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La palabra contarr
Cómo se escribe

Comó se escribe contarr o contar?

Cual es errónea Contar o Contarr?

La palabra correcta es Contar. Sin Embargo Contarr se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra contarr es que se ha eliminado o se ha añadido la letra r a la palabra contar

Errores Ortográficos típicos con la palabra Contar

Cómo se escribe contar o contarr?
Cómo se escribe contar o sontar?


El Español es una gran familia

Reglas relacionadas con los errores de r

Las Reglas Ortográficas de la R y la RR

Entre vocales, se escribe r cuando su sonido es suave, y rr, cuando es fuerte aunque sea una palabra derivada o compuesta que en su forma simple lleve r inicial. Por ejemplo: ligeras, horrores, antirreglamentario.

En castellano no es posible usar más de dos r


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra r

Algunas Frases de libros en las que aparece contar

La palabra contar puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1979
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... ¡A matarse, al camino! Y cuando se abrían las navajas y se enarbolaban taburetes en noche de domingo, Copa, sin hablar palabra ni perder la calma, surgía entre los combatientes, agarraba del brazo a los más bravos, los llevaba en vilo hasta la carretera, y, atrancando la puerta por dentro, empezaba a contar tranquilamente el dinero del cajón antes de acostarse, mientras afuera sonaban los golpes y los lamentos de la riña reanudada. ...

En la línea 677
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Se prometía meter miedo a Porthos con la aventura del tahalí, que, si no quedaba muerto en el acto, podía contar a todo el mundo, relato que, hábilmente manejado para ese efecto, debía cubrir a Porthos de ridículo; por último, en cuanto al s ocarrón de Aramis, no le tenía demasiado miedo, y suponiendo que llegase hasta él, se encargaba de despacharlo aunque parezca imposible, o al menos se ñalarle el rostro, como César había recomendado hacer a los soldados de Pompeyo, dañar para siempre aquella belleza de la que estaba tan orgulloso. ...

En la línea 942
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan se quedó, pues, solo, y como declaró que era demasiado torpe para sostener un partido en regla, continuaron enviando solamente pelotas sin contar los tantos. ...

En la línea 1123
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿De verdad?-Sin contar -dijo Athos-, que si no me hubiera sacado de las manos de Biscarat, a buen seguro no habría tenido yo el honor de ha cer en este momento mi más humilde reverencia a VuestraMajestad. ...

En la línea 1141
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Puedo contar con ella, ¿no es cierto?-¡Oh, Sire! -exclamaron a una los cuatro compañeros-. ...

En la línea 1694
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Especialmente, mi abuelo era un varón justo; y oí contar a mi padre que una noche un arzobispo fué secretamente a nuestra casa, sólo para tener el gusto de besar la mano a mi abuelo. ...

En la línea 1753
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Mendizábal, como ya me habían advertido, era, en efecto, ardiente enemigo de la Sociedad Bíblica, de la que hablaba con odio y desprecio; estaba también muy lejos de ser un amigo de la religión cristiana, con quien me fuese fácil contar. ...

En la línea 2480
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Podía contar esta mujer hasta treinta y cinco años; era más bien agraciada, y todos los rasgos de su fisonomía denotaban una inteligencia poco común. ...

En la línea 2595
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... El deseo que tengo de comenzar la narración de mi viaje me induce a abstenerme de contar a los lectores buen número de cosas que me sucedieron antes de salir de Madrid para esta expedición. ...

En la línea 139
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. ...

En la línea 257
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando qué contar en todo él del pobre apaleado. ...

En la línea 513
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... ¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro manchego, viéndose parar de aquella manera! No se diga más, sino que fue de manera que se alzó de nuevo en los estribos, y, apretando más la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por las narices, y por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de los estribos y luego soltó los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueño en tierra. ...

En la línea 851
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y pudiérate contar agora, si el dolor me diera lugar, de algunos que, sólo por el valor de su brazo, han subido a los altos grados que he contado; y estos mesmos se vieron antes y después en diversas calamidades y miserias. ...

En la línea 313
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Entre los batracios, me chocó mucho un sapito (Phrynircus nigricans) muy extraño por su color. Puede formarse cabal idea de su aspecto imaginando que primero se le metiese en tinta de la más negra y luego se le permitiese arrastrarse por una tabla recién pintada con bermellón brillante, de modo que este color se le pegara a las plantas de los pies y a algunas partes del vientre. Si esta especie no hubiera recibido nombre aún, merecería ciertamente el de diabolicus, pues es un sapo digno de hablar con Eva. En vez de tener costumbres nocturnas y de vivir en agujeros oscuros y húmedos, como casi todos los demás sapos, se arrastra durante los calores más intensos del día sobre los montoncillos de arena y los llanos áridos, donde no hay ni una gota de agua. Necesariamente debe de contar con el rocío para proveerse de la humedad que le hace falta y que probablemente absorbe por la piel, pues ya se sabe que estos reptiles tienen una gran facultad de absorción cutánea. Uno encontré en Maldonado, en un sitio casi tan seco como los alrededores de Bahía Blanca, creyendo hacerle un gran favor, le cogí y le arrojé en un charco; pero el animalejo no sólo no sabe nadar, sino que de no darle yo auxilio creo que se hubiera ahogado muy pronto. ...

