Cual es errónea Entrar o Hentrar?
La palabra correcta es Entrar. Sin Embargo Hentrar se trata de un error ortográfico.
La falta ortográfica detectada en la palabra hentrar es que se ha eliminado o se ha añadido la letra h a la palabra entrar
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Sinonimos de Entrar.

la Ortografía es divertida
Reglas relacionadas con los errores de h
Las Reglas Ortográficas de la H
Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).
Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.
Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.
Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.
Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.
Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.
Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).
Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)
- oquedad (de hueco)
- orfandad, orfanato (de huérfano)
- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)
Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra h

El Español es una gran familia
Algunas Frases de libros en las que aparece entrar
La palabra entrar puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 105
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Siempre, al entrar, sentía cierto desasosiego, una repugnancia instintiva de estómago delicado. ...
En la línea 470
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fué esto un acuerdo tácito de toda la huerta, una conjuración instintiva en cuya preparación apenas si mediaron palabras; pero hasta los árboles y los caminos parecían entrar en ella. ...
En la línea 494
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los hacían entrar, los convidaban a beber y luego les iban hablando al oído con la cara ceñuda y el acento paternal, bondadoso, como quien aconseja a un niño que evite el peligro. ...
En la línea 512
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y no se imaginaban, después de un triunfo de diez años, que pudiera entrar en los campos abandonados otra persona que el tío Tomba, un pastor ciego y parlanchín, que, a falta de auditorio, relataba todos los días sus hazañas de guerrillero a su rebaño de sucias ovejas. ...
En la línea 215
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Temblaban de miedo al entrar en ciertas gargantas en cuya oscuridad brillaba el fogonazo y silbaba la bala, al no obedecer ellos al ¡boca abajo! de los guardias emboscados. Algunos compañeros habían muerto en estos malos pasos. Además, los enemigos se vengaban de las largas esperas al acecho y de la inquietud que les inspiraban los caballistas, dando tremendas palizas a los de a pie. Más de una vez se rasgaba el silencio nocturno de la sierra con los alaridos de dolor que arrancaban los bárbaros culatazos dados al azar, en la oscuridad, lejos de toda vivienda, lejos de toda ley, en una soledad salvaje... ...
En la línea 247
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había muerto como quien era: como un caballero cristiano, como una persona decente. La enfermedad mortal le había sorprendido en una de sus _juergas_ rodeado de mujeres y mozos de valor. La sangre del primer vómito se la habían limpiado las amigas con sus pañolones bordados de chinos y rosas fantásticas. Pero al ver próxima la muerte y oír los consejos de su hermana, que después de muchos años de ausencia se decidía a entrar en su casa, quiso «dar buen ejemplo», irse del mundo con la discreción que convenía a su rango. Y sacerdotes de todos hábitos y reglas llegaron hasta su lecho, apartando al sentarse una guitarra o una enagua olvidada; hablándole del cielo, en el que, seguramente, le guardaban un sitio de preferencia por los méritos de sus mayores. Las innumerables cofradías y hermandades de Jerez, en las cuales tenía el alegre noble un cargo hereditario, acompañaron al Viático; y al morir, su cadáver fue vestido de fraile, amontonándose sobre su pecho todas las medallas que la señora de Dupont juzgó de más eficacia para que aquel vividor no sufriese retraso ni entorpecimiento en su ascensión a la gloria eterna. ...
En la línea 252
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Pensaba con orgullo en los millones que tendrían sus hijos, y al mismo tiempo despreciaba a los que los habían amasado. Recordaba mentalmente con cierta vergüenza el origen de los Dupont, del que hablaban los más viejos de Jerez al comentar su escandalosa fortuna. El primero de la dinastía llegaba a la ciudad a principios del siglo, como un pordiosero, para entrar al servicio de otro francés que había establecido una bodega. Durante la guerra de la Independencia, el amo huía por miedo a las cóleras populares, dejando toda su fortuna confiada al compatriota, que era su servidor de confianza, y éste, en fuerza de dar gritos contra su país y vitorear a Fernando VII, conseguía que le respetasen y hacía prosperar los negocios de la bodega, que se acostumbraba a considerar como suya. Cuando, terminada la guerra, volvía el verdadero dueño, Dupont se negaba a reconocerle, alegándose a sí mismo, para tranquilidad de la conciencia, que bien había ganado la propiedad de la casa haciendo frente al peligro. Y el confiado francés, enfermo y agobiado por la traición, desaparecía para siempre. ...
En la línea 260
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... No por esto olvidaba a su protector. ¡Ay, aquel don Pablo, cuánto bien le había hecho! Por él, su hijo Fermín era un caballero. El viejo Dupont, al ver la actividad que mostraba el muchacho en su escritorio, donde había entrado como _zagal_ para los recados, quiso ayudarle con su protección. Fermín se había instruido aprovechando la presencia en Jerez de Salvatierra. El revolucionario, al volver de su emigración en Londres, ansioso de sol y de tranquilidad campestre, había ido a vivir en Marchamalo, al lado de su amigo el capataz. Algunas veces, al entrar el millonario en la viña, se encontraba con el rebelde hospedado en su propiedad sin permiso alguno. El señor Fermín creía que, tratándose de un hombre de tantos méritos, era innecesario solicitar la autorización del amo. Dupont, por su parte, respetaba el carácter probo y bondadoso del agitador, y su egoísmo de hombre de negocios le aconsejaba la benevolencia. ¡Quién sabe si aquellas gentes volverían a mandar el día menos pensado!... ...
En la línea 208
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Solía entrar alguna mujer, una criada, una amiga de los amos, una monja de buen color, con ojos frescos. ...
En la línea 217
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Pero en éstas y otras honduras no le agradaba entrar; él era de los de fuera, y así como prefería el trato de un cadáver ya en el féretro, al trato del moribundo, también escogía, a poder, la compañía de los amigos y parientes lejanos. ...
En la línea 225
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Creo haber dicho ya que la frase bienquisto era muy del agrado de don Ángel, y no sólo amaba la frase, sino lo que significaba; le encantaba el aprecio general, y no porque de esto venía a vivir, pues sus rentas consistían principalmente en lo que se guisaba en las cocinas amigas, sino por el aprecio mismo, por entrar y salir como Pedro por su casa en todos los hogares. ...
