Cual es errónea Casas o Cazaz?
La palabra correcta es Casas. Sin Embargo Cazaz se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino cazaz es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra casas
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Casas en la RAE.
Casas en Word Reference.
Casas en la wikipedia.
Sinonimos de Casas.

la Ortografía es divertida
Algunas Frases de libros en las que aparece casas
La palabra casas puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 107
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... De las cerradas y silenciosas casas salía el hálito de la crápula barata, ruidosa y sin disfraz: un olor de carne adobada y putrefacta, de vino y de sudor. ...
En la línea 1352
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Silbaban los guijarros entre las ramas, haciendo caer una lluvia de hojas y rebotando contra los troncos y ribazos; los perros barraqueros salían con ladridos feroces, atraídos por el estrépito de la lucha, y las mujeres, en las puertas de sus casas, levantaban los brazos al cielo, gritando indignadas: -¡Condenats! ¡Dimonis!. ...
En la línea 1626
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Al pequeñín lo encontraría muerto al volver a su barraca; el caballo, que era su vida, inutilizado por aquellos traidores; el mal llegando a él por todas partes, surgiendo de los caminos, de las casas, de los cañares, aprovechando todas las ocasiones para herir a los suyos; y él, inerme, sin poder defenderse de aquel enemigo que se desvanecía apenas intentaba revolverse contra el, cansado de sufrir. ...
En la línea 1910
del libro La Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... En todas las casas se observaba rigurosamente la fiesta del domingo, y como había cosecha reciente y no poco dinero, nadie pensaba en contravenir el precepto. ...
En la línea 146
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Fermín púsose el sombrero y la capa y salió sin prisa alguna, disponiendo del día entero para desempeñar su comisión. El amo no era exigente en el trabajo cuando se veía obedecido. En la calle, el sol de Noviembre, tibio y dulce como un sol primaveral, hacía resaltar bajo su lluvia de oro las casas blancas, de verdes balcones, recortando la línea de sus azoteas africanas sobre un cielo de intenso azul. ...
En la línea 161
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro pasó por la calle Larga, la principal de la ciudad; una vía ancha con casas de deslumbrante blancura. Las portadas señoriales del siglo XVII estaban enjalbegadas cuidadosamente lo mismo que los escudos de armas de la clave. Los escarolados y nervios de la piedra labrada ocultábanse bajo una capa de cal. En los balcones verdes mostrábanse a aquellas horas de la mañana cabezas de mujeres morenas, de rasgados ojos negros, con flores en el pelo. ...
En la línea 193
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --A ver, señor Fermín--decía sacando el viejo a la gran explanada que se extendía frente a las casas de Marchamalo, que casi formaban un pueblo.--Eche usted una voz de mando; pero con arrogancia, como cuando era usted de los rojos y marchaba de partida por la sierra. ...
En la línea 416
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El cielo era más azul y sereno que en aquellos países de eterno verdor e incesantes cosechas que él recordaba; lucía el sol con más fuerza, pero bajo su lluvia de oro, la tierra andaluza se mostraba triste, con la soledad del cementerio, silenciosa como si pesase sobre ella la muerte, con un revoloteo de negros pajarracos en lo alto, y abajo, en los campos sin límites, centenares de hombres alineados como esclavos, moviendo sus brazos con regularidad automática, vigilados por un capataz. ¡Ni un campanario; ni una aglomeración de casas blancas como en los países donde existían verdaderos labradores! ¡Aquí sólo se veían siervos trabajando una tierra odiada que jamás podía ser suya; preparando unas cosechas de las que no tocarían un solo grano! --Y la tierra, Rafaé, es jembra, y a las jembras, pa que sean agradecías y se porten bien, hay que quererlas. Y el hombre no puede queré a una tierra que no es suya. Sólo deja el sudor y la sangre sobre los terrones de que puede sacar el pan. ¿Digo mal, muchacho?... ...
En la línea 82
del libro El cuervo
del afamado autor Leopoldo Alias Clarín
... Y para esto acudía al banquete de la muerte; acudía a las casas donde se moría alguien, y comía allí con motivo de «no tener ánimo para otra cosa». ...
En la línea 1804
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... »Sin embargo, la joven seguía avanzando, contando las casas y las ventanas. ...
En la línea 2163
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... General mente se interrogaba a los prisioneros en sus casas, pero con el señor Bonacieux no se guardaban tantas formas. ...
En la línea 2354
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -Cuando ¡ba¡s a buscar a vuestra mujer al Louvre, ¿volvía ella d¡ rectamente a casa?-Cas¡ nunca: tenía que ver a vendedores de tela, a cuyas casas yo la llevaba. ...
En la línea 2357
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... -¿Entrasteis en sus casas con ella?-Nunca, monseñor; la esperaba a la puerta. ...
En la línea 490
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Pegões se compone de dos o tres casas y de una posada; hay, además, una especie de barraca donde se alberga media docena de soldados. ...
En la línea 515
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... En una de aquellas casas se encontraron los emisarios de don Pedro y los de don Miguel, y allí se concertó la renuncia de este último a la corona en favor de doña María de la Gloria; Evora fué el postrer reducto del usurpador, y las parameras del Alemtejo el último teatro de las luchas que tanto tiempo agitaron al infortunado Portugal. ...
En la línea 522
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La ciudad es sumamente pintoresca, con muchas casas antiquísimas, construídas a la manera morisca. ...
En la línea 550
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Las casas son, en general, muy antiguas, y muchas están vacías. ...
En la línea 481
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban. ...
En la línea 578
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. ...
En la línea 1036
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca vista locura; y, sin parar, prosiguió diciendo: -A este escuadrón frontero forman y hacen gentes de diversas naciones: aquí están los que bebían las dulces aguas del famoso Janto; los montuosos que pisan los masílicos campos; los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia; los que gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte; los que sangran por muchas y diversas vías al dorado Pactolo; los númidas, dudosos en sus promesas; los persas, arcos y flechas famosos; los partos, los medos, que pelean huyendo; los árabes, de mudables casas; los citas, tan crueles como blancos; los etiopes, de horadados labios, y otras infinitas naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. ...
En la línea 1220
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Al pie de las peñas, estaban unas casas mal hechas, que más parecían ruinas de edificios que casas, de entre las cuales advirtieron que salía el ruido y estruendo de aquel golpear, que aún no cesaba. ...
En la línea 74
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Los patrones son muy poco atractivos, a menudo hasta muy groseros; sus casas y personas están casi siempre horriblemente sucias; en sus posadas no se encuentran cuchillos, tenedores ni cucharas; y estoy convencido de que sería difícil hallar en Inglaterra un cottage, por pobre que sea, tan desprovisto de las cosas más necesarias para la vida. En cierto lugar, en Campos-Novos, nos trataron magníficamente: nos dieron de comer arroz y aves de corral, bizcochos, vino y licores, café por la tarde, y en el almuerzo pescado y café. Todo ello, incluso un buen pienso para los caballos, no nos costó más que tres pesetas por cabeza. Sin embargo, cuando uno de nosotros preguntó al ventero si había visto un látigo que se le había extraviado, respondióle groseramente: «¿Cómo quiere usted que yo lo haya visto? ¿Por qué no ha tenido usted cuidado de él? Probablemente se lo habrán comido los perros». ...
