Cual es errónea Aproximaba o Aproscimaba?
La palabra correcta es Aproximaba. Sin Embargo Aproscimaba se trata de un error ortográfico.
El Error ortográfico detectado en el termino aproscimaba es que hay un Intercambio de las letras x;s con respecto la palabra correcta la palabra aproximaba
Más información sobre la palabra Aproximaba en internet
Aproximaba en la RAE.
Aproximaba en Word Reference.
Aproximaba en la wikipedia.
Sinonimos de Aproximaba.
Errores Ortográficos típicos con la palabra Aproximaba
Cómo se escribe aproximaba o haproximaba?
Cómo se escribe aproximaba o aprroximaba?
Cómo se escribe aproximaba o aproscimaba?
Cómo se escribe aproximaba o aproximava?
Algunas Frases de libros en las que aparece aproximaba
La palabra aproximaba puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 2129
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Los palos seguían en alto, relucían las navajas en los grupos; pero nadie se aproximaba a Batiste, y éste retrocedió lentamente de espaldas, enarbolando el ensangrentado taburete. ...
En la línea 2209
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Según se aproximaba a su barraca, sentía mayor inquietud. ...
En la línea 437
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Habían ya llegado al cortijo casi todas las bandas de trabajadores y en la puerta de la gañanía sacudíanse mantas y refajos, derramando a chorros el agua sucia, cuando Rafael se fijó en un pequeño grupo rezagado que se aproximaba lentamente bajo la cortina oblicua de la lluvia. Eran dos hombres y un borriquillo cargado con un serón, bajo el cual apenas si asomaban las orejas y la cola. ...
En la línea 1875
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Había caído en un mutismo cercano a la imbecilidad. Permanecía horas enteras inmóvil, con la cabeza abatida, como si le abrumasen los recuerdos. Cuando su hija se aproximaba a él para hacerle entrar en la casa o anunciarle que la comida estaba en la mesa, parecía despertar, darse cuenta de lo que le rodeaba, y sus ojos seguían a la muchacha con una mirada severa. ...
En la línea 1878
del libro La Bodega
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Tenía que hacer prodigios de economía en la nueva existencia que llevaba con su padre en aquella casucha. Y encima de las estrecheces y preocupaciones de la miseria, había de sufrir el reproche mudo de los ojos de su padre, el rezo de maldiciones sordas con que parecía azotarla cada vez que se aproximaba, arrancándolo de sus reflexiones. ...
En la línea 6869
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Una barcaza se aproximaba, cuya popa aparecía llena de moros; serían unos doce, y la mayor parte eran evidentemente personas de calidad, pues iban vestidos con toda la pompa y galanura del Oriente: turbantes de nívea blancura, _jabadores_ de seda verde o tela escarlata, y _bedeyas_ adornadas con galones de oro. ...
En la línea 546
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... La muchedumbre pretendió imitar su voz, lanzando varios rugidos acompañados de risas. El bondadoso traductor permanecía invisible. Gillespie, irritado por esta ausencia, empezó a agitarse con una nerviosidad amenazante para los pigmeos que se hallaban cerca de el. De pronto se tranquilizó al ver que un hombre de larga túnica y envuelto en velos, que había permanecido hasta entonces inmóvil en la puerta de la Galería, se aproximaba a su asiento. Cuatro esclavos le seguían, llevando a hombros una larga escala de madera. La aplicaron a una rodilla del gigante, y el hombre subió sus peldaños con agilidad, a pesar de las embarazosas vestiduras, procurando que los velos conservasen oculto su rostro. ...
