. Lucía, a su vez, comparaba su casa de León, antigua, maciza, y lóbrega, con aquella vivienda, donde todo era flamante y gentil, desde los encerados relucientes pisos hasta las cortinas de cretona azul rameadas de campanillas rosa. Al otro día de la llegada, cuando Lucía saltó del lecho, fue su primer cuidado salir al balcón, de allí al jardín, recogiéndose la bata con unos alfileres para no mojarla en el húmedo piso. Halló a las rosas acabaditas de salir del baño de rocío, tersas, muy ufanas, adornadas cada cual con su collar de perlas o de diamantes. Fue oliéndolas una por una, pasándoles los dedos por las hojas sin atreverse a cortarlas; dábale mucha lástima pensar cómo se quedaría la mata, huérfana de su flor. A aquella hora apenas olían las rosas: era más bien un aroma general de humedad y frescura, que se elevaba del césped de las plantas, y del conjunto de árboles vecinos. Haylos en Vichy por todas partes; a la tarde, cuando Lucía y Pilar recorrieron las calles de la villa termal para informarse de su traza, lanzaron exclamaciones de contento al dar a cada instante con una sombra, una alameda, un parque. Pilar opinaba que Vichy tenía aspecto elegante; Lucía, menos entendida en elegancias y modas, gustaba sencillamente de tanto verdor, de tanta Naturaleza, que reposaba sus ojos, moviéndola a veces a imaginar que, a despecho de sus calles concurridas, de sus tiendas brillantes, era Vichy una aldea, dispuesta a propósito para contentar sus exigencias secretas e íntimas de soledad. Aldea formada de palacios, adornada con todo el refinamiento de comodidad y lujo inteligente que caracteriza a nuestro siglo; pero al fin aldea. ...

En la línea 848
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Ínterin llegaba el esperado día de asistir a la fiesta nocturna, Pilar se acostumbró a pasar un par de horas en el salón de Damas del Casino, de una a tres de la tarde generalmente. Es el salón de Damas un atractivo más del hermoso edificio donde se reconcentra la animación termal; allí las señoras abonadas al Casino pueden refugiarse, sin temor a invasiones masculinas; allí están en su casa, y son reinas absolutas, tocan el piano, bordan, charlan, y a veces se deslizan hasta el lujo de un sorbete o de alguna confitura o bombón que roen con igual deleite que si fuesen ratoncillos sueltos en un armario de golosinas. Es un harén de moras civilizadas, un gineceo no oculto en la pudorosa sombra del hogar, sino descaradamente implantado en el sitio más público que darse puede. Allí concurrían y se congregaban todos los astros hembras del firmamento de Vichy, y allí encontraba Pilar reunida a la escasa, pero brillante colonia hispano americana; las de Amézaga, Luisa Natal, la condesa de Monteros: y se formaba una especie de núcleo español, si no el más numeroso, tampoco el menos animado y alegre. Mientras alguna rubia inglesa ejecutaba en el piano trozos de música clásica, y las francesas asían de los cabellos la ocasión de lucir primorosas labores de cañamazo, dando en ellas tres puntos por hora, las españolas, más francas, aceptaban la holgazanería completa, dedicándose a hablar y a manejar el abanico. Una magnífica esfera geográfica, colocada al extremo del salón, parecía preguntarse cuál era su objeto y destino en semejante lugar; y en cambio, los retratos de las dos hermanas de Luis XVI, Victoria y Adelaida, damas tradicionales de Vichy, sonreían, empolvada la cabellera, rosadas y benévolas, presidiendo el certamen de frivolidad continua celebrado a honra suya. Eran murmullos como de voleteos de pájaros en pajarera, ruido de risitas semejante a sartas de perlas que caen desgranándose en una copa de cristal, sedoso crujir de países de abanico, estallido seco de varillajes, ruedecillas de sillón que un punto corrían sobre el encerado piso, ruge-ruge de faldas, que parecía estridor de alitas de insecto. Embalsamaban la atmósfera leves auras de gardenia, de vinagre de tocador, de sal inglesa, de perfumería Rimmel. No se veían sino dijes y prendas graciosas abandonadas sobre sillas y mesas; sombrillas largas, de seda, muy recamadas de cordoncillo de oro; cabás y estuches de labor, ya de cuero de Rusia, ya de paja con moños y borlas de estambre; aquí un chal de encaje, allí un pañuelo de batista; acá un ramo de flores que agoniza exhalando su esencia más deliciosa; acullá un velito de moteado tul, y encima las horquillas que sirven para prenderle… El grupo de españolas, capitaneado por Lola Amézaga, que era muy resuelta, tenía cierta independencia e intimidad, bien distinta de la reserva secatona de las inglesas: y aún entre ambos bandos se advertía disimulada hostilidad y recíproco desdén. ...

