Cual es errónea Decirle o Dezirle?
La palabra correcta es Decirle. Sin Embargo Dezirle se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino dezirle es que hay un Intercambio de las letras c;z con respecto la palabra correcta la palabra decirle
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Decirle en la RAE.
Decirle en Word Reference.
Decirle en la wikipedia.
Sinonimos de Decirle.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Decirle
Cómo se escribe decirle o decirrle?
Cómo se escribe decirle o dezirle?
Algunas Frases de libros en las que aparece decirle
La palabra decirle puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 641
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Quería decirle dos razones: hacía tiempo que lo deseaba; pero ¿cómo hacerlo, si nunca salía de sus tierras? -Dos rahonetes no més. ...
En la línea 972
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y la muchacha, como si estuviera hilando un capullo, agarraba estos cabos sueltos de su memoria y tiraba y tiraba, recordando todo lo de su existencia que tenía relación con Tonet: la primera vez que lo vió, y su compasiva simpatía por las burlas de las hilanderas, que él soportaba cabizbajo y tímido, como si estas arpias en banda le inspirasen miedo; después, los frecuentes encuentros en el camino y las miradas fijas del muchacho que parecían querer decirle algo. ...
En la línea 980
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Ella habló de su miedo, de los sustos que durante el invierno pasaba en el camino; y Tonet, halagado por el servicio que prestaba a la joven, despegó los labios, al fin, para decirle que la acompañaría con frecuencia. ...
En la línea 1087
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Cuando una semana después Rafael fue llamado por el señorito, emprendió el camino de Jerez creyendo que ya no regresaría a Matanzuela. El llamamiento sería para decirle que había buscado otro aperador... Pero el loco Dupont le recibió con gesto alegre. ...
En la línea 1423
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Allí en la plaza no podía ser; en la casa de huéspedes tampoco, pues lo que el aperador quería decirle era para guardarse en secreto. ...
En la línea 1548
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Todo había acabado para María de la Luz. Harto lo demostraba la firmeza de sus palabras. Ya no podía ser del hombre amado. Debía mostrarse cruel, fingir despego, hacerle sufrir como una moza casquivana, antes que decirle la verdad. ...
En la línea 1643
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Dupont se hizo atrás, olvidando de pronto todas sus preocupaciones. Le habían tocado el punto vulnerable de su verbosidad. ¡Y un empleado suyo se atrevía a decirle tales cosas!... ...
En la línea 2178
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Bonacieux reflexionó, en efecto, sobre lo que acababan de decirle. ...
En la línea 2789
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El rey aprovechó aquel primer momento de retorno para decirle que contaba con dar de un mo mento a otro una fiesta. ...
En la línea 2910
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El digno mercero había participado a su mujer, tan pronto como estuvo de vuelta en casa, su feliz retorno, y su mujer le había respondi do para felicitarle y para decirle que el primer momento que pudiera escamotear a sus deberes sería consagrado por entero a visitarle. ...
En la línea 2913
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Rochefort le llamaba su amigo, su querido Bonacieux, y no cesaba de decirle que el cardenal le hacía el mayor caso. ...
En la línea 702
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... No vi a la española, y por eso no pude decirle de cuán poco me había servido el romero en aquel caso. ...
En la línea 2313
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... A la siguiente mañana, cuando estaba vistiéndome, el viejo genovés entró en mi cuarto:—_Signore_—me dijo—, vengo a decirle adiós. ...
En la línea 2411
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pero, volviendo a cosas más importantes, dígame: ¿de qué delitos conocía la Santa Casa de Córdoba? —Supongo que sabrá usted cuáles eran los asuntos propios de la función del Santo Oficio; por tanto, no necesito decirle que los delitos en que entendíamos eran los de brujería, judaísmo y ciertos descarríos carnales. ...
En la línea 2447
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Ahora venga esa mano para cerrar el trato, y en seguida iré a buscar a mi cuñado para decirle que se disponga a salir con su merced pasado mañana.» CAPÍTULO XVIII Salida de Córdoba.—El contrabandista.—Treta judaica.—Llegada a Madrid. ...
En la línea 663
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla, pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse; y así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. ...
En la línea 1024
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer y a decirle: -Señor, ¿pues qué hemos de hacer nosotros? -¿Qué? -dijo don Quijote-: favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos. ...