En la línea 1254
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Estaba a esta hora vigilando el hervor del caldero, para que sus acompañantes no metiesen en la sopa las lanzas con que extraían los peces, y vio como un hombre de los que iban vestidos con túnica y velos se aproximaba lentamente a él. Sus ropas eran pobres, remendadas y algo sucias. Parecía por su aspecto la esposa masculina de alguna de las mujeres empleadas en el puerto o de alguna contramaestre de la escuadra. Entre la gentuza que vivía alrededor del gigante se mostraban de tarde en tarde algunos de estos seres pobremente vestidos, pero que ostentaban el mismo indumento de los hombres de clase superior, para indicar que no pertenecían al rebaño de los esclavos aprovechados como máquinas de fuerza. ...
En la línea 108
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Cuando conocí personalmente a este insigne hijo de Madrid, andaba ya al ras con los sesenta años; pero los llevaba muy bien. Era de estatura menos que mediana, regordete y algo encorvado hacia adelante. Los que quieran conocer su rostro, miren el de Rossini, ya viejo, como nos le han transmitido las estampas y fotografías del gran músico, y pueden decir que tienen delante el divino Estupiñá. La forma de la cabeza, la sonrisa, el perfil sobre todo, la nariz corva, la boca hundida, los ojos picarescos, eran trasunto fiel de aquella hermosura un tanto burlona, que con la acentuación de las líneas en la vejez se aproximaba algo a la imagen de Polichinela. La edad iba dando al perfil de Estupiñá un cierto parentesco con el de las cotorras. ...
En la línea 139
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasados algunos días, cuando ya Estupiñá andaba por ahí restablecido aunque algo cojo, Barbarita empezó a notar en su hijo inclinaciones nuevas y algunas mañas que le desagradaron. Observó que el Delfín, cuya edad se aproximaba a los veinticinco años, tenía horas de infantil alegría y días de tristeza y recogimiento sombríos. Y no pararon aquí las novedades. La perspicacia de la madre creyó descubrir un notable cambio en las costumbres y en las compañías del joven fuera de casa, y lo descubrió con datos observados en ciertas inflexiones muy particulares de su voz y lenguaje. Daba a la elle el tono arrastrado que la gente baja da a la y consonante; y se le habían pegado modismos pintorescos y expresiones groseras que a la mamá no le hacían maldita gracia. Habría dado cualquier cosa por poder seguirle de noche y ver con qué casta de gente se juntaba. Que esta no era fina, a la legua se conocía. ...
En la línea 163
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Ya dije que el Delfín prometió pensarlo; mas esto significaba sin duda la necesidad que todos sentimos de no aparecer sin voluntad propia en los casos graves; en otros términos, su amor propio, que le gobernaba más que la conciencia, le exigía, ya que no una elección libre, el simulacro de ella. Por eso Juanito no sólo lo decía, sino que parecía como que pensaba, yéndose a pasear solo por aquellos peñascales, y se engañaba a sí mismo diciéndose: «¡qué pensativo estoy!». Porque estas cosas son muy serias, ¡vaya!, y hay que revolverlas mucho en el magín. Lo que hacía el muy farsante era saborear de antemano lo que se le aproximaba y ver de qué manera decía a su madre con el aire más grave y filosófico del mundo: «Mamá, he meditado profundísimamente sobre este problema, pesando con escrúpulo las ventajas y los inconvenientes, y la verdad, aunque el caso tiene sus más y sus menos, aquí me tiene usted dispuesto a complacerla». ...
En la línea 311
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Juan no supo contestar, porque tampoco él sabía de dónde diablos salían las chufas. Valencia se aproximaba ya. En el vagón entraron algunas personas; pero los esposos no dejaron la ventanilla. A ratos se veía el mar, tan azul, tan azul, que la retina padecía el engaño de ver verde el cielo. ...
