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La palabra armaz
Cómo se escribe

Comó se escribe armaz o armas?

Cual es errónea Armas o Armaz?

La palabra correcta es Armas. Sin Embargo Armaz se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino armaz es que hay un Intercambio de las letras s;z con respecto la palabra correcta la palabra armas

Más información sobre la palabra Armas en internet

Armas en la RAE.
Armas en Word Reference.
Armas en la wikipedia.
Sinonimos de Armas.

Algunas Frases de libros en las que aparece armas

La palabra armas puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 1417
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Muchachos cerriles que aspiraban a ser mancebos en las barberías de la ciudad hacían allí sus primeras armas. ...

En la línea 28
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los compañeros de armas de don Fernando recordaban el período heroico de su vida, las partidas en la Sierra, dando cada uno gran abultamiento a sus hazañas y penalidades, con el espejismo del tiempo y de la imaginación meridional, mientras el antiguo jefe sonreía como si escuchase el relato de juegos infantiles. Aquella había sido la época romántica de su existencia. ¡Luchar por formas de gobierno!... En el mundo había algo más. Y Salvatierra recordaba su desilusión en la corta República del 73, que nada pudo hacer, ni de nada sirvió. Sus compañeros de la Asamblea, que cada semana tumbaban un gobierno y creaban otro para entretenerse, habían querido hacerle ministro. ...

En la línea 161
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Montenegro pasó por la calle Larga, la principal de la ciudad; una vía ancha con casas de deslumbrante blancura. Las portadas señoriales del siglo XVII estaban enjalbegadas cuidadosamente lo mismo que los escudos de armas de la clave. Los escarolados y nervios de la piedra labrada ocultábanse bajo una capa de cal. En los balcones verdes mostrábanse a aquellas horas de la mañana cabezas de mujeres morenas, de rasgados ojos negros, con flores en el pelo. ...

En la línea 205
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Lo que más halagaba al señor Fermín en sus entusiasmos juveniles, era la categoría social de los jefes revolucionarios. Ninguno era jornalero, y esto lo apreciaba él como un mérito de las nuevas doctrinas. Los más ilustres defensores de «la idea» en Andalucía salían de las clases que él respetaba con atávica adhesión. Eran señoritos de Cádiz, acostumbrados a la vida fácil y placentera de un gran puerto; caballeros de Jerez, dueños de cortijos, hombres de pelo en pecho, grandes jinetes, expertos en las armas e incansables corredores de juergas: hasta curas entraban en el movimiento, afirmando que Jesús fue el primer republicano y que al morir en la cruz dijo algo así como «Libertad, Igualdad y Fraternidad». ...

En la línea 225
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Entonces conoció Fermín a su «ángel protector», como él le llamaba; al hombre que, después de Salvatierra, era el dueño de su voluntad, a Dupont el viejo que, viéndole un día, recordó vagamente ciertas muestras de respeto, ciertos pequeños favores a su casa y a su persona, en la época en que aquel infeliz iba por Jerez con aire de amo, orgulloso de su gorro colorado y de las armas que hacía resonar a cada paso, con un estrépito de ferretería vieja. ...

En la línea 272
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... Allí había murmullo desde la mañana a la noche, mientras el señor de Tréville, en su gabinete contiguo a esta antecámara, recibía las visitas, escucha ba las quejas, daba sus órdenes y, como el rey en su balcón del Lou-vre, no tenía más que asomarse a la ventana para pasar revista de hom bres y de armas. ...

En la línea 281
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... D'Artagnan tomó al principio aquellos aceros por floretes de esgrima, los creyó bo tonados; pero pronto advirtió por ciertos rasguños que todas las armas estaban, por el contrario, afiladas y aguzadas a placer, y con cada uno de aquellos rasguños no sólo los espectadores sino incluso los actores reían como locos. ...

En la línea 621
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... En efecto, el pañuelo estaba ricamente bordado y llevaba una co rona y armas en unade sus esquinas. ...

En la línea 626
del libro Los tres mosqueteros
del afamado autor Alejandro Dumas
... A estas palabras, sacó su propio pañuelo, pañuelo muy elegante también, y de fina batista, aunque la batista fuera cara en aquella épo ca, pero pañuelo bordado, sin armas, y adornado con una sola inicial, la de su propietario. ...

En la línea 277
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... La verdad es que los vascos se cuidaban muy poco de Carlos y de Roma, y tomaron las armas tan sólo por defender ciertos derechos y privilegios que tenían. ...

En la línea 572
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Me eché a reír y le dije que, según la ley inglesa, a nadie sin bautizar podía dársele sepultura en tierra sagrada; a lo cual repuso: «Entonces sois más rigurosos que nosotros.» Luego, añadió: «¿Qué significan el león y el unicornio que vi el otro día en un escudo a la puerta del cónsul inglés en Setubal?» Respondí que eran las armas de Inglaterra. ...

En la línea 607
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... «Sin embargo—añadió—cuando viajo solo tampoco tengo miedo, porque voy bien protegido.» Supuse que llevaría buenas armas, y así se lo dije. ...