En la línea 1571
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... »Yo le agradecí su buen intento, pareciéndome que llevaba razón en lo que decía, y que mi padre vendría en ello como yo se lo dijese; y con este intento, luego en aquel mismo instante, fui a decirle a mi padre lo que deseaba. ...
En la línea 1585
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pero, viendo que no aprovechaba, determiné de decirle el caso al duque Ricardo, su padre. ...
En la línea 362
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Después de comer, los soldados se dividen en dos bandos para ensayar su habilidad con las bolas. Plántanse dos lanzas en el suelo, a 35 metros de distancia una de otra; pero las bolas no las alcanzan sino una vez por cada cuatro o cinco. Pueden arrojarse las bolas a 50 ó 60 metros, pero sin puntería. Sin embargo, ésta distancia no se aplica a los hombres a caballo: cuando la velocidad del caballo se agrega a la fuerza del brazo, dícese que se puede arrojarlas a 80 metros, casi con certeza de dar en el blanco. Como prueba de la fuerza de este arma, puedo citar este hecho: cuando en las islas Falkland asesinaron los españoles a una parte de sus compatriotas y a todos los ingleses que allí estaban, huía un español a todo correr. Un individuo llamado Luciano, fornido y guapo mozo, perseguíale a galope gritando que se detuviese, pues deseaba decirle unas palabras. En el momento de ir a llegar ya el español a la barca, Luciano le tiró las bolas; se enroscaron éstas con tal fuerza en derredor de las piernas del fugitivo, que cayó desmayado. Así que Luciano le hubo dicho lo que tenía que decirle, permitiose al joven que embarcase. Nos dijo que sus piernas llevaban grandes verdugones allí donde se arrolló la cuerda, como si hubiese sufrido la pena del látigo. ...
En la línea 670
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Aunque los tres comprendían y hablaban el inglés, era muy difícil saber por ellos las costumbres de sus compatriotas. Provenía esto en parte, creo, de que les era muy difícil comprender la menor alternativa. Todo el que tenga costumbre de tratar a niños sabe cuán difícil es obtener de ellos una respuesta a las más sencillas preguntas, por ejemplo: ¿es blanca o negra una cosa? La idea de negro y la idea de blanco llena alternativamente su espíritu. Lo mismo sucedió con los fueguenses; por lo que la mayor parte de las veces era imposible saber, al interrogarles de nuevo, si habían comprendido bien lo que se les dijo al principio. Tenían la vista muy penetrante; sabido es que los marinos, por su larga costumbre, distinguen un objeto mucho antes que un hombre habituado a vivir en tierra; pero York y Jemmy eran bajo este punto de vista muy superiores a todos los marinos de a bordo. Muchas veces habían anunciado que veían una cosa, nombrando lo que percibían; todo el mundo dudaba, y, sin embargo, el anteojo probaba que tenían razón. Tenían plena confianza de esta facultad, y así, cuando Jemmy tenía alguna pequeña reyerta con el oficial de guardia no dejaba de decirle: «Yo ver barco, yo no decir». Nada más curioso de observar que la conducta de los salvajes con Jemmy Button cuando desembarcamos. Inmediatamente notaron la diferencia entre él y nosotros, lo que dio lugar a una muy animada conversación entre ellos. Después el viejo re dirigió un largo discurso; parece que le excitaba a quedarse con ellos; pero Jemmy comprendía muy poco su lenguaje y además parecía avergonzarse de sus compatriotas. Cuando York Minster vino a tierra también le conocieron enseguida y le dijeron que debía afeitarse, y eso que apenas tenía veinte pelos microscópicos en la cara, mientras que todos nosotros llevábamos barba corrida. ...
En la línea 2424
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... ... recía estar en muy buenas relaciones con Mister Buthby, lo que no impedía que a veces tuviesen violentos altercados. compatriota me dijo que el mejor medio de entenderse con esta gente, aun en los momentos en que más encolerizados se hallan, es reírse tranquilamente de ellos. Un día vino este jefe a decirle a Mister Buthby amenazándole: Un gran jefe, un gran hombre, uno de mis amigos ha venido a visitarme; es menester que usted le dé algo muy bueno que comer, que le haga usted buenos regalos, etc.». ...
