Cual es errónea Instinto o Hinstinto?
La palabra correcta es Instinto. Sin Embargo Hinstinto se trata de un error ortográfico.
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Instinto en la wikipedia.
Sinonimos de Instinto.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Instinto
Cómo se escribe instinto o hinstinto?
Cómo se escribe instinto o inztinto?
Algunas Frases de libros en las que aparece instinto
La palabra instinto puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 526
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Muerto de sueño, jamás se atrevía, como sus compañeros, a dormir en el carro, dejando que las bestias marchasen guiadas por su instinto. ...
En la línea 1716
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y con un instinto de ser superior nacido para el mando y que sabe imponer la obediencia, comenzó a dar órdenes a todas las mujeres, que rivalizaban por servir a la familia antes odiada. ...
En la línea 341
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los escándalos de la _Marquesita_ indignaban a muchos y regocijaban a los más. La gente popular la miraba con cierta simpatía, como si con sus envilecimientos halagase el instinto igualitario de los de abajo. Las familias ricas y devotas que no podían negar su parentesco con los de San Dionisio, buscado antes como un título de orgullo, decían con resignación: «Debe de estar loca; Dios tocará su alma para que se arrepienta». ...
En la línea 483
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... _Zarandilla_ se metió entre ellos, adivinándolos por el tacto, marchando a ciegas en la penumbra de la cuadra, acariciando a unos en los ijares, rascando a otros en la frente, llamándolos con nombres cariñosos y librándose por instinto de las patadas de impaciencia y de alegría que daban con sus cascos herrados. «¡Quieto, _Brillante_!» «¡No seas malo, _Lucero_!» Y pasaba, encorvándose, por debajo de los vientres para ir hasta el otro extremo de la cuadra, mientras el aperador explicaba a Salvatierra la valía de este tesoro. ...
En la línea 780
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... A ver, dime tú, ¿cuándo se ha levantado de veras este país? ¿Cuándo hemos tenido una revolución?... La única de verdad fue el año 8, y si el país se sublevó fue porque se le llevaban secuestrados unos cuantos príncipes e infantes, que eran bobos de nacimiento y malvados por instinto hereditario; y la bestia popular derramó su sangre para que volviesen esos señores, que agradecieron tantos sacrificios enviando a unos a presidio y a otros a la horca. ¡Famoso pueblo! Anda y sacrifícate esperando algo de él... Después ya no se han visto revoluciones; todo han sido pronunciamientos del ejército, motines por el medro o por antagonismo personal, que si sirvieron de algo fue indirectamente, por apoderarse de ellos las corrientes de opinión. Y como ahora los generales ya no se sublevan, porque tienen todo lo que quieren, y cuidan en lo alto de halagarles, aleccionados por la Historia, ¡se acabó la revolución! Los que trabajan por ella sudan y se fatigan con tanto éxito como si sacasen agua en espuertas... ¡Saludo a los héroes desde la puerta de mi retiro!... pero no doy ni un paso para acompañarles. Yo no pertenezco a su gloriosa clase; soy ave de corral tranquila y bien cebada, y no me arrepiento de ello cuando veo a mi antiguo camarada Fernando Salvatierra, el amigote de tu padre, vestido de invierno en el verano, y de verano en invierno, comiendo pan y queso, con una celda reservada en todos las cárceles de la Península y molestado a cada paso por la vigilancia... Muy bonito; los periódicos publican el nombre del héroe, tal vez la historia llegue a hablar de él, pero yo prefiero mi mesa en el escritorio, mi sillón, que me hace pensar en los canónigos reunidos en el coro, y la generosidad de don Pablo, que es espléndido como un príncipe con los que saben llevarle el aire. ...
En la línea 1322
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Algunas veces, Dupont, influenciado por la soledad, que incita a las mayores audacias, y por el perfume de una carne virginal que parecía humear vida a las horas de calor, dejábase arrastrar por su instinto y ponía astutamente sus manos en aquel cuerpo. ...
En la línea 262
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... » Y todo lo que hacía Cuervo era una especie de seducción que ayudaba, con rodeos y disimulos, eufemismos y elipsis, a seguir las tendencias del egoísmo que busca el placer, que huye del dolor por instinto, y que en la vecindad de la muerte siente con nueva fuerza, picante, irresistible, el ansia de querer vivir a toda costa y siempre. ...
En la línea 902
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Ya sabéis cuán difícil de conocer es la ver dad, y a menos de estar dotado de ese instinto admirable que ha he cho llamar a Luis XIII el Justo. ...