En la línea 2220
del libro Veinte mil leguas de viaje submarino
del afamado autor Julio Verne
... Pero entre todos estos diversos habitantes del Mediterráneo, los que pude observar más útilmente, cuando el Nautilus se aproximaba a la superficie, fueron los pertenecientes al sexagesimotercer género de la clasificación de los peces óseos: los atunes, escómbridos con el lomo azul negruzco y vientre plateado, cuyos radios dorsales desprendían reflejos dorados. Tienen fama de seguir a los barcos, cuya sombra fresca buscan bajo los ardores del cielo tropical, y no la desmintieron con el Nautilus, al que siguieron como en otro tiempo acompañando a los navíos de La Pérousse. Durante algunas horas compitieron en velocidad con nuestro submarino. Yo no me cansaba de admirar a estos animales verdaderamente diseñados para la carrera, con su pequeña cabeza, su cuerpo liso y fusiforme que en algunos de ellos sobrepasaba los tres metros, sus aletas pectorales dotadas de extraordinario vigor y las caudales en forma de horquilla. Nadaban en triángulo, como suelen hacerlo algunos pájaros cuya rapidez igualan, lo que hacía decir a los antiguos que la geometría y la estrategia no les eran ajenas. Y, sin embargo, ese supuesto conocimiento de la estrategia no les hace escapar a las persecuciones de los provenzales, que los estiman tanto como antaño los habitantes de la Propóntide y de Italia, y como ciegos y aturdidos se lanzan y perecen por millares en las almadrabas marsellesas. ...
En la línea 560
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Necesario fue, para reponerme, el contemplar la brillante luz del alegre cielo, la gente que pasaba por detrás de la reja de la puerta del patio y la influencia vivificadora del pan, de la carne y de la cerveza. Pero ni aun con estos auxiliares habría podido recobrarme de mi susto tan pronto como lo hice si no hubiese visto que Estella se aproximaba a mí, con las llaves, para dejarme salir. Habría tenido muy buena razón, según me dije, para mirarme si me viese asustado, y, por consiguiente, no quise darle tal satisfacción. ...
En la línea 2055
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Había llegado ya al lugar de mi nacimiento y a su vecindad, no sin antes de que lo hiciera yo, la noticia de que mi fortuna extraordinaria se había desvanecido totalmente. Pude ver que en El Jabalí Azul se conocía la noticia y que eso había cambiado por completo la conducta de todos con respecto a mí. Y así como El Jabalí Azul había cultivado, con sus asiduidades, la buena opinión que pudiera tener de él cuando mi situación monetaria era excelente, se mostró en extremo frío en este particular ahora que ya no tenía propiedad alguna. Llegué por la tarde y muy fatigado por el viaje, que tantas veces realizara con la mayor facilidad. El Jabalí Azul no pudo darme el dormitorio que solía ocupar, porque estaba ya comprometido (tal vez por otro que tenía grandes esperanzas), y tan sólo pudo ofrecerme una habitación corriente entre las sillas de posta y el palomar que había en el patio. Pero dormí tan profundamente en aquella habitación como en la mejor que hubiera podido darme, y la calidad de mis sueños fue tan buena como lo podia haber resultado la del mejor dormitorio. Muy temprano, por la mañana, mientras se preparaba el desayuno, me fui a dar una vuelta por la casa Satis. En las ventanas colgaban algunas alfombras y en la puerta había unos carteles anunciando que en la siguiente semana se celebraría una venta pública del mobiliario y de los efectos de la casa. Ésta también iba a ser vendida como materiales de construcción y luego derribada. El lote núnero uno estaba señalado con letras blancas en la fábrica de cerveza. El lote número dos consistía en la parte del edificio principal que había permanecido cerrado durante tanto tiempo. Habíanse señalado otros lotes en distintas partes de la finca y habían arrancado la hiedra de las