En la línea 236
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Al volver de un entierro a la casa mortuoria, por la puerta que a él se le abría parecía entrar el aire fresco de la vida, la alegría de la Naturaleza inconsciente, el cándido egoísmo de las fuerzas fatales. ...
En la línea 92
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Pues bien, es muy justo - y girando sobre sus talones se dispuso a entrar de nuevo en la hostería por la puerta principal, bajo la que D'Artagnan, al llegar, había observado un caballo completamente ensillado. ...
En la línea 211
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Bonos contra la tesorería particular de Su Majestad -respondió D'Artagnan que, contando con entrar en el servicio del rey gracias a esta recomendación, creía poderdar aquella respuesta algo aventura da sin mentir. ...
En la línea 993
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Al entrar en su palacio, el señor de Tréville pensó que había que tomar la delantera quejándose el primero. ...
En la línea 1013
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Este, al ver entrar a estos dos nobles señores que venían a visitarlo, trató de levantarseen el lecho, pero estaba demasiado débil y, agotado por el esfuerzo que había hecho, volvió a caer casi sin conocimiento. ...
En la línea 7
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Como una prueba la mas esplícita de lo dicho, recordaré al Gobierno, á los españoles todos, en nombre de mis amigos de Ultramar, que la constante y acrisolada lealtad de las Islas Filipinas, no desmentida hasta hoy en manera alguna, sin embargo de las diversas y terribles oscilaciones políticas porque ha pasado la Península en lo que llevamos del presente siglo, es acreedora á toda la consideracion del ilustrado Gobierno que hoy rije los destinos de la patria, y á la atencion de los Cuerpos colejisladores, para que cuando sea llegado el caso de entrar en la discusion de las leyes especiales porque deben gobernarse aquellas provincias, prevaleciendo solo los deseos de hacerlas felices, de mejorar su suerte y condicion, se llegue al término deseado, y se las facilite el desarrollo de su prosperidad por los medios mas breves y sencillos. ...
En la línea 101
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... o Que se guarde escala rigurosa en la carrera, y sean promovidos á los juzgados de ascenso los de entrada, y á término los de ascenso; de modo que si este plan se adoptase, una vez provistas las alcaldías, no habian de ser provistos los que aspirasen á entrar en la carrera mas que en juzgados de entrada, y que pasasen por toda la escala para obtener plazas de majistrados en la audiencia, segun se ha dicho. ...
En la línea 351
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Mas antes de entrar á la esplanacion de los puntos indicados, es oportuno y conveniente preceda una sucinta relacion del estado de la renta de correos en Filipinas desde su creacion, y qué clase de gastos anuales ha orijinado, para venir de aqui á deducir, que bajo el aspecto y forma que siempre ha tenido, ha dado al erario ingresos seguros, mayores ó menores, segun la mayor ó menor concurrencia de buques nacionales (únicos conductores de correspondencia). ...
En la línea 244
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... España ocupó siempre un lugar considerable en mis ensueños infantiles, y las cosas españolas me interesaban por modo especial, sin presentir que, andando el tiempo, me vería llamado a participar, si bien modestamente, en el drama descomunal de su vida; aquel interés me indujo, en edad temprana, a aprender su noble idioma y a conocer su literatura (apenas digna del idioma), su historia y tradiciones; de modo que al entrar por vez primera en España me sentí más en mi casa que lo que sin esas circunstancias me hubiese sentido. ...
En la línea 342
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No me propongo entrar aquí en minuciosos detalles acerca de ella; me limitaré a notar que es tan digna de la atención de un artista como la misma Roma. ...
En la línea 765
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Vaciló un instante y nos mandó entrar, llevándonos a un lóbrego vestíbulo de piedra, donde nos dejó después de invitarnos a tomar asiento. ...
En la línea 1090
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Envié, pues, mi tarjeta al oficial con un soldado que vagaba por allí, y, sentándome en una piedra, aguardé; volvió a poco; me preguntó si yo era inglés, y al oír mi respuesta afirmativa, dijo: «En tal caso, señor, no puede usted entrar; no es costumbre enseñar el fuerte a los extranjeros.» Respondí que lo mismo me daba visitarlo o no; y después de contemplar a Badajoz en la lejanía, desde el lado oriental del cerro, desanduve el camino recorrido a la subida. ...
En la línea 418
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... -Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. ...
En la línea 517
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... La temerosa y desconsolada señora, sin entrar en cuenta de lo que don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometió que el escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado. ...
En la línea 814
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que, así como don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisóstomo, él y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron que se había entrado la pastora Marcela; y, habiendo andado más de dos horas por él, buscándola por todas partes sin poder hallarla, vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco; tanto, que convidó y forzó a pasar allí las horas de la siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar. ...
En la línea 952
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Acabó en esto de encender el candil el cuadrillero, y entró a ver el que pensaba que era muerto; y, así como le vio entrar Sancho, viéndole venir en camisa y con su paño de cabeza y candil en la mano, y con una muy mala cara, preguntó a su amo: -Señor, ¿si será éste, a dicha, el moro encantado, que nos vuelve a castigar, si se dejó algo en el tintero? -No puede ser el moro -respondió don Quijote-, porque los encantados no se dejan ver de nadie. ...
En la línea 237
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Hízose entrar en un corral un rebaño de caballos salvajes y luego se abrió una puerta cuyos montantes estaban unidos en lo alto por una barra de madera. Se convino en que quien, saltando desde la barra, consiguiera ponerse a horcajadas encima de uno de esos animales indómitos en el momento de escaparse del corral y además lograra sostenerse sin silla ni brida sobre el lomo del caballo y volviese a entrarlo, sería elegido general. ...
En la línea 259
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pasamos la noche en Punta Alta y me puse a buscar osamentas fósiles: en efecto, ese lugar es una verdadera catacumba de monstruos pertenecientes a razas extintas. La noche estaba muy tranquila y clara, el paisaje era interesante de puro monótono: nada más que diques de barro y gaviotas, colinas de arena y buitres. A la mañana siguiente, al marcharnos, vimos las huellas recientísimas de un puma, pero sin poder descubrir al animal. Vimos también un par de zorrillos, animales pestíferos bastante comunes. El zorrillo se asemeja mucho al veso, pero es un poco más grande y mucho más grueso en proporción. Teniendo conciencia de su poder, no teme al hombre ni al perro y vaga en pleno día por la llanura. Si se azuza a un perro para que le ataque, detiénese al punto en su carrera, dándole náuseas en cuanto el zorrillo deja caer algunas gotas de su aceite fétido. Si este aceite toca a cualquier cosa, ya no puede hacerse uso de ella. Azara dice que puede percibirse su olor a una legua de distancia; más de una vez, al entrar en el puerto de Montevideo con viento de tierra, sentimos ese olor a bordo del Beagle. Lo cierto es que todos los animales se apresuran a alejarse para dejar pasar al zorrillo. ...