En la línea 1292
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Hablad, señor, hablad -dijo D'Artagnan, que por instinto olfa teó algo ventajoso. ...
En la línea 1641
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Los vecinos, que habían abierto las ventanas con la sagre fría peculiar de los habitantes de Paris en aquellos tiempos de tumultos y d e riñas perpetuas, las volvieron a cenrar cuando hubieron visto huir a los cuatro hombres negros: su instinto les decía que por el momento todo estaba acabado. ...
En la línea 1842
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Este medio era tan simple que D'Artagnan lo empleó naturalmente y por instinto. ...
En la línea 3966
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¿Me llevará a una cueva de ladrones, que me corten el cuello? ¿No hace más que seguir, por instinto, a su amo?» No tardé en desechar ambas suposiciones. ...
En la línea 4854
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Entramos; a derecha e izquierda se alzaban las rocas a pico e interceptaban la escasa luz del crepúsculo, de suerte que en torno nuestro reinaban tinieblas sepulcrales o, más bien, las tinieblas del valle de la sombra de muerte, y no sabíamos por dónde íbamos; pero confiábamos en el instinto de los caballos, que avanzaban con las cabezas pegadas al suelo. ...
En la línea 501
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El perro de pastor acude todos los días a la granja en busca de carne para su comida; en cuanto le dan su ración huye, como si tuviese vergüenza del paso que acaba de dar. Los perros de la casa se le muestran muy hostiles, y el más pequeño de ellos no vacila en atacarle y perseguirle. Pero, en cuanto el perro de pastor se encuentra ya junto a su rebaño, vuélvese y comienza a ladrar; entonces, todos los perros que antes le perseguían huyen a todo correr. Asimismo, una banda entera de perros salvajes hambrientos rara vez, y hasta se me ha dicho que nunca, se atreven a atacar a un rebaño guardado por uno de esos fieles pastores. Todo esto me parece un curioso ejemplo de la flexibilidad de los afectos en el perro. Ya sea salvaje, ya educado de cualquier modo que lo estuviere, conserva un sentimiento de respeto o de temor hacia quienes obedecen a su instinto de asociación. En efecto, no podemos comprender por qué los perros salvajes retroceden ante un solo perro acompañado de su rebaño, sino admitiendo en ellos una especie de idea confusa de que quien va con tanta compañía adquiere cierto 3 A ...
En la línea 503
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... poderío, como si le acompañasen otros individuos de su especie. Cuvier ha hecho observar que todos los animales fáciles de domesticar consideran al hombre como uno de los miembros de su propia sociedad, y que obedecen así a su instinto de asociación. ...
En la línea 621
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... le da en las patas, pero no consigue rodeárselas. Tira entonces al suelo el sombrero para fijar el lugar donde han caído las bolas, y sin dejar de perseguir la vaca al galope, prepara su lazo, alcanza al animal, después de una carrera violentísima, y consigue engancharla por los cuernos. El otro gaucho nos había precedido con los caballos de la brida, de modo que le fue difícil a Santiago matar al furioso animal. Sin embargo, consiguió arrastrarle a un punto en que el terreno era perfectamente llano, utilizando para ello todos los esfuerzos que hacía para aproximarse a él. Cuando la vaca no quería moverse, el caballo, perfectamente amaestrado en este género de ejercicios, se le acercaba y la empujaba violentamente con el petral. Pero no consistía todo en llevarla a terreno llano, había que matar a aquel animal loco de terror,, lo cual no parecía nada fácil para un hombre solo. Hasta imposible hubiera sido si el caballo no comprendiera, por instinto, que cuando su amo lo abandonaba estaba perdido si el lazo no permanecía siempre tirante; de tal manera, que si el toro o la vaca hace un movimiento de avance, el caballo avanza en el acto en la misma dirección; si la vaca permanece tranquila, el caballo no se mueve afianzado sobre las patas traseras. Pero el caballo de Santiago, muy joven todavía, no conocía bien esta maniobra y la vaca se acercaba a él poco a poco. Espectáculo admirable fue el ver con qué destreza logro Santiago pasar detrás de la fiera, evitar sus cornadas y desjarretarla, en fin; después de lo cual no hubo dificultad alguna para hundirle el cuchillo en la nuca, cayendo entonces la vaca como herida por el rayo (descabellada). Cortóle entonces varios trozos de carne, conservando la piel, pero no hueso; en cantidad suficiente para nuestra expedición. Dirigímonos al punto que habíamos elegido para pasarla noche; tuvimos por cena carne con cuero, o sea carne asada con la piel. Es tan superior esta carne a la vaca ordinaria, como el corzo respecto del carnero. Tómase un gran trozo circular del lomo del animal, y se asa sobre los carbones con la piel para abajo, que forma una especie de salsera, por cuyo medio no se pierde una sola gota del jugo de la carne. Si hubiera cenado con nosotros aquella noche un respetable concejal, no hay para qué decir cuán pronto habríase celebrado en Londres la carne con cuero. ...
