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La palabra hasiento
Cómo se escribe

Comó se escribe hasiento o asiento?

Cual es errónea Asiento o Hasiento?

La palabra correcta es Asiento. Sin Embargo Hasiento se trata de un error ortográfico.

La falta ortográfica detectada en la palabra hasiento es que se ha eliminado o se ha añadido la letra h a la palabra asiento

Reglas relacionadas con los errores de h

Las Reglas Ortográficas de la H

Regla 1 de la H Se escribe con h todos los tiempos de los verbos que la llevan en sus infinitivos. Observa estas formas verbales: has, hay, habría, hubiera, han, he (el verbo haber), haces, hago, hace (del verbo hacer), hablar, hablemos (del verbo hablar).

Regla 2 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan con la sílaba hum- seguida de vocal. Observa estas palabras: humanos, humano.

Se escriben con h las palabras que empiezan por hue-. Por ejemplo: huevo, hueco.

Regla 3 de la H Se escriben con h las palabra que empiezan por hidro- `agua', hiper- `superioridad', o `exceso', hipo `debajo de' o `escasez de'. Por ejemplo: hidrografía, hipertensión, hipotensión.

Regla 4 de la H Se escriben con h las palabras que empiezan por hecto- `ciento', hepta- `siete', hexa- `seis', hemi- `medio', homo- `igual', hemat- `sangre', que a veces adopta las formas hem-, hemo-, y hema-, helio-`sol'. Por ejemplo: hectómetro, heptasílaba, hexámetro, hemisferio, homónimo, hemorragia, helioscopio.

Regla 5 de la H Los derivados de palabras que llevan h también se escriben con dicha letra.

Por ejemplo: habilidad, habilitado e inhábil (derivados de hábil).

Excepciones: - óvulo, ovario, oval... (de huevo)

- oquedad (de hueco)

- orfandad, orfanato (de huérfano)

- osario, óseo, osificar, osamenta (de hueso)


Mira que burrada ortográfica hemos encontrado con la letra h


El Español es una gran familia

Algunas Frases de libros en las que aparece asiento

La palabra asiento puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 716
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Sin abandonar su asiento, los jueces juntaban sus cabezas como cabras juguetonas, cuchicheaban sordamente algunos segundos, y el más viejo, con voz reposada y solemne, pronunciaba la sentencia, marcando las multas en libras y sueldos, como si la moneda no hubiese sufrido ninguna transformación y aún fuese a pasar por el centro de la plaza el majestuoso justicia, gobernador popular de la Valencia antigua, con su gramalla roja y su hierática escolta de caballeros de la pluma. ...

En la línea 1416
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Un par de sillones con asiento de esparto y brazos pulidos por el uso, un anafe en el que hervía el puchero del agua, los paños de dudoso color y unas navajas melladas, que arañaban el duro cutis de los parroquianos con rascones espeluznantes, constituían toda la fortuna de estos establecimientos al aire libre. ...

En la línea 1775
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... El maestro, que lucía su casaquilla verdosa de los días de gran ceremonia y su corbata de mayor tamaño, tomó asiento fuera, al lado del padre. ...

En la línea 2119
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Como animado por tal agresión, todo el corro se lanzó contra el odiado intruso; pero encima de la línea de cabezas empezó a moverse un brazo nervudo empuñando un taburete con asiento de esparto, el mismo, tal vez, en que estuvo hasta poco antes Pimentó. ...

En la línea 1023
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Callaba asombrado por lo extraordinario de la aventura, cohibido por su respeto a las jerarquías sociales. ¡La hija del marqués de San Dionisio! Esto es lo que le hacía permanecer en su asiento, defendiéndose con debilidad de una hembra, a la que podía repeler con sólo el impulso de una de sus manazas. Por fin, tuvo que hablar: --¡Déjeme su mercé, señorita!... ¡Doña Lola... que no pué ser! Viéndole ella encogerse con una pudibundez de doncella, prorrumpió en insultos. ¡Ya no era el mozo arrogante de otros tiempos, cuando hacía el contrabando y andaba por los colmados de Jerez con toda clase de mujeres! La tal María de la Luz le tenía embrujado. ¡Una gran virtud, que vivía en una viña, rodeada de hombres!... ...