En la línea 103
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... el del clavillo tienen hojas que exhalan un aroma delicioso; el árbol del pan, el jaca y el mango rivalizan por la magnificencia del follaje. En los alrededores de Bahía, sobre todo, es notable el paisaje por la presencia de estas dos últimas especies arbóreas. Antes de verlas, no me hubiera figurado nunca que un árbol pudiese proyectar sobre el suelo una sombra tan espesa. Estos dos árboles guardan con los árboles siempre verdes de estos climas la misma relación que el laurel y el acebo tienen en Inglaterra con las especies deciduas de un verde más claro. Puede advertirse que en las regiones intertropicales los árboles más magníficos rodean a las casas, sin duda porque son los más útiles. En efecto, el bananero, el cocotero, las numerosas especies de palmeras, elnaranjo y el árbol del pan. ...
En la línea 139
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Pasamos la primera noche en una casita de campo aislada. Noto allí bien pronto que poseo dos o tres objetos (y sobre todo una brújula de bolsillo) que producen el más extraordinario asombro. En todas las casas me piden que enseñe la brújula e indique en un mapa la dirección de diferentes ciudades. Produce la más intensa admiración el que yo, un extranjero, pueda indicar el camino (porque camino y dirección son dos voces sinónimas en este país llano), para dirigirse a tal o cual punto donde jamás estuve. En una casa, una mujer joven y enferma en cama, hace que me rueguen ir a enseñarla la famosa brújula. Si grande es su sorpresa, aún es mayor la mía al ver tanta ignorancia entre gentes dueñas de miles de cabezas de ganado y de estancias de grandísima extensión. Sólo puede explicarse esta ignorancia por la escasez de visitas de forasteros en este remoto rincón. Me preguntan si es la tierra o el sol quien se mueve, si en el norte hace más calor o más frío, dónde está España y otra multitud de cosas por el estilo. Casi todos los habitantes tienen una vaga idea de que Inglaterra, Londres y América del Norte son tres nombres diferentes de un mismo lugar; los más instruidos saben que Londres y la América del Norte son países separados, aunque muy cerca uno de otro, y que Inglaterra ¡es una gran ciudad que está en Londres! Llevaba conmigo algunas cerillas químicas, y las encendía con los dientes. No tenía límites el asombro, a la vista de un hombre que producía fuego con los dientes; así es que acostumbraba a reunirse toda la familia para presenciar ese espectáculo. Un día me ofrecieron un peso por una sola cerilla. En el pueblecillo de Las Minas me vieron jabonarme, lo cual dio margen a comentarios sin cuento; uno de los principales negociantes me interrogó con cuidado acerca de esta práctica tan singular; preguntóme también por qué a bordo llevábamos barba, pues había oído decir a nuestro guía que entonces gastábamos barba. ...
En la línea 141
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al día siguiente llegamos al pueblecillo de Las Minas. Algunos cerros más, pero en resumen el país conserva el mismo aspecto; sin embargo, un habitante de las Pampas vería de seguro en él una región alpestre. La comarca está tan poco habitada, que apenas encontramos una sola persona durante un día entero de viaje. El pueblo de Las Minas aún es menos importante que Maldonado; está en una pequeña llanura rodeada de cerrillos pedregosos muy bajos. Tiene la forma simétrica de costumbre, y no deja de presentar un aspecto bastante bonito con su iglesia enlucida con cal y sita en el centro mismo del pueblo. Las casas de los arrabales se elevan en el llano como otros tantos seres aislados, sin jardines, sin patios de ninguna especie. Es la moda del país; pero eso da, en último término, a todas las casas una apariencia poco cómoda. Pasamos la noche en una pulpería o taberna. Gran número de gauchos acuden por la noche a beber alcohólicos y a fumar cigarros. Su aspecto es muy chocante: suelen ser fornidos y guapos, pero llevan impresos en la cara todos los signos del orgullo y de la vida relajada; muchos de ellos gastan bigote y cabellos muy largos, ensortijados por la espalda. Sus vestidos, de colores chillones; sus grandísimas espuelas resonantes, en los talones; sus cuchillos, llevados en el cinto a modo de dagas (de los cuales hacen tan frecuente uso), les dan un aspecto muy diferente de lo que pudiera hacer suponer su nombre de gauchos o simples campesinos. Son en extremo corteses; nunca beben sin pediros que probéis su bebida; pero mientras os hacen un saludo gracioso, puede decirse que están dispuestos a asesinaros si se presenta ocasión. ...
En la línea 214
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Celedonio era un monaguillo de mundo, entraba como amigo de confianza en las mejores casas de Vetusta, y si supiera que Bismarck tomaba un anteojo por un fusil, se le reiría en las narices. ...
En la línea 234
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... La conocía palmo a palmo, por dentro y por fuera, por el alma y por el cuerpo, había escudriñado los rincones de las conciencias y los rincones de las casas. ...
En la línea 276
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Desde la torre se veía, en algunos patios y jardines de casas viejas y ruinosas, restos de la antigua muralla, convertidos en terrados o paredes medianeras, entre huertos y corrales. ...
En la línea 291
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No sólo era la iglesia quien podía desperezarse y estirar las piernas en el recinto de Vetusta la de arriba, también los herederos de pergaminos y casas solariegas, habían tomado para sí anchas cuadras y jardines y huertas que podían pasar por bosques, con relación al área del pueblo, y que en efecto se llamaban, algo hiperbólicamente, parques, cuando eran tan extensos como el de los Ozores y el de los Vegallana. ...
En la línea 226
del libro El Señor
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El crepúsculo en aquella estrechez, entre casas altas, sombrías, pobres, parecía ya la noche. ...
En la línea 230
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Un agua fresca y rumorosa viene de las fuentes de la montaña a esparcirse por las casas, en chorros sin grito que se desgranan día y noche sobre las pilas de los patios. Al pasar el transeúnte frente a las puertas, es acogido por el rumor melodioso de estos arroyuelos continuos. ...
En la línea 495
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Para este personaje, cuantos españoles marcharon en otros siglos a América fueron segundones de grandes casas, todos linajudos, todos muy caballeros y de valor heroico, lo mejor de la raza, y se abstenía modestamente de añadir que entre la selección aristocrática que pasó el Océano, los que llevaban sus dos apellidos eran los mejores Su fe en la sangre noble de los que colonizaron el Nuevo Mundo —como si nunca hubiesen ido allá bandidos, ni buena gente de origen modesto—le hacía considerar con ciega simpatía a todos los que llegaban hasta él procedentes de España. Cuanto más alto ponía a este país y más entusiásticas hipérboles dedicaba a su historia, mayor lustre creía dar a su propio origen y al nombre doblemente famoso, por la aristocracia y por la literatura, que iba a legar a sus hijas. ...
