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La palabra amvas
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Comó se escribe amvas o ambas?

Cual es errónea Ambas o Amvas?

La palabra correcta es Ambas. Sin Embargo Amvas se trata de un error ortográfico.

El Error ortográfico detectado en el termino amvas es que hay un Intercambio de las letras b;v con respecto la palabra correcta la palabra ambas

Errores Ortográficos típicos con la palabra Ambas

Cómo se escribe ambas o hambas?
Cómo se escribe ambas o anbas?
Cómo se escribe ambas o ambaz?
Cómo se escribe ambas o amvas?

Algunas Frases de libros en las que aparece ambas

La palabra ambas puede ser considerada correcta por su aparición en estas obras maestras de la literatura.
En la línea 327
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Salieron corriendo su mujer, enferma, y las cuatro hijas, gritando como locas, y se abrazaron a él, intentando arrancarle la escopeta, tirando del cañón con ambas manos. ...

En la línea 1418
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Y mientras se amaestraban infiriendo cortes o poblando las cabezas de trasquilones y peladuras, el amo daba conversación a los parroquianos sentados en el banco del paseo, o leía en alta voz un periódico a este auditorio, que con la quijada en ambas manos, escuchaba impasible. ...

En la línea 1989
del libro la Barraca
del afamado autor Vicente Blasco Ibañez
... Algunos espectadores estaban sentados en el suelo, con la mandíbula apoyada en ambas manos, la nariz sobre el borde de la mesilla y la vista fija en los jugadores, para no perder detalle del famoso suceso. ...

En la línea 190
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... El pago de esta contribucion suele hacerse en especie y en dinero, ó en ambas cosas, y esto trae consigo perjuicios de consideracion y gravedad, asi en la cantidad y calidad de lo que se recibe, como en los gastos y averías de trasporte y almacenaje. ...

En la línea 385
del libro Memoria De Las Islas Filipinas.
del afamado autor Don Luis Prudencio Alvarez y Tejero
... Se estableció despues, como ya se ha dicho, por aquel gobierno una constante comunicacion semanal en todo el continente de la isla de Luzon; pero sin gravar por ello á nadie, y sin atencion por ello á sacar lucro alguno, porque el gobierno conoció lo despreciable é insignificante que podia ser, y asi se estableció el correo interior semanal en ambas líneas de un modo desinteresado, cooperando á ello las clases todas de autoridad, desde el capitan jeneral hasta el último gobernadorcillo, sin olvidar los alcaldes mayores, sobre quienes pesó el principal cuidado y responsabilidad, como que eran los encargados de ejercer las funciones de los administradores de caja, recojiendo y dando direccion, y distribuyendo la correspondencia. ...

En la línea 1672
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Tengo mujer y una _amiga_, o, más bien, dos mujeres, porque con ambas estoy casado; pero a una le llamo _amiga_ por guardar las apariencias; quiero vivir tranquilo, y no tengo gana de ofender los prejuicios de la gente que me rodea. ...

En la línea 1873
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Estos eran los jefes del gobierno _moderado_; pero, impopulares en Madrid, y temerosos de los nacionales, buscaron el concurso de un hombre llamado Quesada, aborrecedor de la milicia nacional y que a nada temía; hombre asaz estúpido, pero gran guerrero, que en cierta época de su vida mandó una legión llamada Ejército de la Fe, cuyas hazañas en ambas vertientes del Pirineo son harto conocidas para que necesite recordarlas. ...

En la línea 2418
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... —¿Les daba a ustedes mucho que hacer el judaísmo en estas partes? —¡Oh! Lo que más trabajo daba a la Santa Casa era, en efecto, el judaísmo; sus brotes y ramificaciones son numerosos, no sólo por aquí, sino en toda España; lo más singular es que hasta en el clero descubríamos continuamente casos de judaísmo de ambas especies que, por obligación, teníamos que castigar. ...

En la línea 3076
del libro La Biblia en España
del afamado autor Tomás Borrow y Manuel Azaña
... Por todos los caminos de España, y particularmente al Norte de la cordillera divisoria de ambas Castillas, pasan los maragatos, en cuadrillas de cinco o seis, dormitando, o simplemente echados en el lomo de sus gigantescas y cargadísimas mulas, bajo los rayos del sol achicharrante. ...

En la línea 2336
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Pues, ¿qué me dirán del bueno de don Cirongilio de Tracia, que fue tan valiente y animoso como se verá en el libro, donde cuenta que, navegando por un río, le salió de la mitad del agua una serpiente de fuego, y él, así como la vio, se arrojó sobre ella, y se puso a horcajadas encima de sus escamosas espaldas, y le apretó con ambas manos la garganta, con tanta fuerza que, viendo la serpiente que la iba ahogando, no tuvo otro remedio sino dejarse ir a lo hondo del río, llevándose tras sí al caballero, que nunca la quiso soltar? Y, cuando llegaron allá bajo, se halló en unos palacios y en unos jardines tan lindos que era maravilla; y luego la sierpe se volvió en un viejo anciano, que le dijo tantas de cosas que no hay más que oír. ...

En la línea 3152
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Por este advertimiento, ninguno respondió palabra; y, habiendo pasado un poco delante, que ya el bajel quedaba sotavento, de improviso soltaron dos piezas de artillería, y, a lo que parecía, ambas venían con cadenas, porque con una cortaron nuestro árbol por medio, y dieron con él y con la vela en la mar; y al momento, disparando otra pieza, vino a dar la bala en mitad de nuestra barca, de modo que la abrió toda, sin hacer otro mal alguno; pero, como nosotros nos vimos ir a fondo, comenzamos todos a grandes voces a pedir socorro y a rogar a los del bajel que nos acogiesen, porque nos anegábamos. ...

