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La palabra degar
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Comó se escribe degar o dejar?

Cual es errónea Dejar o Degar?

La palabra correcta es Dejar. Sin Embargo Degar se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino degar es que hay un Intercambio de las letras g;j con respecto la palabra correcta la palabra dejar

Más información sobre la palabra Dejar en internet

Dejar en la RAE.
Dejar en Word Reference.
Dejar en la wikipedia.
Sinonimos de Dejar.

Algunas Frases de libros en las que aparece dejar

La palabra dejar puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 2084
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Hasta su ama se atrevía con él -¡con él, que era el terror de todos los propietarios de la huerta!-, y en su visita de San Juan habíase burlado de su dicho de las cadenas y hasta de la navaja, anunciándole que se preparase a dejar las tierras o pagar el arrendamiento, sin olvidar los atrasos. ...

En la línea 2285
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Roseta, más animosa, rasgó la gruesa y áspera camisa hasta dejar el hombro al descubierto. ...

En la línea 560
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... La gitana escuchaba sonriendo, sin dejar de engullir ávidamente los garbanzos, pero al mentar _Zarandilla_ su fealdad cesó de comer. ...

En la línea 638
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Bárbaros!--decía Rafael en voz queda, sin dejar de acariciarles.--¡Malas personas!... ¿Ya no me conocéis? Le acompañaron hasta la meseta de Marchamalo, y de nuevo fueron a enroscarse bajo las arcadas, reanudando su dormitar receloso que se desvanecía al menor ruido. ...

En la línea 1175
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡Bruja!--rugió--¡a mí lo que quieras, pero a esa persona no te la pongas en la boca, porque te mato! Y parecía dispuesto a matarla, teniendo que hacer grandes esfuerzos los gañanes para llevárselo afuera. ¿Quién hacía caso de mujeres?... Había que dejar a la vieja, que estaba loca por el dolor. Y, cuando vencido por las reflexiones de Salvatierra y los empellones de tantos brazos, traspuso la puerta de la gañanía, aún oyó la voz agria de la bruja, que parecía perseguirle. ...

En la línea 1436
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --Ya lo veo--contestó Montenegro flemáticamente, sin dejar de comer. ...

En la línea 230
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Gracias a este trato continuo con los altos y los bajos había adquirido cierta soltura y equitativa independencia de maneras sociales que le hacían semejarse en este punto a esos grandes señores de verdad que saben ser aristocráticamente democráticos, y sin dejar de apreciar los matices de la clase y de la educación, estimar como la primera y la más respetable la condición humana, y, dentro de ésta, los grados de la debilidad y la desgracia. ...

En la línea 457
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Señor -dijo D'Artagnan-, al dejar Tarbes y venir hacia aquí, me proponía pediros, en recuerdo de esa amistad cuya memoria no habéis perdido, una casaca de mosquetero; pero después de cuanto he visto desde hace dos horas, comprendo que un favor semejante se ría enorme, y tiemblo de no merecerlo. ...

En la línea 571
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Sin du da, Porthos tenía razones para no abandonar aquella parte esencial de su vestimenta, porque en lugar d e dejar ir el faldón que sostenía, tiró de él, de tal suerte que D'Artagnan se enrolló en el terciopelo con un movimiento de rotación que explica la resistencia del obstinado Porthos. ...

En la línea 596
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Se puso entonces a reflexionar sobre los acontecimientos que aca baban de ocurrir; eranabundantes y nefastos: eran las once de la mañana apenas, y la mañana le había traído ya el disfavor del señor de Tréville, que no podría dejar de encontrar algo brusca la forma en que D’Artagnan lo había abandonado. ...

En la línea 1609
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... La noche del día siguiente al arresto del pobre Bonacieux cuando Athos acababa de dejar a D'Artagnan para ir a casa del señor de Trévi lie cuando acababan de sonar las nueve, y cuando Planchet, que no había hecho todavía la cama, comenzaba su tarea, se oyó llamar a la puerta de la calle; al punto esa puerta se abrió y se volvió a cerrar: al guien acababa de caer en la ratonera. ...

En la línea 486
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... En la memoria citada, despues de comentarse prácticamente el progresivo y considerable aumento de las rentas en Filipinas, con pago de gruesas cantidades por deudas atrasadas de mas de 40 años, y despues de dejar cubiertas todas las atenciones, cargas y obligaciones del tesoro, habia en él totalmente libres en aquella fecha (1835) muy cerca de un millon de pesos fuertes en existencia metálica, y los almacenes, fábricas &c. ...

En la línea 201
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Unos son pícaros, otros santos; unos son listos, otros muy zotes; casi todos groseros, muchos con sentimientos nobles, pero unidos en general por un aire de familia inconfundible; y la verdad es que, con todas sus picardías o su zafiedad, no puede uno dejar de quererlos. ...

En la línea 2269
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «¿Son ustedes viajeros? ¿Por qué no lo han dicho antes? No estoy aquí de portero para dejar a los viajeros en la calle, _¡Jesús, María!_ Ni hay tantos en la casa que no podamos admitir alguno más. ...

En la línea 2582
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... ¿Cómo va usted a dejar a su mujer? Porque yo estoy en vísperas de salir de Madrid para recorrer las provincias más apartadas y montañosas de España. ...

En la línea 2731
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me acordé de la mula del _cura_ y me entraron pocas ganas de dejar los caballos en tal lugar, a merced de cualquier ladrón de aquellos contornos. ...

En la línea 129
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y, puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. ...

En la línea 177
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo: -¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada!, mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento. ...

En la línea 193
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Todo se lo creyó don Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra vez acometido y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, eceto aquellas que él le mandase, a quien por su respeto dejaría. ...

En la línea 256
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que le dejase, pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera; y, acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre él vía, no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecían. ...

En la línea 188
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... He citado todas las aves que se alimentan de carnaza, excepto el cóndor; quizá sea preferible dejar lo que tengo que decir de él hasta que visitemos un país más en relación con sus costumbres que las llanuras del Plata. ...