En la línea 1381
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Luis no estaba menos turbado que su pareja. Respiraba sofocado por el peso de la moza. Estremecíase con el contacto fresco y suave de sus brazos, con el perfume de hermosura sana, que parecía surgir en chorro voluptuoso del escote de su pecho. El soplo de sus labios le erizaba la epidermis del cuello, esparciendo un estremecimiento por todo su cuerpo... Cuando, abrumado por el cansancio, volvió a Mariquita a su asiento, la muchacha quedó tambaleando, pálida, con los ojos cerrados. ...

En la línea 1590
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Don Pablo, al dejar el teléfono, saludó a Fermín, impidiéndole con un ademán que abandonase su asiento. ...

En la línea 1606
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... --¡En Marchamalo tales abominaciones!--exclamó, saltando de su asiento.--¡La torre de los Dupont, mi casa, a la que llevo mi familia muchas veces, convertida en un antro del vicio! ¡El demonio de la impureza haciendo de las suyas a dos pasos de la capilla, de la casa de Dios, donde sacerdotes sabios han dicho las cosas más hermosas del mundo!... ...

En la línea 7164
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... El rey, como hemos dicho, debía seguirlo tan pronto como hubiera terminado la solemne sesión real pero al levantarse de aquel asiento real, el 28 de junio se había sentido afiebrado; habría querido partir igualmente pero al empeorar su estado se vio obligado a detenerse en Villeroi. ...

En la línea 8538
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Capítulo LCharla de un hermano con su hermanaDurante el tiempo que lord de Winter tardó en cerrar la puerta, en echar un cerrojo y acercar un asiento al sillón de su cuñada Milady, pensativa, hundió su mirada en las profundidades de la posibilidad, y descubrió toda la trama que ni siquiera había podido entrever mientras ignoró en qué manos había caído. ...

En la línea 765
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Vaciló un instante y nos mandó entrar, llevándonos a un lóbrego vestíbulo de piedra, donde nos dejó después de invitarnos a tomar asiento. ...

En la línea 974
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Sacudida por los terremotos, la piedra del remate no se ha caído; oleadas de lluvia la han inundado sin conseguir barrerla de su asiento; el candente sol reverbera en su superficie sin agrietarla ni desmenuzarla; y el tiempo, antiquísimo, implacable, ha desgastado contra ella su férreo diente, con tan escaso efecto como pueden observar cuantos la visiten. ...

En la línea 1043
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Clavado en su asiento, desvariaba y gesticulaba, retorciendo su ruda fisonomía en espantables contorsiones. ...

En la línea 3818
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... EL DESCONOCIDO.—¿Puedo tomar asiento? YO.—Singular pregunta. ...

En la línea 1561
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... En llegando a él se tendió en el suelo, encima de la yerba, y los demás hicieron lo mismo; y todo esto sin que ninguno hablase, hasta que el Roto, después de haberse acomodado en su asiento, dijo: -Si gustáis, señores, que os diga en breves razones la inmensidad de mis desventuras, habéisme de prometer de que con ninguna pregunta, ni otra cosa, no interromperéis el hilo de mi triste historia; porque en el punto que lo hagáis, en ése se quedará lo que fuere contando. ...

En la línea 1983
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y, tornándole a hacer nuevos ofrecimientos y nuevos ruegos para que lo prometido cumpliese, ella, sin hacerse más de rogar, calzándose con toda honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una piedra, y, puestos los tres alrededor della, haciéndose fuerza por detener algunas lágrimas que a los ojos se le venían, con voz reposada y clara, comenzó la historia de su vida desta manera: -«En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, que le hace uno de los que llaman grandes en España. ...

En la línea 2517
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y cuando el sol, de su estrellado asiento, derechos rayos a la tierra envía, el llanto crece y doblo los gemidos. ...