En la línea 3236
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Acudió el capitán a abrazar a su hermano, y él le puso ambas manos en los pechos por mirarle algo más apartado; mas, cuando le acabó de conocer, le abrazó tan estrechamente, derramando tan tiernas lágrimas de contento,que los más de los que presentes estaban le hubieron de acompañar en ellas. ...

En la línea 3437
del libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
del afamado autor Miguel de Cervantes Saavedra
... Finalmente, ellos, como miembros de justicia, mediaron la causa y fueron árbitros della, de tal modo que ambas partes quedaron, si no del todo contentas, a lo menos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y no las cinchas y jáquimas; y en lo que tocaba a lo del yelmo de Mambrino, el cura, a socapa y sin que don Quijote lo entendiese, le dio por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo una cédula del recibo y de no llamarse a engaño por entonces, ni por siempre jamás amén. ...

En la línea 85
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 18 de abril.- A nuestro regreso pasamos en Socego dos días, que empleo en coleccionar insectos en el bosque. La mayor parte de los árboles, aunque muy elevados, no tienen más de tres o cuatro pies de circunferencia; excepto algunos, por supuesto, de dimensiones mucho más considerables. El señor Manuel estaba haciendo una canoa de 70 pies de longitud con un solo tronco de árbol que tenía 110 pies de largo y un grueso grandísimo. El contraste de las palmeras, creciendo en medio de especies comunes con ramas, da siempre al paisaje un aspecto intertropical. En este punto adorna el bosque el palmito, una de las palmeras más elegantes de la familia. El tronco es tan delgado, que puede abarcarse con ambas manos; y, sin embargo, balancea sus elegantes hojas a 40 ó 50 pies sobre el nivel del suelo. Las plantas trepadoras leñosas, cubiertas a su vez por otras plantas trepadoras, tienen un tronco muy grueso: medí algunos que tenían hasta dos pies de circunferencia. Algunos árboles viejos presentan un aspecto muy extraño: las trenzas de lianas que cuelgan de sus ramas parecen haces de heno. Si después de saciarse de mirar el follaje se vuelve la vista al suelo, siéntese uno transportado de igual admiración por la suma elegancia de las hojas de los helechos y de las mimosas. Estas últimas cubren el suelo formando una alfombra de algunas pulgadas de altura; si se anda encima de ese tapiz, volviendo atrás la cabeza, se ven las huellas de los pasos indicadas por el cambio de matiz producido por el aplastamiento de los sensibles peciolos de estas plantas. Es fácil indicar los objetos individuales que mueven a admiración en estos pasmosos paisajes; pero es imposible decir qué sentimientos de asombro y de elevación despiertan en el alma de aquél a quien le es dado contemplarlos. ...

En la línea 181
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Me he fijado mucho en un pájaro burlón (Mimus orpheus), llamado calandria por los habitantes; este ave deja oír un canto superior al de todas las demás aves del país, y también es casi la única de la América del Sur a quien he visto encaramarse para cantar. Puede compararse este canto al de la silvia o curruca, sólo que es más potente; algunas notas duras y muy altas se mezclan con un gorjeo muy agradable. No se le oye en primavera; durante las otras estaciones dista mucho de ser armonioso su penetrante grito. Cerca de Maldonado estas aves son muy atrevidas y muy poco ariscas; visitan en gran número- las casas de campo para arrancar pedazos a la carne colgada en las paredes o en postes; si otra ave, sea cual fuere, se aproxima a ellas para tomar parte en el festín, las calandrias la expulsan enseguida. Otra especie, próxima aliada de ésta (Mimus patagónica, de D'Orbigny), que habita en las inmensas llanuras desiertas de la Patagonia, es mucho más salvaje, y tiene un tono de voz un poco diferente. Paréceme curioso mencionar (lo cual prueba la importancia de las más ligeras diferencias entre las costumbres) que, habiendo visto esta segunda especie, y no juzgándola sino desde este punto de vista, creí que era diferente de la especie habitante en las cercanías de Maldonado. Habiendo adquirido luego un ejemplar, y comparado ambas especies sin gran esmero, pareciéronme tan absolutamente semejantes que cambié de opinión. Pues bien, Mr. Gould sostiene que son dos especies distintas, conclusión que concuerda con la leve diferencia de hábitos que Mr. Gould no conocía, sin embargo. ...

En la línea 298
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... Según los pocos habitantes que habían visto ambas especies, el Avestrús Petise es de un matiz más oscuro, más «tordillo» que el avestruz vulgar; tiene las piernas más cortas y sus plumas descienden más abajo; por último, se le coge mucho más fácilmente con las bolas. Añadían que las dos especies pueden distinguirse desde mucha distancia. Los huevos de la especie pequeña, sin embargo, parecen ser más generalmente conocidos, y se nota con sorpresa que se encuentran en un número casi tan cuantioso como los de la especie Rhea; son de una forma algo diferente y tienen un ligero tinte azul. Esta especie es muy rara en las llanuras colindantes con el río Negro, pero abunda mucho como grado y medio más al sur. Durante mi visita a Puerto Deseado, en Patagonia (latitud, 480), Mr. Martens mató a una hembra de avestruz. La examiné y llegué a la conclusión de que era un avestruz común que no se había desarrollado aún por completo; cosa muy extraña y que no puedo explicármela, en aquel momento no se me ocurrió la idea de los Petises. Hízose cocer el ave y fue comida antes de venirme esto a la mamoria. Por fortuna, se habían conservado la cabeza, el cuello, las patas, las alas y la mayor parte de las plumas grandes y de la piel. Por tanto, pude reconstituir un ejemplar casi perfecto, que está hoy en el Museo de la Sociedad Zoológica. Al describir Mr. Gould esta nueva especie, me ha conferido el honor de darle mi nombre. ...