En la línea 234
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... El general Rosas expresó deseos de verme, circunstancia de la cual hube de felicitarme más tarde. Es un hombre de un carácter extraordinario, que ejerce la más profunda influencia sobre sus compatriotas, influencia que sin duda pondrá al servicio de su país para asegurar su prosperidad y su ventura6. Dícese que posee 74 leguas cuadradas de terreno y unas 300.000 cabezas de ganado. Dirige admirablemente sus inmensas propiedades y cultiva mucho más trigo que todos los demás propietarios del país. Las leyes que ha hecho para sus propias estancias, un cuerpo de tropas (de varios centenares de hombres) que ha sabido disciplinar admirablemente de modo que resistieran los ataques de los indios: he aquí lo que ante todo hizo fijarse en él y que comenzara su celebridad. Cuéntanse muchas anécdotas acerca de la rigidez con que hacía ejecutar sus mandatos. Véase una de esas anécdotas: había ordenado, bajo pena de ser atado a la picota, que nadie llevase cuchillo el domingo. En efecto, ese día es cuando se bebe y se juega más; de ahí resultan disputas que degeneran en peleas, en las cuales naturalmente representa su papel el cuchillo y que casi siempre acaban por homicidios. Un domingo se presentó con gran ceremonial el gobernador para visitarle; y el general Rosas, en su apresuramiento por ir a recibirle, salió con el cuchillo al cinto como de costumbre. Su intendente le tocó en el brazo y le recordó la ley. Volviéndose entonces inmediatamente el general hacia el gobernador, le dice que lo siente muchísimo, pero que tiene que abandonarle para ir a hacer que le aten a la picota y que ya no es dueño en su propia casa hasta que vayan a desatarle. Poco tiempo después convencieron al intendente para que fuese a dejar en libertad a su jefe; pero apenas lo había hecho así, volvióse el general y le dijo: «Acaba Vd ...

En la línea 259
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pasamos la noche en Punta Alta y me puse a buscar osamentas fósiles: en efecto, ese lugar es una verdadera catacumba de monstruos pertenecientes a razas extintas. La noche estaba muy tranquila y clara, el paisaje era interesante de puro monótono: nada más que diques de barro y gaviotas, colinas de arena y buitres. A la mañana siguiente, al marcharnos, vimos las huellas recientísimas de un puma, pero sin poder descubrir al animal. Vimos también un par de zorrillos, animales pestíferos bastante comunes. El zorrillo se asemeja mucho al veso, pero es un poco más grande y mucho más grueso en proporción. Teniendo conciencia de su poder, no teme al hombre ni al perro y vaga en pleno día por la llanura. Si se azuza a un perro para que le ataque, detiénese al punto en su carrera, dándole náuseas en cuanto el zorrillo deja caer algunas gotas de su aceite fétido. Si este aceite toca a cualquier cosa, ya no puede hacerse uso de ella. Azara dice que puede percibirse su olor a una legua de distancia; más de una vez, al entrar en el puerto de Montevideo con viento de tierra, sentimos ese olor a bordo del Beagle. Lo cierto es que todos los animales se apresuran a alejarse para dejar pasar al zorrillo. ...

En la línea 327
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al siguiente día partiéronse para el sitio de la matanza que acaba de noticiarse, con orden de seguir el rastro de los indios, aunque hubiesen de ir siguiendo las huellas hasta Chile. Supimos más tarde que los indios salvajes habían huido a los grandes llanos de las Pampas y que, por una causa que no recuerdo, se había perdido su rastro. Una sola ojeada a éste cuenta todo un poema a esas gentes. Supongamos que examinen las huellas dejadas por un millar de caballos, al punto os dirán cuántos había montados, contando cuántos de ellos iban a galope corto; reconocerán por la profundidad de las señales cuántos caballos iban con carga; por la irregularidad de esas mismas señales, el grado de su fatiga; por la manera como se cocieron los alimentos, si la tropa, a la cual perseguían, viajaba con rapidez o no; por el aspecto general, cuánto tiempo hacía que pasó por allí aquella tropa. Un rastro de diez a quince días de fecha es bastante reciente para que lo sigan con facilidad. También supimos que Miranda, al dejar el extremo occidental de la sierra Ventura, fue en línea recta a la isla de Cholechel, situada a 70 leguas de distancia, siguiendo el curso del río Negro. Por tanto, recorrió 200 a 300 millas a través de un país desconocido en absoluto. ¿Hay en el mundo otros ejércitos tan independientes? Con el sol por guía, carne de yegua por alimento, la silla de montar por cama, irían esos hombres al fin del mundo, con tal de encontrar de tarde en tarde un poco de agua. ...

En la línea 80
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Golpeó a la puerta y gritó: -¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo! Blancanieves miró desde adentro y dijo: -Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie. ...

En la línea 98
del libro Blancanieves
del afamado autor Jacob y Wilhelm Grimm
... Blancanieves sacó la cabeza por la ventana y dijo: -No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido. ...

En la línea 1538
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Vio un tomo en francés, forrado de cartulina amarilla; creyó que era una de aquellas novelas que su padre le prohibía leer y ya iba a dejar el libro cuando leyó en el lomo: Confesiones de San Agustín. ...

En la línea 1574
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El capellán quería dejar bien puesto el pabellón de la Iglesia y pasar agradablemente las noches que se hacían eternas en Loreto, aun en primavera. ...

En la línea 1718
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Había echado sobre sus hombros una carga bien pesada: mas ¿quién no tiene su cruz? Ana tardó un mes en dejar el lecho. ...

En la línea 2332
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Entrar allí era para los vetustenses como dejar la toga pretexta y tomar la viril. ...

En la línea 101
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... De los diez y seis a los diez y ocho la enfermedad que de años atrás ayudaba tanto a la hermosura de la rubia, que tanto había sufrido, desapareció para dejar paso a la juventud. ...

En la línea 235
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Hubo un instante en que su dolor desapareció para dejar sitio al cuidado absorbente de no caer. ...

En la línea 478
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —¿Qué te importa que las personas de la Costa Azul o de París que forman nuestro mundo conozcan tu valor intelectual o te consideren simplemente un hombre chic? ¿Qué vale su opinión?… Así es mejor, puedes dejar que se deslice tu existencia, sin Inquietudes ni rivalidades. ...

En la línea 701
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Se aposentó Djem en el Vaticano, y allí vivió tranquilamente varios años, sin dejar de inspirar inquietudes a su hermano Bayaceto, pues una parte del pueblo turco, así como los jenízaros, parecían dispuestos a sublevarse a favor suyo si se presentaba en el país. ...