En la línea 2837
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Llegada, pues, la hora, sentáronse todos a una larga mesa, como de tinelo, porque no la había redonda ni cuadrada en la venta, y dieron la cabecera y principal asiento, puesto que él lo rehusaba, a don Quijote, el cual quiso que estuviese a su lado la señora Micomicona, pues él era su aguardador. ...

En la línea 6345
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Cuando el amo de la casa volvió a su asiento, estaba un poco pálido y sudaba. ...

En la línea 7120
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... El Magistral ocupó su asiento enfrente de doña Paula, que se sirvió en silencio. ...

En la línea 7929
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Don Fermín se revolvía en la silla de coro, cuyo asiento duro se le antojaba lleno de brasas y de espinas. ...

En la línea 7931
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... ? Y poniéndose colorado como una amapola en la penumbra de su asiento, que estaba en un rincón del coro alto, pensaba: ¿seré yo? Entonces le zumbaban los oídos, y ya no oía las voces graves del sochantre y de los salmistas, ni el rum rum del hebdomadario, que allá abajo gruñía recitando de mala gana los latines de Prima. ...

En la línea 330
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tomando asiento en el mismo lugar del jardín donde habían conversado días antes, siguió el canónigo su relato, sólo interrumpido de tarde en tarde por las preguntas curiosas de Claudio. ...

En la línea 489
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Creyendo conocerlo en su justo valor, dejaba sin eco las burlas de muchos que acudían a sus fiestas y tomaban asiento a su mesa, para ridiculizar luego su fervorosa actividad literaria. Guardaba, con las páginas sin cortar, todos los libros impresos en grueso papel que le había regalado Enciso, con pomposas dedicatorias, llamándole eminentísimo poeta. No le interesaba conocer por segunda vez particularidades del Renacimiento italiano leídas en su adolescencia; pero declaraba sinceramente a este diplomático gratuito, ansioso de honores, una excelente persona, amable, tolerante, con afición al estudio y gran respeto a la inteligencia ajena, condiciones que lo colocaban por encima de la mayor parte de sus amigos y parásitos, vulgares de gustos, cobardes ante la novedad, con un pensamiento rutinario. ...

En la línea 724
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La concurrencia a su mesa y sus salones resultaba algo heterogénea. Al lado de los cardenales tomaban asiento gentes de vida aventurera, pero de nombre célebre: aristócratas arruinados y sospechosos, artistas cuyas costumbres eran contadas al oído con guiños de ojo y rubores. ...

En la línea 1596
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y le ofreció un brazo, lo mismo que si hubiesen terminado un bailé y la volviera a su asiento. ...

En la línea 289
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Deseoso de pasar inadvertido, subió a los pisos superiores con la esperanza de encontrar un asiento en las galerías que daban al patio, y estaban ocupadas esta mañana por las esposas y las hijas de todos los personajes de la República. ...

En la línea 290
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Su galantería de mujer bien educada le obligó a permanecer de pie, para no privar de asiento a los seres débiles y masculinos de larga túnica y amplio manto que habían venido a presenciar la fiesta. La gloria del profesor iba acompañada de una nueva visión de la existencia. Nunca le había parecido la vida tan hermosa y atrayente. Todas aquellas matronas de barba canosa y brazos algo velludos, graves y señoriles, con la majestad de la madre de familia, no podían conocerle por la razón de que él había rehuido hasta entonces las dulzuras y placeres de la vida social. Nadie podía adivinar en su persona al célebre profesor Flimnap, tan alabado por todos los periódicos. Después hizo memoria de que en la misma mañana los diarios más importantes habían publicado su retrato, y procuro ocultar el rostro cada vez que un hombre se echaba atrás el velo para mirarle con vaga curiosidad. ...

En la línea 546
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La muchedumbre pretendió imitar su voz, lanzando varios rugidos acompañados de risas. El bondadoso traductor permanecía invisible. Gillespie, irritado por esta ausencia, empezó a agitarse con una nerviosidad amenazante para los pigmeos que se hallaban cerca de el. De pronto se tranquilizó al ver que un hombre de larga túnica y envuelto en velos, que había permanecido hasta entonces inmóvil en la puerta de la Galería, se aproximaba a su asiento. Cuatro esclavos le seguían, llevando a hombros una larga escala de madera. La aplicaron a una rodilla del gigante, y el hombre subió sus peldaños con agilidad, a pesar de las embarazosas vestiduras, procurando que los velos conservasen oculto su rostro. ...