En la línea 427
del libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo
del afamado autor Charles Darwin
... 3 y 4 de octubre.- Un violento dolor de cabeza me obliga a guardar cama durante dos días. Una buena anciana que me cuida me insta a que ensaye una porción de remedios estrafalarios. Acostumbran a fijar en cada sien del enfermo una hoja de naranjo o un pedazo de tafetán negro; aún es más usual cortar un haba, humedecer ambas mitades y poner una en cada sien, donde se adhieren con facilidad. Se cree que no conviene quitarse las habas o el tafetán, sino dejarlos hasta que se caigan ellos solos. ...

En la línea 5017
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Eran amigas, ambas de la aristocracia de la servidumbre. ...

En la línea 10256
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Quintanar al ver a don Álvaro suspiró, le tendió ambas manos, después de dejar un libro negro sobre la mesa y exclamó: —¡Oh mi queridísimo Mesía! ¡Ingrato! cuánto tiempo sin parecer por aquí. ...

En la línea 10405
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Las traía Petra que llamaba a la puerta con seña particular, bajaba Teresa, en silencio se besaban como las señoritas, en ambas mejillas, cuchicheaban, reían sin ruido y se daban algún pellizco. ...

En la línea 12111
del libro La Regenta
del afamado autor Leopoldo Alas «Clarín»
... Miró el gran Constantino a la Regenta y tomándole la cabeza con ambas manos la besó con estrépito en la frente; y después dijo: —¡Pero qué hermosísima está hoy esta rosa de Jericó! —¡A la catedral, a la catedral! —gritaron los del salón. ...

En la línea 672
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Entre ricas tapicerías estaba servida la mesa, con letras góticas sobre el mantel hechas de flores, que repetían la leyenda del escudo episcopal de Borja: Ave María gratia plena . Ocho obispos pertenecientes a ambas comitivas sentábanse al banquete, con los dos poderosos magnates eclesiásticos y numerosos Invitados seglares. ...

En la línea 914
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... El descubrimiento de Colón alarmaba al rey de Portugal, agriando sus relaciones con los reyes de España. Era preciso establecer un acuerdo entre ambas monarquías católicas, para que no se peleasen en lo futuro, dejando bien marcados los límites de sus respectivas zonas de descubrimientos. ...

En la línea 987
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Tran grande era aún el prestigio del Papa, que el rey de Francia no osó atacarlo ni deponerlo, como le aconsejaban Juliano de la Rovere, Ascanio Sforza y tres cardenales más que figuraban en su séquito. Temía el descontento que pudieran provocar dichos actos en Francia y fuera de ella. Al mismo tiempo, el Pontífice y sus cardenales se daban cuenta de que el castillo de Sant' Angelo no podría resistir un verdadero asalto, y esta doble consideración hizo que por ambas partes se reanudasen las conferencias, poniéndose de acuerdo, finalmente, el 15 de enero. ...

En la línea 1288
del libro A los pies de Vénus
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Hijo bastardo del marqués de Cocentaina, noble de Valencia, había venido a Roma en compañía de su hermano legítimo, Rodrigo de Corella, en busca de la protección de los Borgias. Desde el tiempo de Calixto III existía un amistoso comercio entre ambas familias. Alfonso el Magnánimo tenía de confidente íntimo a un Corella, éste, gran amigo de Alfonso de Borja, había cuidado de la educación del bastardo real don Ferrante, luego rey de Nápoles. ...

En la línea 822
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y el profesor vio como cogía con ambas manos un árbol que le llegaba a la cintura, empezando a moverle a un lado y a otro, cual si pretendiese arrancarlo del suelo. ...

En la línea 910
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Y tomando a Ra-Ra otra vez con el pulgar y el índice de su mano derecha, lo sacó del bolsillo para depositarlo en un alero. Luego rió viendo como corría, con una agilidad de insecto saltador, de tejado en tejado, agitando sus velos como las alas de una mariposa blanca, bordeando el abismo de los profundos patios, para llegar hasta la mujercita de birrete doctoral que le aguardaba llevándose ambas manos al pecho, henchido de emoción. ...

En la línea 973
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Algunos profesores acostumbrados a no asombrarse de nada y a buscar la razón científica de todos los hechos se dieron cuenta, pasados unos instantes, de que esta oscuridad era debida a un desprendimiento exterior, a dos telones macizos que habían caído sobre ambas ventanas, interponiéndose entre sus ojos y la luz. ...

En la línea 981
del libro El paraíso de las mujeres
del afamado autor Vicente Blasco Ibáñez
... Gillespie, que estaba medio dormido, despertó sobresaltadamente. Levantó una de las piernas hasta poner la rotula a la altura da su pecho y se rascó con ambas manos la picazón que sentía en la pantorrilla. Luego dejo caer la pierna otra vez, y esta, como si obedeciese a un poder diabólico enemigo de Momaren, volvió a cerrar herméticamente la ventana. ...