En la línea 985
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ante unas exigencias tan rudamente expuestas por los enviados regios, no había más que aceptarlas con una abdicación vergonzosa, o romper las entrevistas, negándose a todo. Alejandro no hizo ni una cosa ni otra. Discutió, dio largas a la resolución de cada una de las peticiones. Cuando se veía obligado a responder acto continuo, sufría un sincope, y era preciso dejar el asunto hasta el día siguiente. ...

En la línea 990
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Volvía Alejandro, por el mismo pasaje secreto, desde el castillo a su Palacio, recibiendo con gran majestad a Carlos VIII. Hizo tanta impresión en el joven monarca este Pontífice, al que veía por primera vez, y lo sedujo luego con tan agradables palabras en la intimidad, que ya no habló de su investidura de Nápoles, contentándose con dejar dicho asunto para otra ocasión. ...

En la línea 65
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Unos pies golpearon su cabeza, y tuvo que sentarse para dejar sitio al oficial, que descendía detrás de el. ...

En la línea 184
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El ingeniero se fue levantando sobre un codo, y este pequeño movimiento derribó varias escalas portátiles que aun estaban apoyadas en su cuerpo y habían servido para el registro efectuado horas antes. Tres enanos que vagaban sobre su vientre, explorando por última vez los bolsillos de su chaleco, cayeron de cabeza sobre la tupida hierba de la pradera y trotaron a continuación dando chillidos como ratones. Sin dejar de huir se llevaban las manos a diferentes partes de sus cuerpos magullados, mientras una carcajada general del público circulaba por los lindes de la selva. ...

En la línea 574
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Un gran personaje distrajo momentáneamente la atención de los curiosos. Se abrió ancho camino en la muchedumbre para dejar paso hasta el espacio descubierto a un carruajito de dos ruedas, en figura de concha, tirado por tres esclavos melancólicos que llevaban por toda vestidura un trapo en torno a sus vientres. Estas bestias humanas iban guiadas por una mujer, seca de cuerpo, con nariz aquilina, ojos imperiosos y un látigo en la diestra. La corona de laurel que adornaba sus sienes sirvió para que la reconociesen hasta aquellos que habían llegado recientemente a la capital. ...

En la línea 816
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El profesor cayó desmayado de miedo en el fondo del bolsillo, mientras el gigante volvía a inclinarse sobre la tierra para dejar al ciervo en libertad. ...

En la línea 59
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... El idilio se acentuaba cada día, hasta el punto de que la madre de Barbarita, disimulando su satisfacción, decía a esta: «Pero, hija, vais a dejar tamañitos a los Amantes de Teruel». Los esposos salían a paseo juntos todas las tardes. Jamás se ha visto a D. Baldomero II en un teatro sin tener al lado a su mujer. Cada día, cada mes y cada año, eran más tórtolos, y se querían y estimaban más. Muchos años después de casados, parecía que estaban en la luna de miel. El marido ha mirado siempre a su mujer como una criatura sagrada, y Barbarita ha visto siempre en su esposo el hombre más completo y digno de ser amado que en el mundo existe. Cómo se compenetraron ambos caracteres, cómo se formó la conjunción inaudita de aquellas dos almas, sería muy largo de contar. El señor y la señora de Santa Cruz, que aún viven y ojalá vivieran mil años, son el matrimonio más feliz y más admirable del presente siglo. Debieran estos nombres escribirse con letras de oro en los antipáticos salones de la Vicaría, para eterna ejemplaridad de las generaciones futuras, y debiera ordenarse que los sacerdotes, al leer la epístola de San Pablo, incluyeran algún parrafito, en latín o castellano, referente a estos excelsos casados. Doña Asunción Trujillo, que falleció en 1841 en un día triste de Madrid, el día en que fusilaron al general León, salió de este mundo con el atrevido pensamiento de que para alcanzar la bienaventuranza no necesitaba alegar más título que el de autora de aquel cristiano casamiento. Y que no le disputara esta gloria Juana Trujillo, madre de Baldomero, la cual había muerto el año anterior, porque Asunción probaría ante todas las cancillerías celestiales que a ella se le había ocurrido la sublime idea antes que a su prima. ...

En la línea 63
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Criáronle con regalo y exquisitos cuidados, pero sin mimo. D. Baldomero no tenía carácter para poner un freno a su estrepitoso cariño paternal, ni para meterse en severidades de educación y formar al chico como le formaron a él. Si su mujer lo permitiera, habría llevado Santa Cruz su indulgencia hasta consentir que el niño hiciera en todo su real gana. ¿En qué consistía que habiendo sido él educado tan rígidamente por D. Baldomero I, era todo blanduras con su hijo? ¡Efectos de la evolución educativa, paralela de la evolución política! Santa Cruz tenía muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le imponía, y las privaciones que le había hecho sufrir. Todas las noches del año le obligaba a rezar el rosario con los dependientes de la casa; hasta que cumplió los veinticinco nunca fue a paseo solo, sino en corporación con los susodichos dependientes; el teatro no lo cataba sino el día de Pascua, y le hacían un trajecito nuevo cada año, el cual no se ponía más que los domingos. Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local. En lo tocante a juegos, no conoció nunca más que el mus, y sus bolsillos no supieron lo que era un cuarto hasta mucho después del tiempo en que empezó a afeitarse. Todo fue rigor, trabajo, sordidez. Pero lo más particular era que creyendo D. Baldomero que tal sistema había sido eficacísimo para formarle a él, lo tenía por deplorable tratándose de su hijo. Esto no era una falta de lógica, sino la consagración práctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. ¿Qué sería del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo sentía ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos. Había oído muchas veces a los economistas que iban de tertulia a casa de Cantero, la célebre frase laissez aller, laissez passer… El gordo Arnaiz y su amigo Pastor, el economista, sostenían que todos los grandes problemas se resuelven por sí mismos, y D. Pedro Mata opinaba del propio modo, aplicando a la sociedad y a la política el sistema de la medicina expectante. La naturaleza se cura sola; no hay más que dejarla. Las fuerzas reparatrices lo hacen todo, ayudadas del aire. El hombre se educa sólo en virtud de las suscepciones constantes que determina en su espíritu la conciencia, ayudada del ambiente social. D. Baldomero no lo decía así; pero sus vagas ideas sobre el asunto se condensaban en una expresión de moda y muy socorrida: «el mundo marcha». ...