En la línea 576
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Respetables personajes tenían esclavas orientales en sus casas e iban, además, de visita a los palacios de las cortesanas célebres. Escritores famosos ensalzaban el vicio griego, llegando a decir el poeta Ariosto que todos los humanistas de su época habían incurrido en dicha aberración sexual. Algunos de ellos, para justificarse, alegaban el ejemplo de la antigüedad, recordando a Platón y a Sócrates como de los mismos gustos. ...
En la línea 635
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su propósito era introducir secretamente en Roma a todos los proscritos, ocultándolos en las ruinas de las casas derribadas para engrandecer el Vaticano. Luego fingirían una riña delante del Palacio con los criados de los cardenales que esperaban a sus señores, llamando de este modo la atención de la reducida guardia del Pontífice, y mientras tanto, conspiradores ocultos penetrarían en el Vaticano, asesinando al Papa y a cuantos lo rodeaban. ...
En la línea 419
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Cada guerra significaba un largo alto en el desenvolvimiento humano, y luego un retroceso. En la capital de cada país había un arco de triunfo para que desfilasen bajo su bóveda unas veces el ejército que volvía victorioso y otras los invasores triunfantes. Después de toda guerra, el suelo abandonado parecía vengarse del olvido y de la bestialidad de los hombres restringiendo su producción. Las grandes empresas militares iban seguidas por el hambre y las epidemias. Los hombres se mostraban peores al volver a sus casas durante una paz momentánea. Habían olvidado el valor de la vida humana. Reñían con el menor pretexto; se encolerizaban fácilmente, matándose entre ellos; pegaban a sus mujeres. Además, todos eran alcohólicos. Durante sus campanas, los gobernantes les facilitaban en abundancia el vino y los licores fuertes, sabiendo que un hombre en la inconsciencia de la embriaguez teme menos a la muerte. ...
En la línea 443
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Sus cañones del tamaño de casas, sus fusiles y ametralladoras, que lanzaban plomo con la misma rapidez que una máquina de coser da puntadas, podían suprimir instantáneamente las manifestaciones femeninas, por numerosas que fuesen. Además, la mujer, acobardada por tantos siglos de servidumbre, tenía miedo a los procedimientos de violencia. Solo las jóvenes que habían cultivado sus músculos en los deportes al aire libre se reían de estos temores de las señoras de salón. Todas se mostraban acordes al lamentar los crímenes de los hombres, pero la situación angustiosa parecía sin remedio… . ...
En la línea 454
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... No quiero entrar en los detalles de la Verdadera Revolución, pues esto alargaría mucho mis explicaciones. Baste decir que al día siguiente andaban fugitivos y aterrados por todo el territorio de la República los hombres, que horas antes se creían eternamente superiores. Era tal el terror infundido por los 'rayos negros', que todo el que tenía armas se apresuraba a dejarlas abandonadas en medio de los campos. Los padres y los maridos miraron con nuevos ojos a las mujeres dentro de sus casas. Imploraban su protección para que intercediesen con el gobierno femenino. ...
En la línea 479
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... En nuestra vida de familia ejerce un miedo salutífero la existencia de dicha clase inferior. Los hombres obedecen sin discusión a la esposa o la madre, por miedo a perder las dulzuras de la vida de harén que llevan en sus casas. Tiemblan de que puedan enviarlos a engrosar el número de los hombres adormecidos interiormente, de los esclavos que solo sirven para prestar sus fuerzas. ...
En la línea 33
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Nació Barbarita Arnaiz en la calle de Postas, esquina al callejón de San Cristóbal, en uno de aquellos oprimidos edificios que parecen estuches o casas de muñecas. Los techos se cogían con la mano; las escaleras había que subirlas con el credo en la boca, y las habitaciones parecían destinadas a la premeditación de algún crimen. Había moradas de estas, a las cuales se entraba por la cocina. Otras tenían los pisos en declive, y en todas ellas oíase hasta el respirar de los vecinos. En algunas se veían mezquinos arcos de fábrica para sostener el entramado de las escaleras, y abundaba tanto el yeso en la construcción como escaseaban el hierro y la madera. Eran comunes las puertas de cuarterones, los baldosines polvorosos, los cerrojos imposibles de manejar y las vidrieras emplomadas. Mucho de esto ha desaparecido en las renovaciones de estos últimos veinte años; pero la estrechez de las viviendas subsiste. ...
En la línea 37
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Más adelante pudo la niña apreciar la belleza y variedad de los abanicos que había en la casa, y que eran una de las principales riquezas de ella. Quedábase pasmada cuando veía los dedos de su mamá sacándolos de las perfumadas cajas y abriéndolos como saben abrirlos los que comercian en este artículo, es decir, con un desgaire rápido que no los estropea y que hace ver al público la ligereza de la prenda y el blando rasgueo de las varillas. Barbarita abría cada ojo como los de un ternero cuando su mamá, sentándola sobre el mostrador, le enseñaba abanicos sin dejárselos tocar; y se embebecía contemplando aquellas figuras tan monas, que no le parecían personas, sino chinos, con las caras redondas y tersas como hojitas de rosa, todos ellos risueños y estúpidos, pero muy lindos, lo mismo que aquellas casas abiertas por todos lados y aquellos árboles que parecían matitas de albahaca… ¡Y pensar que los árboles eran el té nada menos, estas hojuelas retorcidas, cuyo zumo se toma para el dolor de barriga… ! ...
En la línea 45
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ya había completado la hija de Arnaiz su educación (que era harto sencilla en aquellos tiempos y consistía en leer sin acento, escribir sin ortografía, contar haciendo trompetitas con la boca, y bordar con punto de marca el dechado), cuando perdió a su padre. Ocupaciones serias vinieron entonces a robustecer su espíritu y a redondear su carácter. Su madre y hermano, ayudados del gordo Arnaiz, emprendieron el inventario de la casa, en la cual había algún desorden. Sobre las existencias de pañolería no se hallaron datos ciertos en los libros de la tienda, y al contarlas apareció más de lo que se creía. En el sótano estaban, muertos de risa, varios fardos de cajas que aún no habían sido abiertos. Además de esto, las casas importadoras de Cádiz, Cuesta y Rubio, anunciaban dos remesas considerables que estaban ya en camino. No había más remedio que cargar con todo aquel exceso de género, lo que realmente era una contrariedad comercial en tiempos en que parecía iniciarse la generalización de los abrigos confeccionados, notándose además en la clase popular tendencias a vestirse como la clase media. La decadencia del mantón de Manila empezaba a iniciarse, porque si los pañuelos llamados de talle, que eran los más baratos, se vendían bien en Madrid (mayormente el día de San Lorenzo, para la ...