En la línea 693
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Las diferentes tribus no tienen gobierno, ni jefe, y están rodeadas por otras tribus hostiles que hablan dialectos distintos. Están separadas unas de otras por un territorio neutral que permanece desierto; la principal causa de sus guerras perpetuas parece ser la dificultad que experimentan para proporcionarse alimentos. Todo el país no es más que una enorme masa de rocas abruptas, de colinas elevadas, de inútiles bosques, envueltos en brumas perpetuas y atormentados por tempestades incesantes. La tierra habitable se compone sólo de las piedras de la costa. Para encontrar alimento han de errar constantemente de playa en playa, y es tan escarpada la costa que no pueden cambiar de domicilio sino mediante sus miserables canoas. No pueden conocer las dulzuras del hogar doméstico, y menos aún las del afecto conyugal, porque el hombre no es más que el dueño brutal de su mujer o más bien de su esclava. ¡Qué acto se habrá cometido jamás tan horrible como aquel de que Byron fue testigo en la costa occidental! Vio a una desgraciada mujer recogiendo el cadáver sangriento de su hijo, a quien su marido había estrellado contra las rocas porque el niño había derramado un cesto de huevos de mar. ¿Hay, por lo demás, en su existencia nada que pueda desarrollar facultades intelectuales elevadas? ¿Necesitan imaginación, razón, ni juicio? Nada tienen que imaginar, nada que comparar, nada que decidir. Para despegar una lapa de las piedras, ni aun necesita emplear la astucia, esa ínfima facultad del espíritu. En cierto modo pueden compararse sus escasas facultades al instinto de los animales, puesto que no se aprovechan de la experiencia. Su producción más ingeniosa, la canoa, tan primitiva como es, no ha hecho ningún progreso durante los doscientos cincuenta años últimos; para convencernos de ello no tenemos más que abrir los relatos del viaje de Drake. ...
En la línea 216
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era montañés, y por instinto buscaba las cumbres de los montes y los campanarios de las iglesias. ...
En la línea 1422
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ¡improper! ¡improper! ¡Si ya lo decía yo! El instinto. ...
En la línea 1506
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Se había equivocado su natural instinto de la niñez; aquella amistad de Germán había sido un pecado, ¿quién lo diría? Lo mejor era huir del hombre. ...
En la línea 1558
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El santo decía que los niños son por instinto malos, que su perversión innata hace gozar y reír a los que los aman; pero sus gracias son defectos; el egoísmo, la ira, la vanidad los impulsan. ...
En la línea 1592
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Por instinto miró en torno, lo mismo que ella. El hombre del monóculo estaba a pocos pasos, apoyado en una columna, haciendo gestos de impaciencia. Al verse sorprendido por los ojos de Borja, miró a éste con fijeza agresiva. ...
En la línea 79
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El joven olvidó pronto esta felonía. Necesitaba trabajar para salir de su angustiosa situación. Durante algunas horas remó y remó, siguiendo el rumbo que le aconsejaba su instinto. ...
En la línea 465
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al gobernar las mujeres, solucionaron por el sentimentalismo y el instinto lo que los hombres no habían podido arreglar nunca valiéndose de su razón. Los más de los problemas sociales se resolvieron simplemente suprimiendo la envidia. Pero prescindo de entrar en detalles y vuelvo a lo que hicieron los primeros organizadores de la Verdadera Revolución. ...
En la línea 616
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Mi madre nunca quiso dejármelo leer. La pobre adivinaba que su lectura acabaría con mi tranquilidad, haciéndome infeliz por todo el resto de mis años. Al morir ella lo recogí como única herencia, y sin saber por que, a impulsos de un confuso instinto, no quise enseñárselo al profesor Flimnap. ...
En la línea 1262
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una agradable sorpresa le conmovió entonces de tal modo, que por instinto hubo de tomar al pigmeo entre dos dedos de su mano izquierda para que no se cayese de la mano derecha… . Lo que el creía un hombre era miss Margaret Haynes que venía a visitarle. ...