En la línea 624
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Le tembló la mano a causa de tales emociones, y Ra-Ra tuvo que apretar sus piernas sobre el dedo que le servía de asiento y agarrarse a el para no caer. ...

En la línea 599
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Una noche fue al teatro Real de muy mala gana. Había estado todo el día y la noche anterior en casa de Candelaria que tenía enferma a la niña pequeña. Mal humorada y soñolienta, deseaba que la ópera se acabase pronto; pero desgraciadamente la obra, como de Wagner, era muy larga, música excelente según Juan y todas las personas de gusto, pero que a ella no le hacía maldita gracia. No lo entendía, vamos. Para ella no había más música que la italiana, mientras más clarita y más de organillo mejor. Puso su muestrario en primera fila, y se colocó en la última silla de atrás. Las tres pollas, Barbarita II, Isabel y Andrea, estaban muy gozosas, sintiéndose flechadas por mozalbetes del paraíso y de palcos por asiento. También de butacas venía algún anteojazo bueno. Doña Bárbara no estaba. Al llegar al cuarto acto, Jacinta sintió aburrimiento. Miraba mucho al palco de su marido y no le veía. ¿En dónde estaba? Pensando en esto, hizo una cortesía de respeto al gran Wagner, inclinando suavemente la graciosa cabeza sobre el pecho. Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables. La impresión que estos letargos dejan suele ser más honda que la que nos queda de muchos fenómenos externos y apreciados por los sentidos. Hallábase Jacinta en un sitio que era su casa y no era su casa… Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino… Estaba sentada en un puff y por las rodillas se le subía un muchacho lindísimo, que primero le cogía la cara, después le metía la mano en el pecho. «Quita, quita… eso es caca… ¡qué asco!… cosa fea, es para el gato… ». Pero el muchacho no se daba a partido. No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria… «No, no, eso no… quita… caca… ». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno. Viendo que nada conseguía, se puso serio, tan extraordinariamente serio que parecía un hombre. La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe. Adán, echado del paraíso, no miraría de otro modo el bien que perdía. Jacinta quería reírse; pero no podía porque el pequeño le clavaba su inflamado mirar en el alma. Pasaba mucho tiempo así, el niño-hombre mirando a su madre, y derritiendo lentamente la entereza de ella con el rayo de sus ojos. Jacinta sentía que se le desgajaba algo en sus entrañas. Sin saber lo que hacía soltó un botón… Luego otro. Pero la cara del chico no perdía su seriedad. La madre se alarmaba y… fuera el tercer botón… Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible… El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil… Ni por esas… La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa. Jacinta, al fin, metió la mano en su seno, sacó lo que el muchacho deseaba, y le miró segura de que se desenojaría cuando viera una cosa tan rica y tan bonita… Nada; cogió entonces la cabeza del muchacho, la atrajo a sí, y que quieras que no le metió en la boca… Pero la boca era insensible, y los labios no se movían. Toda la cara parecía de una estatua. El contacto que Jacinta sintió en parte tan delicada de su epidermis, era el roce espeluznante del yeso, roce de superficie áspera y polvorosa. El estremecimiento que aquel contacto le produjo dejola por un rato atónita, después abrió los ojos, y se hizo cargo de que estaban allí sus hermanas; vio los cortinones pintados de la boca del teatro, la apretada concurrencia de los costados del paraíso. Tardó un rato en darse cuenta de dónde estaba y de los disparates que había soñado, y se echó mano al pecho con un movimiento de pudor y miedo. Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar. Estaba el hombre en un puro éxtasis. Otros melómanos furiosos vio la dama en el palco; pero ya había concluido el cuarto acto y Juan no parecía. ...