En la línea 614
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Si la maldita justicia recela de mí, o pone en mí sus ojos, para apoderarse de mí o robarme, que sus ojos no puedan verme, que su boca no pueda hablarme, que sus oídos no puedan oírme, que sus manos no puedan agarrarme, que sus pies no puedan seguirme; de suerte que, armado con las armas de San Jorge, cubierto con el manto de Abraham y embarcado en el arca de Noé, no puedan verme, ni oírme, ni verter la sangre de mi cuerpo. ...

En la línea 116
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. ...

En la línea 124
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. ...

En la línea 128
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. ...

En la línea 129
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y, puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. ...

En la línea 473
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Apenas hubo pretexto para comenzar esta revolución. Pero sería poco razonable pedir pretextos en un Estado que en nueve meses (de febrero a octubre de 1820) sufrió quince cambios de gobierno (según la Constitución, cada gobernador era elegido para un período de tres años). En el caso actual, algunos personajes que detestaban al gobernador Balcarce, porque eran partidarios de Rosas, abandonaron la ciudad en número de 70, y al grito de ¡viva Rosas! el país entero tomó las armas. Bloqueóse a Buenos Aires, no dejando entrar provisiones, ganado ni caballos; por lo demás, pocos combates y sólo algunos hombres muertos cada día. Los rebeldes sabían bien que interceptando los víveres la victoria sería suya uno u otro día. El general Rosas no podía saber aún este levantamiento, pero respondía en absoluto a los planes de su partido. Un año antes fue electo gobernador, pero declaró no aceptar sino a condición de que la Sala le confiriese poderes extraordinarios. Se los negaron y por eso no aceptó el puesto; desde entonces, su partido se amaña para probar que ningún gobernador puede permanecer en el poder. Prolongábase por ambas partes la lucha, hasta que pudieran recibirse noticias de Rosas. Llegó una nota suya pocos días después de salir yo de Buenos Aires: el general deploraba que se hubiese perturbado el orden público, pero era su parecer que los insurrectos tenían la razón de su parte. Al recibirse esta carta, gobernador, ministros, oficiales y soldados huyeron en todas direcciones; los rebeldes entraron en la ciudad, proclamaron nuevo gobernador y 5.500 de ellos se hicieron pagar los servicios prestados a la insurrección. ...

En la línea 477
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Al cabo de quince días de verdadera detención en Buenos Aires, consigo por fin embarcarme a bordo de un navío que se dirige a Montevideo. Una ciudad sitiada es una residencia desagradable siempre para un naturalista, pero en el caso actual eran de temer además las violencias de los bandoleros que en ella habitaban. Había que temer sobre todo a los centinelas, pues las funciones oficiales que desempeñaban, las armas que llevaban de continuo, dábanles para robar un grado de autoridad que ningún otro podía limitar. ...

En la línea 522
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Durante los seis meses últimos he tenido ocasión de estudiar el carácter de los habitantes de estas provincias. Los gauchos o campesinos son muy superiores a los habitantes de la ciudad. Invariablemente, el gaucho es muy servicial, muy cortés, muy hospitalario; nunca he visto un ejemplo de grosería o de inhospitalidad Lleno de modestia cuando habla de sí mismo o de su país, al mismo tiempo es atrevido y valiente. Por otra parte, siempre se oye hablar de robos y homicidios; la costumbre de llevar cuchillo es la principal causa de estos últimos. Es deplorable pensar en el número de muertes causadas por insignificantes disputas. Cada uno de los combatientes trata de tocar a su adversario en la cara, de cortarle la nariz o de arrancarle los ojos; prueba de ello, las horribles cicatrices que casi todos llevan. Los robos provienen naturalmente de las arraigadas costumbres de jugar y beber de los gauchos y de su indolencia suma. Una vez pregunté en Mercedes a dos hombres, con quienes me encontré, por qué no trabajaban. «Los días son demasiado largos», me respondió el uno; «soy demasiado pobre», me contestó el otro. Hay siempre un número de caballos tan grande y tal profusión de alimentos, que no se siente la necesidad de industria. Además, es incalculable el número de los días feriados; por último, una empresa no tiene algunas probabilidades de buen éxito sino comenzándola en luna creciente; de suerte que estas dos causas hacen perder la mitad del mes. Nada hay menos eficaz que la policía y la justicia. Si un hombre pobre comete un homicidio, se le encarcela y hasta quizá se le fusila; pero si es rico y tiene amigos, puede contar con que el asunto no tendrá ninguna mala consecuencia para él. Es de advertir que la mayoría de los habitantes respetables del país ayudan invariablemente a los homicidas a escaparse; parecen pensar que el asesino ha cometido un delito contra el gobierno y no un crimen contra la sociedad. Un viajero no tiene otra protección sino sus armas de fuego, y el hábito constante de llevarlas es lo único que impide mayor frecuencia en los robos. ...

