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La palabra hescondido
Cómo se escribe

Comó se escribe hescondido o escondido?

Cual es errónea Escondido o Hescondido?

La palabra correcta es Escondido. Sin Embargo Hescondido se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra hescondido es que se ha eliminado o se ha añadido la letra h a la palabra escondido


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de h

Las Reglas Ortográficas de la H

Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).

Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.

Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.

Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.

Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.

Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.

Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).

Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)

- oquedad (de hueco)

- orfandad, orfanato (de huérfano)

- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra h

Algunas Frases de libros en las que aparece escondido

La palabra escondido puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 7178
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan tenía el ojo despierto y el ingenio pronto, comprendió que el mosquete no había venido hasta allí completamente solo y que quien lo manejaba no estaba escondido detrás de un seto con intencio nes amistosas. ...

En la línea 9183
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Hay aquí alguien escondido a quien esta graciosa persona quiera degollar? -prosiguió lord de Winter con su voz burlona y despreciativa. ...

En la línea 1501
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me interesa estar _escondido_ aquí hasta que llegue el emisario. ...

En la línea 1674
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La mayor parte está escondido debajo de tierra; la verdad es que ni siquiera he visto la décima parte de ello. ...

En la línea 3605
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Mientras estuve escondido, se hicieron cargo de la librería los funcionarios de la curia eclesiástica, y le decían a mi mujer que era menester quemarme por haber vendido libros malos. ...

En la línea 3621
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... YO.—¿Ha descubierto usted desde que no nos vemos el sitio donde dice usted que está escondido el tesoro? BENEDICTO.—Sí; ahora lo sé ya todo. ...

En la línea 1141
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, a poco trecho que caminaban por entre dos montañuelas, se hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon; y Sancho alivió el jumento, y, tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre, almorzaron, comieron, merendaron y cenaron a un mesmo punto, satisfaciendo sus estómagos con más de una fiambrera que los señores clérigos del difunto -que pocas veces se dejan mal pasar- en la acémila de su repuesto traían. ...

En la línea 1754
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, ¿sabe vuestra merced qué temo? Que no tengo de acertar a volver a este lugar donde agora le dejo, según está de escondido. ...

En la línea 2553
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los tapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos, lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes que esperar, con silencio, sagacidad y discreción podrás ser el verdugo de tu agravio. ...

En la línea 2566
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, como naturalmente tiene la mujer ingenio presto para el bien y para el mal más que el varón, puesto que le va faltando cuando de propósito se pone a hacer discursos, luego al instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer inremediable negocio, y dijo a Lotario que procurase que otro día se escondiese Anselmo donde decía, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad para que desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y, sin declararle del todo su pensamiento, le advirtió que tuviese cuidado que, en estando Anselmo escondido, él viniese cuando Leonela le llamase, y que a cuanto ella le dijese le respondiese como respondiera aunque no supiera que Anselmo le escuchaba. ...

En la línea 434
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... En el sedimento de las Pampas, junto a Bajada, he hallado el caparazón óseo de un animal gigantesco parecido al armadillo; cuando ese caparazón quedó limpio de la tierra que lo llenaba, hubiérase dicho que era un gran caldero. También he hallado en el mismo lugar dientes de. Toxodon y de Mastodonte y un diente de caballo, todos ellos teñidos del color del sedimento y; cayéndose hechos polvo: Este diente de caballo me interesaba mucho3, e hice las averiguaciones más minuciosas para convencerme bien de que había quedado sepulto en la misma época que los demás fósiles; ignoraba yo entonces que un diente análogo estaba escondido en la ganga de los fósiles que recogí en Bahía Blanca; tampoco sabía entonces que en la América del Norte se encuentran por todas partes restos de caballo. Mister Lyell trajo últimamente de los Estados Unidos un diente de caballo. Tiene interés advertir que el profesor Owen no ha podido encontrar en ninguna especie fósil o reciente, una curva ligera pero muy extraña que caracteriza a ese diente, hasta que se le ocurrió compararlo con el mío; el profesor ha dado al caballo americano el nombre de Equus curvidens. ¿No es un hecho maravilloso en la historia de los mamíferos que un caballo indígena haya habitado en la América meridional, puesto que ha desaparecido para ser reemplazado más tarde por las innumerables hordas descendientes de algunos animales introducidos por los colonos españoles? La existencia en la América meridional de un caballo fósil, de mastodonte, quizás de un elefante4 y de un rumiante de cuernos huecos, descubierto por los señores Lund y Clausen en las cavernas del Brasil, constituye un hecho de mucho interés desde el punto de vista de la distribución de los animales. Si dividimos hoy la América, no 3 Es casi inútil adevertir aquí que en América no existía el caballo en tiempos de Colón. ...