En la línea 77
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... De la pañolería y artículos asiáticos, sólo quedaban en la casa por los años del 50 al 60 tradiciones religiosamente conservadas. Aún había alguna torrecilla de marfil, y buena porción de mantones ricos de alto precio en cajas primorosas. Era quizás Gumersindo la persona que en Madrid tenía más arte para doblarlos, porque ha de saberse que doblar un crespón era tarea tan difícil como hinchar un perro. No sabían hacerlo sino los que de antiguo tenían la costumbre de manejar aquel artículo, por lo cual muchas damas, que en algún baile de máscaras se ponían el chal, lo mandaban al día siguiente, con la caja, a la tienda de Gumersindo Arnaiz, para que este lo doblase según arte tradicional, es decir, dejando oculta la rejilla de a tercia y el fleco de a cuarta, y visible en el cuartel superior el dibujo central. También se conservaban en la tienda los dos maniquís vestidos de mandarines. Se pensó en retirarlos, porque ya estaban los pobres un poco tronados; pero Barbarita se opuso, porque dejar de verlos allí haciendo juego con la fisonomía lela y honrada del Sr. de Ayún, era como si enterrasen a alguno de la familia; y aseguró que si su hermano se obstinaba en quitarlos, ella se los llevaría a su casa para ponerlos en el comedor, haciendo juego con los aparadores. ...

En la línea 97
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Prometíaselas él muy felices en la tienda de bayetas y paños del Reino que estableció en la Plaza Mayor, junto a la Panadería. No puso dependientes, porque la cortedad del negocio no lo consentía; pero su tertulia fue la más animada y dicharachera de todo el barrio. Y ved aquí el secreto de lo poco que dio de sí el establecimiento, y la justificación de los vaticinios de D. Bonifacio. Estupiñá tenía un vicio hereditario y crónico, contra el cual eran impotentes todas las demás energías de su alma; vicio tanto más avasallador y terrible cuanto más inofensivo parecía. No era la bebida, no era el amor, ni el juego ni el lujo; era la conversación. Por un rato de palique era Estupiñá capaz de dejar que se llevaran los demonios el mejor negocio del mundo. Como él pegase la hebra con gana, ya podía venirse el cielo abajo, y antes le cortaran la lengua que la hebra. A su tienda iban los habladores más frenéticos, porque el vicio llama al vicio. Si en lo más sabroso de su charla entraba alguien a comprar, Estupiñá le ponía la cara que se pone a los que van a dar sablazos. Si el género pedido estaba sobre el mostrador, lo enseñaba con gesto rápido, deseando que acabase pronto la interrupción; pero si estaba en lo alto de la anaquelería, echaba hacia arriba una mirada de fatiga, como el que pide a Dios paciencia, diciendo: «¿Bayeta amarilla? Mírela usted. Me parece que es angosta para lo que usted la quiere». Otras veces dudaba o aparentaba dudar si tenía lo que le pedían. «¿Gorritas para niño? ¿Las quiere usted de visera de hule?… Sospecho que hay algunas, pero son de esas que no se usan ya… ». ...

En la línea 203
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Ordena Su Majestad que, por graves y poderosas razones de Estado, Su Gracia el príncipe oculte su enfermedad por todos los medios que estén a su alcance, hasta que pase y Su Gracia vuelva a estar como estaba antes; es decir, que no deberá negar a nadie que es el verdadero príncipe y heredero de la grandeza de Inglaterra, que deberá conservar su dignidad de príncipe y recibir, sin palabra ni signo de protesta, la reverencia y observancia que se le deben por acertada y añeja costumbre; que deberá dejar de de hablarle a ninguno de ese nacimiento y vida de baja condición que su enfermedad ha creado pn las malsanas imaginaciones de una fantasía obsesionada; que habrá de procurar con diligencia traer de nuevo a su memoria los rostro que solía conocer, y cuando no lo consiga deberá guardar silencio, sin revelar con gestos de sorpresa, u otras señales, que los ha olvidado; que en las ceremonias de Estado, cuando quiera que se sienta perplejo en cuanto a lo que debe hacer y las palabras que debe decir, no habrá de mostrar la menor inquietud a los espectadores curiosos, sino pedir consejo en tal materia a lord Hertford, o a su humilde servidor, que tenemos mandato del rey de ponernos a su servicio atentos a su llamado, hasta que ésta orden se anule. Esto dice Su Majestad el rey, que envía sus saludos a Su Alteza Real y ruega que Dios quiera en su misericordia sanar a Vuestra Alteza prontamente y conservarle ahora y siempre en su bendita protección. ...

En la línea 267
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... La próxima inconsciente torpeza de Tom fue levantarse y dejar la mesa justo cuando el capellán tomó su lugar detrás de su silla, y, elevadas las manos y cerrados los ojos se disponía a comenzar la acción de gracias. Sin embargo, nadie pareció apercibirse de que el príncipe había hecho algo insólito. ...

En la línea 339
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Dio vueltas en su cabeza una tras otra a prometedoras pruebas pero se vio obligada a desecharlas todas: ninguna de ellas era completamente segura, absolutamente perfecta; y una imperfecta no podía satisfacerla. Evidentemente, se rompía la cabeza en vano; era casi seguro que tendría que dejar el asunto. Mientras pasaba por su mente este deprimente pensamiento, su oído captó la respiración regular del niño, y supo que se había dormido. Y mientras escuchaba la respiración acompasada, fue interrumpida por un leve grito de sobresalto, como el que se emite en un sueño perturbado. ...

En la línea 431
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... –Su trastornada mente le persuade de que es el Príncipe de Gales. Será cosa rara tener con nosotros a un Príncipe de Gales ahora que el que era príncipe ya no es príncipe, sino rey. Porque su pobre espíritu tiene un tema solo, y no comprenderá que ahora debe dejar de ser príncipe y llamarse rey… . Si mi padre vive aún, después de estos siete años en que no he sabido nada de mi casa en mi calabozo en tierra extraña, acogerá bien al pobre niño y por mi amor le concederá generoso albergue. Lo mismo hará mi buen hermano mayor, Arturo. Mi otro hermano, Hugo… Pero le romperé la crisma si se interpone, el muy zorro y desalmado. Sí. Hacia allá nos iremos y sin tampoco perder momento. ...