paredes, para que resultasen visibles las inscripciones, de modo que en el suelo había gran cantidad de hojas de aquella planta trepadora, ya secas y casi convertidas en polvo. Atravesando por un momento la puerta abierta y mirando alrededor de mí con la timidez propia de un forastero que no tenía nada que hacer en aquel lugar, vi al representante del encargado de la venta que se paseaba por entre los barriles y que los contaba en beneficio de una persona que tomaba nota pluma en mano y que usaba como escritorio el antiguo sillón de ruedas que tantas veces empujara yo cantando, al mismo tiempo, la tonada de Old C1em. Cuando volví a desayunarme en la sala del café de El Jabalí Azul encontré al señor Pumblechook, que estaba hablando con el dueño. El primero, cuyo aspecto no había mejorado por su última aventura nocturna, estaba aguardándome y se dirigió a mí en los siguientes términos: -Lamento mucho, joven, verle a usted en tan mala situación. Pero ¿qué podia esperarse? Y extendió la mano con ademán compasivo, y como yo, a consecuencia de mi enfermedad, no me sentía con ánimos para disputar, se la estreché. - ¡Guillermo! - dijo el señor Pumblechook al camarero. - Pon un panecillo en la mesa. ¡A esto ha llegado a parar! ¡A esto! Yo me senté de mala gana ante mi desayuno. El señor Pumblechook estaba junto a mí y me sirvió el té antes de que yo pudiese alcanzar la tetera, con el aire de un bienhechor resuelto a ser fiel hasta el final. 227 - Guillermo - añadió el señor Pumblechook con triste acento. - Trae la sal. En tiempos más felices - exclamó dirigiéndose a mí, - creo que tomaba usted azúcar. ¿Le gustaba la leche? ¿Sí? Azúcar y leche. Guillermo, trae berros. - Muchas gracias - dije secamente, - pero no me gustan los berros. - ¿No le gustan a usted? - repitió el señor Pumblechook dando un suspiro y moviendo de arriba abajo varias veces la cabeza, como si ya esperase que mi abstinencia con respecto a los berros fuese una consecuencia de mi mala situación económica. - Es verdad. Los sencillos frutos de la tierra. No, no traigas berros, Guillermo. Continué con mi desayuno, y el señor Pumblechook siguió a mi lado, mirándome con sus ojos de pescado y respirando ruidosamente como solía. -Apenas ha quedado de usted algo más que la piel y los huesos - dijo en voz alta y con triste acento. - Y, sin embargo, cuando se marchó de aquí (y puedo añadir que con mi bendición) y cuando yo le ofrecí mi humilde establecimiento, estaba tan redondo como un melocotón. Esto me recordó la gran diferencia que había entre sus serviles modales al ofrecerme su mano cuando mi situación era próspera: «¿Me será permitido… ?», y la ostentosa clemencia con que acababa de ofrecer los mismos cinco dedos regordetes. - ¡Ah! - continuó, ¿Y se va usted ahora - entregándome el pan y la manteca - al lado de Joe? - ¡En nombre del cielo! - exclamé, irritado, a mi pesar— ¿Qué le importa adónde voy? Haga el favor de dejar quieta la tetera. Esto era lo peor que podia haber hecho, porque dio a Pumblechook la oportunidad que estaba aguardando. - Sí, joven - contestó soltando el asa de la tetera, retirándose uno o dos pasos de la mesa y hablando de manera que le oyesen el dueño y el camarero, que estaban en la puerta. - Dejaré la tetera, tiene usted razón, joven. Por una vez siquiera, tiene usted razón. Me olvidé de mí mismo cuando tome tal interés en su desayuno y cuando deseé que su cuerpo, exhausto ya por los efectos debilitantes de la prodigalidad, se estimulara con el sano alimento de sus antepasados. Y, sin embargo - añadió volviéndose al dueño y al camarero y señalándome con el brazo estirado, - éste es el mismo a quien siempre atendí en los días de su feliz infancia. Por más que me digan que no es posible, yo repetiré que es el mismo. Le contestó un débil murmullo de los dos oyentes; el camarero parecía singularmente afectado. - Es el mismo - añadió Pumblechook - a quien muchas veces