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La palabra ombro
Cómo se escribe

Comó se escribe ombro o hombro?

Cual es errónea Hombro o Ombro?

La palabra correcta es Hombro. Sin Embargo Ombro se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra ombro es que se ha eliminado o se ha añadido la letra h a la palabra hombro

Errores Ortográficos típicos con la palabra Hombro

Cómo se escribe hombro o honbro?
Cómo se escribe hombro o hombrro?
Cómo se escribe hombro o homvro?
Cómo se escribe hombro o ombro?

Reglas relacionadas con los errores de h

Las Reglas Ortográficas de la H

Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).

Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.

Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.

Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.

Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.

Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.

Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).

Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)

- oquedad (de hueco)

- orfandad, orfanato (de huérfano)

- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra h


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece hombro

La palabra hombro puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 493
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¿Qué culpa tenían ellos? Y por la noche, cuando se retiraban con el azadón al hombro, no faltaba una buena alma que los llamase desde la puerta de la taberna de Copa. ...

En la línea 560
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El hijo mayor hacía continuos viajes a Valencia con la espuerta al hombro, trayendo estiércol y escombros, que colocaba en dos montones, como columnata de honor, a la entrada de la barraca. ...

En la línea 1251
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tan a ciegas iban los golpes que los demás se apretaban en los bancos, cabeza en el hombro del vecino; y a un chiquitín, el hijo pequeño de Batiste, asustado por el estrépito de la caña, se le fue el cuerpo. ...

En la línea 1994
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los espectadores más inmediatos miraban los naipes a cada uno por encima del hombro para convencerse de que jugaba bien. ...

En la línea 209
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡Por fin, ya la tenían! ¡Llegaba lo bueno!... Pero a los pocos meses le buscó Salvatierra, como a otros muchos. Los de Madrid eran unos traidores y la tal República resultaba un pastel. Había que hacerla federal o matarla; era preciso proclamar los cantones. Y otra vez Fermín, con el fusil al hombro, batiéndose en Sevilla, en Cádiz y en la montaña por cosas que no entendía, pero que debían ser verdades tan claras como el sol, ya que Salvatierra las proclamaba. De esta segunda aventura salió peor librado. Le cogieron y pasó muchos meses en el Hacho de Ceuta, confundido con prisioneros carlistas e insurrectos cubanos, en un amontonamiento y una miseria de los que aún se acordaba con horror después de tantos años. ...

En la línea 284
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Un encuentro en la sierra al anochecer con los del resguardo. Él había herido para abrirse paso, y en la huida le alcanzó una bala en la espalda, debajo del hombro. En un ventorrillo le habían curado de cualquier modo, con la misma rudeza con que cuidaban a las bestias, y al oír, en el silencio de la noche, con su fino oído de hombre de la sierra, el trote de los caballos enemigos, había vuelto sobre la silla para no dejarse coger. Un galope de leguas, desesperado, loco, haciendo esfuerzos por mantenerse sobre los estribos, apretando sus piernas con el estertor de una voluntad próxima a desvanecerse, rodándole la cabeza, viendo nubes rojas en la oscuridad de la noche, mientras por el pecho y la espalda se escurría algo viscoso y caliente, que parecía llevársele la vida con punzante cosquilleo. Deseaba esconderse, que no le cogieran: y para esto, ningún refugio como Marchamalo, en aquella época que no era de trabajo y los viñadores estaban ausentes. Además, si su destino era morir, deseaba que fuese entre los que más quería en el mundo. Y sus ojos se dilataban al decir esto: se esforzaba por acariciar con ellos, entre el lagrimeo del dolor, a la hija de su padrino. ...

En la línea 501
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Rafael agarró al mozuelo por un hombro, haciéndolo balancearse, y lo presentó a Salvatierra con una gravedad cómica. ...