En la línea 668
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Son excelentes mímicos. En cuanto uno de nosotros tosía, bostezaba o hacía algún movimiento especial, lo repetían inmediatamente. Uno de nuestros marineros, por divertirse, bizcó los ojos y comenzó a hacer muecas; en el acto, uno de los fueguenses, con toda la cara pintada de negro, menos una cinta blanca a la altura de los ojos, se puso también a hacer gestos, y hay que confesar que eran mucho más horribles que los de nuestro marinero. Repiten con mucha corrección todas las palabras de una frase que se les dirige y las recuerdan por algún tiempo. Sin embargo, bien sabemos los europeos cuán difícil es distinguir separadamente las palabras de una lengua extranjera. ¿Quién de nosotros podría, por ejemplo, seguir a un indio de América en una frase de más de tres palabras? Todos los salvajes parecen poseer, en grado extraordinario, esa facultad de la mímica Hanme dicho que los cafres tienen la misma singular cualidad; y se sabe que los australianos son célebres por la facilidad que tienen para imitar la postura y la manera de andar de un hombre. ¿Cómo explicar esta facultad? ¿Es una consecuencia de la costumbre de percepción ejercitada más a menudo por los salvajes? ¿Es el resultado de sus sentidos más desarrollados comparándolos con las naciones de antiguo civilizadas? Uno de nuestros hombres comenzó a cantar; entonces creí que los fueguenses iban a caer a tierra: tanta fue su extrañeza. La misma admiración les produjo ver bailar; pero uno de los jóvenes se prestó de buena gana a dar una vuelta de vals. Por poco acostumbrados que parezcan a ver europeos, conocen, sin embargo, nuestras armas de fuego que les inspiran saludable terror; por nada del mundo querrían tocar un fusil. Nos pidieron cuchillos, dándonos el nombre español cuchilla. Hacíamos comprender al mismo tiempo lo que querían, simulando tener un trozo de carne de ballena en la boca y haciendo ademán de cortarlo en lugar de desgarrarlo. ...

En la línea 4593
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Figurémonos que yo me llamo Benavides y que Carvajal quiere quitarme la honra a obscuras, como el ladrón de infame merecimiento; pues ¿dónde habrá cosa más natural que incomodarme yo, y exclamar con Tirso de Molina (representando): A satisfacer la fama que me habéis hurtado vengo: mi agravio es león que brama; un león por armas tengo, y Benavides se llama. ...

En la línea 6446
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Era la de Rianzares viuda de un antiguo intendente de la Habana, quien la había dejado una fortuna de las más respetables de la provincia; gran parte de sus rentas la empleaba en servicio de la Iglesia, y especialmente en dotar monjas, levantar conventos y proteger la causa de Don Carlos, mientras estuvo en armas el partido. ...

En la línea 8039
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... No oyen, ni ven ni entienden lo que pasa en el escenario; únicamente cuando los cómicos hacen mucho ruido, bien con armas de fuego, o con una de esas anagnórisis en que todos resultan padres e hijos de todos y enamorados de sus parientes más cercanos, con los consiguientes alaridos, sólo entonces vuelve la cabeza la buena dama de Vetusta, para ver si ha ocurrido allá dentro alguna catástrofe de verdad. ...

En la línea 8934
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Las beatas que servían de cuestores de palacio en el del Gran Constantino, las del cónclave, como las llamaba Ripamilán, esperaban con ansiedad mística y con una curiosidad maligna a la nueva compañera, que tanto prestigio traería con su juventud y su hermosura a la piadosa y complicada empresa de salvar el mundo en Jesús y por Jesús; pues nada menos que esto se proponían aquellas devotas de armas tomar, militantes como coraceros. ...

En la línea 308
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Carvajal vivió seis años en Viena y en Buda como legado pontificio, organizando con diversa suerte la cruzada contra los turcos. Gracias a sus gestiones para restablecer la paz entre los magnates húngaros, consiguió s que muchos de éstos olvidasen sus a querellas, tomando las armas contra r los Infieles. El más famoso de todos fue el heroico Juan Hunyades. Míentras tanto, Capistrano iba de un lado a otro predicando a las muchedumbres para que se armasen y tomaran la cruz. ...

En la línea 315
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Una epidemia se había desarrollado sobre el enorme campo de batalla por la 'corrupción de los montones de cadáveres. El heroico Hunyades murió de ella cuando sólo habían transcurrido algunas semanas desde su triunfo y poco después perecía igualmente su compañero de armas San Juan de Capistrano. ...

En la línea 623
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Casi todos los cruzados, españoles y franceses, mientras llegaban las naves que debían llevarlos a Oriente, se mataban entre ellos en continuas pendencias. No encontrando el Pontífice buques ni dinero, moría en Ancona, viendo con tristeza, desde una ventana de su dormitorio, las pocas naves que había conseguido reunir y la muchedumbre sin orden y sin armas, que nunca llegaría a formar un verdadero ejército. ...

En la línea 689
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Este trastorno general iba a provocar, una vez más, la guerra civil entre Colonnas y Orsinis. Los vecinos se ocultaban en sus casas. Los palacios de los cardenales aparecían transformados en fortalezas. Especialmente Juliano de la Rovere y Rodrigo de Borja habían guarnecido sus elegantes viviendas con tropas de mercenarios a sueldo, levantando, además, bastiones de tierra ante las puertas, con abundante artillería. Toda la gente belicosa de la, ciudad estaba en armas, dispuesta a la batalla. ...

