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La palabra cillidos
Cómo se escribe

Comó se escribe cillidos o chillidos?

Cual es errónea Chillidos o Cillidos?

La palabra correcta es Chillidos. Sin Embargo Cillidos se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra cillidos es que se ha eliminado o se ha añadido la letra h a la palabra chillidos

Más información sobre la palabra Chillidos en internet

Chillidos en la RAE.
Chillidos en Word Reference.
Chillidos en la wikipedia.
Sinonimos de Chillidos.


la Ortografía es divertida

Algunas Frases de libros en las que aparece chillidos

La palabra chillidos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1108
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Las que ya habían llenado sus cántaros sentábanse en los bordes de la balsa, con las piernas colgando sobre el agua, encogiéndose luego con escandalizados chillidos cada vez que algún muchacho bajaba a beber y miraba a lo alto. ...

En la línea 1466
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¿Oyes, Fermín?--dijo entre suspiros.--Ese, soy yo. Me ocurre lo que al pobresito de la copla. Se le tiene compasión a un perrito de cría, se le quiere, no se le deja, sus chillidos inspiran lástima, y yo, que soy un hombre, una criatura de Dios, ¡a la calle! ¡si te quise, ya no te quiero! ¡a reventar de pena!... ¡Cristo! ¡Paece mentira que aún no me haya muerto!... ...

En la línea 14375
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Obdulia, Visita y Edelmira llamaban con aquellas carcajadas y chillidos a los hombres. ...

En la línea 15842
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Oyó un tiro lejano, después el estrépito de las peguetas que volaban riéndose con estridentes chillidos; las vio pasar sobre su cabeza. ...

En la línea 579
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Así como los barberos iban cortando la vegetación capilar, la amontonaban en haces, atando estos con un cabello suelto, lo mismo que si fuesen gavillas de trigo. Ya eran tantos, que los segadores se movían con dificultad, y uno de ellos empujo involuntariamente uno de los haces, haciéndolo rodar por las laderas del cráneo. Gritó, agitando su sable, para avisar el peligro; pero la pesada gavilla fue más rápida que su voz, y vino a caer sobre la poetisa, doblándola bajo su fardo asfixiante. Corrieron a salvarla los oficiales que habían echado pie a tierra y muchos de los curiosos privilegiados. La gloriosa mujer daba chillidos creyéndose herida de muerte, y la muchedumbre, a pesar de su admiración, acabo por reír de ella con alegre irreverencia. ...

En la línea 823
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una nube de hojas envolvió al gigante. Varios pájaros se escaparon lanzando chillidos. El árbol crujía cada vez mas ruidosamente, hasta que al fin se rompió junto a las raíces. Gillespie fue tronchando sus ramas, y así pudo fabricarse un bastón que mas bien era una cachiporra, gruesa de abajo, delgada de arriba y con varias púas que marcaban el ramaje roto. ...

En la línea 1085
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El doctor, que remontaba, bufando de angustia, esta rampa interminable, sintió de pronto que crujía bajo sus pies e iba a romperse definitivamente, haciéndole caer de una altura igual a doce o quince veces la longitud de su cuerpo. El terror le hizo pedir socorro con chillidos de angustia. Fuera del local, los servidores y los maltrechos policías se miraron con una expresión de inteligencia: ...

En la línea 1367
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y no fue esto lo peor para ellos, pues el Hombre-Montaña se levantó a continuación, de un salto, y empezó a dar patadas en el suelo, persiguiendo a las figurillas negras, que huían aterradas en todas direcciones lanzando chillidos. Cada puntapié dado por el gigante levantaba nubes de arena, y en ellas se veía flotar siempre algún pigmeo, los brazos y las piernas abiertos lo mismo que las ranas, unas veces con la cabeza arriba, otras con la cabeza abajo. ...