En la línea 47
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Los herederos de Arnaiz, al inventariar la riqueza de la casa, que sólo en aquel artículo no bajaba de cincuenta mil duros, comprendieron que se aproximaba una crisis. Tres o cuatro meses emplearon en clasificar, ordenar, poner precios, confrontar los apuntes de don Bonifacio con la correspondencia y las facturas venidas directamente de Cantón o remitidas por las casas de Cádiz. Indudablemente el difunto Arnaiz no había visto claro al hacer tantos pedidos; se cegó, deslumbrado por cierta alucinación mercantil; tal vez sintió demasiado el amor al artículo y fue más artista que comerciante. Había sido dependiente y socio de la Compañía de Filipinas, liquidada en 1833, y al emprender por sí el negocio de pañolería de Cantón, creía conocerlo mejor que nadie. En verdad que lo conocía; pero tenía una fe imprudente en la perpetuidad de aquella prenda, y algunas ideas supersticiosas acerca de la afinidad del pueblo español con los espléndidos crespones rameados de mil colores. «Mientras más chillones—decía—, más venta». ...
En la línea 9
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Las calles eran muy angostas y sinuosas y sucias, especialmente en la parte en que vivía Tom Canty, no lejos del Puente de Londres. Las casas eran de madera, con el segundo piso proyectándose sobre el primero, y el tercero hincando sus codos más allá del segundo. Cuanto más altas las casas tanto más se ensanchaban. Eran esqueletos de gruesas vigas entrecruzadas, con sólidos materiales intermedios, revestidos de yeso. Las vigas estaban pintadas de rojo, o de azul o de negro, de acuerdo al gusto del dueño, y esto prestaba a las casas un aspecto muy pintoresco. Las ventanas eran chicas, con cristales pequeños en forma de diamante, y se abrían hacia afuera, con bisagras, como puertas. ...
En la línea 9
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Las calles eran muy angostas y sinuosas y sucias, especialmente en la parte en que vivía Tom Canty, no lejos del Puente de Londres. Las casas eran de madera, con el segundo piso proyectándose sobre el primero, y el tercero hincando sus codos más allá del segundo. Cuanto más altas las casas tanto más se ensanchaban. Eran esqueletos de gruesas vigas entrecruzadas, con sólidos materiales intermedios, revestidos de yeso. Las vigas estaban pintadas de rojo, o de azul o de negro, de acuerdo al gusto del dueño, y esto prestaba a las casas un aspecto muy pintoresco. Las ventanas eran chicas, con cristales pequeños en forma de diamante, y se abrían hacia afuera, con bisagras, como puertas. ...
En la línea 23
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Tom se levantó hambriento, y hambriento vagó, pero con el pensamiento ocupado en las sombras esplendorosas de sus sueños nocturnos. Anduvo aquí y allá por la ciudad, casi sin saber a dónde iba o lo que sucedía a su alrededor. La gente lo atropellaba y algunos lo injuriaban, pero todo ello era indiferente para el meditabundo muchacho. De pronto se encontró en Temple Bar, lo más lejos de su casa que había llegado nunca en aquella dirección. Detúvose a reflexionar un momento y en seguida volvió a sus imaginaciones y atravesó las murallas de Londres. El Strand había cesado de ser camino real en aquel entonces y se consideraba como calle, aunque de construcción desigual, pues si bien había una hilera bastante compacta de casas a un lado, al otra sólo se veían unos cuantos edificios grandes desperdigados: palacios de ricos nobles con amplios y hermosos parques que se extendían hasta el río; parques que ahora están encajonados por horrendas fincas de ladrillo y piedra. ...
En la línea 98
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Después de horas de constante acoso y persecución, el pequeño príncipe fue al fin abandonado por la chusma y quedó solo. Mientras había podido bramar contra el populacho, y amenazarlo regiamente, y proferir mandatos que eran materia de risa fue muy entretenido pero cuando la fatiga lo obligó finalmente al silencio, ya no les sirvió a sus atormentadores, que buscaron diversión en otra parte. Ahora miró a su alrededor, mas no pudo reconocer el lugar. Estaba en la ciudad de Londres: eso era todo lo que sabía. Se puso en marcha, a la ventura, y al poco rato las casas se estrecharon y los transeúntes fueron menos frecuentes. Bañó sus pies ensangrentados en el arroyo que corría entonces adonde hoy está la calle Farrington; descansó breves momentos, continuó su camino y pronto llegó a un gran espacio abierto con sólo unas cuantas casas dispersas y una iglesia maravillosa. Reconoció esta iglesia. Había andamios por doquier, y enjambres de obreros, porque estaba siendo sometida a elaboradas reparaciones. El príncipe se animó de inmediato, sintió que sus problemas tocaban a su fin. Se dijo: 'Es la antigua iglesia de los frailes franciscanos, que el rey mi padre quitó a los frailes y ha donado como asilo perpetuo de niños pobres y desamparados, rebautizada con el nombre de Iglesia de Cristo. De buen grado servirán al hijo de aquel que tan generoso ha sido para ellos, tanto más cuanto que ese hijo es tan pobre y tan abandonado como cualquiera que se ampare aquí hoy y siempre. ...
En la línea 1376
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... –Es que antes de haberme casado con Liduvina y venir a servir a casa del señorito había servido yo en muchas casas de señorones… me han salido los dientes en ellas… ...
En la línea 1907
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Al abandonar el mar de Omán avistamos por un instante Mascate, la más importante ciudad del país de Omán. Me admiró su extraño aspecto en medio de las negras rocas que la rodean en contraste con sus blancas casas y sus fuertes. Vi las cúpulas redondeadas de sus mezquitas, la punta elegante de sus alminares, sus frescas y verdes terrazas. Pero no fue más que una rápida visión, tras la cual el Nautilus se sumergió nuevamente en las aguas oscuras de esos parajes. ...
En la línea 1996
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Aquella misma tarde, a 21º 30’ de latitud Norte, el Nautilus, navegando en superficie, se aproximó a la costa árabe. Pude ver Yidda, importante factoría comercial para Egipto, Siria, Turquía y la India. Distinguí claramente el conjunto de sus construcciones, los navíos amarrados a lo largo de los muelles y los fondeados en la rada por su excesivo calado. El sol, ya muy bajo en el horizonte, deba de lleno en las casas de la ciudad, haciendo resaltar su blancura. En los arrabales, las cabañas de madera o de cañas indicaban las zonas habitadas por los beduinos. ...