En la línea 518
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero lejos de indignarse, rompía en elogios del tío _Alcaparrón_, un hombre de iniciativas que, cansado de pasar hambre en Jerez y verse en peligro de ir a la cárcel siempre que se extraviaba un asno o una mula, se había echado al hombro la guitarra, no parando con todo su «ganao», como él llamaba a las hijas, hasta el mismo París. Y _Alcaparrón_ reía irónicamente de la simpleza de los _gachés_, de toda la gente que domina el mundo y oprime a los pobres gitanos, recordando ciertos prospectos y periódicos que había visto con el retrato de su respetable tío, luciendo sus patillas de _boca de jacha_, y su cara de ladrón, bajo un sombrero de catite como un campanario y rodeado de columnas impresas en lengua extraña, en las que se hablaba de _mademoiselles_ las _Alcaparronas_ y se celebraba su gracia y hermosura, repitiendo, cada seis renglones _¡ollé! ¡ollé!_... ¡Y su tío, para mayor solemnidad, se titulaba el capitán _Alcaparrón_! ¿Capitán de qué?... Y sus primas, las _mademoiselles_, se hacían robar por señorones que le tenían miedo al padre, _le terrible hidalgo_, que tantas veces había rasgueado filosóficamente la guitarra en los colmados, mientras las niñas se ocultaban con los señoritos en los cuartos más lejanos. ¡_Josú_, qué guasa!... ...

En la línea 539
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Capítulo IVEl hombro de Athos, el tahalí de Porthos y el pañuelo de AramisD'Artagnan, furioso, había atravesado la antecámara de tres saltos y se abalanzaba a laescalera cuyos escalones contaba con descender de cuatro en cuatro cuando, arrastrado por su camera, fue a dar de cabeza en un mosquetero que salía del gabinete del señ or de Tréville por una puerta de excusado; y al golpearle con la frente en el hombro, le hizo lanzar un grito o mejor un aullido. ...

En la línea 539
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Capítulo IVEl hombro de Athos, el tahalí de Porthos y el pañuelo de AramisD'Artagnan, furioso, había atravesado la antecámara de tres saltos y se abalanzaba a laescalera cuyos escalones contaba con descender de cuatro en cuatro cuando, arrastrado por su camera, fue a dar de cabeza en un mosquetero que salía del gabinete del señ or de Tréville por una puerta de excusado; y al golpearle con la frente en el hombro, le hizo lanzar un grito o mejor un aullido. ...

En la línea 577
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... ¿Te néis acaso la rabiapara lanzaros de ese modo sobre las personas? -Perdonadme -dijo D'Artagnan reapareciendo bajo el hombro del gigante -, pero tengo mucha prisa, como detrás de uno, y. ...

En la línea 600
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Sin embargo, como la esperanza es lo último que se apaga en el corazón del hom bre, llegó a esperar que podría sobrevivir, con heridas terribles, por supuesto, a aquellos dos duelos, y, en caso de supervivencia, se hizo para el futuro las reprimendas siguientes:-¡Qué atolondrado y ganso soy! Ese valiente y desgraciado Athos estaba herido justamente en el hombro contra el que yo voy a dar con la cabeza como si fuera un morueco. ...

En la línea 530
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Sobre sus hombros tenía un jabalí—en su seno dormía un oso negro, etc.» El cabrero tenía en un hombro un animal, que, según me dijo, era una _lontra_, o nutria, acabada de cazar en el arroyo inmediato; una cuerda, atada por un extremo al brazo del cazador, la rodeaba el cuello. ...

En la línea 752
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Marchaban tras él seis hombres en hilera, fusil al hombro, con sendas hachas pendientes de la faja, destinadas probablemente a tajar a los bandoleros hasta la cintura, en cuanto se aventurasen a luchar cuerpo a cuerpo. ...

En la línea 1291
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ya iba a levantarme, con intención de huir de la casa, cuando sentí posarse una mano en mi hombro, y oí la voz de Antonio, que decía: —No te asustes, hermano; soy yo. ...

En la línea 1636
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Colgadas del hombro izquierdo llevaba unas alforjas, y en la mano derecha una pértiga. ...

En la línea 512
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y el primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno, el cual fue dado con tanta fuerza y tanta furia que, a no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa contienda y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su contrario, de modo que, aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada, con la mitad de la oreja; que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho. ...

En la línea 2163
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... «Dijo más: que había de ser alto de cuerpo, seco de rostro, y que en el lado derecho, debajo del hombro izquierdo, o por allí junto, había de tener un lunar pardo con ciertos cabellos a manera de cerdas.» En oyendo esto don Quijote, dijo a su escudero: -Ten aquí, Sancho, hijo, ayúdame a desnudar, que quiero ver si soy el caballero que aquel sabio rey dejó profetizado. ...