En la línea 522
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante los seis meses últimos he tenido ocasión de estudiar el carácter de los habitantes de estas provincias. Los gauchos o campesinos son muy superiores a los habitantes de la ciudad. Invariablemente, el gaucho es muy servicial, muy cortés, muy hospitalario; nunca he visto un ejemplo de grosería o de inhospitalidad Lleno de modestia cuando habla de sí mismo o de su país, al mismo tiempo es atrevido y valiente. Por otra parte, siempre se oye hablar de robos y homicidios; la costumbre de llevar cuchillo es la principal causa de estos últimos. Es deplorable pensar en el número de muertes causadas por insignificantes disputas. Cada uno de los combatientes trata de tocar a su adversario en la cara, de cortarle la nariz o de arrancarle los ojos; prueba de ello, las horribles cicatrices que casi todos llevan. Los robos provienen naturalmente de las arraigadas costumbres de jugar y beber de los gauchos y de su indolencia suma. Una vez pregunté en Mercedes a dos hombres, con quienes me encontré, por qué no trabajaban. «Los días son demasiado largos», me respondió el uno; «soy demasiado pobre», me contestó el otro. Hay siempre un número de caballos tan grande y tal profusión de alimentos, que no se siente la necesidad de industria. Además, es incalculable el número de los días feriados; por último, una empresa no tiene algunas probabilidades de buen éxito sino comenzándola en luna creciente; de suerte que estas dos causas hacen perder la mitad del mes. Nada hay menos eficaz que la policía y la justicia. Si un hombre pobre comete un homicidio, se le encarcela y hasta quizá se le fusila; pero si es rico y tiene amigos, puede contar con que el asunto no tendrá ninguna mala consecuencia para él. Es de advertir que la mayoría de los habitantes respetables del país ayudan invariablemente a los homicidas a escaparse; parecen pensar que el asesino ha cometido un delito contra el gobierno y no un crimen contra la sociedad. Un viajero no tiene otra protección sino sus armas de fuego, y el hábito constante de llevarlas es lo único que impide mayor frecuencia en los robos. ...

En la línea 548
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... No se necesita mucho tiempo para decidir el destino del establecimiento español en un país como este. La sequedad del clima durante la mayor parte del año, los frecuentes ataques de los indios nómadas, obligaron pronto a los colonos a abandonar los edificios que habían comenzado a construir. Sin embargo, lo que todavía queda muestra cuán espléndida y fuerte era en lo antiguo la mano de España. Todas las tentativas hechas para colonizar esta costa de América al sur del 410 de latitud, han sido estériles. El solo nombre de Puerto del Hambre basta para indicar cuáles debieron ser los sufrimientos de unos cuantos centenares de desgraciados, de los cuales no quedó más que un solo individuo para contar sus infortunios. En otro lugar de las costas de Patagonia, la bahía de San José, se empezó otro establecimiento. Un domingo atacaron los indios a los colonos, asesinándolos a todos excepto dos que conservaron en cautiverio durante muchos años. Yo tuve ocasión de hablar con uno de estos dos hombres, ya entonces muy viejo, durante mi estancia en río Negro. ...

En la línea 618
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 16 de marzo.- He aquí en pocas palabras el relato de una corta excursión que ha hecho alrededor de una parte de esta isla. Salgo el 16 por la mañana con seis caballos y dos gauchos; eran estos hombres admirables para el objeto que me proponía, acostumbrados como estaban a no contar sino consigo mismos para, encontrar aquello de que podían necesitar. El tiempo está muy frío; hace mucho viento y de vez en cuando caen fuertes nevadas. Avanzamos, no obstante, muy deprisa; pero aparte el punto de vista geológico, nada menos interesante que este viaje: siempre la misma llanura ondulada; siempre el suelo cubierto de hierbas pardas agostadas y de arbustillos insignificantes; todo saliendo de un suelo turboso elástico. En algunos puntos se ven, en los valles, pequeñas bandadas de pájaros salvajes, y es tan blando el suelo, que la gallineta ciega encuentra con facilidad allí el alimento. Fuera de éstos hay muy pocos pájaros. Atraviesa la isla una cadena principal de colinas, en su mayoría formadas de cuarzo y de cerca de 2.000 pies de elevación: pasamos grandes trabajos para salvar estas colinas rugosas y estériles. Al sur de ellas hallamos la parte del país más a propósito para alimentar los animales silvestres; sin embargo, no encontramos muchos, porque en estos últimos tiempos se han hecho frecuentes cacerías. ...

En la línea 730
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Con el Obispo no había que contar; el Deán era un viejo que no hacía más que comer y temblar; en una procesión de desagravios cuatro borrachos le habían dado un susto, del que sólo se repuso su estómago; digería muy bien, pero no discurría; no pensaba más que lo suficiente para seguir vegetando y asistiendo al coro; tampoco había que contar con él. ...