En la línea 69
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... También la casa de Gumersindo Arnaiz, hermano de Barbarita, ha pasado por grandes crisis y mudanzas desde que murió D. Bonifacio. Dos años después del casamiento de su hermana con Santa Cruz, casó Gumersindo con Isabel Cordero, hija de D. Benigno Cordero, mujer de gran disposición, que supo ver claro en el negocio de tiendas y ha sido la salvadora de aquel acreditado establecimiento. Comprometido éste del 40 al 45, por los últimos errores del difunto Arnaiz, se defendió con los mahones, aquellas telas ligeras y frescas que tanto se usaron hasta el 54. El género de China decaía visiblemente. Las galeras aceleradas iban trayendo a Madrid cada día con más presteza las novedades parisienses, y se apuntaba la invasión lenta y tiránica de los medios colores, que pretenden ser signo de cultura. La sociedad española empezaba a presumir de seria; es decir, a vestirse lúgubremente, y el alegre imperio de los colorines se derrumbaba de un modo indudable. Como se habían ido las capas rojas, se fueron los pañuelos de Manila. La aristocracia los cedía con desdén a la clase media, y esta, que también quería ser aristócrata, entregábalos al pueblo, último y fiel adepto de los matices vivos. Aquel encanto de los ojos, aquel prodigio de color, remedo de la naturaleza sonriente, encendida por el sol de Mediodía, empezó a perder terreno, aunque el pueblo, con instinto de colorista y poeta, defendía la prenda española como defendió el parque de Monteleón y los reductos de Zaragoza. Poco a poco iba cayendo el chal de los hombros de las mujeres hermosas, porque la sociedad se empeñaba en parecer grave, y para ser grave nada mejor que envolverse en tintas de tristeza. Estamos bajo la influencia del Norte de Europa, y ese maldito Norte nos impone los grises que toma de su ahumado cielo. El sombrero de copa da mucha respetabilidad a la fisonomía, y raro es el hombre que no se cree importante sólo con llevar sobre la cabeza un cañón de chimenea. Las señoras no se tienen por tales si no van vestidas de color de hollín, ceniza, rapé, verde botella o pasa de corinto. Los tonos vivos las encanallan, porque el pueblo ama el rojo bermellón, el amarillo tila, el cadmio y el verde forraje; y está tan arraigado en la plebe el sentimiento del color, que la seriedad no ha podido establecer su imperio sino transigiendo. El pueblo ha aceptado el oscuro de las capas, imponiendo el rojo de las vueltas; ha consentido las capotas, conservando las mantillas y los pañuelos chillones para la cabeza; ha transigido con los gabanes y aun con el polisón, a cambio de las toquillas de gama clara, en que domina el celeste, el rosa y el amarillo de Nápoles. El crespón es el que ha ido decayendo desde 1840, no sólo por la citada evolución de la seriedad europea, que nos ha cogido de medio a medio, sino por causas económicas a las que no podíamos sustraernos. ...
En la línea 158
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Pues sí—dijo ella, después de una conversación preparada con gracia—. Es preciso que te cases. Ya te tengo la mujer buscada. Eres un chiquillo, y a ti hay que dártelo todo hecho. ¡Qué será de ti el día en que yo te falte! Por eso quiero dejarte en buenas manos… No te rías, no; es la verdad, yo tengo que cuidar de todo, lo mismo de pegarte el botón que se te ha caído, que de elegirte la que ha de ser compañera de toda tu vida, la que te ha de mimar cuando yo me muera. ¿A ti te cabe en la cabeza que pueda yo proponerte nada que no te convenga?… No. Pues a callar, y pon tu porvenir en mis manos. No sé qué instinto tenemos las madres, algunas quiero decir. En ciertos casos no nos equivocamos; somos infalibles como el Papa». ...