En la línea 338
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Pasaron los esposos una mala noche por aquella estepa, matando el frío muy juntitos bajo los pliegues de una sola manta, y por fin llegaron a Córdoba, donde descansaron y vieron la Mezquita, no bastándoles un día para ambas cosas. Ardían en deseos de verse en la sin par Sevilla… Otra vez al tren. Serían las nueve de la noche cuando se encontraron dentro de la romántica y alegre ciudad, en medio de aquel idioma ceceoso y de los donaires y chuscadas de la gente andaluza. Pasaron allí creo que ocho o diez días, encantados, sin aburrirse ni un solo momento, viendo los portentos de la arquitectura y de la Naturaleza, participando del buen humor que allí se respira con el aire y se recoge de las miradas de los transeúntes. Una de las cosas que más cautivaban a Jacinta era aquella costumbre de los patios amueblados y ajardinados, en los cuales se ve que las ramas de una azalea bajan hasta acariciar las teclas del piano, como si quisieran tocar. También le gustaba a Jacinta ver que todas las mujeres, aun las viejas que piden limosna, llevan su flor en la cabeza. La que no tiene flor se pone entre los pelos cualquier hoja verde y va por aquellas calles vendiendo vidas. ...

En la línea 426
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Todos los primeros de mes recibía Barbarita de su esposo mil duretes. D. Baldomero disfrutaba una renta de veinticinco mil pesos, parte de alquileres de sus casas, parte de acciones del Banco de España y lo demás de la participación que conservaba en su antiguo almacén. Daba además a su hijo dos mil duros cada semestre para sus gastos particulares, y en diferentes ocasiones le ofreció un pequeño capital para que emprendiera negocios por sí; pero al chico le iba bien con su dorada indolencia y no quería quebraderos de cabeza. El resto de su renta lo capitalizaba D. Baldomero, bien adquiriendo más acciones cada año, bien amasando para hacerse con una casa más. De aquellos mil duros que la señora cogía cada mes, daba al Delfín dos o tres mil reales, que con esto y lo que del papá recibía estaba como en la gloria; y los diez y siete mil reales restantes eran para el gasto diario de la casa y para los de ambas damas, que allá se las arreglaban muy bien en la distribución, sin que jamás hubiese entre ellas el más ligero pique por un duro de más o de menos. Del gobierno doméstico cuidaban las dos, pero más particularmente la suegra, que mostraba ciertas tendencias al despotismo ilustrado. La nuera tenía el delicado talento de respetar esto, y cuando veía que alguna disposición suya era derogada por la autócrata, mostrábase conforme. Barbarita era administradora general de puertas adentro, y su marido mismo, después que religiosamente le entregaba el dinero, no tenía que pensar en nada de la casa, como no fuese en los viajes de verano. La señora lo pagaba todo, desde el alquiler del coche a la peseta de El Imparcial, sin que necesitara llevar cuentas para tan complicada distribución, ni apuntar cifra alguna. Era tan admirable su tino aritmético, que ni una sola vez pasó más allá de la indecisa raya que tan fácilmente traspasan los ricos; llegaba el fin de mes y siempre había un superávit con el cual ayudaba a ciertas empresas caritativas de que se hablará más adelante. Jacinta gastaba siempre mucho menos de lo que su suegra le daba para menudencias; no era aficionada a estrenar a menudo, ni a enriquecer a las modistas. Los hábitos de economía adquiridos en su niñez estaban tan arraigados que, aunque nunca le faltó dinero, traía a casa una costurera para hacer trabajillos de ropa y arreglos de trajes que otras señoras menos ricas suelen encargar fuera. Y por dicha suya, no tenía que calentarse la cabeza para discurrir el empleo de sus sobrantes, pues allí estaba su hermana Candelaria, que era pobre y se iba cargando de familia. Sus hermanitas solteras también recibían de ella frecuentes dádivas; ya los sombreritos de moda, ya el fichú o la manteleta, y hasta vestidos completos acabados de venir de París. ...

En la línea 541
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... «Oye—le dijo en secreto Guillermina, deteniéndola, y ambas se miraban con picardía;—con veinte duros que le sonsaques hay bastante». ...

En la línea 585
del libro Fortunata y Jacinta
del afamado autor Benito Pérez Galdós
... Y para todo tenía el ingenioso culpable palabras bonitas: «La luna de miel perpetua es un contrasentido, es… hasta ridícula. El entusiasmo es un estado infantil impropio de personas normales. El marido piensa en sus negocios, la mujer en las cosas de su casa, y uno y otro se tratan más como amigos que como amantes. Hasta las palomas, hija mía, hasta las palomas cuando pasan de cierta edad, se hacen cariños así… de una manera sesuda». Jacinta se reía con esto; pero no admitía tales componendas. Lo más gracioso era que él se las echaba de hombre ocupado. ¡Valiente truhán! ¡Si no tenía absolutamente nada que hacer más que pasear y divertirse… ! Su padre había trabajado toda la vida como un negro para asegurar la holgazanería dichosa del príncipe de la casa… En fin, fuese lo que fuese, Jacinta se proponía no abandonar jamás su actitud de humildad y discreción. Creía firmemente que Juan no daría nunca escándalos, y no habiendo escándalo, las cosas irían pasando así. No hay existencia sin gusanillo, un parásito interior que la roe y a sus expensas vive, y ella tenía dos: los apartamientos de su marido y el desconsuelo de no ser madre. Llevaría ambas penas con paciencia, con tal que no saltara algo más fuerte. ...