En la línea 214
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... - Ya le dije que los Hombres-Montañas deben asombrarse cuando nos visitan, así como nosotros nos asombrábamos al verles en otros tiempos. Hay cosas que no comprenderá usted nunca si no le damos una explicación preliminar. Y esta explicación solo la recibirá usted si los altos señores del Consejo Ejecutivo quieren que viva. En cuanto a la desproporción entre nuestras armas y nuestras máquinas, no debe usted preocuparse de ella. Vivimos organizados como queremos, como a nosotros nos conviene. ...

En la línea 398
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El último emperador intentó asesinar al profeta; pero este poseía la fuerza, y creyó llegado el momento de pasar de las palabras a la acción. Había traído del otro mundo los explosivos y las armas de fuego. Los ricos industriales partidarios del eulamelismo fabricaron secretamente un material de guerra igual al de los Hombres-Montañas, y bastó que mil discípulos con fusiles y cañones marchasen contra el palacio del emperador para que este huyese, acabando en un momento la dinastía secular. ...

En la línea 404
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Después de haber dominado a esta nación, el conquistador llevó sus armas a otra, y luego a otra, no quedando continente ni isla que dejáse de reconocer su autoridad imperial. Pero la misma grandeza de su éxito pesó sobre él, acabando por aplastarle. Sus generales obedecieron a esa ley de los hombres según la cual todo discípulo, cuando se ve en lo alto, debe atacar a su maestro. ...

En la línea 410
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Abreviaré mi relato, gentleman, pues me duele recordar este periodo, el más vergonzoso de nuestra historia. Los pueblos vivían regidos por los hombres; las armas estaban en manos de los hombres; el trabajo lo organizaban y reglamentaban los hombres… ? ¿Qué otra cosa podía ocurrir?… ...

En la línea 1939
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Maximiliano, al oír esto, estaba profundamente embebecido, mirando el retrato de Rufinita Torquemada. La veía y no la veía, y sólo confusamente y con vaguedades de pesadilla, se hacía cargo de la actitud de la señorita aquella, retratada sobre un fondo marino y figurando que estaba en una barca. Vuelto en sí, pensó en defenderse; pero no podía encontrar las armas, es decir, las palabras. Con todo, ni por un instante se le ocurría ceder. Flaqueaba su máquina nerviosa; pero la voluntad permanecía firme. ...

En la línea 2427
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Fortunata no contestó. Estas palabras y otras semejantes que Mauricia le solía decir, despertaban siempre en ella estímulos de amor o desconsuelos que dormitaban en lo más escondido de su alma. Al oírlas, un relámpago glacial le corría por todo el espinazo, y sentía que las insinuaciones de su compañera concordaban con sentimientos que ella tenía muy guardados, como se guardan las armas peligrosas. ...

En la línea 2818
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Elástica era la conciencia de Santa Cruz, mas no tanto que no sintiera cierto terror al oír expresión tan atrevida. Por corresponder, iba él a decir mi mujer eres tú; pero envainó su mentira, como el hombre prudente que reserva para los casos graves el uso de las armas. ...

En la línea 2929
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Levantose Rubín de un salto. Era todo uñas y todo dientes; sacaba las armas del débil; pero con tanta fiereza, que si coge al otro le arranca la piel. Santa Cruz acudió pronto a la defensa. «Te digo que te pateo… si vuelves… ». Le levantó como una pluma y le lanzó violentamente donde antes había caído. Era un solar o campo mal labrado, más allá de la última casa. La víctima no daba acuerdo de sí, y aprovechando aquel momento el bárbaro señorito, que vio pasar su coche, lo detuvo, montose en él de un salto y ¡hala!, partieron los caballos a escape. ...

En la línea 32
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Los soldados presentaron armas con sus alabardas, abrieron las verjas y volvieron a presentar armas cuando el pequeño Príncipe de la Pobreza entró con sus andrajos ondulando, a estrechar la mano del Príncipe de la Abundancia Ilimitada. ...

En la línea 93
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... El soldado presentó armas con la alabarda y dijo burlonamente: ...

En la línea 303
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Una fila de cuarenta o cincuenta barcas reales se dirigió hacia los escalones. Estaban ornadas de ricos dorados, y sus altivas proas y popas estaban laboriosamente talladas. Algunas de ellas iban decoradas con banderas y gallardetes, otras, con brocados y tapices de Arrás con escudos de armas bordados; otras con banderas de seda que tenían innumerables campanillas de plata pendientes de ellas que lanzaban una lluvia de alegre música cada vez que las agitaba la brisa; otras, de más altas pretensiones, puesto que pertenecían a los nobles de servicio más cercano al príncipe, tenían los costados pintorescamente guardados con escudos suntuosamente blasonados de armas y emblemas. Cada barca real iba remolcada por un patache. Además de los remeros, éstos llevaban unos cuantos hombres de armas de relucientes yelmos y petos, y una compañía de músicos. ...