En la línea 205
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Es verdad, Domingo, no podemos dejar así la partida. ¿A quién le toca salir? ...

En la línea 296
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Llevólo la señora a la sala, y diciéndole: «Aguarde un poco, que voy a dejar a mi Pichín», le dejó solo. ...

En la línea 491
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Sí, pero tiene dinero y mi tía no me va a dejar en paz. Y, la verdad, no me gusta hacer feos a nadie, y tampoco quiero que me estén dando la jaqueca. ...

En la línea 1480
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... No faltan otros eruditos que con la característica caridad de la especie, habiendo vislumbrado a Paparrigópulos y envidiosos de antemano de la fama que preven le espera, tratan de empequeñecerle. Tal hay que dice de Paparrigópulos que, como el zorro, borra con el jopo sus propias huellas, dando luego vueltas y más vueltas por otros derroteros para despistar al cazador y que no se sepa por dónde fue a atrapar la gallina, cuando si de algo peca es de dejar en pie los andamios, una vez acabada la torre, impidiendo así que se admire y vea bien esta. Otro le llama desdeñosamente concionador, como si el de concionar no fuese arte supremo. El de más allá le acusa, ya de traducir, ya de arreglar ideas tomadas del extranjero, olvidando que al revestirlas Paparrigópulos en tan neto, castizo y transparente castellano como es el suyo, las hace castellanas y por ende propias, no de otro modo que hizo el padre Isla propio el Gil Blas de Lesage. Alguno le moteja de que su principal apoyo es su honda fe en la ignorancia ambiente, desconociendo el que así le juzga que la fe es trasportadora de montañas. Pero la suprema injusticia de estos y otros rencorosos juicios de gentes a quienes Paparrigópulos ningún mal ha hecho, su injusticia notoria, se verá bien clara con sólo tener en cuenta que todavía no ha dado Paparrigópulos nada a luz y que todos los que le muerden los zancajos hablan de oídas y por no callar. ...

En la línea 709
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Sandokán caminaba en silencio, sombrío y taciturno. Él, que veinte días antes habría dado la mitad de su sangre por volver a Mompracem, sentía una pena sin límites al tener que dejar abandonada a la mujer que amaba apasionadamente. ...

En la línea 1281
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¡Me da miedo el lord! Es capaz de matar a su sobrina antes que dejar que caiga en mis manos. ...

En la línea 1372
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El portugués creía ahogarse en la estufa; tomó la carabina, se deslizó hasta la portezuela y salió cuidando de no dejar en el suelo rastro de cenizas. ...

En la línea 1647
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Sin embargo, no podemos dejar aquí el parao, pueden descubrirlo. ...

En la línea 195
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Por fin nos hallábamos en el escenario de la última aparición del monstruo. A partir de entonces puede decirse que ya no se vivía a bordo. Los corazones latían furiosamente, incubando futuros aneurismas incurables. La tripulación entera sufría una sobreexcitación nerviosa de la que yo no podría dar una pálida idea. No se comía ni se dormía. Veinte veces al día, un error de apreciación, una ilusión óptica de algún marinero encaramado a una cofa, causaban un súbito alboroto, y estas emociones, veinte veces repetidas, nos mantenían en un estado de eretismo demasiado violento para no provocar una próxima recesión. Y, en efecto, la reacción no tardó en producirse. Durante tres meses, tres meses de los que cada día duraba un siglo, el Abraham Lincoln surcó todos los mares septentrionales del Pacífico, corriendo tras de las ballenas señaladas, procediendo a bruscos cambios de rumbo, virando súbitamente de uno a otro bordo, parando repentinamente sus máquinas, forzando o reduciendo el vapor alternativamente, con riesgo de desnivelar su maquinaria, y sin dejar un punto inexplorado desde las costas del Japón a las de América. ¡Y nada! ¡Nada más que la inmensidad de las olas desiertas! Nada que se asemejara a un narval gigantesco, ni a un islote submarino, ni a un resto de naufragio, ni a un escollo fugaz ni a nada sobrenatural. ...

En la línea 199
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Tal promesa fue hecha el 2 de noviembre, y tuvo por resultado inmediato reanimar a la abatida tripulación. De nuevo volvió a escrutarse el horizonte con la mayor atención, empeñados todos y cada uno en consagrarle esa última mirada en la que se resume el recuerdo. Se apuntaron los catalejos al horizonte con una ansiedad febril. Era el supremo desafío al gigantesco narval, y éste no podía razonablemente dejar de responder a esta convocatoria de «comparecencia». ...

En la línea 937
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... No pude entonces dejar de mirar al comandante del Nautilus de un modo poco halagüeño para su persona. ...

En la línea 1193
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... A dos millas, por estribor, se divisaba la isla Gueboroar, cuya costa se redondeaba desde el Norte al Oeste como un inmenso brazo. Hacia el Sur y el Este el reflujo comenzaba a dejar al descubierto las crestas de algunos arrecifes de coral. Habíamos tocado de lleno y en uno de esos mares que tienen mareas pobres, lo que dificultaba la puesta a flote del Nautilus. Sin embargo, éste no parecía haber sufrido ninguna avería gracias a la extraordinaria solidez de su casco. Pero si no podía abrirse ni irse a pique, sí corría el riesgo, en cambio, de permanecer para siempre aprisionado en esos escollos. Así, tal vez había acabado allí su carrera el aparato submarino del capitán Nemo. ...

En la línea 292
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Chapoteaban en el agua y en el barro, se oían blasfemias y se daban golpes; entonces algunos hombres se echaron al fondo de la zanja para ayudar al sargento. Sacaron separadamente a mi penado y al otro. Ambos sangraban y estaban jadeantes, pero sin dejar de luchar. Yo los conocí en seguida. ...

