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La palabra saprishos
Cómo se escribe

Comó se escribe saprishos o caprichos?

Cual es errónea Caprichos o Saprishos?

La palabra correcta es Caprichos. Sin Embargo Saprishos se trata de un error ortográfico.

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Más información sobre la palabra Caprichos en internet

Caprichos en la RAE.
Caprichos en Word Reference.
Caprichos en la wikipedia.
Sinonimos de Caprichos.

Reglas relacionadas con los errores de c;s

Las Reglas Ortográficas de la S

Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz

Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad

Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa

Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso

Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima

Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.

Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.

Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.

Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras c;s


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece caprichos

La palabra caprichos puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1088
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El día anterior había reñido definitivamente con su prima. Estaba harto de sus caprichos y sus escándalos. Ahora sería hombre serio, para no dar disgustos a Pablo, que era como su padre. Pensaba dedicarse a la política; ser diputado. Otros de la tierra lo eran, sin otro mérito que una fortuna y un nacimiento iguales a los suyos. Además, contaba con el apoyo de los Padres de la Compañía, sus antiguos maestros, que no dejarían de felicitarse al verle en el hotel de su primo hecho un hombre serio, ocupándose en defender los sagrados intereses sociales. ...

En la línea 2865
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Tiene demasiado orgullo, demasiados caprichos; al cabo ha logrado convencerme para que lo traiga a Valladolid, y le he colocado a prueba en casa de un comerciante de la _Plaza_. ...

En la línea 6351
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Sus vecinos conocían sus caprichos de la mesa y la servían solícitos, con alardes de larga experiencia en aquellas combinaciones de aderezos avinagrados en que ayudaban al ama de la casa. ...

En la línea 8858
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Si Ana Ozores hubiera tenido un carácter dominante, don Víctor se hubiese visto en la triste condición de esclavo: por fortuna, la Regenta dejaba al buen esposo entregado a las veleidades de sus caprichos y se contentaba con negarle toda influencia sobre los propios gustos y aficiones. ...

En la línea 9055
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Más había; aquella señora que hablaba de grandes sacrificios, que pretendía vivir consagrada a la felicidad ajena, se negaba a violentar sus costumbres, saliendo de casa a menudo, pisando lodo, desafiando la lluvia; se negaba a madrugar mucho, y alegando como si se tratase de cosa santa, las exigencias de la salud, los caprichos de sus nervios. ...

En la línea 9280
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era un egoísta, no pensaba en su pobrecita mujer, sino en su comodidad, en sus caprichos. ...

En la línea 1068
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Debía dar tal muestra de gratitud a su eminencia, que estaba entre los demás invitados: uno de los muchos cardenales amigos suyos, a los que adoraba unas veces, no pudiendo vivir sin ellos, o repelía con momentánea indiferencia, según las fluctuaciones de su apasionada amistad, pues mostraba caprichos y veleidades de coqueta nerviosa en sus relaciones con el Sacro Colegio. ...

En la línea 1619
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Consideraba lógico que dos hombres quisieran matarse por aquella hermosa viuda, hacia la cual se volvía su recuerdo muchas veces. Todas las mujares de vida interesante que provocaban batallas entre los hombres o eran motivo de sus lágrimas, heroínas de teatro y de libro, le hacían pensa inmediatamente en la señora de Pineda. Era para él una concreción de cuantas aventuras y caprichos alegran la existencia humana y la amargan a un tiempo, embelleciendo su natural monotonía. El también, de no ser quien era, habría acabado por hacer locuras, lo mismo que estos jóvenes, que le inspiraban una envidia mansa. ...

En la línea 690
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Pero no necesito de largas reflexiones para dar por falsa la idea del ensueño. Había que aceptar todos los caprichos de una realidad que parecía complacerse en provocar su asombro, ofreciéndole maravillosas semejanzas. ...

En la línea 3272
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Estoy asombrada de la vuelta que le das a tus caprichos, y de lo bien que te las compones para hacer pasar por protección desinteresada lo que en realidad es amor que tenías o tienes a esa maldita. ...

En la línea 1700
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Sí, es un triste oficio, y tanto más cuanto que sólo sirve a satisfacer los caprichos de algunos. Pero, dígame, capitán, ¿qué cantidad de ostras puede pescar un barco al día? ...

En la línea 2107
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... -Lo que tengo que comunicarles es muy sencillo. Estamos en Europa, y antes de que los caprichos del capitán nos lleven al fondo de los mares polares o de nuevo a Oceanía, debemos abandonar el Nautilus. ...