En la línea 303
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Una fila de cuarenta o cincuenta barcas reales se dirigió hacia los escalones. Estaban ornadas de ricos dorados, y sus altivas proas y popas estaban laboriosamente talladas. Algunas de ellas iban decoradas con banderas y gallardetes, otras, con brocados y tapices de Arrás con escudos de armas bordados; otras con banderas de seda que tenían innumerables campanillas de plata pendientes de ellas que lanzaban una lluvia de alegre música cada vez que las agitaba la brisa; otras, de más altas pretensiones, puesto que pertenecían a los nobles de servicio más cercano al príncipe, tenían los costados pintorescamente guardados con escudos suntuosamente blasonados de armas y emblemas. Cada barca real iba remolcada por un patache. Además de los remeros, éstos llevaban unos cuantos hombres de armas de relucientes yelmos y petos, y una compañía de músicos. ...

En la línea 128
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Doce piratas treparon por los aparejos y se lanzaron a la cubierta, en tanto el otro parao arrojaba los arpeos y se aferraba al junco. Los siete sobrevivientes arrojaron las armas. ...

En la línea 185
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —¿Conque los ingleses vienen a atacarnos? —dijo el Tigre—. Está bien. Tigrecitos, empuñen las armas y salgamos al mar. ¡Enseñemos a esos hombres cómo se baten los tigres de Mompracem! ...

En la línea 211
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Apenas vieron que no corría peligro de irse a pique, los piratas irrumpieron en cubierta, las armas en la mano y contraídas de furor las facciones, dispuestos a volver a la lucha. Sandokán los contuvo con un gesto. ...

En la línea 231
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... —Que nadie grite —dijo Sandokán con voz imperiosa—; abran bien los ojos y tengan dispuestas las armas. ¡Vamos a jugarnos una partida terrible! ...

En la línea 46
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... »El narval vulgar o unicornio marino alcanza a menudo una longitud de sesenta pies. Quintuplíquese, decuplíquese esa dimensión, otórguese a ese cetáceo una fuerza proporcional a su tamaño, auméntense sus armas ofensivas y se obtendrá el animal deseado, el que reunirá las proporciones estimadas por los oficiales del Shannon, el instrumento exigido por la perforación del Scotia y la potencia necesaria para cortar el casco de un vapor. ...

En la línea 1157
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... El capitán Nemo me mostró una caja de hojalata sellada con las armas de Francia y toda roñosa por la corrosión del agua marina. La abrió y vi un rollo de papeles amarillentos, pero aún legibles. ...

En la línea 1363
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Apenas tardamos dos minutos en llegar a la canoa. Cargarla con nuestras armas y provisiones, botarla al mar y coger los remos fue asunto de un instante. No nos habíamos distanciado todavía ni dos cables cuando los salvajes, aullando y gesticulando, se metieron en el agua hasta la cintura. ...

En la línea 1424
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Era evidente que los indígenas habían tenido ya relación con los europeos y que conocían sus navíos. Pero ¿qué podían pensar de aquel largo cilindro de acero inmovilizado en la bahía, sin mástiles ni chimenea? Nada bueno, a juzgar por la respetuosa distancia en que se habían mantenido hasta entonces. Sin embargo, su inmovilidad debía haberles inspirado un poco de confianza, y trataban de familiarizarse con él. Y era precisamente eso lo que convenía evitar. Nuestras armas, carentes de detonación, no eran las más adecuadas para espantar a los indígenas, a los que sólo inspiran respeto las que causan estruendo. Sin el estrépito del trueno, el rayo no espantaría a los hombres, pese a que el peligro esté en el relámpago y no en el ruido. ...

En la línea 242
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... La aparición de un grupo de soldados que golpeaban el umbral de la puerta de la casa con las culatas de sus armas de fuego fue bastante para que los invitados se levantaran de la mesa en la mayor confusión y para que la señora Joe, que regresaba a la cocina con las manos vacías, muy extrañada, se quedara con los ojos extraordinariamente abiertos al exclamar: ...

En la línea 253
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Dicho esto llamó a los soldados, que penetraron en la cocina uno tras otro y dejaron las armas en un rincón. Luego se quedaron en pie como deben hacer los soldados, aunque tan pronto unían las manos o se apoyaban sobre una pierna, o se reclinaban sobre la pared con los hombros, o bien se aflojaban el cinturón, se metían la mano en el bolsillo o abrían la puerta para escupir fuera. ...

En la línea 279
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... El sargento se despidió cortésmente de las damas y se separó del señor Pumblechook como de un amigo muy querido, aunque sospecho que no habría apreciado en tan alto grado los méritos de aquel caballero en condiciones más áridas, en vez del régimen húmedo de que había gozado. Sus hombres volvieron a tomar las armas de fuego y salieron. El señor Wopsle, Joe y yo recibimos la orden de ir a retaguardia y de no pronunciar una sola palabra en cuanto llegásemos a los marjales. Cuando ya estuvimos en el frío aire de la tarde y nos dirigíamos rápidamente hacia el objeto de nuestra excursión, yo, traicioneramente, murmuré al oído de Joe: ...