En la línea 565
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Durante el mediodía, Tom pasó unas horas deliciosas, previa la venia de sus custodios Hertford y St. John, en compañía de la princesa Isabel y la pequeña lady Juana Grey, aunque el ánimo de ambas estaba harto abatido por el gran golpe que había caído sobre la casa real. Al final de la visita, su 'hermana mayor' –que fue después la 'María la Sanguinaria' de la historia– le dejó frío con una solemne entrevista que no tuvo sino un mérito a los ojos del niño: su brevedad. Permaneció Tom unos momentos solo y luego fue admitido a su presencia un niño de unos doce años, cuyo vestido, salvo la blanca gorguera y los encajes de las muñecas, era negro; justillo, medias y todo lo demás. No llevaba otra señal de luto que un lazo de cinta morada en el hombro. El niño avanzó titubeando, con la cabeza inclinada y desnuda, e hincó una rodilla delante de Tom. Éste lo contempló un momento y después le dijo: ...

En la línea 906
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Hizo el niño una magnífica y satisfactoria comida, que le restauró y alegró en gran manera. Fue una comida que se significó por un detalle curioso: el de que ambas partes prescindieron de etiquetas, pero sin que ninguna de ellas se diera cuenta de haberlo hecho. La buena mujer se había propuesto dar de comer a aquel muchacho vagabundo con vituallas recalentadas, y en un rincón, como a cualquier otro, o como a un perro, pero sentía tal remordimiento por la regañada que le había echado, que hizo cuanto pudo para atenuarla, permitiéndole que se sentara a la mesa de la familia y comiera con sus superiores en aparentes términos de igualdad con ellos. Y el rey por su parte sentía tales remordimientos por haber desempeñado mal su cometido, después de haberse mostrado tan bondadosa con él la familia, que se propuso repararlo humillándose hasta el nivel de ésta, en vez de exigir a la mujer y a las niñas que se quedaran en pie y le sirviesen, mientras él ocupaba su mesa en el estrado solitario debido a su nacimiento y dignidad. Todos alguna vez prescindimos de la gravedad. La buena mujer estuvo feliz todo el día con los aplausos con que se gratificó a sí misma por su magnánima condescendencia con un vagabundo, y el rey se sintió no menos contento por su benigna humildad hacia una pobre aldeana. ...

En la línea 1281
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Entre los presos había un hombre de leyes, viejo, de rostro severo e intrépido. Tres años atrás había escrito un libelo contra el lord canciller, acusándole de prevaricación, y por él le habían castigado con la pérdida de ambas orejas en la picota, ser expulsado de su profesión, y además multa de tres mil libras. Más tarde reincidió en el mismo delito, y por ello estaba ahora condenado a perder lo que le quedaba de las orejas, a pagar una multa de cinco mil libras, a ser marcado por el hierro en ambas mejillas, y a permanecer para siempre en las cárceles. ...

En la línea 1281
del libro El príncipe y el mendigo
del afamado autor Mark Twain
... Entre los presos había un hombre de leyes, viejo, de rostro severo e intrépido. Tres años atrás había escrito un libelo contra el lord canciller, acusándole de prevaricación, y por él le habían castigado con la pérdida de ambas orejas en la picota, ser expulsado de su profesión, y además multa de tres mil libras. Más tarde reincidió en el mismo delito, y por ello estaba ahora condenado a perder lo que le quedaba de las orejas, a pagar una multa de cinco mil libras, a ser marcado por el hierro en ambas mejillas, y a permanecer para siempre en las cárceles. ...

En la línea 108
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Un grito salvaje, feroz, se elevó en ambas tripulaciones, para quienes no era desconocida la fama del inglés James Broocke, convertido en rajá de Sarawack. ...

En la línea 202
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... Y recomenzó por ambas partes la música infernal, respondiendo tiro a tiro, bala a bala y metralla a metralla. Los tres buques parecían dispuestos a sucumbir antes que a retroceder. En los paraos, con el agua ya en las bodegas, horadados en cien sitios, la locura se apoderó de sus tripulantes; todos querían subir a la cubierta del crucero y, si no vencer, morir al menos en el campo enemigo. ...

En la línea 1557
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... El orangután se sumergió en el río, cogió con ambas manos la rama sobre la que estaba su adversario y la sacudió con fuerza. ...

En la línea 2158
del libro Sandokán: Los tigres de Mompracem
del afamado autor Emilio Salgàri
... La batalla arreciaba por ambas partes. La cañonera había atacado al parao del portugués, pero llevaba la peor parte. La artillería de Yáñez la tenía muy a maltraer. Por ese lado la victoria no ofrecía dudas. Pero la poderosa corbeta se había echado encima de los paraos de Sandokán, haciendo estragos entre los piratas. La presencia del Tigre no pudo cambiar el resultado de la lucha. ...

En la línea 126
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Poco después llegué a la Batería, y allí encontré a mi conocido, abrazándose a sí mismo y cojeando de un lado a otro, como si en toda la noche no hubiese dejado de hacer ambas cosas. Me esperaba. Indudablemente, tenía mucho frío. Yo casi temía que se cayera ante mí y se quedase helado. Sus ojos expresaban tal hambre, que, cuando le entregué la lima y él la dejó sobre la hierba, se me ocurrió que habría sido capaz de comérsela si no hubiese visto lo que le llevaba. Aquella vez no me hizo dar ninguna voltereta para apoderarse de lo que tenía, sino que me permitió continuar en pie mientras abría el fardo y vaciaba mis bolsillos. ...

En la línea 222
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... ¡Dios mío! Por fin había llegado. Ahora observarían que el aguardiente estaba aguado, y en tal caso podía darme por perdido. Con ambas manos me agarré con fuerza a la pata de la mesa, por debajo del mantel, y esperé mi destino. ...

