Cual es errónea Hacerle o Hacerrle?
La palabra correcta es Hacerle. Sin Embargo Hacerrle se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra hacerrle es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra hacerle
Errores Ortográficos típicos con la palabra Hacerle
Cómo se escribe hacerle o hacerrle?
Cómo se escribe hacerle o acerle?
Algunas Frases de libros en las que aparece hacerle
La palabra hacerle puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 894
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La madre la seguía sin verla desde la cama, para hacerle toda clase de indicaciones. ...
En la línea 2374
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ) Eso es lo que deseaba el fantasma: hacerle daño. ...
En la línea 243
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El señor Fermín extrañábase de la indignación con que la hermana del marqués acogía sus originalidades. ¡Un hombre así, no debía morirse nunca!... Pero, al fin, murió. Murió cuando no le quedaba nada que gastar; cuando los salones de su casa no tenían un mueble; cuando su cuñado Dupont se negó de veras a hacerle nuevos préstamos, ofreciéndole en su casa todo lo que quisiera, cuanto vino desease, pero sin la menor cantidad de dinero. ...
En la línea 882
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pero en Jerez, el rico estaba sobre el pobre a todas horas, para hacerle sentir su influencia. Era un centauro rudo, orgulloso de su fuerza, que buscaba el combate, se embriagaba en él y gozaba desafiando la cólera del hambriento, para domeñarle como a los potros salvajes en el herradero. ...
En la línea 934
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Bajó del pescante de un salto la gentil _Marquesita_, y poco a poco fueron disgregándose del amontonamiento de carne que llenaba el interior todos los del séquito. El señorito abandonó las riendas a _Zarandilla_, después de hacerle varias recomendaciones para que cuidase bien el ganado. ...
En la línea 991
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y como la gente se estrechase aún más, para hacerle sitio, la _Marquesita_ se levantó llamándole. ¡Allí, al lado de ella! El aperador, al sentarse, creyó que se sumergía en las faldas y las susurrantes ropas interiores de la hermosa, quedando como pegado a ella, en ardoroso contacto con un lado de su cuerpo. ...
En la línea 296
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A esta pregunta, D'Artagnan se presentó con mucha humildad, se apoyó en el título de compatriota, y rogó al ayuda de cámara que había venido a hacerle aquella pregunta pedir por él al señor d e Tréville un momento de audiencia, petición que éste prometió en tono protector transmitir en tiempo y lugar. ...
En la línea 1171
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Porthos, como se habrá podido ver, tenía un carácter completa mente opuesto al de Athos: no sólo hablaba mucho, sino que hablaba a voz en grito; poco le importaba por otro lado, hay que hacerle justi cia, que se le escuchase o no; hablaba por el placer de hablar y por el placer de oírse; hablaba de todo salvo de ciencias, alegando a este respecto el odio inveterado que desde su infancia tenía, segun decía,a los sabios. ...
En la línea 1347
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿En nombre de la reina?-Sí, para hacerle venir a Paris, y una vez venido a Paris, para atraerle a alguna trampa. ...
En la línea 2672
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¡Que envíen a buscarlo ahora mismo!-Debe estar en mi casa, sire; hice que le rogasen pasarse por allí, y cuando he venido al Louvre he dejado la orden de hacerle esperar si se presentaba. ...
En la línea 405
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Dos o tres veces intenté hacerle hablar de la escuela, pero esquivó el tema, o dijo en pocas palabras que no sabía nada acerca de eso. ...
En la línea 1190
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Apenas si puedo hacerle andar.» «Es el caballo más ligero que hay en _Chim del Manró_, hermano—dijo Antonio—. ...
En la línea 1774
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¿Dice usted que puede hacerle falta un amigo? Pues ya sabe que dispone de mí para cuanto se le ofrezca. ...
En la línea 2262
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por dos veces intentó arrojarse al suelo, con gran espanto de su anciano jinete, que me suplicaba una y otra vez que hiciese alto y le permitiera apearse; pero yo, sin hacerle caso, continué dando espolazos y palos con infatigable energía y tan buen éxito que en menos de media hora vimos unas luces muy cerca de nosotros, y al instante llegamos a un río, cruzamos un puente, encontrándonos a la puerta de Córdoba sin habernos roto la nuca ni haberse perniquebrado los caballos. ...
En la línea 809
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. ...
En la línea 1161
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Viendo, pues, Sancho la última resolución de su amo y cuán poco valían con él sus lágrimas, consejos y ruegos, determinó de aprovecharse de su industria y hacerle esperar hasta el día, si pudiese; y así, cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, de manera que cuando don Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino a saltos. ...