Ilevé en mi cochecillo. Es el mismo a quien vi criar con biberón. Es el mismo hermano de la pobre mujer que era mi sobrina por su casamiento, la que se llamaba Georgians Maria, en recuerdo de su propia madre. ¡Que lo niegue, si se atreve a tanto! El camarero pareció convencido de que yo no podia negarlo, y, naturalmente, esto agravó en extremo mi caso. -Joven-añadió Pumblechook estirando la cabeza hacia mí como tenía por costumbre. - Ahora se va usted al lado de Joe. Me ha preguntado qué me importa el saber adónde va. Y le afirmo, caballero, que usted se va al lado de Joe. El camarero tosió, como si me invitase modestamente a contradecirle. - Ahora - añadió Pumblechook, con el acento virtuoso que me exasperaba y que ante sus oyentes era irrebatible y concluyente, - ahora voy a decirle lo que dirá usted a Joe. Aquí están presentes estos señores de El Jabalí Azul, conocidos y respetados en la ciudad, y aquí está Guillermo, cuyo apellido es Potkins, si no me engaño. - No se engaña usted, señor - contestó Guillermo. -Pues en su presencia le diré a usted, joven, lo que, a su vez, dirá a Joe. Le dirá usted: «Joe, hoy he visto a mi primer bienhechor y al fundador de mi fortuna. No pronuncio ningún nombre, Joe, pero así le llaman en la ciudad entera. A él, pues, le he visto». - Pues, por mi parte, juro que no le veo - contesté. - Pues dígaselo así - replicó Pumblechook. - Dígaselo así, y hasta el mismo Joe se quedará sorprendido. - Se engaña usted por completo con respecto a él – contesté, - porque le conozco bastante mejor. - Le dirá usted - continuó Pumblechook: - «Joe, he visto a ese hombre, quien no conoce la malicia y no me quiere mal. Conoce tu carácter, Joe, y está bien enterado de que eres duro de mollera y muy ignorante; también conoce mi carácter, Joe, y conoce mi ingratitud. Sí, Joe, conoce mi carencia total de gratitud. Él lo sabe mejor que nadie, Joe. Tú no lo sabes, Joe, porque no tienes motivos para ello, pero ese hombre sí lo sabe». A pesar de lo asno que demostraba ser, llegó a asombrarme de que tuviese el descaro de hablarme de esta manera. 228 - Le dirá usted: «Joe, me ha dado un encargo que ahora voy a repetirte. Y es que en mi ruina ha visto el dedo de la Providencia. Al verlo supo que era el dedo de la Providencia - aquí movió la mano y la cabeza significativamente hacia mí, - y ese dedo escribió de un modo muy visible: En prueba de ingratitud hacia su primer bienhechor y fundador de su fortuna. Pero este hombre me dijo que no se arrepentía de lo hecho, Joe, de ningún modo. Lo hizo por ser justo, porque él era bueno y benévolo, y otra vez volvería a hacerlo». - Es una lástima - contesté burlonamente al terminar mi interrumpido desayuno - que este hombre no dijese lo que había hecho y lo que volvería a hacer. - Oigan ustedes - exclamó Pumblechook dirigiéndose al dueño de El Jabalí Azul y a Guillermo. - No tengo inconveniente en que digan ustedes por todas partes, en caso de que lo deseen, que lo hice por ser justo, porque yo era hombre bueno y benévolo, y que volvería a hacerlo. Dichas estas palabras, el impostor les estrechó vigorosamente la mano y abandonó la casa, dejándome más asombrado que divertido. No tardé mucho en salir a mi vez, y al bajar por la calle Alta vi que, sin duda con el mismo objeto, había reunido a un grupo de personas ante la puerta de su tienda, quienes me honraron con miradas irritadas cuando yo pasaba por la acera opuesta. Me pareció más atrayente que nunca ir al encuentro de Biddy y de Joe, cuya gran indulgencia hacia mí brillaba con mayor fuerza que nunca, después de resistir el contraste con aquel desvergonzado presuntuoso. Despacio me dirigí hacia ellos, porque mis piernas estaban débiles aún, pero a medida que me aproximaba aumentaba el alivio de mi mente y me parecía que había dejado a mi espalda la arrogancia y la mentira. El tiempo de junio era delicioso. El cielo estaba azul, las alondras