En la línea 730
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Con el Obispo no había que contar; el Deán era un viejo que no hacía más que comer y temblar; en una procesión de desagravios cuatro borrachos le habían dado un susto, del que sólo se repuso su estómago; digería muy bien, pero no discurría; no pensaba más que lo suficiente para seguir vegetando y asistiendo al coro; tampoco había que contar con él. ...

En la línea 974
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña. ...

En la línea 1390
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... A los veintisiete años Ana Ozores hubiera podido contar aquel poema desde el principio al fin, y eso que en cada nueva edad le había añadido una parte. ...

En la línea 515
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... las voluptuosidades y las inquietudes de un Tannhauser moderno adormecido a los pies de Venus. Inmediatamente desistió de tal proyecto. Era destapar una herida propia, hundiendo en ella sus dedos, irritándola. Un poeta puede cantar sus dolores. La obra es rápida, un trabajo de horas, que no se prolonga más allá de la impresión momentánea. Al novelista sólo le es dado contar historias ajenas. Su trabajo exige muchos meses. ¡Imposible dedicarse día a día, en un plazo tan largo, a la evocación de penas propias ya casi olvidadas!… Es un suplicio superior a las fuerzas del hombre. Nada de su historia. Contaría las de los otros. ...

En la línea 820
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Tal vez, aparte de esto, la odiaban por el papel que desempeñó cerca del padre. En los años anteriores a su Papado, allá por el mil cuatrocientos ochenta y nueve, Rodrigo de Borja experimentó una emoción muy profunda al visitar a su sobrina Adriana. Sus hijos Juan y César ya no estaban al lado de ella. Seguían sus estudios lejos: César, en la Universidad de Perusa, aprendiendo las bellas letras y ejercitándose en todos los deportes de entonces. Lucrecia, destinada a un precoz casamiento de conveniencia política, también se había alejado de su aristocrática prima, así como Jofre. En cambio, encontró en el palacio de Orsini a una jovencita rubia, de una belleza que empezaba a ser célebre en Roma, la cual, según costumbre de aquel tiempo, estaba prometida en matrimonio, desde su niñez, al hijo de Adriana, llamado Ursino Orsini. Dicha adolescente, Julia Farnesio, era de tal hermosura, que todos la designaban con el simple nombre de la bella Julia. La alegría y malicia de su carácter resultaban tan extraordinarias como su belleza. Tenía dieciocho años, y el cardenal podía ser dos veces su padre, por contar cuarenta más que ella. La viuda de Orsini se percató inmediatamente de la profunda impresión que la bella Julia había causado en su tío. Este acababa de cumplir cincuenta y ocho años, la edad de las grandes pasiones para los libertinos viejos que se sienten tentados por una extremada juventud. ...

En la línea 907
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Los tres matrimonios efectuados en un solo año: el de Lucrecia, el de Jofre y el del duque de Gandía, habían ocasionado gastos enormes al Papa, empobreciéndolo. Únicamente podía contar con los treinta y cinco mil ducados de Virginio Orsini, que en realidad eran de Nápoles, y para reunir más dinero acudió a uno de los expedientes empleados por otros pontífices: hacer una promoción de nuevos cardenales, once príncipes de la Iglesia nombró en un consistorio celebrado en septiembre de 1493. Dos de ellos era indudable que no habían dado nada a cambio de su nueva dignidad, por pertenecer a la familia del Pontífice: Alejandro Farnesio, más tarde Paulo III, y César Borgia, que sólo contaba dieciocho años al recibir la púrpura. El público apenas habló de la elevación de César. Encontraba natural esta generosidad de padre, que ya habían mostrado otros papas. Las ironías y los comentarios escandalosamente se concentraron sobre el hermano de la bella Julia, que entraba de un modo tan retorcido en el Sacro Colegio. Y entonces fue cuando le infligieron el epíteto de cardenal faldero. ...

En la línea 1165
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Claudio las veía imaginativamente cubiertas de joyas, vestidas con un lujo asombroso, seguras de su influencia sobre los hombres, atrevidas al poder contar con la más alta de las protecciones, tomándolo todo a risa, con la ligereza e inconstancia propias de su edad, y las llamaba en su interior las niñas del Vaticano. ...

En la línea 1095
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Flimnap se abstuvo de recriminaciones. Lo urgente era evitar un combate entre el ejército asaltante y el coloso, todavía irritado. Y empezó a contar a este lo que había visto. ...

En la línea 1268
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Ella bajo la voz para contar su vida de aventuras desde que se fugó de la Universidad. Como el gobierno, influenciado por el Padre de los Maestros, los hacía buscar en todas las ciudades de la República, habían creído preferible no moverse de la capital. ...