En la línea 2303
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Señor profesor, si no le parece mal nos remontaremos a 1702. No ignora usted que en esa época, vuestro rey Luis XIV, creyendo que bastaba con un gesto de potentado para enterrar los Pirineos, había impuesto a los españoles a su nieto el duque de Anjou. Este príncipe, que reinó más o menos mal bajo el nombre de Felipe V, tuvo que hacer frente a graves dificultades exteriores. En efecto, el año anterior, las casas reales de Holanda, de Austria y de Inglaterra habían concertado en La Haya un tratado de alianza, con el fin de arrancar la corona de España a Felipe V para depositarla en la cabeza de un archiduque al que prematuramente habían dado el nombre de Carlos III. España hubo de resistir a esa coalición, casi desprovista de soldados y de marinos. Pero no le faltaba el dinero, a condición, sin embargo, de que sus galeones, cargados del oro y la plata de América, pudiesen entrar en sus puertos. ...
En la línea 2569
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Y se edifican casas -dijo Conseil. ...
En la línea 897
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Me intranquilizó mucho el caso del joven caballero pálido. Cuanto más recordaba la pelea y mentalmente volvía a ver a mi antagonista en el suelo, en las varias fases de la lucha, mayor era la certidumbre que sentía de que me harían algo. Sentía que la sangre del joven y pálido caballero había caído sobre mi cabeza, y me decía que la ley tomaría venganza de mí. Sin tener idea clara de cuáles eran las penalidades en que había incurrido, para mí era evidente que los muchachos de la aldea no podrían recorrer la comarca para ir a saquear las casas de la gente y acometer a los jóvenes estudiosos de Inglaterra, sin quedar expuestos a severos castigos. Durante varios días procuré no alejarme mucho de mi casa, y antes de salir para cualquier mandado miraba a la puerta de la cocina con la mayor precaución y hasta con cierto temblor, temiendo que los oficiales de la cárcel del condado vinieran a caer sobre mí. La nariz del pálido y joven caballero me había manchado los pantalones, y en el misterio de la noche traté de borrar aquella prueba de mi crimen. Al chocar contra los dientes de mi antagonista me herí los puños, y retorcí mi imaginación en un millar de callejones sin salida, mientras buscaba increíbles explicaciones para justificar aquella circunstancia condenatoria cuando me curasen ante los jueces. ...
En la línea 1456
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El despacho del señor Jaggers estaba poco alumbrado por una claraboya que le daba luz cenital; era un lugar muy triste. Aquella claraboya tenía muchos parches, como si fuese una cabeza rota, y las casas contiguas parecían haberse retorcido, como si quisieran mirarme a través de ella. No había por allí tantos papeles como yo me habría imaginado; por otra parte, vi algunos objetos heterogéneos, tales como una vieja pistola muy oxidada, una espada con su vaina, varias cajas y paquetes de raro aspecto y dos espantosas mascarillas en un estante, de caras algo hinchadas y narices retorcidas. El sillón del señor Jaggers tenía un gran respaldo cubierto de piel de caballo, con clavos de adorno que le daban la apariencia de un ataúd, y tuve la ilusión de que lo veía recostarse allí mientras se mordía su dedo índice ante los clientes. La habitación era muy pequeña y, al parecer, los clientes habían contraído la costumbre de apoyarse en la pared, pues la parte opuesta al sillón del señor Jaggers estaba grasienta de tantos hombros como en ella se habían recostado. Entonces recordé que el caballero del único ojo se había apoyado también en la pared cuando fui la causa involuntaria de que lo sacaran de allí. ...
En la línea 1533
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Entramos por un portillo en aquel asilo y fuimos a parar por un pasillo a un espacio cuadrado y muy triste que me pareció un cementerio. Observé que allí había los más tristes árboles, los gorriones más melancólicos, los más lúgubres gatos y las más afligidas casas (en número de media docena, más o menos) que jamás había visto en la vida. Me pareció que las series de ventanas de las habitaciones en que estaban divididas las casas se hallaban en todos los estados posibles de decadencia de persianas y cortinas, de inservibles macetas, de vidrios rotos, de marchitez llena de polvo y de miserables recursos para tapar sus agujeros. En cada una de las habitaciones desalquiladas, que eran bastantes, se veían letreros que decían: «Por alquilar», y eso me daba casi la impresión de que allí ya no iban más que desgraciados y que la venganza del alma de Barnard se había aplacado lentamente con el suicidio gradual de los actuales huéspedes y su inhumación laica bajo la arena. Unos sucios velos de hollín y de humo adornaban aquella abandonada creación de Barnard, y habían esparcido abundante ceniza sobre su cabeza, que sufría castigo y humillación como si no fuese más que un depósito de polvo. Eso por lo que respecta a mi sentido de la vista, en tanto que la podredumbre húmeda y seca y cuanta se produce en los desvanes y en los sótanos abandonados-podredumbre de ratas y ratones, de chinches y de cuadras, que, por lo demás, estaban muy cerca -, todo eso molestaba grandemente mi olfato y parecía recomendarme con acento quejumbroso: «Pruebe la mixtura de Barnard.» ...
En la línea 1533
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Entramos por un portillo en aquel asilo y fuimos a parar por un pasillo a un espacio cuadrado y muy triste que me pareció un cementerio. Observé que allí había los más tristes árboles, los gorriones más melancólicos, los más lúgubres gatos y las más afligidas casas (en número de media docena, más o menos) que jamás había visto en la vida. Me pareció que las series de ventanas de las habitaciones en que estaban divididas las casas se hallaban en todos los estados posibles de decadencia de persianas y cortinas, de inservibles macetas, de vidrios rotos, de marchitez llena de polvo y de miserables recursos para tapar sus agujeros. En cada una de las habitaciones desalquiladas, que eran bastantes, se veían letreros que decían: «Por alquilar», y eso me daba casi la impresión de que allí ya no iban más que desgraciados y que la venganza del alma de Barnard se había aplacado lentamente con el suicidio gradual de los actuales huéspedes y su inhumación laica bajo la arena. Unos sucios velos de hollín y de humo adornaban aquella abandonada creación de Barnard, y habían esparcido abundante ceniza sobre su cabeza, que sufría castigo y humillación como si no fuese más que un depósito de polvo. Eso por lo que respecta a mi sentido de la vista, en tanto que la podredumbre húmeda y seca y cuanta se produce en los desvanes y en los sótanos abandonados-podredumbre de ratas y ratones, de chinches y de cuadras, que, por lo demás, estaban muy cerca -, todo eso molestaba grandemente mi olfato y parecía recomendarme con acento quejumbroso: «Pruebe la mixtura de Barnard.» ...