En la línea 2167
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Eso basta -dijo Dorotea-, porque con los amigos no se ha de mirar en pocas cosas, y que esté en el hombro o que esté en el espinazo, importa poco; basta que haya lunar, y esté donde estuviere, pues todo es una mesma carne; y, sin duda, acertó mi buen padre en todo, y yo he acertado en encomendarme al señor don Quijote, que él es por quien mi padre dijo, pues las señales del rostro vienen con las de la buena fama que este caballero tiene no sólo en España, pero en toda la Mancha, pues apenas me hube desembarcado en Osuna, cuando oí decir tantas hazañas suyas, que luego me dio el alma que era el mesmo que venía a buscar. ...

En la línea 2606
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario la tenía asida, la sacó, y, guiando su punta por parte que pudiese herir no profundamente, se la entró y escondió por más arriba de la islilla del lado izquierdo, junto al hombro, y luego se dejó caer en el suelo, como desmayada. ...

En la línea 2290
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 18 de noviembre.- Salto a tierra muy temprano; me llevo un saco lleno de provisiones y dos mantas, una para mí y otra para mi criado. ata todo a los dos extremos de un palo largo que mis guías taitianos llevan por turno al hombro ...

En la línea 577
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Había apretones de mano, golpecitos en el hombro, bromitas sempiternas, chistes, risas, secretos al oído. ...

En la línea 646
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era un poco torcido del hombro derecho don Restituto —por lo demás buen mozo, casi tan alto como el pariente del ministro —, y como este defecto incurable era un obstáculo a las pretensiones de gallardía que siempre había alimentado, discurrió hacer de tripas corazón, como se dice, o sea sacar partido, en calidad de gracia, de aquella tacha con que estaba señalado. ...

En la línea 1172
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Además, antes de tres horas debía estar camino del Montico con la escopeta al hombro. ...

En la línea 2492
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Así es que Bedoya, seguro de aquella superioridad, miraba por encima del hombro a los demás anticuarios y callaba. ...

En la línea 243
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... — ¡Divino Sacramento! pensó Juan que, a través de su dolor, vio cómo en un cuadro, en su cerebro, la última Cena y al apóstol de su nombre, al dulce San Juan, al bien amado, que desfalleciendo de amor apoyaba la cabeza en el hombro del Maestro que les repartía en un poco de pan su cuerpo. ...

En la línea 1112
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tuvo que callar de pronto, sintiéndose entre dos voces que le interrumpían : una de ellas a sus espaldas. la del embajador Bustamante, el cual le había puesto su diestra en un hombro: ...

En la línea 583
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La agresividad de la poetisa casi originó una catástrofe. El Hombre-Montaña, al sentir el escozor del latigazo en una pantorrilla, se llevó a ella ambas manos, inclinándose. Los que trabajaban en la cúspide de su cráneo perdieron el equilibrio, amarrándose a tiempo a las fuertes malezas capilares para no derrumbarse de una altura mortal. Dos hombres forzudos que estaban sobre un hombro cayeron de cabeza, y se hubieran hecho pedazos en el suelo de no quedar detenidos por un pliegue de la enorme lona que cubría el pecho del gigante. ...

En la línea 825
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al cerrar la noche volvió el Hombre-Montaña a su alojamiento. Tanta era su alegría después de esta excursión, que durante el camino de regreso, influenciado por la dulzura del atardecer, empezó a cantar mientras marcaba el paso, llevando sobre un hombro el árbol convertido en garrote. ...

En la línea 62
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¿Y Juanito? Pues Juanito fue esperado desde el primer año de aquel matrimonio sin par. Los felices esposos contaban con él este mes, el que viene y el otro, y estaban viéndole venir y deseándole como los judíos al Mesías. A veces se entristecían con la tardanza; pero la fe que tenían en él les reanimaba. Si tarde o temprano había de venir… era cuestión de paciencia. Y el muy pillo puso a prueba la de sus padres, porque se entretuvo diez años por allá, haciéndoles rabiar. No se dejaba ver de Barbarita más que en sueños, en diferentes aspectos infantiles, ya comiéndose los puños cerrados, la cara dentro de un gorro con muchos encajes, ya talludito, con su escopetilla al hombro y mucha picardía en los ojos. Por fin Dios le mandó en carne mortal, cuando los esposos empezaron a quejarse de la Providencia y a decir que les había engañado. Día de júbilo fue aquel de Septiembre de 1845 en que vino a ocupar su puesto en el más dichoso de los hogares Juanito Santa Cruz. Fue padrino del crío el gordo Arnaiz, quien dijo a Barbarita: «A mí no me la das tú. Aquí ha habido matute. Este ternero lo has traído de la Inclusa para engarnmos… ¡Ah!, estos proteccionistas no son más que contrabandistas disfrazados». ...