En la línea 289
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Voy a describir ahora las costumbres de las aves más interesantes y más comunes en las llanuras silvestres de la Patagonia septentrional. Me ocuparé en primer término de la mayor de todas ellas: el avestruz de la América meridional. Todo el mundo conoce las habituales costumbres del avestruz. Estas aves se alimentan de materias vegetales, como hierbas y raíces; sin embargo, en Bahía Blanca he visto con mucha frecuencia descender tres o cuatro en la marea baja a la orilla del mar y explorar los montones de fango que entonces quedan en seco, con el fin (dicen los gauchos) de buscar pececillos para comérselos. Aunque el avestruz tiene costumbres muy tímidas, desconfiadas y solitarias, aunque corre con suma rapidez, sin embargo, se apoderan fácilmente de él los indios o los gauchos armados de bolas. En cuanto aparecen varios jinetes dispuestos en círculo, los avestruces se aturden y no saben por qué lado escaparse: suelen preferir correr contra el viento; extienden las alas tomando ímpetu, y parecen como un barco con las velas tendidas. En un hermoso día muy cálido vi a varios avestruces entrar en un pantano cubierto de juncos muy altos; allí permanecieron escondidos hasta que llegué muy cerca de ellos. Suele ignorarse que los avestruces se tiran con facilidad al agua. Mr. King me participa que en la Bahía de San Blas y en Puerto-Valdés (Patagonia) vio a esas aves pasar a menudo a nado de una isla a otra. Entraban en el agua en cuanto se veían acorralados hasta el extremo de no quedarles ya ninguna otra retirada; pero también se meten en ella de buena voluntad; atravesaban a nado una distancia de unos 290 metros. ...
En la línea 471
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Me recibieron con mucha cortesía en el campo rebelde, pero diciéndome que les era imposible permitirme entrar en la ciudad. Esto era lo que yo deseaba por encima de todo, pues creía que el Beagle abandonaría la Plata mucho más pronto de lo que en realidad aconteció. Sin embargo, referí las bondades que conmigo tuvo el general Rosas cuando estuve en el Colorado, y ese relato cambió como por ensalmo las disposiciones acerca de mí. Se me dijo inmediatamente que aun cuando no podía dárseme pasaporte, se me permitiría pasar la línea de centinelas si consentía en no llevar conmigo guía ni caballos. ...
En la línea 62
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó: -Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer. ...
En la línea 73
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... ¡Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando no estamos cerca! Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó: ¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? Entonces, como la vez anterior, respondió: La Reina es la más hermosa de este lugar, Pero pasando los bosques, en la casa de los enanos, la linda Blancanieves lo es mucho más. ...
En la línea 80
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Golpeó a la puerta y gritó: -¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo! Blancanieves miró desde adentro y dijo: -Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie. ...
En la línea 94
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Se dirigió entonces a una habitación escondida y solitaria a la que nadie podía entrar y fabricó una manzana envenenada. ...
En la línea 739
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral había resuelto no entrar aquel día en la capilla que llamaban suya. ...
En la línea 811
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Y el Arcipreste que manifestara poco antes tanta prisa por salir del templo, se empeñó en entrar en Santa Clementina. ...
En la línea 931
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Obdulia, a fuerza de indiscreción, había conseguido varias veces entrar allí. ...
En la línea 1200
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Pero antes de entrar en su cuarto se dijo: —Ea; ya que estoy levantando voy a dar un vistazo a mi gente. ...
En la línea 5
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Los muchos besos que le daban los fieles al entrar y al salir de la iglesia, transeúntes de todas clases en la calle, no le consumían ni marchitaban las rosas de la frente y de las mejillas; sacábanles como un nuevo esplendor, y Juan, humilde hasta el fondo del alma, con la gratitud al general cariño, se enardecía en sus instintos de amor a todos, y se dejaba acariciar y admirar como una santa reliquia que empezara a tener conciencia. ...
En la línea 46
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Juan de Dios siguió adelante con sus preparativos; fue procurándose la situación propia del que puede entrar en el servicio de esas avanzadas de la fe, que tienen casi seguro el martirio. ...
En la línea 103
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... si su novio hubiese sido otro; pero el de la mejor jaca, el del mejor coche la quiso por vanidad, para que le tuvieran envidia; y aunque para entrar en su casa (de una viuda pobre también, como la madre de Juan, también de costumbres cristianas) tuvo que prometer seriedad, y muy pronto se vio obligado a prometer próxima y segura coyunda, lo hizo aturdido, con la vaga conciencia de que no faltaría quien le ayudara a faltar a su palabra. ...
En la línea 386
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El 6 de agosto, horas antes de amanecer, los cardenales Borgia y Barbo colocaron entre ellos, humildemente disfrazado, al que había sido hasta poco antes capitán general de la Iglesia, y con una escolta de trescientos jinetes y doscientos peones salieron de Roma a las tres de la mañana por la puerta del castillo de Sant' Angelo, dirigiéndose hacia Ponte Molle. Dicha salida no era más que un engaño para desorientar a los asesinos, que indudablemente galoparían en persecución al conocer esta fuga. Dando un rodeo volvió la tropa, a entrar en Roma por la puerta de Popolo, y deslizándose silenciosamente a través de los barrios desiertos, cuyos vecinos estaban aún durmiendo, salió otra vez de la ciudad por la puerta de San Pablo. ...
En la línea 392
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Después de favorecer la fuga de su hermano, separándose de él en las afueras de Roma, podía haberse vuelto a su tranquila residencia de Ti-voli. Pero, pensando que su tío iba a morir solo, volvió a entrar intrépidamente en la ciudad, yendo por las calles principales al Vaticano para rezar junto al lecho del agonizante. Mientras él despreciaba de este modo a sus enemigos, veíase obligado el cardenal Barbo a escapar de Roma, huyendo de los Orsínis, que pretendían hacerlo pedazos por haber facilitado la fuga de Pedro Luis. ...