En la línea 647
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... —Que entre, que entre al instante —ordenó Santa Cruz, saltando en su asiento—. Es el loco más divertido que puedes imaginar. Verás cómo nos reímos… Cuando nos cansemos de oírle, le echamos. ¡Tipo más célebre… ! Le vi hace días en casa de Pez, y nos hizo morir de risa. ...

En la línea 690
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Dijo esta palabra con un alarido espantoso, levantándose del asiento y extendiendo ambos brazos como suelen hacer los bajos de ópera cuando echan una maldición. Jacinta se llevó las manos a la cabeza. Ya no podía resistir más aquel desagradable espectáculo. Llamó al criado para que acompañara al desventurado corredor de obras literarias. Pero Juan, queriendo divertirse más, procuraba calmarle. ...

En la línea 905
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Por fin no pudo resistir; colose dentro del ventorrillo, y tomando asiento junto a una de aquellas despintadas mesas, empezó a palmotear para que viniera el mozo, que era el mismo Tartera, un hombre gordísimo, con chaleco de Bayona y mandil de lanilla verde rayado de negro. No lejos de donde estaba Ido había un rescoldo dentro de enorme braserón, y encima una parrilla casi tan grande como la reja de una ventana. Allí se asaban las chuletas de ternera, que con la chamusquina en tan viva lumbre, despedían un olor apetitoso. «Chuletas» dijo D. José, y a punto vio entrar a un amigo, el cual le había visto a él y por eso sin duda entraba. ...

En la línea 388
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Y mientras Tom, en su elevado asiento, observaba esta 'desatinada' danza, absorto en su admiración de la deslumbradora mezcla de colores caleidoscópicos que ofrecía el arremolinado torbellino de vistosas figuras, el andrajoso pero verdadero Príncipe de Gales proclamaba sus derechos y sus agravios, denunciando al impostor y clamando entrada ¡a las puertas del Ayuntamiento! La muchedumbre gozaba extraordinariamente con el episodio y se abalanzaba desnucándose para ver al pequeño alborotador. Pronto empezaron a burlarse y a mofarse de él con el propósito de incitarlo a más y mayor divertida furia. Lágrimas de tristeza le saltaron a los ojos pero se contuvo y retó a la turba regiamente. Siguieron otras burlas, nuevas mofas lo punzaron, y exclamó: ...

En la línea 1364
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Las horas pasan lentas, tediosamente. Toda agitación ha cesado por un rato porque hace mucho que las galerías están ya atestadas. Ahora podemos sentarnos, y mirar y pensar a nuestro gusto. Aquí, allá y acullá, en la vaga media luz de la catedral, podemos divisar parte de muchas galerías y balcones, porque el resto nos lo ocultan a la vista las columnas y salientes arquitectónicos que se interponen. Tenemos a la vista todo el gran crucero, vacío, esperando a los privilegiados de Inglaterra. Vemos también el área amplia de la plataforma, cubierta de rica alfombra, en que se alza el trono. El trono ocupa el centro de la plataforma, y se levanta de ella sobre cuatro escalones. En el asiento del trono está encajada una piedra plana y tosca, la Piedra de Scone, en que muchas generaciones de reyes escoceses se han sentado para ser coronados, por lo cual con el tiempo llegó a ser lo bastante sagrada para servir al mismo fina los monarcas ingleses. Tanto el trono como su escabel están cubiertos con brocado de oro. ...

En la línea 386
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Augusto temblaba y sentíase como en un potro de suplicio en su asiento; entrábanle furiosas ganas de levantarse de él, pasearse por la sala aquella, dar manotadas al aire, gritar, hacer locuras de circo, olvidarse de que existía. Ni doña Ermelinda, la tía de Eugenia, ni don Fermín, su marido, el anarquista teórico y místico, lograban traerle a la realidad. ...

En la línea 401
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Oyóse un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah! breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba. Y sólo al oír que doña Ermelinda empezaba a decir a su sobrina: «Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez… » , volvió en sí y se puso en pie procurando sonreír. ...