En la línea 2640
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... En efecto, no tardaron en aparecer bloques mucho más considerables, cuyo brillo cambiaba según los caprichos de la bruma. Algunos de esos bloques mostraban vetas verdes, como si sus onduladas líneas hubiesen sido trazadas con sulfato de cobre. Otros, semejantes a enormes amatistas, se dejaban penetrar por la luz y la reverberaban sobre las mil facetas de sus cristales. Aquéllos, matizados con los vivos reflejos del calcáreo, hubieran bastado a la construcción de toda una ciudad de mármol. ...

En la línea 593
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Murió años ha. Era vascongado, emigrado carlista, hombre de grande energía, de muchos ánimos: internáronle en Francia, viose pobre y solo, trabajó como se había batido… como un león, hasta llegar a poder establecer una vasta agencia de comercio, enriquecerse, adquirir en París casa propia, y casarse con mi madre, que es de una familia distinguida de Bretaña, legitimista también. No tuvieron más hijo que yo: me adoraron, sin descuidar mi educación ni excederse en mimos y locuras; estudié, vi mundo; dije que quería viajar, y me abrió mi madre su bolsa anchamente; tuve, hombre ya, algún capricho, muchos caprichos, y se cumplieron. He visto los Estados Unidos y el Oriente, sin hablar de Europa; paso los inviernos en París, y los veranos suelo visitar España; mi salud es buena y no soy viejo. Ya ve usted que soy lo que suele la gente denominar… un mimado de la fortuna, un hombre feliz. ...

En la línea 824
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Tiene extravagancias y caprichos muy particulares… Hubo un tiempo en que se le antojó trabajar, y entró en una casa de comercio… Después estudió medicina y cirugía, y tengo entendido que deja tamañitos a Rubio y a Camisón… En Madrid se iba a los hospitales, por gusto, a estudiar… En la guerra hizo lo mismo. ¿Sabes tú dónde me lo encontraba yo a veces en Madrid? Pues en el Retiro, mirando al estanque grande fijamente… ¿Qué tienes, chica? ...

En la línea 864
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -¡Un hombre casado! -dijo Luisa Natal, que hacía excelente menaje con su marido, ciego cumplidor de todos los caprichos de su mitad. ...