En la línea 511
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Un año antes la había visto en su automóvil por el paseo de la Castellana. Días después, ante los escaparates de una tienda elegante de la carrera de San Jerónimo, se fijó en unos hombres que miraban al Interior, haciendo comentarios admirativos y salaces sobre una dama hermosísima que acababa de entrar, dejando su coche a la puerta. Era la hermosa viuda sudamericana, que no podía mostrarse en las calles sin excitar ávida curiosidad y carnales deseos. ...
En la línea 769
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Recordó Enciso la relación de un embajador de Venecia a su Gobierno, hablando de esta oratoria algo dramática que usaba Alejandro VI, no sólo en los actos públicos, sino igualmente en la vida privada. Cuando el Papa tenía que comunicarle algo secreto (y muchas veces el tal secreto era un engaño diplomático), lo hacía entrar en un pequeño gabinete cerraba la puerta por dentro, y señalándole un sillón, decía con majestuosa gravedad: ...
En la línea 266
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El profesor Flimnap se proponía entrar ahora en las habitaciones particulares de uno de los altos señores del Consejo Ejecutivo, que momentáneamente era el presidente del supremo organismo. Cada uno de los cinco individuos del Consejo lo presidía durante un mes, cediendo su sillón al compañero a quien tocaba el turno. ...
En la línea 279
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Al entrar al día siguiente en el despacho del jefe mensual del gobierno, vio con alegría que el doctor Momaren, el Padre de los Maestros, estaba hablando con el supremo magistrado. Flimnap, antes de dar cuenta al presidente de todos sus trabajos, ofreció a Momaren varias hojas de papel con la traducción de los versos de Gillespie. El Padre de los Maestros, colocándose ante los ojos unas gafas redondas, empezó su lectura junto a una ventana. Cuando Flimnap acabó su informe sobre los trabajos para la instalación del gigante, el personaje universitario se aproximó conservando los papeles en su diestra. ...
En la línea 282
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Mi opinión es que debe vivir -interrumpió el presidente-. Mi esposa y mis niñas lo encontraron ayer muy simpático al verle entrar en la ciudad. Un hijo mío, que es del ejército del aire y montaba una de las máquinas que lo condujeron, me ha contado cosas muy graciosas de el. Todos los muchachos de la Guardia gubernamental lo encuentran igualmente muy agradable, y hasta algunos afirman que es hermoso… . Tuvo usted una buena idea, profesor Flimnap, al aconsejar que lo mirásemos con lentes de disminución… . Yo opino que debemos dejarle vivir, aunque sea únicamente por una temporada corta. Resultara carísimo, pero la República puede permitirse este lujo, lo mismo que mantiene a los animales raros de su Jardín Zoológico. Y usted ¿qué opina de esto, ilustre amigo Momaren? ...
En la línea 333
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los cinco gobernantes, obedeciendo a la ley que reglamentaba las ceremonias públicas, iban vestidos con un lujo deslumbrador. Se envolvían en mantos bordados de oro, y sobre sus cabezas llevaban unas tiaras del mismo metal con adornos de piedras preciosas. Querían imitar el esplendor de los últimos emperadores del país, para que el pueblo se convenciese de que los elegidos de la República no eran menos importantes que los antiguos déspotas. Bajo su uniforme esplendoroso los cinco afectaron una actitud de hipócrita indiferencia, mirando sin expresión alguna la máquina que acababa de entrar en el patio. El rector Momaren también hizo un gesto igual, y hasta Gurdilo permaneció inmóvil, imitando la actitud del odiado gobierno. Todos fingían no conocer el mecanismo de acero ni sentir interés por averiguar su uso. ...
En la línea 20
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Las inquietudes de aquella incomparable señora acabaron con el regreso de Juanito. ¡Y quién lo diría! Volvió mejor de lo que fue. Tanto hablar de París, y cuando Barbarita creía ver entrar a su hijo hecho una lástima, todo rechupado y anémico, se le ve más gordo y lucio que antes, con mejor color y los ojos más vivos, muchísimo más alegre, más hombre en fin, y con una amplitud de ideas y una puntería de juicio que a todos dejaba pasmados. ¡Vaya con París!… El marqués de Casa-Muñoz se lo decía a Barbarita: «No hay que involucrar, París es muy malo; pero también es muy bueno». ...
En la línea 55
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... También pensaba Barbarita, oyendo a su novio, que la procesión iba por dentro y que el pobre chico, a pesar de ser tan grandullón, no tenía alma para sacarla fuera. «¿Me querrá?» se preguntaba la novia. Pronto hubo de sospechar que si Baldomerito no le hablaba de amor explícitamente, era por pura cortedad y por no saber cómo arrancarse; pero que estaba enamorado hasta las gachas, reduciéndose a declararlo con delicadezas, complacencias y puntualidades muy expresivas. Sin duda el amor más sublime es el más discreto, y las bocas más elocuentes aquellas en que no puede entrar ni una mosca. Mas no se tranquilizaba la joven razonando así, y el sobresalto y la incertidumbre no la dejaban vivir. «¡Si también le estaré yo queriendo sin saberlo!» pensaba. ¡Oh!, no; interrogándose y respondiéndose con toda lealtad, resultaba que no le quería absolutamente nada. Verdad que tampoco le aborrecía, y algo íbamos ganando. ...