En la línea 765
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Cayetano contuvo su verbosidad, comprendió que algo deseaba decirle el Magistral, que estorbaba Glocester; recordó de repente que él también quería hablar al Provisor, y como en casos tales no se mordía la lengua, cortó la conversación diciendo: —¡Ah! ¡pícara memoria! don Fermín, una palabra, con permiso del señor Arcediano. ...
En la línea 3332
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Parecía decirle la madera de fino barniz blanco: No temas; no hablará nadie una palabra. ...
En la línea 3356
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... —¿Qué? —La madera es nueva; si fuese del tiempo que el Marqués supone, se desharía en polvo; la madera vieja siempre deja caer el polvo de los roedores: eso lo conocemos nosotros, no los aficionados, que no tienen más que dinero y credulidad; ¡esto es truquage, puro truquage! Ponía la cera en los agujeros, dejaba la silla en su sitio, y descendía triunfante diciendo por la escalera: —¡Con que ya ve usted! ¡Sólo que al pobre Marqués, por supuesto, no hay que decirle una palabra! Mucho sintió Paco Vegallana en el primer momento, encontrar en su casa a Obdulia aquella tarde. ...
En la línea 4795
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A más de un liberal de los que renegaban de la confesión auricular, hubiera podido decirle las veces que se había embriagado, el dinero que había perdido al juego, o si tenía las manos sucias o si maltrataba a su mujer, con otros secretos más íntimos. ...
En la línea 54
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tal vez lo creía un compañero futuro de infortunio. Con mujeres como Rosaura, enamoradas de la vida y poseedoras de un alma pagana, ¿quién puede estar verdaderamente tranquilo?… «Teme, compañero, a la juventud—parecía decirle Urdaneta—. Algún día vendrá otro con menos años que te sucederá; como tú a mí.» ...
En la línea 886
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Siento decirle, querido Borja, que su remota parienta nunca fue rubia. Era una valenciana de tez morena, clara y mate, semejante al color pálido del arroz. César Borgia también debió de ser algo moreno, y, sin embargo, le llamaban las damas de entonces il biondo Cesar … Tal vez tuvo Lucrecia los cabellos castaños; pero esto no le impidió ser rubia oro ardiente, rubia veneciana, ensalzando su cabellera color de antorcha pintores y poetas. Algo semejante ocurre en la actualidad. Las damas teñidas conocen mejor que nadie el secreto de su falsificación, y, no obstante aceptan de buena fe los elogios de personas Igualmente enteradas de que no son rubias. Ya sabe que vivimos de convencionalismos e ilusiones. ¡Qué haríamos sin la mentira!… ...
En la línea 1569
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —¿Qué puedo decirle, Borja? Usted se fue… , usted lo quiso. No iba yo a esperar toda mi vida la hora en que se le ocurriese volver. Creí que me había olvidado para siempre. Los hombres corno usted se aburren de todo… , ¡hasta de la felicidad! ...
En la línea 1847
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Los médicos dijeron que la herida no era grave; pero yo juzgué oportuno cumplir mis deberes de amigo avisando al único de sus parientes que conozco. En resumen: necesito decirle que remití un largo telegrama a Valencia anunciando a su tío don Baltasar todo lo ocurrido. ...
En la línea 1017
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Creo llegado el momento -dijo con voz insinuante- de mostrarle mi alma. Mientras usted vivía a cubierto de peligros, yo no me atreví a decirle lo que siento. Me dominaba la timidez de todo el que ha pasado su existencia entre libros, viendo de lejos a las personas. Pero después de la locura de usted, la situación es otra. Tal vez el conflicto con nuestro Padre de los Maestros acabe por arreglarse, pero en este momento la situación es mala. Corre usted grandes riesgos, y por lo mismo considero oportuno manifestarle lo que no me hubiera atrevido a decir en una ocasión mejor. Oigame bien, gentleman, y no se ría de mi… . Yo le quiero un poco y me intereso por su felicidad… . ¿Por qué no hablar más claramente?… Yo le amo, gentleman, y deseo pasar el resto de mi vida junto a usted, dedicándome en absoluto a su servicio. ...
En la línea 1027
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Antes de desaparecer por uno de los escotillones, todavía retrocedió Flimnap hacia el gigante para decirle en voz baja: ...