En la línea 2175
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¿Quién no había de reír de los circustantes, viendo la locura del amo y la simplicidad del criado? En efecto, Dorotea se las dio, y le prometió de hacerle gran señor en su reino, cuando el cielo le hiciese tanto bien que se lo dejase cobrar y gozar. ...
En la línea 2291
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Así es verdad -respondió don Quijote-, y es forzoso que Andrés tenga paciencia hasta la vuelta, como vos, señora, decís; que yo le torno a jurar y a prometer de nuevo de no parar hasta hacerle vengado y pagado. ...
En la línea 493
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Sin embargo, ¡han oído hablar de un país donde el día y la noche duran cada uno seis meses seguidos, país poblado de habitantes altos y flacos! Me hacen muchas preguntas acerca de ganadería y precio de los ganados en Inglaterra. Cuando le digo que nosotros no cogemos con lazo a nuestros animales, exclaman: «¡Cómo! Entonces, ¿no emplean ustedes más que las bolas?» No tenían ni la menor idea de que pudiese cercarse un terreno. El capitán me dice que tiene que hacerme una pregunta, pero importantísima, a la cual me apremia para que responda con toda la verdad. Casi temblé ante la idea de la profundidad científica que iba a tener esa pregunta. Hela aquí: - «Las mujeres de Buenos Aires ¿no son las más hermosas del mundo?» Le contesté como un verdadero renegado: - «Ciertamente que sí». Añadió él: - «Otra pregunta tengo que hacerle a usted: ¿hay en alguna otra parte del mundo mujeres que gasten unas peinetas como las que éstas llevan?» Le afirmé solemnemente que nunca había encontrado otras mayores. ...
En la línea 500
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante mi residencia en esa estancia estudié con cuidado los perros de pastor del país, y este estudio me interesó mucho3. Encuéntrase a menudo, a la distancia de una o dos millas de todo hombre o de toda casa, un gran rebaño de carneros guardado por uno o dos perros. ¿Cómo puede establecerse una amistad más firme? Esto era motivo de asombro para mí. El modo de educarlos consiste en separar al cachorro de su madre y acostumbrarle a la sociedad de sus futuros compañeros. Se le lleva una oveja para hacerle mamar tres o cuatro veces diarias; se le hace acostarse en una cama guarnecida de pieles de carnero; se le separa en absoluto de los demás perros. Aparte de eso, se le suele castrar cuando aún es joven; de suerte que cuando se hace grande, ya no puede tener gustos comunes con los de su especie. Por lo tanto, no le queda deseo ninguno de abandonar el rebaño; y así como el perro ordinario se apresura a defender a su amo, el hombre, de la misma manera éste defiende a los carneros. Es muy divertido, al acercarse a éstos, observar con qué furor se pone a ladrar el perro y cómo van a ponerse los carneros detrás de él, cual si fuese el macho más viejo del rebaño. También se enseña con mucha facilidad a un perro a traer el rebaño al aprisco a una hora determinada de la noche. Estos perros no tienen más que un defecto durante su juventud, y es el de jugar demasiado frecuentemente con los carneros, pues en sus juegos hacen galopar de una forma terrible a sus pobres súbditos. ...
En la línea 509
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Hay tantos caballos en este país, que la humanidad y el interés no tienen nada en común; y por esa razón, según creo, es por lo que tiene muy poco imperio la humanidad Un día en que iba yo recorriendo las Pampas a caballo, acompañado por el muy respetable estanciero que me hospedaba, mi rendida cabalgadura se quedaba atrás. Este hombre me gritaba a menudo que la espolease. Le respondí que eso sería una vergüenza, puesto que el caballo estaba completamente agotado de fuerzas. «¡Qué importa!, gritaba. ¡Espoleelo de firme, que el caballo es mío!» Me costó entonces alguna dificultad hacerle comprender que si no empleaba las espuelas era a causa del caballo y no a causa de él. Pareció asombrarse mucho, y exclamó: «Ah! ¡Don Carlos, qué cosa!» Ciertamente, nunca se le había ocurrido una idea semejante. ...