En la línea 319
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Los dos presos iban separados y cada uno de ellos rodeado por algunos hombres que los custodiaban. Yo, entonces, andaba agarrado a la mano de Joe, quien llevaba una de las antorchas. El señor Wopsle quiso emprender el regreso, pero Joe estaba resuelto a seguir hasta el final, de modo que todos continuamos acompañando a los soldados. El camino era ya bastante bueno, en su mayor parte, a lo largo de la orilla del río, del que se separaba a veces en cuanto había una represa con un molino en miniatura y una compuerta llena de barro. Al mirar alrededor podía ver otras luces que se aproximaban a nosotros. Las antorchas que llevábamos dejaban caer grandes goterones de fuego sobre el camino que seguíamos, y allí se quedaban llameando y humeantes. Aparte de eso, la oscuridad era completa. Nuestras luces, con sus llamas agrisadas, calentaban el aire alrededor de nosotros, y a los dos prisioneros parecía gustarles aquello mientras cojeaban rodeados por los soldados y por sus armas de fuego. No podíamos avanzar de prisa a causa de la cojera de los dos desgraciados, quienes estaban, por otra parte, tan fatigados, que por dos o tres veces tuvimos que detenernos todos para darles algún descanso. ...

En la línea 3275
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑¿Que miento? ‑replicó Porfirio, acalorándose visiblemente, pero conservando su acento irónico y jovial y no dando, al parecer, ninguna importancia a la opinión que Raskolnikof tuviera de él‑. ¿Cómo puede decir eso sabiendo cómo he procedido con usted? ¡Yo, el juez de instrucción, le he sugerido todos los argumentos psicológicos que podría usted utilizar: la enfermedad, el delirio, el amor propio excitado por el sufrimiento, la neurastenia, y esos policías… ! ¡Je, je, je… ! Sin embargo, dicho sea de paso, esos medios de defensa no tienen ninguna eficacia. Son armas de dos filos y pueden volverse contra usted. Usted dirá: «La enfermedad, el desvarío, la alucinación… No me acuerdo de nada.» Y le contestarán: «Todo eso está muy bien, amigo mío; pero ¿por qué su enfermedad tiene siempre las mismas consecuencias, por qué le produce precisamente ese tipo de alucinación? » Esta enfermedad podía tener otras manifestaciones, ¿no le parece? ¡Je, je, je! ...

En la línea 3904
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué gritas? Quieres que vaya a presidio, y ahora te asustas. ¿De qué? Pero escucha: no me dejaré atrapar fácilmente. Les daré trabajo. No tienen pruebas. Ayer estuve verdaderamente en peligro y me creí perdido, pero hoy el asunto parece haberse arreglado. Todas las pruebas que tienen son armas de dos filos, de modo que los cargos que me hagan puedo presentarlos de forma que me favorezcan, ¿comprendes? Ahora ya tengo experiencia. Sin embargo, no podré evitar que me detengan. De no ser por una circunstancia imprevista, ya estaría encerrado. Pero aunque me encarcelen, habrán de dejarme en libertad, pues ni tienen pruebas ni las tendrán, te doy mi palabra, y por simples sospechas no se puede condenar a un hombre… Anda, siéntate… Sólo te he dicho esto para que estés prevenida… En cuanto a mi madre y a mi hermana, ya arreglaré las cosas de modo que no se inquieten ni sospechen la verdad… Por otra parte, creo que mi hermana está ahora al abrigo de la necesidad y, por lo tanto, también mi madre… Esto es todo. Cuento con tu prudencia. ¿Vendrás a verme cuando esté detenido? ...

En la línea 4194
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... ‑Mi convicción no tiene importancia. Hasta este momento sólo se basa en hipótesis. ¿Por qué he de darle una tregua haciéndolo detener? Usted sabe muy bien que esto sería para usted un descanso, ya que lo pide. También podría traerle al hombre que le envié para confundirle. Pero usted le diría: «Eres un borracho. ¿Quién me ha visto contigo? Te miré simplemente como a un hombre embriagado, pues lo estabas.» ¿Y qué podría replicar yo a esto? Sus palabras tienen más verosimilitud que las del otro, que descansan únicamente en la psicología y, por lo tanto, sorprenderían, al proceder de un hombre inculto. En cambio, usted habría tocado un punto débil, pues ese bribón es un bebedor empedernido. Ya le he dicho otras veces que estos procedimientos psicológicos son armas de dos filos, y en este caso pueden obrar en su favor, sobre todo teniendo en cuenta que pongo en juego la única prueba que tengo contra usted hasta el momento presente. Pero no le quepa duda de que acabaré haciéndole detener. He venido para avisarlo; pero le confieso que no me servirá de nada. Además, he venido a su casa para… ...