En la línea 221
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... »Marfa Petrovna quedó por segunda vez estupefacta, como herida por un rayo, según su propia expresión, pero no dudó ni un momento de la inocencia de Dunia, y al día siguiente, que era domingo, lo primero que hizo fue ir a la iglesia e implorar a la Santa Virgen que le diera fuerzas para soportar su nueva desgracia y cumplir con su deber. Acto seguido vino a nuestra casa y nos refirió todo lo ocurrido, llorando amargamente. En un arranque de remordimiento, se arrojó en los brazos de Dunia y le suplicó que la perdonara. Después, sin pérdida de tiempo, recorrió las casas de la ciudad, y en todas partes, entre sollozos y en los términos más halagadores, rendía homenaje a la inocencia, a la nobleza de sentimientos y a la integridad de la conducta de Dunia. No contenta con esto, mostraba y leía a todo el mundo la carta escrita por Dunetchka al señor Svidrigailof. E incluso dejaba sacar copias, cosa que me parece una exageración. Recorrió las casas de todas sus amistades, en lo cual empleó varios días. Ello dio lugar a que algunas de sus relaciones se molestaran al ver que daba preferencia a otros, lo que consideraban una injusticia. Al fin se determinó con toda exactitud el orden de las visitas, de modo que cada uno pudo saber de antemano el día que le tocaba el turno. En toda la ciudad se sabía dónde tenía que leer Marfa Petrovna la carta tal o cual día, y el vecindario adquirió la costumbre de reunirse en la casa favorecida, sin excluir aquellas familias que ya habían escuchado la lectura en su propio hogar y en el de otras familias amigas. Yo creo que en todo esto hay mucha exageración, pero así es el carácter de Marfa Petrovna. Por otra parte, es lo cierto que ella ha rehabilitado por completo a Dunetchka. Toda la vergüenza de esta historia ha caído sobre el señor Svidrigailof, a quien ella presenta como único culpable, y tan inflexiblemente, que incluso siento compasión de él. A mi juicio, la gente es demasiado severa con este insensato. ...
En la línea 414
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Eran cerca de las nueve cuando llegó a la plaza del Mercado Central. Los vendedores ambulantes, los comerciantes que tenían sus puestos al aire libre, los tenderos, los almacenistas, recogían sus cosas o cerraban sus establecimientos. Unos vaciaban sus cestas, otros sus mesas y todos guardaban sus mercancías y se disponían a volver a sus casas, a la vez que se dispersaban los clientes. Ante los bodegones que ocupaban los sótanos de los sucios y nauseabundos inmuebles de la plaza, y especialmente a las puertas de las tabernas, hormigueaba una multitud de pequeños traficantes y vagabundos. ...
En la línea 1567
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se había dirigido al puente de ***. Se internó en él, se acodó en el pretil y su mirada se perdió en la lejanía. Estaba tan débil, que le había costado gran trabajo llegar hasta allí. Sentía vivos deseos de sentarse o de tenderse en medio de la calle. Inclinado sobre el pretil, miraba distraído los reflejos sonrosados del sol poniente, las hileras de casas oscurecidas por las sombras crepusculares y a la orilla izquierda del río, el tragaluz de una lejana buhardilla, incendiado por un último rayo de sol. Luego fijó la vista en las aguas negras del canal y quedó absorto, en atenta contemplación. De pronto, una serie de círculos rojos empezaron a danzar ante sus ojos; las casas, los transeúntes, los malecones, empezaron también a danzar y girar. De súbito se estremeció. Una figura insólita, horrible, que acababa de aparecer ante él, le impresionó de tal modo, que no llegó a desvanecerse. Había notado que alguien acababa de detenerse cerca de él, a su derecha. Se volvió y vio una mujer con un pañuelo en la cabeza. Su rostro, amarillento y alargado, aparecía hinchado por la embriaguez. Sus hundidos ojos le miraron fijamente, pero, sin duda, no le vieron, porque no veían nada ni a nadie. De improviso, puso en el pretil el brazo derecho, levantó la pierna del mismo lado, saltó la baranda y se arrojó al canal. ...
En la línea 1567
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Raskolnikof se había dirigido al puente de ***. Se internó en él, se acodó en el pretil y su mirada se perdió en la lejanía. Estaba tan débil, que le había costado gran trabajo llegar hasta allí. Sentía vivos deseos de sentarse o de tenderse en medio de la calle. Inclinado sobre el pretil, miraba distraído los reflejos sonrosados del sol poniente, las hileras de casas oscurecidas por las sombras crepusculares y a la orilla izquierda del río, el tragaluz de una lejana buhardilla, incendiado por un último rayo de sol. Luego fijó la vista en las aguas negras del canal y quedó absorto, en atenta contemplación. De pronto, una serie de círculos rojos empezaron a danzar ante sus ojos; las casas, los transeúntes, los malecones, empezaron también a danzar y girar. De súbito se estremeció. Una figura insólita, horrible, que acababa de aparecer ante él, le impresionó de tal modo, que no llegó a desvanecerse. Había notado que alguien acababa de detenerse cerca de él, a su derecha. Se volvió y vio una mujer con un pañuelo en la cabeza. Su rostro, amarillento y alargado, aparecía hinchado por la embriaguez. Sus hundidos ojos le miraron fijamente, pero, sin duda, no le vieron, porque no veían nada ni a nadie. De improviso, puso en el pretil el brazo derecho, levantó la pierna del mismo lado, saltó la baranda y se arrojó al canal. ...
En la línea 845
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿No hay aquí casas de cambio? Me han dicho que se podían cambiar todos nuestros valores —dijo la abuela con un tono decidido. ...
En la línea 1028
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —Hola, amigo Alexei Ivanovitch —dijo, saludándome con gravedad—. Excúsame por haberte molestado una vez más, perdona a una anciana. Lo he perdido todo allá abajo, cerca de cien mil rublos. Tenías mucha razón al no querer acompañarme ayer. Me encuentro ahora aquí sin recursos. No quiero perder un solo minuto y me voy a las nueve y media. He mandado a buscar a ese inglés amigo tuyo, Mr. Astley, para pedirle prestados tres mil francos por ocho días. Tranquilízale en caso de que tenga dudas. Tengo todavía algo, amigo mío. Poseo tres fincas y dos casas. Me queda dinero líquido, pues no lo traje todo conmigo. Digo esto para que no tenga recelos… ¡Ya está aquí! Bien se ve que es una buena persona. ...
En la línea 668
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Entraba por la tarde en las casas sin moradores, y subía furtivamente las escaleras. Un pobre diablo al volver a su chiribitil, veía que su puerta había sido abierta, algunas veces forzada en su ausencia. El pobre hombre se alarmaba y pensaba: 'Algún malhechor habrá entrado aquí'. Pero lo primero que veía era alguna moneda de oro olvidada sobre un mueble. El malhechor que había entrado era el señor Magdalena. ...