En la línea 980
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... A la verdad, infundía tristeza en aquellos días de fin de Octubre, el aspecto de Vichy. No eran sino hojas caídas: el Parque, tan animado siempre, se veía solitario; sólo algunos agüistas tardíos, enfermos de veras, paseaban la acera de asfalto, henchida ayer del roce de ricos trajes y del rumor de alegres conversaciones. Nadie se cuidaba ya de recoger y barrer el amarillo tapiz del follaje, porque Vichy, tan peripuesto y adornado en la estación de aguas, se torna desastrado y desaliñado no bien le vuelven la espalda sus elegantes huéspedes de estío. Toda la villa semejaba una inmensa mudanza: de los chalets, desalquilados ya, desaparecían los adornos y balconadas, para evitar que los pudriesen las lluvias; en las calles se amontonaban la cal, el ladrillo para las obras de albañilería, que nadie osaba emprender en verano por no ensuciar las pulcras avenidas. Las tiendas de objetos de lujo iban cerrándose unas tras otras, y dueños y surtido tomaban el rumbo de Niza, Cannes o cualquiera estación invernal semejante. Algunas quedaban rezagadas todavía, y sus escaparates servían de entretenimiento a Lucía y Pilar, cuando esta última salía a sus despaciosos paseos. Entre ellas se señalaba un almacén de curiosidades, antigüedades y objetos de arte, situado casi frente a la famosa Ninfa, y, por consiguiente, a espaldas del Casino. Angosta en extremo la tienda, apenas podía encerrar el maremágnum de objetos apiñados en ella, que se desbordaban, hasta invadir la acera. Daba gusto revolver por aquellos rincones escudriñar aquí y acullá, hacer a cada instante descubrimientos nuevos y peregrinos. Los dueños del baratillo, ociosos casi todo el día, se prestaban a ello de buen grado. Erase una pareja; él, bohemio del Rastro, ojos soñolientos, raído levitín, corbata rota, semejante a una curiosidad más, a algún mueble usado y desvencijado; ella, rubia, flaca, ondulante, ágil como una zapaquilda de desván, al deslizarse entre los objetos preciosos amontonados hasta el techo. Miraban Lucía y Pilar muy entretenidas la heteróclita mescolanza. En el centro de la tienda se pavoneaba un soberbio velador de porcelana de Sévres y bronce dorado. El medallón principal ofrecía esmaltada, sobre un fondo de ese azul especial de la pasta tierna, la cara ancha, bonachona y tristota de Luis XVI; en torno, un círculo de medallones más chicos, presentaba las gentiles cabezas de las damas de la corte del rey guillotinado; unas empolvado el pelo, con grandes cestos de flores rematando el edificio colosal del peinado, otras con negras capuchas de encaje anudadas bajo la barbilla; todas impúdicamente descotadas, todas risueñas y compuestas, con fresquísima tez y labios de carmín. Si Lucía y Pilar estuviesen fuertes en Historia, ¡a cuánta meditación convidaba la vista de tanto ebúrneo cuello, ornado de collares de diamantes o de estrechas cintas de terciopelo, y probablemente segado más tarde por la cuchilla; ni más ni menos, que el pescuezo del rey que presidía melancólicamente aquella corte! La cerámica era el primor de la colección. Había cantidad de muñequitos de Sajonia, de colores suaves, puros y delicados, como las nubes que el alba pinta; rosados cupidillos, atravesando entre haces de flores azul celeste; pastoras blancas como la leche y rubias como unas candelas, apacentando corderillos atados con lazos carmesíes; zagales y zagalas que amorosamente se requestaban entre sotillos verdegay, sembrados de rosas; violinistas que empuñaban el arco remilgadamente, adelantando la pierna derecha para danzar un paso de minueto; ramilleteras que sonreían como papanatas, señalando hacia el canasto de flores que llevaban en el brazo izquierdo. Próximos a estos caprichos galantes y afeminados, los raros productos del arte asiático proyectaban sus siluetas extrañas y deformes, semejantes a ídolos de un bárbaro culto; por los panzudos tibores, cubiertos de una vegetación de hojas amarillas y flores moradas o color de fuego, cruzaban bandadas de pajarracos estrafalarios, o serpenteaban monstruosos reptiles; del fondo obscuro de los vasos tabicados surgían escenas fantásticas, ríos verdes corriendo sobre un lecho de ocre, kioscos de laca purpúrea con campanillas de oro, mandarines de hopalanda recta y charra, bigotes lacios y péndulos, ojos oblicuos y cabeza de calabacín. Las mayólicas y los platos de Palissy parecían trozos de un bajo fondo submarino, jirones de algún hondo arrecife, o del lecho viscoso de un río; allí entre las algas y fucus resbalaba la anguila reluciente y glutinosa, se abría la valva acanalada de la almeja, coleteaba el besugo plateado, enderezaba su cono de ágata el caracol, levantaba la rana sus ojos fríos, y corría de lado el tenazudo cangrejo, parecido a negro arañón. Había una fuente en que Galatea se recostaba sobre las olas, y sus corceles azules como el mar sacaban los pies palmeados, mientras algunos tritones soplaban, hinchados los carrillos, en la retuerta bocina. Amén de las porcelanas, había piezas de argentería antigua y pesada, de esas que se legan de padres a hijos en los honrados hogares de provincia: monumentales salvillas, anchas bandejas, soperones rematados en macizas alcachofas; había cofres de madera embutidos de nácar y marfil, arquillas de hierro labradas como una filigrana, tanques de loza con aro de metal, de formas patriarcales, que recordaban los bebedores de cerveza que inmortalizó el arte flamenco. Pilar se embobaba especialmente con las copas de ágata que servían de joyeros, con las alhajas de distintas épocas, entre las cuales había desde el amuleto de la dama romana hasta el collar, de pedrería contrahecha y finos esmaltes, de la época de María Antonieta; pero Lucía se enamoró sobre todo de los objetos de iglesia, que despertaban el sentimiento religioso, tan hecho para conmover su alma sincera y vehemente. Dos Apóstoles, alzado el dedo al cielo en grave actitud se destacaban, fileteados de latón los contornos, sobre dos cristales de colores, arrancados sin duda de la ojiva de algún desmantelado monasterio. En un tríptico de rancio y acaramelado marfil, aparecía Eva, magra y desnuda, ofreciendo a Adán la manzana funesta, y la Virgen, en los misterios de su Anunciación y Ascensión; todo trabajado incorrectamente, con ese candor divino del primitivo arte hierático, de los siglos de fe. A despecho de la rudeza del diseño, gustaba a Lucía la figura de la Virgen, la modestia de sus ojos bajos, la mística idealidad de su actitud. Si poseyese una cantidad crecida de dinero, a buen seguro que la daría por un Cristo que andaba confundido entre otras curiosidades, en el baratillo. Era de marfil también, y todo de una pieza, menos los brazos; y clavado en rica cruz de concha, agonizaba con dolorosa verdad, encogidos músculos y nervios en una contracción suprema. Tres clavos de diamante trucidaban sus manos y pies. Lucía le rezaba todos los días un padrenuestro, y aun solía besar sus rodillas, cuando no la miraba nadie. ...


la Ortografía es divertida

Errores Ortográficos típicos con la palabra Caprichos

Cómo se escribe caprichos o caprrichos?
Cómo se escribe caprichos o caprichoz?
Cómo se escribe caprichos o saprishos?
Cómo se escribe caprichos o capricos?

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La palabra declarando
La palabra arreglado
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