En la línea 175
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Al día siguiente, cuando fueron a la catedral, ya bastante tarde, sabía Jacinta una porción de expresiones cariñosas y de íntima confianza de amor que hasta entonces no había pronunciado nunca, como no fuera en la vaguedad discreta del pensamiento que recela descubrirse a sí mismo. No le causaba vergüenza el decirle al otro que le idolatraba, así, así, clarito… al pan pan y al vino vino… ni preguntarle a cada momento si era verdad que él también estaba hecho un idólatra y que lo estaría hasta el día del Juicio final. Y a la tal preguntita, que había venido a ser tan frecuente como el pestañear, el que estaba de turno contestaba Chí, dando a esta sílaba un tonillo de pronunciación infantil. El Chí se lo había enseñado Juanito aquella noche, lo mismo que el decir, también en estilo mimoso, ¿me quieles?, y otras tonterías y chiquilladas empalagosas, dichas de la manera más grave del mundo. En la misma catedral, cuando les quitaba la vista de encima el sacristán que les enseñaba alguna capilla o preciosidad reservada, los esposos aprovechaban aquel momento para darse besos a escape y a hurtadillas, frente a la santidad de los altares consagrados o detrás de la estatua yacente de un sepulcro. Es que Juanito era un pillín, y un goloso y un atrevido. A Jacinta le causaban miedo aquellas profanaciones; pero las consentía y toleraba, poniendo su pensamiento en Dios y confiando en que Este, al verlas, volvería la cabeza con aquella indulgencia propia del que es fuente de todo amor. ...
En la línea 276
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —No hay nada que más me cargue que esto… decirle a uno que le van a preguntar una cosa y después no preguntársela. Se queda uno confuso y haciendo mil cálculos. Eso, eso, guárdalo bien… No le caerán moscas. Mira, hija de mi alma, cuando no se ha de tirar no se apunta. ...
En la línea 348
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Hincósele delante y le besó las manos. Jacinta le observaba con atención recelosa, sin pestañear, queriendo reírse y sin poderlo conseguir. Santa Cruz tomó un tono muy plañidero para decirle: ...
En la línea 452
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Lo mismo en los mercados que en las tiendas tenía un auxiliar inestimable, un ojeador que tomaba aquellas cosas cual si en ello le fuera la salvación del alma. Este era Plácido Estupiñá. Como vivía en la Cava de San Miguel, desde que se levantaba, a la primera luz del día, echaba una mirada de águila sobre los cajones de la plaza. Bajaba cuando todavía estaba la gente tomando la mañana en las tabernas y en los cafés ambulantes, y daba un vistazo a los puestos, enterándose del cariz del mercado y de las cotizaciones. Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia. Abierta esta, se metían todos dentro con tanta prisa como si fueran a coger puesto en una función de gran lleno, y empezaban las misas. Hasta la tercera o la cuarta no llegaba Barbarita, y en cuanto la veía entrar, Estupiñá se corría despacito hasta ella, deslizándose de banco en banco como una sombra, y se le ponía al lado. La señora rezaba en voz baja moviendo los labios. Plácido tenía que decirle muchas cosas, y entrecortaba su rezo para irlas desembuchando. ...
En la línea 65
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... »No sé qué más decirle. Sí, sí sé. Pero es tanto, tanto lo que tengo que decirle, que estimo mejor aplazarlo para cuando nos veamos y nos hablemos pues es lo que ahora deseo, que nos veamos, que nos hablemos, que nos escribamos, que nos conozcamos. Después… Después, ¡Dios y nuestros corazones dirán! ...
En la línea 264
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Luego entró al Instituto y por las noches era su madre quien le tomaba las lecciones. Y estudió para tomárselas. Estudió todos aquellos nombres raros de la historia universal, y solía decirle sonriendo: « Pero ¡cuántas barbaridades han podido hacer los hombres, Dios mío!» Estudió matemáticas, y en esto fue en lo que más sobresalió aqueIla dulce madre. «Si mi madre llega a dedicarse a las matemáticas… » , se decía Augusto. Y recordaba el interés con que seguía el desarrollo de una ecuación de segundo grado. Estudió psicología, y esto era lo que más se le resistía. «Pero ¡qué ganas de complicar las cosas!», solía decir a esto. Estudió física y química a historia natural. De la historia natural lo que no le gustaba era aquellos motajos raros que se les da en ella a los animales y las plantas. La fisiología le causaba horror, y renunció a tomar sus lecciones a su hijo. Sólo con ver aquellas láminas que representaban el corazón o los pulmones al desnudo presentábasele la sanguinosa muerte de su marido. «Todo esto es muy feo, hijo mío –le decía–; no estudies médico. Lo mejor es no saber cómo se tienen las cosas de dentro.» ...