En la línea 83
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Isabel Cordero era, veinte años ha, una mujer desmejorada, pálida, deforme de talle, como esas personas que parece se están desbaratando y que no tienen las partes del cuerpo en su verdadero sitio. Apenas se conocía que había sido bonita. Los que la trataban no podían imaginársela en estado distinto del que se llama interesante, porque el barrigón parecía en ella cosa normal, como el color de la tez o la forma de la nariz. En tal situación y en los breves periodos que tenía libres, su actividad era siempre la misma, pues hasta el día de caer en la cama estaba sobre un pie, atendiendo incansable al complicado gobierno de aquella casa. Lo mismo funcionaba en la cocina que en el escritorio, y acabadita de poner la enorme sartén de migas para la cena o el calderón de patatas, pasaba a la tienda a que su marido la enterase de las facturas que acababa de recibir o de los avisos de letras. Cuidaba principalmente de que sus niñas no estuviesen ociosas. Las más pequeñas y los varoncitos iban a la escuela; las mayores trabajaban en el gabinete de la casa, ayudando a su madre en el repaso de la ropa, o en acomodar al cuerpo de los varones las prendas desechadas del padre. Alguna de ellas se daba maña para planchar; solían también lavar en el gran artesón de la cocina, y zurcir y echar un remiendo. Pero en lo que mayormente sobresalían todas era en el arte de arreglar sus propios perendengues. Los domingos, cuando su mamá las sacaba a paseo, en larga procesión, iban tan bien apañaditas que daba gusto verlas. Al ir a misa, desfilaban entre la admiración de los fieles; porque conviene apuntar que eran muy monas. Desde las dos mayores que eran ya mujeres, hasta la última, que era una miniaturita, formaban un rebaño interesantísimo que llamaba la atención por el número y la escala gradual de las tallas. Los conocidos que las veían entrar, decían: «ya está ahí doña Isabel con el muestrario». La madre, peinada con la mayor sencillez, sin ningún adorno, flácida, pecosa y desprovista ya de todo atractivo personal que no fuera la respetabilidad, pastoreaba aquel rebaño, llevándolo por delante como los paveros en Navidad. ...
En la línea 84
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... ¡Y que no pasaba flojos apuros la pobre para salir airosa en aquel papel inmenso! A Barbarita le hacía ordinariamente sus confidencias. «Mira, hija, algunos meses me veo tan agonizada, que no sé qué hacer. Dios me protege, que si no… Tú no sabes lo que es vestir siete hijas. Los varones, con los desechos de la ropa de su padre que yo les arreglo, van tirando. ¡Pero las niñas!… ¡Y con estas modas de ahora y este suponer!… ¿Viste la pieza de merino azul?, pues no fue bastante y tuve que traer diez varas más. ¡Nada te quiero decir del ramo de zapatos! Gracias que dentro de casa la que se me ponga otro calzado que no sea las alpargatitas de cáñamo, ya me tiene hecha una leona. Para llenarles la barriga, me defiendo con las patatas y las migas. Este año he suprimido los estofados. Sé que los dependientes refunfuñan; pero no me importa. Que vayan a otra parte donde los traten mejor. ¿Creerás que un quintal de carbón se me va como un soplo? Me traigo a casa dos arrobas de aceite, y a los pocos días… pif… parece que se lo han chupado las lechuzas. Encargo a Estupiñá dos o tres quintales de patatas, hija, y como si no trajera nada». En la casa había dos mesas. En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas. El gobierno de tal casa, que habría rendido a cualquiera mujer, no fatigaba visiblemente a Isabel. A medida que las niñas iban creciendo, disminuía para la madre parte del trabajo material; pero este descanso se compensaba con el exceso de vigilancia para guardar el rebaño, cada vez más perseguido de lobos y expuesto a infinitas asechanzas. Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo. Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido. Era forzoso hacer el artículo, y aquella gran mujer, negociante en hijas, no tenía más remedio que vestirse y concurrir con su género a tal o cual tertulia de amigas, porque si no lo hacía, ponían las nenas unos morros que no se las podía aguantar. Era también de rúbrica el paseíto los domingos, en corporación, las niñas muy bien arregladitas con cuatro pingos que parecían lo que no eran, la mamá muy estirada de guantes, que le imposibilitaban el uso de los dedos, con manguito que le daba un calor excesivo a las manos, y su buena cachemira. Sin ser vieja lo parecía. ...
En la línea 484
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Antes de terminar Hendon estas palabras el rey estaba de nuevo en el país de los sueños. Miles salió sin hacer ruido y volvió a entrar, también de puntillas, a los treinta minutos, con un traje de segunda mano, completo, de niño, de tela barata y mostrando señales de uso, pero limpio y apropiado a la estación del año. Sentóse y empezó a examinar su compra, diciéndose entre dientes: ...
En la línea 835
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... A eso del mediodía, después de una caminata larga y tediosa, se detuvo el grupo detrás de un seto en las afueras de un pueblo grande. Diose una hora para descansar, y todos se dispersaron para entrar al pueblo por diferentes puntos, y dedicarse a sus diversas profesiones. 'Jack' fue enviado con Hugo, y ambos anduvieron de acá para allá algún tiempo. Hugo, en busca de una ocasión para hacer 'un negocio', pero sin encontrar ninguna, por lo que acabó diciendo: ...
En la línea 864
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Siguió avanzando entre la pavorosa fascinación de aquella nueva experiencia, sobresaltado a veces por el suave murmullo de las hojas secas sobre su cabeza, que parecían cuchicheos humanos, y dio de sopetón con la luz cercana de una linterna. Retrocedió hasta las sombras y esperó. La linterna alumbraba junto a la puerta de un granero que, estaba abierta. El rey esperó algún tiempo… No se sentía el menor rumor, y nadie se movía. El estar quieto le dio tanto frío, y el hospitalario granero era tan tentador, que el niño, por fin, resolvió arriesgarlo todo y entrar. Echó a andar de puntillas, y en el momento de cruzar el umbral oyó voces a sus espaldas. Se agazapo detrás de un tonel dentro del granero, y vio entrar a dos labradores, que llevaban la linterna, y empezaron a hacer sus faenas sin dejar de hablar. Mientras se movían en torno con la luz, el rey no dio descanso a sus ojos, y fijándose muy bien en lo que parecía ser un pesebre de buen tamaño, al otro extremo del granero, se propuso acercarse a él a tientas cuando lo dejaran solo. Observó también la situación de una pila de mantas para dos caballos a la mitad del camino, con intención de requisarlas por una noche para uso de la corona de Inglaterra. ...
En la línea 864
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Siguió avanzando entre la pavorosa fascinación de aquella nueva experiencia, sobresaltado a veces por el suave murmullo de las hojas secas sobre su cabeza, que parecían cuchicheos humanos, y dio de sopetón con la luz cercana de una linterna. Retrocedió hasta las sombras y esperó. La linterna alumbraba junto a la puerta de un granero que, estaba abierta. El rey esperó algún tiempo… No se sentía el menor rumor, y nadie se movía. El estar quieto le dio tanto frío, y el hospitalario granero era tan tentador, que el niño, por fin, resolvió arriesgarlo todo y entrar. Echó a andar de puntillas, y en el momento de cruzar el umbral oyó voces a sus espaldas. Se agazapo detrás de un tonel dentro del granero, y vio entrar a dos labradores, que llevaban la linterna, y empezaron a hacer sus faenas sin dejar de hablar. Mientras se movían en torno con la luz, el rey no dio descanso a sus ojos, y fijándose muy bien en lo que parecía ser un pesebre de buen tamaño, al otro extremo del granero, se propuso acercarse a él a tientas cuando lo dejaran solo. Observó también la situación de una pila de mantas para dos caballos a la mitad del camino, con intención de requisarlas por una noche para uso de la corona de Inglaterra. ...