En la línea 933
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La vanidad de Platón cayó de golpe cuando más se remontaba, y no encontrando aplicación adecuada a su personalidad, se estrelló en la conciencia de su estolidez. «Yo… para tirar de un carromato—pensó—. Después dejó caer la varonil y gallarda cabeza sobre el pecho y estuvo meditando un rato sobre el por qué de su perra suerte. Ido permaneció completamente insensible a la lisonja que le soltara su amigo, y tenía la imaginación sumergida en sombrío lago de tristezas, dudas, temores y desconfianzas. A Izquierdo le roía el pesimismo. La carga de la bebida en su estómago no tuvo poca parte en aquel desaliento horrible, durante el cual vio desfilar ante su mente los treinta años de fracasos que formaban su historia activa… Lo más singular fue que en su tristeza sentía una dulce voz silbándole en el oído: «Tú sirves para algo… no te amontones… ». Mas no se convencía, no. «Al que me dijera —pensaba—, cuál es la judía cosa pa que sirve este piazo de hombre, le querría, si es caso, más que a mi padre». Aquel desventurado era como otros muchos seres que se pasan la mayor parte de la vida fuera de su sitio, rodando, rodando, sin llegar a fijarse en la casilla que su destino les ha marcado. Algunos se mueren y no llegan nunca; Izquierdo debía llegar, a los cincuenta y un años, al puesto que la Providencia le asignara en el mundo, y que bien podríamos llamar glorioso. Un año después de lo que ahora se narra estaba ya aquel planeta errante, puedo dar fe de ello, en su sitio cósmico. Platón descubrió al fin la ley de su sino, aquello para que exclusiva y solutamente servía. Y tuvo sosiego y pan, fue útil y desempeñó un gran papel, y hasta se hizo célebre y se lo disputaban y le traían en palmitas. No hay ser humano, por despreciable que parezca, que no pueda ser eminencia en algo, y aquel buscón sin suerte, después de medio siglo de equivocaciones, ha venido a ser, por su hermosísimo talante, el gran modelo de la pintura histórica contemporánea. Hay que ver la nobleza y arrogancia de su figura cuando me lo encasquetan una armadura fina, o ropillas y balandranes de raso, y me lo ponen haciendo el duque de Gandía, al sentir la corazonada de hacerse santo, o el marqués de Bedmar ante el Consejo de Venecia, o Juan de Lanuza en el patíbulo, o el gran Alba poniéndoles las peras a cuarto a los flamencos. Lo más peregrino es que aquella caballería, toda ignorancia y rudeza, tenía un notable instinto de la postura, sentía hondamente la facha del personaje, y sabía traducirla con el gesto y la expresión de su admirable rostro. ...
En la línea 1016
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... No se hacía de rogar el Pituso. Empezaba a ser descarado. Jacinta sacó un paquetito de caramelos, y él, con ese instinto de los golosos, se abalanzó a ver lo que la señora sacaba de aquellos papeles. Cuando Jacinta le puso un caramelo dentro de la boca, Juanín se reía de gusto. ...
En la línea 1444
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... ¿Qué haría el niño instintivamente? ¿Adónde se dirigiría primero? Bueno –argüía Miles–, iría instintivamente a sus primeras guaridas, porque tal es el instinto de los espiritus perturbados, cuando se ven sin hogar y desamparados, lo mismo que de los espíritus cuerdos. ¿Dónde estaban sus primitivas guaridas? Sus andrajos y el villano que parecía conocerlo, y que incluso pretendía ser su padre, indicaban que su hogar estaba en uno u otro de los distritos más pobres y más viles de Londres. ¿Sería difícil o larga la búsqueda? No, más parecía breve y fácil. No se daría a la caza del muchacho; se daría a la caza de una muchedumbre, en el centro de una muchedumbre, pequeña, o grande, tarde o temprano hallaría seguramente a su pobre amiguito; y la sarnosa turba se entretendría injuriando y agraviando al niño, que, como de costumbre, se estaría proclamando rey. Entonces Miles Hendon tulliría a algunas de estas gentes y se llevaría a su protegido, y lo confortaría y alegraría con palabras cariñosas, y los dos no volverían a separarse nunca más. ...
En la línea 1840
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En medio de estas plantas vivas y bajo los ramajes de los hidrófitos corrían legiones de torpes articulados: raninas dentadas con sus caparazones en forma de triángulo un poco redondeado; birgos propios de estos parajes y horribles partenopes de aspecto verdaderamente repugnante. No menos horroroso era el enorme cangrejo que encontré varias veces, el mismo que fuera observado y descrito por Darwin. Un cangrejo enorme al que la naturaleza ha dado el instinto y la fuerza necesarios para alimentarse de nueces de coco; trepa por los árboles de la orilla y hace caer los cocos que se rajan con el golpe y, ya en el suelo, los abre con sus poderosas pinzas. Bajo el agua, el cangrejo corría con una gran agilidad que contrastaba con el lento desplazamiento entre las rocas de los quelonios que abundan en estas aguas del Malabar. ...
En la línea 1843
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo me indicó con la mano ese prodigioso amontonamiento de madreperlas, una mina verdaderamente inagotable, pues la fuerza creadora de la naturaleza supera al instinto destructivo del hombre. Fiel a ese instinto, Ned Land se apresuraba a llenar con los más hermosos ejemplares un saquito que había tomado consigo. ...