volaban a bastante altura sobre el verde trigo y el campo me pareció más hermoso y apacible que nunca. Entretenían mi camino numerosos cuadros de la vida que llevaría allí y de lo que mejoraría mi carácter cuando pudiese gozar de un cariñoso guía cuya sencilla fe y buen juicio había observado siempre. Estas imágenes despertaron en mí ciertas emociones, porque mi corazón sentíase suavizado por mi regreso y esperaba tal cambio que no me pareció sino que volvía a casa descalzo y desde muy lejos y que mi vida errante había durado muchos años. Nunca había visto la escuela de la que Biddy era profesora; pero la callejuela por la que me metí en busca de silencio me hizo pasar ante ella. Me desagradó que el día fuese festivo. Por allí no había niños y la casa de Biddy estaba cerrada. Desaparecieron en un instante las esperanzas que había tenido de verla ocupada en sus deberes diarios, antes de que ella me viese. Pero la fragua estaba a muy poca distancia, y a ella me dirigí pasando por debajo de los verdes tilos y esperando oír el ruido del martillo de Joe. Mucho después de cuando debiera haberlo oído, y después también de haberme figurado que lo oía, vi que todo era una ilusión, porque en la fragua reinaba el mayor silencio. Allí estaban los tilos y las oxiacantas, así como los avellanos, y sus hojas se movieron armoniosamente cuando me detuve a escuchar; pero en la brisa del verano no se oían los martillazos de Joe. Lleno de temor, aunque sin saber por qué, de llegar por fin al lado de la fragua, la descubrí al cabo, viendo que estaba cerrada. En ella no brillaban el fuego ni las centellas, ni se movían tampoco los fuelles. Todo estaba cerrado e inmóvil. Pero la casa no estaba desierta, sino que, por el contrario, parecía que la gente se hallase en la sala grande, pues blancas cortinas se agitaban en su ventana, que estaba abierta y llena de flores. Suavemente me acerqué a ella, dispuesto a mirar por entre las flores; pero, de súbito, Joe y Biddy se presentaron ante mí, cogidos del brazo. En el primer instante, Biddy dio un grito como si se figurara hallarse en presencia de mi fantasma, pero un momento después estuvo entre mis brazos. Lloré al verla, y ella lloró también al verme; yo al observar cuán bella y lozana estaba, y ella notando lo pálido y demacrado que estaba yo. - ¡Qué linda estás, querida Biddy! - Gracias, querido Pip. - ¡Y tú, Joe, qué guapo estás también! - Gracias, querido Pip. Yo los miré a a los dos, primero a uno y luego a otro, y después… - Es el día de mi boda - exclamó Biddy en un estallido de felicidad. - Acabo de casarme con Joe. Me llevaron a la cocina, y pude reposar mi cabeza en la vieja mesa. Biddy acercó una de mis manos a sus labios, y en mi hombro sentí el dulce contacto de la mano de Joe. - Todavía no está bastante fuerte para soportar esta sorpresa, querida mía - dijo Joe. - Habría debido tenerlo en cuenta, querido Joe - replicó Biddy, - pero ¡soy tan feliz… ! Y estaban tan contentos de verme, tan orgullosos, tan conmovidos y tan satisfechos, que no parecía sino que, por una casualidad, hubiese llegado yo para completar la felicidad de aquel día. 229 Mi primera idea fue la de dar gracias a Dios por no haber dado a entender a Joe la esperanza que hasta entonces me animara. ¡Cuántas veces, mientras me acompañaba en mi enfermedad, había acudido a mis labios! ¡Cuán irrevocable habría sido su conocimiento de esto si él hubiese permanecido conmigo durante una hora siquiera! - Querida Biddy – dije. - Tienes el mejor marido del mundo entero. Y si lo hubieses visto a la cabecera de mi cama… , pero no, no. No es posible que le ames más de lo que le amas ahora. - No, no es posible - dijo Biddy. -Y tú, querido Joe, tienes a la mejor esposa del mundo, y te hará tan feliz como mereces, querido, noble y buen Joe. Éste me miró con temblorosos labios y se puso la manga delante de los ojos. - Y ahora, Joe y Biddy, como hoy habéis estado