En la línea 65
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Mientras estudió la segunda enseñanza en el colegio de Masarnau, donde estaba a media pensión, su mamá le repasaba las lecciones todas las noches, se las metía en el cerebro a puñados y a empujones, como se mete la lana en un cojín. Ved por dónde aquella señora se convirtió en sibila, intérprete de toda la ciencia humana, pues le descifraba al niño los puntos oscuros que en los libros había, y aclaraba todas sus dudas, allá como Dios le daba a entender. Para manifestar hasta dónde llegaba la sabiduría enciclopédica de doña Bárbara, estimulada por el amor materno, baste decir que también le traducía los temas de latín, aunque en su vida había ella sabido palotada de esta lengua. Verdad que era traducción libre, mejor dicho, liberal, casi demagógica. Pero Fedro y Cicerón no se hubieran incomodado si estuvieran oyendo por encima del hombro de la maestra, la cual sacaba inmenso partido de lo poco que el discípulo sabía. También le cultivaba la memoria, descargándosela de fárrago inútil, y le hacía ver claros los problemas de aritmética elemental, valiéndose de garbanzos o judías, pues de otro modo no andaba ella muy a gusto por aquellos derroteros. Para la Historia Natural, solía la maestra llamar en su auxilio al león del Retiro, y únicamente en la Química se quedaban los dos parados, mirándose el uno al otro, concluyendo ella por meterle en la memoria las fórmulas, después de observar que estas cosas no las entienden más que los boticarios, y que todo se reduce a si se pone más o menos cantidad de agua del pozo. Total: que cuando Juan se hizo bachiller en Artes, Barbarita declaraba riendo que con estos teje-manejes se había vuelto, sin saberlo, una doña Beatriz Galindo para latines y una catedrática universal. ...

En la línea 231
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... La carcajada lanzada por Santa Cruz retumbó en la cavidad de la plazoleta silenciosa y desierta con ecos tan extraños, que los dos esposos se admiraron de oírla. Formaban la rinconada aquella vetustos caserones de ladrillo modelado a estilo mudéjar, en las puertas gigantones o salvajes de piedra con la maza al hombro, en las cornisas aleros de tallada madera, todo de un color de polvo uniforme y tristísimo. No se veían ni señales de alma viviente por ninguna parte. Tras las rejas enmohecidas no aparecía ningún resquicio de maderas entornadas por el cual se pudiera filtrar una mirada humana. ...

En la línea 428
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las de Santa Cruz no llamaban la atención en el teatro, y si alguna mirada caía sobre el palco era para las pollas colocadas en primer término con simetría de escaparate. Barbarita solía ponerse en primera fila para echar los gemelos en redondo y poder contarle a Baldomero algo más que cosas de decoraciones y del argumento de la ópera. Las dos hermanas casadas, Candelaria y Benigna, iban alguna vez, Jacinta casi siempre; pero se divertía muy poco. Aquella mujer mimada por Dios, que la puso rodeada de ternura y bienandanzas en el lugar más sano, hermoso y tranquilo de este valle de lágrimas, solía decir en tono quejumbroso que no tenía gusto para nada. La envidiada de todos, envidiaba a cualquier mujer pobre y descalza que pasase por la calle con un mamón en brazos liado en trapos. Se le iban los ojos tras de la infancia en cualquier forma que se le presentara, ya fuesen los niños ricos, vestidos de marineros y conducidos por la institutriz inglesa, ya los mocosos pobres, envueltos en bayeta amarilla, sucios, con caspa en la cabeza y en la mano un pedazo de pan lamido. No aspiraba ella a tener uno solo, sino que quería verse rodeada de una serie, desde el pillín de cinco años, hablador y travieso, hasta el rorró de meses que no hace más que reír como un bobo, tragar leche y apretar los puños. Su desconsuelo se manifestaba a cada instante, ya cuando encontraba una bandada que iba al colegio, con sus pizarras al hombro y el lío de libros llenos de mugre, ya cuando le salía al paso algún precoz mendigo cubierto de andrajos, mostrando para excitar la compasión sus carnes sin abrigo y los pies descalzos, llenos de sabañones. Pues como viera los alumnos de la Escuela Pía, con su uniforme galonado y sus guantes, tan limpios y bien puestos que parecían caballeros chiquitos, se los comía con los ojos. Las niñas vestidas de rosa o celeste que juegan a la rueda en el Prado y que parecen flores vivas que se han caído de los árboles; las pobrecitas que envuelven su cabeza en una toquilla agujereada; los que hacen sus primeros pinitos en la puerta de una tienda agarrándose a la pared; los que chupan el seno de sus madres mirando por el rabo del ojo a la persona que se acerca a curiosear; los pilletes que enredan en las calles o en el solar vacío arrojándose piedras y rompiéndose la ropa para desesperación de las madres; las nenas que en Carnaval se visten de chulas y se contonean con la mano clavada en la cintura; las que piden para la Cruz de Mayo; los talluditos que usan ya bastón y ganan premios en los colegios, y los que en las funciones de teatro por la tarde sueltan el grito en la escena más interesante, distrayendo a los actores y enfureciendo al público… todos, en una palabra, le interesaban igualmente. ...