En la línea 1843
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo me indicó con la mano ese prodigioso amontonamiento de madreperlas, una mina verdaderamente inagotable, pues la fuerza creadora de la naturaleza supera al instinto destructivo del hombre. Fiel a ese instinto, Ned Land se apresuraba a llenar con los más hermosos ejemplares un saquito que había tomado consigo. ...
En la línea 2642
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo se mantuvo a menudo sobre la plataforma mientras duró la navegación entre los hielos, en atenta observación de aquellos parajes abandonados. A veces veía yo animarse su tranquila mirada. ¿Se decía acaso a sí mismo que en esos mares polares prohibidos al hombre se hallaba él en sus dominios, dueño de los infranqueables espacios? Tal vez. En todo caso, no hablaba. Permanecía inmóvil hasta que el instinto del piloto que había en él le reclamaba. Dirigía entonces el Nautilus con una pericia consumada; evitaba con habilidad los choques con las grandes masas de hielo, algunas de las cuales medían varias millas de longitud y de setenta a ochenta metros de altura. Con frecuencia el horizonte parecía enteramente cerrado. A la altura de los sesenta grados de latitud, todo paso había desaparecido. Pero en su búsqueda cuidadosa no tardaba el capitán Nemo en hallar alguna estrecha apertura por la que se metía audazmente, a sabiendas, sin embargo, de que habría de cerrarse tras él. ...
En la línea 4237
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, se dirigió apresuradamente a casa de Svidrigailof. ¿Esperaba de él algo nuevo, un consejo, un medio de salir de aquella insoportable situación? El que se está ahogando se aferra a la menor astilla. ¿Era el destino o un secreto instinto el que los aproximaba? Tal vez era simplemente que la fatiga y la desesperación le inspiraban tales ideas; acaso fuera preferible dirigirse a otro, no a Svidrigailof, al que sólo el azar había puesto en su camino. ...
En la línea 4776
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑No necesito oídos ni ojos: cuando llega un ruso, percibo por instinto su presencia… , como dice el cuento. Encantado de verle. ...
En la línea 4869
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En vez de esto, se decía que había obedecido a la fuerza oscura del instinto: cobardía, debilidad… ...
En la línea 690
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Un solo hombre se libró absolutamente de aquella admiración y respeto, como si lo inquietara una especie de instinto incorruptible e imperturbable. Se diría que existe en efecto en ciertos hombres un verdadero instinto animal, puro e íntegro, como todo instinto, que crea la antipatía y la simpatía, que separa fatalmente unas naturalezas de otras, que no vacila, que no se turba, ni se calla, ni se desmiente jamás. Pareciera que advierte al hombre-perro la presencia del hombre-gato. ...
En la línea 690
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Un solo hombre se libró absolutamente de aquella admiración y respeto, como si lo inquietara una especie de instinto incorruptible e imperturbable. Se diría que existe en efecto en ciertos hombres un verdadero instinto animal, puro e íntegro, como todo instinto, que crea la antipatía y la simpatía, que separa fatalmente unas naturalezas de otras, que no vacila, que no se turba, ni se calla, ni se desmiente jamás. Pareciera que advierte al hombre-perro la presencia del hombre-gato. ...
En la línea 690
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Un solo hombre se libró absolutamente de aquella admiración y respeto, como si lo inquietara una especie de instinto incorruptible e imperturbable. Se diría que existe en efecto en ciertos hombres un verdadero instinto animal, puro e íntegro, como todo instinto, que crea la antipatía y la simpatía, que separa fatalmente unas naturalezas de otras, que no vacila, que no se turba, ni se calla, ni se desmiente jamás. Pareciera que advierte al hombre-perro la presencia del hombre-gato. ...
En la línea 1009
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Pero es preciso saber qué pasaba en su alma. En el primer momento, el instinto de conservación alcanzó la victoria; recogió sus ideas, ahogó sus emociones; consideró la presencia de Javert conociendo la magnitud del peligro; aplazó toda resolución con la firmeza que da el espanto; confundió lo que debía hacer, y así recobró su calma, como un gladiador que recoge su escudo. ...
En la línea 326
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Del costado del animal, justo delante de la ijada, sobresalía el extremo emplumado de una flecha, lo cual explicaba la fiereza de su talante. Guiado por el instinto originario de un remoto pasado de cazador en el mundo primitivo, Buck procedió a apartar al alce macho de la manada. No resultó tarea fácil. Ladraba y se movía fuera del alcance de las grandes astas y de los terribles cascos que habrían podido acabar con su vida de un solo golpe. El hecho de no poder dar la espalda a los colmillos y reanudar su camino provocaba en el alce espasmos de ira. En esos momentos cargaba contra Buck, que astutamente retrocedía, una treta para atraerlo simulando no ser capaz de escapar. Pero cuando de esa forma conseguía apartar al alce de sus compañeros, dos o tres machos más jóvenes atacaban a Buck, permitiendo así que el alce herido se reincorporase a la manada. ...