En la línea 2496
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La autoridad no había turbado jamás la calma de aquel refugio repuesto y escondido del arte aleatorio, ni en los tiempos de mayor moralidad pública. ...

En la línea 3774
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Un momento se habían encontrado sus ojos con los de Mesía, pero no se habían turbado ni escondido como otras veces; le habían mirado distraídos, sin que ella procurase evitar el contacto de aquellas pupilas cargadas de lascivia y de amor propio irritado, confundido con el deseo. ...

En la línea 3841
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La orla de álamos que se veía desde lejos servía como de muralla para hacer el lugar más escondido y darle sombra a la hora de ponerse el sol; por oriente se levantaba una loma que daba abrigo al apacible retiro formado por la naturaleza en torno del manantial. ...

En la línea 6058
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral se encontró en la escalera con Visitación y Quintanar que buscaban por los rincones la petaca del ex-regente que Edelmira y Paco habían escondido. ...

En la línea 2427
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata no contestó. Estas palabras y otras semejantes que Mauricia le solía decir, despertaban siempre en ella estímulos de amor o desconsuelos que dormitaban en lo más escondido de su alma. Al oírlas, un relámpago glacial le corría por todo el espinazo, y sentía que las insinuaciones de su compañera concordaban con sentimientos que ella tenía muy guardados, como se guardan las armas peligrosas. ...

En la línea 2705
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata tenía la boca extraordinariamente amarga, cual si estuviera mascando palitos de quina. Al entrar en la parroquia sintió horrible miedo. Figurábase que su enemigo estaba escondido tras un pilar. Si sentía pasos, creía que eran los de él. La ceremonia verificose en la sacristía, y duró poco tiempo. Impresionaron mucho a la novia los símbolos del Sacramento, y por poco se cae redonda al suelo. Y al propio tiempo sentía en sí una luz nueva, algo como un sacudimiento, el choque de la dignidad que entraba. La idea del señorío enderezó su espíritu, que estaba como columna inclinada y próxima a perder el equilibrio. ¡Casada!, ¡honrada o en disposición de serlo! Se reconocía otra. Estas ideas, que quizás procedían de un fenómeno espasmódico, la confortaron; pero al salir volvió a sentirse acometida del miedo. ¡Si por acaso el enemigo se le aparecía… ! Porque Mauricia le había dicho que rondaba, que rondaba, que rondaba… ¡Aquí de la Virgen! Pero ¡qué cosas! ¡Si María Santísima protegía ahora al enemigo! Esta idea extravagante no la podía echar de sí. ¿Cómo era posible que la Virgen defendiera el pecado? ¡Tremendo disparate!, pero disparate y todo, no había medio de destruirlo. ...

En la línea 4575
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Todo sea por Dios.—¿No sabe usted, tía, que hace tres meses… ? la Correspondencia lo trajo… una mujer llevó a su marido al Retiro, y cuando iban por un paseo solitario salió el cómplice… sí, el cómplice, que estaba escondido tras unas matas, y entre ella y aquel tuno cogieron al pobre marido, le ataron de pies y manos y le arrojaron al estanque… ...

En la línea 755
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Tú no eres mi padre. No te conozco. Soy el rey. Si has escondido a mi criado, búscamelo en seguida o te costará caro lo que has hecho. ...

En la línea 1604
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Lo tienes escondido en la bahía? ...

En la línea 1770
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Quién vive? —preguntó un soldado escondido detrás de un tronco. ...