En la línea 1282
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Popito siguió hablando para contar lo que sabía de estas gentes: fugitivos de todos los países; hombres con los que no querían contar los otros hombres, deseosos de emancipación. Entre ellos eran tenidos como peores los de un grupo procedente de Blefuscu, fácilmente reconocibles por sus luengas cabelleras y sus bigotes, que pendían con no menos abundancia por ambos lados de sus bocas. ...

En la línea 1282
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Popito siguió hablando para contar lo que sabía de estas gentes: fugitivos de todos los países; hombres con los que no querían contar los otros hombres, deseosos de emancipación. Entre ellos eran tenidos como peores los de un grupo procedente de Blefuscu, fácilmente reconocibles por sus luengas cabelleras y sus bigotes, que pendían con no menos abundancia por ambos lados de sus bocas. ...

En la línea 19
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Estas razones no convencían a Barbarita, que seguía con toda el alma fija en los peligros y escollos de la Babilonia parisiense, porque había oído contar horrores de lo que allí pasaba. Como que estaba infestada la gran ciudad de unas mujeronas muy guapas y elegantes que al pronto parecían duquesas, vestidas con los más bonitos y los más nuevos arreos de la moda. Mas cuando se las veía y oía de cerca, resultaban ser unas tiotas relajadas, comilonas, borrachas y ávidas de dinero, que desplumaban y resecaban al pobrecito que en sus garras caía. Contábale estas cosas el marqués de Casa-Muñoz que casi todos los veranos iba al extranjero. ...

En la línea 39
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Barbarita y su hermano Gumersindo, mayor que ella, eran los únicos hijos de D. Bonifacio Arnaiz y de doña Asunción Trujillo. Cuando tuvo edad para ello, fue a la escuela de una tal doña Calixta, sita en la calle Imperial, en la misma casa donde estaba el Fiel Contraste. Las niñas con quienes la de Arnaiz hacía mejores migas, eran dos de su misma edad y vecinas de aquellos barrios, la una de la familia de Moreno, del dueño de la droguería de la calle de Carretas, la otra de Muñoz, el comerciante de hierros de la calle de Tintoreros. Eulalia Muñoz era muy vanidosa, y decía que no había casa como la suya y que daba gusto verla toda llena de unos pedazos de hierro mu grandes, del tamaño de la caña de doña Calixta, y tan pesados, tan pesados que ni cuatrocientos hombres los podían levantar. Luego había un sin fin de martillos, garfios, peroles mu grandes, mu grandes… «más anchos que este cuarto». Pues, ¿y los paquetes de clavos? ¿Qué cosa había más bonita? ¿Y las llaves que parecían de plata, y las planchas, y los anafres, y otras cosas lindísimas? Sostenía que ella no necesitaba que sus papás le comprasen muñecas, porque las hacía con un martillo, vistiéndolo con una toalla. ¿Pues y las agujas que había en su casa? No se acertaban a contar. Como que todo Madrid iba allí a comprar agujas, y su papá se carteaba con el fabricante… Su papá recibía miles de cartas al día, y las cartas olían a hierro… como que venían de Inglaterra, donde todo es de hierro, hasta los caminos… «Sí, hija, sí, mi papá me lo ha dicho. Los caminos están embaldosados de hierro, y por allí encima van los coches echando demonios». ...

En la línea 44
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Esta niña y otras del barrio, bien apañaditas por sus respectivas mamás, peinadas a estilo de maja, con peineta y flores en la cabeza, y sobre los hombros pañuelo de Manila de los que llaman de talle, se reunían en un portal de la calle de Postas para pedir el cuartito para la Cruz de Mayo, el 3 de dicho mes, repicando en una bandeja de plata, junto a una mesilla forrada de damasco rojo. Los dueños de la casa llamada del portal de la Virgen, celebraban aquel día una simpática fiesta y ponían allí, junto al mismo taller de cucharas y molinillos que todavía existe, un altar con la cruz enramada, muchas velas y algunas figuras de nacimiento. A la Virgen, que aún se venera allí, la enramaban también con yerbas olorosas, y el fabricante de cucharas, que era gallego, se ponía la montera y el chaleco encarnado. Las pequeñuelas, si los mayores se descuidaban, rompían la consigna y se echaban a la calle, en reñida competencia con otras chiquillas pedigüeñas, correteando de una acera a otra, deteniendo a los señores que pasaban, y acosándoles hasta obtener el ochavito. Hemos oído contar a la propia Barbarita que para ella no había dicha mayor que pedir para la Cruz de Mayo, y que los caballeros de entonces eran en esto mucho más galantes que los de ahora, pues no desairaban a ninguna niña bien vestidita que se les colgara de los faldones. ...