En la línea 272
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Y ahora estaba aquí, en la Alameda, bajo el gorjear de los pájaros, pensando en Eugenia. Y Eugenia tenía novio. «Lo que temo, hijo mío –solía decirle su madre–, es cuando te encuentres con la primera espina en el camino de tu vida.» ...
En la línea 464
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Don Fermín llamó luego aparte a Augusto, para decirle: ...
En la línea 1810
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Milord —dijo—, ¿me permite hablar con mi futura pariente? Tengo algo que decirle de parte de William. -Por supuesto, aunque desde ya le digo que lo recibirá muy mal. ...
En la línea 2268
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —No le diré una palabra. Sólo quiero decirle dónde oculto inmensos tesoros para que disponga de ellos como quiera. ¿Cuándo la veré? ...
En la línea 579
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Ahora, permítame acabar lo que quiero decirle. Yo le conozco, señor Aronnax. Si no sus compañeros, usted, al menos, no tendrá tantos motivos de lamentarse del azar que le ha ligado a mi suerte. Entre los libros que sirven a mis estudios favoritos hallará usted el que ha publicado sobre los grandes fondos marinos. Lo he leído a menudo. Ha llevado usted su obra tan lejos como le permitía la ciencia terrestre. Pero no sabe usted todo, no lo ha visto usted todo. Déjeme decirle, señor profesor, que no lamentará usted el tiempo que pase aquí a bordo. Va a viajar usted por el país de las maravillas. El asombro y la estupefacción serán su estado de ánimo habitual de aquí en adelante. No se cansará fácilmente del espectáculo incesantemente ofrecido a sus ojos. Voy a volver a ver, en una nueva vuelta al mundo submarino (que, ¿quién sabe?, quizá sea la última), todo lo que he podido estudiar en los fondos marinos tantas veces recorridos, y usted será mi compañero de estudios. A partir de hoy entra usted en un nuevo elemento, verá usted lo que no ha visto aún hombre alguno (pues yo y los míos ya no contamos), y nuestro planeta, gracias a mí, va a entregarle sus últimos secretos. ...
En la línea 579
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Ahora, permítame acabar lo que quiero decirle. Yo le conozco, señor Aronnax. Si no sus compañeros, usted, al menos, no tendrá tantos motivos de lamentarse del azar que le ha ligado a mi suerte. Entre los libros que sirven a mis estudios favoritos hallará usted el que ha publicado sobre los grandes fondos marinos. Lo he leído a menudo. Ha llevado usted su obra tan lejos como le permitía la ciencia terrestre. Pero no sabe usted todo, no lo ha visto usted todo. Déjeme decirle, señor profesor, que no lamentará usted el tiempo que pase aquí a bordo. Va a viajar usted por el país de las maravillas. El asombro y la estupefacción serán su estado de ánimo habitual de aquí en adelante. No se cansará fácilmente del espectáculo incesantemente ofrecido a sus ojos. Voy a volver a ver, en una nueva vuelta al mundo submarino (que, ¿quién sabe?, quizá sea la última), todo lo que he podido estudiar en los fondos marinos tantas veces recorridos, y usted será mi compañero de estudios. A partir de hoy entra usted en un nuevo elemento, verá usted lo que no ha visto aún hombre alguno (pues yo y los míos ya no contamos), y nuestro planeta, gracias a mí, va a entregarle sus últimos secretos. ...
En la línea 677
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Señor profesor, mi electricidad no es la de todo el mundo, y eso es todo cuanto puedo decirle. ...
En la línea 685
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -En efecto. Mezclado con el mercurio forma una amalgama que sustituye al cinc en los elementos Bunsen. El mercurio no se gasta nunca. Sólo se consume el sodio, y el mar me lo suministra abundantemente. Debo decirle, además, que las pilas de sodio deben ser consideradas como las más enérgicas y que su fuerza electromotriz es doble que la de las pilas de cinc. ...