En la línea 1994
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Era evidente que al siguiente día tendría que dirigirme a nuestra ciudad, y, en el primer ímpetu de mi arrepentimiento, me pareció igualmente claro que debería alojarme en casa de Joe. Pero en cuanto hube comprometido mi asiento en la diligencia del día siguiente y después de haber ido y regresado a casa del señor Pocket, no estuve ya tan convencido acerca del último extremo y empecé a inventar razones y excusas para alojarme en el Jabalí Azul. Yo podría resultar molesto en casa de Joe; no me esperaban, y la cama no estaría dispuesta; además, estaría demasiado lejos de casa de la señorita Havisham, y ella desearía recibirme exactamente a la hora fijada. Todos los falsificadores de la tierra no son nada comparados con los que cometen falsificaciones consigo mismos, y con tales falsedades logré engañarme. Es muy curioso que yo pudiera tomar sin darme cuenta 107 media corona falsa que me diese cualquier persona, pero sí resultaba extraordinario que, conociendo la ilegitimidad de las mismas monedas que yo fabricaba, las aceptase, sin embargo, como buenas. Cualquier desconocido amable, con pretexto de doblar mejor mis billetes de banco, podría escamoteármelos y darme, en cambio, papeles en blanco; pero ¿qué era eso comparado conmigo mismo, cuando doblaba mis propios papeles en blanco y me los hacía pasar ante mis propios ojos como si fuesen billetes legítimos? Una vez decidido a alojarme en el Jabalí Azul, me sentí muy indeciso acerca de si llevaría o no conmigo al Vengador. Me resultaba bastante tentador que aquel mercenario exhibiese su costoso traje y sus botas altas en el patio del Jabalí Azul; era también muy agradable imaginar que, como por casualidad, lo llevase a la tienda del sastre para confundir al irrespetuoso aprendiz del señor Trabb. Por otra parte, este aprendiz podía hacerse íntimo amigo de él y contarle varias cosas; o, por el contrario, travieso y pillo como yo sabía que era, habría sido capaz de burlarse de él a gritos en la calle Alta. Además, mi protectora podría enterarse de la existencia de mi criadito y parecerle mal. Por estas últimas razones, resolví no llevar conmigo al Vengador. Había tomado asiento en el coche de la tarde, y como entonces corría el invierno, no llegaría a mi destino sino dos o tres horas después de oscurecer. La hora de salida desde Cross Keys estaba señalada para las dos de la tarde. Llegué con un cuarto de hora de anticipación, asistido por el Vengador-si puedo emplear esta expresión con respecto a alguien que jamás me asistía si podía evitarlo. En aquella época era costumbre utilizar la diligencia para transportar a los presidiarios a los arsenales. Como varias veces había oído hablar de ellos como ocupantes de los asientos exteriores de dichos vehículos, y en más de una ocasión les vi en la carretera, balanceando sus piernas, cargadas de hierro, sobre el techo del coche, no tuve motivo de sorprenderme cuando Herbert, al encontrarse conmigo en el patio, me dijo que dos presidiarios harían el mismo viaje que yo. Pero tenía, en cambio, una razón, que ya era ahora antigua, para sentir cierta impresión cada vez que oía en Londres el nombre de «presidiario». - ¿No tendrás ningún reparo, Haendel?-preguntó Herbert. - ¡Oh, no! - Me ha parecido que no te gustaba. -Desde luego, como ya comprenderás, no les tengo ninguna simpatía; pero no me preocupan. - Mira, aquí están - dijo Herbert -. Ahora salen de la taberna. ¡Qué espectáculo tan degradante y vil! Supongo que habían invitado a su guardián, pues les acompañaba un carcelero, y los tres salieron limpiándose la boca con las manos. Los dos presidiarios estaban esposados y sujetos uno a otro, y en sus piernas llevaban grilletes, de un modelo que yo conocía muy bien. Vestían el traje que también me era conocido. Su guardián tenía un par de pistolas y debajo del brazo llevaba una porra muy gruesa con varios nudos; pero parecía estar en relaciones de buena amistad con los presos y permanecía a su lado mientras miraba cómo enganchaban los caballos, cual si los presidiarios constituyesen un espectáculo todavía no inaugurado y él fuese su expositor. Uno de los presos era más alto y grueso que el otro y parecía que, de acuerdo con los caminos misteriosos del mundo, tanto de los presidiarios como de las personas libres, le hubiesen asignado el traje más pequeño que pudieran hallar. Sus manos y sus piernas parecían acericos, y aquel traje y aquel aspecto le disfrazaban de un modo absurdo; sin embargo, reconocí en el acto su ojo medio cerrado. Aquél era el mismo hombre a quien vi en el banco de Los Tres Alegres Barqueros un sábado por la noche y que me apuntó con su invisible arma de fuego. Era bastante agradable para mí el convencimiento de que él no me reconoció, como si jamás me hubiese visto en la vida. Me miró, y sus ojos se fijaron en la cadena de mi reloj; luego escupió y dijo algo a su compañero. Ambos se echaron a reír, dieron juntos media