En la línea 474
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Artegui, sonriendo, la sostuvo mejor en el brazo, y diéronse a andar por Bayona tan cordiales como si en toda su vida otra cosa hubiesen hecho. La noche era digna del día: en el cielo de aterciopelado azul centelleaban claras y vivas las estrellas; el gas de las innumerables tiendas con que Bayona explota la vanidad de los españoles pudientes y trashumantes, ponía a las obscuras manzanas de casas un collar de luz, y en los escaparates se lucían, con todos los tonos de la escala cromática, telas ricas, porcelanas y bronces caprichosos, opulentas joyas. Caminaba la pareja silenciosa, a paso igual y rítmico, midiendo Artegui su andar largo y varonil por el paso más corto de Lucía. En las calles la gente circulaba de prisa, animada, como el que va a algo que le interesa: no con esa lentitud de los españoles que se pasean por tomar el aire y matar el tiempo. Ante los cafés, las mesas al aire libre tenían mucho parroquiano, porque la templada atmósfera lo consentía; y bajo la claridad fuerte de los reverberos bullían los mozos sirviendo cerveza, café o bavaresa de chocolate, y el humo de los cigarros, y el crujir de los periódicos que desdoblaban, y las conversaciones, y el sonido seco de las fichas del dominó dando contra el mármol, llenaban de vida aquel trozo de acera. De pronto Artegui, al volver una esquina, se metió en una tienda no muy ancha, cuyo escaparate ocupaban casi por entero dos luengos peinadores salpicados de cascadas de encaje y lazos de cinta azul el uno, rosa el otro. Dentro, era una exhibición de cuantos objetos componen el tocado íntimo del niño y la mujer. Las camisas presentaban coquetonamente el adornado escote, ocultando la lisa falda; los pantalones estiraban, simétricas y unidas, una y otra pierna; las chambras tendían los brazos, las batas inclinaban el cuerpo con graciosa laxitud. ...
En la línea 575
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Salió el carruaje veloz como un dardo, y Lucía cerró los ojos, gozando en no pensar, en sentir las rápidas caricias del viento, que echaba atrás las puntas de su corbata, los undívagos mechones de su cabellera. Pintoresco y ameno, el camino merecía, no obstante, una mirada. Eran cultivadas tierras, casas de placer con picudos techos, parques ingleses de fresco césped y menuda grama, amarillenta ya, como de otoño. Al divisar torcida vereda que, desviándose de la carretera, culebreaba por entre los sembrados, detuvo Artegui con un grito al cochero, y dio a Lucía la mano para que descendiese. Buscó el vasco el abrigo de unas tapias donde parar sin riesgo el sudoroso tronco, y Artegui y Lucía se internaron a pie siguiendo el senderito, ella delante, recobrada su alegría infantil, su gozar inocente en el cansancio del cuerpo. La cautivaba todo, las flores del trébol, que salpicaban de una lluvia de pintas carmesíes el verdinegro campo; las manzanillas tardías y los acianos pálidos en las lindes, las digitales que cogía risueña haciéndolas estallar con las dos manos, los rizados airones del apio, las acogolladas coles, puestas en fila, separada cada fila por un surco, semejante a una trinchera. La tierra, de puro labrada, abonada, removida, tenía no sé qué aspecto de decrepitud. Sus poderosos flancos parecían gemir, sudando una humedad viscosa y tibia, mientras en los linderos incultos, al borde del caminillo, quedaban aún rincones vírgenes, donde a placer crecían las bellas superfluidades campestres, las gramineas vaporosas, las florecillas multicolores, los agudos cardos. ...
En la línea 711
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Pocos días en Bayona bastaron para que Miranda se aliviase notablemente de la dolorosa luxación, y a que Pilar Gonzalvo y Lucía se conociesen y tratasen con cierta confianza. Pilar hacía rumbo, como Miranda, a Vichy; sólo que mientras Miranda quería que las aguas enseñasen a su hígado a elaborar el azúcar en justas y debidas proporciones para no dañar a la economía, la madrileñita iba a las saludables termas en demanda de partículas férreas que coloreasen su sangre y devolviesen el brillo a sus apagados ojos. Hambrienta como toda persona débil, como todo organismo pobre, de excitaciones, novedades y acontecimientos, divirtiole en extremo la relación nueva de Lucía, y las raras peripecias de su viaje, y el registro de sus galas de novia, que visitó sin perdonar una, examinando los encajes de cada chambra, los volantes de cada traje, las iniciales de cada pañuelo. Además, la simplicidad franca de la leonesa le brindaba campo virgen e inculto donde plantar todas las flores exóticas de la moda, todas las plantas ponzoñosas de la maledicencia elegante. Tenía Pilar, de edad entonces de veintitrés años, la malicia precoz que distingue a las señoritas que, con un pie en la aristocracia por sus relaciones y otro en la clase media por sus antecedentes, conocen todos los lados de la sociedad, y así averiguan quién da citas a los duques, como quién se cartea con la vecina del tercero. Pilar Gonzalvo era tolerada en las casas distinguidas de Madrid; ser tolerado es un matiz del trato social, y otro matiz ser admitido, como su hermano lo era: más allá del tolerar y del admitir queda aún otro matiz supremo, el festejar; pocos gozan del privilegio de que los festejen, reservado a las eminencias, que no se prodigan y se dejan ver únicamente de año en año, a los banqueros y magnates opulentos, que dan bailes, fiestas y misas del gallo con cena después, a las hermosuras durante un breve y deslumbrador período de plena florescencia, a los políticos que están en puerta como los naipes. Personas hay admitidas, que un día, de repente, se hallan festejadas por cualquier motivo, por un peinado nuevo, por un caballo que ganó en las carreras, por un escándalo que las gentes susurran bajito y piensan leer en el rostro del feliz mortal. De estos éxitos efímeros Perico Gonzalvo tuvo muchos: su hermana, ninguno, a despecho de reiterados esfuerzos para obtenerlos. Ni logró siquiera subir de tolerada a admitida. El mundo es ancho para los hombres, pero angosto, angosto para las mujeres. Siempre sintió Pilar la valla invisible que se elevaba entre ella y aquellas hijas de grandes de España, cuyos hermanos tan familiar e íntimamente frisaban con Perico. De aquí nació un rencor sordo, unido a no poca admiración y envidia, y se engendró la lenta irritación nerviosa que dio al traste con la salud de la madrileña. El paroxismo de un deseo no saciado, las ansias de la vanidad mal satisfecha, alteraron su temperamento, ya no muy sano y equilibrado antes. Tenía, como su hermano, tez de linfática blancura, encubriendo el afeite las muchas pecas: los ojos no grandes, pero garzos y expresivos, y rubio el cabello, que peinaba con arte. A la sazón, sus orejas parecían de cera, sus labios apenas cortaban, con una línea de rosa apagado, la amarillez de la barbilla, sus venas azuladas se señalaban bajo la piel, y sus encías, blanquecinas y flácidas, daban color de marfil antiguo a los ralos dientes. La primavera se había presentado para ella bajo malísimos auspicios; los conciertos de Cuaresma y los últimos bailes de Pascua, de los cuales no quiso perder uno, le costaron palpitaciones todas las noches, cansancio inexplicable en las piernas, perversiones extrañas del apetito: derivaba la anemia hacia la neurosis, y Pilar masticaba, a hurtadillas, raspaduras del pedestal de las estatuitas de barro que adornaban sus rinconeras y tocador. Sentía dolores intolerables en el epigastrio; pero por no romper el hilo de sus fiestas, calló como una muerta. Al cabo, hacia el estío, se resolvió a quejarse, pensando acertadamente que la enfermedad era pretexto oportuno para un veraneo conforme a los cánones del buen tono. Vivía Pilar con su padre y con una tía paterna; ni uno ni otro se resolvieron acompañarla; el padre, magistrado jubilado, por no dejar la Bolsa, donde a la chita callando realizaba sus jugaditas modestas y felices; la tía, viuda y muy dada a la devoción, por horror de los jolgorios que sin duda le preparaba su sobrina como método curativo. Recayó, pues, la comisión en Perico Gonzalvo, que, cargando con su hermana, hubo de llevársela al Sardinero, contando con que no faltarían amigas que allí le relevasen en su oficio de rodrigón. Así fue: sobraban en la playa familias conocidas que se encargaron de zarandear a Pilar, y de llevarla de zeca en meca. Mas desgraciadamente para Perico, los baños de mar, que al pronto aliviaron a su hermana, concluyeron, cuando abusó de ellos y quiso nadar y meterse en dibujos, por abrir brecha en su débil organismo, y comenzó a cansarse otra vez, a despertar bañada en sudor, a sentir desgano, al par que comía vorazmente raros manjares. Lo que más la asustó fue ver que se le caía el pelo a madejas. Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo: ...