En la línea 4884
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... En las ciudades, las trompetas resonaban durante todo el día. Todos los hombres eran llamados a las armas, pero ¿por quién y para qué? Nadie podía decirlo y el pánico se extendía por todas partes. Se abandonaban los oficios más sencillos, pues cada trabajador proponía sus ideas, sus reformas, y no era posible entenderse. Nadie trabajaba la tierra. Aquí y allá, los hombres formaban grupos y se comprometían a no disolverse, pero poco después olvidaban su compromiso y empezaban a acusarse entre sí, a contender, a matarse. Los incendios y el hambre se extendían por toda la tierra. Los hombres y las cosas desaparecían. La epidemia seguía extendiéndose, devastando. En todo el mundo sólo tenían que salvarse algunos elegidos, unos cuantos hombres puros, destinados a formar una nueva raza humana, a renovar y purificar la vida humana. Pero nadie había visto a estos hombres, nadie había oído sus palabras, ni siquiera el sonido de su voz. ...

En la línea 1061
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -Don Ignacio -decía el bueno de Sardiola fue siempre así. Mire usted, del cuerpo dicen que nunca padeció nada… ¡ni un dolor de muelas! pero asegura el ama Engracia que ya desde la cuna tuvo una a modo de enfermedad… allá del alma o del entendimiento, o ¡qué me sé yo! Cuando chiquillo ¡le entraban unos miedos al anochecer y de noche, sin saberse de qué! se le agrandaban los ojos, así, así… (Sardiola trazaba en el espacio con sus dedos pulgar e índice una O cada vez mayor), y se metía en un rincón del aposento, sin llorar, hecho una pelota, y pasábase así quietecito, hasta que amanecía Dios… No quería decir sus visiones; pero un día le confesó a su madre que veía cosas terribles, a todos los de su casa con caras de muertos, bañándose y chapuzándose bonitamente en un charco de sangre… En fin, mil disparates. Lo raro del asunto es que a la luz del sol el señorito fue siempre un león, como todos sabemos… lo que es en la guerra daba gozo verle… ¡bendito Dios! lo mismo se metía entre las balas que si fuesen confites… Nunca usó armas, sino una cartera colgada donde había yo no sé cuántas cosas: bisturíes, lancetas, pinzas, vendas, tafetán… Además tenía los bolsillos atestados de hilas y trapos y algodón en rama… Dígole a usted, señorita, que si se ganasen los grados por no tener asco a los pepinillos liberales, nadie los ganaría mejor que Don Ignacio… Una vez cayó una bomba, así, a dos pasos de él… se la quedó mirando, esperando sin duda a que reventase, y si no lo coge de un brazo el sargento Urrea, que estaba allí cerquita… Ni en las cargas a la bayoneta se retiraba. En una de éstas un soldado guiri, ¡maldita sea su casta!, se fue a él derecho con el pincho en ristre… ¿Qué dirá usted que hizo mi Don Ignacio? no se le ocurre ni al demonio… Lo apartó con la mano como si apartase un mosquito, y el muy bárbaro abatió la bayoneta y se dejó apartar. Tenía el señorito entonces una cara… Válgame Dios y qué cara. Entre seria y afable, que el alma de cántaro aquel debió de quedarse cortado. ...

En la línea 1081
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Sintió de pronto dos dolores agudos, como una herida gemela hecha con dos armas a un tiempo: distinguió una tijera enorme que sobre ella se cernía; vio caer al suelo dos alas de paloma blancas y ensangrentadas; y sin ser poderosa a más, cayó ella también, pero de prodigiosa altura; no al suelo del jardín, sino a un precipicio, una sima muy honda, muy honda… Allá en el fondo ardían dos lucecicas, y la miraban unos ojos compasivos de mujer vestida de blanco… Ni más ni menos que caía en la gruta de Lourdes… no podía ser otra; estaba tal como la había visto en la iglesia de San Luis en Vichy; hasta la Virgen tenía los mismos rosales, los mismos crisantemos… ¡ay, qué fresca y hermosa era la gruta, con su manantialillo murmurador! Lucía ansiaba llegar… pero la angustia de la caída la despertó, como sucede siempre en las pesadillas. ...

En la línea 1120
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Y miró hacia todas partes buscando la puerta. La cual estaba en el fondo, frontera a la que al jardín salía, y Lucía alzó el tupido cortinón y puso la trémula mano en el pestillo, saliendo a un corredor casi del todo tenebroso. Quedose sin respirar, y lo que es peor, sin saber adónde se encaminase, y entonces maldijo mil veces de su terquedad en no haber querido visitar antes la casa. De pronto oyó un ruido, unos tropezones sonoros, un choque de vajilla y loza… El ama Engracia fregoteaba sin duda los platos en la cocina. ¿Cómo lo adivinó tan presto Lucía? El entendimiento se aguza en las horas críticas y extraordinarias. Guiada negativamente por el ruido, Lucía siguió andando en dirección opuesta, hacia el extremo del pasillo, en que reinaba el silencio. El piso alfombrado apagaba su andar, y con ambas manos extendidas palpaba las dos murallas buscando una puerta. Al fin, sintió ceder el muro, y, siempre con las manos delante, penetró en una estancia que le pareció chica, y donde al pasar tropezó en varios objetos, entre ellos unas barras de metal que se le figuraron de una cama. De allí pasó a otra habitación mucho mayor, todavía iluminada por un leve resto de luz diurna, que entraba por alta vidriera. Lucía no dudó ni un instante de su acierto: aquella cámara debía de ser la de Artegui. Había estanterías cargadas de volúmenes, preciosas pieles de animales arrojadas al desdén por la alfombra, un diván, una panoplia de ricas armas, algunas figuras anatómicas, enorme mesa escritorio con papeles en desorden, estatuas de tierra cocida y de bronce, y sobre el diván un retrato de mujer, cuyas facciones no se distinguían. Medio desmayada se dejó caer Lucía en el diván, cruzando ambas manos sobre el seno izquierdo, que levantaban los desordenados latidos del corazón, y diciendo en voz alta también: ...