vuelta, en tanto que resonaban las esposas que los unían, y miraron a otra parte. Los grandes números que llevaban en la espalda, como si fuesen puertas de una casa; su exterior rudo, como sarnoso y desmañado, que los hacía parecer animales inferiores; sus piernas cargadas de hierros, en los que para disimular llevaban numerosos pañuelos de bolsillo, y el modo con que todos los miraban y se apartaban de ellos, los convertían, según dijera Herbert, en un espectáculo desagradable y degradante. Pero eso no era lo peor. Resultó que una familia que se marchaba de Londres había tomado toda la parte posterior de la diligencia y no había otros asientos para los presos que los delanteros, inmediatamente detrás del cochero. Por esta razón, un colérico caballero que había tomado un cuarto asiento en aquel sitio empezó a gritar diciendo que ello era un quebrantamiento de contrato, pues se veía obligado a mezclarse con tan villana compañía, que era venenosa, perniciosa, infame, vergonzosa y no sé cuántas cosas más. Mientras tanto, el coche estaba ya dispuesto a partir, y el cochero, impaciente, y todos nos preparábamos a subir para ocupar nuestros sitios. También los presos se acercaron con su guardián, difundiendo alrededor 108 de ellos aquel olor peculiar que siempre rodea a los presidiarios y que se parece a la bayeta, a la miga de pan, a las cuerdas y a las piedras del hogar. -No lo tome usted así, caballero-dijo el guardián al colérico pasajero-. Yo me sentaré a su lado. Los pondré en la parte exterior del asiento, y ellos no se meterán con ustedes para nada. Ni siquiera se dará cuenta de que van allí. - Y yo no tengo culpa alguna - gruñó el presidiario a quien yo conocía -. Por mi parte, no tengo ningún deseo de hacer este viaje, y con gusto me quedaré aquí. No tengo ningún inconveniente en que otro ocupe mi lugar. - O el mío - añadió el otro, con mal humor -. Si yo estuviese libre, con seguridad no habría molestado a ninguno de ustedes. Luego los dos se echaron a reír y empezaron a romper nueces, escupiendo las cáscaras alrededor de ellos. Por mi parte, creo que habría hecho lo mismo de hallarme en su lugar y al verme tan despreciado. Por fin se decidió que no se podía complacer en nada al encolerizado caballero, quien tenía que sentarse al lado de aquellos compañeros indeseables o quedarse donde estaba. En vista de ello, ocupó su asiento, quejándose aún, y el guardián se sentó a su lado, en tanto que los presidiarios se izaban lo mejor que podían, y el que yo había reconocido se sentó detrás de mí y tan cerca que sentía en la parte posterior de mi cabeza el soplo de su respiración. - Adiós, Haendel - gritó Herbert cuando empezábamos a marchar. Me pareció entonces una afortunada circunstancia el que me hubiese dado otro nombre que el mío propio de Pip. Es imposible expresar con cuánta agudeza sentía entonces la respiración del presidiario, no tan sólo en la parte posterior de la cabeza, sino también a lo largo de la espalda. La sensación era semejante a la que me habría producido un ácido corrosivo que me tocara la médula, y esto me hacía sentir dentera. Me parecía que aquel hombre respiraba más que otro cualquiera y con mayor ruido, y me di cuenta de que, inadvertidamente, había encogido uno de mis hombros, en mis vanos esfuerzos para resguardarme de él. El tiempo era bastante frío, y los dos presos maldecían la baja temperatura, que, antes de encontrarnos muy lejos, nos había dejado a todos entumecidos. Cuando hubimos dejado atrás la Casa de Medio Camino, estábamos todos adormecidos, temblorosos y callados. Mientras yo dormitaba preguntábame si tenía la obligación de devolver las dos libras esterlinas a aquel desgraciado antes de perderle de vista y cómo podría hacerlo. Pero en el momento de saltar hacia delante, cual si quisiera ir a caer entre los caballos, me levanté asustado y volví a reflexionar acerca del asunto. Pero sin duda estuve dormido más tiempo de lo que me figuraba, porque, a pesar de que no pude reconocer nada en la oscuridad ni por las luces y sombras que producían nuestros faroles, no dejé de observar que atravesábamos los marjales, a juzgar por el viento húmedo y frío que soplaba contra nosotros. Inclinándose hacia delante en busca de calor y para protegerse del viento, los dos presos estaban entonces más cerca de mí que antes, y las primeras palabras que les oí cambiar al despertarme fueron las de mi propio pensamiento: «Dos billetes de una libra esterlina. » - ¿Y cómo se hizo con ellas? - preguntó el presidiario a quien yo no conocía. - ¡Qué sé yo! -replicó el otro -. Las habría escondido en alguna parte. Me parece que se las dieron unos amigos. - ¡Ojalá que yo los tuviese en mi bolsillo! - dijo el otro después de maldecir el frío. - ¿Dos billetes de una libra, o amigos? - Dos billetes de una libra. Por uno solo vendería a todos los amigos que tengo en el mundo, y me parece que haría una buena operación. ¿Y qué? ¿De modo que él dice… ? - Él dice… - repitió el presidiario a quien