En la línea 1338
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Subiéronle, y que quieras que no, le despojaron de los pingajos que vestía y trajeron un gran barreño de agua. Jacinta mojaba sus dedos en ella diciendo con temor: «¿estará muy fría?, ¿estará muy caliente? ¡Pobre ángel, qué mal rato va a pasar!». Benigna no se andaba en tantos reparos, y ¡pataplum!, le zambulló dentro, sujetándole brazos y piernas. ¡Cristo! Los chillidos del Pituso se oían desde la Plaza Mayor. Enjabonáronle y restregáronle sin miramiento alguno, haciendo tanto caso de sus berridos como si fueran expresiones de alegría. Sólo Jacinta, más piadosa, agitaba el agua queriendo hacerle creer que aquello era muy divertido. Sacado al fin de aquel suplicio y bien envuelto en una sábana de baño, Jacinta le estrechó contra su seno diciéndole que ahora sí que estaba guapo. El calorcillo calmaba la irritación de sus chillidos, cambiándolos en sollozos, y la reacción, junto con la limpieza, le animó la cara, tiñéndosela de ese rosicler puro y celestial que tiene la infancia al salir del agua. Le frotaban para secarle y sus brazos torneados, su fina tez y hermosísimo cuerpo producían a cada instante exclamaciones de admiración. «¡Es un niño Jesús… es una divinidad este muñeco!». ...

En la línea 1338
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Subiéronle, y que quieras que no, le despojaron de los pingajos que vestía y trajeron un gran barreño de agua. Jacinta mojaba sus dedos en ella diciendo con temor: «¿estará muy fría?, ¿estará muy caliente? ¡Pobre ángel, qué mal rato va a pasar!». Benigna no se andaba en tantos reparos, y ¡pataplum!, le zambulló dentro, sujetándole brazos y piernas. ¡Cristo! Los chillidos del Pituso se oían desde la Plaza Mayor. Enjabonáronle y restregáronle sin miramiento alguno, haciendo tanto caso de sus berridos como si fueran expresiones de alegría. Sólo Jacinta, más piadosa, agitaba el agua queriendo hacerle creer que aquello era muy divertido. Sacado al fin de aquel suplicio y bien envuelto en una sábana de baño, Jacinta le estrechó contra su seno diciéndole que ahora sí que estaba guapo. El calorcillo calmaba la irritación de sus chillidos, cambiándolos en sollozos, y la reacción, junto con la limpieza, le animó la cara, tiñéndosela de ese rosicler puro y celestial que tiene la infancia al salir del agua. Le frotaban para secarle y sus brazos torneados, su fina tez y hermosísimo cuerpo producían a cada instante exclamaciones de admiración. «¡Es un niño Jesús… es una divinidad este muñeco!». ...

En la línea 1348
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Juanín se quedó pasmado y lelo delante del nacimiento. La primera manifestación que hizo de sus ideas acerca de la libertad humana y de la propiedad colectiva consistió en meter mano a las velas de colores. Una de las niñas llevó tan a mal aquella falta de respeto, y dio unos chillidos tan fuertes que por poco se arma allí la de San Quintín. ...

En la línea 1689
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata se levantó para marcharse. Ocurriole a Maximiliano salir detrás de ella para ver dónde iba. Era la manera especial suya de hacer la corte. En su espíritu soñador existía la vaga creencia de que aquellos seguimientos entrañaban una comunicación misteriosa, quizás magnética. Seguir, mirando de lejos, era un lenguaje o telegrafía sui generis, y la persona seguida, aunque no volviese la vista atrás, debía de conocer en sí los efectos del fluido de atracción. Salió Fortunata despidiéndose muy fríamente, y a los dos minutos se despidió también Maximiliano con ánimo de alcanzarla todavía en el portal. Pero aquel condenado Ulmus sylvestris le entretuvo a la fuerza, cogiéndole una mano y apretándosela con bárbaros alardes de vigor muscular, para reírse con los chillidos de dolor que daba el pobre Rubinius vulgaris. «¡Qué asno eres!—exclamaba este, retirando al fin su mano magullada, con los dedos pegados unos a otros—. ¡Vaya unas gracias!.. ...

Reglas relacionadas con los errores de h

Las Reglas Ortográficas de la H

Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).

Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.

Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.

Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.

Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.

Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.

Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).

Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)

- oquedad (de hueco)

- orfandad, orfanato (de huérfano)

- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra h


El Español es una gran familia

Errores Ortográficos típicos con la palabra Chillidos

Cómo se escribe chillidos o chillidoz?
Cómo se escribe chillidos o shillidos?
Cómo se escribe chillidos o chiyidos?
Cómo se escribe chillidos o cillidos?

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