En la línea 444
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso pensé muy temprano a la mañana siguiente de mi llegada. En la noche anterior, en cuanto llegué, me mandó directamente a acostarme en una buhardilla bajo el tejado, que tenía tan poca altura en el lugar en que estaba situada la cama, que sin dificultad alguna pude contar las tejas, que se hallaban a un pie de distancia de mis ojos. Aquella misma mañana, muy temprano, descubrí una singular afinidad entre las semillas y los pantalones de pana. El señor Pumblechook los llevaba, y lo mismo le ocurría al empleado de la tienda; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuyo dueño se ganaba la vida, al parecer, con las manos metidas en los bolsillos y contemplando al panadero, quien, a su vez, se cruzaba de brazos sin dejar de mirar al abacero, el cual permanecía en la puerta y bostezaba sin apartar la mirada del farmacéutico. El relojero estaba siempre inclinado sobre su mesa, con una lupa en el ojo y sin cesar vigilado por un grupo de gente de blusa que le miraba a través del cristal de la tienda. Éste parecía ser la única persona en la calle Alta cuyo trabajo absorbiese toda su atención. ...

En la línea 646
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Puedes estar seguro de algo, Pip - dijo Joe después de reflexionar un rato -, y es que las mentiras no son más que mentiras. Siempre que se presentan no debieran hacerlo y proceden del padre de la mentira, portándose de la misma manera que él. No me hables más de esto, Pip. Éste no es el camino para dejar de ser ordinario, aunque comprendo bien por qué dijeron que eras ordinario. En algunas cosas eres extraordinario. Por ejemplo, eres extraordinariamente pequeño y un estudiante soberbio. ...

En la línea 709
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... No hizo ninguna observación verbal, sino que procedió en silencio, aunque dirigiéndose a mí tan sólo. Mezcló el ron y el agua sin dejar de mirarme, y lo probó sin quitarme los ojos de encima. Pero lo notable es que revolvió el agua y el licor y se llevó la mezcla a la boca no con la cucharilla que le ofrecieron, sino con una lima. ...

En la línea 159
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... El joven, sin decir nada, se apresuró a marcharse. La puerta interior acababa de abrirse e iban asomando caras cínicas y burlonas, bajo el gorro encasquetado y con el cigarrillo o la pipa en la boca. Unos vestían batas caseras; otros, ropas de verano ligeras hasta la indecencia. Algunos llevaban las cartas en la mano. Se echaron a reír de buena gana al oír decir a Marmeladof que los tirones de pelo eran para él una delicia. Algunos entraron en la habitación. Al fin se oyó una voz silbante, de mal agüero. Era Amalia Ivanovna Lipevechsel en persona, que se abrió paso entre los curiosos, para restablecer el orden a su manera y apremiar por centésima vez a la desdichada mujer, brutalmente y con palabras injuriosas, a dejar la habitación al mismo día siguiente. ...

En la línea 207
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Mi querido Rodia ‑decía la carta‑: hace ya dos meses que no te he escrito y esto ha sido para mí tan penoso, que incluso me ha quitado el sueño muchas noches. Perdóname este silencio involuntario. Ya sabes cuánto te quiero. Dunia y yo no tenemos a nadie más que a ti; tú lo eres todo para nosotras: toda nuestra esperanza, toda nuestra confianza en el porvenir. Sólo Dios sabe lo que sentí cuando me dijiste que habías tenido que dejar la universidad hacía ya varios meses por falta de dinero y que habías perdido las lecciones y no tenías ningún medio de vida. ¿Cómo puedo ayudarte yo, con mis ciento veinte rublos anuales de pensión? Los quince rublos que te envié hace cuatro meses, los pedí prestados, con la garantía de mi pensión, a un comerciante de esta ciudad llamado Vakruchine. Es una buena persona y fue amigo de tu padre; pero como yo le había autorizado por escrito a cobrar por mi cuenta la pensión, tenía que procurar devolverle el dinero, cosa que acabo de hacer. Ya sabes por qué no he podido enviarte nada en estos últimos meses. ...

En la línea 210
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Yo estaba desesperada, pero ¿qué podía hacer? Por otra parte, yo no sabía toda la verdad. El mal estaba en que Dunetchka, al entrar el año pasado en casa de los Svidrigailof como institutriz, había pedido por adelantado la importante cantidad de cien rublos, comprometiéndose a devolverlos con sus honorarios. Por lo tanto, no podía dejar la plaza hasta haber saldado la deuda. Dunia (ahora ya puedo explicártelo todo, mi querido Rodia) había pedido esta suma especialmente para poder enviarte los sesenta rublos que entonces necesitabas con tanta urgencia y que, efectivamente, te mandamos el año pasado. Entonces te engañamos diciéndote que el dinero lo tenía ahorrado Dunia. No era verdad; la verdad es la que te voy a contar ahora, en primer lugar porque nuestra suerte ha cambiado de pronto por la voluntad de Dios, y también porque así tendrás una prueba de lo mucho que te quiere tu hermana y de la grandeza de su corazón. ...

En la línea 213
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Y esto fue poco comparado con lo que al fin supimos. Figúrate que Svidrigailof, el muy insensato, sentía desde hacía tiempo por Dunia una pasión que ocultaba bajo su actitud grosera y despectiva. Tal vez estaba avergonzado y atemorizado ante la idea de alimentar, él, un hombre ya maduro, un padre de familia, aquellas esperanzas licenciosas e involuntarias hacia Dunia; tal vez sus groserías y sus sarcasmos no tenían más objeto que ocultar su pasión a los ojos de su familia. Al fin no pudo contenerse y, con toda claridad, le hizo proposiciones deshonestas. Le prometió cuanto puedas imaginarte, incluso abandonar a los suyos y marcharse con ella a una ciudad lejana, o al extranjero si lo prefería. Ya puedes suponer lo que esto significó para tu hermana. Dunia no podía dejar su puesto, no sólo porque no había pagado su deuda, sino por temor a que Marfa Petrovna sospechara la verdad, lo que habría introducido la discordia en la familia. Además, incluso ella habría sufrido las consecuencias del escándalo, pues demostrar la verdad no habría sido cosa fácil. ...

En la línea 33
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Vi cómo el introductor se deshacía en reverencias. Repetí entonces mi petición y él me reiteró —mucho más secamente esta vez—que debía aguardar. Pasado un momento, un recién llegado, austríaco al parecer, fue igualmente conducido, sin hacerlo esperar, al primer piso. Muy molesto me dirigí al cura y le declaré, perentoriamente, que puesto que Monseñor recibía, podía perfectamente ocuparse de mi asunto. El cura retrocedió, asombrado. ¿Cómo un insignificante ruso osaba ponerse al nivel de los visitantes de Monseñor? De la manera más insolente del mundo, como si estuviese muy satisfecho de poderme humillar, me miró de cabeza a pies y exclamó: —¿Cree usted, pues, que Monseñor va a dejar su café para recibirle? ...