yo conocía -. En fin, que quedó hecho y dicho en menos de medio minuto, detrás de un montón de maderos en el arsenal. «Vas a ser licenciado.» Y, en realidad, iban a soltarme. ¿Podría ir a encontrar a aquel niño que le dio de comer y le guardó el secreto, para darle dos billetes de una libra esterlina? Sí, le encontraría. Y le encontré. - Fuiste un tonto - murmuró el otro – Yo me las habría gastado en comer y en beber. Él debía de ser un novato. ¿No sabía nada acerca de ti? - Nada en absoluto. Pertenecíamos a distintas cuadrillas de diferentes pontones. Él fue juzgado otra vez por quebrantamiento de condena y le castigaron con cadena perpetua. - ¿Y fue ésta la única vez que recorriste esta comarca? - La única. - ¿Y qué piensas de esta región? - Que es muy mala. No hay en ella más que barro, niebla, aguas encharcadas y trabajo; trabajo, aguas encharcadas, niebla y barro. 109 Ambos maldecían la comarca con su lenguaje violento y grosero. Gradualmente empezaron a gruñir, pero no dijeron nada más. Después de sorprender tal diálogo estuve casi a punto de bajar y quedarme solo en las tinieblas de la carretera, pero luego sentía la certeza de que aquel hombre no sospechaba siquiera mi identidad. En realidad, yo no solamente estaba cambiado por mi propio crecimiento y por las alteraciones naturales, sino también vestido de un modo tan distinto y rodeado de circunstancias tan diferentes, que era muy improbable el ser reconocido de él si no se le presentaba alguna casualidad que le ayudase. Sin embargo, la coincidencia de estar juntos en el mismo coche era bastante extraña para penetrarme del miedo de que otra coincidencia pudiera relacionarme, a los oídos de aquel hombre, con mi nombre verdadero. Por esta razón, resolví alejarme de la diligencia en cuanto llegásemos a la ciudad y separarme por completo de los presos. Con el mayor éxito llevé a cabo mi propósito. Mi maletín estaba debajo del asiento que había a mis pies y sólo tenía que hacer girar una bisagra para sacarlo. Lo tiré al suelo antes de bajar y eché pie a tierra ante el primer farol y los primeros adoquines de la ciudad. En cuanto a los presidiarios, prosiguieron su camino con la diligencia, sin duda para llegar al sitio que yo conocía tan bien, en donde los harían embarcar para cruzar el río. Mentalmente vi otra vez el bote con su tripulación de penados, esperando a aquellos dos, ante el embarcadero lleno de cieno, y de nuevo me pareció oír la orden de «¡Avante!», como si se diera a perros, y otra vez vi aquella Arca de Noé cargada de criminales y fondeada a lo lejos entre las negras aguas. No podría haber explicado lo que temía, porque el miedo era, a la vez, indefinido y vago, pero el hecho es que me hallaba preso de gran inquietud. Mientras me dirigía al hotel sentí que un terror, que excedía a la aprensión de ser objeto de un penoso o desagradable reconocimiento, me hacía temblar. No se llegó a precisar, pues era tan sólo la resurrección, por espacio de algunos minutos, del terror que sintiera durante mi infancia. En el Jabalí Azul, la sala del café estaba desocupada, y no solamente pude encargar la cena, sino que también estuve sentado un rato antes de que me reconociese el camarero. Tan pronto como se hubo excusado por la flaqueza de su memoria, me preguntó si debía mandar aviso al señor Pumblechook. - No – contesté. - De ninguna manera. El camarero, que fue el mismo que wino a quejarse, en nombre de los comerciantes, el día en que se formalizó mi contrato de aprendizaje con Joe, pareció quedar muy sorprendido, y aprovechó la primera oportunidad para dejar ante mí un sucio ejemplar de un periódico local, de modo que lo tomé y leí este párrafo: Recordarán nuestros lectores, y ciertamente no sin interés, con referencia a la reciente y romántica buena fortuna de un joven artífice en hierro de esta vecindad (¡qué espléndido tema, dicho sea de paso, para la pluma mágica de nuestro conciudadano Tooby, el poeta de nuestras columnas, aunque todavía no goce de fama universal!), que el primer jefe, compañero y amigo de aquel joven fue una personalidad que goza del mayor respeto, relacionada con los negocios de granos y semillas, y cuya cómoda e importante oficina está situada dentro de un radio de cien millas de la calle Alta. Obedeciendo a los dictados de nuestros sentimientos personales, siempre le hemos considerado el mentor de nuestro joven Telémaco, porque conviene saber que en nuestra ciudad vio la luz el fundador de la for tuna de este último. ¿Tendrá interés el sabio local, o quizá los maravillosos ojos de nuestras bellezas ciudadanas, en averiguar qué fortuna es ésta? Creemos que Quintín Matsys era el HERRERO de Amberes. Verb. Sap.» Tengo la convicción, basada en mi grande experiencia, de que si, en los días de mi prosperidad, me hubiese dirigido al Polo Norte, hubiese encontrado allí alguien, ya fuera un esquimal errante o un hombre civilizado, que me habría dicho que Pumblechook fue mi primer jefe y el promotor de mi fortuna. ...