en la iglesia y os sentís dispuestos a demostrar vuestra caridad y vuestro amor hacia toda la humanidad, recibid mi humilde agradecimiento por cuanto habéis hecho por mí, a pesar de que os lo he pagado tan mal. Y cuando os haya dicho que me marcharé dentro de una hora, porque en breve he de dirigirme al extranjero, y que no descansaré hasta haber ganado el dinero gracias al cual me evitasteis la cárcel y pueda mandároslo, no creáis, Joe y Biddy queridos, que si pudiese devolvéroslo multiplicado por mil Podría pagaros la deuda que he contraído con vosotros y que dejaría de hacerlo si me fuese posible. Ambos estaban conmovidos por mis palabras y me suplicaron que no dijese nada más. - He de deciros aún otra cosa. Espero, querido Joe, que tendréis hijos a quienes amar y que en el rincón de esta chimenea algún pequeñuelo se sentará una noche de invierno y que os recordará a otro pequeñuelo que se marchó para siempre. No le digas, Joe, que fui ingrato; no le digas, Biddy, que fui poco generoso e injusto; decidle tan sólo que os honré a los dos por lo buenos y lo fieles que fuisteis y que, como hijo vuestro, yo dije que sería muy natural en él el llegar a ser un hombre mucho mejor que yo. - No le diremos - replicó Joe cubriéndose todavía los ojos con la manga, - no le diremos nada de eso, Pip, y Biddy tampoco se lo dirá. Ninguno de los dos. - Y ahora, a pesar de constarme que ya lo habéis hecho en vuestros bondadosos corazones, os ruego que me digáis si me habéis perdonado. Dejadme que oiga como me decís estas palabras, a fin de que pueda llevarme conmigo el sonido de ellas, y así podré creer que confiáis en mí y que me tendréis en mejor opinión en los tiempos venideros. - ¡Oh querido Pip! - exclamó Joe. - ¡Dios sabe que te perdono, en caso de que tenga algo que perdonarte! - ¡Amén! ¡Y Dios sabe que yo pienso lo mismo! - añadió Biddy. -Ahora dejadme subir para que contemple por última vez mi cuartito y para que permanezca en él sólo durante algunos instantes. Y luego, cuando haya comido y bebido con vosotros, acompañadme, Joe y Biddy, hasta el poste indicador del pueblo, antes de que nos despidamos definitivamente. Vendí todo lo que tenía, reuní tanto como me fue posible para llegar a un acuer do con mis acreedores, que me concedieron todo el tiempo necesario para pagarles, y luego me marché para reunirme con Herbert. Un mes después había abandonado Inglaterra, y dos meses más tarde era empleado de «Clarriker & Co.». Pasados cuatro meses, ya tomé los asuntos bajo mi exclusiva responsabilidad, porque la viga que atravesaba el techo de la sala de la casa de Mill Pond Bank donde viviera Provis había cesado de temblar a impulsos de los gruñidos y de los golpes de Bill Barley, y allí reinaba absoluta paz. Herbert había regresado a Inglaterra para casarse con Clara, y yo me quedé como único jefe de la sucursal de Oriente hasta que él regresara. Varios años pasaron antes de que yo fuese socio de la casa; pero fui feliz con Herbert y su esposa. Viví con frugalidad, pagué mis deudas y mantuve constante correspondencia con Biddy y Joe. Cuando fui socio a mi vez, Clarriker me hizo traición con respecto a Herbert; entonces declaró el secreto de las razones por las cuales Herbert había sido asociado a la casa, añadiendo que el tal secreto pesaba demasiado en su conciencia y no tenía más remedio que divulgarlo. Así, pues, lo hizo, y Herbert se quedó tan conmovido como asombrado, pero no por eso fuimos mejores amigos que antes. No debe creer el lector que nuestra firma era muy importante y que acumulábamos enormidades de dinero. Nuestros negocios eran limitados, pero teníamos excelente reputación y ganábamos lo suficiente para vivir. La habilidad y la actividad de Herbert eran tan grandes, que muchas veces me pregunté cómo pude figurarme ni por un momento que era un hombre inepto. Pero por fin comprendí que tal vez la ineptitud no estuvo en él, sino en mí. ...