En la línea 163
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En resumen, todo depende ahora de nuestra situación, es decir, de la mayor o menor cantidad de dinero que el general pueda ofrecerle. Si, por ejemplo, se afirmase que la abuela no había muerto, estoy seguro de que la señorita Blanche se apresuraría a desaparecer. Para mí mismo es un motivo de extrañeza y de risa el ver que me he vuelto tan entrometido. ¡Cómo me repugna todo eso! ¡Con qué placer lo abandonaría todo y a todos! Pero, ¿puedo alejarme de Paulina? ¿Puedo dejar de realizar el espionaje en torno de ella? El espionaje es seguramente una cosa vil, pero ¿a mí qué me importa? ...

En la línea 323
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Me detuve en una espera respetuosa continuando mirándole y sin dejar de sonreírme. Su perplejidad era visible, fruncía las cejas hasta el nec plus ultra. Su rostro se ensombrecía cada vez más. La baronesa se volvió también y me contempló con perplejidad rencorosa. Los transeúntes nos observaban. ...

En la línea 400
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Si así es, si usted se muestra sordo a todo ruego —añadió con arrogancia—, permítame le participe que se adoptarán algunas medidas. Hay aquí autoridades, usted será expulsado hoy mismo. “¡Que diable! Un brancbec comme vous” quiere provocar a un duelo a todo un personaje como el barón. ¿Cree usted que le van a dejar tranquilo? ¡Sepa que nadie tiene miedo de usted aquí! Si le he dirigido un ruego ha sido más bien por mi propio impulso, pues usted había inquietado al general. ¿Y se imagina usted que el barón no le hará expulsar tranquilamente por un criado? ...

En la línea 641
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Después de dejar a su pequeña Cosette a los Thenardier prosiguió su camino, y llegó a M. Se recordará que esto era en 1818. ...

En la línea 700
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Por algunas palabras sueltas escapadas a Javert, se adivinaba que había buscado secretamente las huellas y antecedentes que Magdalena hubiera podido dejar en otras partes. Parecía saber que había tomado determinados informes sobre cierta familia que había desaparecido. Una vez dijo hablando consigo mismo: 'Creo que lo he cogido'. ...

En la línea 770
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Fantina se ofreció como criada en la localidad, y fue de casa en casa. Nadie la admitió. Tampoco pudo dejar el pueblo, a causa de sus deudas. ...

En la línea 918
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Magdalena permaneció sentado cerca de la chimenea, hojeando un legajo de papeles. No se movió cuando entró Javert. No podía dejar de pensar en la pobre Fantina. ...

En la línea 72
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Fue una dura carrera hasta el cañón, porque hubo que cruzar Campo de Ovejas, dejar atrás la cadena de cuchillas y el límite de los bosques a través de glaciares y ventisqueros de centenares de metros de profundidad, y pasar la cordillera de Chilcoot, que separa las aguas saladas de las dulces y custodia de forma majestuosa el triste y solitario territorio del norte. Recorrieron a buen paso la cadena de lagos que llenan los cráteres de extintos volcanes, y ya avanzada la noche entraron en el enorme campamento situado sobre el extremo principal del lago Bennett, donde miles de buscadores de oro construían botes, preparándose para el deshielo de la primavera. Buck cavó su hoyo en la nieve y durmió con el sueño de los exhaustos, pero antes del amanecer ya lo obligaron a salir a la fría oscuridad y fue enganchado al trineo con sus compañeros. ...

En la línea 328
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... A medida que fue avanzando el día y el sol se fue poniendo por el noroeste (había vuelto la oscuridad y las noches de otoño duraban seis horas), los machos jóvenes se sintieron cada vez menos dispuestos a volver sobre sus pasos en ayuda de su acosado jefe. El invierno inminente los empujaba hacia lugares más protegidos, y les parecía que nunca podrían dejar atrás a aquella criatura que los retrasaba. Además, no era la existencia de la manada ni la de los machos jóvenes, la amenazada. Se les reclamaba la vida de un único miembro del rebaño, en la cual tenían un interés mucho más remoto que en la propia, y en definitiva accedieron a pagar aquel peaje. ...

En la línea 173
del libro Amnesia
del afamado autor Amado Nervo
... Blanca no recordó ni por un instante a la febril capital de las capitales. Encontraba en todo el sabor de lo nuevo. Se entregaba a la alegría de vivir, como una colegiala que acaba de dejar los tutelares muros del Sagrado Corazón y empieza su etapa mundana. ...

En la línea 165
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... El que conozca un tanto las ciudades de provincia, imaginará fácilmente cuánto comentario, cuánta murmuración declarada o encubierta provocó en León la boda del importante Miranda con la obscura heredera del ex lonjista. Hablose sin tino ni mesura; quién censuraba la vanidad del viejo, que harto al fin de romper chaquetas, quería dar a su hija viso y tono de marquesa (Miranda parecía a no pocas gentes el tipo clásico del marqués). Quién hincaba el diente en el novio, hambrón madrileño, con mucho aparato y sin un ochavo, venido allí a salir de apuros con las onzas del señor Joaquín. Quién describía satíricamente la extraña figura de Lucía la mocetona, cuando estrenase sombrero, sombrilla y cola larga. Mas estos runrunes se estrellaban en la orgullosa satisfacción del señor Joaquín, en la infantil frivolidad de la novia, en la cortés y mundana reserva del novio. Fiel Lucía a su programa de no pensar en la boda misma, pensaba en los accesorios nupciales, y contaba gozosa a sus amigas el viaje proyectado, repitiendo los nombres eufónicos de pueblos que tenía por encantadas regiones; París, Lyón, Marsella, donde las niñas imaginaban que el cielo sería de otro color y luciría el sol de distinto modo que en su villa natal. Miranda, a cuenta de un empréstito que negoció contando satisfacerlo después a expensas del generoso suegro, hizo venir de la corte lindas finezas, un aderezo de brillantes, un cajón atestado de lucidas galas, envío de renombrado sastre de señoras. Mujer al cabo Lucía, y nuevos para ella tales primores, más de una vez, como la Margarita de Fausto, se colgó ante un espejillo los preciosos dijes, complaciéndose en sacudir la cabeza a fin de que fulgurasen los resplandores de los pendientes y las flores de pedrería salpicadas por el obscuro cabello. En esto se solazan las mujeres cuando son niñas, y todavía muchísimo tiempo después de dejar de serlo. Pero Lucía no era niña para siempre. ...