En la línea 610
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Muchas veces, hallándome tendido en el suelo en medio de estas llanuras he visto buitres surcar los aires a inmensa altura. Cuando el país es llano, no creo que un hombre a pie o a caballo pueda abarcar con la vista claramente un espacio de más de 15 grados sobre el horizonte. Siendo esto así y cerniéndose el buitre a una altura de 3.000 a 4.000 pies, se encontrará a una distancia de más de dos millas inglesas (3k.22) en línea recta antes de hallarse dentro del campo visual del observador. ¿No es muy natural que en estas condiciones escape a la vista? ¿No puede suceder que cuando un cazador persigue y mata un animal cualquiera, en un valle solitario, uno de estos pájaros, de vista penetrante, siga desde lejos sus menores movimientos? ¿No podrá también su manera de volar, cuando desciende, indicar a toda la familia de los buitres, que hay una presa a la vista? Cuando los cóndores describen círculos y círculos alrededor de un punto cualquiera, su vuelo es admirable. No recuerdo haberles visto nunca batir alas, sino cuando se levantan del suelo. En los alrededores de Lima he observado muchos por espacio de cerca de media hora, sin separar la vista ni un instante; describían inmensos círculos subiendo y bajando sin dar un solo aletazo. Cuando pasaban a corta distancia sobre mi cabeza los veía oblicuamente y podía distinguir la silueta de las grandes plumas en que termina cada ala; si esas plumas hubieran sido agitadas por el más leve movimiento se habrían confundido una con otra; pero se destacaban muy distintas en el azul del cielo. Con mucha frecuencia mueve el pájaro la cabeza y el cuello como ejerciendo un gran esfuerzo; las alas extendidas parece que constituyen la palanca sobre que actúan los movimientos del cuello, del cuerpo y de la cola. Si el pájaro quiere bajar, pliega un instante las alas, y en cuanto las extiende de nuevo, modificando el plano de inclinación, la fuerza adquirida por el rápido descenso parece hacerle remontar con el movimiento continuo, uniforme, de una cometa. Cuando el pájaro se cierne en el aire su movimiento circular debe ser bastante rápido como para que la acción de la superficie inclinada de su cuerpo sobre la atmósfera pueda contrabalancear el peso. La fuerza necesaria para continuar el movimiento de un cuerpo que se agita en el aire en un plano horizontal no puede ser muy grande, porque el rozamiento es insignificante y eso es todo lo que el pájaro necesita. Podemos admitir que los movimientos del cuello y del cuerpo del cóndor bastan para obtener este resultado. Sea como quiera, es un espectáculo verdaderamente admirable, sublime, ver un pájaro tan grande cernerse horas y horas por encima de las montañas y valles sin mover apenas las alas. ...
En la línea 702
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Tenía que hacerle ciertas preguntas que, no tratándose del Arcipreste, podrían ser peligrosas. ...
En la línea 3050
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Para lo que servía aquel supersticioso respeto que inspiraba a Vetusta la virtud de la Regenta era, bien lo conocía él, para aguijonearle el deseo, para hacerle empeñarse más y más, para que fuese poco menos que verdad aquello del enamoramiento que le estaba contando a su amiguito. ...
En la línea 3868
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... y de hacerle ver que hay más oro de lo que parece. ...
En la línea 7751
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sólo conseguía hacerle llorar desesperado, como el infeliz rey Lear, o que montase en cólera y le arrojase a la cabeza algún trasto. ...
En la línea 66
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así se explicaba Borja las ojeadas invitadoras, las frases de doble sentido de algunas amigas íntimas de Rosaura al hablar a solas con él. Le tenían, sin duda, por el gígolo de la viuda de Pineda. Tal vez presentían en su persona una misteriosa y tentadora potencialidad de amor, ya que una dama tan elegante y buscada le permanecía fiel, después de un año de relaciones… Y esta sospecha, que dejaba adivinar los menos prudentes, le indignó al principio, acabando por hacerle sonreír con amarga conformidad. ...
En la línea 126
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La encontró idéntica a las amantes de ciertos reyes de vida romancesca y a las señoras romanas que hacían pecar a los pontífices. Luego se arrepintió de tan irrespetuosas comparaciones, impresionado por la sonrisa falsamente pueril de Rosaura, por la sencillez de sus maneras, por el aire de niña que tomaba al hacerle preguntas. ...
En la línea 379
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Este octogenario era quien menos creía en su propia muerte. Hasta el último instante se preocupó de la guerra contra los infieles. Cuando el cardenal español Antonio de Lacerda lo visitó para hacerle saber que los médicos le habían desahuciado y debía pensar en la salvación de su alma, como conviene a un Pontífice, contestó que no esa cierto que hubiese de morir esta vez y aún le quedaban años para continuar su empresa contra el Gran Turco. ...
En la línea 535
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al principio de su fuga había creído conveniente enviar a Rosaura algunas cartas y tarjetas postales con saludos cosieses, para hacerle saber dónde se hallaba. Ninguna respuesta. Tal silencio le pareció natural. Luego fue espaciando dichos recuerdos epistolares, y, finalmente, se abstuvo de ellos. ...