En la línea 1251
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Cuando llegó aquel día a la tranquila plaza y se sentó en el banco, no sin antes haber despejado su asiento de las hojas secas que lo cubrían –pues era otoño–, jugaban allí cerca, como de ordinario, unos chiquillos. Y uno de ellos, poniéndole a otro junto al tronco de uno de los castaños de Indias, bien arrimadito a él, le decía: «Tú estabas ahí preso, te tenían unos ladrones … » «Es que yo … », empezó malhumorado el otro, y el primero le replicó: «No, tú no eras tú… » Augusto no quiso oír más; levantóse y se fue a otro banco. Y se dijo: «Así jugamos también los mayores; ¡tú no eres tú!, ¡yo no soy yo! Y estos pobres árboles, ¿son ellos? Se les cae la hoja antes, mucho antes que a sus hermanos del monte, y se quedan en esqueleto, y estos esqueletos proyectan su recortada sombra sobre los empedrados al resplandor de los reverberos de luz eléctrica. ¡Un árbol iluminado por la luz eléctrica!, ¡qué extraña, qué fantástica apariencia la de su copa en primavera cuando el arco voltaico ese le da aquella apariencia metálica!, ¡y aquí que las brisas no los mecen … ! ¡Pobres árboles que no pueden gozar de una de esas negras noches del campo, de esas noches sin luna, con su manto de estrellas palpitantes! Parece que al plantar a cada uno de estos árboles en este sitio les ha dicho el hombre: “¡tú no eres tú!” y para que no lo olviden le han dado esa iluminación nocturna por luz eléctrica… para que no se duerman… ¡pobres árboles trasnochadores! ¡No, no, conmigo no se juega como con vosotros! » ...

En la línea 2100
del libro Niebla
del afamado autor Miguel De Unamuno
... Aquella misma noche se partió Augusto de esta ciudad de Salamanca adonde vino a verme. Fuese con la sentencia de muerte sobre el corazón y convencido de que no le sería ya hacedero, aunque lo intentara, suicidarse. El pobrecillo, recordando mi sentencia, procuraba alargar lo más posible su vuelta a su casa, pero una misteriosa atracción, un impulso íntimo le arrastraba a ella. Su viaje fue lamentable. Iba en el tren contando los minutos, pero contándolos al pie de la letra: uno, dos, tres, cuatro… Todas sus desventuras, todo el triste ensueño de sus amores con Eugenia y con Rosario, toda la historia tragicómica de su frustrado casamiento habíanse borrado de su memoria o habíanse más bien fundido en una niebla. Apenas si sentía el contacto del asiento sobre que descansaba ni el peso de su propio cuerpo. «¿Será verdad que no existo realmente? —se decía— ¿tendrá razón este hombre al decir que no soy más que un producto de su fantasía, un puro ente de ficción?» ...

En la línea 1239
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El extraño caballero, con aire de autoridad indiscutible y en apariencia conocedor de algo secreto acerca de cada uno de nosotros, algo que aniquilaría a cada uno si se decidía a revelarlo, dejó el respaldo de su asiento y se situó entre los dos bancos, frente al fuego, en donde permaneció en pie. Se metió la mano izquierda en el bolsillo, en tanto que continuaba mordiendo el índice de la derecha. ...

En la línea 1247
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Observando que no podia vernos muy bien desde donde estaba sentado, se levantó, pasó una pierna por encima del respaldo de la silla y se apoyó en ella, de manera que tenía un pie en el suelo y el otro sobre el asiento de la silla. ...

En la línea 1367
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Se notó un cambio en el señor Trabb. Olvidó la manteca y las rebanadas del bollo, se levantó del asiento que ocupaba al lado de la cama y se limpió los dedos en el mantel, exclamando: ...

En la línea 1380
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Después de tan memorable acontecimiento fui a casa del sombrerero, del zapatero y del vendedor de géneros de punto, extrañado de que mi equipo requiriese los servicios de tantas profesiones. También fui a la cochera y tome un asiento para las siete de la mañana del sábado. No era ya necesario explicar por doquier el cambio de mi situación; pero cuando hacía alguna alusión a ello, la consecuencia era que el menestral que estaba conmigo dejaba de fijar su atención a través de la ventana de la calle alta, para concentrar su mente en mí. Cuando hube pedido todo lo que necesitaba, dirigí mis pasos hacia la casa de Pumblechook, y cuando me acercaba al establecimiento de éste, le vi en pie ante la puerta. ...