En la línea 45
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ya había completado la hija de Arnaiz su educación (que era harto sencilla en aquellos tiempos y consistía en leer sin acento, escribir sin ortografía, contar haciendo trompetitas con la boca, y bordar con punto de marca el dechado), cuando perdió a su padre. Ocupaciones serias vinieron entonces a robustecer su espíritu y a redondear su carácter. Su madre y hermano, ayudados del gordo Arnaiz, emprendieron el inventario de la casa, en la cual había algún desorden. Sobre las existencias de pañolería no se hallaron datos ciertos en los libros de la tienda, y al contarlas apareció más de lo que se creía. En el sótano estaban, muertos de risa, varios fardos de cajas que aún no habían sido abiertos. Además de esto, las casas importadoras de Cádiz, Cuesta y Rubio, anunciaban dos remesas considerables que estaban ya en camino. No había más remedio que cargar con todo aquel exceso de género, lo que realmente era una contrariedad comercial en tiempos en que parecía iniciarse la generalización de los abrigos confeccionados, notándose además en la clase popular tendencias a vestirse como la clase media. La decadencia del mantón de Manila empezaba a iniciarse, porque si los pañuelos llamados de talle, que eran los más baratos, se vendían bien en Madrid (mayormente el día de San Lorenzo, para la ...

En la línea 2058
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un revólver y dispuesto a quitarse la vida, salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la de otro renunció a su propósito. ...

En la línea 339
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Nuestra situación era terrible. Tal vez no se hubiera dado cuenta nadie de nuestra desaparición, y aunque no hubiera pasado inadvertida, la fragata, privada de gobierno, no podría venir en busca nuestra. únicamente podíamos contar con sus botes. ...

En la línea 1003
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Estas algas son verdaderamente un prodigio de la creación, una de las maravillas de la flora universal. Esta familia forma a la vez los vegetales más pequeños y más grandes de la naturaleza. Así, si se han podido contar en un espacio de cinco milímetros cuadrados cuarenta mil de estas plantas, se han recogido también fucos de una longitud superior a quinientos metros. Hacía ya aproximadamente hora y media que habíamos salido del Nautilus. Era ya casi mediodía, a juzgar por la perpendicularidad de los rayos solares, que ya no se refractaban. La magia de los colores fue desapareciendo poco a poco, y los matices de la esmeralda y del zafiro se borraron de nuestro firmamento. Caminábamos a un paso regular que resonaba sobre el suelo con una gran intensidad. Los menores ruidos se transmitían con una rapidez a la que no está acostumbrado el oído en tierra. En efecto, el agua es para el sonido mejor vehículo que el aire y se propaga en ella con una rapidez cuatro veces mayor. ...

En la línea 1343
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Estábamos muy satisfechos del resultado de la caza. El alegre Ned se proponía regresar al día siguiente a esta isla encantada, a la que quería despoblar de todos sus cuadrúpedos comestibles. Pero esto era no contar con lo que iba a sobrevenir. ...

En la línea 1514
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Y viva era, puesto que emanaba de una infinita aglomeración de infusorios pelágicos, de las noctilucas miliares, verdaderos glóbulos de gelatina diáfana, provistos de un flagelo filiforme, de las que se ha llegado a contar hasta veinticinco mil en treinta centímetros cúbicos de agua. Su luminosidad se reforzaba con los resplandores propios de las medusas, de las asterias, de las aurelias, de los dátiles y de otros zoófltos fosforescentes, impregnados de las materias orgánicas procedentes del desove de los peces y descompuestas por el mar, y tal vez de las mucosidades secretadas por los peces. ...

En la línea 444
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso pensé muy temprano a la mañana siguiente de mi llegada. En la noche anterior, en cuanto llegué, me mandó directamente a acostarme en una buhardilla bajo el tejado, que tenía tan poca altura en el lugar en que estaba situada la cama, que sin dificultad alguna pude contar las tejas, que se hallaban a un pie de distancia de mis ojos. Aquella misma mañana, muy temprano, descubrí una singular afinidad entre las semillas y los pantalones de pana. El señor Pumblechook los llevaba, y lo mismo le ocurría al empleado de la tienda; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuyo dueño se ganaba la vida, al parecer, con las manos metidas en los bolsillos y contemplando al panadero, quien, a su vez, se cruzaba de brazos sin dejar de mirar al abacero, el cual permanecía en la puerta y bostezaba sin apartar la mirada del farmacéutico. El relojero estaba siempre inclinado sobre su mesa, con una lupa en el ojo y sin cesar vigilado por un grupo de gente de blusa que le miraba a través del cristal de la tienda. Éste parecía ser la única persona en la calle Alta cuyo trabajo absorbiese toda su atención. ...