En la línea 418
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No pretendo hacerle creer, gentleman, que la guerra era algo nuevo en nuestra historia y solo la habíamos conocido después que Eulame trajo sus inventos del país de los gigantes. Habíamos tenido guerras desde las épocas más remotas, como creo que las tuvieron todos los grupos humanos. Pero eran guerras con pequeños ejércitos, que no alteraban la vida del país; guerras sostenidas por tropas de combatientes voluntarios y profesionales; una especie de lujo sangriento, de elegancia mortífera, que se permitían nuestros viejos emperadores de tarde en tarde. Pero después de la demencia ambiciosa de Eulame y del perfeccionamiento de los medios de destrucción, las guerras fueron de pueblo a pueblo, y toda la juventud de un país, abandonando campos y talleres, corría a matar la juventud vigorosa del otro país que había hecho lo mismo. ...
En la línea 1013
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sin embargo, los gestos desesperados del profesor sirvieron para hacerle pensar que estaba a merced de aquella humanidad pigmea, despreciable para el, pero sin la cual no podía alimentarse ni atender a otros cuidados que necesitaba su persona. ...
En la línea 1024
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Yo no le exijo que me responda inmediatamente. Confieso que esta manifestación de mis sentimientos es un poco violenta y que usted no la esperaba. A no ser por el peligro que le amenaza, me hubiese abstenido de hablarle de esto en mucho tiempo. Pero, en fin, lo que yo debía decir ya está dicho. Reflexione usted, consulte su corazón; esperaré su respuesta. Lo que necesitaba hacerle saber cuanto antes es que no soy para usted un simple traductor y que ansío participar de su suerte, correr sus mismos peligros, si es que la situación se empeora. ...
En la línea 1066
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Flimnap abandonó la tribuna con el ánimo desorientado, no sabiendo ciertamente si debía entristecerse o alegrarse por lo que acababa de oír. La intervención de Gurdilo le había hecho sospechar en el primer momento que tenia por objeto pedir la muerte de Gillespie. Pero al convencerse de que el senador solo deseaba cambiar su vestidura, sin hablar para nada de hacerle perder la existencia, casi sintió gratitud hacia el. Le importaba poco que Gurdilo le hubiera llamado pedante y le aludiese con otras frases despectivas, sin hacerle el honor de citar su nombre. Los enamorados son capaces de los más grandes sacrificios a cambio de que la persona amada no sufra. Para el lo interesante era saber que el gentleman no iba a morir. Hasta pensó que ofrecería un aspecto más gracioso vestido con arreglo a las indicaciones del tribuno. Siempre le había causado un malestar indefinible verlo con pantalones, lo mismo que una mujer, contra todas las conveniencias establecidas por las costumbres y la gloriosa historia del país. ...
En la línea 225
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Aunque Jacinta no conocía personalmente a ninguna víctima de las palabras de casamiento, tenía una clara idea de estos pactos diabólicos por lo que de ellos había visto en los dramas, en las piezas cortas y aun en las óperas, presentados como recurso teatral, unas veces para hacer llorar al público y otras para hacerle reír. Volvió a mirar a su marido, y notando en él una como sonrisilla de hombre de mundo, le dio un pellizco acompañado de estos conceptos, un tanto airados: ...
En la línea 447
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Sólo a su marido, bajo palabra de secreto, contó el lance de los gatitos. Jacinta no podía ocultarle nada, y tenía un gusto particular en hacerle confianza hasta de las más vanas tonterías que por su cabeza pasaban referentes a aquel tema de la maternidad. Y Juan, que tenía talento, era indulgente con estos desvaríos del cariño vacante o de la maternidad sin hijo. Aventurábase ella a contarle cuanto le pasaba, y muchas cosas que a la luz del día no osara decir, decíalas en la intimidad y soledad conyugales, porque allí venían como de molde, porque allí se decían sin esfuerzo cual si se dijeran por sí solas, porque, en fin, los comentarios sobre la sucesión tenían como una base en la renovación de las probabilidades de ella. ...
En la línea 727
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta estaba aturdidísima, como si hubiera recibido un fuerte golpe en la cabeza. Oía las palabras de Ido sin acertar a hacerle preguntas terminantes. ¡Fortunata, el Pitusín!… ¿No sería esto una nueva extravagancia de aquel cerebro novelador? ...
En la línea 785
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Jacinta parecía alegre, Dios sabría por qué… Inclinose sobre el lecho y empezó a hacerle mimos a su marido, como podría hacérselos a un niño de tres años. ...
En la línea 495
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Ni le hago ni pienso hacerle, pero se me antoja que el pobrete va a dar en la flor de venir de visita a hora que esté yo. No es cosa, como comprendes, de que me encierre en mi cuarto y me niegue a que me vea, y sin solicitarme va a dedicarse a mártir silencioso. ...