En la línea 331
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Sí; hay que hacer entrar en razón a esta mozuela. Ella no es mala, sabe usted, pero caprichosa… Luego, ¡fue criada con tanto mimo!… Cuando sobrevino aquella terrible catástrofe de mi pobre hermano… ...
En la línea 793
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Quedóse Augusto un momento fuera de sí, sin darse cuenta de que existía, y cuando sacudió la niebla de confusión que le envolviera tomó el sombrero y se echó a la calle, a errar a la aventura. Al pasar junto a una iglesia, San Martín, entró en ella, casi sin darse cuenta de lo que hacía. No vio al entrar sino el mortecino resplandor de la lamparilla que frente al altar mayor ardía. Parecíale respirar oscuridad, olor a vejez, a tradición sahumada en incienso, a hogar de siglos, y andando casi a tientas fue a sentarse en un banco. Dejóse en él caer más que sé sentó. Sentíase cansado, mortalmente cansado y como si toda aquella oscuridad, toda aquella vejez que respiraba le pesasen sobre el corazón. De un susurro que parecía venir de lejos, de muy lejos, emergía una tos contenida de cuando en cuando. Acordóse de su madre. ...
En la línea 897
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando al entrar en casa salió saltando a recibirle Orfeo, le cogió, le tentó bien el gaznate, y apretándole el seno le dijo: «Cuidado con los huesos, Orfeo, mucho cuidadito con ellos, ¿eh? No quiero que te atragantes con uno; no quiero verte morir a mis ojos suplicándome vida. Ya ves, Orfeo, don Avito, el pedagogo, se ha convertido a la religión de sus abuelos… ¡es la herencia! Y Víctor no se resigna a ser padre. Aquel no se consuela de haber perdido a su hijo y este no se consuela de ir a tenerlo. y ¡qué ojos, Orfeo, qué ojos! ¡Cómo le fulguraban cuando me dijo: “¡Quiere usted comprarme!, ¡quiere usted comprar no mi amor, que ese no se compra, sino mi cuerpo! ¡Quédese con mi casa!” ¡Comprar yo su cuerpo… su cuerpo… ! ¡Si me sobra el mío, Orfeo, me sobra el mío! Lo que yo necesito es alma, alma, alma. Y una alma de fuego, como la que irradia de los ojos de ella, de Eugenia. ¡Su cuerpo… su cuerpo… sí, su cuerpo es magnífico, espléndido, divino; pero es que su cuerpo es alma, alma pura, todo él vida, todo él significación, todo él idea! A mí me sobra el cuerpo, Orfeo, me sobra el cuerpo porque me falta alma. O ¿no es más bien que me falta alma porque me sobra cuerpo? Yo me toco el cuerpo, Orfeo, me lo palpo, me lo veo, pero ¿el alma?, ¿dónde está mi alma?, ¿es que la tengo? Sólo la sentí resollar un poco cuando tuve aquí abrazada, sobre mis rodillas, a Rosario, a la pobre Rosario; cuando ella lloraba y lloraba yo. Aquellas lágrimas no podían salir de mi cuerpo; salían de mi alma. El alma es un manantial que sólo se revela en lágrimas. Hasta que se llora de veras no se sabe si se tiene o no alma. Y ahora vamos a dormir, Orfeo, si es que nos dejan.» ...
En la línea 1645
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Augusto se dirigió a casa de Eugenia dispuesto a tentar la última experiencia psicológica, la definitiva, aunque temiendo que ella le rechazase. Y encontróse con ella en la escalera, que bajaba para salir cuando él subía para entrar. ...
En la línea 319
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Vio entrar al lord, pero no venía solo. ...
En la línea 1020
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán lo empujó y lo hizo entrar en la chalupa; luego subió él de un salto. Una ola enorme penetró en la bahía rugiendo. ...
En la línea 1335
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —No tanto como crees. Antes de entrar al invernadero vi a dos soldados. ...
En la línea 1451
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Prepararé una bonita sorpresa a los chaquetas rojas —dijo Sandokán-. Tú te pones cerca de la puerta y le partes el cráneo al primer soldado que pretenda entrar. ...
En la línea 715
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nada más entrar, me sorprendió el olor sui generis que llenaba la pieza. El capitán Nemo advirtió mi reacción. ...
En la línea 1567
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -En efecto -dije-. Soy médico y he practicado durante varios años como interno de hospitales, antes de entrar en el Museo. ...
En la línea 1577
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo me condujo a la popa del Nautilus y me hizo entrar en un camarote en el que sobre un lecho yacía un hombre de unos cuarenta años de edad, de aspecto enérgico. Era un verdadero prototipo del anglosajón. ...
En la línea 2303
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Señor profesor, si no le parece mal nos remontaremos a 1702. No ignora usted que en esa época, vuestro rey Luis XIV, creyendo que bastaba con un gesto de potentado para enterrar los Pirineos, había impuesto a los españoles a su nieto el duque de Anjou. Este príncipe, que reinó más o menos mal bajo el nombre de Felipe V, tuvo que hacer frente a graves dificultades exteriores. En efecto, el año anterior, las casas reales de Holanda, de Austria y de Inglaterra habían concertado en La Haya un tratado de alianza, con el fin de arrancar la corona de España a Felipe V para depositarla en la cabeza de un archiduque al que prematuramente habían dado el nombre de Carlos III. España hubo de resistir a esa coalición, casi desprovista de soldados y de marinos. Pero no le faltaba el dinero, a condición, sin embargo, de que sus galeones, cargados del oro y la plata de América, pudiesen entrar en sus puertos. ...
En la línea 331
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Mi mujer observó que faltaba, en el preciso momento de entrar usted. ¿No los viste, Pip? ...