En la línea 920
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Tal vez habría dado cuenta a Joe del joven y pálido caballero si no me hubiese visto obligado previamente a contar las mentiras que ya conoce el lector. En las circunstancias en que me hallaba, me dije que Joe no podría considerar al joven pálido como pasajero apropiado para meterlo en el coche tapizado de terciopelo negro; por consiguiente, no dije nada de él. Además era cada día mayor la repugnancia que me inspiraba la posibilidad de que se hablase de la señorita Havisham y de Estella, sensación que ya tuve el primer día. No tenía confianza completa en nadie más que en Biddy, y por eso a ella se lo referí todo. Por qué me pareció natural obrar así y por qué Biddy sentía el mayor interés en cuanto le refería con cosas que no comprendí entonces, aunque me parece comprenderlas ahora. Mientras tanto, en la cocina de mi casa se celebraban consejos que agravaban de un modo insoportable la exaltada situación de mi ánimo. El estúpido de Pumblechook solía ir por las noches con el único objeto de discutir con mi hermana acerca de mis esperanzas, y, realmente, creo, y en la hora presente con menos contrición de la que debería sentir, que si mis manos hubieran podido quitar un tornillo de la rueda de su carruaje, lo habrían hecho sin duda alguna. Aquel hombre miserable era tan estúpido que no podía discutir mis esperanzas sin tenerme delante de él, como si fuese para operar en mi cuerpo, y solía sacarme del taburete en que estaba sentado, agarrándome casi siempre por el cuello y poniéndome delante del fuego, como si tuviera que ser asado. Entonces empezaba diciendo: ...

En la línea 1139
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... — No lloro — contestó levantando los ojos y echándose a reír —. ¿Por qué te has figurado eso? Si me lo figuré debióse a que sorprendí el brillo de una lágrima que caía sobre su labor. Permanecí silencioso, recordando la lamentable vida de aquella pobre muchacha hasta que la tía abuela del señor Wopsle venció con éxito la mala costumbre de vivir, de que tanto desean verse libres algunas personas. Recordé las circunstancias desagradabilísimas que habían rodeado a la pobre muchacha en la miserable tiendecilla y en la ruidosa y pobre escuela nocturna, sin contar con aquel montón de carne vieja y estúpida, a la que tenía que cuidar constantemente. Entonces reflexioné que, aun en aquellos tiempos desfavorables, debieron de existir latentes en Biddy todas las cualidades que ahora estaba desarrollando, porque en mis primeros apuros y en mi primer descontento me volví a ella en demanda de ayuda, como si fuese la cosa más natural. Biddy cosía tranquilamente y ya no derramaba lágrimas, y mientras yo la miraba y pensaba en ella y en sus cosas, se me ocurrió que tal vez no le habría demostrado bastante mi agradecimiento. Posiblemente fui demasiado reservado, y habría debido confiar más en ella, aunque, como es natural, en mis meditaciones no usé las palabras que quedan transcritas. ...

En la línea 1330
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Joe y Biddy se mostraron amables y cariñosos cuando les hablé de nuestra próxima separación, pero tan sólo se refirieron a ella cuando yo lo hice. Después de desayunar, Joe sacó mi contrato de aprendizaje del armario del salón y ambos lo echamos al fuego, lo cual me dío la sensación de que ya estaba libre. Con esta novedad de mi emancipación fui a la iglesia con Joe, y pensé que si el sacerdote lo hubiese sabido todo, no habría leído el pasaje referente al hombre rico y al reino de los cielos. Después de comer, temprano, salí solo a dar un paseo, proponiéndome despedirme cuanto antes de los marjales. Cuando pasaba junto a la iglesia, sentí (como me ocurrió durante el servicio religioso por la mañana) una compasión sublime hacia los pobres seres destinados a ir allí un domingo tras otro, durante toda su vida, para acabar por yacer oscuramente entre los verdes terraplenes. Me prometí hacer algo por ellos un día u otro, y formé el plan de ofrecerles una comida de carne asada, plum-pudding, un litro de cerveza y cuatro litros de condescendencia en beneficio de todos los habitantes del pueblo. Antes había pensado muchas veces y con un sentimiento parecido a la vergüenza en las relaciones que sostuve con el fugitivo a quien vi cojear por aquellas tumbas. Éstas eran mis ideas en aquel domingo, pues el lugar me recordaba a aquel pobre desgraciado vestido de harapos y tembloroso, con su grillete de presidiario y su traje de tal. Mi único consuelo era decirme que aquello había ocurrido mucho tiempo atrás, que sin duda habría sido llevado a mucha distancia y que, además, estaba muerto para mí, sin contar con la posibilidad de que realmente hubiese fallecido. ...

En la línea 217
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Y todo por culpa de Marfa Petrovna, que se había apresurado a difamar a Dunia por toda la ciudad. Venía casi a diario a esta población, en la que conoce a todo el mundo. Es una charlatana que se complace en contar historias de familia ante el primero que llega, y, sobre todo, en censurar a su marido públicamente, cosa que no me parece ni medio bien. Así, no es extraño que le faltara el tiempo para ir pregonando el caso de Dunia, no sólo por la ciudad, sino por toda la comarca. ...

En la línea 220
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »El señor Svidrigailof ha recobrado la lucidez. Torturado por el remordimiento y compadecido sin duda de la suerte de tu hermana, ha presentado a Marfa Petrovna las pruebas más convincentes de la inocencia de Dunia: una carta que Dunetchka le había escrito antes de que la esposa los sorprendiera en el jardín, para evitar las explicaciones de palabra y demostrarle que no quería tener ninguna entrevista con él. En esta carta, que quedó en poder del señor Svidrigailof al salir de la casa Dunetchka, ésta le reprochaba vivamente y con sincera indignación la vileza de su conducta para con Marfa Petrovna, le recordaba que era un hombre casado y padre de familia y le hacía ver la indignidad que cometía persiguiendo a una joven desgraciada e indefensa. En una palabra, querido Rodia, que esta carta respira tal nobleza de sentimientos y está escrita en términos tan conmovedores, que lloré cuando la leí, e incluso hoy no puedo releerla sin derramar unas lágrimas. Además, Dunia pudo contar al fin con el testimonio de los sirvientes, que sabían más de lo que el señor Svidrigailof suponía. ...