En la línea 133
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se dejó caer en un asiento, agotado, sin mirar a nadie, como si, en la profundidad de su delirio, se hubiera olvidado de todo lo que le rodeaba. ...

En la línea 782
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Esta respuesta irritó de tal modo al oficial, que no pudo contestar en seguida: sólo sonidos inarticulados salieron de sus contraídos labios. Después saltó de su asiento. ...

En la línea 1223
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Sí, ¿y qué? ¿Por qué té pones así? ¿Qué té ha pasado? preguntó Rasumikhine levantándose de su asiento. ...

En la línea 1276
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Echó atrás su silla de modo que entre sus rodillas y la mesa quedó un estrecho pasillo, y, en una postura bastante incómoda, esperó a que pasara el visitante. Lujine comprendió que no podía rehusar y llegó, no sin dificultad, al asiento que se le ofrecía. Cuando estuvo sentado, fijó en Rasumikhine una mirada llena de inquietud. ...

En la línea 499
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... La abuela era de recia complexión, aun viéndola sentada se adivinaba que era de elevada estatura. Se mantenía derecha como una tabla en su asiento, sin apoyarse en el respaldo, y llevaba erguida su cabeza gris; los rasgos de su rostro eran muy pronunciados. Tenía un aire de arrogancia y de desafío, si bien su mirada y sus gestos eran completamente naturales. ...

En la línea 518
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... —¿Que cómo he venido? ¡Pues que tomé asiento en un vagón y adelante, marchen! ¿Para qué sirve el ferrocarril? Pero todos pensaban: la vieja ha estirado la pata y ¡vamos a heredar! Sé que has telegrafiado muchas veces y me imagino lo que ha debido costarte eso. Creo que aquí es muy caro. Pero yo, ni corta ni perezosa… aquí me tienes… ¿Es éste el famoso francés? ¿El señor Des Grieux, no se llama así? ...

En la línea 1019
del libro El jugador
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Sí, señor, sí —siguió diciendo, levantándose de su asiento y yendo de un lado a otro de la habitación—. ¿Lo ignora usted, señor? —y se dirigía aun personaje imaginario que se hallara en un rincón—. Pues bien, sépalo… sí… en nuestra patria, a viejas como ésa se las castiga, se las hace entrar en razón… ¡Oh, sapristi! ...

En la línea 228
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Mientras hablaba había dejado el saco y el palo en un rincón, guardado su pasaporte en el bolsillo y tomado asiento. La señorita Baptistina lo miraba con dulzura. ...

En la línea 254
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... - A la mesa -dijo con viveza, según acostumbraba cuando cenaba con algún forastero; e hizo sentar al hombre a su derecha. La señorita Baptistina, tranquila y naturalmente, tomó asiento a su izquierda. ...

En la línea 801
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... Fantina ya no tenía cama y le quedaba un pingajo al que llamaba cobertor, un colchón en el suelo y una silla sin asiento. Había perdido el pudor; después perdió la coquetería y últimamente hasta el aseo. A medida que se rompían los talones iba metiendo las medias dentro de los zapatos. Pasaba las noches llorando y pensando; tenía los ojos muy brillantes, y sentía un dolor fijo en la espalda. Tosía mucho; pasaba diecisiete horas diarias cosiendo, pero un contratista del trabajo de las cárceles que obligaba a trabajar más barato a las presas, hizo de pronto bajar los precios, con lo cual se redujo el jomal de las trabajadoras libres a nueve sueldos. Por ese entonces Thenardier le escribió diciendo que la había esperado mucho tiempo con demasiada bondad; que necesitaba cien francos inmediatamente; que si no se los enviaba, echaría a la calle a la pequeña Cosette. ...