En la línea 949
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pasaba este diálogo entre el doctor y Lucía, a distancia suficiente del lecho de la enferma, a fin de que no oyese palabra. Lucía se enteró muy al por menor de cuanto concernía a la asistencia, de las horas del alimento, de las precauciones que adoptar importaba. Después de aplicar a Pilar los medicamentos que el doctor dispuso, arregló el cuarto andando en la punta de los pies, puso cada cosa en su sitio, entornó las celosías y se instaló al lado de la cama, en una silleta baja de hacer labor. Pilar estaba muy agitada, y ardía de sed; a cada paso Lucía le llegaba a los labios el pistero de agua de goma, previamente templada en una estufilla. Por la tarde vino Duhamel, y se cercioró de que los revulsivos habían logrado aclarar un poco la voz de la enferma y facilitar su respiración congojosa. No obstante, la calentura era alta, el sudor se había suprimido. Ocho días duró la congestión pulmonar, y cuando Duhamel ordenó a Pilar levantarse, porque la cama acrecentaba el recargo y agotaba sus fuerzas, era aquella criatura un espectro; a los caracteres asaz tristes de la anemia, se unían ahora otros más alarmantes. Al vestirse, sus miembros no sostenían la ropa, que se escapaba del cuerpo como de un maniquí mal relleno. Ella misma se asustó, y en uno de los momentos lúcidos que suelen tener los atacados del terrible mal que ya la oprimía entre sus garras, pidió el espejillo famoso, y Lucía, por no contrariarla, se lo presentó de mala gana. Al fijar sus ojos en él, Pilar recordaba cómo se había visto la noche del baile, con sus claveles, su pelo artísticamente rizado, y la sonrisa de placer que le iluminaba el rostro. Fue tal el contraste entre lo pasado y lo presente, entre la cara de ocho días atrás y la de hoy, que Pilar, con rápido movimiento, arrojó al suelo el espejillo. Quebrose la clara luna, y las cinceladuras finísimas del marco se abollaron al golpe. ...


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de b;v

Las Reglas Ortográficas de la B

Regla 1 de la B

Detrás de m se escribe siempre b.

Por ejemplo:

sombrío
temblando
asombroso.

Regla 2 de la B

Se escriben con b las palabras que empiezan con las sílabas bu-, bur- y bus-.

Por ejemplo: bujía, burbuja, busqué.

Regla 3 de la B

Se escribe b a continuación de la sílaba al- de inicio de palabra.

Por ejemplo: albanés, albergar.

Excepciones: Álvaro, alvéolo.

Regla 4 de la B

Las palabras que terminan en -bundo o -bunda y -bilidad se escriben con b.

Por ejemplo: vagabundo, nauseabundo, amabilidad, sociabilidad.

Excepciones: movilidad y civilidad.

Regla 5 de la B

Se escriben con b las terminaciones del pretérito imperfecto de indicativo de los verbos de la primera conjugación y también el pretérito imperfecto de indicativo del verbo ir.

Ejemplos: desplazaban, iba, faltaba, estaba, llegaba, miraba, observaban, levantaba, etc.

Regla 6 de la B

Se escriben con b, en todos sus tiempos, los verbos deber, beber, caber, haber y saber.

Regla 7 de la B

Se escribe con b los verbos acabados en -buir y en -bir. Por ejemplo: contribuir, imbuir, subir, recibir, etc.

Excepciones: hervir, servir y vivir, y sus derivados.

Las Reglas Ortográficas de la V

Regla 1 de la V Se escriben con v el presente de indicativo, subjuntivo e imperativo del verbo ir, así como el pretérito perfecto simple y el pretérito imperfecto de subjuntivo de los verbos tener, estar, andar y sus derivados. Por ejemplo: estuviera o estuviese.

Regla 2 de la V Se escriben con v los adjetivos que terminan en -ava, -ave, -avo, -eva, -eve, -evo, -iva, -ivo.

Por ejemplo: octava, grave, bravo, nueva, leve, longevo, cautiva, primitivo.

Regla 3 de la V Detrás de d y de b también se escribe v. Por ejemplo: advertencia, subvención.

Regla 4 de la V Las palabras que empiezan por di- se escriben con v.

Por ejemplo: divertir, división.

Excepciones: dibujo y sus derivados.

Regla 5 de la V Detrás de n se escribe v. Por ejemplo: enviar, invento.


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras b;v


la Ortografía es divertida

Palabras parecidas a labor

La palabra espinazo
La palabra hombros
La palabra media
La palabra estridente
La palabra subir
La palabra fresca
La palabra penosos

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