En la línea 334
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Entonces, algo que yo había observado ya antes resonó otra vez en la garganta de aquel hombre, que se volvió de espaldas. Había regresado el bote y la guardia estaba dispuesta, de modo que seguimos al preso hasta el embarcadero, hecho con pilotes y piedras, y lo vimos entrar en el bote impulsado a remo por una tripulación de penados como él mismo. Ninguno pareció sorprendido ni interesado al verlo, así como tampoco alegre o triste. Nadie habló una palabra, a excepción de alguien que en el bote gruñó, como si se dirigiera a perros: «¡Avante!», lo cual era orden de que empezaran a mover los remos. A la luz de las antorchas vimos el negro pontón fondeado a poca distancia del lodo de la orilla, como si fuese un Arca de Noé maldita. El barco prisión estaba anclado con cadenas macizas y oxidadas, fondeado y aislado por completo de todo lo demás, y a mis infantiles ojos me pareció que estaba rodeado de hierro como los mismos presos. El bote se acercó a un costado de la embarcación, y vimos que lo izaban y que desaparecía. Luego, los restos de las antorchas cayeron silbando al agua y se apagaron como si todo hubiese acabado ya. ...
En la línea 339
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Mientras tanto, yo iba por la cocina tambaleándome como un pequeño borracho, a causa de haber sido puesto en el suelo pocos momentos antes y también porque me había dormido, despertándome junto al calor, a las luces y al ruido de muchas lenguas. Cuando me recobré, ayudado por un buen puñetazo entre los hombros y por la exclamación que profirió mi hermana: «¿Han visto ustedes alguna vez a un muchacho como éste?», observé que Joe les refería la confesión del penado y todos los invitados expresaban su opinión acerca de cómo pudo llegar a entrar en la despensa. Después de examinar cuidadosamente las premisas, el señor Pumblechook explicó que primero se encaramó al tejado de la fragua y que luego pasó al de la casa, deslizándose por medio de una cuerda, hecha con las sábanas de su cama, cortada a tiras, por la chimenea de la cocina, y como el señor Pumblechook estaba muy seguro de eso y no admitía contradicción de nadie, todos convinieron en que el hecho debió de realizarse como él suponía. El señor Wopsle, sin embargo, dijo que no, con la débil malicia de un hombre fatigado; pero como no podía exponer ninguna teoría y, por otra parte, no llevaba abrigo, fue unánimemente condenado al silencio, ello sin tener en cuenta el humo que salía de sus pantalones, mientras estaba de espaldas al fuego de la cocina para secar la humedad, lo cual no podía, naturalmente, inspirar confianza alguna. ...
En la línea 461
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El señor Pumblechook también se disponía a entrar, pero ella le detuvo en la puerta. ...
En la línea 153
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En un arrebato de ira, cogió a su marido por los cabellos y le obligó a entrar a fuerza de tirones. Marmeladof procuraba aminorar su esfuerzo arrastrándose humildemente tras ella, de rodillas. ...
En la línea 210
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Yo estaba desesperada, pero ¿qué podía hacer? Por otra parte, yo no sabía toda la verdad. El mal estaba en que Dunetchka, al entrar el año pasado en casa de los Svidrigailof como institutriz, había pedido por adelantado la importante cantidad de cien rublos, comprometiéndose a devolverlos con sus honorarios. Por lo tanto, no podía dejar la plaza hasta haber saldado la deuda. Dunia (ahora ya puedo explicártelo todo, mi querido Rodia) había pedido esta suma especialmente para poder enviarte los sesenta rublos que entonces necesitabas con tanta urgencia y que, efectivamente, te mandamos el año pasado. Entonces te engañamos diciéndote que el dinero lo tenía ahorrado Dunia. No era verdad; la verdad es la que te voy a contar ahora, en primer lugar porque nuestra suerte ha cambiado de pronto por la voluntad de Dios, y también porque así tendrás una prueba de lo mucho que te quiere tu hermana y de la grandeza de su corazón. ...
En la línea 491
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Es más, si todo hubiese quedado de pronto resuelto, si todas las dudas se hubiesen desvanecido y todas las dificultades se hubiesen allanado, él, seguramente, habría renunciado en el acto a su proyecto, por considerarlo disparatado, monstruoso. Pero quedaban aún infinidad de puntos por dilucidar, numerosos problemas por resolver. Procurarse el hacha era un detalle insignificante que no le inquietaba lo más mínimo. ¡Si todo fuera tan fácil! Al atardecer, Nastasia no estaba nunca en casa: o pasaba a la de algún vecino o bajaba a las tiendas. Y siempre se dejaba la puerta abierta. Estas ausencias eran la causa de las continuas amonestaciones que recibía de su dueña. Así, bastaría entrar silenciosamente en la cocina y coger el hacha; y después, una hora más tarde, cuando todo hubiera terminado, volver a dejarla en su sitio. Pero esto último tal vez no fuera tan fácil. Podía ocurrir que cuando él volviera y fuese a dejar el hacha en su sitio, Nastasia estuviera ya en la casa. Naturalmente, en este caso, él tendría que subir a su aposento y esperar una nueva ocasión. Pero ¿y si ella, entre tanto, advertía la desaparición del hacha y la buscaba primero y después empezaba a dar gritos? He aquí cómo nacen las sospechas o, cuando menos, cómo pueden nacer. ...
En la línea 511
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Su mirada se dirigió casualmente al interior de una tienda y vio un reloj que señalaba las siete y diez minutos. No había tiempo que perder. Sin embargo, tenía que dar un rodeo, pues quería entrar en la casa por la parte posterior. ...
En la línea 104
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Como yo experimentaba en mí mismo un vivo deseo de ganar, esa ansia, ese pecado general si se quiere, me era familiar en el mismo momento de entrar en la sala. Nada tan encantador como no hacer ceremonias, como conducirse abiertamente y con desenfado. Además, ¿para qué censurarse a sí mismo? ¿No es la ocupación más vana e inconsiderada? Lo que no gustaba, a primera vista, en esa reunión de jugadores, era su modo respetuoso de proceder, la seriedad y la deferencia con que todos rodeaban el tapete verde. He aquí por qué existe una precisa demarcación entre el juego llamado de mal género y el que es permitido a un hombre correcto. ...
En la línea 510
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Al entrar nosotros estaba el general contando no sé qué cosa y Des Grieux rectificaba. ...
En la línea 625
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Por qué quiere llevarla con usted, tía? —intervino el general—. Es imposible. No es fácil que dejen entrar a su camarera en el casino. ...