En la línea 54
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... «Su memoria -me había dicho el doctor- procederá como instinto, mientras no cure de la amnesia». ...
En la línea 138
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Un instinto sagrado, empero hacíala amarla. ¿No dicen los palingenésicos que a través de la vida los antiguos amores se vuelven instintos? Con frecuencia la tenía en sus brazos, la dormía en sus rodillas; la acariciaba. ...
En la línea 314
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... ¿Fue sólo la emoción del encuentro? ¿Fue el recuerdo, por el instinto reforzado? ...
En la línea 210
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Al glosar así su dicha, quitábase Miranda el sombrero y buscaba en los bolsillos del sobretodo la gorrilla de viaje roja y negra a cuarterones. Hay movimientos que por instinto nos recuerdan otros, cuando los ejecutamos. El antebrazo de Miranda, al descender, notó un vacío, la falta de algo que antes le estorbaba. Y el dueño del antebrazo, al advertirlo, dio brusco salto, y empezó a mirarse de abajo arriba, y las manos trémulas recorrieron y palparon el pecho y la cintura sin hallar nada; y la boca, impaciente y colérica, soltó en voz ahogada tacos, ternos y votos redondos; y el puño cerrado hirió la desmemoriada frente, como evocando el recuerdo con aquel cachete expresivo: llamado así el recuerdo, acudió por último; al cenar, habíase quitado la cartera, que le molestaba para comer, y puéstola a su lado sobre una silla vacante. Allí debía de estar. Era forzoso recogerla. Pero, ¡y el tren que iba a salir! Ya roncaban las chimeneas, bufando como erizados gatos, y dos o tres silbos agudos preludiaban la marcha. Miranda tuvo un segundo de indecisión. ...
En la línea 295
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Eran todas sus actitudes y ademanes como de hombre rendido y exánime. Algo había descompuesto y roto en aquel noble mecanismo, algún resorte de esos que al saltar interrumpen las funciones de la vida íntima. Hasta en su vestir percibíase la languidez y desaliento que tan a las claras revelaba la fisonomía. No era negligencia, era indiferencia y caimiento de ánimo lo que manifestaba aquel traje obscuro de mezclilla, aquella cadena de oro, impropia para un viaje, aquella corbata atada sin esmero y al caer, aquellos guantes nuevos, de fina piel de Suecia, de color delicado, que no iban a durar limpios ni diez minutos. Faltábale al viajero la elegancia primorosa e inteligente que cuida de los detalles, que hace ciencia del tocador; veíase en él al hombre que es superior a la propia elegancia porque no la ignora, pero la desdeña: grado de cultura por donde se ingresa en una esfera más alta que el buen tono, que al fin y al cabo es categoría social, y quien se eleva por cima del buen tono, eximese también de categorías. Miranda vestía la librea del buen gusto, y por eso, antes de reparar en Miranda, se fijaban las gentes en su ropa, al paso que lo que en Artegui atraía la atención, era Artegui mismo. Ni la irregularidad del vestir encubría, antes bien, patentizaba, la distinción de la persona: cuantas prendas componían su traje eran ricas en su género; inglés el paño, holanda la tela de la camisa, de primera el calzado y guantes. Todo esto lo notó Lucía, más con el instinto que con el entendimiento, porque, inexperta y bisoña, no había llegado aún a dominar la filosofía del traje, en que tan maestras son las mujeres. ...
En la línea 696
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Interrumpió la escena muda el camarero, entrando y presentando a Artegui en una bandejilla un sobre azul, que encerraba un telegrama. No era dable en Artegui palidecer, y, sin embargo, visiblemente se tornaron aún más descoloridos sus pómulos al leer, roto el sobre, lo que el parte decía. Nubláronse sus ojos, y por instinto buscó el apoyo de la chimenea, en cuya tableta de mármol se recostó. A este punto, Lucía, vuelta ya de su asombro primero, se lanzaba a él, y poniéndole las dos manos en los brazos, le suplicaba ansiosamente: ...