En la línea 333
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Un recio golpe, de la ancha palma de Canty en el hombro del niño lo mandó tambaleándose a los brazos de la buena mujer de Canty, quien lo estrechó contra su seno, y lo defendió de una violenta lluvia de puñetazos y bofetadas, interponiendo su propia persona. Las asustadas muchachas se retiraron a su rincón, pero la abuela avanzó muy solícita para asistir a su hijo. El príncipe se separó de la señora Canty exclamando: ...

En la línea 368
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... John Canty lanzó un furioso juramento y ordenó la retirada, pero era demasiado tarde. Él y su tribu fueron devorados por aquella abigarrada colmena humana e irremediablemente separados unos de otros en un instante. No estamos considerando al príncipe parte de la tribu; Canty seguía reteniéndolo con el puño. El corazón del príncipe latió acelerado por la esperanza de escaparse. Un fornido barquero, bastante excitado por el licor, fue empujado rudamente por Canty en su esfuerzo por abrirse paso a través de la multitud; puso su enorme mano en el hombro de Canty y dijo: ...

En la línea 544
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Cada prenda a su turno tuvo que pasar por este lento y solemne camino, y, consecuentemente, Tom se aburrió de lo lindo con la ceremonia. Tanto se aburrió, que experimentó casi un sentimiento de gratitud cuando al fin vio que sus largas medias de seda comenzaban a llegar a lo largo de aquella fila, y se dijo, que se aproximaba el fin de este ceremonial. Pero se alegró demasiado, pronto. El Primer Lord de la Cámara recibió las medias y se disponía a cubrir con ellas las piernas de Tom, cuando asomó a su rostro un rubor repentino y apresuradamente las devolvió a las manos del Arzobispo de Canterbury, con expresión de asombro, y susurró: –Mirad, milord –señalando algo relacionado con las medias. El Arzobispo palideció, se puso colorado y pasó las medias al Lord Gran Almirante, cuchicheando: –Vea, milord–. Las medias volvieron a recorrer toda la fila, pasando por el Primer Mayordomo del servicio, el Condestable de la Torre, uno de los tres heraldos, el Jefe del Guardarropa, el Canciller Real del Ducado de Lancaster, el Tercer Lacayo de la Estola, el Guarda Mayor del Bosque de Windsor, el Segundo Caballero de Cámara, el Primer Lord de las Jaurías –siempre con el acompañamiento de la frase de asombro y susto: –Ved, milord–, hasta que finalmente llegaron a manos del Primer Escudero del Servicio, quien miró un momento con desencajado semblante lo que había dado origen al incidente y susurró con bronca voz: –¡Por mi vida! ¡Se ha escapado un punto! ¡A la Torre con el Custodio Mayor de las Medias del Rey! –Después de lo cual se apoyó en el hombro del Primer Lord de las Jaurías para recobrar las perdidas fuerzas, mientras traían otras medias nuevas sin carrera ninguna. ...

En la línea 564
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Por fin su pobre mente embrollada hizo que cabeceara, e inclinó la cabeza sobre un hombro. Y los negocios del reino quedaron suspendidos por falta de un augusto factor, el poder de ratificación. Sobrevino el silencio en torno del dormido niño y los sabios del reino cesaron en sus deliberaciones. ...

En la línea 706
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Rosario, que se había tenido que sentar en una silla, ocultó la cara en las manos y rompió a llorar. Augusto se levantó, cerró la puerta, volvió a la mocita, y poniéndole una mano sobre el hombro le dijo con su voz más húmeda y más caliente, muy bajo: ...