En la línea 958
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Pues si no es hombre, quiero yo hacerle tal. Es verdad, tiene el defecto que usted dice, tía, pero acaso es por eso por lo que le quiero. Y ahora, después de la hombrada de don Augusto… ¡quererme comprar a mí, a mí!… después de eso estoy decidida a jugarme el todo por el todo casándome con Mauricio. ...
En la línea 1997
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de veinte años vivo, para visitarme. ...
En la línea 1622
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Qué señal hay que hacerle para que se acerque? ...
En la línea 1744
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Y aconsejo al lord que se ponga en camino para hacerle caer en la emboscada que le preparamos. ...
En la línea 559
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Aceptamos -respondí-. Pero permítame hacerle una pregunta, una sola. ...
En la línea 923
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Tan sólo -añadí -desearía hacerle una pregunta. ...
En la línea 1532
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Estamos en sus manos -le respondí, mirándole fijamente-. Pero ¿puedo hacerle una pregunta? ...
En la línea 1882
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al hacerle esta observación, él me respondió con estas palabras no exentas de una cierta emoción: ...
En la línea 664
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Como era natural, en el pueblo había una taberna, y también se comprende que Joe gustara de ir allí de vez en cuando a fumar una pipa. Mi hermana me había mandado con la mayor severidad que aquella tarde, al salir de la escuela, fuese a buscar a mi amigo a Los Tres Alegres Barqueros para hacerle volver a casa, con amenaza de castigo en caso de no cumplir esta orden. Por consiguiente, dirigí mis pasos hacia Los Tres Alegres Barqueros. ...
En la línea 1001
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — No os ocupéis de mí para nada — replicó aquel diabólico tratante en granos —. Un placer es un placer, en cualquier parte del mundo. Pero en cuanto a este muchacho, no hay más remedio que hacerle trabajar. Ya lo dije que me ocuparía de eso. ...
En la línea 1079
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Aquí mi hermana, después de un ataque de gritos y de golpearse el pecho y las rodillas con las manos, se quitó el gorro y se despeinó, lo cual era indicio de que se disponía a dejarse dominar por la furia. Y como ya lo había logrado, se dirigió hacia la puerta, que yo, por fortuna, acababa de cerrar. El pobre y desgraciado Joe, después de haber ordenado en vano al obrero que dejara en paz a su mujer, no tuvo más remedio que preguntarle por qué había insultado a su esposa y luego si era hombre para sostener sus palabras. El viejo Orlick comprendió que la situación le obligaba a arrostrar las consecuencias de sus palabras y, por consiguiente, se dispuso a defenderse; de modo que, sin tomarse siquiera el trabajo de quitarse los delantales, se lanzaron uno contra otro como dos gigantes. Pero si alguien de la vecindad era capaz de resistir largo rato a Joe, debo confesar que a ese alguien no lo conocía yo. Orlick, como si no hubiera sido más que el joven caballero pálido, se vio en seguida entre el polvo del carbón y sin mucha prisa por levantarse. Entonces Joe abrió la puerta, cogió a mi hermana, que se había desmayado al pie de la ventana (aunque, según imagino, no sin haber presenciado la pelea), la metió en la casa y la acostó, tratando de hacerle recobrar el conocimiento, pero ella no hizo más que luchar y resistirse y agarrar con fuerza el cabello de Joe. Reinaron una tranquilidad y un silencio singulares después de los alaridos; y más tarde, con la vaga sensación que siempre he relacionado con este silencio, es decir, como si fuese domingo y alguien hubiese muerto, subía la escalera para vestirme. ...
En la línea 1125
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Rutinariamente seguí mi vida de aprendiz, que no tuvo otra variación, más allá de los límites del pueblo y de los marjales, que la llegada de mi cumpleaños y la visita que hice en tal día a la señorita Havisham. Encontré a la señorita Sara Pocket de guardia en la puerta y a la señorita Havisham tal como la había dejado. Me habló de Estella del mismo modo, si no con las mismas palabras. La entrevista duró algunos minutos, y cuando ya me marchaba me dio una guinea, recomendándome que fuese a visitarla en mi próximo cumpleaños. Puedo decir, desde luego, que esta visita se convirtió en una costumbre anual. En la primera ocasión traté de no tomar la guinea, pero ello no tuvo mejor efecto que el de hacerle preguntar si esperaba recibir algo más. Por consiguiente, tanto en aquella visita como en las sucesivas, tomé el regalo que me hacía. ...
