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La palabra canbiaba
Cómo se escribe

Comó se escribe canbiaba o cambiaba?

Cual es errónea Cambiaba o Canbiaba?

La palabra correcta es Cambiaba. Sin Embargo Canbiaba se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino canbiaba es que hay un Intercambio de las letras m;n con respecto la palabra correcta la palabra cambiaba

Más información sobre la palabra Cambiaba en internet

Cambiaba en la RAE.
Cambiaba en Word Reference.
Cambiaba en la wikipedia.
Sinonimos de Cambiaba.

Errores Ortográficos típicos con la palabra Cambiaba

Cómo se escribe cambiaba o canbiaba?
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Reglas relacionadas con los errores de m;n

Las Reglas Ortográficas de la M:

Antes de p y b se escribe m, siempre que tengamos un sonido nasal.
Ejemplos: siempre, también.

Se escribe m antes de n.
Ejemplos: omnipotente, solemnidad, gimnástica.
Excepciones: Las palabras que comienzan con n y tienen prefijos que terminan en n, como: con, en, in. Ejemplos: connotable, ennoblecer, innombrable, sinnúmero, perenne.

Las Reglas Ortográficas de la N:

Se escribe n al inicio de palabras como: trans-, cons-, circuns-, circun-, ins-.
Ejemplos: transcribir, constante, circunstancial, instrumento.

Se escribe n antes de v.
Ejemplos: invento, envidia, invocar.

Nunca debe ir n al final de los verbos reflexivos cuando están conjugados en la forma ustedes del Modo Imperativo.
Ejemplos:
levántensen cámbiese por: levántense.
siéntensen cámbiese por: siéntense.


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras m;n

Algunas Frases de libros en las que aparece cambiaba

La palabra cambiaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1198
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sí, volvería a verla; él lo afirmaba con solemne gravedad. Es más; estaría en contacto a todas horas con algo que habría formado parte de su ser. Todo lo que existía quedábase en el mundo; sólo cambiaba de forma; ni un átomo llegaba a perderse. Vivíamos rodeados de lo que había sido el pasado y de lo que sería el porvenir. Los restos de los que amábamos y los componentes de los que a su vez nos habían de amar, flotaban en torno nuestro, manteniendo nuestra vida. ...

En la línea 11737
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... y de repente, cambiaba de aire y gritaba: La casa del señor cura nunca la vi como ahora. ...

En la línea 1021
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... —Aseguran que el rey cambiaba casi todos los días de amante—dijo Borja, sonriendo—, y su expedición duró once meses. Calcule usted, don Manuel, cuántos serían los retratos de las damas. ...

En la línea 3145
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Decidieron por fin establecerse en el Siglo de la calle Mayor, donde se encontraron bastantes personas conocidas. Rubín necesitaba algunos días para la aclimatación en nuevo local. Al principio cambiaba frecuentemente de mesa, bien porque el sitio era expuesto a las corrientes de aire, bien por ciertas vecindades un poco molestas. Una de las primeras noches, cuando aún no habían llegado los amigos, Rubín estaba solo en la mesa, y ponía su atención en dos grupos inmediatos a él. En ambos era vivo y animado el diálogo. En el de la derecha decían: «Hoy he hecho yo unas cincuenta arrobas a veinticinco reales. Pero está la plaza perdida. Los paletos van aprendiendo mucho. Hoy han dicho que no traen más escarola si no se la ponemos a diez». En el grupo de la izquierda, compuesto de tres individuos, oyó Rubín lo siguiente: «Te aseguro que yo admito la metempsícosis, según la entendían los egipcios y los caldeos». Comprendió Rubín que los de la derecha eran asentadores de víveres y los de la izquierda filósofos de café. En el del Siglo había una gran reunión de espiritistas, a la que concurría por aquella fecha Federico Ruiz. Viole Rubín, y se acercó a la tertulia, teniendo el gusto de discutir con los individuos más entusiastas de aquella secta. Entendía Juan Pablo que esto de ir corriéndola de mundo en mundo después que uno se muere es muy aceptable; pero lo del periespíritu no lo tragaba, ni la guasa de que vengan Sócrates y Cervantes a ponerse de cháchara con nosotros cuando nos place. Vamos; esto es para bobos. Uno de los más chiflados de la escuela se esforzaba en convencer a Rubín, tomando ese tonillo de unción y ese amaneramiento de cuello torcido y ojos bajos en que cae todo propagandista de doctrina religiosa, cualquiera que sea. Feijoo aparentaba creer, por darles cuerda y oírles desatinar. A aquel círculo iba Federico Ruiz siempre con prisa y con el tiempo tasado, porque a tal hora tenía que asistir a una junta para tratar de la erección del monumento a Jovellanos; después a otra para ocuparse del banquete que se había de dar a los pescadores de provincias que vendrían al Congreso de piscicultura. Hombre más atareado no se vio jamás en nuestro país, y como tenía tantas cosas en el caletre, para no olvidar muchas de ellas se veía obligado a apuntárselas con lápiz en los puños de la camisa. Cuando no tenía que ir a la Sociedad Económica a defender su voto particular como individuo de la comisión informadora de reformas sociales, iba al Fomento de las Ciencias a dar su conferencia sobre la utilidad de elevar a estudio serio el arte de la panificación. Entre col y col, Ruiz pasaba un rato con sus amigos los espiritistas, y les alentaba a organizarse, a establecerse, a alquilar un local, y sobre todo a fundar un órgano en la prensa. Nada adelantarían sin órgano. ...

En la línea 4519
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Relevado por su regente de la obligación de trabajar, Rubín se fue al laboratorio, y tomando de debajo de la silla un librote, se puso a leer. Profundísima tristeza se revelaba en su rostro enjuto y granuloso. Caía en la lectura como en una cisterna; tan abstraído estaba y tan apartado de todo lo que no fuera el torbellino de letras en que nadaban sus ojos y con sus ojos su espíritu. Tomaba extrañas e increíbles posturas. A veces las piernas en cruz subían por un tablero próximo hasta mucho más arriba de donde estaba la cabeza; a veces una de ellas se metía dentro de la estantería baja por entre dos garrafas de drogas. En los dobleces del cuerpo, las rodillas juntábanse a ratos con el pecho, y una de las manos servía de almohada a la nuca. Ya se apoyaba en la mesa sobre el codo izquierdo, ya el sobaco derecho montaba sobre el respaldo de la silla, como si esta fuera una muleta, ya en fin, las piernas se extendían sobre la mesa cual si fueran brazos. La silla, sustentada en las patas de atrás, anunciaba con lastimeros crujidos sus intenciones de deshacerse; y en tanto el libro cambiaba de disposición con aquellos extravagantes escorzos del cuerpo del lector. Tan pronto aparecía por arriba, sostenido en una sola mano, como agarrado con las dos, más abajo de donde estaban las rodillas; ya se le veía abierto con las hojas al viento como si quisiera volar, ya doblado violentamente a riesgo de desencuadernarse. Lo que nunca variaba ni disminuía era la atención del lector, siempre intensa y fija al través de todos los sacudimientos de la materia muscular, como el principio que sobrevive a las revoluciones. ...

En la línea 1315
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Intenté hablarle de sus hijos, pero él se zafaba y cambiaba rápidamente de conversación: “Sí, sí, los niños, tiene usted razón, los niños.” Una vez tan sólo, un día que fuimos al teatro, exteriorizó cierta emoción. ...

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