En la línea 802
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑En mi casa no hay escándalos ni pendencias, señor capitán ‑se apresuró a decir tan pronto como le fue posible (hablaba el ruso fácilmente, pero con notorio acento alemán)‑. Ni el menor escándalo ‑ella decía «echkándalo»‑. Lo que ocurrió fue que un caballero llegó embriagado a mi casa… Se lo voy a contar todo, señor capitán. La culpa no fue mía. Mi casa es una casa seria, tan seria como yo, señor capitán. Yo no quería «echkándalos»… Él vino como una cuba y pidió tres botellas ‑la alemana decía «potellas»‑. Después levantó las piernas y empezó a tocar el piano con los pies, cosa que está fuera de lugar en una casa seria como la mía. Y acabó por romper el piano, lo cual no me parece ni medio bien. Así se lo dije, y él cogió la botella y empezó a repartir botellazos a derecha e izquierda. Entonces llamé al portero, y cuando Karl llegó, él se fue hacia Karl y le dio un puñetazo en un ojo. También recibió Enriqueta. En cuanto a mí, me dio cinco bofetadas. En vista de esta forma de conducirse, tan impropia de una casa seria, señor capitán, yo empecé a protestar a gritos, y él abrió la ventana que da al canal y empezó a gruñir como un cerdo. ¿Comprende, señor capitán? ¡Se puso a hacer el cerdo en la ventana! Entonces, Karl empezó a tirarle de los faldones del frac para apartarlo de la ventana y… , se lo confieso, señor capitán… , se le quedó un faldón en las manos. Entonces empezó a gritar diciendo que man muss pagarle quince rublos de indemnización, y yo, señor capitán, le di cinco rublos por seis Rock. Como usted ve, no es un cliente deseable. Le doy mi palabra, señor capitán, de que todo el escándalo lo armó él. Y, además, me amenazó con contar en los periódicos toda la historia de mi vida. ...

En la línea 802
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑En mi casa no hay escándalos ni pendencias, señor capitán ‑se apresuró a decir tan pronto como le fue posible (hablaba el ruso fácilmente, pero con notorio acento alemán)‑. Ni el menor escándalo ‑ella decía «echkándalo»‑. Lo que ocurrió fue que un caballero llegó embriagado a mi casa… Se lo voy a contar todo, señor capitán. La culpa no fue mía. Mi casa es una casa seria, tan seria como yo, señor capitán. Yo no quería «echkándalos»… Él vino como una cuba y pidió tres botellas ‑la alemana decía «potellas»‑. Después levantó las piernas y empezó a tocar el piano con los pies, cosa que está fuera de lugar en una casa seria como la mía. Y acabó por romper el piano, lo cual no me parece ni medio bien. Así se lo dije, y él cogió la botella y empezó a repartir botellazos a derecha e izquierda. Entonces llamé al portero, y cuando Karl llegó, él se fue hacia Karl y le dio un puñetazo en un ojo. También recibió Enriqueta. En cuanto a mí, me dio cinco bofetadas. En vista de esta forma de conducirse, tan impropia de una casa seria, señor capitán, yo empecé a protestar a gritos, y él abrió la ventana que da al canal y empezó a gruñir como un cerdo. ¿Comprende, señor capitán? ¡Se puso a hacer el cerdo en la ventana! Entonces, Karl empezó a tirarle de los faldones del frac para apartarlo de la ventana y… , se lo confieso, señor capitán… , se le quedó un faldón en las manos. Entonces empezó a gritar diciendo que man muss pagarle quince rublos de indemnización, y yo, señor capitán, le di cinco rublos por seis Rock. Como usted ve, no es un cliente deseable. Le doy mi palabra, señor capitán, de que todo el escándalo lo armó él. Y, además, me amenazó con contar en los periódicos toda la historia de mi vida. ...

En la línea 442
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Sea! ¡Basta! ¡No es necesario que responda! —exclamé, extrañamente emocionado, y, sin saber por qué, pensaba: ¿cómo y cuándo Paulina ha podido elegir a Mr. Astley como confidente? En estos últimos tiempos, pasaba largos días sin ver a Mr. Astley. Paulina ha sido siempre para mí un enigma… y en el momento en que me disponía a contar la historia de mi amor a Mr. Astley, quedé estupefacto al ver que no podía decir nada preciso y positivo acerca de mis relaciones con ella. Por el contrario, todo me parecía fantástico, extraño, inverosímil. ...