En la línea 103
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Joven ‑continuó mientras volvía a erguirse‑, creo leer en su semblante la expresión de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresión. Por eso le he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a estos ociosos, que, además, ya la conocen, sino porque deseo que me escuche un hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educó en un pensionado aristocrático provincial, y que el día en que salió bailó la danza del chal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada con una medalla de oro y un diploma. La medalla… se vendió hace tiempo. En cuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su baúl. Últimamente se lo enseñaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacía porque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus éxitos pasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo único que tiene son estos recuerdos: todo lo demás se ha desvanecido… Sí, es una dama enérgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro, pero no toleraría de nadie la menor falta de respeto. Aquí tiene usted explicado por qué no consintió las groserías de Lebeziatnikof; y cuando éste, para vengarse, le pegó ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino por razones de orden sentimental. Cuando me casé con ella, era viuda y tenía tres hijos de corta edad. Su primer matrimonio había sido de amor. El marido era un oficial de infantería con el que huyó de la casa paterna. Catalina adoraba a su marido, pero él se entregó al juego, tuvo asuntos con la justicia y murió. En los últimos tiempos, él le pegaba. Ella no se lo perdonó, lo sé positivamente; sin embargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre él y yo comparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque así ella se imagina, al menos, que ha sido algún día feliz. Después de la muerte de su marido, quedó sola con sus tres hijitos en una región lejana y salvaje, donde yo me encontraba entonces. Vivía en una miseria tan espantosa, que yo, que he visto los cuadros más tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes la habían abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, señor, entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo también y con una hija de catorce años, le ofrecí mi mano, pues no podía verla sufrir de aquel modo. El hecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara casarse conmigo, le permitirá comprender a qué extremo llegaba su miseria. Aceptó llorando, sollozando, retorciéndose las manos; pero aceptó. Y es que no tenía adónde ir. ¿Se da usted cuenta, señor, se da usted cuenta exacta de lo que significa no tener dónde ir? No, usted no lo puede comprender todavía… Durante un año entero cumplí con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso ‑y señalaba con el dedo la media botella que tenía delante‑, pues yo soy un hombre de sentimientos. Pero no conseguí atraérmela. Entre tanto, quedé cesante, no por culpa mía, sino a causa de ciertos cambios burocráticos. Entonces me entregué a la bebida… Ya hace año y medio que, tras mil sinsabores y peregrinaciones continuas, nos instalamos en esta capital magnífica, embellecida por incontables monumentos. Aquí encontré un empleo, pero pronto lo perdí. ¿Comprende, señor? Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos en un rincón que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero ¿cómo vivimos, cómo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchos inquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir, prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos magnánimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos… Sí, así es. Pero ¿a qué mencionar estas cosas? Ya comprenderá usted que Sonia no ha recibido una educación esmerada. Hace muchos años intenté enseñarle geografía e historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y, además, no teníamos buenos libros, pues los libros que hubiéramos podido tener… , pues… , ¡bueno, ya no los teníamos!, se acabaron las lecciones. Nos quedamos en Ciro, rey de los persas. Después leyó algunas novelas, y últimamente Lebeziatnikof le prestó La Fisiología, de Lewis. Conoce usted esta obra, ¿verdad? A ella le pareció muy interesante, e incluso nos leyó algunos pasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, señor, me dirijo a usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una muchacha pobre pero honesta, ¿puede ganarse bien la vida con un trabajo honesto? No ganará ni quince kopeks al día, señor mío, y eso trabajando hasta la extenuación, si es honesta y no posee ningún talento. Hay más: el consejero de Estado Klopstock Iván Ivanovitch… , ¿ha oído usted hablar de él… ?, no solamente no ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encargó, sino que la despidió ferozmente con el pretexto de que le había tomado mal las medidas y el cuello le quedaba torcido. ...
En la línea 109
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Ha de saber que Daría Frantzevna, una mala mujer a la que la policía conoce perfectamente, había venido tres veces a hacerle proposiciones por medio de la dueña de la casa. ...
En la línea 358
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La rabia le ciega hasta el punto de que ya ni siquiera sabe con qué pegarle para hacerle más daño. ...
En la línea 962
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sin embargo, no estuvo por completo inconsciente durante su enfermedad: era el suyo un estado febril en el que cierta lucidez se mezclaba con el delirio. Andando el tiempo, recordó perfectamente los detalles de este período. A veces le parecía ver varias personas reunidas alrededor de él. Se lo querían llevar. Hablaban de él y disputaban acaloradamente. Después se veía solo: inspiraba horror y todo el mundo le había dejado. De vez en cuando, alguien se atrevía a entreabrir la puerta y le miraba y le amenazaba. Estaba rodeado de enemigos que le despreciaban y se mofaban de él. Reconocía a Nastasia y veía a otra persona a la que estaba seguro de conocer, pero que no recordaba quién era, lo que le llenaba de angustia hasta el punto de hacerle llorar. A veces le parecía estar postrado desde hacía un mes; otras, creía que sólo llevaba enfermo un día. Pero el… suceso lo había olvidado completamente. Sin embargo, se decía a cada momento que había olvidado algo muy importante que debería recordar, y se atormentaba haciendo desesperados esfuerzos de memoria. Pasaba de los arrebatos de cólera a los de terror. Se incorporaba en su lecho y trataba de huir, pero siempre había alguien cerca que le sujetaba vigorosamente. Entonces él caía nuevamente en el diván, agotado, inconsciente. Al fin volvió en sí. ...