En la línea 760
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Tenía el chalet los dos pisos de rigor; el entresuelo repartido en comedor, cocina, salita y un angosto recibimiento; el principal dedicado a dormitorios y cuartos de aseo. A la altura del principal corría una balconada, calada como finísimo encaje, que se repetía en el entresuelo, cubierta casi por las enredaderas. Delgada verja de hierro aislaba el chalet por la parte que daba a la vía pública, avenida plantada de árboles; por donde confinaba con otras casas y jardines, hacían el mismo oficio unas breves tapias. A la entrada de la verja, sobre sendas columnas de mármol gris, dos niños de bronce alzaban sus bracitos gordezuelos para sostener una bomba de cristal mate, que protegía un mechero de gas. Comprendíase a primera vista que el chalet, con sus delgadas paredes de madera, mal defendería a sus habitantes del frío del invierno y los calores del verano; pero en la estación de otoño, templada y benigna, aquella caprichosa construcción, orlada de franjas de menuda crestería, trabajada como un juguete de sobremesa, engalanada de fresca guirnalda de rosales, era el albergue más coquetón y donoso que puede imaginar la mente, el nido más adecuado para una pareja de enamoradas tórtolas. Yo siento tener que dar a tan lindos edificios, que en Vichy abundan, el nombre extranjerizo de chalet; pero ¿qué hacer si en castellano no hay vocablo correspondiente? Lo que aquí denominamos choza, cabaña o casa rústica, no significa en modo alguno lo que todo el mundo entiende por chalet, que es una concepción arquitectónica peculiar a los valles helvéticos, donde el arte, inspirándose en la Naturaleza, reprodujo las formas de los alerces y pinabetes, y los delicados arabescos del hielo y la escarcha, bien como los egipcios tomaron de la flor del loto los capiteles de sus pilones, En Vichy los chalets se construyen con el exclusivo objeto de alquilarlos amueblados a los extranjeros. La conserje del chalet se encarga del gobierno de casa, de la compra y aun de guisar: el conserje atiende a la limpieza, corta las ramas del jardinete, guía las enredaderas, barre las calles enarenadas, sirve a la mesa y abre la puerta. Instaláronse, pues, los Miranda y los Gonzalvo si más cuidado que el de entregar al conserje sus abrigos de viaje y sentarse en sus respectivos puestos en el comedor. ...
En la línea 691
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las doce y media el tren se detenía en la estación de Benarés. Las leyendas Brahamánicas afin nan que esta ciudad ocupa el sitio de la vetusta Casi, que estaba antiguamente suspendida en el espacio entre el cenit y el nadir, como la tumba de Mahoma. Pero en la época actual, más positiva, Benarés, la Atenas de la India, según los orientalistas, descansaba prosaicamente sobre el suelo, y Picaporte pudo por un momento entrever sus casas de ladrillo y sus chozas de cañizos, que le dan un aspecto absolutamente desairado sin color local alguno. ...
En la línea 710
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... El carruaje atravesó primeramente la ciudad 'negra' de calles estrechas formadas por unos casuchos donde pululaba una población cosmopolita, sucia y andrajosa, y luego pasó por la ciudad europea, embellecida con casas de ladrillos, adornada de palmeras, erizadas de arboladuras, y que, a pesar de la hora, temprana, estaba ya recorrida por elegantes jinetes y magníficos carruajes. ...
En la línea 1178
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se vio, al pronto, en una ciudad absolutamente europea, con casas de fachadas bajas, adornadas de cancelas, bajo las cuales se desarrollaban elegante peristilos, y que cubría con sus calles, sus plazas, sus docks, sus depósitos, todo el espacio comprendido desde el promontorio del tratado hasta el río. Allí, como en Hong Kong, como en Calcuta, hormigueaba una mezcla de gentes de toda casta, americanos, ingleses, chinos, holandeses, mercaderes dispuestos a comprarlo y a venderlo todo, y entre los cuales el francés era tan extranjero como si hubiese nacido en el país de los hotentotes. ...
En la línea 1183
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se detuvo paseando durante algunas horas entre aquella muchedumbre abigarrada, mirando también las curiosas y opulentas tiendas, los bazares en que se aglomeraba todo el oropel de la platería japonesa, los restaurantes, adornados con banderolas y banderas, en los cuales estaba prohibido entrar y esas casas de té, donde se bebe, a tazas llenas, el agua odorífera con el sakí, licor sacado del arroz fermentado, y esos confortables fumaderos, donde se aspira un tabaco muy fino, y no por el opio, cuyo uso es casi desconocido en el Japón. ...

El Español es una gran familia
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z
Reglas relacionadas con los errores de s;z
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.
Las Reglas Ortográficas de la Z
Se escribe z y no c delante de a, o y u.
Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.
Ejemplos: pedazo, terraza
Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.
Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez
La X y la S
Errores Ortográficos típicos con la palabra Casas
Cómo se escribe casas o cazaz?
Cómo se escribe casas o sasas?
Palabras parecidas a casas
La palabra hembra
La palabra adelante
La palabra entrar
La palabra despacho
La palabra clientes
La palabra servir
La palabra ocho
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