En la línea 649
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Estaba pálido, sus ojos chispeaban, sus manos temblaban. Hacía posturas sin contar, tomando el dinero a puñados. Sin embargo, no cesaba de ganar y de aumentar de oro y billetes el montón. Las ujieres se agrupaban, solícitos, en torno suyo, separaban las sillas, hacían sitio para que estuviese cómodo, para que no le apretasen… todo esto con vistas a recibir una buena propina. Con la alegría de la ganancia, algunos jugadores repartían propinas sin mirar lo que daban. Cerca de aquel joven se hallaba un polaco que se estremecía y murmuraba, sin cesar, con tono obsequioso, prodigando sin duda consejos y esforzándose en dirigir el juego, naturalmente esperando una propina. Pero no se fijaba en él, apostaba de cualquier modo y seguía recogiendo. Había perdido evidentemente el juicio. Es un caso corriente en las salas de juego. ...

En la línea 875
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¡Vamos! ¡Vamos! Es inútil contar —dijo ella gesticulando—. ¡De prisa! ¡De prisa! jamás en la vida volveré a poner en ese maldito cero y en ese rojo —profirió al acercarse al casino. ...

En la línea 981
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y cuando la abuela, ya despojada de cuanto tenía, volvió a las ocho de la noche al hotel, tres o cuatro polacos no se decidían a abandonarla. Corrían a derecha e izquierda del sillón, vociferaban, aseguraban, con volubilidad, que ella les había engañado y les debía una compensación. Llegaron hasta la puerta del hotel, de donde los echaron a empujones. Según los cálculos de Potapytch, la abuela perdió en aquel día noventa mil rubios, sin contar el dinero perdido la víspera. Todos sus valores —obligaciones al cinco por ciento, rentas del Estado, acciones— desaparecieron unos tras otros. ...

En la línea 338
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Y verdaderamente Buck era la encarnación del mal rugiendo tras ellos para seguir matándolos entre los árboles. Fue un día aciago para los yeehat. Se desperdigaron por todo el territorio y hasta una semana más tarde no lograron reunirse los últimos para contar las bajas que habían tenido. Por su parte, Buck, cansado de la persecución, regresó al campamento desolado. Halló a Pete acostado entre las mantas donde le habían sorprendido y dado muerte en el primer momento. La lucha desesperada de Thornton estaba escrita en la tierra, y Buck siguió su rastro paso a paso hasta la orilla de una laguna profunda. Allí, con la cabeza y las patas delanteras en el agua, yacía Skeet, fiel hasta el final. La misma charca, fangosa y amarillenta, ocultaba lo que contenía. Y lo que contenía era John Thornton, ya que el rastro que Buck había seguido se internaba en el agua y no volvía a aparecer. ...

En la línea 468
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Es oportuno dar a conocer los pensamientos que ocupaban entonces el ánimo de Picaporte. Hasta su llegada a Bombay, había creído y podido creer que las cosas no pasarían de aquí. Pero ahora, desde que corría a todo vapor al través de la India, se había verificado un cambio en su ánimo. Sus inclinaciones naturales reaparecían con celeridad. Volvía a sus caprichosas ideas de la juventud, tomaba por lo serio los proyectos de su amo, creía en la realidad de la apuesta, y por consiguiente en la vuelta al mundo y en el maximum de tiempo que no debía excederse. Se inquietaba ya por las tardanzas posibles y por los accidentes que podían sobrevenir en el camino. Se sentía como interesado en esta apuesta, y temblaba a la idea que tenía de haberia podido comprometer la víspera con su imperdonable estupidez. Por eso, siendo mucho menos flemático que mister Fogg, estaba mucho más inquieto. Contaba y volvía a contar los días transcurridos, maldecía las paradas del tren, lo acusaba de lentitud y vituperaba 'in pectore' a mister Fogg por no haber prometido una prima al maquinista. No sabía el buen muchacho que lo que era posible en un vapor no tenía aplicación en un ferrocarril, cuya velocidad era reglamentaria. ...

En la línea 632
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... ¿Con qué pensaba contar aquel inglés frío y calmoso? ¿Quería precipitarse sobre la joven en el momento del suplicio y arrebatarla a sus verdugos abiertamete? ...

En la línea 781
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -¡Bien caros cuestan! -dijo entre dientes-. ¡Más de mil libras cada uno! ¡Sin contar que me hacen daño! ...

En la línea 814
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Pero Picaporte lo puso pronto al corriente de la historia. Refirió el incidente de la pagoda de Bombay, la adquisición del elefante al precio de dos mil libras, el suceso del 'sutty', el rapto de Aouida, la sentencia del tribunal de Calcuta, la libertad bajo caución. Fix, que conocía la última parte de estos incientes, fingía ignorarlos todos, y Picaporte se dejaba llevar por el encanto de contar sus aventuras a un oyente que tanto interés demostraba en escucharlas. ...


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Más información sobre la palabra Contar en internet

Contar en la RAE.
Contar en Word Reference.
Contar en la wikipedia.
Sinonimos de Contar.

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