En la línea 3411
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Entonces, ¿era usted la sorpresa? Cuéntemelo todo. ¿Por qué estaba usted escondido allí? ...

En la línea 3895
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑No seas niña, Sonia ‑respondió dulcemente Raskolnikof‑. ¿Quién es esa gente para juzgar mi crimen? ¿Qué podría decirles? Su autoridad es pura ilusión. Dan muerte a miles de hombres y ven en ello un mérito. Son unos bribones y unos cobardes, Sonia… No iré. ¿Qué quieres que les diga? ¿Que he escondido el dinero debajo de una piedra por no atreverme a quedármelo? ‑Y añadió, sonriendo amargamente‑: Se burlarían de mí. Dirían que soy un imbécil al no haber sabido aprovecharme. Un imbécil y un cobarde. No comprenderían nada, Sonia, absolutamente nada. Son incapaces de comprender. ¿Para qué ir? No, no iré. No seas niña, Sonia. ...

En la línea 4159
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Yo creo que lo mejor que podemos hacer es ser francos ‑continuó Porfirio Petrovitch, volviendo un poco la cabeza y bajando la vista, como si temiera turbar a su antigua víctima y quisiera demostrarle su desdén por los procedimientos y las celadas que había utilizado‑. Estas sospechas, estas escenas, no deben repetirse. Si no hubiera sido por Mikolka, que llegó y puso fin a aquella escena, no sé cómo habrían terminado las cosas. Ese maldito papanatas estaba escondido detrás del tabique. Ya lo sabe usted, ¿verdad? Me enteré de que había venido a su casa inmediatamente después de aquella escena. Pero usted se equivocó en sus suposiciones. Yo no mandé a buscar a nadie aquel día y no había tomado medida alguna. Usted se preguntará por qué razón no lo hice. Pues… no sé cómo explicárselo. Me limité a citar a los porteros, a los que usted vio al pasar. Una idea, rápida como un relámpago, había acudido a mi imaginación. Yo estaba demasiado seguro de mí mismo, Rodion Romanovitch, y me decía que si lograba apresar un hecho, aunque fuera renunciando a todo lo demás, obtendría el resultado que deseaba. ...

En la línea 4830
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Después él se había lanzado escaleras abajo; había oído las voces de Mikolka y Mitri y se había escondido en el departamento desalquilado. ...


la Ortografía es divertida

Errores Ortográficos típicos con la palabra Escondido

Cómo se escribe escondido o hescondido?
Cómo se escribe escondido o exondido?
Cómo se escribe escondido o ezcondido?

Más información sobre la palabra Escondido en internet

Escondido en la RAE.
Escondido en Word Reference.
Escondido en la wikipedia.
Sinonimos de Escondido.

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La palabra reconocimiento
La palabra suponiendo
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