En la línea 626
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Porque es una criada no la dejarán entrar? Es una persona como yo. Hace ocho días que viajamos juntas y también tiene derecho a ver cosas. ¿Con quién ha de ir, si no es conmigo? Sola no podrá ir a ninguna parte. ...
En la línea 155
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El viajero no se atrevió a entrar por la puerta de la calle. Entró en el corral, se detuvo de nuevo, luego levantó tímidamente el pestillo y empujó la puerta. ...
En la línea 216
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - Me llamo Jean Valjean: soy presidiario. He pasado en presidio diecinueve años. Estoy libre desde hace cuatro días y me dirijo a Pontarlier. Vengo caminando desde Tolón. Hoy anduve doce leguas a pie. Esta tarde, al llegar a esta ciudad, entré en una posada, de la cual me despidieron a causa de mi pasaporte amarillo, que había presentado en la alcaldía, como es preciso hacerlo. Fui a otra posada, y me echaron fuera lo mismo que en la primera. Nadie quiere recibirme. He ido a la cárcel y el carcelero no me abrió. Me metí en una perrera, y el perro me mordió. Parece que sabía quién era yo. Me fui al campo para dormir al cielo raso; pero ni aun eso me fue posible, porque creí que iba a llover y que no habría un buen Dios que impidiera la lluvia; y volví a entrar en la ciudad para buscar en ella el quicio de una puerta. Iba a echarme ahí en la plaza sobre una piedra, cuando una buena mujer me ha señalado vuestra casa, y me ha dicho: llamad ahí. He llamado: ¿Qué casa es ésta? ¿Una posada? Tengo dinero. Ciento nueve francos y quince sueldos que he ganado en presidio con mi trabajo en diecinueve años. Pagaré. Estoy muy cansado y tengo hambre: ¿queréis que me quede? ...
En la línea 247
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - ¡Ah, señor cura! -exclamó el viajero-. Antes de entrar aquí tenía mucha hambre; pero sois tan bueno, que ahora no sé lo que tengo. El hambre se me ha pasado. ...
En la línea 357
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Permaneció inmóvil, sin atreverse a hacer ningún movimiento. Pasaron algunos minutos. La puerta se había abierto completamente. Se atrevió a entrar en el cuarto; el ruido del gozne mohoso no había despertado a nadie. ...
En la línea 213
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Pero sí le referí, por curioso, lo que el mismo doctor nos recuerda de Dickens. En una de sus novelas de éste, figura un vendedor de baratijas, que ejercía su comercio en la vía pública, junto a una casa grande y solemne. Nuestro hombre, al ver entrar en la casa y salir de ella constantemente, ciertos individuos, dedujo que ellos la habitaban, y, no deteniéndose en esto, les puso nombres, los acomodó en sus diversos departamentos y les atribuyó en su fecunda imaginación costumbres determinadas. ...
En la línea 511
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía bajó la frente y se le encendió la faz, como si un hierro hecho ascua le aproximasen. Al entrar en el hotel, la dueña se acercó a ellos; su sonrisa, avivada por la curiosidad, era aún más complaciente y obsequiosa que antes. Les explicó que había olvidado un requisito: preguntar el nombre del señor y de la señora y su país, para apuntarlo en la lista de viajeros. ...
En la línea 663
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Tome usted algo… ha cogido usted frío y le conviene entrar en reacción. ...
En la línea 665
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Encogiose Artegui de hombros como aquel que se resigna, y tiró del cordón de la campanilla. Cuando un cuarto de hora después entró el camarero con la bandeja, ardía el fuego más que nunca claro y regocijado, y las dos butacas, colocadas a ambos lados de la chimenea, y el velador cubierto de níveo mantel, convidaban a la dulce intimidad del almuerzo. Brillaban las limpias copas, las garrafas, la salvilla, las vinagreras, el aro de plata del mostacero: los rábanos, nadando en fina concha de porcelana, parecían capullos de rosa; el lenguado frito presentaba su dorado lomo, donde se destacaba el oro pálido de las ruedas de limón, y el verde chamuscado de las ramas de perejil; los bisteques reposaban sangrientos en lago de liquida manteca; y en las transparentes copas de muselina destellaba el intenso granate del Borgoña y el rubio topacio del Chateau-Iquem. Al entrar y salir; al dejar cada plato, o recogerlo, reíase el camarero, para su sayo, de la enamorada pareja española, que quería habitación aparte, para luego almorzar así, mano a mano, al halago de la lumbre. A fuer de francés de raza, el sirviente aprovechaba la situación, subiendo el gasto. Había presentado a Artegui la lista de los vinos, y se permitía indicaciones y consejos. ...
En la línea 891
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Mas si esperaba el duque algún fruto de acechar así por los cristales, cayole la pascua en viernes, porque la sueca, después de haber tocado con gran sosiego y maestría hasta media docena de mazurcas, se levantó con no menor majestad de la desplegada al entrar, y sin volver el rostro, tomó hacia la puerta. Ésta se abrió como por obra de un conjuro, y el diplomático de blancas patillas se presentó afable y serio, ofreciendo el brazo. Fue una salida de reina, très réussie, como decían en el grupo de francesas. ...
En la línea 741
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¡Bien! Haced entrar a los querellantes. ...
En la línea 769
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte estaba atolondrado. Esta sentencia arruinaba a su amo. Una apuesta de veinte mil libras perdida, y todo por haber tenido la curiosidad de entrar en aquella maldita pagoda. ...
En la línea 783
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A media milla en rada, el 'Rangoon' estaba aparejando con su pabellón de marcha izado sobre el mástil. Daban las once. Mister Fogg llegaba, pues, con una hora de adelanto. Fix lo vio apearse y entrar en un bote con Aouida y su criado. El agente dio con el pie en el suelo. ...
En la línea 1183
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se detuvo paseando durante algunas horas entre aquella muchedumbre abigarrada, mirando también las curiosas y opulentas tiendas, los bazares en que se aglomeraba todo el oropel de la platería japonesa, los restaurantes, adornados con banderolas y banderas, en los cuales estaba prohibido entrar y esas casas de té, donde se bebe, a tazas llenas, el agua odorífera con el sakí, licor sacado del arroz fermentado, y esos confortables fumaderos, donde se aspira un tabaco muy fino, y no por el opio, cuyo uso es casi desconocido en el Japón. ...
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