En la línea 444
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... Eso pensé muy temprano a la mañana siguiente de mi llegada. En la noche anterior, en cuanto llegué, me mandó directamente a acostarme en una buhardilla bajo el tejado, que tenía tan poca altura en el lugar en que estaba situada la cama, que sin dificultad alguna pude contar las tejas, que se hallaban a un pie de distancia de mis ojos. Aquella misma mañana, muy temprano, descubrí una singular afinidad entre las semillas y los pantalones de pana. El señor Pumblechook los llevaba, y lo mismo le ocurría al empleado de la tienda; además, en aquel lugar se advertía cierto aroma y una atmósfera especial que concordaba perfectamente con la pana, así como en la naturaleza de las semillas se advertía cierta afinidad con aquel tejido, aunque yo no podía descubrir la razón de que se complementasen ambas cosas. La misma oportunidad me sirvió para observar qua el señor Pumblechook dirigía, en apariencia, su negocio mirando a través de la calle al guarnicionero, el cual realizaba sus operaciones comerciales con los ojos fijos en el taller de coches, cuyo dueño se ganaba la vida, al parecer, con las manos metidas en los bolsillos y contemplando al panadero, quien, a su vez, se cruzaba de brazos sin dejar de mirar al abacero, el cual permanecía en la puerta y bostezaba sin apartar la mirada del farmacéutico. El relojero estaba siempre inclinado sobre su mesa, con una lupa en el ojo y sin cesar vigilado por un grupo de gente de blusa que le miraba a través del cristal de la tienda. Éste parecía ser la única persona en la calle Alta cuyo trabajo absorbiese toda su atención. ...

En la línea 946
del libro Grandes Esperanzas
del afamado autor Charles Dickens
... En casa del tío Pumblechook, mi hermana se separó de nosotros. Como entonces eran casi las doce de la mañana, Joe y yo nos encaminamos directamente a casa de la señorita Havisham. Estella abrió la puerta como de costumbre, y, en el momento en que la vió, Joe se quitó el sombrero y pareció sopesarlo con ambas manos, como si tuviese alguna razón urgente para apreciar con exactitud una diferencia de peso de un cuarto de onza. ...

En la línea 485
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Terminada esta operación, Raskolnikof introdujo los dedos en una pequeña hendidura que había entre el diván turco y el entarimado y extrajo un menudo objeto que desde hacía tiempo tenía allí escondido. No se trataba de ningún objeto de valor, sino simplemente de un trocito de madera pulida del tamaño de una pitillera. Lo había encontrado casualmente un día, durante uno de sus paseos, en un patio contiguo a un taller. Después le añadió una planchita de hierro, delgada y pulida de tamaño un poco menor, que también, y aquel mismo día, se había encontrado en la calle. Juntó ambas cosas, las ató firmemente con un hilo y las envolvió en un papel blanco, dando al paquetito el aspecto más elegante posible y procurando que las ligaduras no se pudieran deshacer sin dificultad. Así apartaría la atención de la vieja de su persona por unos instantes, y él podría aprovechar la ocasión. La planchita de hierro no tenía más misión que aumentar el peso del envoltorio, de modo que la usurera no pudiera sospechar, aunque sólo fuera por unos momentos, que la supuesta prenda de empeño era un simple trozo de madera. Raskolnikof lo había guardado todo debajo del diván, diciéndose que ya lo retiraría cuando lo necesitara. ...

En la línea 881
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Se inclinó sobre la piedra, la cogió con ambas manos por la parte de arriba, reunió todas sus fuerzas y consiguió darle la vuelta. En el suelo apareció una cavidad. Raskolnikof vació en ella todo lo que llevaba en los bolsillos. La bolsita fue lo último que depositó. Sólo el fondo de la cavidad quedó ocupado. Volvió a rodar la piedra y ésta quedó en el sitio donde antes estaba. Ahora sobresalía un poco más; pero Raskolnikof arrastró hasta ella un poco de tierra con el pie y todo quedó como si no se hubiera tocado. ...

En la línea 2297
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... Y llamó a la puerta vecina, la señalada con el número 8. Entre ambas puertas había una distancia de unos seis pasos. ...

En la línea 2592
del libro Crimen y castigo
del afamado autor Fyodor Mikhailovich Dostoyevsky
... «Napoleón, las Pirámides, Waterloo por un lado, y por otro una vieja y enjuta usurera que tiene debajo de la cama un arca forrada de tafilete rojo… ¿Cómo admitir que puede haber una semejanza entre ambas cosas? ¿Cómo podría admitirlo un Porfirio Petrovitch, por ejemplo? Completamente imposible: sus sentimientos estéticos se oponen a ello… ¡Un Napoleón introducirse debajo de la cama de una vieja… ! ¡Inconcebible!» ...

En la línea 255
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Buck había saltado al agua al instante; y tras cubrir unos doscientos cincuenta kilómetros, dio alcance a Thornton envuelto en un furioso torbellino. Cuando sintió que el hombre se agarraba de su cola, Buck se dirigió a nado a la orilla, desplegando su formidable energía. Pero el avance hacia la margen era lento, y la corriente, increíblemente rápida. Desde un poco más lejos llegaba el ominoso estruendo del lugar donde la corriente cobraba más ímpetu y saltaba convertida en remolinos y espuma por las rocas que la hendían como los dientes de un inmenso peine. La fuerza de arrastre del agua en el último tramo donde comenzaba a precipitarse era tremenda, y Thornton sabía que arrimarse a la orilla era imposible. Rozó una roca manoteando con furia, se magulló al pasar sobre otra y se dio violentamente contra una tercera. Se aferró con ambas manos a la superficie resbaladiza y, soltando a Buck, le gritó, por encima del estruendo de la agitada corriente: ...