En la línea 269
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Voy a decirle una cosa - replicó el sargento -, y es que estoy persuadido de que este vino es de usted. ...
En la línea 565
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Se echó a reír con burla, me dio un empujón para hacerme salir y cerró la puerta a mi espalda. Yo me marché directamente a casa del señor Pumblechook, y me satisfizo mucho no encontrarle en casa. Por consiguiente, después de decirle al empleado el día en que tenía que volver a casa de la señorita Havisham, emprendí el camino para recorrer las cuatro millas que me separaban de nuestra fragua. Mientras andaba iba reflexionando en todo lo que había visto, rebelándome con toda mi alma por el hecho de ser un aldeano ordinariote, lamentando que mis manos fuesen tan bastas y mis zapatos tan groseros. También me censuraba por la vergonzosa costumbre de llamar «mozos» a las sotas y por ser mucho más ignorante de lo que me figuraba la noche anterior, así como porque mi vida era peor y más baja de lo que había supuesto. ...
En la línea 625
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Cuando el señor Pumblechook se hubo marchado y cuando mi hermana se entregaba a la limpieza de la casa, yo me dirigí a la fragua de Joe y me quedé con él hasta que terminó el trabajo del día. Entonces me decidí a decirle: ...
En la línea 675
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — Pues mire usted - contestó Joe -. Si he de decirle la verdad, no tengo costumbre de beber a costa de nadie. ...
En la línea 2012
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¡Dios mío! ‑exclamó la madre. ¡Cualquiera sabe lo que ella opina! Dice lo que hay que hacer, pero sin explicar el motivo. Su parecer es que conviene… , no que conviene, sino que es indispensable… que Rodia venga a las ocho y se encuentre con Piotr Petrovitch… Mi intención era no decirle nada de esta carta y procurar, con la ayuda de usted, evitar que viniese… ¡Se irrita tan fácilmente… ! En lo referente a ese alcohólico que ha muerto, no sé de quién se trata, y tampoco quién es esa hija a la que Rodia ha entregado un dinero que… ...
En la línea 2258
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Un momento, Sonia Simonovna. No se trata de ningún secreto; de modo que usted no nos molesta lo más mínimo… Todavía tengo algo que decirle. ...
En la línea 2321
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Los dos enmudecieron. Rasumikhine estaba encantado, y Raskolnikof se dio cuenta de ello con una especie de horror. Lo que su amigo acababa de decirle acerca de Porfirio Petrovitch no dejaba de inquietarle. ...
En la línea 2510
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Permítame aclararle ‑dijo secamente‑ que yo no me he creído jamás un Mahoma ni un Napoleón, ni ningún otro personaje de este género, y que, en consecuencia, no puedo decirle lo que haría en el caso contrario. ...
En la línea 786
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Y entonces —intervino el general—, entonces usted habrá ocasionado la ruina de toda la familia. Yo y mi familia, nosotros… somos los herederos más próximos. Debo decirle claramente, con franqueza absoluta: mis asuntos van mal, muy mal. Usted sabe algo de ello… Si pierde una suma importante o desgraciadamente toda su fortuna, ¿qué será de mis hijos? —el general miró a Des Grieux—, ¡y de mí! —repitió mirando a la señorita Blanche, que se encogió de hombros desdeñosamente—. ¡Alexei Ivanovitch, sálvenos, sálvenos … ! ...