En la línea 1163
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Volvió a sentarse, volvió a sentarla sobre sí, la ciñó con sus brazos y la apretó a su pecho. La pobrecilla le echó un brazo sobre el hombro, como para apoyarse en él, y volvió a ocultar su cara en el seno de Augusto. Y allí, como oyese el martilleo del corazón de este, se alarmó. ...

En la línea 1407
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –No, vino algo después y por otro camino. Y fue que un día estando los dos con la niña, la tenía yo sobre mis rodillas y estaba contándole cuentos y besándola y diciéndola bobadas, se acercó su madre y empezó a acariciarla también. Y entonces ella, ¡pobrecilla!, me puso una de sus manitas sobre el hombro y la otra sobre el de su madre y, nos dijo: «Papaíto… mamaíta… ¿por qué no me traéis un hermanito para que juegue conmigo, como le tienen otras niñas, y no que estoy sola… ?» Nos pusimos lívidos, nos miramos a los ojos con una de esas miradas que desnudan las almas, nos vimos estas al desnudo, y luego, para no avergonzarnos, nos pusimos a besuquear a la niña, y alguno de estos besos cambió de rumbo. Aquella noche, entre lágrimas y furores de celos, engendramos al primer hermanito de la hija del ladrón de mi dicha. ...

En la línea 1900
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –¿Qué es eso? –le preguntó poniéndole una mano sobre el hombro. ...

En la línea 1062
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Se echaron al hombro las carabinas, llenaron de municiones sus bolsillos, y se internaron en el bosque, procurando no alejarse mucho de la costa. ...

En la línea 1641
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Ánimo, hermano! —le dijo Yáñez, poniendo una mano sobre su hombro—. No nos desesperemos todavía. Quizás nuestros paraos fueron arrastrados lejos y con tan grandes averías que no hayan podido volver hasta ahora al mar. Mientras no encuentre sus restos no creeré que se hayan hundido. ...

En la línea 353
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Conseil hizo un supremo esfuerzo y, apoyándose en mi hombro, mientras yo extraía fuerzas de una última convulsión, irguió medio cuerpo fuera del agua sobre la que cayó en seguida, agotado. ...

En la línea 1031
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El compañero del capitán Nemo se echó la pieza al hombro, y proseguimos la marcha. ...

En la línea 1369
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Capitán- dije de nuevo, tocándole el hombro. ...

En la línea 1421
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -¡Ah, el miserable!- exclamó Conseil-. ¡Hubiera preferido que me hubiera roto el hombro! ...

En la línea 123
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me figuré que se pondría contento si me aparecía ante él llevándole el desayuno de un modo inesperado, y así me acerqué sin hacer ruido y le toqué el hombro. Instantáneamente dio un salto, y entonces vi que no era aquel mismo hombre, sino otro. ...

En la línea 245
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Fue el sargento quien me había hablado, pero ahora miraba a los comensales como si les ofreciera las esposas con la mano derecha, en tanto que apoyaba la izquierda en mi hombro. ...

En la línea 272
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Pues - replicó el sargento, dándole una palmada en el hombro - porque es usted hombre que lo entiende. ...

En la línea 725
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El día fijado volví a casa de la señorita Havisham y con algún temor llamé a la puerta, por la que apareció Estella. Después de permitirme la entrada, cerró como el primer día y nuevamente me condujo al corredor oscuro en donde dejara la bujía. Pareció no fijarse en mí hasta que tuvo la vela en la mano, y entonces, mirando por encima de su hombro, me dijo: ...

En la línea 1543
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Esta tentativa enfureció a Rasumikhine, que apresó por un hombro a Raskolnikof. ...

En la línea 1631
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof le miró por encima del hombro, lo observó atentamente y dijo, sin perder la calma ni salir de su indiferencia: ...

En la línea 1639
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y cogiendo a Raskolnikof por un hombro, lo echó a la calle. ...

En la línea 1769
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La niña, en vez de contestarle, acercó a él su carita, contrayendo y adelantando los labios para darle un beso. De súbito, aquellos bracitos delgados como cerillas rodearon el cuello de Raskolnikof fuertemente, muy fuertemente, y Polenka, apoyando su infantil cabecita en el hombro del joven, rompió a llorar, apretándose cada vez más contra él. ...