En la línea 281
del libro La llamada de la selva
del afamado autor Jack London
... Thornton se arrodilló al lado de Buck. Le cogió la cabeza con ambas manos y arrimó su mejilla a la del animal. No se la sacudió juguetonamente, como solía, ni murmuró en su oreja palabrotas de afecto, sino que susurró: ...

En la línea 429
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... No contestó Lucía cosa alguna; antes le soltó, y desplomándose otra vez en el sillón, ocultó el rostro entre ambas manos. Artegui se llegó a ella, y vio que su seno se alzaba a intervalos desiguales, como si sollozara. Entre sus dedos saltaban gotitas de agua, cual saltan de la esponja al comprimirla. ...

En la línea 632
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... -No -insistió Lucía-, si lo extraño no es lo que me ha sucedido. Lo que hallo inusitado, es usted. Vamos, Don Ignacio, que usted bien lo conoce. Yo nunca vi a nadie que pensase lo que usted piensa, ni que lo dijese; y por eso a veces -murmuró cogiéndose la frente con ambas manos- suele pasarme por acá la idea de que estoy soñando aún. ...

En la línea 764
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... La única persona que se consagró a que Pilar observase el régimen saludable, fue, pues, Lucía. Hízolo movida de la necesidad de abnegación que experimentan las naturalezas ricas y jóvenes, a quienes su propia actividad tortura y han menester encaminarla a algún fin, y del instinto que impulsa a dar de comer al animal a quien todos descuidan, o a coger de la mano al niño abandonado en la calle. Al alcance de Lucía sólo estaba Pilar, y en Pilar puso sus afectos. Perico Gonzalvo no simpatizaba con Lucía, encontrándola muy provinciana y muy poco mujer en cuanto a las artes de agradar. Miranda, ya un tanto rejuvenecido por los favorables efectos de la primer semana de aguas, se iba con Perico al Casino, al Parque, enderezando la espina dorsal y retorciéndose otra vez los bigotes. Quedaban pues frente a frente las dos mujeres. Lucía se sujetaba en todo al método de la enferma. A las seis dejaba pasito el lecho conyugal y se iba a despertar a la anémica, a fin de que el prolongado sueño no le causase peligrosos sudores. Sacabala presto al balcón del piso bajo, a respirar el aire puro de la mañanita, y gozaban ambas del amanecer campesino, que parecía sacudir a Vichy, estremeciéndole con una especie de anhelo madrugador. Comenzaba muy temprano la vida cotidiana en la villa termal, porque los habitantes, hosteleros de oficio casi todos durante la estación de aguas, tenían que ir a la compra y apercibirse a dar el almuerzo a sus huéspedes cuando éstos volviesen de beber el primer vaso. Por lo regular, aparecía el alba un tanto envuelta en crespones grises, y las copas de los grandes árboles susurraban al cruzarlas el airecillo retozón. Pasaba algún obrero, larga la barba, mal lavado y huraño el semblante, renqueando, soñoliento, el espinazo arqueado aún por la curvatura del sueño de plomo a que se entregaran la víspera sus miembros exhaustos. Las criadas de servir, con el cesto al brazo, ancho mandil de tela gris o azul, pelo bien alisado -como de mujer que sólo dispone en el día de diez minutos para el tocador y los aprovecha-, iban con paso ligero, temerosas de que se les hiciese tarde. Los quintos salían de un cuartel próximo, derechos, muy abotonados de uniforme, las orejas coloradas con tanto frotárselas en las abluciones matinales, el cogote afeitado al rape, las manos en los bolsillos del pantalón, silbando alguna tonada. Una vejezuela, con su gorra muy blanca y limpia, remangado el traje, barría con esmero las hojas secas esparcidas por la acera de asfalto; seguíala un faldero que olfateaba como desorientado cada montón de hojas reunido por la escoba diligente. Carros se velan muchísimos y de todas formas y dimensiones, y entreteníase Lucía en observarlos y compararlos. Algunos, montados en dos enormes ruedas, iban tirados por un asnillo de impacientes orejas, y guiados por mujeres de rostro duro y curtido, que llevaban el clásico sombrero borbonés, especie de esportilla de paja con dos cintas de terciopelo negro cruzadas por la copa: eran carros de lechera: en la zaga, una fila de cántaros de hojalata encerraba la mercancía. Las carretas de transportar tierra y cal eran más bastas y las movía un forzudo percherón, cuyos jaeces adornaban flecos de lana roja. Al ir de vacío rodaban con cierta dejadez, y al volver cargados, el conductor manejaba la fusta, el caballo trotaba animosamente y repiqueteaban las campanillas de la frontalera. Si hacía sol, Lucía y Pilar bajaban al jardinete y pegaban el rostro a los hierros de la verja; pero en las mañanas lluviosas quedábanse en el balcón, protegidas por los voladizos del chalet, y escuchando el rumor de las gotas de lluvia, cayendo aprisa, aprisa, con menudo ruido de bombardeo, sobre las hojas de los plátanos, que crujían como la seda al arrugarse. ...