En la línea 928
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Lucía pidió casi de rodillas a Pilar que renunciase al peligroso goce que anhelaba. Era precisamente la ocasión más crítica; Duhamel esperaba que la Naturaleza, ayudada por el método, venciese en la lucha, y acaso quince días de voluntad y tesón decidiesen el triunfo. Pero no hubo medio de persuadir a la anémica. Pasó el día en un acceso de fiebre registrando su guardarropa; al anochecer, salió del brazo de Miranda; llevaba un traje que hasta entonces no había usado por ligero y veraniego en demasía, una túnica de gasa blanca sembrada de claveles de todos colores; pendía de su cintura el espejillo; en sus orejas brillaban los solitarios, y detrás del rodete, con española gracia, ostentaba un haz de claveles. Así compuesta y encendida de calentura y vanidoso placer, parecía hasta hermosa, a despecho de sus pecas y de la pobreza de sus tejidos devastados por la anemia. Tuvo, pues, gran éxito en el Casino; puede decirse que compartió el cetro de la noche con la sueca y con el lord inglés estrafalario, del cual se contaba que tenía alfombrada con tapiz turco la cuadra de sus caballos y baldosado de piedra el salón de recibir. Gozosa y atendida, veía Pilar una fiesta de las Mil y una noches en el Casino constelado de innumerables mecheros de gas, en el aire tibio poblado con las armonías de la magnifica orquesta, en el salón de baile donde los amorcillos juguetones del techo se bañaban en el vaho dorado de las luces. Jiménez, el marquesito de Cañahejas y Monsieur Anatole, se disputaron el placer de bailar con ella. Miranda reclamó un rigodón, y para colmo de dicha y victoria, las Amézagas se reconcomían mirando de reojo el espejillo, dije que sólo brillaba sobre dos faldas: la de Pilar y la de la sueca. Fue, en suma, uno de esos momentos únicos en la vida de una niña vanidosa, en que el orgullo halagado origina tan dulces impresiones, que casi emula otros goces más íntimos y profundos, eternamente ignotos para semejantes criaturas. Pilar bailó con todas sus parejas como si de cada una de ellas estuviese muy prendada; tanto brillaban sus ojos y tal expansión revelaba su actitud. Perico no pudo menos de decirle sotto voce: ...
En la línea 1018
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... «Querido Padre Urtazu: Las rabietillas que usted me anunció van empezando a venir, y más pronto y más a montones de lo que yo creía. Lo peor del caso es que, ahora que lo reflexiono bien, me parece que alguna culpa tengo. No se ría usted de mí, por Dios, porque yo me estoy sorbiendo las lágrimas al mojar la pluma, y hasta ese borrón, que usted dispensará, es porque se me cayó una sobre el papel. Voy a contárselo a usted todo, como si estuviera en esa a sus pies en el confesonario. Se ha muerto la madre del Sr. de Artegui. Ya sabe usted por mis cartas anteriores que esto es una desgracia terrible, porque tal vez traiga consigo otras… ni imaginarlas quiero, padre. En fin, yo pensé que el Sr. de Artegui estaría muy triste, muy triste, y que acaso nadie se acordase de decirle cosas cariñosas, y, sobre todo, de hablarle de Dios nuestro Señor, en quien él no puede menos de creer, ¿verdad, padre? pero de quien se olvidará quizás en estos momentos tan crueles… Llevada de estas consideraciones le escribí una carta, consolándole allá a mi modo… ¡si viera usted! me parece que se me ocurrieron cosas muy buenas y eficaces… le hablé de que Dios nos manda las penas para convertirnos a él; de que son visitas que nos hace; en resumen, todo lo que usted me ha enseñado… además le decía que bien podía creer que no era el único en sentir a aquella pobre señora, aquella santa; que yo la lloraba con él, aunque sabía que estaba gozando ahora de la gloria… y que la envidiaba… ¡ay, eso si que es verdad, Padre! ¡quién como ella! morirse, ir al cielo… ¡Cuándo lograré yo tal ventura! ...
En la línea 1145
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Pero… -exclamó con tono diferente- yo aquí… sí, ya sé por qué vine, y a qué vine, y cuándo… y ya recuerdo también… ¡Ah, Don Ignacio, Don Ignacio! se asombrará usted y con razón de haberme hallado cuando menos lo pensaba… ¡En qué instante entré! Gracias, Virgen y madre mía; ya tengo mis cinco sentidos y mi juicio cabal, y puedo echarme a los pies de usted, Don Ignacio, y decirle: por Dios señor, por la memoria de su señora madre, que está en el cielo, por… ¡no sé por qué! Por todo, no vuelva usted… ¡Prométame que no volverá a idear quitarse la vida, que puede emplearla tan bien!… Si yo supiese de discursos, y fuese sabia como el Padre Urtazu, lo diría mejor, pero usted me entiende… ¿verdad que sí? Prométame usted… no volver… no volver… ...
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Reglas relacionadas con los errores de c;z
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Se escribe z y no c delante de a, o y u.
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Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
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