En la línea 78
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Qué quiere usted! Me encanta hacerle enfadar. Y además, por el hecho de tolerar sus preguntas y suposiciones, me debe usted una compensación. ...
En la línea 79
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Si me concede el derecho de hacerle toda clase de preguntas—repliqué tranquilamente es porque estoy dispuesto a pagar cualquier compensación; con mi vida, si es preciso. ...
En la línea 186
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Era el momento de marcharse, pero una ansia extraña se apoderó de mí. Experimentaba una especie de deseo de desafiar a la suerte, de hacerle burla, de sacarle la lengua. Arriesgué la mayor postura permitida, cuatro mil florines, y perdí. Luego, poseído por la exaltación, saqué todo el dinero que me quedaba; hice la misma postura y perdí del mismo modo. ...
En la línea 210
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —La capacidad alemana de enriquecerse. Estoy aquí desde hace poco tiempo y, sin embargo, las observaciones que he tenido tiempo de hacer sublevan mi naturaleza tártara. ¡Vaya qué virtudes! Ayer recorrí unos diez kilómetros por las cercanías. Pues bien, es exactamente lo mismo que en los libros de moral, que en esos pequeños libros alemanes ilustrados; todas las casas tienen aquí su papá, su Vater, extraordinariamente virtuoso y honrado. De una honradez tal que uno no se atreve a dirigirse a ellos. Por la noche toda la familia lee obras instructivas. En torno de la casita se oye soplar el viento sobre los olmos y los castaños. El sol poniente dora el tejado donde se posa la cigüeña, espectáculo sumamente poético y conmovedor. Recuerdo que mi difunto padre nos leía por la noche, a mi madre y a mi, libros semejantes, también bajo los tilos de nuestro jardín… Puedo juzgar con conocimiento de causa. Pues bien, aquí cada familia se halla en la servidumbre, ciegamente sometida al Vater. Cuando el Vater ha reunido cierta suma, manifiesta la intención de transmitir a su hijo mayor su oficio o sus tierras. Con esa intención se le niega la dote a una hija que se condena al celibato. El hijo menor se ve obligado a buscar un empleo o a trabajar a destajo y sus ganancias van a engrosar el capital paterno. Sí, esto se practica aquí, estoy bien informado. Todo ello no tiene otro móvil que la honradez, una honradez llevada al último extremo, y el hijo menor se imagina que es por honradez por lo que se le explota. ¿No es esto un ideal, cuando la misma víctima se regocija de ser llevado al sacrificio? ¿Y después?, me preguntaréis. El hijo mayor no es más feliz. Tiene en alguna parte una Amalchen, la elegida de su corazón, pero no puede casarse con ella por hacerle falta una determinada suma de dinero. Ellos también esperan por no faltar a la virtud y van al sacrificio sonriendo. Las mejillas de Amalchen se ajan, la pobre muchacha se marchita. Finalmente, al cabo de veinte años, la fortuna se ha aumentado, los florines han sido honrada y virtuosamente adquiridos. Entonces el Vater bendice la unión de su hijo mayor de cuarenta años con Amalchen, joven muchacha de treinta y cinco años, con el pecho hundido y la nariz colorada… Con esta ocasión vierte lágrimas, predica la moral y exhala acaso el último suspiro. El hijo mayor se convierte a su vez en un virtuoso Vater y vuelta a empezar. Dentro de cincuenta o sesenta años el nieto del primer Vater realizará ya un gran capital y lo transmitirá a su hijo; éste al suyo y después de cinco o seis generaciones, aparece, en fin, el barón de Rothschild en persona, Hope y Compañía o sabe Dios quién… ¿No es ciertamente un espectáculo grandioso? He aquí el coronamiento de uno o dos siglos de trabajo, de perseverancia, de honradez, he aquí a dónde lleva la firmeza de carácter, la economía, la cigüeña sobre el tejado. ¿Qué más podéis pedir? Ya más alto que esto no hay nada, y esos ejemplos de virtud juzgan al mundo entero lanzando el anatema contra aquellos que no los siguen. Pues bien, prefiero más divertirme a la rusa o enriquecerme en la ruleta. No deseo ser Hope y Compañía… al cabo de cinco generaciones. ...