En la línea 189
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... La mujer tocó el hombro al viajero, y le señaló al otro extremo de la plaza una puerta pequeña al lado del palacio arzobispal. ...

En la línea 432
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... En medio de su meditación oyó un alegre ruido. Volvió la cabeza, y vio venir por el sendero a un niño saboyano, de unos diez años, que iba cantando con su gaita al hombro y su bolsa a la espalda. ...

En la línea 1157
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Chenildieu, tú tienes el hombro derecho quemado porque lo tiraste un día sobre el brasero encendido, ¿no es verdad? ...

En la línea 62
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Aquella noche Buck se enfrentó al gran problema de dormir. La tienda, iluminada por una vela, resplandecía cálida en medio de la llanura he lada; y cuando, con toda naturalidad, penetró en ella, Perrault y François lo bombardearon con maldiciones y con utensilios de cocina hasta que, recobrado de su consternada sorpresa, escapó ignominiosamente hacia el frío exterior. Soplaba un viento helado que lo entumecía y le maltrataba el hombro herido. Se echó en la nieve para intentar dormir, pero la helada no tardó en obligarlo a levantarse tiritando. Amargado y afligido anduvo vagando entre las numerosas tiendas, para acabar descubriendo que un rincón era tan frío como cualquier otro. De vez en cuando se le echaba encima algún perro salvaje, pero él erizaba la pelambre del pescuezo y gruñía (estaba aprendiendo rápido), y el otro lo dejaba seguir su camino. ...

En la línea 118
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck no aulló. Lejos de detenerse, se abalanzó sobre Spitz, que lo esperó de costado, con tal ímpetu que no le atinó a la garganta. Rodaron juntos sobre la nieve en polvo. Spitz se levantó como si no hubiese sido derribado, mordió a Buck en el hombro y se apartó de un salto. En dos ocasiones resonaron las mandíbulas como el acero de un cepo, mientras se alejaba para afianzar las patas, gruñendo y frunciendo los delgados labios para mostrar los dientes. ...

En la línea 121
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En vano se esforzaba Buck en clavar los dientes en el pescuezo del gran perro blanco. Siempre que sus colmillos procuraban atacar una zona blanda, se encontraban con los colmillos de Spitz. Chocaban los colmillos, sangraban los cortes en los labios, sin que Buck consiguiera abrir un resquicio en la defensa de su enemigo. Entonces se enardeció y envolvió a Spitz en un torbellino de ataques. Una y otra vez intentó morderle la garganta, en donde la vida burbujea próxima a la superficie, y cada vez Spitz le dio una dentellada y él se apartó. A continuación, Buck optó por amagar un ataque a la garganta y, súbitamente, echar la cabeza hacia atrás efectuando al mismo tiempo un giro lateral, embistiendo con el hombro a modo de ariete el hombro de Spitz, con objeto de derribarlo. Pero en lugar de eso recibió cada vez una dentellada de Spitz en el hombro en el momento en que este último se apartaba dando un ágil brinco. ...

En la línea 121
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... En vano se esforzaba Buck en clavar los dientes en el pescuezo del gran perro blanco. Siempre que sus colmillos procuraban atacar una zona blanda, se encontraban con los colmillos de Spitz. Chocaban los colmillos, sangraban los cortes en los labios, sin que Buck consiguiera abrir un resquicio en la defensa de su enemigo. Entonces se enardeció y envolvió a Spitz en un torbellino de ataques. Una y otra vez intentó morderle la garganta, en donde la vida burbujea próxima a la superficie, y cada vez Spitz le dio una dentellada y él se apartó. A continuación, Buck optó por amagar un ataque a la garganta y, súbitamente, echar la cabeza hacia atrás efectuando al mismo tiempo un giro lateral, embistiendo con el hombro a modo de ariete el hombro de Spitz, con objeto de derribarlo. Pero en lugar de eso recibió cada vez una dentellada de Spitz en el hombro en el momento en que este último se apartaba dando un ágil brinco. ...