En la línea 764
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... La única persona que se consagró a que Pilar observase el régimen saludable, fue, pues, Lucía. Hízolo movida de la necesidad de abnegación que experimentan las naturalezas ricas y jóvenes, a quienes su propia actividad tortura y han menester encaminarla a algún fin, y del instinto que impulsa a dar de comer al animal a quien todos descuidan, o a coger de la mano al niño abandonado en la calle. Al alcance de Lucía sólo estaba Pilar, y en Pilar puso sus afectos. Perico Gonzalvo no simpatizaba con Lucía, encontrándola muy provinciana y muy poco mujer en cuanto a las artes de agradar. Miranda, ya un tanto rejuvenecido por los favorables efectos de la primer semana de aguas, se iba con Perico al Casino, al Parque, enderezando la espina dorsal y retorciéndose otra vez los bigotes. Quedaban pues frente a frente las dos mujeres. Lucía se sujetaba en todo al método de la enferma. A las seis dejaba pasito el lecho conyugal y se iba a despertar a la anémica, a fin de que el prolongado sueño no le causase peligrosos sudores. Sacabala presto al balcón del piso bajo, a respirar el aire puro de la mañanita, y gozaban ambas del amanecer campesino, que parecía sacudir a Vichy, estremeciéndole con una especie de anhelo madrugador. Comenzaba muy temprano la vida cotidiana en la villa termal, porque los habitantes, hosteleros de oficio casi todos durante la estación de aguas, tenían que ir a la compra y apercibirse a dar el almuerzo a sus huéspedes cuando éstos volviesen de beber el primer vaso. Por lo regular, aparecía el alba un tanto envuelta en crespones grises, y las copas de los grandes árboles susurraban al cruzarlas el airecillo retozón. Pasaba algún obrero, larga la barba, mal lavado y huraño el semblante, renqueando, soñoliento, el espinazo arqueado aún por la curvatura del sueño de plomo a que se entregaran la víspera sus miembros exhaustos. Las criadas de servir, con el cesto al brazo, ancho mandil de tela gris o azul, pelo bien alisado -como de mujer que sólo dispone en el día de diez minutos para el tocador y los aprovecha-, iban con paso ligero, temerosas de que se les hiciese tarde. Los quintos salían de un cuartel próximo, derechos, muy abotonados de uniforme, las orejas coloradas con tanto frotárselas en las abluciones matinales, el cogote afeitado al rape, las manos en los bolsillos del pantalón, silbando alguna tonada. Una vejezuela, con su gorra muy blanca y limpia, remangado el traje, barría con esmero las hojas secas esparcidas por la acera de asfalto; seguíala un faldero que olfateaba como desorientado cada montón de hojas reunido por la escoba diligente. Carros se velan muchísimos y de todas formas y dimensiones, y entreteníase Lucía en observarlos y compararlos. Algunos, montados en dos enormes ruedas, iban tirados por un asnillo de impacientes orejas, y guiados por mujeres de rostro duro y curtido, que llevaban el clásico sombrero borbonés, especie de esportilla de paja con dos cintas de terciopelo negro cruzadas por la copa: eran carros de lechera: en la zaga, una fila de cántaros de hojalata encerraba la mercancía. Las carretas de transportar tierra y cal eran más bastas y las movía un forzudo percherón, cuyos jaeces adornaban flecos de lana roja. Al ir de vacío rodaban con cierta dejadez, y al volver cargados, el conductor manejaba la fusta, el caballo trotaba animosamente y repiqueteaban las campanillas de la frontalera. Si hacía sol, Lucía y Pilar bajaban al jardinete y pegaban el rostro a los hierros de la verja; pero en las mañanas lluviosas quedábanse en el balcón, protegidas por los voladizos del chalet, y escuchando el rumor de las gotas de lluvia, cayendo aprisa, aprisa, con menudo ruido de bombardeo, sobre las hojas de los plátanos, que crujían como la seda al arrugarse. ...
En la línea 1151
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Algunos instantes después que Fix salió del fumadero, dos mozos habían recogido a Picaporte, profundamente dormido, y lo habían acostado sobre la tarima reservada a los fumadores. Pero, tres horas más tarde, Picaporte, perseguido hasta en sus pesadillas por una idea fija, se despertaba y luchaba contra la acción enervante del narcótico. El pensamiento de su deber no cumplido sacudía su entorpecimiento. Bajaba de aquella tarima de ebrios, y apoyándose, vacilante, en las paredes, cayendo y levantándose, pero siempre impelido por una especie de instinto, salía del fumadero gritando como en suefíos: ¡el 'Carnatic', el 'Carnatic'! ...

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Reglas relacionadas con los errores de h
Las Reglas Ortográficas de la H
Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).
Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.
Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.
Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.
Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.
Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.
Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).
Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)
- oquedad (de hueco)
- orfandad, orfanato (de huérfano)
- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra h

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