En la línea 801
del libro Un viaje de novios
del afamado autor Emilia Pardo Bazán
... Los paseantes comenzaban a retirarse, y el leve crujido de la arena revelaba sus pasos lejanos. Pero ambas amigas acostumbraban, como suele decirse, llevarse las llaves del parque, porque justamente a la puesta del sol era cuando Lucía lo encontraba más hermoso, en aquella melancólica estación otoñal. Bajos ya y moribundos los rayos solares, caían casi horizontalmente sobre los pradillos de hierba, inflamándolos en tonos ardientes como de oro en fusión. Los obscuros conos del alerce cortaban este océano de luz, en el cual se prolongaban sus sombras. Deshojábanse los plátanos y castaños de Indias, y de cuando en cuando caía, con golpe seco y mate, algún erizo, que, abriéndose, dejaba rodar la reluciente castaña. En las grandes canastillas, que se destacaban sobre el fondo de césped, las pálidas eglantinas, a la menor brisa otoñal, soltaban sus frágiles pétalos, las verbenas se arrastraban lánguidas, como cansadas de vivir, descomponiendo con sus caprichosos tallos la forma oval del macizo; los ageratos se erguían, todos llovidos de estrellas azules y los peregrinos colios lucían sus exóticos matices, sus coloraciones metálicas y sus hojas atigradas, semejantes a escamas de reptil, ya blancas con manchas negras, ya verdes con vetas carne, ya amaranto obscuro cebradas de rosa cobrizo. Profundo estremecimiento, precursor del invierno, atravesaba por la Naturaleza toda, y dijérase que antes de morir, quería vestirse sus más ricas galas: así la viña virgen tenía tan espléndido traje de púrpura, y el álamo blanco elevaba con tal coquetería el penacho de cándidos airones de su copa; así la coralina se adornaba con innumerables sartas y zarcillos de sangriento coral, y las cinias recorrían toda la escala de los colores vivos con sus festoneadas enaguas. El maíz listado sacudía su brial de seda verde y blanca a rayas, con melodioso susurro, y allá en las lindes de la pradera bañada por el sol, unos arbolillos tiernos inclinaban su joven copa. De tal suerte mullían las hojas secas el piso de las calles, que se enterraba Lucía hasta el tobillo, con placer. El roce de su traje producía en ellas un ruido continuo, rápido, parecido a la respiración jadeante de alguien que la siguiera; y presa de pueril temor, volvía a veces el rostro atrás, riéndose al convencerse de su ilusión. Hojas había muy diferentes entre sí: unas, obscuras, en descomposición, vueltas ya casi mantillo: otras secas, quebradizas, encogidas; otras amarillas, o aun algo verdosas, húmedas todavía, con los jugos del tronco que las sustentara. Hacíase la alfombra más tupida al acercarse a los parajes sombríos del borde del estanque, cuya superficie rielaba como cristal ondulado, estremeciéndose al leve paso del aura vespertina, y rizándose en mil ondas chiquitas en choque continuo las unas con las otras. ...

En la línea 971
del libro Julio Verne
del afamado autor La vuelta al mundo en 80 días
... Picaporte se había asido la cabeza con ambas manos. No parecía el mismo. No se atrevía a mirar al inspector de policía. ¡Phileas Fogg, ladrón, el salvador de Aouida, el hombre generoso y valiente! ¡Y, sin embargo, cuántas presunciones contra él! Picaporte trataba de rechazar las sospechas que invadían su entendimiento. No quería creer en la culpabilidad de su amo. ...


El Español es una gran familia


Te vas a reir con las pifia que hemos hemos encontrado cambiando las letras b;v

Reglas relacionadas con los errores de b;v

Las Reglas Ortográficas de la B

Regla 1 de la B

Detrás de m se escribe siempre b.

Por ejemplo:

sombrío
temblando
asombroso.

Regla 2 de la B

Se escriben con b las palabras que empiezan con las sílabas bu-, bur- y bus-.

Por ejemplo: bujía, burbuja, busqué.

Regla 3 de la B

Se escribe b a continuación de la sílaba al- de inicio de palabra.

Por ejemplo: albanés, albergar.

Excepciones: Álvaro, alvéolo.

Regla 4 de la B

Las palabras que terminan en -bundo o -bunda y -bilidad se escriben con b.

Por ejemplo: vagabundo, nauseabundo, amabilidad, sociabilidad.

Excepciones: movilidad y civilidad.

Regla 5 de la B

Se escriben con b las terminaciones del pretérito imperfecto de indicativo de los verbos de la primera conjugación y también el pretérito imperfecto de indicativo del verbo ir.

Ejemplos: desplazaban, iba, faltaba, estaba, llegaba, miraba, observaban, levantaba, etc.

Regla 6 de la B

Se escriben con b, en todos sus tiempos, los verbos deber, beber, caber, haber y saber.

Regla 7 de la B

Se escribe con b los verbos acabados en -buir y en -bir. Por ejemplo: contribuir, imbuir, subir, recibir, etc.

Excepciones: hervir, servir y vivir, y sus derivados.

Las Reglas Ortográficas de la V

Regla 1 de la V Se escriben con v el presente de indicativo, subjuntivo e imperativo del verbo ir, así como el pretérito perfecto simple y el pretérito imperfecto de subjuntivo de los verbos tener, estar, andar y sus derivados. Por ejemplo: estuviera o estuviese.

Regla 2 de la V Se escriben con v los adjetivos que terminan en -ava, -ave, -avo, -eva, -eve, -evo, -iva, -ivo.

Por ejemplo: octava, grave, bravo, nueva, leve, longevo, cautiva, primitivo.

Regla 3 de la V Detrás de d y de b también se escribe v. Por ejemplo: advertencia, subvención.

Regla 4 de la V Las palabras que empiezan por di- se escriben con v.

Por ejemplo: divertir, división.

Excepciones: dibujo y sus derivados.

Regla 5 de la V Detrás de n se escribe v. Por ejemplo: enviar, invento.


la Ortografía es divertida

Más información sobre la palabra Ambas en internet

Ambas en la RAE.
Ambas en Word Reference.
Ambas en la wikipedia.
Sinonimos de Ambas.

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