En la línea 112
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Con tan alto patrocinio se presentó Miranda en la pacífica morada del feudatario colmenarista, siendo en efecto recibido cual lo exigía el venir de tal persona recomendado. Naturalmente se propuso no aparecer al pronto como candidato a la mano de Lucía. Sobre ser indelicadeza, fuera carencia de tacto; y además pretendía Miranda ante todo estudiar el terreno que pisaba. Halló ser verdad cuanto le había anunciado el prohombre y aun algo más en lo tocante a bienes de fortuna: vio una casa chapada a la antigua, tosca y popular en sus usos, pero honrada en todo, y un caudal sólido y seguro, diariamente acrecido por la celosa administración del señor Joaquín y su sencillez y parsimonia. Es cierto que el bueno del Leonés pareció a Miranda hombre de tediosa compañía, en todo vulgar e infeliz, corto de alcances, con sus ribetes de mentecato, pero hubo de sufrirlo, y aun de acomodarse a las ideas del viejo, tanto que éste llegó a no poder tomar café ni leer El Progreso Nacional, órgano de Colmenar, sin la salsa de los sabrosos comentarios que Miranda hacía a cada fondo, a cada suelto y gacetilla. Sabía Miranda de memoria el reverso, la cara interna de la política, y explicaba desenfadadamente las solapadas alusiones, las reticencias hábiles, las sátiras finas que en todo periódico importante abundan y son eterno logogrifo para el cándido suscritor provinciano. De suerte que desde su intimidad con Miranda, gozaba el señor Joaquín el hondo placer de la iniciación y miraba por cima del hombro a sus correligionarios leoneses, no admitidos en el santuario de la política reservada. Además de estos gustos que a la relación con Miranda debía, esponjábase el buen viejo -que ya sabemos cuán poco tenía de filósofo- cuando le encontraban las gentes mano a mano con tan bien portado caballero, íntimo del gobernador y familiar comensal de las gentes más encopetadas de la ciudad. ...

En la línea 235
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Agitábase ya Lucía en su asiento, y echando abajo el chal escocés e incorporándose, se frotaba asombrada los ojos con los nudillos, a la manera de las criaturas soñolientas. Tenía revuelto y aplastado el pelo, y muy encendido el lado del rostro sobre que reposara; una trenza suelta le descendía por el hombro, y, destrenzándose por la punta, ondeaba en tres mechones. Arrugada la blanca enagua, se insubordinaba bajo el vestido de paño; un lazo de un zapato se había desatado, flotando y cubriendo el empeine del pie. Lucía miraba en derredor con ojos vagos e inciertos; estaba seria y atónita. ...

En la línea 348
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El mozo se acercó, servilleta al hombro; tenía una cara tostada, amilitarada, que reñía con los escarpines de charol y el pelo atusado con bandolina, librea que el público impone a sus servidores en tales lugares. Hacíale aún más marcial ancha cicatriz, que naciendo en la guía izquierda del bigote, iba a perderse en el cuello. Miraba el mozo fijamente a Artegui, con ojos muy abiertos; hasta que dando un grito, o más bien una especie de alegre latido perruno, exclamó: ...

En la línea 785
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A la vuelta solían las amigas hallar el puente más animado que a la ida. Era el momento en que tornaba de sus expediciones campestres la gente de Vichy y los bañistas, y abundaban los jinetes, llevando sus monturas al paso, luciendo los pantalones de punto y las abrochadas polainas, sobre las cuales relucía la nota brillante del estribo y del espolín. Algún sociable, semejante a ligera canoa, corría arrastrado por su gallardo tronco de jacas bien iguales, bien lustrosas de pelo y lucias de cascos, y ufano de su elegante tripulación; entreveíanse un instante anchas pamelas de paja muy florecidas de filas y amapolas, trajes claros, encajes y cintas, sombrillas de percal de gayos colorines, rostros alegres, con la alegría del buen tono, que está siempre a diapasón más bajo que la de la gente llana. Esta gozaban los expedicionarios de a pie, en su mayor parte familias felices, que ostentaban satisfechas la librea de la áurea mediocridad, y aun de la sencilla pobreza: el padre, obeso, cano, rubicundo, redingote gris o marrón, al hombro larguísima caña de pescar; la hija, vestido de lana obscura, sombrerillo de negra paja con una sola flor, en la izquierda el cestito de los anzuelos y demás enseres piscatorios, y llevando de la diestra al hermanito, a quien pantalones y chaqueta quedaron ya muy cortos, y que luce la caña de las botinas, y levanta orgulloso el cubo donde flotan los simples peces víctimas del mortífero pasatiempo de su padre. ...


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Más información sobre la palabra Hombro en internet

Hombro en la RAE.
Hombro en Word Reference.
Hombro en la wikipedia.
Sinonimos de Hombro.

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