En la línea 123
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Pero Buck tenía una cualidad que suplía la corpulencia, y era la imaginación. Luchaba por instinto, pero también era capaz de pelear con raciocinio. Atacó como si intentase el anterior truco del hombro, pero en el último instante se agachó sobre la nieve y sus dientes apresaron la pata delantera izquierda de Spitz. Hubo un crujido de hueso que se quiebra, y el perro blanco le hizo frente con tres patas. Por tres veces intentó Buck derribarlo, y después repitió el último truco y le quebró a Spitz la otra pata delantera. Éste, pese al dolor y a su precario estado, luchó desesperadamente por mantenerse en pie. Veía que el círculo silencioso, del que se elevaba el vaho plateado de las respiraciones, se aproximaba a él con los ojos brillantes y la lengua afuera, tal y como había visto en el pasado círculos similares cercando a adversarios vencidos. ...

El Español es una gran familia
Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras x;s
Reglas relacionadas con los errores de x;s
Las Reglas Ortográficas de la X
Se escriben con x las palabras que comienzan con hexa cuando equivale a seis.
Ejemplo: hexágono
Se escribe con x el prefijo ex- para indicar la no existencia o falta de.
Ejemplos: ex esposo, ex colonia, ex presidente.
Las Reglas Ortográficas de la S
Se escribe s al final de las palabras llanas.
Ejemplos: telas, andamos, penas
Excepciones: alférez, cáliz, lápiz
Se escriben con s los vocablos compuestos y derivados de otros que también se escriben con esta letra.
Ejemplos: pesar / pesado, sensible / insensibilidad
Se escribe con s las terminaciones -esa, -isa que signifiquen dignidades u oficios de mujeres.
Ejemplos: princesa, poetisa
Se escriben con s los adjetivos que terminan en -aso, -eso, -oso, -uso.
Ejemplos: escaso, travieso, perezoso, difuso
Se escribe con s las terminaciones -ísimo, -ísima.
Ejemplos: altísimo, grandísima
Se escribe con s la terminación -sión cuando corresponde a una palabra que lleva esa letra, o cuando otra palabra derivada lleva -sor, -sivo, -sible,-eso.
Ejemplos: compresor, compresión, expreso, expresivo, expresión.
Se escribe s en la terminación de algunos adjetivos gentilicios singulares.
Ejemplos: inglés, portugués, francés, danés, irlandés.
Se escriben s con las sílabas iniciales des-, dis-.
Ejemplos: desinterés, discriminación.
Se escribe s en las terminaciones -esto, -esta.
Ejemplos: detesto, orquesta.

la Ortografía es divertida
Palabras parecidas a aproximaba
La palabra herirlo
La palabra auxilio
La palabra bruces
La palabra guardia
La palabra varas
La palabra bastos
La palabra reyertas
Webs amigas:
Becas de La Rioja . Monumentos de Paris . Ciclos formativos en Cuenca . - Hotel en Jerez De Los Caballeros Heredero Templarios