En la línea 1074
del libro Fantina Los miserables Libro 1
del afamado autor Victor Hugo
... El señor Magdalena descendió y entró al despacho de la posadera. Presentó su pasaporte y le preguntó si podría volver esa misma noche a M. en alguno de los coches de posta. Había precisamente un asiento desocupado y lo tomó. ...

En la línea 235
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Agitábase ya Lucía en su asiento, y echando abajo el chal escocés e incorporándose, se frotaba asombrada los ojos con los nudillos, a la manera de las criaturas soñolientas. Tenía revuelto y aplastado el pelo, y muy encendido el lado del rostro sobre que reposara; una trenza suelta le descendía por el hombro, y, destrenzándose por la punta, ondeaba en tres mechones. Arrugada la blanca enagua, se insubordinaba bajo el vestido de paño; un lazo de un zapato se había desatado, flotando y cubriendo el empeine del pie. Lucía miraba en derredor con ojos vagos e inciertos; estaba seria y atónita. ...

En la línea 268
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Giró el viajero en su asiento, y quedó frente a Lucía, con aspecto de hombre a quien obligan a ocuparse en lo que no le importa y que se resigna a ello. El timbre fresco de la voz de Lucía le volvió a sugerir la misma reflexión de antes. ...

En la línea 454
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y viendo a Lucía que permanecía de pie y con aire contrito, le señaló el otro sillón. Trájolo Lucía arrastrando hasta ponerlo frente al de Artegui, y tomó asiento. ...

En la línea 620
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Artegui no contestó palabra: mas una voz grave y poderosa, retumbando en los cielos, se unió de pronto al extraño dúo. Era el trueno, que estallaba a lo lejos, solemne y terrible. Lucía exhaló un gemido de pavor, cayendo con la faz contra la hierba. Desgarráronse las nubes, y anchas gotas de agua cayeron, sonando como goterones de plomo líquido en la crujiente seda de las frondas de mimbre. Bajose rápidamente Artegui, y tomando con nervioso vigor a Lucía en sus brazos, dio a correr sin mirar por dónde, saltando zanjas, atravesando barbechos, pisando apios y coles, hasta llegar, azotado por la lluvia, perseguido por el trueno que se acercaba, a la carretera. El cochero renegaba del mal tiempo enérgicamente cuando Artegui depositó a Lucía casi exánime en el asiento, subiendo a toda prisa el hule, para guarecerla algo. Las jacas, espantadas, salieron sin aguardar la caricia de la fusta, y, aguzadas las orejas y ensanchando las fosas nasales, arrancaron hacia Bayona. ...

En la línea 61
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -A los que se admiraban de que un robo tan considerable hubiera podido realizarse con esa facilidad, el subgobemador Gualterio Ralph se limitaba a responder que en aquel mismo momento el cajero se ocupaba en el asiento de una entrada de tres chelines seis peniques, y que no se puede atender a todo. ...

En la línea 175
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... A las ocho y cuarenta, Phileas Fogg y su criado tomaron asiento en el mismo compartimento. A las ocho y cuarenta y cinco resonó un silbido, y el tren se puso en marcha. ...

En la línea 441
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... -Espero que no os volverá a suceder- respondió simplemente Phileas Fogg tomando asiento en uno de los vagones del tren. ...

En la línea 519
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Se compraron víveres en Kholby. Sir Francis Cromarty tomó asiento en uno de los cuévanos, y Phileas Fogg en otro. Picaporte montó a horcajadas sobre la hopalanda entre su amo y el brigadier general. El parsi se colocó sobre el cuello del elefante, y a las nueve salían del villorrio y penetraban por el camino más corto en la frondosa selva de esas palmeras asiáticas llamadas plataneros. ...


la Ortografía es divertida

Errores Ortográficos típicos con la palabra Asiento

Cómo se escribe asiento o hasiento?
Cómo se escribe asiento o aciento?
Cómo se escribe asiento o aziento?

Más información sobre la palabra Asiento en internet

Asiento en la RAE.
Asiento en Word Reference.
Asiento en la wikipedia.
Sinonimos de Asiento.

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