En la línea 555
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Era el cuerpo de un anciano cubierto de sus opulentas vestiduras de rajá, llevando como en vida el turbante bordado de perlas, el vestido tejido de seda y oro, el cinturón de cachemir adiamantado y sus magníficas armas de príncipe hindú. ...

En la línea 694
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Todo este panorama desfiló como un relámpago, y con frecuencia una nube de vapor blanco ocultó sus pormenores. Apenas pudieron los viajeros entrever el fuerte de Chunar, a veinte millas al sur de Benazepur y sus importanes fábricas de agua de rosa; el sepulcro de lord Cornwallis, que se eleva sobre la orilla izquierda del Ganges; la ciudad fortificada de Buxar, Putna, gran población industrial y mercantil, donde existe el principal mercado del opio de la India; Monglar, ciudad, más que europea, inglesa como Manchester o Birmingham, nombradas por sus fundiciones de hierro y sus fábricas de armas blancas, y cuyas altas chimeneas parecían tiznar con su negro humo el cielo de Brahma, ¡verdadera mancha en el país de los sueños! ...

En la línea 1182
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... En las calles, todo era movimiento y agitación incesante; bonzos que pasaban en procesión, tocando sus monótonos tamboriles; yakuninos, oficiales de la aduana o de la policía; con sombreros puntiagudos incrustados de laca y dos sables en el cinto; soldados vestidos de percalina azul con rayas blancas y armados con fusiles de percusión, hombres de armas del mikado, metidos en su justillo de seda, con loriga y cota de malla, y otros muchos militares de diversas condiciones, porque en el Japón la profesión de soldado es tan distinguida como despreciada en China. Y después, hermanos postulares, peregrinos de larga vestidura, simples paisanos de cabellera suelta, negra como el ébano, cabeza abultada, busto largo, piernas delgadas, estatura baja, tez teñida, desde los sombríos matices cobrizos hasta el blanco mate, pero nunca amarillo como los chinos, de quienes se diferenciaban los japoneses esencialmente. Y, por último, entre carruajes, palanquines, mozos de cuerda, carretillas de velamen, 'norimones' con caja maqueada, 'cangos' (suaves y verdaderas literas de bambú), se veía circular a cortos pasos y con pie hiquito, calzado con zapatos de lienzo, sandalias de paja o zuecos de madera labrada, algunas mujeres poco bonitas, de ojos encogidos, pecho deprimido, dientes ennegrecidos a usanza del día, pero que llevaban con elegancia el traje nacional, llamado 'kimono', especie de bata cruzada con una banda de seda, cuya ancha cintura formaba atrás un extravagante lazo, que las modernas parisienges han copiado, al parecer, de las japonesas. ...

En la línea 1323
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Mistress Aouida, asida del brazo de Phileas Fogg, miraba con sorpresa aquella escena tumultuosa y Fix iba a preguntar a uno de sus vecinos la razón de aquella efervescencia popular, cuando se pronunció un movimiento más decidido. Redoblaron los vítores sazonados con injurias. Los mastiles de las banderas se transformaron en armas ofensivas. Ya no había manos, sino puños, en todas partes. Desde lo alto de los coches detenidos y de los ómnibus interceptados en su marcha, se repartían sendos porrazos. Todo servía de proyectil. Botas y zapatos describían por el aire largas trayectorias, y hasta pareció que algunos revólveres mezclaban con las vociferaciones sus detonaciones nacionales. ...

Reglas relacionadas con los errores de s;z

Las Reglas Ortográficas de la S

Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz

Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad

Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa

Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso

Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima

Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.

Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.

Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.

Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.

Las Reglas Ortográficas de la Z

Se escribe z y no c delante de a, o y u.

Se escriben con z las terminaciones -azo, -aza.

Ejemplos: pedazo, terraza

Se escriben con z los sustantivos derivados que terminan en las voces: -anza, -eza, -ez.

Ejemplos: esperanza, grandeza, honradez

La X y la S


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras s;z


El Español es una gran familia


la Ortografía es divertida

Errores Ortográficos típicos con la palabra Armas

Cómo se escribe armas o harmas?
Cómo se escribe armas o arrmas?
Cómo se escribe armas o armaz?

Palabras parecidas a armas

La palabra puchero
La palabra costarle
La palabra arboleda
La palabra asomaban
La palabra jardines
La palabra extremo
La palabra llevase

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