En la línea 176
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Con la prisa y el ahogo… y atender a que sirviesen bien los chocolates… y la pena de dejar al pobre papá, y de verle tan alicaído… y también… ...

En la línea 264
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Yo no presto dinero, señora -contestó apaciblemente el viajero, sin volver la faz ni dejar de mirar el alba, que rompía por los cielos envuelta en leves vapores de rosa y nácar. ...

En la línea 665
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Encogiose Artegui de hombros como aquel que se resigna, y tiró del cordón de la campanilla. Cuando un cuarto de hora después entró el camarero con la bandeja, ardía el fuego más que nunca claro y regocijado, y las dos butacas, colocadas a ambos lados de la chimenea, y el velador cubierto de níveo mantel, convidaban a la dulce intimidad del almuerzo. Brillaban las limpias copas, las garrafas, la salvilla, las vinagreras, el aro de plata del mostacero: los rábanos, nadando en fina concha de porcelana, parecían capullos de rosa; el lenguado frito presentaba su dorado lomo, donde se destacaba el oro pálido de las ruedas de limón, y el verde chamuscado de las ramas de perejil; los bisteques reposaban sangrientos en lago de liquida manteca; y en las transparentes copas de muselina destellaba el intenso granate del Borgoña y el rubio topacio del Chateau-Iquem. Al entrar y salir; al dejar cada plato, o recogerlo, reíase el camarero, para su sayo, de la enamorada pareja española, que quería habitación aparte, para luego almorzar así, mano a mano, al halago de la lumbre. A fuer de francés de raza, el sirviente aprovechaba la situación, subiendo el gasto. Había presentado a Artegui la lista de los vinos, y se permitía indicaciones y consejos. ...

En la línea 184
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Phileas Fogg, al dejar Londres, no sospechaba, sin duda, el ruido grande que su partida iba a provocar. La noticia de la apuesta se extendió primero en el Reform Club y produjo una verdadera emoción entre los miembros de aquel respetable círculo. Luego, del club la emoción pasó a los periódicos por la vía de los reporteros, y de los periódicos al público de Londres y de todo el Reino Unido. ...

En la línea 199
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El efecto de este despacho fue inmediato. El honorable gentleman desapareció para dejar sitio al ladrón de billetes de banco. Su fotografía, depositada en el Reform Club con las de sus colegas, fue examinada. Reproducía rasgo por rasgo al hombre cuyas señas habían sido determinadas en el expediente de investigación. Todos recordaron lo que tenía de misteriosa la existencia de Phileas Fogg, su aislamiento, su partida repentina, y pareció evidente que este personaje, pretextando un viaje alrededor del mundo y apoyándose en una apuesta insensata, no tenía otro objeto que hacer perder la pista a los agentes de la policía inglesa. ...

En la línea 253
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Bien, señor Fix- respondió el cónsul-, no sentiría ver el rostro de ese bribón. Pero tal vez no se presentará si es lo que suponéis. Un ladrón no procura dejar detrás de sí rastros de su paso, sobre todo no siendo obligatoria la formalidad del pasaporte. ...

En la línea 671
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Entretanto, el tren iba a dejar la estación de Aliahabad. El parsi estaba esperando. Mister Fogg le pagó lo convenido, sin darle un penique de más. Esto asombró algo a Picaporte, que sabía todo lo que debía su amo a la adhesión del guía. El parsi había en efecto arriesgado voluntariamente la vida en el lance de Pillaji, y si más tarde los indios llegasen a saberlo, con dificultad se libraría de su venganza. ...

Reglas relacionadas con los errores de g;j

Las Reglas Ortográficas de la G

Las palabras que contienen el grupo de letras -gen- se escriben con g.

Observa los ejemplos: origen, genio, general.

Excepciones: berenjena, ajeno.

Se escriben con g o con j las palabras derivadas de otra que lleva g o j.

Por ejemplo: - de caja formamos: cajón, cajita, cajero...

- de ligero formamos: ligereza, aligerado, ligerísimo...

Se escriben con g las palabras terminadas en -ogía, -ógico, -ógica.

Por ejemplo: neurología, neurológico, neurológica.

Se escriben con g las palabras que tienen los grupos -agi-, -igi. Por ejemplo: digiere.

Excepciones: las palabras derivadas de otra que lleva j. Por ejemplo: bajito (derivada de bajo), hijito

(derivada de hijo).

Se escriben con g las palabras que empiezan por geo- y legi-, y con j las palabras que empiezan por

eje-. Por ejemplo: geografía, legión, ejército.

Excepción: lejía.

Los verbos cuyos infinitivos terminan en -ger, -gir se escriben con g delante de e y de i en todos sus

tiempos. Por ejemplo: cogemos, cogiste (del verbo coger); elijes, eligieron (del verbo elegir).

Excepciones: tejer, destejer, crujir.

Las Reglas Ortográficas de La J

Se escriben con j las palabras que terminan en -aje. Por ejemplo: lenguaje, viaje.

Se escriben con j los tiempos de los verbos que llevan esta letra en su infinitivo. Por ejemplo:

viajemos, viajáis (del verbo viajar); trabajábamos, trabajemos (del verbo trabajar).

Hay una serie de verbos que no tienen g ni j en sus infinitivos y que se escriben en sus tiempos

verbales con j delante de e y de i. Por ejemplo: dije (infinitivo decir), traje (infinitivo traer).


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras g;j


El Español es una gran familia


la Ortografía es divertida

Errores Ortográficos típicos con la palabra Dejar

Cómo se escribe dejar o dejarr?
Cómo se escribe dejar o degar?

Palabras parecidas a dejar

La palabra visita
La palabra sacaban
La palabra vuelto
La palabra reventar
La palabra garganta
La palabra ardiente
La palabra hinchaba

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