En la línea 99
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Las patas de Buck no eran tan resistentes y duras como las de los huskies. Las suyas se habían ablandado a lo largo de muchas generaciones a partir del día en que su último antepasado salvaje fue domesticado por un cavernícola o un hombre del río. Durante todo el día cojeaba con dolor y, una vez armado el campamento, se dejaba caer como muerto. A pesar del hambre, ni se movía para ir a buscar su ración de pescado, y François tenía que llevársela. También todas las noches después de la cena, dedicaba media hora a frotarle a Buck las plantas de los pies, y hasta sacrificó la parte más alta de sus mocasines para hacerle unos a Buck. Aquello le supuso un gran alivio y provocó incluso una mueca parecida a una sonrisa en el rostro curtido de Perrault una mañana en que, habiendo François olvidado los mocasines, Buck se tumbó de espaldas, agitando las cuatro patas en el aire, y se negó en redondo a moverse sin ellos. Con el tiempo, las patas se le endurecieron y aquel tosco calzado fue olvidado para siempre. ...
En la línea 314
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero, al final, la tenacidad de Buck fue recompensada, porque el lobo, al comprender que aquel animal no intentaba hacerle daño, acabó por acercarle el hocico para que se olfateasen el uno al otro. Después se hicieron amigos y estuvieron jugueteando de la forma nerviosa y un poco tímida con que los animales salvajes encubren su ferocidad. Al cabo de un rato, el lobo se puso a andar con paso ligero revelando que se dirigía a alguna parte. Con su actitud dejó claro que Buck había de acompañarlo. Y los dos marcharon de lado en la penumbra por el lecho del riachuelo, rumbo a la garganta donde nacía la corriente, y cruzaron la divisoria de las aguas. ...
En la línea 950
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Poco tardó, no obstante, en volver a apoderarse de ella la pertinaz ilusión que dulcemente lleva de la mano a los tísicos, vendados los ojos, hasta la puertas de la muerte. Eran tan patentes los síntomas del mal, que al verlos en otra cualquiera le hubiese extendido la papeleta mortuoria; y con todo eso, Pilar, animada y llena de planes, se creía sujeta únicamente a un resfriado tenaz que había de curarse poco a poco. Tenía tosecilla blanda y continua, expectoración pegajosa, sudores que la menor elevación de temperatura determinaba, y las perversiones del apetito se habían convertido en desgano horrible. Inútilmente la conserje del chalet lucía sus primores culinarios, ideando mil golosinas delicadas. Pilar lo miraba todo con igual repugnancia, especialmente los platos nutritivos. Comenzó entonces para las dos amigas una existencia valetudinaria. Lucía no se apartaba de Pilar, sacándola al balcón a respirar el fresco si hacia bueno, acompañándola si no en su cuarto, procurando entretenerla y hacerle menos tediosas las horas. Sentía ya la enferma esa impaciencia, ese deseo de mudar de aires y sitios que acosa generalmente a cuantos padecen su mal. Vichy se le hacía insoportable, y más desde que vio que la estación terminaba, que se vaciaba el Casino, que se marchaba la compañía de ópera y que emigraban las brillantes golondrinas de la moda. Las Amézagas vinieron a despedirse de ella y a darle el último mal rato de la temporada; a seguir a Lucía su inclinación, las recibiría en el saloncito bajo, disculpando a Pilar; pero ésta se empeñó en que subiesen a su aposento, y preciso fue ceder. Estaban las cubanitas triunfantes y radiantes porque se iban a París a hacer sus compras de invierno, y de allí a lucirlas en los primeros saraos madrileños y en el Retiro, y hablaban con el ceceo y melindre de los días de victoria. ...
En la línea 805
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Sin embargo, antes de obrar, y con el fin de proceder con más seguridad, Fix resolvió interrogar a Picaporte. Sabía que no era muy difícil hacerle hablar, y se decidió a romper el disimulo que hasta entonces había guardado. Pero no había tiempo que perder, porque era el 31 de octubre, y al día siguiente el 'Rangoon' debía hacer escala en Singapore. ...
En la línea 820
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Desde aquel día, Picaporte y el agente se encontraron con frecuencia; pero Fix estuvo muy reservado con su compañero y no trató de hacerle hablar. Sólo vio una o dos veces a mister Fogg que permanecía en el salón del 'Rangoon', ora haciendo compañía a Aouida, ora jugando al whist, según su invariable costumbre. ...

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Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.
En castellano no es posible usar más de dos r
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r

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